Corriendo(me) con mis hermanas 4

Seguimos con la apasionante historia de Pedro y sus hermanas


Sacudí la cabeza. La erección no me había bajado del todo, pero no era muy evidente por cómo me encorvaba un poco. En estos pocos días me había acostumbrado a desear el cuerpo de mi hermana mayor, pero… hostias, ¿Anita también? Lo cierto es que la cabrona tenía un cuerpo joven y fresco, apetecible… carne núbil… joder. Me senté junto a ella, algo alterado interiormente, por la cantidad de cosas que se me pasaban por la cabeza que quería hacer con ese culito suyo.

-          Me da un poco de vergüenza –dijo ella, ruborizándose y mirándome de reojo con sus ojos verdes.

Sentí que era una invitación a que le presionara para que dijera más. Le puse una mano en la espalda, por debajo de su pelo rubio. Noté como al tocarla mi polla volvía a ponerse algo más morcillona.

-          ¿A los tíos os gustan las tetas pequeñas? –soltó de repente, nerviosa–. Quiero decir… ¿a los tíos les pueden gustar mis tetas pequeñas?

Me perturbó un poco que me lo preguntara, porque la situación ya era incómoda. Anita siempre había sido muy tímida para hablar conmigo sobre nada que tuviera que ver con sexo o los chicos.

-          ¿Por qué me preguntas eso? ¿No te contestaría mejor mamá?

-          Porque… tú eres un tío… y en fin… somos coleguis –dijo con timidez, esperando que aquello fuera suficiente–. Venga, porfi, Rami, contéstame…

Aquel apelativo cariñoso que mi hermanita usaba a veces conmigo terminó por derretir mis dudas.

Le miré rápidamente el pecho, intentando no recrearme. Anita tenía ya unas tetitas adorables, y se marcaban lo suficiente como para resaltar de su cuerpo y definirla como una mujercita en plena ebullición adolescente. No me había dado cuenta de aquello, pero claramente en los meses pasados había empezado a desarrollarse.

Pese a todo, no tenían nada que ver aún con las tetas de Tara, que eran por supuesto más grandes al ser la mayor. Me había estado fijando en ellas bastante estos días. Y pese a todo, Tara no tenía unas tetas descomunales, sino unas muy bien puestas que pegaban con el resto de su cuerpo atlético. Yo no tenía ni idea de tamaños de sujetadores, pero asumí que serían de un tamaño intermedio. Las de Anita eran, evidentemente, algo más pequeñas… aunque claramente visibles.

-          Sabes que todavía te pueden seguir creciendo las tetas, ¿no? Todavía eres una mocosa, puedes crecer algo más.

-          Ya –dijo con cierta aprensión–. Es que casi todas mis amigas les están saliendo ahora y las tienen más grandes que yo… y no me parece justo.

-          Eh… a los tíos no nos gustan solamente las tetas –dije sin pensar.

Ella se rio y me dio un manotazo. Pensaba que me refería a su culo.

-          Me refiero a que si nos gusta la chica por cómo es, nos gustarán también sus tetas –dije intentando sonar serio mientras la miraba–. Incluso si son pequeñas.

Por seguro que sonara, a mí eso no me había pasado todavía. Yo era una bomba hormonal andante que sólo estaba pendiente de tetas y culos todo el rato. Concretamente, eso incluía ahora las tetas y los culos de mis dos hermanas.

Pero pensé que era la clase de cosa que Anita quería oír, y parece que tenía razón. Hizo un pequeño puchero que intentaba ser una sonrisa y me miró con cariño para luego derrumbarse sobre mi hombro. Me dio las gracias por resolverle aquella inseguridad y nos quedamos un buen rato así, hasta que fue hora de irnos a dormir.

 
El par de semanas siguientes fueron infernales. Aguantar diariamente las curvas expuestas de mis dos hermanas era una tortura. Aprovechaban el verano para lucir ropa pequeña y abierta que generalmente dejaba gran parte de su carne expuesta. Anita fue un par de veces a la piscina y salió de casa con un bikini amarillo que acentuaba ese culo entrenado y sus tetitas en desarrollo. Retuve esa imagen en la retina durante todo el día hasta que tuve un hueco donde soltar una descarga de lefa que pareció interminable.

