Un hombre afortunado - 2 de 2

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UN HOMBRE AFORTUNADO




PARTE 2 DE 2





Fue cuando se escapó de mis brazos y fue sobre Hayde y de una forma grosera le apretó las tetas

Perdón, perdón… - dije en todos los idiomas posibles –

El tiempo que duró el elevador se me hizo eterno, la situación era por de más incómoda y mi esposa solo coqueteaba con mi empleada. Al fin el ascensor se detuvo, y mientras yo tenía a mi mujer a un lado, Hyde metía la tarjeta en la puerta para poder ingresar, entramos y ella fue a acomodar un poco las cosas y nosotros por detrás, la puerta se cerró ras nuestros pasos por el sistema que traen para que no queden abiertas, y sin imaginarlo, estábamos los tres presos en la habitación.

Azucena, sentada en la cama pareció recobrar la cordura, como un milagro repentino, se terminaron sus risas hilarantes y su rostro se volvió sexi, ese rostro que me cautivaba, del que me había enamorado, esos grandes labios afinados, esa boca de gata que tanto me atraía. Yo no supe que hacer en esos momentos, si agradecer a mi empleada, si darle dinero, si ofrecerle un trago, y ella parecía más confundida que yo y noté en un abrir y cerrar de ojos que todas esas palabras de tonta seducción que tantas veces habíamos lanzado al aire, en ese momento parecían estar al borde de un abismo, haciendo equilibrio entre juegos inocentes y ya solo pasar la raya para no tener retorno.

Y fue mi mujer la que decidió dar el primer paso, se levantó, pasó a mi lado con andar sensual, y se paró frente a frente con ella, solo la miró sin decir palabra, acarició sus cabellos, sin decir palabra, pasó una mano por sus mejillas, sin decir palabra, lentamente sacó la chaqueta negra, sin decir palabra, luego sacó el pañuelo rojo de su cuello, sin decir palabra…

El silencio de la habitación era sepulcral, yo solo observaba con una terrible erección, una de las mujeres iba desnudando lentamente a la otra, una tanteaba la reacción de la otra, y la otra no reaccionaba, solo se dejaba hacer, solo era evidente la forma en que el pecho de Hyde se expandía y contraía producto de la excitación que iba en aumento.

Mi esposa clavó su mirada en los ojos de mi empleada, llevó sus dedos al primer botón de la camisa para soltarlo del ojal, luego el segundo, el tercero, el siguiente, y el próximo, como siempre, sin decir palabra, cuando hubo liberado el último la camisa quedó abierta por el frente, pasó las manos bajo los hombros y delicadamente la dejó deslizar al piso, un sostén blanco y una cadenilla dorada que se perdía entre los pechos de Hyde contrastaba con su delicada piel.

Mi mujer pasó entonces sus brazos por debajo de los brazos de mi empleada, yendo hasta su espalda a buscar con sus manos el broche del sostén, en segundos lo soltaba y lo dejaba también caer al piso, por primera vez veía los pechos desnudos de esa chica, algo con lo que solo había fantaseado, pero nunca imaginé que se hiciera realidad, sin dudas eran grandes, más que la media, sus pezones eran marcadamente oscuros y saltaban un par de centímetros hacia adelante, visiblemente perturbados por la sensación de placer.

No pude ver mucho más, las manos de mi mujer se interpusieron en mi mirada, ella empezó a acariciárselos dulcemente, y ante la actitud pasiva de Hayde que no mostraba reacción alguna siguió en su avance, besó su frente, pasó por su nariz, la comisura de los labios y al fin pegaron sus labios, mi empleada se deshizo y se fundieron en un beso muy fuerte, muy sexual, muy porno, un beso en el que me quedé como hipnotizado, sin saber qué hacer, jamás había imaginado que mi esposa y mi empleada tuvieran esa lado lésbico, por cierto, me sentí el hombre más afortunado del mundo en ese momento.

Azucena abusó de su mayor contextura y la hizo recular hasta la pared posterior hasta acorralarla, bajó un poco, dejando los labios de su amante de lado, pasó por su pera, por su cuello y siguió hasta llegar a los pechos, solo para empezar a chupárselos con devoción, muy erótico, podía notar la punta de la lengua de una jugando dulcemente con los pezones erizados de la otra, y esa otra me miraba con descaro, sabiendo que me encantaba el cuadro que llenaba mis ojos, mi verga estaba dura bajo mi ropa, tan dura como yo, que parecía clavado al piso en ese lado del cuarto.

Cuando mi mujer sació su deseo, se incorporó, la tomó de la mano y la condujo a mi lado, y en un tono casi de orden dijo

Quiero ver cómo le chupas la verga…

Me desnudé con premura ante la situación, Hyde se relamía los labios, con rostro de pícara y de puta, esperando ver lo que le tocaría en suerte, mi mujer a un costado también se quitaba sus prendas, acomodándolas cuidadosamente, contrastando con el desastre que yo estaba haciendo por todos lados de la habitación.

