¡Mi hermana me pide que la desvirgue!

¡Mi hermana me pide que la desvirgue!


Los hermanos habían compartido ya una sesión de sexo, aunque en realidad podríamos decir que fueron dos: una, la del dormitorio mientras estaban espiando a sus padres y Tom la cogió desde atrás y le metió su pito entre sus muslos y las braguitas, tras lo cual Cathy se enfadó con su hermano, tal vez ante la vergüenza de haber consentido tal atrevimiento por su parte; y otra después cuando hicieron las paces y en el sótano cuando Tom se ofreció a comerle su coñito y ésta a cambio lo masturbó.
Después de esto Cathy no le reprochó nada, pues aquello había sido tan maravilloso, la había satisfecho tanto, que cómo iba ella a reprocharle nada, al contrario, estaba muy agradecida por las atenciones tan íntimas que había recibido por su parte.
A partir de aquí volvieron a ser uña y carne, y sus padres siguieron asombrados por el hecho. Cada vez que podían se ocultaban en aquel sótano acogedor y a escondidas continuaban leyendo otro pasaje más de las memorias de aquel muchacho que largos años atrás había habitado aquella misma casa, donde se produjo su despertar sexual, al igual que les estaba ocurriendo a ellos...
«Después de follar a Dora con mi amigo Albert, conseguí que él siguiera follándola siempre bajo mi supervisión y disfrutamos de deliciosos encuentros a tres bandas, en los que alternativamente disfrutábamos de sus carnes voluptuosas y su gran raja húmeda y caliente. En ese sentido Dora se mostró como una mujer insaciable, que no parecía tener suficiente con los placeres que ambos nos esmerábamos en ofrecerle.
En cambio yo, me reservaba a Arel sólo para mí, su coñito joven, sus pechos menudos y sus labios carnosos hacían las delicias conmigo. Pero en cada encuentro sexual que tenía con ella, más odiaba a mi padre por pegarle y también por follarla, ¡la quería sólo para mí! Había descubierto lo poderosos que pueden llegar a ser los celos en un hombre.
Pero con el tiempo de todo se cansa uno, por muy delicioso que sea algo, siempre se termina entrando en cierta monotonía y uno ansía otras cosas. Sobre todo cuando se es joven y se quiere vivir deprisa y hacerlo todo sin mesura. Por eso aquella tarde un nuevo objetivo se abrió en mi mente, ante las turbadoras visiones que contemplé junto a mi querido amigo Albert.
Hacía calor, estábamos dormitando a la sombra de un fresno, junto al lago, sin nada mejor que hacer. Cuando unas vocecillas en la lejanía me despertaron de mi letargo, intrigado avisé a mi amigo y decidimos investigar.
A lo lejos en un cañaveral junto a la orilla del lago, pude ver dos figuras con vestidos blancos o casi blancos, que, a la luz del sol, resplandecían como si fuesen nubes sobre el suelo. Junto a ellas, otra figura de color, vestía el uniforme del servicio, de color oscuro, que contrastaba con la uniformidad de las otras dos mujeres. Debía ser una de las esclavas que nos atendían en casa como sirvientes.
Reconocí a mi hermana Renée y Albert al mismo tiempo dijo que la otra, la más alta, era su hermana Sandy. Ella era más alta y también la mayor de todos, mayor que su hermano Albert y que mi hermana y yo.
Seguimos mirando, un tanto divertidos pues las chicas parecían estar jugando al “pillapilla” y no paraban de reírse y correr una detrás de la otra. Luego pudimos contemplar cómo se acercaban al agua y parecían probarla con la punta de sus pies descalzos. Con el calor que hacía apetecía bañarse, lo que no podíamos imaginarnos es que ellas lo harían delante nuestro.
Vimos cómo se despojaban de sus vestidos y se los daban a la esclava, que los colgó en unas cañas. Por supuesto que no llegaron a desnudarse por completo, ya nos hubiese gustado, pero se quedaron en ropa interior, sendos culotes y camisas de tirantes que ocultaban sus encantos de mujer.
Entraron al agua, y divertidas jugaron ahora a echarse aquel agua fresca del lago, chillando como crías pequeñas. Luego se metieron más adentro, nadaron un rato y se encontraron en el agua frente a frente, parecían hablar, aunque esas palabras ya no nos llegaban a nosotros, pues habían dejado de gritar.
