Olivia: Subastada en una fiesta liberal

—¡Que sí tía! animaros. Ya verás como lo pasamos genial —, trataba de convencerme Sandra, después de más de media hora al teléfono
—No sé Sandra. Se lo comentaré a Enrique, pero como mucho podremos ir solo el sábado. Ya te dije que tenemos planes para esos días. —, intenté excusarme, pues la verdad no me apetecía volver a Madrid ese fin de semana.
—Granada no se va a mover del sitio, podréis ir cualquier otro fin de semana. Ya verás como nos divertimos —, comentó Sandra sin dar su brazo a torcer.
—Bueno, ya veremos… —, dije deseando colgar de una vez —Esta noche lo hablo con Enrique, y mañana te cuento. Ahora te voy a dejar, que tengo que trabajar —, le respondí intentando colgar cuanto antes.
Odio cuando la gente se pone tan reiterativa con cualquier tema.
—Vale guapa, te dejo trabajar entonces. Mañana Hablamos. Dale un beso a tu marido de mi parte, y otro muy fuerte para ti —, dijo por fin despidiéndose.
—Un beso cielo, dale recuerdos a Oscar —, manifesté antes de retirar el móvil, que ya quemaba en mi oreja.
Mi marido y yo habíamos conocido a Sandra y a Oscar, en una de nuestras primeras visitas a un club liberal de la capital. A pesar de que no frecuentábamos demasiado ese tipo de habiente, ya que nuestros juegos, siempre van más encaminados a buscar hombres solos, con los que divertirme. Pero en alguna ocasión, también nos hemos atrevido a probar estímulos diferentes.
Después de aquel primer intercambio con Oscar y Sandra en el club, nos quedamos tomando los cuatro unas copas, hablando de nuestras cosas, hasta altas horas de la madrugada.
Antes de despedirnos, decidimos intercambiar nuestros teléfonos. A partir de entonces, quedamos en algunas ocasiones, para salir a cenar, y a tomar algo. Rematando la noche, como no podía ser menos, en casa de ellos. Al final, además del sexo que compartíamos los cuatro, nos habíamos hecho buenos amigos.
Sandra era una chica muy parecida a mí, ambas rondábamos los cuarenta, las dos éramos rubias, aunque yo siempre he llevado el pelo corto, y ella en cambio llevaba una larga y cuidada melena. Además, las dos teníamos aficiones comunes como, por ejemplo: irnos de tiendas a comprar ropa juntas, salir a correr, intercambiar libros…
Oscar era un hombre bastante atractivo y morboso, que me hacía disfrutar del sexo de una forma muy intensa. Lo malo era que se le notaba demasiado que se sentía bastante atraído por mí. Su propia esposa, me lo había dejado caer en más de una ocasión. Incluso un día, me hizo prometerle que nunca estaría con Oscar, sin estar ella presente.
—Nosotros siempre hemos tenido una norma que nunca hemos quebrantado. Podemos estar con quien queramos, pero no podemos estar a solas con nadie, siempre tiene que estar el otro presente. Me gustaría que me prometieras que nunca lo harás a mis espaldas. No es que no me fie de Oscar, pero también soy consciente de la fuerte atracción que él siente por ti —, me comentó una mañana que ambas habíamos salido a correr juntas por El Retiro.
Ellos dos, llevaban casados desde hacía más de veinte años. No tenían hijos, y pese a que Sandra no había trabajado nunca, el matrimonio disfrutaba, de una más que buena situación económica. Habían entrado en el mundo liberal, casi desde el comienzo de su relación.
En cambio, en nuestro caso, Enrique y yo llevábamos menos de dos años casados, ya que tanto mi esposo como yo, veníamos de un segundo matrimonio. Yo tenía dos hijos de mi primer matrimonio, con el que compartía su custodia. Enrique por su parte, no había tenido descendencia.
Tuve que esperar hasta la noche, para poder comentarle a Enrique, la conversación que había tenido por teléfono con Sandra. Ambos estábamos en el salón, frente a la tele, tomando una copa antes de irnos a dormir.
—Hablé con Sandra esta mañana por teléfono, se tiró más de media hora hablando —, comenté de repente.
—¿Qué tal están? —, preguntó, extrañado de que le hiciera ese comentario, ya que sabía que Sandra y yo hablábamos casi a diario.
—Bien —, dije sin querer alargarme —Me contó, que están organizando una especie de fiesta, con amigos del ambiente liberal. Deben de haber alquilado una especie de chalet, o algo así —, comencé a contarle por encima.
—¿La organizan ellos? Supongo que conocerán a mucha gente, pues se mueven mucho en ese ambiente desde siempre —, comentó Enrique, haciendo ruido al mover los hielos de la copa.
—Por lo que le he entendido no solo lo organizan ellos. Debe de ser un grupo liberal, de allí de Madrid. Por lo visto, cada una de las parejas organizadoras, puede invitar a una pareja, o a una chica.
—Joder como se lo montan. Así se aseguran meter sangre nueva en sus camas. Frescos chochitos y nuevas pollas que follarse —, dijo mi marido con su típica ironía.
Yo me reí de la ocurrencia de Enrique.
—Pues nada, que Sandra está empeñada en darnos a nosotros la invitación, para que los acompañemos a la fiesta —, terminé diciendo por fin.
—Ella sabe que a nosotros ese tipo de eventos no nos gustan. No es nuestro ambiente —, rezongó mi marido
—Eso mismo le dije yo, además es para otro fin de semana, y ya le he dicho que tenemos reservado desde hace mucho tiempo, para ir a pasar tres días a Granada. Mañana le diré, que le agradecemos la invitación, pero que no podemos ir —, añadí apurando lo que me quedaba de la copa, dando el tema ya por finalizado.
Esa misma mañana hablé con Sandra y le expliqué que, Enrique y yo habíamos decidido no ir a Madrid ese fin de semana.
Por lo tanto, decidí olvidarme del tema por completo, centrandome en el trabajo, y disfrutar a la vez de mis dos hijos, que estaban toda esa semana en casa conmigo.
Pero esa noche noté a Enrique más juguetón y guasón que de costumbre, por lo que sospeché, que algo se traía entre manos.
Al final, imitando mi forma de actuar de la noche anterior, esperó a que mis hijos se fueran a su cuarto.
—Esta tarde me ha llamado Oscar —, me dijo sin dejar de mirar a la pantalla del televisor.
—¿De verdad? —, pregunte extrañada —¿Y que quería?
—Quería hablarme de la fiesta liberal que me comentaste ayer. Por lo visto, Sandra ya le había comentado, que tú habías rechazado la invitación.
Permanecí en silencio dejando hablar a mi marido, sabía que Sandra era una mujer que no se conformaba fácilmente, pero no me esperaba que hiciera que su marido, llamara a Enrique para tratar de convencernos.
—Debe de ser un evento bastante especial para ellos. Cada año, la fiesta se tematiza con un tema diferente, e intentan recaudar dinero, que luego donan a una asociación benéfica —, me explicó Enrique haciendo una pausa, extrañado, seguramente por mi dilatado silencio. Sabía de sobra que Oscar me gustaba mucho, y que solo hablar de él me ponía nerviosa.
—Sí —, afirmé al fin. —Algo de eso me comentó Sandra. Por lo visto este año el tema va sobre la piratería o algo así. Supongo que se disfrazaran con patas de palo y parche en el ojo —, intenté bromear.
—No —, negó Enrique con rotundidad. —No se trata de eso. Por lo visto, hacen una especie de mercado, donde se subastan mujeres. El viernes subastan hombres y pujan las mujeres, y el sábado es al contrario —, puntualizó mi marido.