Tara seguía sin cortarse a la hora de meterse conmigo, pero me daba la sensación de que había un tinte juguetón y casi sádico ahora. De vez en cuando me pilló babeando mientras la observaba en alguna posturita accidental. Aunque antes seguramente me hubiera echado una bronca y llamado de todo, ahora su actitud parecía distinta. A veces simplemente ponía los ojos en blanco y seguía a lo suyo, pero otras veces me sonreía con malicia y me soltaba algún comentario que buscaba ponerme en evidencia; y de vez en cuando yo también la pillaba lanzándome algún vistazo fugaz a mi paquete cuando me llamaba la atención. Yo al principio reaccionaba con cierto pudor, pero poco a poco me fui soltando y en alguna ocasión hasta me lo agarraba allí delante de ella y le devolvía el comentario mordaz. Buscaba repetir el juego de aquel día antes de correr donde la perseguía con mi erección con la idea de tocar su cuerpo; sus brazos, o su cintura descubierta. En alguna ocasión lo conseguí, agarrándola contra mí y restregándole mi paquete por el culo mientras ella chillaba “¡Asqueroso!” entre risas, pero no me importó. Aquello me empalmó de forma tan dolorosa que casi deseé no haberlo hecho, porque me dejaba con ganas de más.

Notaba a mi hermana mayor cada vez más relajada conmigo a un nivel sexual, como si aceptara aquello de forma natural. Conociéndola, es porque se lo tenía muy creído; seguro que pensaba que estando tan buena era algo natural el poner cachondo incluso a su propio hermano. Por supuesto, lo peor de todo es que la muy perra tenía razón. Pero yo ya había hecho las paces con el hecho de que había algo muy morboso en el cuerpazo que tenían mis hermanas y vivía tranquilo.

En cuanto a las salidas con Tara para correr, el infierno tenía otro cariz. La cantidad de esfuerzo que estaba dedicando me dejaba absolutamente exhausto durante el día siguiente y gran parte del otro. Desde aquel primer día, Tara no había vuelto a esperarme durante el trayecto y siempre me la cruzaba antes de llegar a la rotonda. No sentía como si mi aguante estuviera precisamente mejorando, así que no me esforzaba demasiado. Daba media vuelta poco después de haberla visto pasar en dirección contraria. Yo me quejaba de vez en cuando y ella más o menos ignoraba lo que decía. Pero creo que empezó a sospechar que no estaba haciendo el trayecto entero, porque un día me soltó mientras estábamos calentando:

-          Bueno, ya llevamos unos días y parece que no tardas tanto en volver… bajaré un poco el ritmo para seguir a tu lado durante todo el trayecto

Aquello me dejó mudo. Ni de coña iba a poder mantener ese ritmo, pero me veía en un aprieto si le contaba la verdad. Opté por una salida intermedia:

-          Oye, Tarada, ¿cómo voy a mantener el ritmo si vas a estar todo el rato meneando el culo delante de mí? Voy a estar tan empalmado que voy a tardar el doble.

Seguro de mí mismo, pensé que le tenía pillada con aquello. Por muy a la ligera que se tomara aquella obsesión mía con su culo, no creo que pudiera refutar aquella afirmación de forma directa.

Tara hizo ademán de pensar mientras perdía la mirada en el cielo, y luego me miró, con una sonrisa fría y casi cruel.

-          Bueno, entonces no tenemos que cambiar nada, pero… mejor que te proporcione un poco de motivación, ¿no?

-          ¿Eh? ¿A qué te refieres?

-          Pues muy fácil –se puso de espaldas a mí y se agarró el culo con ambas manos mientras se volvía a mirarme, muy seria–. Si consigues alcanzarme… te dejaré que me lo toques.

Me quedé en blanco, sin saber cómo reaccionar. Me estaba vacilando, ¿verdad? La forma en que se sujetaba… no, más bien se separaba las nalgas, daba la impresión de que si no tuviera nada puesto se las estaría abriendo de pleno para le viera el ojete.

-          ¿Qué? ¿Demasiado? –Tara se ruborizó, algo avergonzada de repente mientras se volvía para encararse conmigo.

-          Ja, ja, ja, muy gracioso, Tarada –le repliqué, todavía un poco tenso. La polla me latía con fuerza, aprisionada en aquellos pantalones–. Eres mala. No se hacen bromas con esto.

-          No estoy bromeando –dijo mirándome muy seria, aunque manteniendo aquel punto de timidez tras haberse exhibido de aquella forma. Quizás era excitación, por haberse atrevido en primer lugar–. Si me sigues el ritmo para cuando hayamos llegado al pozo, te dejo que te desquites a gusto. Durante lo que nos dure el descanso, claro.

