Isabel 1


 

Isabel

Capítulo 1

 

                Estoymedio adormecido tendido en la bañera. Paula, desnuda, me espabila con elsonido atronador del secador de pelo que está utilizando.

            Entranuestra hija Alba. No tenemos restricciones a la hora de vernos desnudos en familia.Cuando tenemos ocasión vamos a playas naturistas.

            —Vhsoirn edm  vigss papá… — Mi hija Alba mehabla, pero con el estruendo del secador no entiendo nada,

            —¡¿Quédices?!… ¡No te oigo! — Le grito.

            Paulame mira, mueve la cabeza y desconecta el secador. Alba me mira con expresión detristeza.

            —Quéya no soy virgen, papá. — Su confesión me desconcierta.

            Noestaba preparado. En silencio pensé en ella, en mi pequeña… Ya no era tanpequeña… A su edad ya contaba yo con experiencia en el sexo. Pero serconsciente, de golpe, de que mi hija ya no era una niña, que tenía necesidadessexuales, por sorpresa y sin anestesia… ¡Buuff!

            Lamiré a los ojos. Mi hija se desnudaba lentamente. Era algo habitual bañarnosjuntos, bromeábamos diciendo que era para ahorrar agua. Pero nunca habíapensado en ella como objeto sexual. Sin embargo en ese momento fui conscientede su cuerpo joven, de sus pechos, como medias naranjas, el vientre plano, lasnalgas redondas y firmes.

            Meobligué a alejar esos pensamientos de mi mente…

            —¿Cómo lo pasaste? — Se me ocurrió preguntar.

            — ¿Mehaces sitio? — Disponiéndose a entrar en la bañera.

            Meencogí un poco dejando la mitad de la bañera libre. Levantó la piernaapoyándola unos segundos en el borde, permitiéndome admirar su pubis poblado devello castaño, rizado. Los labios mayores gordezuelos, dejando ver entre ellosuna cresta rosada que atrajo poderosamente mi atención. Incluso el ano rosadobordeado de estrías en forma de estrella.

            —Claro,entra. Pero no me has contestado cariño… ¿Cómo fue?

            Empujómis piernas, se colocó a lo largo sobre mi cuerpo. Esto era nuevo. Nuncahabíamos llegado a este nivel de contacto. Me habló al oído…

            —Mal,papá, mal… — Dijo con un nudo en la garganta, casi sin poder hablar.

            —Losiento cariño. Hemos hablado en ocasiones de ese momento, que debías buscar elhombre, el lugar adecuado… — Tendida sobre mí lloraba. La cabeza sobre mihombro. Su mejilla bañada en lágrimas sobre la mía.

            —Losé, papá. Pero fue muy improvisado, en la romería. Habíamos bebido algo, nomucho, pero lo suficiente como para no pensar demasiado en lo que pasaría. Metendí en el suelo levantándome la falda, él me quitó las bragas. Le dije que sepusiera un globito y sonriendo sacó uno del bolsillo, no se bajó el pantalón,solo abrió la cremallera, intentó ponérselo, no podía y le ayudé. Se puso sobremí, lo acercó a mi rajita y empujó. Yo no estaba lubricada y le dije que erapronto, que lo hiciera despacio, pero no me hizo caso. Empujó de nuevo y sentídolor, un pellizco intenso dentro, la sensación de una tela rasgándose. Grité,le dije que la sacara, pero no me oía. Dio tres o cuatro empujones más y…

            —Secorrió… — Dije muy apenado.

            —Sí…la sacó, se abrochó y se fue sin decir nada… nada, papá… nada… Me sentíutilizada como un clínex, usada y tirada en el suelo… — Decir esto y empezar asollozar con el corazón encogido fue todo uno.

            Mehizo llorar a mí. La pena, el dolor de una hija, se siente, duele más que elpropio. La rodeé con mis brazos y acaricié su cabello.

            Peroel contacto de nuestros cuerpos y su relato provocó algo imprevisto. Aplastadoentre nuestros vientres, palpitaba, con latidos propios y una intensidaddesconocida para mí. Mi erección.

            Albase incorporó un poco, nos miramos a los ojos. Paula se giró dando la espalda allavabo, la miré, me miró; comprendió lo que estaba ocurriendo y asintió con lacabeza.