—¡No me lo puedo creer! —, exclamé din poder contenerme —Que imaginación le echa alguna gente, para echar un polvo. Vamos, que Sandra quería que yo hiciera de puta con sus amigos—, añadí con cierto sarcasmo.
Mi marido se rio a carcajadas.
—¡No mujer! Luego el dinero de las subastas, se dona a una asociación benéfica. No es obligatorio, según me ha comentado Oscar, que los invitados o los organizadores sean subastados. Tampoco exigen que se tenga que realizar alguna puja. También se puede ir a la fiesta, ver la subasta, y luego al que le apetezca, mezclarse más íntimamente con los invitados —, terminó de explicarme mi marido.
—Te noto interesado en el tema. ¿No estarás pensando ir? —, interpelé con un gesto severo en los ojos.
—Pues si te digo la verdad… la temática de la fiesta ha despertado mi interés —, dijo casi sin dejarme terminar la pregunta.
—¿Me estás diciendo que te pica la curiosidad, u otra parte de tu cuerpo, en ver como subastan mujeres? No pensé que te motivara pagar por follar—, le interpelé algo ofendida.
—¡Ya te salió la vena feminista! Te estoy diciendo, que el viernes es al contrario. Pujan las mujeres, y se subastan tíos —, contestó elevando un poco el tono.
—No se trata de feminismo ni de chorradas. Pero no creo, que tratar a las personas como objetos, o como trozos de carne, sea algo erótico —, dije negándome a entrar en ese insano juego.
—¡Vale! No he dicho nada. Olvídalo Olivia, tienes razón. Mañana llamo a Oscar, y le digo que no cuenten con nosotros — declaró, dando el tema por finalizado.
Los días siguientes noté a Enrique un poco airado conmigo, seguramente yo me había excedido en mis comentarios. Ambos siempre nos habíamos negado a enjuiciar cualquier acto, que dos personas mayores de edad hicieran con su consentimiento. Siempre nos habíamos reído de esos estúpidos moralistas, que piensan que su escala de valores es superior, y se permiten ir dando lecciones de vida.
—Cari —, le dije al día siguiente a mi marido mirándolo directamente a los ojos —He hablado esta mañana con Sandra. Me ha dicho que aún no han invitado a nadie, y que están guardando las invitaciones, por si a ultima hora nos lo pensamos mejor. Si te apetece, podemos dejar lo de Granada para otra ocasión —, le comenté en tono afectuoso.
—Olvídalo Olivia. Aunque tú me lo pidieras, la verdad es que tampoco estoy seguro que me apeteciera ir —, dijo haciéndose el remolón.
—¿No te apetece volver a verme follar con Oscar? —, le pregunté tratando de despertar su instinto de cornudo.
—Sabes que no hay cosa que disfrute más en este mundo, que verte gozar con otro hombre —, me contestó cambiando ya un poco el tono de sus palabras.
—¿A quién le interesa visitar la Alambra? —, le pregunté riendo, totalmente en tono de chanza. —Vayamos a la fiesta —, añadí incitándolo.
—¿Estás segura? —, preguntó dudando por mi repentino cambio de parecer.
—Claro, necesito que me follen bien, y Oscar sabe hacérmelo estupendamente. —, le respondí agarrando su verga, que comenzaba a ponerse dura como el acero.
—¿Ah sí? ¿Te folla acaso mejor él que yo? —, preguntó ya totalmente entregado al juego.
—Cariño ¿De verdad quieres que te conteste a eso? —, le dije riéndome, tratando de humillarlo para acrecentar aun más su excitación —Casi todos los hombres con los que he estado, me lo hacen mejor. Hasta el cornudo de mi exmarido, me jodía mejor que tú —, mentí al mismo tiempo que, comenzaba a masturbarlo.
—¿Sabes? —Preguntó para llamar mi atención —Me daría morbo ver cómo te subastaban. Observar, como te dejas follar por el mejor postor. Advertir como pagan por follar contigo —, relató ya totalmente sumergido de lleno en sus fantasías.
—¿Crees que alguien estaría dispuesto a pagar por meterla en este chochito? —, pregunté al tiempo que me subía a horcajadas sobre él, y comenzaba a rozar su glande por toda mi vulva.
—¿No te pondría cachonda comprobarlo? —, me preguntó mirándome fijamente a los ojos.
—¿Tú que crees? —, le interpelé colocando su glande frente a la apertura de mi coño, dejándome caer a pulso, sobre su verga. —Ahhh… —, gemí al sentirla entrar dentro de lo más profundo de mi vagina.
—Creo que te derrites solo de pensarlo. Se te moja el coño, con solo imaginarte ser tan puta —, susurró intentando inútilmente, abarcar mis pechos con las palmas de sus manos.
Entonces comencé a moverme cambiando el ritmo, cerré los ojos y empecé a imaginarme todo lo que mi marido me estaba contando. No tardé, demasiado tiempo en sentir, como mi coño era literalmente atravesado, por la incipiente llegada de un placentero y brutal orgasmo.
Cuando poco a poco recuperé de nuevo la calma, saqué su gruesa verga de mi coño, y me la llevé a la boca. Enrique seguía hablando morbosamente, mientras yo pasaba mi lengua por su suave glande, justo antes de comenzar a mamarla, hasta que por fin cerró sus ojos y, solo acertó a decir:
—Olivia me corro. Me corro. Que gusto me das —decía, elevando el tono, mientras mis labios dejaban caer su caliente leche, sobre mis pechos.
Cinco minutos después, cuando yo regresaba del baño de limpiar la corrida sobre mis tetas, comprobé que Enrique dormía ya como un angelito.
Cuando por fin el sábado llegamos a Madrid, nos dirigimos directamente a la urbanización donde vivían Oscar y Sandra.
—¡Que alegría veros! —, dijo Sandra con la misma efusividad, con la que nos recibía siempre.
Un poco después, ella y yo nos fuimos de compras, a un centro comercial. Mientras los chicos se fueron a tomar algo a un irlandés.
La verdad es que pasé una tarde muy agradable con mi amiga Sandra, probándonos ropa, y yendo de tienda en tienda. Al final cuando regresamos a su casa, ambas íbamos muy cargadas de bolsas.
Habíamos decidido irnos a tomar algo, y luego ir cenar, justo antes de que comenzara la fiesta. Por lo que nada más llegar a casa, Sandra y yo, decidimos comenzar a prepararnos.
Ella se fue a su dormitorio, al piso de arriba, y yo me duché en el baño de la habitación de invitados, que Enrique y yo ocupábamos cuando íbamos a su casa de visita.
En ese momento mi marido se dio cuenta que no había traído el cargador de la cámara de fotos, y decidió ir a comprar uno, mientras yo me iba preparando.
Cuando salí de la ducha comencé a vestirme. Me puse un vestido negro que me había comprado esa misma tarde con Sandra, y que me quedaba espectacular. Mis piernas lucían en todo su esplendor, ajustándose a mi culo como un guante. Además, tenía un elegante escote a pico, que hacía destacar y despuntar, acentuando el volumen de mis pechos, también me puse un pequeño tanga blanco y unos zapatos de tacón alto, tipo Stiletto, que también había comprado esa misma tarde.
Estaba ya pintándome los labios, cuando escuché abrirse la puerta del dormitorio. En ese momento pensé que sería mi marido, que ya estaba de vuelta con el cargador de la cámara de fotos.
Pero de repente, vi con sorpresa reflejado en el espejo del baño, la imagen de Oscar que se acercaba por detrás. Mi corazón se aceleró al verlo. Entonces noté, como me agarraba por la cintura, pegando su entrepierna directamente contra mi culo. Sentir el calor de su cuerpo, me hizo estremecerme. Sin embargo, me mantuve recta y traté, poniéndome a la defensiva, de rechazar su abrazo.