Nos pareció ver cómo Sandy se acercaba a mi hermana Renée y le decía cosas al oído. Ella reía tras lo que le contaba, y luego nos pareció ver que Sandy le dio un beso, pero no un beso cualquiera, ¡sino uno en los labios!
Ahí creció nuestro interés y curiosidad por lo que ocurriría a continuación. Las chicas salieron del agua y la esclava les ofreció unos paños para secarse que traía en un cesto de mimbre. Se secaron la una a la otra y mientras lo hacían era como si se estuviesen acariciando, o al menos eso nos parecía a nosotros desde nuestro puesto de observación.
Sandy miró a todas partes, como si hubiese detectado que las estaban observando, aunque Albert y yo estábamos parapetados sobre unos matojos en la orilla y a bastante distancia por lo que no podían vernos. Tras esto se giró hacia mi hermana y de nuevo la besó en los labios, Renée apartó su boca y también pareció escrutar el horizonte en busca de observadores. Como movida por el pudor, la hermana de Albert la tomó de la mano y la llevó junto a un cañaveral, tal vez buscando ocultarse de miradas curiosas. Allí echaron los paños en el suelo y se sentaron.
La más alta hizo que la otra se tumbara de espaldas y ella se echó a su lado, de costado, volviéndola a besar en los labios, a la vez que la mano que tenía libre acariciaba su espalda y su culote húmedos, que no se habían atrevido a quitarse.
Yo nunca había visto besarse a dos mujeres y Albert me confesó que tampoco, aquello le repugnaba y no paraba de maldecir y acordarse del demonio por lo que estábamos contemplando. En cambio, tampoco paraba de mirar la desconcertante escena, curioso trastorno bipolar sin duda.
Su hermana bajó y pareció besar el cuello de la mía y continuó desabotonándole la camisa hasta descubrir sus pechos, se los acarició y luego se los besó igualmente.
Curiosamente la esclava permanecía a unos metros, de pie y mirando a todos lados, tal vez haciendo de “vigilante” de las lascivas jovencitas que se habían abandonado a una suerte de placeres prohibidos entre mujeres. Se veía que no era la primera vez que lo hacían, pues se las veía muy desenvueltas en el asunto.
Pude ver los pechos de mi hermana descubiertos, cuando Sandy dejó de besarlos y continuó hacia su barriguita, sin duda yo sabía dónde iba y no tardamos en descubrirlo. Renée puso sus rodillas inclinadas y levantando su culo del suelo se despojó del culote, mientras Sandy se acomodó entre sus piernas, abriéndolas para tener vía libre.
Este último paso hizo que desde nuestra posición pudiésemos contemplar la negrura del monte de venus de Renée, que contrastaba con la blancura de su piel brillando al sol. Sandy se perdió entre la espesura de su vello púbico y mi hermana gimió en la lejanía. Allí continuó, sin duda, lamiendo y comiendo los jugos que yo ya había saboreado, los néctares de la joya de mi querida hermana.
Mientras le lamía la raja, Renée se tocaba el trasero a Sandy a su vez con una de sus manos, luego la deslizó y vimos como la sacaba debajo de sus pechos y se los palpaba descubriéndoselos tras haberle desabrochado también la camisa. Creí ver cómo le pellizcaba dulcemente los pezones y se los ponía duros, o lo vi o lo imaginé, da igual, pues la escena era tan caliente y novedosa que ahora en mi recuerdo parece un sueño.
Luego vimos como ocultaba la mano debajo del vientre de Sandy y ella daba un pequeño respingo, sin duda mi hermanita llegó hasta su su flor, acariciándola en íntimo contacto. Su hermano no podía creer lo que estábamos viendo, yo lo miraba de reojo y él comenzó a hurgarse en el pantalón, pues al igual que yo, estaba empalmadísimo.
La escena continuó allá a lo lejos, Sandy se levantó y se despojó de su culote, mostrando un bello cuerpo que resplandecía al sol. Luego se colocó a la altura de la cabeza de mi hermana, que permanecía tumbada, mirando a sus pies y agachándose como si fuese a sentársele en la cara.
Mi querida hermana alzó su cabecita y sacando su lengüecilla la llevó su vulva, más clarita que la suya pues Sandy era rubia, al igual que su hermano y desde esta postura tan original se la comió para goce y deleite de su partenaire que la miraba desde arriba.
