Juegos prohibidos de una madre con su hijo mayor...

Juegos prohibidos de una madre con su hijo mayor...



La vida en la isla se estaba haciendo monótona y salvo por mis deslices por las tardes espiando a mi hijo, el día se resumía en buscar algo que comer y un poco de leña y hojas secas para encender fuego que nos permitiese cocinar y calentarnos en las noches cuando refrescaba.
Como la isla era grande y aún no sabíamos si había indígenas o incluso otros náufragos desdichados como nosotros, nos dedicamos a hacer excursiones para conocerla y así completamos su circunvalación andando por las de las playas o subiendo a las rocas donde no había playa y los acantilados se sumergían en la espuma de las olas que rompían contra ellos.
Ahora estábamos seguros de que estábamos solos, de que la isla era bastante grande y que  podía proveernos de suficientes recursos alimenticios y que nadie más había allí, salvo nosotros.
La relación con mi hijo Carlos cambió mucho desde que tomé la decisión de echarlo de mi cama, pues casi no me hablaba y si lo hacía mostraba su mal humor
Pero desde que empecé a espiarlo en sus masturbaciones todo cambió, ahora yo lo mimaba más, de vez en cuando le daba un beso en la mejilla y le decía lo mucho que lo quería, y hasta me permitía acariciarle su fornido pecho desnudo bromeando sobre lo fuerte que estaba. Admito que este acto me excitaba y que no me resistía a hacerlo a pesar de mis remordimientos, sobre todo porque luego lo recordaba en mis masturbaciones y me excitaba muchísimo.
Él a cambio, me complacía también cazando las aves para la noche, me ayudaba a desplumarlas con agua caliente que el mismo traía del lago y hasta me traía flores para que me las pusiese en el pelo o alguna fruta exótica y deliciosa para comer.
 De repente empecé a notar que él también me acechaba, cuando iba a hacer mis necesidades o cuando me bañaba. Lo cual complicó mis expiaciones, pues éramos como el ratón y el gato intentado darse esquinazo, pero buscándose para el almuerzo.
En el fondo esto me divertía, dado el poco trabajo que teníamos en la isla, estos momentos eran como la sal y la pimienta en aquella isla desierta.
Y comencé a jugar con él, dejaba que de vez en cuando él viese cuando me bañaba cubierta por mi camisón, me mostraba desnuda bajo la tela mojada, sabiendo que mis encantos se trasparentaban a través de ella, ¡incluso la pegaba yo misma bajo mis pechos y cintura para que mi figura fuese más evidente! A él se le abrían los ojos y yo le sonreía, esto me divertía mucho.
Ellos se bañaban conmigo también yo notaba como él se excitaba pues sus calzoncillos crecían y crecían y con pudor lo obligaban a meterse bajo el agua para ocultarse de mi vista. Yo lo miraba con descaro y reía, incluso lo invitaba desde la orilla, con mi camisón mojado, a que saliese a frotarme la espalda con el jabón. Él se excusaba para no salir con su patente erección y entonces era Daniel quien lo hacía y me frotaba ante su vista.
Otras veces, estábamos buscando algo que comer y Daniel se alejaba, entonces pedía a su hermano que vigilase y me agachaba para hacer piss pidiéndole que no mirase, aunque la tentación era fuerte y seguramente lo hacía, pues yo me ponía de espaldas a él, por recato, así que seguramente se giraba y de reojo contemplaba mis nalgas desnudas mientras yo hacía mis necesidades.
Esto también dio sus frutos, pues Carlos se masturbaba con más frecuencia, cambiando de sitio para hacerlo, ya no siempre se iba tras las rocas alejadas de la playa, ahora lo hacía en cualquier parte cuando le entraban ganas. Lo cual hacía más divertido espiarlo y acecharlo, aunque no siempre lo encontraba.
Yo seguía durmiendo con Daniel, el dulce e inocente Daniel, y a veces mientras dormía, ¡Dios me perdone! Le acariciaba sus duras y suaves nalgas, luego le palpaba su miembro viril logrando que este creciera bajo la tela de sus calzoncillos, mientras, yo me acariciaba bajo mi camisón.
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Náufragos es mi primera novela y siempre he pensado que tiene, en cierto sentido, mágia. Una relación incestuosa y caliente como ninguna, una fantasía desatada, sí, eso es lo que despierta en mi cuando recuerdo como escribí sus calientes páginas...

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