—¡Oscar! ¡Suéltame! ¡Esto no está bien! —, exclame haciéndome la ofendida. —Sandra está arriba preparándose, no tardará en bajar, y Enrique debe de estar al llegar —, le dije con un tono totalmente enojado.
—No te preocupes —, dijo con calma —Sandra acaba de entrar en la ducha, y suele tardar bastante tiempo en secarse el pelo. En cuanto a tu marido, todavía se demorará un poco más —dijo volviendo a juntar su cuerpo contra el mío.
Entonces aprovechó para levantar mi ajustado vestido nuevo por la parte de atrás, dejando mis nalgas expuestas, solo ataviadas con el tanga.
—¡Qué culo más bonito tienes! —exclamó sin dejar de palparme los cachetes.
—¡Oscar! —, volví a exclamar protestando —No puedo hacerle esto a Sandra. Se lo he prometido —, añadí dándome la vuelta, bajando y colocando mi vestido.
—Olivia me vuelves loco, me encantan tus piernas —, comenté intentado meter una de sus manos, entre mis muslos.
Yo candé las piernas, tratando de impedir el avance de su mano hacia arriba.
—Saca la mano —, le reprendí con severidad, justo cuando sus dedos casi podían tocar la tela de mis bragas. Sabes que yo también lo deseo, pero tenemos que esperar. Esta noche podremos estar juntos cuando vengamos de la fiesta —, intenté apaciguar sus ansias.
No me puedo esperar a la noche. Necesito follarte Olivia. Llevo empalmado desde que Sandra me dijo que vendrías —, casi me suplicó, intentando darme la vuelta
—Para por favor —, le rogué nerviosa.
Pero sus manos eran más rápidas que mis estériles intentos de que se estuviera quieto. Cuando me quise dar cuenta, me volvía a tener apoyada en el lavabo, con el vestido levantado desde atrás, mientras me manoseaba a su antojo.
Entonces escuché detrás de mí, el ruido de la cremallera de su pantalón. En ese momento supe que me iba a follar allí mismo.
De un fuerte tirón, y sin ningún tipo de delicadeza, me bajó las bragas hasta la mitad de mis muslos. noté ansiosa como se pegaba completamente a mí, apuntando con su verga a la entrada de mi vagina.
Hasta ahí llegó mi resistencia, ese fue el momento en el que mi armadura se derritió, como un escudo de cera expuesto al sol.
Instintivamente, me abrí de piernas todo lo que mis bragas, semi bajadas, me permitían hacerlo. Eché mi cadera hacia atrás, entregándome así, absolutamente a Oscar.
Ese maravilloso instante, en el que noté como el cipote de Oscar, era insertado completamente dentro de mi vagina.
El me agarró por las caderas, y comenzó a moverse, sacando y metiendo su dura polla de mi sexo. Yo cerré los ojos, pretendiendo sentir cada una de sus embestidas, intentando acrecentar así, las sensaciones placenteras que mi cuerpo comenzaba a experimentar.
«Que puta eres Olivia», me grité a mi misma interiormente. «¿Cómo puedes entregarte a Oscar así? ¿Hacerle esto a Sandra?», me repetía como una plegaria que me atormentaba, mientras la verga de su marido. entraba y salía incesantemente, de mi húmedo coño.
—Me gustas. Me gustas mucho Olivia —, me susurraba al lado del lóbulo de mi oreja sin dejar de follarme —¿Te gusta Olivia? ¿Te gusta sentirme dentro? —, preguntaba conociendo de sobra la respuesta, sin dejar de moverse.
—Me encanta. No pares por favor. Sigue follándome—, le comenté ahogando los intensos gemidos, que intentaban salirse de mi boca. Tuve que tapármela con la palma de mi mano, para evitar gritar, cuando el clímax comenzaba a mostrarse con toda su intensidad.
Las fuertes y masculinas manos de Oscar, palpaban mis pechos, mientras besaba mi cuello, mi nuca, mi espalda…
—Me corro cariño —Anuncié tratando de apagar mi voz. —Ahhh… Ahhh…Ahhh…— Expresé al fin, esa maravillosa y eléctrica sensación del orgasmo
—Yo también me corro Olivia. Agáchate un poco, quiero correrme en tu hermoso culo —, me pidió.
Yo obedecí, entonces el sacó su verga de mi vagina, y por el espejo pude ver como comenzó a masturbarse intensamente.
Unos instantes después, noté su leche caliente cayéndome sobre las nalgas, mientras no paraba de musitar mi nombre, como una especie de jadeo. Como si el propio sonido de mi nombre, le acrecentara y estimulara ese momento
—Olivia. Olivia. Oliviaaa —, nombró repetidas veces.
Cuando terminó por fin de eyacular sobre mis nalgas, cogió un trozo de papel higiénico, y se limpió, cerrando a continuación su bragueta. Entonces me volteo con sutileza, fundiéndonos en un cálido y corto beso, para después salir a toda prisa de la habitación.
Cuando se marchó, comprobé que me había manchado de semen el vestido. Entonces con cierto enojo, no me quedó otro remedio que cambiarme de ropa.
Cogí una minifalda vaquera y una camiseta de tirantes negra. Pensé con cierto malestar, que no iba vestida adecuadamente para la fiesta.
Un minuto después entró Enrique, por fin había comprado el dichoso cargador.
No le conté nada en ese momento, ya le explicaría todo, cuando llegáramos a nuestra casa.
Un rato después, Sandra me miró de arriba abajo extrañada. —¿No te ibas a poner el vestido negro que te compraste esta tarde? —, me preguntó.
—No me veía bien, me aplastaba un poco el pecho —, mentí, inventando una excusa.
—Si hubiera sabido que no te lo ibas a poner tú, tal vez te lo hubiera pedido —, me contestó.
—Así estás estupenda. Me encanta como te sienta la falda. Te hace muy buen culo —, dije intentando salir airosa.
Ella pareció aceptar mi cumplido, y no volvió a mentar mi vestido negro, que permaneció guardado en la bolsa, manchado con la abundante corrida de su marido.
Unos minutos más tarde, lo cuatro nos fuimos en el coche de Oscar. Pasando un rato bastante agradable. Primero tomando unas cervezas, y luego en el restaurante.
Me hubiera gustado dejar la fiesta de lado, e irnos como otras veces los cuatro de fiesta. Pero el tiempo se echaba encima, y nada más terminar de cenar, marchamos siguiendo la señal de la ubicación, que le habían enviado a Oscar, a través de un mensaje a su móvil un rato antes.
Cuando llegamos al lugar, ya había más de una veintena de coches aparcados cerca de la puerta. La fiesta se celebraba en un apartado Chalet cerca de la sierra madrileña. Junto a la puerta de entrada del jardín, había dos guardas de seguridad, que pedían la invitación a todos los asistentes.
Nada más pasar, nos acercamos a una de las improvisadas barras, que había en el amplio jardín, para pedir unas copas.
—¡Vamos Olivia, vamos apuntarnos! —, exclamó Sandra casi gritando emocionada.
Yo me quedé un poco desconcertada, no sabiendo que me quería decir.
—Se refiere a la Subasta de chicas —, me aclaró Oscar que había notado mi desconcierto.
Yo negué con la cabeza de forma categórica. «Por supuesto que no tenía pensado apuntarse a semejante dislate. Una cosa era haber venido a la fiesta, y otra muy diferente, el vender mi cuerpo como una ramera», pensé totalmente convencida
—¡Venga Olivia, que nos lo pasaremos genial! —, Intentó animarme Sandra al ver mi negativa.
—Lo siento cielo, pero yo no valgo para esas cosas. Me moriría de vergüenza, estando ahí expuesta, esperando que alguien puje ¿Y si encima no puja nadie? Fíjate que corte. Ni hablar —, negué rotundamente.