La hermana de Albert gozó unos instantes de la lengua de su amiga y tras un arrebato de pasión se abalanzó sobre sus muslos y con su cabellera nos ocultó la vista del bello chocho de mi hermana. Aquello nos sorprendió, pues la postura era en si muy erótica y práctica pues ambas mujeres podían lamerse íntimamente para darse placer una a la otra.
Ante la sugestiva visión, Albert no pudo resistirse más, sacó su blanco falo y comenzó a menearlo delante mío. Tras haber follado juntos a Dora ya no se avergonzaba por estas cosas así que yo lo imité y comencé también a masturbarme.
Frente a nosotros, junto al cañaveral en el lago, las chicas volvieron a llamar nuestra atención pues sus grititos y gemidos se intensificaron. Ambos cuerpos se movían con frenesí y se retorcían una encima de la otra, luego se fueron aplacando y llegaron a quedar inmóviles una encima de la otra, como rebanadas de un bocadillo.
Aquello fue el no va más, ambas se habían corrido y ahora languidecían sin apenas moverse, jadeando, con sus bocas tan cerca de sus chochos que sus respiraciones aun debían calentarlos con el aliento. Es curioso porque en aquel instante repare en la esclava negra, ya no vigilaba, parecía haber perdido su interés en asegurarse que no fuesen descubiertas y las miraba descaradamente, como si ella también desease que alguien se ocupara de su entrepierna. Desde luego era difícil resistirse a una escena de sexo tan lujuriosa como la que ella y nosotros habíamos contemplado y permanecer impasible.
Albert de repente habló...
Oye, ¿y si vamos dónde están? ¡Podemos amenazarlas con contar lo que hemos visto si no nos dejan follarlas! —propuso él rabo en mano.
Pues no sé, seguramente gritarán y puede que alerten a alguien en los alrededores —dije yo prudentemente.
Podemos encargarnos de la esclava mientras el otro se abalanza sobre ellas y les advierte que si gritan contaremos lo que estaban haciendo, ¿no? ¡Sin duda el miedo atenazará sus gargantas y contando con el factor sorpresa puede que funcione! —aclaró él emocionado.
No sé, no estoy seguro de que salga bien... pero puede que nos divirtamos un rato al menos... —dije yo no muy convencido.»
Tom y Cathy estaban tapados con un saco, mientras compartían el otro abierto en el suelo, pues hacía algo de fresco y estaban en ropa interior en aquel sótano. Con la linterna encendida y el libro abierto, como ya era costumbre, ambos estaban uno junto al otro, boca abajo.
—Qué interesante, ¿no? Este es capaz de terminar haciéndolo con la hermana de su amigo —dijo Tom.
—O con su propia hermanita —replicó Cathy con una sonrisa maliciosa.
—¡Oh si, hermanita eso sería muy excitante, no crees! —añadió Tom mientras llevaba su mano al culito de su hermana bajo el saco de dormir.
Sus dedos se deslizaron entre sus glúteos bajo sus braguitas ahondando en el valle que se formó entre ellos mientras la tela se estiraba y adaptaba al contorno de su mano. Tom palpó su chochito desde atrás y notó la humedad que ya manaba de él. Y se excitó mucho por este hecho tan simple, que le hubiese parecido impensable tan solo hacía unos días.
Cathy, lejos de recelar por el agresivo movimiento de Tom, lo recibió con un largo gemido de placer, mostrando su aprobación ante tal atrevimiento y decidió seguir leyendo:
«Salimos reptando para no ser vistos y nos fuimos incorporando a medida que entramos en los matorrales que había junto al lago. Lo rodeamos mientras nos fuimos acercando hasta donde estaban las tres mujeres, ajenas aun a nuestras intenciones.
Cuando estuvimos cerca decidimos que Albert, más corpulento que yo redujese a la esclava mientras yo corría a amedrentar a las lascivas mujeres. Así que a la de tres nos pusimos en marcha en un precipitado plan, que por su locuacidad estaba condenado al fracaso y sin embargo, ¡funcionó!
Tom redujo a la esclava y le tapó la boca desde atrás para que no gritase. Yo corrí atropelladamente hasta donde estaban las dos mujeres desnudas y blancas como la leche, quienes aterrorizadas se taparon sus encantos a toda prisa con sus pequeñas manos y brazos.
Siseé y les les grité haciendo el gesto de silencio y sin esperar contestación me lancé entre ambos cuerpos tapando sus bocas.