Abrí mucho los ojos. No me podía creer aquello hasta que fuera una realidad. Pero la idea era demasiado tentadora y me estaba empezando a poner malo sólo de imaginármelo. Estaba explotando de forma inmisericorde mi única debilidad.

-          Pero bueno, la verdad, no creo que lo consigas –dijo ya más relajada y convencida, como si la parte difícil estuviera quitada de en medio–. Creo que has estado saltándote parte del trayecto estos días y te falta bastante aguante, por mucho que te esfuerces hoy –hizo un chasquido de resignación mientras se encogía de hombros con las manos tras la espalda.

Aquello tuvo el efecto de que sus tetas, bien colocadas por su sujetador deportivo, se alzaron y cayeron atrayendo mis ojos. Tardé en mirarla a la cara de nuevo, aún impactado por aquella propuesta y vi cómo me sonreía divertida, mordiéndose la comisura del labio. Sabía lo que acababa de hacerme y no parecía arrepentida en absoluto.

-          Pero ¿qué te crees, que estoy tan obsesionado con tu culo?

-          Por favor… –dijo ella poniendo los ojos en blanco y alisando con ambas manos el mechón de la coleta– Pues claro.

La polla me iba a estallar. Había como una especie de tensión sexual juguetona entre nosotros y no sabía cómo responder adecuadamente a la situación para sacarle el máximo partido. Mi hermana se había dado cuenta y me señaló con un ademán mi paquete aprisionado, como evidencia de lo que acaba de decir.

Lo peor es que Tara había cazado mi farol de lleno y tenía razón. Yo no estaba en suficiente forma física para alcanzarle. No todavía, al menos.

-          Bueno… pero espero que esta oferta se mantenga en el tiempo. Es posible que todavía no sea capaz de alcanzarte, pero… igual en unas semanas. Dame tiempo, ¿vale?

-          Te doy un mes y medio. Lo que queda de verano –dijo ella, mientras me sonreía y seguía jugueteando con su pelo. Y en un instante, su mirada se enfrió casi con crueldad–. Y si no… te encargas de los platos, de lavar la ropa y de hacerme la cama siempre que me toque.

Tragué saliva.

-          ¿Siempre?

Me miró con aquellos ojos marrones de temperatura glacial.

-          Ese es el trato, Mamoncete. Algo tengo que sacar de que mi hermano sea un pequeño pervertido, ¿no?

No sabía si aquel marco de tiempo suficiente para lograrlo. Apostaba a que ella tampoco lo sabía, o al menos no con seguridad. Pero me daba la sensación de que era una forma impersonal de ayudarme, pero sin comprometerse por completo. Tal vez le excitaba tanto la posibilidad de que lo consiguiera como el que no.

Aunque era curioso aquel giro de los acontecimientos, porque mi hermana mayor no daba un duro por mí cuando comencé a salir a correr. Este repentino interés en “motivarme” me llamaba la atención. Me preguntaba si tenía que ver con mi abierta admiración por su culo y su figura, o si el calentarme la polla hasta la frustración era sólo una nueva entrada en su repertorio de putadas hacia mí.

-          Trato hecho –dije con la boca seca y de forma mecánica.

Tara no me dio mucho tiempo para andarme con devaneos mentales; salió corriendo en seguida. Salí disparado y aunque conseguí estar a su altura durante apenas unos instantes, no duré nada. La vi alejarse de mí, a ella y a su magnífico culo.

Pero completé el trayecto entero. Y no sería la última vez. Aquella calentura intencional de mi hermana había conseguido motivarme y no descansaría hasta conseguir explotar la jugosa oportunidad que me había presentado, y amasar aquel culo con mis propias manos.

 
Las semanas pasaron más rápido de lo que me hubiera gustado, pero así ocurre con frecuencia en vacaciones. Me daba la sensación de que, ajenos a las salidas para correr, mis hermanas eran las dos conscientes a un cierto nivel de mi propia perversión. Se habían dado cuenta de lo que me encantaba mirarlas, y no se mostraban ofendidas o molestas en absoluto.

