Madre e hijas cogidas por el mismo hombre

Comenzaba por estimular mi clítoris, con sus dedos y con su lengua haciéndome estallar de placer. Para después comenzar a penetrarme, me abría toda de piernas y comenzaba mi lucha por alojar toda su verga en mi vagina, comenzaba a penetrarme despacio, me mamaba los senos, él me ensartaba por completo, hundiendo toda su verga en mi vientre y comenzaba a cogerme.

No es muy fácil para una mujer venir y redactar su vida sexual sin que nos llamen mujeres fáciles o putas- por todas las barreras de tabúes sexuales y sociales -impuestas en nuestra sociedad.  La misma sociedad que habitamos no juzga por igual a hombres y mujeres. Si la mujer engaña al marido es una puta- una piruja- pero cuando el hombre es el que engaña es un garañón- un mujeriego. Quise aclarar esto por que el tema que a continuación les narro es un tema tabú.

Conocí  a un hombre que ha despertado mi instinto de mujer – estoy atada a este macho por el deseo sexual que ha despertado en mi y en mis hijas. Mis hijas fueron desvirgadas – desfloradas –abiertas – rotas – como vulgarmente se le dice por mi macho.

Me llamo María. Tengo 37 años. Casada con un hombre de edad madura es un buen marido no tengo la menor duda pero no me satisface en la cama. Son esporádicas las noches que me hace el amor pero no me llena y yo lo busco con desesperación solo para terminar con más ganas.

Por causas del destino, o por que simplemente estaba escrito en mi vida conocí a Juan Carlos. Un tipo al cual llamaban el negro. Cuando salía a comprar o a la calle comencé a notar su mirada sobre mi persona y ala vez varios tipos comenzaron a seguirme a donde fuera y cada vez era más estrecho el contacto no disimulaban su presencia ni se escondían.

Somos comerciantes con mi esposo, tenía miedo – le comenté a mi marido pero no pasó nada. Cuando menos lo pensé, se me acercaron, uno de ellos vino hacia mí y me dijo. -Señora Juan -el jefe quiere hablar con usted. No podía negarme, no tenía alternativa, quería acabar de una vez por todas con el acoso. Me fui a verlo, tenía miedo, pero no quería demostrarlo, tenía que ser valiente. O al menos quería demostrar, seguridad.

Cuando llegué a una de tantas bodegas de las muchas que hay por este barrio, me llevaron por tantos laberintos que nunca supe, en donde realmente me encontraba. Por fin salimos a un pasillo el cual se conectaba a una puerta, entre y me senté a esperarlo, pensando en todo lo que antes escuche decir sobre su persona, nunca escuche cosas buena, todo lo que se platicaba de el era, miedo, temor, odio, rencor, violaciones, muertes, asaltos, robos etc. No entendía para que le podía servir, si mujeres le sobraban, putas y decentes, casadas y solteras, señoras y jovencitas, escuche muchos mitos sobre su persona, pero no tenía la seguridad de saber si todo era cierto o solo chismes.

Cuando lo tuve enfrente de mi lo puedo describir como un hombre joven, moreno claro, de un metro noventa, de 30 años, de 89 kilos, vigoroso. De mirada penetrante, con un olor de loción fina, no vulgar, pero tampoco de aspecto fino, sino más bien de clase media. Se me quedó viendo, se acercó, con paso lento, enfundado en un pantalón de mezclilla, y una playera blanca, con una chamarra negra. Como olvidar ese día si lo tengo muy presente en mi memoria. Ese encuentro marcó el comienzo de una relación entra él y yo, me convertí en su amante, en su mujer, en su puta. En las madre de sus hijos.

Puedo dar muchas explicaciones, de cómo lo rechacé, de cómo traté de evitarlo, pero en el fondo no explicaría nada y me acosó de una forma que no tuve escapatoria, por más que traté de evitarlo y luchar contra mis principios morales de mujer casada, no logré evitar terminar abierta de piernas y ensartada por su verga.

Mi historia.

Comenzó a ir a la casa a visitarme – fue una relación extraña – tenía miedo y morbo, miedo por mi marido que lo fueran a golpear o que mandara a que le hicieran algo y morbo de saber que a pesar de mis 2 embarazos le gustaba a este hombre – simplemente él me tomó como su mujer sabiendo que yo era una mujer casada y mi esposo estuvo de acuerdo.