¡Si gritáis les diremos a todos que estabais desnudas cometiendo un pecado mortal y que os hemos descubierto! Así que si queréis que guardemos silencio sobre lo que hemos visto, ¡callad y escuchad!
Mi voz sonó tan autoritaria que ambas se miraron la una a la otra y pareciendo comprender la gravedad del asunto ambas asintieron con la cabeza. Entonces las solté y mágicamente no gritaron, es más, no osaron decir ni una palabra.
Mientras tanto la esclava forcejeaba con Albert y éste la trajo hacia donde estaba con las dos mujeres y la echó al suelo.
¡Mira cállate, que pueden oírte y descubrirnos, esclava del demonio! —le gritó la hermana de Albert—. ¡Qué queréis de nosotras, no pensareis en violarlos! ¿Verdad Albert? —le dijo en tono sarcástico que no llegué a comprender.
¡Oh claro que no hermana, ya hemos visto que estáis saciadas en cuanto a placer se refiere! En cambio nosotros estamos sedientos de veros gozar y habíamos pensado en que nos podríais satisfacer tan sólo con vuestras manos.
¡Oh vaya, qué considerados! —dijo Sandy descubriendo con naturalidad los encantos que trataba antes de tapar con sus pequeñas manos—. Si van a ser sólo dos pajillas no hay problema Renée y yo os podemos complacer y hasta dejaros ver nuestros preciosos cuerpos si prometéis no decir nada de cuanto habéis visto. ¿Verdad Renée?
Mi hermana, que seguía aun tapada asintió con la cabeza mientras me miraba con cierto horror reflejado en su rostro.
Perfecto entonces Sandy, quien sabe, tal vez deseéis probar nuestras mingas en vuestros chochitos si os apetece —dijo Albert en tono victorioso.
Vuestras cositas pequeñitas no creo que pudiesen compararse con el placer que una mujer sólo sabe dar a otra mujer, pero el problema es que somos vírgenes y vírgenes queremos seguir, pues no queremos ser condenadas al infierno por un acto así —explicó la hermana de Albert—. ¿Aceptáis nuestras condiciones, o no? —ambos nos miramos y asentimos dando por válido el ofrecimiento.
Sin duda la religión siempre ha sido un poderoso freno a la lujuria del hombre, sobre todo al principio, cuando la mente es joven y la libertad se ve atenazada por el yugo de las escrituras que aplasta las hormonas y hasta el deseo más íntimo.
Está bien, con dos pajillas nos conformamos, por supuesto podemos cruzarnos, es decir, Renée me lo hará a mí y tú a él —dijo señalándome con el dedo—, para no ser hermana contra hermano, ¿estáis de acuerdo?
Mi hermana estaba aterrorizada por la situación, tal vez no se veía capaz de hacer algo así. Yo recuerdo sus ojos y justo en aquel momento, en que Albert hizo la propuesta, lo supe, ella no quería tocarlo, así que tal vez el grado de familiaridad le ayudase a pasar aquel trance, así que repliqué.
¡Alto, Albert! Oye yo prefiero que me lo haga mi hermanita y que a ti te lo haga la tuya, así todo quedará en familia, ¿no te parece?
¡Vaya con los hermanitos! —exclamó Sandy con su tono sarcástico habitual—. Vamos a seguirles el juego nosotros también Albert, no tendrás impedimento en que tu hermanita te masturbe, ¿verdad?
¡Oh bueno, no...! —contestó Albert para alivio de mi hermana y mío.
Por alguna razón detecté que a Renée no le hubiese gustado tocársela a Albert, por eso urdí este plan, aunque tampoco pensé si le gustaría tocarle el pito a su propio hermano, pero mientras me acomodaba a su lado vi que me sonrió y supe que había acertado.
Nos colocamos sentados a su lado, yo entre Renée y Sandy y Albert a su izquierda, de manera que las chicas se echaron del costado izquierdo para dejar libre su mano derecha y poder masturbarnos fácilmente. La esclava se quedó sentada en nuestra proximidad sin saber bien hacia donde mirar o que hacer, pero no intentaba ocultar que nos miraba, sin duda le interesaba la escena.
Me bajé los pantalones y apareció mi miembro pero con los nervios, ni siquiera me había puesto excitado así que estaba flácida y morcillona. Albert extrañamente ya estaba empalmado, así que su hermana le echó mano con destreza y comenzó a movérsela con naturalidad, atreviéndose a dar lecciones a mi hermana como si fuese su institutriz.