Creo que Anita disfrutaba de que la confianza que teníamos se viera poco a poco salpicada por un tinte sexual desde donde podía exhibirse sin sentirse juzgada. Vamos, creo que le subía la autoestima el sentirse que tenía esa clase de influencia nueva y poderosa sobre mí. Con frecuencia se meneaba por la casa con un bikini azul muy ajustado, incluso si ese día no iba a la piscina. Tampoco era extraño que se pusiera a hacer los ejercicios de ballet con él, porque “así sudaba la otra ropa menos”. Aquella niña estaba jugando con fuego y parecía gustarle, porque muchas veces me miraba de reojo para ver si estaba pendiente; cuando me pillaba, me llamaba “¡Guarro!” con una sonrisa para proceder a seguir meneándose como si nada. Y además… ¿era mi imaginación, o aquel bikini se le quedaba cada vez más pequeño? Quiero decir, cada vez las tetas se le bamboleaban más por detrás… ya no era en absoluto justo llamarlas “tetitas”, y estaban alcanzando un tamaño similar al de mi hermana mayor.

Por su parte, Tara había rebajado con mucho la hostilidad previa hacia mí y ahora seguía manteniendo ese tono juguetón conmigo, pero solo lo hacía cuando estaba segura de que estábamos los dos solos. Lo de menear el culo delante de mí cuando estaba inclinada haciendo algo ya se había convertido en una costumbre, pero lo atractivo era que nunca me lo esperaba y siempre era diferente. Al principio era todo muy inocente, ella se inclinaba a hacer algo, o mirar algo, o recoger algo… y lo meneaba de un lado a otro, apoyando el peso en una y otra pierna, inquieta. Aunque Tara era mucho menos exhibicionista que Anita e iba mucho menos a la piscina, su figura en general era tan apetecible que no le hacía falta ir ligera de ropa para captar mi atención. Por lo general, cuando estaba quemándole el culo con la mirada, volvía la cara y me sonreía sin decir nada.

En una ocasión, estaba yo en el sofá viendo la tele cuando Tara se inclinó delante de mí para rebuscar un disco en el montón de cosas que estaban apiladas en la mesita de delante. Llevaba una minifalda de flores y aunque me estaba tapando por completo la televisión, me daba igual. Me estaba creciendo un monstruo en los pantalones y ella lo sabía, y seguía moviéndose de esa forma delante de mí...

Bastante cachondo y sin apenas pensarlo, cogí con suavidad un extremo de su falda para levantárselo, viendo sus magníficas braguitas con rayas blancas y celestes… y por supuesto, el magnífico pandero que las enmarcaba, con sus muslos desnudos fusionándose de forma secreta tras ellas…

-          ¡Eh! ¡Qué haces! –dijo ella girándose de repente y dándome un manotazo, pero sin cambiar de postura ni soltar la sonrisa–. ¿Qué te has creído, Mamoncete?

Me puse rojo con un tomate. Me había podido la impulsividad, era absurdo pensar que no iba a darse cuenta de eso.

-          Es que… eres una… –me detuve antes de decir “calientapollas” y lo pensé mejor. Insultarla no iba a conseguir que me dejara avanzar en este jueguecito con ella– … una tentación con ese culo ahí. Ya sabes que me gusta y me lo pones delante a torturarme –solté abruptamente.

Me sorprendió notar cómo Tara se ruborizaba con ferocidad cuando me escuchó decir aquello, intentando ocultar sin éxito su sonrisa de autocomplacencia.

-          Pues si todavía te interesa… Ya sabes, esto –y señaló a mis manos y a su culo–, sólo cuando me hayas alcanzado corriendo.

Se levantó y se fue… sin ningún disco en las manos.

El caso es que yo lo intentaba, desde luego que sí. Me estaba matando a correr y a hacer ejercicio, porque aquella motivación era sin lugar a dudas la apropiada. Hacía ya tiempo que dejé de notar agujetas por salir a correr un día, y también hacía mucho que mis amigos no me llamaban “Capitán Mayonesa”. Bueno, de hecho, apenas tenían oportunidad para llamarme porque con el espectáculo de mis hermanas en casa había dejado de salir bastante con ellos.

No era cosa de un día, pero en retrospectiva notaba cómo paulatinamente tenía las piernas algo más endurecidas, y cuando me miraba en el espejo tras la ducha sí que veía algunos cambios importantes. Creo que oficialmente había dejado de estar gordo, claramente, y cada vez tenía mejor aspecto.

A mi hermana no la alcanzaba aún, pero notaba que cada vez me faltaba menos, porque tardaba cada vez más tiempo en perderla de vista. Hacía unos días que ya llegaba a su altura a la rotonda sin problemas, aunque luego siempre tenía más aguante que yo en el sendero.