—No te preocupes, estoy seguro que alguien pujara. Eres una mujer que llama mucho la atención —, trató de animarme Oscar —Sin duda, alcanzarías una de las pujas, más altas de la noche. Además, recuerda que el dinero que se recauda, es para una buena causa. Míralo de ese modo—, añadió riéndose.
—Además en caso de que nadie puje, cosa que no va a pasar, puede hacerlo Enrique en el último momento —, dijo Sandra para terminar de convencerme.
—¿Comprar a mi propia esposa? Menuda inversión… ¿Para qué iba a comprar lo que ya tengo cada noche? —, bromeó Enrique.
Cinco minutos después, ya con la segunda copa en la mano, comencé a dudar un poco. Todo ese morboso juego de verme entregada a un hombre, que me deseara tanto, que incluso, pagara por estar conmigo, terminó por excitarme.
—No sé… es que me da vergüenza —seguí poniendo alguna objeción, pero ya de una forma menos rotunda.
Poco a poco mi resistencia inicial, como me había pasado un par de horas antes con Oscar, cedió. «A veces soy incapaz de mantener las piernas cerradas», pensé.
Entonces, Sandra y yo, cogidas de la mano, atravesamos el jardín para irnos a apuntar a la subasta.
Allí nos explicaron que todos los asistentes a la fiesta, podían participar en dicha subasta. Todas las chicas apuntadas, teníamos un mismo “precio” inicial de salida, y cada vez que alguien levantara la mano, el precio se elevaría en otros cincuenta Euros.
Además, como participantes voluntarias, nos comprometíamos a “pertenecer” a la persona que hubiera ganado nuestra subasta. Una vez que la puja hubiera finalizado, bajaríamos del escenario, y nos sentaríamos junto al hombre o la pareja, que nos hubiera “comprado”.
 Nos explicaron que no había límite de hora, que nosotras podríamos dar el juego por finalizado, en el momento que así lo decidiéramos. El único requisito, es que en ese momento tendríamos que abandonar la fiesta.
Habían colocado un escenario, y una especie de animador, con un micrófono en la mano, sería el encargado de presentar la Subasta.
Comenzó explicando a los asistentes, las reglas que ya nos habían aclarado a nosotras, en el momento de apuntarnos.
Frente al escenario, habían colocado sillas, donde se sentaban los asistentes y participantes a la subasta.
—¿Tomamos otra copa? estoy histérica —, le comenté a Sandra.
—No te preocupes Olivia, te lo vas a pasar muy bien. Recuerda que solo es un juego para divertirse. En realidad, aunque alguien puje por ti, no tienes que hacer nada que no quieras —, dijo cogiéndome nuevamente de la mano, acompañándome hasta la barra.
—¿Sandra, no me presentas a tu amiga? —, preguntó interesándose por mí, un hombre cincuentón, bajo, calvo y algo entrado en carnes, que llevaba de la mano una chica totalmente antagónica a él. Ella era muy joven, alta, rubia y extremadamente delgada.
—No te había visto Jaime —, se disculpó Sandra con cierta desgana —Olivia, él es el Jaime —, añadió presentándonos.
El hombre se acercó decidido hasta a mí, entonces me sujetó por las caderas dándome dos besos, descaradamente cerca de la comisura de mis labios.
—Encantado Olivia —, dijo mirándome de arriba abajo —No tenía intención de pujar esta noche, pero viendo el material… quizás debería pensármelo —, agregó sin dejar de observarme.
La chica no abrió la boca, pero noté como me miraba con cierto desprecio. Me resultó llamativo, que una cara tan angelical como la de la joven, con unos intensos y redondos ojos azules, pudiera exteriorizar tanta arrogancia.
—Bueno Jaime, nos vamos a tomar algo. La subasta va a comenzar, y queremos beber una copa antes, para animarnos un poco—, se disculpó Sandra que, tirando de mi mano, me llevó por fin hasta la barra.
—¿Quién es? ¿Lo conoces? —, pregunté un tanto curiosa.
—¿A Jaime? Claro, todo el mundo lo conoce. Es bastante habitual a este tipo de fiestas liberales. Es socio principal de unos de los bufetes de abogados más importantes. También creo que está metido en el ayuntamiento. Es un poco empalagoso, pero es un hombre tan perspicaz e inteligente, que a veces me da miedo. Más de una vez ha intentado follarme, pero hasta ahora, siempre me he negado —, dijo acercando su boca a mi oído, bajando discretamente el tono.
—No me extraña, muy guapo precisamente no es. En cambio, su novia o su pareja, es tremendamente joven y bella—, dije inocentemente.
Sandra comenzó a reírse ante mi cándido comentario.
—¿Su pareja? —, dijo sin parar de reírse —Conozco a su mujer, tendrá treinta y cinco años más que esa pobre chica. Juliana es una beata remilgada, que mira a todo el mundo por encima del hombro. Ella no conoce este mundo, no tiene ni la menor idea. Jaime siempre viene acompañado por alguna de sus amigas. Se comenta que son prostitutas —, dijo esto último bajando aún más el tono.
—¿Prostitutas? —, pregunté extrañada.
—Bueno… eso no nos incumbe. Allá ellos —, dijo Sandra olvidándose del peculiar personaje.
En ese momento Oscar y Enrique se acercaron hasta donde estábamos nosotras. Enrique me agarró por la cintura, dándome un cálido beso.
—Estoy muy nerviosa —, le expliqué casi temblando —No entiendo cómo me he dejado embaucar en esto —, dije al fin sonriendo.
—No te preocupes, no es más que una diversión. Relájate y disfruta. Además, estás preciosa —, comentó, dándome un segundo beso.
—Si ves que nadie puja por mí, hazlo tú. Me moriría de vergüenza si soy la única mujer, que se queda allí plantada —, manifesté, apuntando al escenario
Justo cuando anunciaron que quedaban diez minutos para que comenzara la subasta, me acerqué con Sandra hasta el escenario. Allí nos entregaron una especie de banda, con un número. El mío creo que lo recordaré toda la vida. El quince.
En ese momento, apagaron la música y el presentador comenzó a explicar por el micrófono, a grandes rasgos, y de forma ágil y clara, como sería el desarrollo de la subasta.
Entonces el resto de invitados, comenzó a ocupar las sillas frente al escenario. Un par de chicas, vestidas para la ocasión, fueron entregando una especie de palas, en forma de corazón, con el número cincuenta, serigrafiado en negro.
Con un gesto, el presentador nos hizo desfilar a todas por el escenario. En el mismo orden que teníamos impreso en la banda.
Yo tenía tanta vergüenza, a pesar de las copas que había bebido, que no era capaz de levantar los ojos del suelo. Ni siquiera intenté buscar a mi marido entre el público.
Después de esa primera ronda en grupo, todas volvimos a situarnos detrás del escenario. En ese momento, comenzó a sonar una música de fondo, elevando aún más el tono del micrófono del encargado de animar la subasta.
Salió la primera chica. Se trataba de una mujer de unos treinta años, bajita, pero bastante guapa de cara, y con unas curvas muy bien proporcionadas. Vestía un elegante y sexy vestido oscuro, muy parecido al que yo tenía pensado llevar esa noche, y que, por culpa de Oscar, había tenido que quitarme.
El animador le fue preguntando algunas cosas, que ella trataba de responder, con más o menos gracias.
Cuando por fin se abrió la puja, un hombre levantó la pala, dando a entender que accedía a pagar el precio de salida, tras un par de subidas, por otros dos asistentes. Al final fue el primero, el que se llevó el gato al agua.
—¡Vendida para el caballero de la camisa azul clara! —, dijo el presentador de la fiesta, dando un seco golpe de maza.
