Rosas negras - 1 de 2

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No te vas a arrepentir

ROSAS NEGRAS

PARTE 1 DE 2



Era una veinteañera un tanto tonta e inocente, a pesar de la liviandad con que los chicos de mi edad tomaban el sexo yo era un poco más a la antigua, no me acostaba con cualquiera, no en la primera cita, ni en la segunda, mi madre siempre me había inculcado la forma en que debía ser con los hombres y para ser honesta, el sexo no era lo que me movía en esos días.

Sabía que era lo suficientemente llamativa para que los chicos suspiraran por mí, con una figura un tanto privilegiada, de lindos pechos y atractiva cola, además de un rostro bonito, pero lo mío definitivamente no iba por ese lado.



Había tenido un par de novios de relaciones inmaduras, y Alberto, parecía ser el indicado en ese presente, tenía mi edad, un gordito dulzón con una calvicie incipiente que siempre me complacía en mis berrinches.

Yo soñaba con ser una mujer importante, dejar una huella, muy metida en cosas de igualdad de género, patriarcado, los problemas a los que nos vemos sometidas las mujeres y esas cosas eran el motor de mi vida.

Mis padres adoraban a su niña inteligente, los ideales que defendía, un mundo de ensueño y Alberto, mi novio, parecía hecho a mi medida.

Mi universo era perfecto, y regalaba sonrisas a quien quisiera tenerlas.



Día a día iba a la facultad, era mi rutina, Alberto estudiaba filosofía y estábamos en el mismo complejo universitario, y aprovechábamos a cruzarnos cuando nuestros horarios coincidían, generalmente íbamos al gran bar que estaba en el centro del complejo donde era habitual ver a chicos y chicas de las más variadas carreras.

Ese año comenzaría diferente, en el receso se habían hecho varias reparaciones edilicias y justo con el bar estaban retrasados, las clases habían empezado, pero el bar estaba clausurado en plena reestructuración.



Fue de casualidad, ese atardecer entre clase y clase me fui a un sitio a comer algo, estaba a un par de cuadras, no gozaba de muy buena reputación, pero era lo único cercano que me permitía estar de regreso a tiempo.

Recuerdo que ese día estaba con un vestidito floreado en tonos de azules y blancos que me llegaba a los tobillos, con una amplia zona elastizada en la cintura, con tiradores, tenía también una remera blanca que dibujaba la naturalidad de mis pechos, o sea, era solo una chica como tantas. Llegué con mis carpetas tomadas por mi brazo derecho, usando mi cadera como natural descanso para las mismas, al entrar supe que estaba en el sitio equivocado, pero ya había ingresado.

Me senté en la barra, cerca de la puerta de ingreso, pedí un sándwich y un agua sin gas y mientras esperaba observé con disimulo un lugar lúgubre, a media luz, donde no podía casi delinear los rostros de los casuales comensales.



Abrí una de mis carpetas mientras esperaba el pedido, empecé a repasar la futura clase que tendría y me abstraje del entorno.

De repente, alguien se acercó por mi derecha y me dijo


Buenas tardes señorita, el señor Cervantes le agradecería cinco minutos a su mesa

Confieso que me asustó, puesto que no lo vi llegar, un tipo gigante que medía como dos metros, sumamente musculoso vestido impecablemente en traje negro, no entendía nada. A mi lado, mientras hablaba dejó una rosa negra, perfumada, muy rica, y confieso que sentí curiosidad, miré al fondo del lugar, pero la poca luz me impedía ver nada.

El tipo se quedó a mi lado, como una estatua, esperando mi respuesta y la intriga femenina pudo demasiado, me paré, tomé mis apuntes y le dije al mozo que aún no me trajera el pedido, el hombretón me pidió que la siguiera.

Llegamos casi al final, había una mesa enorme, un tipo de unos cincuenta o sesenta años estaba disfrutando un gran plato de carnes y ensaladas, muy concentrado en lo que comía, casi sin mirarme en detalle, a su izquierda, parado otro gorila enorme como el que me había venido a hablar, que se yo, la imagen se me hizo intimidante, sonaba muy a películas de mafiosos y una estridente tormenta en truenos y relámpagos que acababa de desatarse en el exterior daba un toque más lúgubre al encuentro.