Cuando quedaban apenas tres días para que la “oferta” de Tara expirara, finalmente ocurrió. Conseguí aguantar con ella pocos metros por delante hasta que apareció el pozo delante de nosotros aún a cierta distancia. Fatigado, pero de repente tenso por la anticipación y la expectación al ver cumplida mi fantasía, me forcé a alcanzarla con un último esprint y llegamos al pozo los dos a la vez.

Yo estaba más sudado que ella, pero tenía una sonrisa de oreja a oreja mientras la miraba caminar, su pecho subiendo y bajando con la respiración acelerada, y mirándome de reojo con una ceja alzada.

-          Bueno… ¿te acuerdas de lo que me habías prometido, no?

Vi un brillo enigmático en sus ojos, como si no pudiera creer que al final yo hubiera tenido éxito. O, quizás… quizás el hecho de que lo hubiera tenido y se viera forzada a cumplir su parte del trato le atraía más de lo que podía admitir. Me sonrió discretamente, y se colocó mirando al pozo. Se inclinó suavemente hacia adelante, agarrando el reborde de piedra con las manos y sacando un poco aquel suave culamen embutido en mallas hacia fuera. No dijo nada, pero se giró para mirarme con detenimiento a ver qué hacía.

Verla en esa postura era una tentación imposible. Sin casi poder controlarme, agitado tanto por el ejercicio físico como por lo que iba a hacer, salté disparado hasta colocarme tras ella y sin ninguna vacilación mis manos se posaron en aquel codiciado elemento de la anatomía de mi hermana mayor. Lo agarré con fuerza y lo apreté todo lo que pude. Las mallas eran algo duras y me impedían actuar con la libertad que me hubiera gustado. De hecho, eran un maldito estorbo, y ojalá hubiera podido deshacerme de ellas para meterle mano a mi gusto… pero dentro de lo que pude, aquello me estaba calentando muchísimo. Tenía por fin las manos en el culo de Tara y era como una bestia sin control, lo estrujé todo lo que pude con la intención de desquitarme y, ¿por qué no?, de hacerle daño físicamente.

Las manos solo en ese culo casi me sabían a poco. Tenía la tentación de bajar mi cara a donde estaba y restregarla de arriba abajo a través de las mallas, pero eso no estaba en los vagos términos enunciados por Tara y tenía miedo de echarlo todo a perder. Mi polla estaba a punto de estallar y de hecho me dolía físicamente, porque mi pantalón también era ajustado e impedía activamente el que creciera en todo su esplendor. Observé de reojo la reacción de mi hermana, que en cuanto había empezado a sobarle aquel trasero había vuelto la cara por completo, escondiendo su expresión. No tenía ni idea de lo que estaba pensando.

Agarré sus nalgas con las manos por debajo y empecé a apretárselas rítmicamente con toda mi fuerza, mientras le pegaba mi paquete todo lo que podía a la raja de su culo. Empecé un movimiento rítmico hacia delante, con suavidad, para ver si podía aliviar aquella deliciosa tortura de alguna forma. Sabía que era patético y que mi hermana podía cabrearse y cortarme el grifo, pero estaba tan cachondo que me daba igual: necesitaba restregarme contra ella como un animal en celo.

De pronto, noté aire en la entrepierna. Con el vaivén del frotamiento, el elástico de mis pantalones había ido rebajándose poco a poco por la cintura, y me di cuenta de que la punta de mi polla emergía victoriosa por entre el reborde superior de mis pantalones; por fin, una dulce liberación de tensión…

-          Bueno, yo creo que ya está, ¿no? –soltó Tara alejando aquella preciosa pompa de mi agarre y contacto–. Pero… ¿qué estás haciendo?

Me quedé sin saber qué decir cuando se giró y vio cómo mi polla asomaba por arriba de aquella forma obscena. Aquella frasecita de marras estaba empezando a ser habitual, pero lo cierto es que ya me importaba cada vez menos. Ella quería jugar con fuego, así que era normal quemarse un poco.

-          ¿Qué, te creías que no iba a darme cuenta de que te la habías sacado, pedazo de guarro? ¿Te la estabas frotando con mi culo? –las preguntas de Tara sonaban tan ultrajadas como cabía esperar… pero no me hicieron mucho efecto. Me di cuenta de que ella era incapaz de despegar sus ojos de mi polla.

-          Sí –confirmé, pensando que era inútil negarlo.

-          Pues no puedes hacer eso. No te he dado permiso.