Como comenzamos ni yo misma lo puedo explicar, lo único que puedo decirles es que me dejé llevar por lo que mi cuerpo a gritos me pedía y no era otra cosa que sexo. La primera vez que me entregué a él fue un fin de semana, lo recuerdo como el primer día, como olvidarlo, si me encontraba nerviosa, asustada, vino a la casa, ya lo esperaba, unos dias antes había estado con él pero no me penetró, solamente me estuvo preparando para el momento.  Llegó cerca de las 11 de la noche, le di de cenar, lo atendí como si fuera mi marido, mientras él me recorría con la vista, todo mi cuerpo. Su presencia me daba miedo, pero no podía evitar mirarlo a los ojos cada vez que me acercaba a él.

Terminó de cenar, se metió a bañar, cuando salió del baño se fue a sentar a la sala. Me senté a su lado y comenzamos a platicar, descubrí que en el fondo no era un mal hombre, estuvimos horas platicando y cuando me besó mi cuerpo comenzó a temblar, mis sentimientos comenzaron  a traicionarme. Miles de ideas cruzaron mi mente, pero cuando sus dedos y manos comenzaron a recorrer mi cuerpo, cerré mis ojos. Y me dejé llevar por el momento, por un lado estaban mis sentimiento de madre y de mujer casada y por el otro mis sentimientos de mujer, los cuales afloraron y comencé a besarlo, a cooperar con él, mis nervios y mis temores se fueron desvaneciendo y poco a poco logró vencer la breve resistencia que al principio opuse. Además no tenía escapatoria, de todas formas él quería cogerme y no se iba a detener hasta haberme hecho suya.

Sus caricias y sus besos me excitaron de una forma que me hizo perder el control. Me llevó en brazos a la habitación, en la misma cama matrimonial que compartía con mi marido en el lecho conyugal- me desnudó sin prisas, sin violencia, cuando me tuvo desnuda, me comenzó a besar todo el cuerpo, mis senos, mi sexo, toda me besó y me acarició lentamente. Era la primera vez lo que lo miraba desnudo, y supe por que le decían el negro, el color de su piel era oscuro claro,  no quiero caer en el estúpido error de contar lo que todo el mundo narra en estos relatos, pero si hay algo que sobresalía de su cuerpo eran sus huevos y el tamaño de su verga. Era considerablemente gruesa y grande en comparación con el de mi marido. Me fue imposible meterme todo su pene en la boca cuando se la mamé, por más esfuerzos que hice, nunca logré metérmelo completo a la boca. Comencé a toser por el esfuerzo – pero hice mi mejor esfuerzo al mamarle su verga. El miró en mis ojos,  el miedo y supo calmarme, a diferencia de otros, que presumen de tener una verga grande él nunca presumió el tamaño.

Esa noche que me hizo suya, algo dentro de mi quedó ligada a él, en el fondo no quería reconocer que me había gustado la forma de cómo me hizo el amor, tenía una lucha interna, bastante fuerte. Decirles que no gocé sería mentirles, tuve miedo al principio, pero poco a poco vencí mi miedo y me abrí de piernas para que él me poseyera, me fue penetrando lentamente, centímetro a centímetro fue abriendo las paredes de mi vagina hasta que logró ensartarme completamente. Comenzó a moverse, rápido, con un mete y saca que me ponía loca, hasta que logró hacerme explotar, mi primer orgasmo fue fenomenal, comencé a gritar, a mover mi pelvis, a rotar mis caderas de un lado para otro, hasta que lo senti explotar, dentro de mi vagina.

Al principio, cada vez que él me penetraba lo hacía con preservativo, después conforme pasó el tiempo me penetraba sin condón. Mi esposo me compró unas inyecciones para que no fuera a quedar preñada.

Mi vida dio un giro enorme, me convertí en su mujer. Me cogía en cualquier lugar de la casa, en la cocina, en la sala, en la cama, en el baño, por más que trataba de no gritar cuando él me estaba cogiendo, no podía evitarlo, cuando su verga comenzaba a penetrarme me ponía loca, comenzaba por estimular mi clítoris, con sus dedos y con su lengua haciéndome estallar de placer. Para después comenzar a penetrarme, se subía sobre mi y me abría toda de piernas y comenzaba mi lucha por alojar toda su verga en mi vagina, comenzaba a penetrarme despacio, y me besaba, me mamaba los senos, hasta que yo comenzaba a mover mis caderas, él me ensartaba por completo, hundiendo toda su verga en mi vientre y comenzaba a cogerme.

Al principio lo hacía despacio pero una vez que estaba dentro de mí comenzaba con un mete y saca que me volvía loca, me cogía bocabajo tomando mis caderas con sus manos de perrito y comenzaba a meterme toda su verga, me impulsaba hacia delante cada vez que me ensartaba, sentía que su verga me saldría por la boca y terminaba dentro de mi matriz, bufando, gritando como poseído, descargando todo su semen en lo más hondo de mi vientre.