¡Mira pequeña, tienes que moverla así, con fuerza! —le indicó mientras sacudía el duro miembro de su hermano.
Renée cogió mi piltrafilla y sonriéndome comenzó a acariciármela, poco a poco creció y pronto la tuvo en su mano. Yo la miraba mientras lo hacía y ella me sonreía, cuando me susurró al oído:
¿Lo hago bien hermanito?
¡Oh si muy bien hermanita! —dije yo excitado—. Oye, ¿te alegras de que sea yo y no Albert? —le pregunté también susurrándole al oído.
¡Si! Albert me da miedo y le huele el aliento a rayos —rio Renée.
Los hermanos “mayores” nos miraron en aquel momento y tras descubrirnos cuchicheando, no tardaron en burlarse.
¡Mira hermanita, los hermanos cuchichean, no quieren que sepamos lo que se dicen! —gritó Albert.
Claro Albert, es que están intimando, ¿no los ves? Seguid así chicos, lo hacéis muy bien —nos apremió Sandy.
Algo que no entendí desde el principio es la naturalidad con que se tocaban ambos hermanos. Sandy se la meneaba con soltura a Albert, denotando cierta experiencia y él le sobaba los pechos mientras lo hacía y permanecía recostado y distraído dejándose masturbar. Tanta familiaridad me extrañó y quedó grabada en mi mente.
Tras un rato de tocamientos mi amigo Albert, reparó en la esclava, que no paraba de mirarnos a todos.
¿Oye chicos, podría follarme a vuestra esclava? —nos preguntó en voz alta sorprendiéndonos a todos.
No sé, es la esclava de compañía de Renée, ¿a ti te importa Renée? —le pregunté yo, dejando que fuese ella la que tomase la decisión.
¡Claro que no, Solayne es muy servicial, se dejará follar si le gustas —contestó ella dando vía libre—, en cambio si protesta la dejas en paz, ¿de acuerdo Albert?
La esclava miró a Renée y luego a Albert sin decir nada. Este se acercó y se puso a los pies, entonces le arremangó el viejo vestido, la esclava se mantuvo como petrificada ante sus acciones. La esclava no llevaba taparrabos, lo que me extrañó, llevaba un culote como el de mi hermana, sin duda ella se lo había proporcionado.
Albert tiró de él y se lo bajó despacio, la esclava le facilitó el movimiento sin pronunciar palabra y cuando terminó su chocho negro y de pelo enmarañado apareció a la luz del sol. La chica era mestiza, así que su piel no era completamente negra, sino más bien marrón claro, sin duda era bonita, yo no había reparado aun en ella hasta verla desnudarse hoy ante nosotros, estaba al servicio exclusivo de Renée lo cual era todo un privilegio en comparación a cómo vivían los esclavos en la hacienda familiar.
Mi amigo empuñó su blanca estaca, la esclava lo miró sin decir nada y a continuación se echó sobre ella buscando la entrada de su sexo. Ésta se quejó cuando la sintió entrar y apretó sus dientes blancos, que contrastaban con el color de su piel, tragando saliva. Y Albert, en plan burro comenzó a embestirla sin piedad.
Vosotras podéis vestiros —les dije yo mientras los tres mirábamos atónitos la escena protagonizada por Albert y la esclava.
¿Y tú qué vas a hacer? —me preguntó para mi sorpresa la hermana de Albert, mostrándose esplendorosa en su desnudez sobre los paños blancos que había en el suelo.
Su precioso cuerpo blanco, con sus areolas sonrosadas y su larga melena rubia que le caía por los hombros reposando sobre sus blancos pechos llamaron mi atención, y luego fui bajando la mirada hasta llegar a su pubis, igualmente rubio, con pelo largo y enmarañado que lo cubría, donde no pude distinguir su raja pues ella, discretamente mantenía sus muslos juntos y pegados, formando una Y entre ellos y su pubis.
No sé, miraré cómo lo hacen o, bueno, si queréis, sería muy interesante verme acariciado por dos chicas tan guapas —les insinué, presintiendo que la pregunta de Sandy iba con segundas.
¡Oh qué imaginativo eres! Anda échate y jugaremos contigo, serás nuestro esclavo particular, —rio Sandy.