Al fin tomé a mi empleada por los hombros y la invité sutilmente a que se arrodillara a mis pies, en un abrir y cerrar de ojos Hyde daba riendas sueltas a tantas ideas incumplidas, si me parecía mentira sentir la lengua de esa joven devorándose mi glande, dejando su aliento en él, acariciando mis bolas, notar su saliva caliente correando por mi sexo, descubrir que rico lo hacía y cuantas ganas contenidas tenía, y si esto fuera poco, a un costado, en soledad, mi mujer nos miraba fijamente masturbándose con el show que le regalaba su esposo con su casual amante.

Ella solo se acariciaba sus pequeños pechos, y movía con fuerzas las yemas de sus dedos frotando su clítoris, colando cada tanto alguna falange en su hueco, solo tomé la iniciativa, dejé a una mujer y fui por la otra, levanté las piernas de Azucena hasta casi hacerle llegar las rodillas a sus orejas, su velluda vagina quedo indefensa y no tuve reparos en enterrársela toda, bien profundo, arrancándole un suspiro contenido, haciéndole clavar sus afiladas uñas en mis brazos.

Hyde había quedado al margen, tomó unos segundo, se puso a un lado, aún estaba vestida de la cintura hacia abajo, sensualmente aflojó la pollera y la dejó caer al suelo, sus medias negras apretaban bien arriba en sus muslos y un culotte diminuto y calado la hacía ver llamativa, luego dejó su ropa interior a un lado, me llamó la atención ver su sexi conchita absolutamente depilada, contrastando con la de mi esposa que rara vez se rasuraba, se subió a la cama, pasó una pierna por sobre el mi mujer y simplemente se sentó sobre su rostro, dándose una situación muy curiosa, mi esposa recostada recibía mi verga, y también la conchita de nuestra amante para darle sexo oral, y nosotros dos sobre ella, frente e frente, empezamos a besarnos dulcemente, al tiempo que llenaba mis manos con sus preciosos pechos.


Un hombre afortunado - 2 de 2


Sus besos eran tan calientes y fuertes que llegaba a hacerme doler los labios, noté que Azucena estaba más concentrada en chuparle la concha que en la cogida que yo le daba, Hyde empezó a gemir, largando su fuerte aliento en mi boca, bufaba como toro en las puertas de un orgasmo mientras yo retenía a la fuerza sus labios pegados a los míos, hasta que no pudo más, se escapó de mis garras y gimió mirando al techo del cuarto, sus piernas temblaron y pareció desarmarse luego de la explosión.

Me reí por dentro en ese momento, las cosas del destino, tantas veces habíamos jugado juegos de palabras y ahora que esos juegos se hacían realidad, solo que era mi mujer la que le arrancaba un puto orgasmo…

Hyde estaba en ese punto justo en que la mujer necesita verga, las cosas solo se dieron, ella se puso receptiva en cuatro patas, sus tiernas nalgas quedaron ante mis ojos y fui por ella, empecé a cogerla tomándola por la cintura, mi esposa solo observaba, ella vino por mi espalda y me abrazó tiernamente, sentí sus pechos pegados a mi piel y su aliento cálido en mi nuca, ella miraba por sobre mi hombro y noté que se excitaba con la vista que generalmente tiene el hombre en esa posición, ella veía lo que yo veía, me susurraba al oído palabras obscenas y me llamó la atención que la mujer que siempre había sido obsesivamente celosa hacia mi persona, solo parecía disfrutar de las sensaciones que yo experimentaba al coger a otra mujer.

Por detrás ella me sugirió que se la diera por el culo, que al menos tratara a ver como ella reaccionaba, aclaro que para mi esposa el sexo anal era tema prohibido, y fue sensual que sugiriera que le hiciera a otra lo que ella me negaba.

Saqué mi verga de la conchita y se la apunté en el culito, Hyde no dijo nada, por lo que asumimos que lo que no estaba prohibido era porque estaba permitido, pero su colita estaba muy apretadita, a pesar de lubricar, en un par de intentos mi verga había zafado, hasta que mi mujer la tomó entre sus dedos y me ayudó a meterla. Apenas se acostumbró empecé a dársela por atrás ante la atenta mirada de mi esposa, quien parecía deleitarse con la situación, y fue ella quien nos hizo cambiar de posición a su antojo.

Azucena parecía disfrutar especialmente con ser la invitada de mi sexo con mi empleada, ella estaba atenta a que la cogiera y ser partener del juego, especialmente alternando entre chuparme la verga y chuparle la concha, pasando su lengua desde mis bolas, por el tronco, por su clítoris, por su pubis. Hyde totalmente entregada solo se dejaba hacer, desconectada de la realizad, disfrutando que le metiera la pija por ambos agujeros, al tiempo que se dejaba poseer por mi mujer sin el menor reparo, la consecuencia de toda esta excitación era lógica de suponer, cuanto tiempo podría yo aguantar?