Sentate, por favor, ponte cómoda, tu nombre? - dijo el tipo casi sin mirarme, peleando con una pata de pollo que se resistía a ser engullida

Priscila - respondí en un tímido balbuceo

Priscila, bonito nombre, quieres tomar algo? beber algo?

No, no, gracias, está bien...

Ah! por favor - respondió levantando su mirada y clavándome sus ojos almendras, para luego dirigirse a uno de los custodios - dile al mozo que traiga la especialidad de la casa, para la dulce Priscila

Yo no entendía nada, y no quería nada, solo estaba incómoda y ansiosa al mismo tiempo, el viejo empezó a hablar, Antonio era su nombre, solo me decía que era muy bonita, que me veía especial, y que esto y que lo otro, y que tenía algunas ideas para mí, propuestas, futuro, hablaba de todo sin decir nada. De repente la alarma de mi celular me hizo saber que era hora de volver a la clase, y le dije a Antonio que le agradecía por todo, pero que no alcanzaba a comprender de que se trataba todo el enredo.


No importa, - dijo él - cada jueves puedes encontrarme en este sitio, a esta hora, tengo buen ojo y no creo haberme equivocado contigo.

Levantó la cabeza por sobre mi hombro y viendo que afuera seguía lloviendo le dijo a uno de sus custodios


Ángelo, lleva a la niña donde te indique, no queremos que se moje.

Yo me negué con gratitud, pero el insistió, y fue así como llegué a la facultad en el asiento trasero de un lujoso Audi ante la mirada atenta de los casuales extraños, apenas con mis carpetas en la falda y una hermosa rosa negra que cuidaba con recelo.



Toda una semana estaría reviviendo esos minutos, con demasiada expectativa, con demasiada incertidumbre. La rosa negra estaba en un lindo florero contra la ventana de mi cuarto, donde la miraba día a día, con su tallo en el agua, viendo como tomaba la luz del sol, se nutría, como se fue abriendo, y cuando los pétalos empezaron a caer sobre la mesada ya sin vida me di cuenta que de la misma manera que a la rosa se le terminaba su tiempo, lo mismo me pasaba a mi para tomar una decisión.

Es que esa historia me intrigaba, me encantaban los temas de relaciones entre hombres y mujeres, en definitiva, era parte de mi estudio, de mi futuro.



No pude hablarlo con mis padres, si Antonio era un tipo de la misma edad, menos con Alberto, mi novio, que hubiera pensado? Decidí que yo misma debía hurgar de que se trataba si quería armar el rompecabezas.

Una semana después, volvería a ese lugar, tan casual como la primera vez, con un jean azul y una camisa negra, nada llamativa, pero la historia volvería a repetirse, una nueva rosa negra, pero esta vez, de la mano del mismo Antonio, quien me dijo


Sabía que vendrías, vamos, quiero mostrarte algo

Fuimos a su coche, ambos al asiento trasero y los gorilas al frente, era loco había leído miles de historias de chicas confiadas que invadidas por la confianza y la intriga se habían perdido con desconocidos y había aparecido muertas, violadas, mutiladas, otras que jamás volvieron a saberse de ellas y seguramente estarían en algún lejano mercado de prostitución y ahora, ahora yo misma me sumergía en esa locura.

Viajamos un poco, había dado por perdidas mis horas de cátedra de esa tarde, llegamos a una mansión que parecía un palacio, dejamos el coche, el verde césped llegaba más lejos que lo que alcanzaba a ver en el lejano horizonte, Antonio me invitó a pasar, una ama de llaves me ofreció algo de beber tratándome de 'usted' situación que me causó mucha gracia.

Recorrimos el lugar, y de repente nos quedamos en el amplio salón central, Antonio, con sus brazos por la espalda, mirando por un enorme ventanal, con la vista perdida en la nada me dijo


Bueno Priscila, como habrás notado soy un hombre solitario, tengo dinero, tengo poder, pero en el fondo no tengo nada

Yo saboreaba un jugo de naranjas exprimidas sin entender aun el juego.

