A mi madre se la follaron en la fiesta de navidad

Todavía recuerdo aquella noche de navidad en la que se follaron a mi madre en la fiesta de la empresa donde trabajaba mi padre.
Ahora que todavía recuerdo nítidamente lo que la sucedió a mi madre en una fiesta a la que nos invitaron, os paso a relatarlo, obviando detalles y modificando nombres, por supuesto, que puedan identificarnos.

Un alto directivo de la empresa donde trabajaba mi padre invitó a los empleados que estaban en su dirección a la fiesta que hacía para festejar la navidad. La invitación incluía a la pareja del trabajador, pero no decía nada de llevar a los hijos.

Esta fiesta era en el chalet que tenía en las afueras de la ciudad e incluía una cena a base de sofisticados canapés y caras bebidas alcohólicas, con música y baile incluido.

Era la típica invitación a la que tienes que ir aunque no te guste, como era el caso de mis padres, que odiaban este típico y repugnante pelotilleo de empresa, pero mi padre insistió para no perder su trabajo, a pesar de la férrea oposición de mi madre que, al final, cedió, pero con la condición de llevarme también a mí con ellos ya que no querían dejarme solo y no había nadie que pudiera estar conmigo esa noche en casa.

Tengo que decir que en esa ocasión yo tendría unos doce años, mi madre unos treinta y cuatro y mi padre algunos más.

Así que fuimos los tres vestidos para la ocasión, mi padre con traje azul marino y corbata roja, yo también con traje pero sin corbata, y mi madre con un vestido muy ajustado, con tirantes y falda por encima de la rodilla, zapatos de tacón y medias, todo negro y brillante. Aunque no era una precisamente una noche fría, sino más bien lo contrario, los tres llevábamos un abrigo aunque el de mi madre era de pieles.

La verdad es que mi madre estaba deslumbrante, nunca la había visto así, tan arreglada y … totalmente deseable.

Su rostro lucía como nunca, increíble. Se había maquillado y parecía otra. Sensuales y carnosos labios pintados de rojo. Hermosos ojos negros enmarcados dentro una ligera sombra oscura en los párpados, cejas y pestañas finamente delineadas de negro. Pómulos con un ligero colorete.

El vestido tan fino que llevaba se pegaba a su cuerpo como una segunda piel, resaltando sus voluptuosas curvas y su fino talle.

Aunque nos costó un poco encontrar el chalet, llegamos con nuestro coche, con mi padre al volante, mi madre de copiloto y yo sentado detrás.

Se identificó mi padre a través de un videoportero y la enorme reja de la entrada se abrió lentamente dejándonos pasar.

Más que un chalet, era una mansión, con un gigantesco jardín y una casa de, al menos, dos plantas.

Mi padre silbó al verlo y mi madre se emocionó, abriendo mucho ojos y boca al contemplarlo. Sí que tenía pasta el muy cabrón, y lo rácano que era con sus empleados.

Había muchos coches aparcados, y al comentarlo mi madre, mi padre respondió con un cabreado:

¡Ya te dije que vendrían todos y al que no venga le dan por culo!
Una vez aparcado el coche, nos acercamos caminando a la mansión, de donde se escuchaba a la gente hablar animadamente.

Se intercambiaron apretones de manos y besos con personas que no conocía ni me interesaban ni yo les interesaba a ellos.

Solamente conocía a una pareja a la que saludaron mis padres y, muy simpáticos, también a mí. Se puede decir que eran los únicos amigos en aquel infierno de mentiras, odios y miedos. Se llamaban Lorenzo y Elena. Eran de edades muy parecidas a mis padres, si bien los dos hombres eran de constitución parecida, las dos mujeres eran algo distintas. Mi madre medía casi un metro setenta, mientras Elena no llegaba al metro sesenta. Mi madre era de anchas caderas y pecho exuberante, mientras que Elena era de caderas más estrechas y pecho más discreto. Mi madre rubia con una pequeña melenita que la llegaba hasta los hombros y Elena con el cabello negro y muy corto. Ambas sin embargo estaban pero que muy buenas, y más con el vestido que llevaban, que resaltaba todas sus curvas. Mientras que el vestido de mi madre era negro, el de Elena era rojo, pero en ambos casos sus faldas llegaban por encima de las rodillas, destacando unas largas y preciosas piernas, así como unos muslos sensuales y torneados. Zapatos negros los de mi madre y rojos los de Elena. Finas medias negras las de mi madre y transparentes las de Elena.