Una vez que se cerró la puja, la chica bajó del escenario dirigiéndose hasta el hombre que había pujado por ella. Una vez allí, se sentó encima de sus rodillas. Continuaron presentes, ya como espectadores, el resto de la subasta.
Fueron saliendo chicas con idéntico resultado, por algunas se recaudaba mayor dinero que por otras, siempre dependiendo del número de hombres interesados en cada puja.
Cuando se cerró la puja por Sandra, sabía que la siguiente sería yo. Vi a mi amiga, encaminarse y sentarse, sobre el hombre que había ganado su subasta. Era más o menos de nuestra misma edad, noté en los gestos de ambos cierta complicidad, Por lo que deduje que ya se conocían.
—Ahora vamos con nuestra siguiente chica. La número quince —, dijo el presentador, mientras mi corazón casi se me escapaba del pecho.
Al igual que había visto hacer a lo largo de la noche al resto de mis compañeras, salí al escenario. Intenté llevar un paso firme y seguro, pero la realidad es que estaba muy nerviosa.
—¡Guauuu! Sin duda aquí tenemos un mujerón espectacular. Alta, guapa y con unas piernas de infarto —, dijo intentando adornar mi presentación —¿Cómo te llamas preciosa? —, me preguntó haciéndome señas para que me acercara al micrófono
—Olivia. Me llamo Olivia —, dije repitiendo sin saber la razón, dos veces mi nombre.
—Eres preciosa, Olivia. Déjame que te diga que estoy tentado de cambiar el micrófono por una de esas palas —, comentó bromeando el presentador.
—Gracias —, dije un tanto avergonzada al sentirme tan expuesta a tantas miradas.
Entonces el animador, me cogió de la mano, y me hizo dar varias vueltas en círculo, para que todo el mundo pudiera observarme, en diferentes ángulos.
—¡Guauuuu! Que preciosidad de hembra. ¿Estás casada Olivia? —, preguntó para hacerme hablar.
—Si, estoy casada. He venido con mi marido —, dije buscando a mi esposo entre el público.
—Pues creo que habría que darle un aplauso al marido de Oliva, por habernos traído este pedazo de mujer. Entonces los asistentes aplaudieron, obedeciendo las indicaciones del presentador.
—Vamos a comenzar la puja de esta preciosa fémina —, anunció cogiendo una especie de mazo, y golpeando secamente contra un bloque de madera en forma de peana.
Nada más iniciarse la puja, vi una pala levantada al fondo. Era Enrique, entonces respiré aliviada.
Pero unos segundos después vi levantarse diferentes palas, con forma de corazón. Yo me sentía totalmente abochornada. No me atrevía a mirar directamente al público que asistía a mi subasta. Aunque en el fondo, la adrenalina por causa de dicha exhibición pública, me mantenía excitada.
Escuchaba como la cifra se iba incrementando. Yo estaba deseando que todo eso terminara.
«¿Por qué me había dejado arrastrar hasta allí? ¿Qué hacía vendiendo mi cuerpo al mejor postor?» Entre todas las cosas que había hecho, sin duda, esta me pareció la más indigna. No dejaba de atormentarme a mí misma, totalmente arrepentida. Por haberme dejado convencer, primero por mi marido para asistir a la fiesta, y luego por Sandra para presentarme a la subasta.
—Vendida al caballero de la izquierda, de traje oscuro. Mi más sincera enhorabuena —, escuché decir de fondo al presentador.
Entonces miré, justo de frente, un poco a mi izquierda Jaime me sonreía satisfecho, haciéndome un ademán, para que bajara.
Junto a él, estaba su joven acompañante que me echaba miradas incendiarias. En parte, me sentí una intrusa que ocupaba un territorio que no le pertenecía.
Bajé las escaleras del escenario, totalmente ida. Parecía un boxeador sonado que se mantiene de pies sin pensar, ni oír ni mirar. Cuando llegué abajo, me encaminé hasta donde estaba Jaime. Él me indicó que me sentara sobre sus rodillas, y yo no fui capaz de decir nada. Me dejé caer sobre ese desconocido, manteniendo mi cuerpo totalmente rígido.
—Hoy, tú yo nos lo vamos a pasar muy bien —, dijo acercando su boca a mi oído, a la vez que colocaba una de sus manos, descaradamente y sin más preámbulos, sobre mis muslos, colándose por debajo de la tela de la minifalda.
Mi primera reacción fue querer apartar aquella asquerosa mano, que toqueteaba mi pierna, levantarme del regazo de aquel hombre, al que apenas conocía de nada, y marcharme a casa con mi marido.
Quería irme de allí, pero me sentía avergonzada solo de pensarlo, yo me había prestado a participar a ese mórbido e insano juego, que me había llevado a estar así. Dejándome manosear, sentada sobre las rodillas de un hombre, por el que no sentía ningún tipo de interés por acostarme con él.
—Tanya —, dijo el hombre llamando la atención de su joven acompañante —Sin duda he hecho una buena adquisición. También tiene buenas tetas —, comentó de forma soez hacia a mí, riéndose orgulloso, mientras una de sus manos, se metía decididamente por debajo de mi camiseta, a través del escote. Palpando, de forma obscena uno de mis pechos.
Vi pasar justo a mi lado a Enrique y a Oscar. Ambos me miraron. Ninguno sonreía, quizá se dieron cuenta de la encrucijada en la que me encontraba. No pude aguantarles la mirada, pues me sentía avergonzada. Sentada así, como una niña sobre las rodillas de Jaime, mientras él me toqueteaba a su antojo, comprobando el material que acababa de comprar.
—Vamos a tomar una copa antes —, dijo, como dándome a entender, que es lo que pasaría, después de que tomáramos dicha copa.
Entonces me rodeó, con un brazo por la cintura, y otro a su joven acompañante, a la que aún no había escuchado hablar en ningún momento.
Jaime, nos llevaba así, permaneciendo en medio de las dos. Mostrándonos orgulloso, como si fuéramos valiosos trofeos de caza. Ambas, le sacábamos bastantes centímetros de altura.
—Que quieres tomar preciosa —, me preguntó propinándome un ligero azote en el culo.
—Puerto de Indias, con Royal Bliss de frutos del bosque —, respondí, hablando por primera vez.
—Me gustaría que me explicarás ¿Qué lleva a un marido, a compartir a un mujerón como tú, con otro hombre? —, me preguntó, acercándome la copa.
—En cambio yo me pregunto ¿Qué lleva a un hombre, a pujar por una mujer, teniendo a su lado, una chica tan guapa como Tanya? —, dije con un tono de voz, bastante arisco y huraño.
La chica me miró al escuchar como pronunciaba su nombre, como si no entendiera realmente lo que estaba diciendo sobre ella. Simplemente me miró, expresando nuevamente su desprecio hacia mí, como si yo fuera una intrusa.
Jaime rio divertido.
—El morbo supongo. Hay gente que opina que el sexo es la palanca que mueve el mundo, yo sin embargo opino, que el morbo es mucho más intenso, que el propio sexo—, respondió sin dejar de mirarme a los ojos. —Tú eres un buen ejemplo de ello, podrías estar casi con el hombre que tu eligieras, sin embargo, aquí estás, vendida al mejor postor. ¿Qué fue lo que te impulsó a venderte? —, me preguntó.
—La verdad es que ni yo misma lo sé. No entiendo como me dejado arrastrar a este juego —, dije llana y sinceramente.
—No te preocupes Olivia, estoy seguro que lo pasaremos bien. No sé que te habrá contado Sandra de mí. La verdad es que, a esa zorra, nunca le he caído bien. Supongo que a pesar de esos aires liberales que se da, no deja de ser una puritana de mierda —, dijo despectivamente de ella.