Como yo presentía la hermana pareció sentir atracción por mí, igual que yo la sentía por ella así que sentí un escalofrío de tan sólo pensar en la posibilidad de que me dejase probar su flor sonrosada.
Por supuesto estaré encantado de que me acariciéis las dos si lo deseáis, aunque bueno si Renée no quiere, no tiene por qué hacerlo, ya que ella es mi hermana lo comprenderé.
¡A mi no me importa! —exclamó para mi sorpresa mi querida hermana.
Sandy dio una sonora risotada, tomó mi miembro con sus manos y con soltura empezó a masturbarme.
Mientras Albert gozaba de la esclava, quien ya no se quejaba sino más gozaba con cada embestida encima suyo. Yo era acariciado por mi hermana, quien con sus delicadas manos recorría mi pecho barbilampiño y Sandy, quien me masturbaba con maestría.
Al estar reclinada de costado, tenía sus preciosos pechos sobre mi cabeza, mientras se apoyaba con una mano en el suelo y con la otra me masturbaba. Así que me giré y comencé a chuparlos, detalle que la sorprendió gratamente.
¡Oh qué hermano más atento tienes Renée, me gustaría tener uno igual para mí —rio Sandy.
Mi hermana nos miraba, también recostada a mi lado, atónita ante aquella visión mía chupando los pechos de Sandy mientras esta me la meneaba. Yo sospechaba que nunca había visto una minga de verdad, y mucho menos fornicar a nadie. Y mientras su mirada se debatía entre la observación de la minga que movía suavemente y la fornicación de de Albert con su esclava de compañía, parecía no tener ojos para verlo todo a la vez.
Por fin Albert pareció sentirse incómodo y se quitó los pantalones, dejando a la esclava un momento en el suelo. Entonces su minga, tan blanca como la mía pero más peluda, de un bello color rubio como el de su hermana lució al sol, terminada en su capullo de un rojo fuerte contrastaba con la blancura de su prepucio. Todos lo miramos, como si se estuviese exhibiendo, hasta se quitó su camiseta acuciado por el calor y el esfuerzo de la fornicación.
Para nuestro asombro Solayne también se desnudó por completo dejándonos admirar su precioso cuerpo mulato de piel color ‘café au lait’, como diría un francés.
Entonces supe que deseaba aquel cuerpo, ya tendría ocasión de buscarla en algún momento en la casa, a solas o con mi hermana. Ahora ella se puso por iniciativa propia a cuatro patas y como si fuesen perritos la folló de nuevo por detrás. La esclava, nos miró tal vez avergonzada pero dispuesta a dejarse hacer, su calentura la turbaba más que la vergüenza.
La hermana de Albert seguía masturbándome y yo volví a sus pechos.
¿Te gustan mis pechos? ¿Son preciosos verdad? —preguntó muy pagada de sí misma.
¡Oh si, son preciosos! —dije yo y automáticamente se me ocurrió mirar a mi hermana quien también los lucía al aire a mi lado—. Los tuyos también son muy bonitos Renée —se me ocurrió decirle al tiempo que también se los cogía con la mano libra, provocándole un sonrojo inesperado y que apartase la vista con una sonrisa en sus labios.
Entonces Sandy me besó, cogió mi cara y la acercó a su boca, y sus dulces labios me besaron bajo el sol del atardecer. Para mi sorpresa, sentí un contacto íntimo sobre mi verga erecta en aquel momento, sin poder creerlo vi cómo mi hermana tímidamente la había cogido y la movía despacio como hacía antes. Al verme que reparaba en ella de inmediato apartó su mano avergonzada.
¡No sigue, lo haces bien! —le dije para animarla.
Un poco temerosa continuó acariciándola mientras yo volvía a los labios de Sandy y tras otra refriega, ésta pareció cansarse de tanto beso y mientras mi hermana me masturbaba con mucha suavidad, sin peligro de que me fuese a correr, ella se levantó y se sentó descaradamente encima de mi cara ofreciéndome su joya rubia y sonrosada.
Atónito, la contemplé mientras lo hacía, luego miré su raja rosada, la olí y finalmente la le clavé mi lengua para que sus dulces néctares me embriagaran. Aferrándome a su culo seguí comiendo, enterrando mi cara entre sus muslos mientras esta se sostenía sobre las rodillas. Sentí entonces un calor un tanto agobiante pero seguí lamiendo hasta que sus jugos resbalaban por mis mejillas y ella volvió a gozar como antes, cuando era Renée la que estaba bajo su joya.