Me quede junto a las dos parejas mientras hablaban, pero a lo largo de la noche, cada uno se fue por su lado, primero se separaron los hombres saludando a sus conocidos del trabajo, quedándose solas las mujeres ya que no trabajaban en la misma empresa que sus maridos y no conocían a nadie. Yo permanecí con ellas, picando canapés prácticamente en silencio, mientras las escuchaba hablar entre ellas y observaba cómo los hombres y algunas mujeres se las comían con los ojos.

Era un mundo de mayores del que yo todavía no formaba parte, pero no estaba solo. Un muchacho algo mayor que yo se acercó a mí y se presentó. Se llamaba Alfonso y me preguntó muy amistoso si yo tampoco había podido escabullirme de venir. Me comentó lo mucho que le aburrían estas fiestas y, al darse cuenta que era también mi caso, me propuso enseñarme el jardín, que estaba iluminado, y yo, avisando a mi madre, me fui con él.

Estábamos solos y me lo fue enseñando, deteniéndose a explicarme las distintas fuentes y árboles que había. Todo estaba muy cuidado con los árboles y arbustos recortados, formando graciosas figuras y frondosas paredes de vegetación. Lo conocía como la palma de su mano, por lo que le pregunté si vivía allí, y, como suponía, era el hijo del directivo que nos había invitado.

Volviendo a la zona donde servían los canapés pude observar cómo tanto mi madre como su amiga no estaban solas, sino que tres hombres muy trajeados estaban conversando muy animados con ellas. Sus bebidas ya no eran refrescos, sino copas de vino y, cuando acababan una, enseguida las traían otra. Me preocupé porque mi madre no acostumbraba a tomar alcohol y, las pocas veces que vi que lo hacía, perdía la compostura y se tornaba excesivamente atrevida, por lo que rogué que mi padre apareciera y se la llevara, pero no le veía por ningún lado.

Intimidado por las nuevas compañías masculinas, yo, como niño tímido que era, no me atreví a acercarme y les observaba en la distancia, pero no era el único, ya que mi nuevo amigo, Alfonso, también las miraba, aunque no eran ellas el único objetivo en el que se fijaba, ya que, mirando hacia todos lados, enseguida me apremio:

¡Ven conmigo!
Y le seguí, entrando nuevamente en el jardín. Parecía un perro cazador que había olfateado su presa. A un gesto suyo, me dijo que guardara silencio y, caminando sigilosamente entre las verdes paredes, se detuvo, apuntando con su cabeza hacia unas sombras, pude primero escuchar unos jadeos y unos gemidos, para a continuación observar unos cuerpos que se movían rítmicamente adelante y atrás, adelante y atrás, rítmicamente. Eran dos cuerpos, uno, inclinado hacia delante, se apoyaba en un árbol, mientras el otro colocado a su espalda, … ¡se lo estaba follando! ¡No me lo podía creer, estaban follando en el jardín!

Mi vista enseguida se aclaró y pude observar que eran un hombre y una mujer. El hombre, con los pantalones bajados hasta los tobillos, se follaba a una mujer que, con la falda levantada por detrás, se dejaba follar. Sujetaba él a ella por las caderas, mientras se balanceaba una y otra vez follándosela.

Estuvimos contemplando el espectáculo en silencio durante no más de un par de minutos hasta que, suspirando fuertemente, se detuvieron y nosotros, jóvenes voyeurs, nos retiramos discretamente.

Llegando nuevamente a la zona donde servían los canapés, Alfonso, levantando la vista hacia los pisos superiores de la mansión, me volvió a instar a que le siguiera, y eso hice, no sin antes, darme cuenta que un par de ventanas que, antes estaban apagadas, ahora estaban iluminadas.

Entramos en la casa y, sin que nadie nos dijera nada ni nos detuviera, subimos por las escaleras al piso superior y, recorriendo una gran sala en penumbras y un pasillo apenas iluminado, nos detuvimos frente a una puerta cerrada. Alfonso se llevó el dedo índice a sus labios para que no emitiera ningún ruido y se agachó, mirando por el ojo de la cerradura de la puerta durante casi un minuto, hasta que, al incorporarse, me indicó por señas que yo también mirara y eso hice.

¡Y una hermoso culo llenaba toda mi visión! ¡Un culo perfectamente redondo que subía y bajaba, subía y bajaba, mientras una enorme verga la penetraba por el coño una y otra vez! Sin apartar mi vista de tan morboso espectáculo, escuchaba también cómo gemían y resoplaban mientras follaban. Las manos del hombre lo mismo la sujetaban por las caderas que la sobaban las bamboleantes nalgas.