El me siguió explicando sus intenciones, hasta que finalmente me disparó


Priscila, quiero que seas mi puta

Esas palabras me sonaron ofensivas, hubiera imaginado cualquier cosa menos eso, pero estaba loco este hombre acaso? si justamente me proponía ser lo que siempre había odiado!, ¡yo no era esa! no, claro que no!

Le dije que no, acaso por quien me había tomado, se había equivocado conmigo, si quería una puta, tenía demasiadas dispuestas a complacerlo.

El me miró entonces y me respondió


Con dinero es fácil, todas hacen lo que quiero por dinero, pero eso no tiene sabor, el desafío, la adrenalina, el placer, la lujuria es corromperte, quebrarte, hacerte mía y que tu voluntad sea la mía

Le pedí que me llevara de regreso, esto había terminado, no había retorno, fin de la historia



A la noche, antes de ir a la cama, después de darme una ducha, acomodé las cosas para el día siguiente, y entre los libros cayó al suelo la nueva rosa negra que había quedado olvidada entre mis cosas, estaba maltrecha, me dio pena y la puse en el florero cerca de la ventana.

Y cada mañana, cuando abría mis ojos, ella me observaba en silencio y me hacía recordar y revivir una y otra vez todo en mi cabeza, mi mundo estaba patas para arriba, porque desde que Antonio había aparecido en mi vida no hacía otra cosa que pensar en él, estaba abstraída, rara, intrigada, enojada conmigo misma por sentir que la situación estaba fuera de control.

Y no tardaría en tropezar nuevamente con la misma piedra.



Todo empezaría ese jueves, con mi nuevo encuentro, el hizo un llamado apenas me vio y en segundos partimos para su domicilio, llena de dudas, estaba loca, pero debía saber de qué se trataba el juego.

Fuimos a su cuarto, ese dormitorio tenía las dimensiones de toda la casa de mis padres, sobre la cama, decenas de rosas negras descansaban dando un aroma especial a todo el lugar, Antonio me hipnotizaba con su mirada, con sus palabras y poco a poco sentí que empezaba a perder el control sobre mí misma. El apuró el juego, abrió su amplio guardarropa, buscó un poco y sacó un trajecito de estudiante, cubierto por un largo celofán transparente y dijo alcanzándomelo


Creo que es tu talla, asumo que te quedará muy bien.

Yo no voy a ponerme eso! - respondí muy segura de sí misma y con un enfado notorio

Antonio solo dibujó una sonrisa sarcástica en sus labios y respondió


No me tardo, voy por una copa

Y solo se retiró cerrando tras sus pasos las puertas del dormitorio.

Me quedé sola en el silencio, la luz del sol que ya caía por el horizonte entraba por el ventanal dando un tono rojizo naranja a toda la habitación, me quedé mirando la ropa que me llamaba sobre la cama, y no sé, sabía que ponerme eso sería la peor de las decisiones, no sabía por qué lo hacía, solo esto era más fuerte que yo y mi corazón palpitando con fuerzas me invitaba a avanzar.


Rosas negras - 1 de 2


Dejé mis prendas a un lado y me vi completamente desnuda, me subí una colaless casi hilo dental, la sentí acomodase entre mis nalgas y cuando el roce del delgado cordel acarició mi esfínter sentí una rara sensación, jamás había usado este tipo de ropa interior, el sostén era dos tallas menos que el que necesitaba, casualidad? no sé, lo cierto es que mis tetas se vieron de golpe como dos globos enormes que se elevaban directo a la provocación, una simulada camisa con corbatín intentaban apagar el incendio que daba mi imagen, medias de red llegando bien arriba en mis muslos, mierda, me veía de verdad tan puta, la corta pollera escocesa y tableada con cuadros apenas tapaba la mitad de mis nalgas, una botas altas de finísimos tacos, más propia de una puta de cabaret que de alguien que intentaba dar la imagen de una inocente estudiante completaron el cuadro.

Me miré al espejo, nunca me había imaginado a mí misma así, vestida como una puta, acaso estaba loca? pero si era por lo que siempre había luchado! y mis ideales, y mis convicciones?

Dije que no, esta no era yo y decidí desandar el camino, pero justo en ese momento la puerta se abrió y ese hombre se quedó paralizado con lo que recibió su vista.