Cuando él estaba en la casa siempre andaba desnudo, o en ropa interior, yo le pedía que me cogiera cuando mis hijas no estuvieran en la casa, o las mandaba a comprar, tratando de protegerlas. Comenzaron los rumores en el barrio y todo el mundo me comenzó a señalar como la nueva puta del jefe. No me lo decían directamente por temor a él, pero los chismes comenzaron a circular, que opté por salir a la calle lo menos posible. Mi esposo se hacía cargo del negocio solo.

Juan Carlos, el negro, se ausentaba de la casa por semanas y meses, en una ocasión tardo más de un mes en regresar. El hecho de que se ausentara tanto tiempo me molestaba, me ponía celosa, histérica. Andaba de mal humor.

El día que regresó, venía con olor a licor, intentó besarme y me resistí, me siguió hasta la cocina y me pegó contra la pared, hice el intento de resistirme, pero de nada me sirvió, comenzó a tocar mi cuerpo, a besarme lo empujé para que me dejara y me dio una cachetada que me hizo trastabillar, comencé a llorar, me tomó en sus brazos y me besó. Con sus labios secó mis lágrimas, tenía que reconocer que estaba celosa.

Me cargó en vilo como si fuera una muñeca y me llevó a la cama. Me despojó de mis ropas, sus manos comenzaron a tocar mi cuerpo, bufaba como un animal, miré su verga rígida, dura, impresionantemente grande. Cerré mis ojos y me dejé llevar, por los impulsos de la carne, sus manos me acariciaban y lo dejé que me hiciera lo que él quisiera. Mi corazón latía a una fuerza desmedida. Me senté sobre la cama. Se tomó su verga con las manos y se dirigió a mí con ella. Abrí mis labios y comencé a mamarle su verga. Al último fui yo la que lo buscó, no me importó nada más que tenerlo dentro de mí. Me tendí sobre la cama y al momento me abrí de piernas.

Comencé a temblar cuando sentí su lengua en mi panocha,  me mamó completa, separaba los labios de mi gruta con sus manos dejando mi rajada a merced de su lengua. Comencé a gemir, a retorcerme, a gritar como una putita, que me olvidé de mis hijas de mi esposo. No me importó que ellas escucharan mis gemidos mis gritos. Estaba en ese momento poseída por el deseo. Sus manos me separaron mis nalgas y su lengua comenzó recorrer la separación de ellas provocándome un gemido, su lengua continuó con su recorrido y llegó a mi culo, me sentía en el paraíso jamás imaginé que esa área del cuerpo diera tanto placer. Sus dedos trabajaban mi concha que exploté en un orgasmo y comencé a gemir, a rotar mis caderas buscando que su verga me ensartara. No Importaba nada en ese momento que no fuera otra cosa que sentir como su verga me penetraba.

Hice el intento de levantarme de la cama y tomar la pastilla por que había dejado de inyectarme – pero no me dejó – por favor le volví a decir, déjame tomar la pastilla, ya no me estoy inyectando, puedo quedar embarazada, me puedes preñar, no me hizo caso, solo me dijo, si te preño, pues te preñé, no serás la última ni la primera.

Se subió sobre la cama y con sus manos me abrió de piernas y me empezó a coger de una forma que me transformé y comencé a gemir y gritar como loca cada vez que su verga me ensartaba con un mete y saca que era lento y la vez fuerte, lo sentí llegar a lo más hondo de mi vagina, perdí la noción de las horas, no me importaba nada. Solo que nunca terminara.

Un remordimiento cruzó mi mente, al acordarme de mi esposo y de mis hijas, pero al sentir sus embestidas dentro de mi concha me olvidé por completo y me entregué a él sin recato alguno. Lo rodeé con mis piernas por su cintura evitando que su verga se saliera de mi concha, lo quería todo dentro de mi cueva, no me importó comportarme como una puta. Y lo alentaba a que me clavara hasta el fondo. Mientras me cogía trataba de meter sus dedos en mi culo, era una sensación nueva en mi cuerpo, nunca antes un hombre trató de meterme algo por mi ano que aventé mi culo con fuerza para que su dedos entraran.

Estuvimos en la cama cogiendo como animales en celo como una hora y por fin estalló  y explotó dentro de mi vagina.

Terminé agotada pero contenta

2 comentarios - Madre e hijas cogidas por el mismo hombre