Llevaba ya casi un minuto observando cuando sentí que Alfonso me palmeaba la espalda y, al levantarme, me señaló con la cabeza hacia donde habíamos venido, pudiendo escuchar unas risitas femeninas que se acercaban. Mi nuevo amigo me indicó con la cabeza que le siguiera hasta una ventana abierta situada a escasos metros, por donde ágil se perdió. Antes de meterme, saqué la cabeza y, aunque reinaba la oscuridad, pude ver a Alfonso a escasos centímetros de donde me encontraba, pegado a la pared y sobre un tejado ligeramente inclinado hacia una oscuridad que yo no llegaba a calibrar. También yo salí por ella, y, con cuidado y sin hacer ruido, nos aproximamos a una ventana de la que emergía luz. Él fue el primero en detenerse y mirar, dejándome sitio para que yo también lo hiciera.

¡Y a pocos metros de donde nos encontrábamos una pareja estaba follando sobre la cama! Ambos completamente desnudos, él tumbado bocarriba sobre la cama, sujetaba por la cintura a una mujer que, situado frente a él y de rodillas, cabalgaba incansable sobre su verga. ¡Arriba-abajo, arriba-abajo, adelante-atrás, adelante-atrás! ¡Era la pareja que había contemplado follando a través del ojo de la cerradura! Y ahí estaba la mujer de cuyo culo me quedé hipnotizado mirando cómo follaba.

La mujer tenía un cuerpo perfecto y de un hermoso color sonrosado. Su culo respingón se agitaba en cada movimiento y sus hermosos senos semejaban las dos mitades de un coco, finalizando en unos pequeños pezones puntiagudos. No iba totalmente desnuda, como fue mi primera impresión, sino que llevaba solamente puestas unas finas medias transparentes que se sujetaban en la parte superior de sus muslos.

El hombre, al llevar sus manos de la cintura a los pechos de ella, amasándolos, hizo que me fijara en su cara y ¡era uno de los hombres que estaban hablando con mi madre y con Elena! ¡Y era Elena la mujer con la que estaba follando! ¡Follando!

La cara de la mujer denotaba un gran placer, con sus ojos semicerrados, mordiéndose los carnosos y brillantes labios.

El vestido rojo que ella llevaba estaba tirado en el suelo, a los pies de la cama, junto a su ropa interior, también de color rojo, y sus zapatos de tacón.

¿Y mi madre?
Me surgió de pronto la terrible duda al tiempo que la ventana situada a mi derecha se iluminó y Alfonso, dejándome solo, se acercó a ella, deteniéndose agazapado observando a través. Le seguí y, según me acercaba eran cada vez más nítidas las alegres risitas de una mujer.

Me coloqué al lado de mi compañero, agachados, sacando solamente la mitad superior de la cabeza por encima del poyo de la ventana para poder ver sin que nos descubrieran, aunque era muy difícil que sucediera al estar muy iluminada la habitación y reinar una gran oscuridad en el exterior.

Lo primero que vi fue una cama de matrimonio en mitad de la habitación y un hombre que, muy sonriente, miraba hacia atrás, hacia una puerta abierta, y alentaba a alguien para que entrara:

¡Pasa, pasa, no tengas miedo que no te vamos a comer!
Inmediatamente apareció por el hueco de la puerta otro hombre, con el cabello rubio, que tiraba del brazo de alguien para que entrara y, al momento, emergió una mujer, riéndose y despeinada, que forcejeaba para no entrar, pero no lo conseguía por falta de fuerza o de intención.

Tirando de la mujer logró que entrara en el dormitorio, y acercándose a ella, se colocó a su lado, poniendo sus manos sobre los glúteos de la mujer, empujándola, y la hizo entrar, cerrando la puerta a sus espaldas.

En ese momento me fijé en el rostro de ella, y … ¡era mi madre! ¡Mi madre!

El corazón me dio un vuelco y pegué un pequeño respingo, perdiendo por un momento el equilibrio, pero enseguida me repuse, agarrándome al pollo de la ventana y continué mirando hipnotizado.

En ese momento el rubio bajo un brazo a sus piernas, y la levantó en brazos del suelo, haciendo que ella chillara histérica, riéndose.

Desde donde estaba, pude verla perfectamente las bragas ya que su falda se la subió, dejando al descubierto toda la longitud de sus piernas.

El rubio la lanzó hacia arriba, cogiéndola cuando caía, haciendo que chillara histérica. Lo hizo una, dos y hasta tres veces y en cada ocasión mi madre chillaba histérica, riéndose, al tiempo que su pequeña falda se plegaba cada vez más, mientras el otro hombre se quitaba la chaqueta y la corbata, dejándolo sobre una pequeña butaca de la habitación.