Aunque lo que decía tenía sentido, era el tono y la actitud lo que le restaba fuerza a su mensaje. Daba la sensación de que lo que le molestaba no era tanto el que me comportara con un salido con ella, sino más bien que realizara ese tipo de transgresiones sin pedírselo primero. Y aun así… sus ojos seguían devorándome el miembro, mientras un silencio incómodo se instauraba entre nosotros. Es posible que mis salidas de tono no le molestaran tanto como quería aparentar.

-          Te dejo que le saques una foto, a lo mejor te dura más – tuve los santos cojones de decir mientras me la agarraba con la mano.

-          ¡Pero serás guarro! –dijo dándome un manotazo y apartando finalmente la mirada para sonreírme–. Que soy tu hermana mayor, Mamoncete –parecía que casi saboreaba esas últimas palabras, como si el hecho de pronunciarlas tuviera un efecto estremecedor en ella.

-          Lo siento, es que… estos pantalones no están hechos para esto. Me dolía mucho, no podía más después de… tocarte. Con otros pantalones no me pasaría.

Me miró, escéptica y parpadeando despacio.

-          Ya. ¿Y no tienes otros pantalones, o qué?

-          Sí, pero me niego a llevar los del chándal del colegio. No… y no –me emperré.

Tara suspiró, mirando una vez más mi polla, que seguía aun mayormente dura, y señalándola con la mano exasperada.

-          Pues no puedes sacártela así como así… ¿y si llega a pasar alguien, qué?

Me pareció extraño que esa fuera su preocupación; en todas las veces que había pasado por allí jamás había visto un alma. Claro que, si alguien del pueblo me hubiera visto allí sobando el culo de mi hermana mayor de aquella forma tendría problemas mucho mayores que los derivados de sacarme la polla al aire libre.

Pero me callé y asentí cabizbajo, intentando demostrar que estaba arrepentido. No era verdad, pero mi hermana disfrutaba ejerciendo el control y sabía que tenía aguantar sus quejas y someterme a sus decisiones. Me cogí aquella barra de morcilla con la mano y lo embutí dentro de los gayumbos y el pantalón, notando una desagradable presión de forma inmediata que era asfixiante.

-          Uf, es que… me duele mucho, Tara –puse cara de dolor, aunque la exageración no lo era tanto–. Pero bueno, si así me dejas….  –lo dejé en el aire, no queriendo romper lo delicado del momento con todas las imágenes lascivas y crudas que me venían a la cabeza respecto a lo que quería hacerle a mi hermana– … si son tus condiciones, me aguanto y ya está.

Creo que la pose de chaval dolido surtió cierto efecto y observé como mi hermana relajaba la expresión, enterneciéndose un poco.

-          Ay, ahora me haces sentir culpable… mira, si quieres vamos mañana de compras y te cogemos algo más cómodo, ¿vale?

-          Bueno –dije, inseguro.

Ir a comprar ropa me parecía un muermo total, pero si así arreglábamos aquel problema me daba por satisfecho. Además, por lo que se desprendía del comentario de mi hermana, entendí que quería ayudarme a que me empalmara lo más cómodamente posible cada vez que le magreara el culo. Solo con darme cuenta de aquello, de que había una implicación de más veces haciendo aquello, noté que mi polla dura daba un respingo. Uno placentero, pero bastante doloroso.

Aquel trajín en mi tienda de campaña llamó inmediatamente la atención de mi hermana, que lo miró y empezó a reírse algo nerviosa.

-          Además, yo también tengo que comprar más ropa de correr. Esta hay que lavarla cada dos por tres, y… no sé, creo que igual me la has estirado un poco, no sé si se ha roto –dijo ruborizándose mientras se inspeccionaba el elástico.

Yo no veía que aquello estuviera deformado, pero no podía descartar haber dado de sí las mallas de mi hermana. No después del abuso al que las había sometido con mis manos. El premio que llevaban dentro era demasiado tentador.

Me di cuenta de que para comprobar su argumento mi hermana había introducido su índice y pulgar para agarrar el reborde elástico de las mallas y separárselos del cuerpo, comprobando su resistencia. Por un breve instante pude ver algo más de su piel por debajo de su abdomen, insinuando sus caderas y cómo sus muslos nacían justo debajo. Bajo esa tela debía de estar el coño de mi hermana…

-          ¡Eh, que te quedas empanado! Venga, vamos a volvernos que ya oscurece.

Volvimos sin incidentes. Noté a Tara algo más nerviosa durante la cena, lanzándome alguna mirada enigmática de vez en cuando. Creo que Anita se dio cuenta también.