—Por favor, te pido que no hables mal de Sandra en mi presencia. Es mi amiga —, le rogué —Si lo haces, encontraría una buena excusa para marcharme y dejar el juego ahora mismo —, le amenacé retándole.
—La amistad, querida Olivia. Está sobrevalorada ¿Te gusta Oscar verdad? He visto como lo mirabas al pasar. Tu cuerpo temblaba como el de una quinceañera —, comentó en tono un tanto jactancioso.
—Es guapo. Bastante más guapo que tú —, dije intentando herirlo.
—¿Te lo follarías? ¿Te follaría a Oscar si Sandra te pidiera que no lo hicieras, y supieras que ella no se iba a enterar? — Me interpeló, elevando un poco el tono, como si estuviese ofreciendo su alegato ante un jurado.
—Por supuesto que no —, negué categóricamente, a la vez que recordaba interiormente arrepentida, lo que había ocurrido unas horas antes en el baño con Oscar.
—Algo me dice que mientes, Olivia —, manifestó buscando mis ojos, que yo aparté de forma instintiva. —¿No sois tan amigas? Estoy seguro que, si te vieras en la tesitura de tener que elegir entre la amistad de Sandra, o la polla de su marido, no dudarías demasiado. Te aseguro que tú y yo, no somos tan diferentes como crees —, comentó, dando un largo trago a la copa, cuando terminó de hablar
—Me parece absurdo todo esto que dices —, mentí, intentando aparcar un tema, que me hacía sentir bastante incómoda y avergonzada.
—Esperarme aquí. Tengo que ausentarme un momento para ir al baño —, dijo desapareciendo entre la gente, dejándome allí plantada con la joven rubia, que no dejaba de mirarme de forma intimidante
—No me lo vas a quitar —, refunfuñó Tanya de repente, con un marcado acento, arrastrando algunas sílabas —Es mío, zorra entrometida. Yo lo vi primero —, añadió contrayendo su angelical rostro.
—No quiero quitarte a nadie, él no me interesa para nada —, intenté explicarle.
—Yo he visto como él ha pagado dinero por ti ¿Por qué dices que no me lo quieres quitar? Él da siempre buenas propinas, me lo follaré yo… — dijo callándose de repente, al ver venir a Jaime de frente.
Bueno, ya está todo arreglado, tenemos una habitación a nuestra disposición en el piso superior. Creo que ya va siendo hora, de que compruebe, si lo que he invertido en vosotras dos, ha merecido la pena —, manifestó, metiendo una mano debajo de la minifalda, agarrando y estrujando una de mis nalgas. Yo instintivamente di un salto hacia delante, intentando escapar de su indiscreta mano.
—Aquí no, por favor —, dije algo ruborizada —Vamos dentro si quieres —, añadí apuntando en dirección a la casa.
Jaime me estaba tratando como lo que esa noche era, una vulgar ramera, No podía reprocharle nada, yo me había prestado voluntaria a todo aquello. Ese era mi papel en el juego, en el que yo había accedido a participar, ser su fulana.
—¿Crees que eres menos furcia que ella? —, me preguntó apuntando hacia Tanya.  —Créeme si te digo, que has salido bastante más cara que ella, y te aseguro que Tanya, es una chica muy complaciente —, masculló, mientras nos encaminábamos hacia la casa.
Preferí no entrar en su de provocación y no contestarle. Agaché la cabeza, y decidí morderme la lengua. Quería que todo fuese lo más rápido posible.
—Enhorabuena por la subasta Jaime, pensé que hoy no pujarías al verte venir también acompañado —, le saludó un hombre justo cuando nos disponíamos a entrar por la puerta.
—Quién se resiste a una mujer como esta —, dijo dándome un cachete —La carne es débil. Mario creo que debiste subir la puja algo más, te retiraste demasiado pronto, para comprar a una mujer como Olivia —, respondió Jaime sin soltarnos, a ninguna de las dos.
—Llegué hasta mi máximo. Mi mujer no me permitía pujar más. Pero la verdad que ya me hubiera gustado. La chica lo vale. —, dijo mirándome de arriba abajo, como si yo fuera una yegua en una feria de ganado.
Esquivé la mirada del desconocido. Era más joven y más atractivo que Jaime, sin embargo, había algo en él, que no me daba buena espina.
—Es lo malo de venir a este tipo de fiestas acompañado de tu mujer —, respondió Jaime con ironía —que no te dejan disfrutar en paz —, dijo en tono de chanza.
Por fin pasamos dentro de la casa, subiendo directamente al piso de arriba. Entramos en una habitación, que había al fondo del pasillo. Me extrañó que el chalet estaba decorado, incluso con las fotos de sus dueños, y algunos objetos personales.
La habitación era amplia, y estaba decorada en un estilo moderno. Paredes y mobiliario en tonos claros y líneas restas. Un amplio ventanal presidía la pared frontal, donde se podía ver el jardín, donde la fiesta continuaba.
Jaime se sentó en la cama, entonces me hizo señas para que me sentara de nuevo sobre sus rodillas.
—Desnúdate Tanya. Tú Olivia, quédate aquí sentada —, me dijo poniendo una de sus manos sobre mis muslos —Tienes unas piernas preciosas —, comentó subiéndome un poco más la minifalda, para dejar a la vista, casi completamente todo mi muslamen.
—Gracias —, acerté a decir en un hilo de voz, que no estoy segura que él llegara a escuchar.
Tanya comenzó a desnudarse. La chica era incluso más alta que yo, tenia una preciosa melena rubia. Lo primero que despertó mi interés, fue un extraño tatuaje en su espalda, una especie de jeroglífico, que destacaba profundamente sobre su piel clara. De sus pequeños y tiesos pechos, sobresalían unos pezones gruesos y sonrosados.
Me fijé como se quitaba con gracia un minúsculo tanga de color blanco, no pude menos que mirar hacia su sexo. Entonces me llamó la atención, que tenía vello sobre su pubis, un pequeño triangulo bien recortado, muy rubio.
—Es preciosa ¿no crees? —, me preguntó Jaime sin dejar de mirar embelesado a la chica.
—Sí, es muy guapa —, confesé tímidamente, sin dejar de mirarla.
—Es muy joven. Solo tiene dieciocho años. Pero te aseguro que tiene más mundo y más experiencia, de la que adquieren muchas personas en toda su vida. Esta zorrita es toda una superviviente —, dijo en tono casi paternal y orgulloso.
No pude evitar pensar que yo tenía un hijo casi de la misma edad que Tanya. Intenté quitarme ese pensamiento de la cabeza.
—Me encapriché de ella en uno de mis viajes y me la traje. ¡Así soy yo…! siempre me gusta rodearme de cosas buenas, y de las mujeres más bonitas. Por eso hace un rato, cuando te vi con la putita de Sandra, supe que esta noche probaría tu dulce chochito —, dijo justo en el momento, que comenzó a rozar la tela de mis bragas, con la punta de sus dedos.
En otras circunstancias, seguramente hubiera disfrutado ese gesto. Ese primer contacto, cuando el hombre que va follarte, toca tu sexo. Sin embargo, ese día, mi cuerpo no pudo evitar adoptar cierta rigidez.
—Ven, acércate —, dijo mirando a Tanya, que ya estaba completamente desnuda frente a nosotros —¿Has visto Olivia que culito más prieto tiene? —Dijo, propinándole un par de azotes en las pequeñas nalgas de la joven, que hicieron que su blanca piel, enrojeciera al momento.