Ellas me recostaron, me dejaron en reposo, Hyde se acomodó por mi derecha, hacia donde naturalmente se curva mi pene, empezó a lamerle el glande con esmero, Azucena por mi izquierda me lo masturbaba lentamente por el tronco, con los ojos fijos en el rostro de nuestra ocasional amante. Lo que siguió solo fue casual, sin planificar, como nada lo había sido en esa noche mágica, mi esposa se acercó más y más a ella, noté que sus miradas se cruzaron y empezaron a besarse tan dulce como provocativamente podían hacerlo, como lo hacen dos mujeres que intentan llevar a un hombre a la locura

Sus labios se cruzaban, sus lenguas se tocaban, mi pene erecto había quedado en segundo plano, en medio de esa batalla de bocas, y recibía apenas pinceladas calientes de lo que sobraba de sus placeres, era todo tan erótico que llegaba al borde del éxtasis, mi esposa disfrutaba como nuestra amante saboreaba mi verga, y ella era parte del juego, estaba en el mejor momento, en el mejor lugar.

Naufragué en placer, no pude evitar cerrar fuerte mis ojos y reclinar la cabeza hacia atrás en el pináculo de mi orgasmo, bramé tratando de contener el aliento, mis manos apretaron con fuerzas la nada misma, sentí como mi semen, tal cual metralla descontrolada pegaba en las sábanas, a mi derecha, y como mi vientre se mojaba con mis propios jugos…

Miré la escena, aun mi verga caliente emanaba leche en el fin de mi orgasmo, ambas mujeres seguían besándose como si yo no existiera, como si me pija no estuviera entre ellas, solo que ahora la leche caliente había impregnado sus bocas, sus labios, sus lenguas, y jugaban con los besos blancos más eróticas que hubiera imaginado presenciar.

Seguimos jugando toda la noche, hasta quedar dormidos hastiados de placer.

Me desperté cuando los rayos de sol entraron por la ventana, llenando lentamente el cuarto de tenue luz. Me dolía bastante la cabeza producto de la resaca, fui al baño a higienizarme, luego volví para grabar en mis retinas para siempre la última escena, esa escena para inmortalizar en un lienzo, solo me quedé petrificado, ambas a un lado de la cama, ellas estaban completamente desnudas, en un inocente y pecaminoso cruce lésbico, donde rostros, pechos, vaginas, traseros, piernas y manos se fundían en una sola mujer, entrelazadas como amantes de toda una vida.

Cuando se despertaron juntaron sus prendas, se cambiaron, se arreglaron y la sensación fue que las cosas habían vuelto a la noche anterior, Azucena pareció reclamar su cetro de esposa, y Hyde comprendió que ella era la empleada que siempre había sido. En verdad solo cruzaron risas cómplices, pero era evidente la situación. Le pedí un móvil a Hyde para que la llevara a su domicilio, los tres bajamos por el ascensor, pero no existieron palabras, esta vez Azucena me tenía fuertemente tomada por el brazo, marcando territorio. La vimos partir hacia la recepción, mientras nosotros fuimos por el desayuno


El resto de la historia? Bien, sabía que habíamos jugado un juego peligroso, que habíamos caminado por el límite y que todo ese paraíso podía volverse infierno en un abrir y cerrar de ojos, yo amaba a Azucena y no estaba dispuesto a perderla, pero la atracción que sentía por Hyde me embriagaba, yo era la Luna, ella la Tierra, y como la gravedad, no me dejaba escapar, tampoco quería hacerlo.

Y no soy esos tipos que pueden llevar sin remordimientos de conciencia una doble vida, por un lado la familia ideal, con esposa e hijos, por otro, la eterna amante que espera en algún momento dejar de jugar en las ligas inferiores para transformarse en la figura del equipo, no, no se mentir, no puedo hacerlo

No dejé pasar mucho tiempo, nos sentamos una tarde, frente a frente como personas adultas, Hyde estaba hermosa, y sabía que si no daba el paso tal vez nunca lo haría, tragué saliva y le expliqué lo que sucedía, yo ya había movido contactos, influencias, le había conseguido un importante puesto, una mejora para su vida, con casi el doble de remuneración, solo con una condición, una puta condición, no podríamos volver a vernos, a hablarnos, seríamos fantasmas en el recuerdo, ella aceptó con lágrimas en los ojos y sentí como si un puñal se clavara en mi corazón, pero sabía que era la mejor de mis opciones.


Hoy nuestra vida sigue adelante, mi mujer, es tan hembra como siempre y esa noche fue solo cumplir una fantasía, voy a ser padre, sin dudas, sin dudas, soy un hombre afortunado.


FIN


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