Aquella noche me hice un buen pajote recordando cómo había atacado sin compasión el culo de mi hermana esa misma tarde. Fue un orgasmo cataclísmico. Aunque antes me había masturbado con meras fantasías, ahora tenía un recuerdo de una experiencia así en carne y hueso con mi hermana que jamás pensé que se produciría.

Aquello me reafirmó en mi obsesión. Tenía que repetir aquello a toda costa. Y si era posible, avanzar todavía más…

 
Al día siguiente, Tara informó a nuestros padres que se iba conmigo al centro comercial a “hacer unas compras y actualizar mi ropa deportiva”. Tenía que coger el coche para conducirnos allí, porque estaba a bastante distancia. Mi madre tenía algo que añadir:

-          ¿Y por qué no os lleváis a Anita, ya que estáis? Creo que necesita una talla nueva.

-          Pero qué tontería –contestó Tara con su habitual desdén y menosprecio–. Si está igual de enana que siempre, no ha crecido nada.

-          A ver, Miss Sabelotodo –intervino mi madre, echándome una mirada de reojo y midiendo sus palabras–. El crecimiento de Anita no ha sido a lo alto, sino… a lo ancho. A tu hermana se le están quedando pequeños los sujetadores.

Casi me atraganté con el Bollycao que estaba masticando. Mi polla empezó a desenrollarse a toda velocidad para hincharse ante aquel concepto plasmado en imágenes mentales. Me acordé de la conversación que había tenido con Anita hacía un par de meses sobre el tamaño de sus tetas y no pude negar que desde entonces le habían seguido madurando, como creo que evidenciaban sus contoneos en bikini por casa cada vez más.

Pero hubiera jurado que aquello era solo mi imaginación de salido proyectando lo que quería ver y cosificando a mi hermana como a cualquier otra tía buena. Escucharlo verse confirmado por la autoridad materna era una estupenda noticia y si acaso, un firme recordatorio de que le dedicara también un poco más de cariño y atención a mi otra hermana. Había estado muy obsesionado con Tara hasta ahora.

-          Pues que use alguno mío viejo, me da igual –siguió Tara con evidente desgana.

-          No, cariño… todavía le queda algo más por desarrollarse, pero creo que al final va a terminar usando una más grande que la tuya.

Tara abrió la boca y frunció un ceño, una mezcla de sorpresa y… otra cosa. Disgusto, quizá, por la crudeza de las afirmaciones de mi madre. La vi girarse para mirarme rápidamente, como para comprobar mi reacción. ¿Era envidia lo que estaba escrito en su cara? ¿Tenía Tara miedo de que la fueran a desbancar como mi hermana calientapollas favorita?

Justo entonces Anita entró en la habitación, seguramente atraída por ecos lejanos que hablaban de ella.

-          ¿Usar el qué?

Al ponerse al lado de Tara, pude confirmar que lo que decía mi madre era cierto. Las tetas de mi hermana pequeña habían dado un salto espectacular en tamaño en las últimas semanas y las ahora las lucía bien orgullosa con una camiseta amarilla muy ajustada. El tamaño era el mismo que las de su hermana mayor, a pesar de los cuatro años de diferencia. Quedaban muy resaltadas en su figura más pequeña. Era increíble que el pequeño cuerpecito de Anita tuviera ya unas tetas tan grandes para su edad, y lo que decía mi madre era probablemente cierto; en pocos meses, aquellas mamas serían tan descomunales que serían incontestablemente las más grandes de nuestra casa. Y seguramente más grandes que las de las amigas de Anita, y que muchas otras chicas en general.

-          Ramón y yo íbamos a comprar algo de ropa, y mamá ha dicho que te llevemos para comprar ropa interior –empezó Tara con evidente disgusto, pero sintiéndose obligada bajo la severa mirada que le dirigía nuestra madre.

-          ¿Ah sí? ¿¿En serio?? ¿Puedo? ¿¿Puedo?? –Anita empezó a dar pequeños saltitos de emoción, haciendo que aquellos inocentes pero sobreproporcionados pechos le botaran arriba y abajo con cada sacudida. Mi madre tenía razón, los sujetadores se le debían estar quedando pequeños porque no le sujetaban nada de nada–. ¿Por favor? ¿Porfa? ¿¿Porfi, porfi plis??

Tara chasqueó la lengua con desagrado y paseó la mirada con hastío por el resto de la habitación, hasta encontrarse con la mía. Imagino que debió detectar mi boca abierta y babeante ante aquel bailecillo rumbero que estaba dando nuestra hermanita, porque exhaló con fuerza un suspiro dejaba claro su rechazo ante aquella actitud irritante que había captado mi atención. ¿Podría ser que Tara estaba celosa…?