—Son pequeños —, dijo como leyéndome el pensamiento —Pero no te dejes engañar, Olivia. Nada es lo que parece. Aunque su culito tenga un aspecto frágil y quebradizo. Te aseguro que es el culo más resistente e incansable que he visto en toda mi vida, Puede aguantar juegos, que ni siquiera podrías imaginarte. Pero dejemos el culo de Tanya por ahora. Siéntete aquí con nosotros —, dijo apuntando la pierna que le quedaba libre.
La chica obedeció, y tomó asiento. En ese momento ambos comenzaron a besarse. Pude ver como la lengua de él, entraba en la boca de la chica, y como ella la aceptaba junto a la suya, Mientras una mano de Jaime, seguía apoyada entre mis muslos, tocando leve y sutilmente, la tela de mis bragas.
—Deliciosa —, dijo separando su boca de la chica, un par de minutos más tarde —Tanya siempre sabe deliciosa. Es toda una exquisitez —, dijo mirándome a la cara —Si divorciarme de mi mujer no me saliera tan caro, me casaría con ella—, añadió sonriendo, comenzando al mismo tiempo, a pasar uno de sus dedos por la comisura de mis labios. Llegando cada vez más cerca, de la abertura de mi boca.
—Tienes unos labios preciosos, Olivia. Siendo una mujer tan promiscua como tú ¿Supongo que habrás besado a infinidad de hombres? —, me preguntó con cierto tono humillante.
—Si —, respondí afirmativamente entrándole al juego.
—¿Cuántos? Olivia ¿Cuántos hombres han besado tu boca? —, preguntó rozando con la yema del dedo, la punta de mi lengua.
—Muchos. Me han besado muchos hombres—, dije sin poder resistirme, sacando la lengua y comenzando a chupar su dedo, que introdujo completamente en mi boca.
Entonces comencé a lamerlo, despacio, recreándome en él con gusto, como si se tratara de un pene. Sacándolo un poco después, totalmente lleno de mi saliva. Entonces hizo un rápido movimiento, cambiándolo de boca. Acercándoselo ahora, a la comisura de los labios de la chica.
Tanya, nos enseñó entonces sensualmente la punta de su rosada lengua y, comenzó a chupar con verdadero deleite ese dedo que acababa de salir de mi boca. Lo hacía retándome, mirándome directamente a los ojos, como desafiándome para continuar jugando, cada vez más fuerte. Luego, agarró a Jaime por la muñeca tirando de ella, introduciéndoselo dentro, golosamente entero en la boca.
En ese momento, él acercó sus labios a los míos, y comenzó a besarme, muy despacio, con mucha suavidad y sutileza. Noté la punta de su lengua, tersa, y húmeda; sedosa y delicada. Sus besos eran toda una caricia para mi boca. Me besó de una forma tan deliciosa, como unos segundos antes, le había visto hacer con la propia Tanya.
Entonces se separó de mí, en ese preciso instante no pude evitar sentirme huérfana de él, abandonada por su boca. Echando de menos su lengua.
Hice un pequeño amago, moviendo mi cabeza buscándolo. Pidiéndole otro beso. Necesitando, el dulce contacto de sus labios. Pero él me esquivó.
—¿Quieres besarla a ella ahora? Olivia. Te aseguro que nunca has probado en toda tu vida, una boca tan deliciosa ¿Deseas hacerlo? —, me preguntó hablando muy despacio, casi en un fino murmullo.
Yo negué con la cabeza, nunca me habían interesado las chicas, ni había sentido el más mínimo interés por ellas. Admiraba la belleza en muchas mujeres, podía sentir su sensualidad, pero desde una perspectiva totalmente asexual.
—¿No te gustaría meter tu lengua en su boca? —, dijo volviendo a introducir un dedo dentro, que ella no tardó en chupar con verdadero énfasis.
Volví a negar con la cabeza, sin dejar de contemplar esa portentosa imagen. La escena, me mantenía totalmente hipnotizada. Tanya no dejaba de clavar sus azules ojos en los míos.
Entonces Jaime sacó el dedo de su boca, y lo volvió a poner entre mis muslos, deslizándose rápida y hábilmente por debajo de mis bragas.
—Ahhh…. —no pude evitar jadear, cuando noté como se colaban en el interior de mi coño. Eché la cabeza hacia atrás, cerrando los ojos como intentando escapar por unos instantes, de la magnética mirada de la muchacha.  
Un segundo después, Jaime sacó el dedo de mi vagina, poniéndolo directamente sobre los labios de ella. Tanya me miró aun de forma más intensa y sugestiva, sacando al mismo tiempo su lengua, y comenzando a limpiar ese dedo, de mis propios fluidos vaginales.
—Olivia ¿Te gustaría besarla? —, volvió a preguntarme Jaime.
Entonces lo miré primero a él, luego pasé mis ojos de nuevo a Tanya.
—Sí —, dije echando mi cuerpo hacia un lado, buscando la sugestiva boca de la joven.
Una vez que nuestros labios se juntaron, registré y exploré ansiosamente su boca, persiguiendo su lengua. En esos momentos, su boca me pareció el lugar más apetecible y deseable de este mundo. Sus labios sedosos y delicados, envolvieron los míos, absolviendo toda la humedad de los mismos.
Entonces Jaime me apartó de la joven, del mismo modo que se le quita un caramelo a un niño.
A la chica pareció divertirle mi desasosiego, vi autentica maldad en aquellos ojos, aún más claros que los míos.
Su rostro, mostraba una sádica sonrisa, satisfecha y orgullosa, de que hubiera sucumbido al final, ante su mágico y potente hechizo.
—Tanya y yo queremos verte. Muéstranos tus tetas, Olivia —, dijo secamente, como el que pide cambio, para comprar un billete del autobús.
Agarré de forma decidida la camiseta, tirando de ella hacia arriba. Un segundo después, mis exuberantes y frondosos pechos, quedaron totalmente expuestos a la vista de ambos.
—Bonitas tetas, Olivia —, dijo observando mis senos mientras no dejaba de acariciar, los pequeños y erguidos pechos de Tanya. —¿Quieres tocarlos? —, me invitó.
Yo negué con la cabeza, sin tan siquiera molestarme a hablar. Me sentía violenta, por primera vez en mi vida un hombre me daba de lado, y no se lanzaba ávido y ansioso sobre mis deseados pechos. En lugar de eso, prefería los escuálidos senos de una mocosa.
Contemplé la escena, no dejaba de ser chocante. Una chiquilla, de poco más de dieciocho años, alta y esbelta; frágil, y bella como una muñeca, se besaba y se dejaba tocar por un hombre grueso, más bajo que ella, y bien entrado en los cincuenta.
Pero no por chocante, e incluso grotesca, la imagen de ellos dos juntos, no dejaba de estar cargada de cierto erotismo y concupiscencia.
—Desnúdate Olivia —, me dijo como si la única finalidad, para la que me había adquirido en la subasta, fuera como acompañamiento o comparsa. Me sentí un simple aderezo, que complementaba dándole cierta armonía, aquel morboso espectáculo.
Me saqué la minifalda. Ni siquiera me miraron cuando comencé a bajarme las bragas, dejándolas abandonadas, allí en el suelo.
Entonces Jaime le dijo algo al oído, que no pude escuchar, tan solo resonaba ante mí las hirientes risas de Tanya. Pero él la apartó con un violento gesto, y se acercó hasta mí. Recogió mis bragas del suelo, lazándoselas a la joven.
—¡Póntelas! —, dijo en tono totalmente autoritario y despótico.
La chica pareció dudar, pero al final obedeció y se puso mi tanga.
—Están muy mojadas —, dijo con su fuerte acento, mirándolo directamente a él.
Entonces Jaime me tiró de un suave empujón contra la cama. Metió su cabeza entre mis muslos, y comenzó a comerme exquisitamente el coño.
Noté sus dedos entrando y saliendo de mi emputecida vagina, pude sentir, como su experta lengua, estimulaba con avidez mi insaciable clítoris.