Me sentí cohibida, con vergüenza, propia de una chica decente que estaba con un extraño vestida como una puta, me quise morir y sentí mis cachetes ponerse rojos como un tomate, entonces empezaría el principio de mi final.

Antonio cerró la puerta tras sus pasos y dejó el vaso de lado, murmuró


Sabía que no me equivocaba contigo...

Vino muy cerca, demasiado, casi pegado giró en mi rededor, me sentí una tonta gacela que estaba entregada a su leopardo, creo que la piel me tiritaba por nerviosismo, y esperaba cualquier cosa, un beso, una caricia, menos lo que haría entonces.

El se sentó al borde de la cama y me arrastró a su lado ciñéndome por el ante brazo, fue tosco, pero casi como que me tiró sobre sus faldas, quedé recostada culo para arriba, con mi cabeza colgando a un lado y mis rodillas al otro, lo sentí levantar mi corta falda, yo estaba muda, inmóvil y fue cuando recibí una fuerte nalgada


Niña sucia! - exclamó

Y siguió otra, y otra más, y en cada golpe un contenido quejido escapaba de mis labios, pero diablos! me encantaba! y me descubrí que poco a poco me mojaba toda y que mis pezones se afiebraron con locura,

Me hizo parar nuevamente, sacó entonces el cinto que sostenía sus pantalones, lo pasó por mis muñecas atando mis manos, una con otra, y luego amuró el otro extremo a un candelabro de la pared, como explicarlo...

Solo me quedé de frente a la pared, con mis brazos atados y casi colgada como una res en el matadero, indefensa, entregada, casi haciendo equilibro sobre la punta de esas botas.

El vino por detrás, lo sentí venir, y siguió con esas nalgadas tan rudas como calientes, mis quejidos contenidos ahora eran lanzados al aire con calor, me moría...



Entonces solo lo hizo, por detrás, corrió la tanga y me llenó la conchita con su pija, diablos, solo me cogió muy rudo evidenciando que todo el juego también lo tenía perdido, una de sus manos se aferraba a mi hombro y la otra descansaba en la pared para mantener el equilibrio, solo me cogía, solo se saciaba, solo se sacaba el calor de hombre conmigo, áspero, desprovisto de sentimientos y me dí cuanta que estaba rendida a sus pies, no podía pensar en otra cosa que no fuera complacerlo, ser su hembra, su fetiche, lo sentí llenarme de leche, me encantó, para reposar su frente transpirada en mi espalda



Cuando terminamos, me dijo que me cambiara y no me preocupara por esas ropas, el momento ya había pasado.

Fue por su billetera y me quiso dar varios billetes, le dije que no, que yo no era una puta, pero él tomó mi mano e insistiendo dijo


Lo sé, jamás le pago a las putas por sexo, yo te estoy haciendo un obsequio para que seas solo MI puta

Diablos, de donde había salido este hombre, me quemaba mirándome fijamente con esos ojazos almendra, y solo acepté su regalo.

Uno de sus choferes me llevó a casa de regreso, le indiqué que me dejara a un par de cuadras de casa, no quería que me vieran por el barrio en ese ostentoso auto importado. Mis padres estaban terminando de cenar, solo los saludé cortésmente y fui a encerrarme a mi cuarto, la marchita rosa negra ya sin vida fue reemplazada por una nueva, fresca, perfumada, me tiré sobre la cama y me perdí en mis pensamientos, yo, la mujer que iba a cambiar el mundo, la de los ideales, la inquebrantable, había caído como la más tonta de las principiantes.

Ese extraño se había clavado como una daga entre mi razón y mi pasión, que estaba haciendo? me preguntaba una y otra vez, seguía tirada en la cama como una tonta, mirando en la penumbra del cuarto mis apuntes de facultad que descansaban desordenados a un lado, al otro, la rosa negra resplandeciente bañada por la luz de luna que se colaba por la ventana trataba de acaparar todos mis pensamientos, repasé todo lo vivido, empecé a acariciarme los pechos, recordé que no había querido ducharme, mi concha y mi ropa interior estaba aún llena de su semen, y tenía un nauseabundo olor a pecado que me excitaba demasiado.

Llevé mis dedos a mi entrepierna y aun sintiendo sus nalgadas tuve un furibundo orgasmo antes de quedarme dormida.



CONTINUARA



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