-          Claro, nena –dijo de forma seca y abrupta Tara sin esconder su cara de máxima irritación, dejando patente que no quería hacerlo pero no tenía ninguna libertad de elección–. ¿Por qué me iba a molestar? –añadió irónicamente.

Anita no entendió o no quiso entender aquella frialdad en su hermana mayor y dio un chillido de alegría, procediendo a abrazarla por detrás con júbilo. Vi como sus tetas se aplastaban contra la espalda de nuestra hermana en el acto, mientras Anita se frotaba vigorosamente contra ella para dejar patente su agradecimiento.

Como he dicho, la relación entre Tara y Anita nunca había sido particularmente cordial y distaba de la clásica complicidad entre hermanas; sin embargo, la competitividad nunca la habían terminado de perder. Pero Tara siempre había sido más cruel y déspota desde sus años de experiencia con ella (y conmigo) que la pobre Anita, que era más buena que el pan y capaz de perdonarle todas las faltas por un favor tonto como aquel. Se ve que quería mucho ir a comprarse ropa.

Por mi parte, la infalible erección que se me había despertado en cuanto habían salido las tetas de mi hermana pequeña en la conversación se hinchó todavía un poco más si cabe en cuanto vi como mis dos mayores objetos de deseo estaban piel con piel y una le restregaba a la otra sus bien desarrollados senos de una forma casi impúdica. Lo hacía sin tener en cuenta la evidente amargura que cruzaba la cara de nuestra hermana mayor, y aquel contraste me hizo latir la polla con más fuerza si cabe.

-          Pero me debes una gorda, ¿eh? –consiguió añadir Tara. Nunca perdía una oportunidad para chantajear un favor.

El trayecto era veinte minutos en coche. Casi todo el viaje fue un largo monólogo de Anita detallando sus planes de compra mientras Tara intentaba callarle la boca subiendo el volumen de la radio.

Me daba la sensación de que nuestra hermana mayor apenas podía esperar para llegar a la primera tienda de ropa y decirle:

-          Mira, éste y yo nos vamos a cogerle un nuevo chándal a la sección de hombres. Tú ve mirando cosas y ya luego me dices.

-          Pero… ¿no vas a ver cómo me queda lo que me pruebo? Si no, no tiene gracia...

-          Ay… –suspiró con fuerza Tara–. No sé, Anita, depende de lo tarde que se haga. Nosotros vamos a tardar un rato.

Se me cayó el alma a los pies. “Tardar un rato” para comprar un chándal era una definición bastante estándar de tortura bajo mi punto de vista. No tenía mucha complicación, pero era mi hermana quien mandaba y tenía que seguirle la corriente.

-          Uf, pero qué petarda es –me dijo Tara mientras me alejaba de allí cogiéndome de la mano–. Desde que le han salido tetas está insoportable.

Ya había perdido la erección de antes, pero oírla pronunciar aquellas palabras me resultaba muy erótico por alguna razón. La confianza que se había establecido entre Tara y yo, especialmente en lo tocante a temas sexuales, me hacía sentir que cuando estaba solo con ella mi estado natural era tener la bandera a “media asta” todo el rato. Además, parte de aquella afirmación daba a entender que lo que quería realmente era estar a solas conmigo, y no con una carabina siguiéndonos a todos lados, y aquello me gustaba.

Mi hermana procedió a seleccionar un puñado de combinaciones de pantalones de chándal con sudaderas y camisetas en tiempo récord. Mi opinión era muy secundaria en aquella materia, por lo que pude comprobar. En cuanto estuvo satisfecha me insistió que me los probara. Me guio de la mano hasta los vestuarios y encontramos uno vacío. Me empujó para que me metiera… y entonces se metió conmigo dentro.

-          Pero bueno, ¿no querrás que me los pruebe contigo delante? –me quejé mientras ella echaba el pestillo de la puerta......

Continuará......
Si son cortos o largos los capítulos háganme saber para corregirlo. Saludos

3 comentarios - Corriendo(me) con mis hermanas 4

Bautista_2201
La duración del relato es perfecta aunque podría ser apenas un poco más largo
Genred02
Man, esto es interesante. Sigue así, además, la duración es perfecta, no alargues ni acortes los capítulos, están bien asi
PepeluRui
Se va poniendo buena la cosa