Sin yo saberlo, Renée se acercó a mí, yo no podía verla pues tenía a Sandy en frente de mi cara mientras me comía su jugoso raja y cuando sentí el leve roce de los labios de mi hermana sobre mi capullo, se me erizó el bello y sentí vértigo.
Para cuando la introdujo por primera vez en su boca la sensación fue brutal. Tímidamente la saboreó y luego volvió a tragársela, chupándola tan dulcemente que era hasta desesperante y desee que lo hiciera con fuerza, así que tomé su cabeza y la empujé contra mi verga sin verla, pues seguía con Sandy encima de mi cara, entonces sentí como apretaba sus chupadas en torno a mi glande y me excité muchísimo.
Sandy se giró para ver lo que pasaba a sus espaldas y se sorprendió tanto como yo.
¡Así me gusta mi muchachita, chúpasela a tu hermanito! ¿Está buena verdad? —rio de nuevo la descarada Sandy y mi obligó a meterle la lengua en la raja apretándome la cara con fuerza.
Encelado como una fiera, lamí y comí cuantos jugos manaron de su fuente, creo que hasta le comí su secreto ojal y no me importó lo más mínimo. A las sensaciones que me proporcionaba mi hermana, se unió el sabor del chocho, su olor embriagador sobre mi cara y entonces descubrí que el culito de Renée estaba a mi alcance, así que, sin verlo, extendí la mano por su espalda y la bajé hasta su culo, colando mis dedos entre sus blancos cachetes hasta alcanzar su chochito.
Su raja estaba muy abierta e hinchada y mis dedos se hundieron en ella sin dificultad, eso si, advertí una leve sensación de dolor en ella pues se quejó, por lo que recordé que era virgen así que evité profundizar en ella y me limité a acariciar su vulva por fuera, a frotar cada rincón de su piel circundante. Con esto ella quedó muy complacida y moviendo sus caderas mostró su aprobación por mis íntimas caricias.
Mientras tanto, ajenos a la pareja interracial, Albert nos sorprendió rugiendo a nuestro lado. Abstraídos como estábamos en nuestro fantástico trío, nos hizo despertar con sus gemidos exagerados a conciencia, a los que se unieron los de la esclava que gozaba encima suyo, ahora era ella la que lo follaba a él, mientras éste le apretaba los pechos y se los comía. Era el éxtasis, el fin de su fornicación y no pude evitar sentirme tentado de dejarme ir en mi éxtasis así que me aferré con ambas manos al culo de Sandy y se lo comí con más intensidad.
Ésta se retorció encima mío y gimió con más ritmo mientras sus néctares me inundaban toda la cara. Tenía espasmos y mi pelvis se contraía con ritmo y mi hermana siguió arropándome el capullo con sus labios, pero sin moverse, pues no era necesario ya que era yo quien proporcionaba el movimiento, hasta que sentí mi leche subir a punto de estallar, así que decidí no sorprender a mi dulce hermanita y apartándola de su boca la empuñé con mi mano y moviéndola frenéticamente, ante su mirada de asombro, ésta comenzó a lanzar su maná por los aires, como una fuente en vertical.
Yo sabía que me Renée lo vería todo así que en cierta medida me excité de mostrarle cómo eyaculaba un hombre, sin duda, una gran novedad para ella.
Muchas sensaciones para una única tarde. Tras todo aquello cada uno buscó sus ropas y todos nos vestimos. Cuando llegó el momento de la despedida, sólo la descarada Sandy se atrevió a decir algo.
Bueno chicos, tal vez otro día podamos seguir guardando nuestro secreto, ¿estáis de acuerdo verdad?
A lo que todos asentimos con las cabezas...
Pues lo dicho, que nadie ose pronunciar una sola palabra de esto y tal vez la próxima vez podamos volver a disfrutar juntos.
Y tras estas palabras nos despedimos y cada uno siguió un camino distinto, Albert y yo por un lado y ellas tres por el otro...»
El dedo de Tom hacía círculos en el chochito de su hermana, muy lubricado ya a estas alturas, con sus braguitas manchadas por la humedad. Ésta se giró tras terminar de leer el relato.
—¿Me comerías el chochito Tom? —le preguntó sin reparos.