—Fóllame, cabrón —, le pedí ansiosa y anhelantemente. —Recuerda que esta noche, ¡aquí la puta soy yo! —, le dije casi gritando.
Jaime continuó trabajando mi coño, sus dedos no dejaban de entrar y salir, follándoselo con ellos, de forma casi despiadada. Cerré los ojos de nuevo, apretando los puños y tensando cada músculo de mis piernas.
—¡Vamos! ¡Cómeselo! —, escuché decir a Jaime, que en ese momento salía de entre mis piernas.
Entonces intenté incorporarme. «No pensaba dejar que una mujer, y menos tan jovencita me comiera el coño».
—Tranquila Olivia —, dijo sujetándome.
—No ella no. Ella no —, protesté agitando mi cuerpo, que se resistía a incorporarse. Un instante después comencé a sentir los dedos de la chica, que entraban sin permiso dentro de mi chochito. Luego noté su boca y su lengua sobre mi sexo.
—¿Te gusta Olivia? ¿Notas sus deditos entrando y saliendo de tu chochito? —, preguntó Jaime soltando mis brazos.
—No, no quiero. Ella noooooo —, mentí. Mientras era invadida de un inmenso placer.
Me sentí sucia, pero excitada. Como una pervertida, que se estaba dejando follar con los dedos de una jovencita, mientras estimulaba mi hambriento clítoris con su lengua. Estaba encendida y cachonda, como una perra en celo. Pero algo dentro de mí me decía que aquello no estaba bien.
Pero al final sucumbí a placer tan intenso, a esa fuerte excitación. Entonces puse mis manos sobre la cabeza de la joven, apretándola contra mi sexo, buscando un contacto con una intensidad aún mayor.
—Me va hacer correr. Dile que no pare, por favor —, grité mirando a Jaime, desesperada por alcanzar el clímax.
—Sigue cariño —, dijo él animando a Tanya —Quiero ver como eres capaz de hacer correr a esta puta.
En ese momento no pude aguantar ya más. Mi espalda se arqueó, casi hasta hacerme daño.
—ahh…ahhh… sigueeee…me co-rro…Que gustooooo me das Tanya… Ahh… — Chillé casi ahogada, al no poder contener mis escandalosos gemidos.
Una vez que volví a la calma, cuando por fin mis piernas dejaron de temblar, y mi boca paró de jadear, Tanya salió de entre mis muslos. Entonces la vi de frente, mantenía su angelical rostro, inundado de mis copiosos flujos vaginales.
—Tienes un coño hermoso —, me dijo la joven, con palabras dulces por primera vez.
Pero Jaime no me dejó contestar. Me volteó sobre la cama poniéndome boca abajo.
—Abre bien las piernas. Ahora voy a follarte — me dijo de forma dura y soez, poniéndose detrás.
Yo obedecí. Abrí mis piernas, de igual forma que unas horas antes se las había abierto a Osca. Intentando levantar un poco las caderas, para facilitarle que me la metiera.
—¡Joderrrrr! —, no pude menos de expresar, cuando me sentí casi atravesada por una verga mucho más gruesa, de lo que me esperaba.
Pero Jaime, se mostró insensible, como queriendo sacar el máximo rédito a su inversión. Me había comprado, y ahora me estaba utilizando a su antojo. No tuvo compasión, no dejó que mi vagina se adaptara a su ancha y gruesa polla.
Comenzó a follarme entrando y saliendo con verdadero ímpetu y fogosidad. Pero poco a poco, la molestia que sentía en mi dilatada vagina, paso a ser completamente placentera.
—¡Joder que nalgas tienes! ¿Te gusta que te jodan el culo? —, me preguntó sin parar de magrearme.
—¡Azótame! Dame como le hiciste antes a ella —, exclamé fuera de mí.
—Toma zorra —, dijo propinándome un par de azotes en cada nalga, que restrellaron, como si del chasquido de un látigo se tratara.
—Te va que te den duro ¿eh? —, dijo profundizando aún más en sus potentes embestidas.
A ese ritmo y con esa intensidad, no tardé en volver a vislumbrar la llegada de un nuevo orgasmo. Mientras tanto, Tanya, permanecía impávida, mirando como Jaime me follaba incesantemente, mientras yo no dejaba de gemir y bramar como una loca.
—Me corroooo… Me corooooo… Ahhh…. Ahhhh…. Qué gus-toooo…. Diosssssss
Una ve que terminé de correrme, Jaime saco su gruesa polla de mi vagina. Se sentó en una esquina de la cama.
—Ven Olivia, acércate a comerme el rabo —, me dijo de forma vulgar y soez.
Algo más calmada, me acerqué hasta allí. Entonces me puse de rodillas, y comencé a lamer su glande. Tanya se puso a mi lado y de forma generosa, compartí esa dura polla con ella.
A esas alturas de la noche, ya no me importaba intercambiar saliva con la chica, o juntar nuestras lenguas, alrededor del glande de Jaime. Jamás hubiera pensado en hacer algo parecido.
Entonces Jaime se puso de pies, retirando su verga de nuestras bocas, y comenzó a masturbarse.
—Me corroooooo… ahhhh —, dijo con un potente alarido, mientras eyaculaba una inmensa sacudida de lefa, sobre nuestras caras. Tanya y yo nos dimos un último y breve beso, justo cuando él finalizaba su descarga sobre nosotras.
Entonces fui hasta el baño y me limpié la cara en el lavabo. Unos minutos después regresé a la habitación. Jaime dormía descansando, intentando recuperar fuerzas junto a ella.
Tanya me miró con sus cristalinos y redondos ojos, sonriéndome por primera vez
—Me voy —dije en un susurro sin querer despertar a Jaime —Cuídate Tanya. Muchas gracias por todo —, dije en voz muy baja.
Ella puso un dedo en sus labios, haciéndome un gesto para que no hablara, sin duda no quería que él se despertara.
Busqué mis bragas. No las encontré por ningún lado. Entonces recordé, que las llevaba puestas Tanya.
Cogí las suyas, el pequeño tanga blanco que estaban tirado en el suelo, entonces tuve el capricho de ponérmelo, llevándomelo como un tentador fetiche que todavía conservo.
—Está húmedo —dije casi en un susurro, que no estoy segura que la chica llegara a escuchar. Pero no pude evitar sentir un fuerte escalofrió por todo mi cuerpo. Me encantó sentir la excitación de Tanya sobre mi enrojecida vagina.
Salí de allí sin hacer ruido, solo con el tanga blanco de Tanya puesto. Ni siquiera perdí tiempo en vestirme. Quería escapar, huir de allí cuanto antes. llevando la falda vaquera y la camiseta, quitadas, en la mano.
Entonces bajé al piso de abajo. Al andar pude notar mi rajita algo irritada. Seguramente como consecuencia, de la enorme follada que me había dado Jaime con su voluminosa verga.
No me importó ir casi desnuda, pasando al lado de numerosos desconocidos.
—¿Qué haces así desnuda? Olivia —, escuché decir detrás de mí a Oscar, que estaba besándose con una chica, sentados en un sofá.
—¿Dónde está Enrique? —, pregunté ansiosa —Sácame de aquí —, le pedí sin darle tiempo a contestarme.
—Enrique está fuera. ¿No estabas con Jaime? —, me preguntó viniendo hacia mí, dejando a su acompañante plantada.
—Si, he sido su puta esta noche. Pero ahora quiero irme a casa —, le respondí sonriendo.
—Vámonos —, dijo cogiéndome por la cintura, saliendo juntos  abrazados atravesando al jardín.
Deva Nandiny
Fin

0 comentarios - Olivia: Subastada en una fiesta liberal