¡Venga, lánzamela!
Le urgió al rubio que la sostenía en brazos, provocando que ella chillara, sin dejar de reírse:

¡Ay, no, no!
Sin hacer caso a sus ruegos, la lanzo y el otro la cogió en brazos, aprovechando el rubio para deshacerse rápido de chaqueta y corbata que lanzó sobre la cama, cerrando con cerrojo la puerta de la habitación.

Mi madre, en brazos del hombre y con la falda subida hasta la cintura, le rogó, entre risas:

¡No, por favor, no!
Te veo muy risueña y cachonda. Tu “No” es un “Sí”.
La respondió el hombre sin dejar de sonreír.

Las risas de mi madre se callaron de repente al ver cómo el rubio se quitaba la camisa, los zapatos y el pantalón, quedándose solamente con el bóxer y los calcetines negros.

¡Venga a la cama con ella!
Exclamó el rubio y su compañero la arrojó sobre la cama, al tiempo que el rubio se lanzaba sobre ella, sujetándola y provocándola cosquillas con sus dedos.

Riéndose nerviosa mi madre se agitaba y revolcaba sobre la cama, y el rubio aprovechaba para bajarla la cremallera del vestido por detrás al tiempo que la decía:

¡Ríe, ríe, zorrita, ríe!
Desde donde me encontraba observaba con todo detalle lo que estaba sucediendo. El tanga y el sostén negros de mi madre, así como sus medias del mismo color. La enorme erección que tenía el rubio mientras la desnudaba y cómo, babeando de gusto, el otro hombre, acercándose, la bajó los tirantes del vestido, sacándolo los brazos, y el rubio la soltó el sostén por detrás, sin dejar de hacerla cosquillas.

Tirando del vestido por los pies, se lo quitaron, así como los zapatos de tacón y el sostén, dejando a mi madre solamente con el casi inexistente tanga y las medias, mientras se revolcaba y pateaba, exclamando entrecortada por las risotadas.

¡No, no, no!
El rubio detuvo a su compañero cuando éste tiraba hacia abajo del tanga de mi madre, al decirle:

¡Las bragas se las quitó yo!
Al tiempo que no paraba de provocarla cosquillas con una mano y con la otra mano la sobaba las tetas y el culo, su compañero se despojó en un momento del pantalón, de los zapatos y del calzoncillo, quedándose solamente con unos calcetines azul marino, y exhibiendo una verga enorme que, dura y congestionada, apuntaba al techo.

Se puso sobre la cama, sobándola las tetas a mi madre que, entre salto y salto, logro ponerse bocabajo sobre la cama, intentando proteger sus pechos, colocando sus piernas dobladas bajo su cuerpo y con el culo en pompa.

Entonces el rubio la sacó el tanga que permanecía escondido entre las dos nalgas y lo puso sobre una de ellas, metiéndola los dedos a continuación en la entrepierna, sobándosela insistentemente, al tiempo que dejaba de provocarla cosquillas y se concentraba en excitar la vulva de mi madre que dejó de reírse nerviosamente, suspirando solo fuertemente, mientras el otro hombre separó los dos cachetes del culo y, observando su ano, se puso también a estimularlo con sus dedos, metiéndoselos poco a poco por el agujero mediante suaves movimientos circulares.

Permanecía mi madre bocabajo con el culo en pompa, sin moverse y sin exclamar nada, solamente suspirando fuertemente, pero enseguida sus suspiros fueron acompañados de débiles gemidos.

El rubio, repentinamente, tiró del tanga hacia abajo, dejando al descubierto su culo completamente desnudo, y hundió su rostro entre las nalgas de ella, provocando que mi madre chillara entre la sorpresa y el placer, y empezó a lamerla la vulva, al tiempo que la sujetaba con sus manos por las caderas para que no se retirara.

Mientras la comía el coño, el compañero, al no poder excitarla, tiró del tanga hacia abajo, bajándoselo hasta las rodillas de ella.

Los débiles gemidos de mi madre se transformaron ahora en agudos chillidos de placer, pero, antes de que se corriera en la boca del rubio, éste, se subió a la cama y, colocando una rodilla sobre el colchón, entre las piernas de ella, y la otra pierna doblada a un costado de mi madre, se cogió el erecto y duro cipote con una mano y se lo metió a mi madre, poco a poco, por el coño.