—¡Oh si hermana, por supuesto! Oye y si practicamos el sesenta y nueve, yo me pondré debajo, ¿vale? —le propuse tras recordar en el relata Renée y Sandy.
—Bueno, podemos probarlo —dijo Cathy sonriente.
Los muslos de ella arroparon las orejillas de Tom, mientras sintió la calidez que desprendía su sexo sobre su cara. Ella por su parte se inclinó sobre su él y chupó su glande, sintiendo Tom cosquillas al posarse su melena sobre sus muslos e ingles.
Cathy estaba muy excitada encima de Tom, mientras ya sentía su lengua acariciar sus pequeños pliegues entre sus ingles mientras sujetaba su verga dura y tiesa ante ella. También estaba muy excitada pues sería la primera vez que chuparía una éstas, así que decidió no esperar más y abriendo su boquita suave se lanzó a tragar su glande.
El sabor que percibió fue muy parecido al de las gotitas de semen el día anterior, y como ya estaba prevenida no le desagrado. Sintió la calentura de su glande penetrar en su boca y se descuidó de forma que este casi rozó su campanilla, sintiendo leves arcadas, tras lo que se recuperó y siguió apretando sus labios en torno a aquella piel tan suave y lisa.
La lengua de Tom, como la de prota de las memorias, ya saboreaba los jugos de su hermanita mientras sentía una gran impresión al notar como la boca de ella arropaba delicadamente su verga en una experiencia compartida que no les dejaría indiferentes.
Cada cual chupó, comió y lamió el sexo al otro con dulzura y delicadeza largo rato, con la complicidad ganada tras las relaciones furtivas que ya habían mantenido, habían llegado a un grado de confianza mínimo a partir del cual, el disfrute era mayor y la naturalidad con el que se proporcionaban placer, hacía que éste fluyese a raudales.
Cuando Tom iba a correrse avisó a su hermanita de lo que se le venía encima, pero Cathy, que ya había saboreado la leche decidió continuar y chupó con más ahínco, dispuesta a degustar mi corrida en su boquita de piñón.
Tom sintió como salía su néctar con cada espasmo en el interior de la caliente boca de Cathy que no paraba de chupar, si bien aún no fue mucha cantidad debido a su actividad sexual diaria, por lo que a Cathy no la sorprendió en exceso y no tuvo que arrepentirse de su decisión tomada “en caliente”. Lo saboreó curiosa y no sintió arcadas ni nada de eso, así que decidida lo trago conforme este salía y ella chupaba. Transportando así a su hermano a un terreno inexplorado, salvaje y lúbrico de donde no hubiese querido salir jamás.
En su cielo, Tom arremetió con fuerza con su lengua penetrando y chupando a su hermana con ella y esto dio sus frutos, permitiendo que Cathy explotara literalmente encima de su cara y tuviese que aferrarse a sus piernas y casi contenerse para no morderlas con el ansia que su orgasmo le provocó.
Finalmente se recompusieron y Cathy abandonó las alturas y se colocó de nuevo junto a su hermano tapándose ambos con el saco de dormir que usaban para taparse ambos.
—¿Cómo será follar? —le preguntó de repente su hermana.
—No lo sé, pero tiene que ser algo maravilloso, ¿no crees? —confesó Tom.
—Yo creo que sí, aun soy virgen, ¿lo sabes? —confesó ella.
—Por supuesto hermanita, ¡lo sé! —dijo simplemente Tom.
—¿Te gustaría follarme algún día? —le propuso Cathy ni corta ni perezosa.
—No querrías esperar a hacerlo con otro, ¿con alguien a quien amases? —preguntó Tom para sorpresa de su hermana.
—Hombre estaría bien, pero no quiero esperar tanto. Además estoy segura de que hacerlo contigo me gustará —aseguró ella acariciándole el pelo.
—No sé hermanita, eso mejor que lo pienses antes, ¿vale? No ha prisas —concluyó Tom, que sintió respeto ante la atrevida propuesta de su hermana.
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Este relato forma parte de Memorias: Entre el pasado y el presente, una novela donde Tom compartirá con Cathy las memorias de un misterioso personaje que les transportará a la América de las plantaciones de esclavos al tiempo que se conocerán tan íntimamente como lo hacen las parejas...

2 comentarios - ¡Mi hermana me pide que la desvirgue!

Romeochica +1
Pues para que se la folle otro te la follas tu jajaja
Romeochica
Pero que si quieres quedamos los 3 jijiji