Sujetándola por las caderas, comenzó a cabalgarla, lentamente al principio, pero enseguida aumentó el ritmo del folleteo, meneándose incluso mi madre adelante y atrás, adelante y atrás, acompasando sus balanceos con los de las embestidas del hombre que se la estaba follando.

La cama, en su movimiento, chocaba una y otra vez con la pared, confundiendo su machacón ruido con los provocados por los cojones del rubio al impactar una y otra vez con la vulva de mi madre, con los chillidos y suspiros de ésta, y con los resoplidos del hombre.

Yo, desde mi posición, contemplaba cómo se follaban a mi madre y la sorpresa e indignación que tuve al principio dio paso a la resignación y enseguida al morbo y al placer de ver lo buena que estaba y cómo se la tiraban.

Los glúteos de mi madre se bamboleaban con las enérgicas arremetidas del hombre, emitiendo ella agudos chillidos cuando la verga la penetraba y suspiros cuando se deslizaba hacia afuera de su vagina.

Estuvo más de cinco minutos follándosela hasta que, por fin, gruñendo, se detuvo y descargo todo su esperma en el interior de la vagina de mi madre que suspiró fuertemente cuando esto sucedió.

Permanecieron sin moverse durante pocos segundos y, enseguida, el rubio la desmontó, y su compañero, presto, empujó lentamente las nalgas a mi madre, tumbándola bocarriba sobre la cama. Y, colocándose entre las piernas de ella, la quito primero el tanga, dejándolo caer en la cama a su lado, para, a continuación, restregar dos o tres veces su verga congestionada por toda la vulva de ella, entre sus labios vaginales, hasta que encontró la entrada a la vagina y, poco a poco, la fue penetrando, apoyado en sus fuertes brazos, sin dejar de mirarla morboso el rostro.

Mi madre, al sentirse nuevamente penetrada, suspiró fuertemente, sin oponerse, dejando que la verga la penetrara hasta el fondo. Apoyándose en sus brazos, contempló el hombre, mientras se la follaba lentamente, el rostro y las tetazas de ella, cómo se balanceaban las enormes ubres y cómo su verga erecta aparece y desaparece dentro de la vagina de mi madre.

Escucho nuevamente el ruido de los cojones del hombre chocando esta vez con el perineo de ella, y cómo ésta gime y jadea de placer, así como los gruñidos del hombre que se la está follando.

Por momentos mi madre cierra los ojos, mientras su lengua sonrosada aparece entre los húmedos y golosos labios de su dueña, para volverlos a abrir y contemplar el rostro lujurioso del hombre que se la está follando.

El mete-saca duró en esta ocasión bastante más que antes, al menos unos diez minutos, y cuando acabó se vistió rápidamente, como ya lo había hecho antes el rubio, y, salieron del dormitorio, cerrando la puerta a sus espaldas y dejando a mi madre tumbada bocarriba en la cama, sin moverse.

No pasaron ni cinco minutos cuando mi madre, temiendo que la pillaran así en la cama, se levantó rápido y, cerrando el cerrojo de la puerta, se puso primero el tanga, luego el sostén y el vestido para finalizar con sus zapatos de tacón.

Arreglándose de prisa el pelo delante del único espejo que había en el dormitorio, salió precipitada del dormitorio, cerrando la puerta a sus espaldas.

Mi compañero, el joven que me había permitido observar por la ventana cómo se tiraban a mi madre, estaba ya en otra ventana, fisgoneando cómo se follaban a otra mujer, pero yo, después de lo que había visto, no tenía fuerzas para continuar, así que entré por la ventana en la casa y bajé al encuentro de mis padres.

No hubo ningún escándalo aquella noche o, al menos, yo no tuve constancia de que así fuera. Ni mi madre ni Elena denunciaron lo sucedido.

La fiesta posiblemente continuara más tiempo pero tanto mis padres como la pareja amiga de ellos dieron por finalizada la fiesta y nos marchamos cada uno en su coche.

En el camino a nuestra casa, permanecimos todos en silencio, aunque mi padre puso la radio, donde se escuchaba una suave melodía.

Dudo que mi padre tuviera aquella noche conocimiento de lo que pasó y, si alguna vez, lo supo, yo no tengo constancia.

Pocos meses después de aquella noche mi padre cambió de trabajo y nunca más volvimos a esa mansión de la que yo, con el paso de los años, guardo un muy placentero recuerdo y todavía, aunque han pasado años desde entonces, me masturbo pensando en mi madre, en su culo, en sus tetas y en cómo se la follaban, llevando ella solo unas excitantes medias negras.

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