            Albaseguía mirándome a los ojos, se separó de mí lo suficiente como para permitirque mi hombría encajara en la entrada de su hendidura. Yo, sorprendido, neguécon la cabeza, pero ella asintió. Sin palabras, se movía rozando sus labios conmi daga durante un tiempo, empujó ligeramente. Pude sentir el intenso calor desu intimidad. Yo seguía negando. Aquello no estaba bien, pero ella siguióempujando hasta empalarse en mi dureza. Se detuvo. Paula se arrodillo junto anosotros y acarició el pelo, la espalda de Alba y mi cabeza. La penetración eracompleta, sentía palpitar su sexo. La calidez, la suavidad de suhendidura.  Se movía lenta,parsimoniosamente. Paula me besaba y yo a ella. Alba siguió con su movimientoserpenteante desplazando el agua de la bañera que desbordaba y se vertía en elsuelo del baño. Me besó en los labios. La besé en la boca, nos besamos… Nosdevoramos. Sus manos sujetaban mis sienes. Las mías acariciaban su costado,caderas, nalgas… Sus pequeños pechos de pezones endurecidos.

            Mimente era un torbellino caótico de emociones, de sensaciones contrapuestas. Porun lado el sentimiento de culpa por lo que estábamos haciendo. Por otro el placerque me proporcionaban los movimientos, cada vez más acelerados de Alba. Tanacelerados que desbordaba la bañera arrojando agua a chorros fuera, bañando denuevo a Paula, que seguía arrodillada a nuestro lado, acariciándonos,participando en la orgía incestuosa.

            Depronto Alba me sorprendió con un grito que surgía del fondo de su garganta. Unaspaviento, irguiéndose y doblando su espalda hacia atrás. La boca abierta,buscando aire. Paula con los ojos anegados en lágrimas, acariciaba a nuestrahija y trataba de calmarla colmándola de besos. Se dejó caer sobre mi cuerpo yla acogí entre mis brazos, llorábamos de emoción los tres.

             Un nuevo problema surgió cuando fui conscientede que la erección se mantenía. La dureza dolía y ella no se separaba. Yo necesitabaurgentemente llegar al final, pero no quería que fuera con mi hija que parecíaleer mi mente, pero se recuperó y comenzó a moverse de nuevo. Ahora eran lasdos, madre e hija, las que me acariciaban y besaban, las que me mantenían en unaltísimo estado de excitación.

            YAlba nos sorprendió… con un nuevo orgasmo. Este, según nos confesó después,mucho más intenso que el anterior. Y yo, sin poder evitarlo, la acompañé,derramándome en su interior, en el interior de su juvenil, vientre, el vientrede mi hija. No existía la posibilidad de embarazo ya que algunos años atrás mehabía sometido a una intervención de vasectomía. Y en ese momento… Me sentíaaliviado por haberlo hecho, por haber hecho el amor con mi hija sin ningúnpeligro, dedicándome solo a lograr su placer y compensar el infortunio de sumalograda primera experiencia.

            Noscalmamos los tres, Alba se incorporó y abrazó a su madre.

            —¡Gracias mama! ¡Gracias de corazón! Por fin he sabido lo que era sentirmellena, plena de felicidad, nunca había sentido tanto placer, no sabía que sepudiera tener dos orgasmos seguidos… y el segundo ha sido… ¡Buufff!… Ha sidogenial. Jamás me había sentido así, creí morir de placer… Gracias a los dos,pero sobre todo… a ti, papá. Sé que lo has pasado mal, quizás te has vistoobligado, pero yo sabía que no me defraudarías. Me has hecho muy feliz… Y no tepreocupes, a partir de ahora, tendré mucho cuidado a la hora de elegir pareja.Te quiero papá.

            —Yotambién mi amor, pero esto no debe repetirse nunca más. ¿Lo comprendes verdad?Cuando me has contado cómo ha sido tú primera vez con ese malnacido, sea quiensea… No, no quiero saberlo, he comprendido que necesitabas otro tipo devivencia sexual, algo que te hiciera feliz y compensara aquel mal momento. Elsexo, si se practica con la persona amada, sin tapujos, con total confianzapara decir lo que te gusta o lo que no, es una deliciosa fuente de placer.

            Nosunimos en un abrazo en el que hubiera deseado fundirme con ellas.

            —¡Papá,¿ya estas otra vez?! — Sentada frente a mí se reía mientras acariciaba mimiembro que se erguía casi sobresaliendo del agua.

            —¡Anda, sal de la bañera y déjame lavarme! — Grité riendo.

            —Mama,ahora entiendo que tengas siempre esa cara de felicidad.

            Tuveque empujarla para que saliera de la bañera, dándole una palmada en la nalga alponerse en pie. Salió, se envolvió en una toalla y se marchó a su habitación.

Pero Paula no pudo con latentación y entró conmigo en el agua, se apoyó en el borde opuesto con las dosmanos, mostrándome su perfecta grupa, las nalgas, caderas y cintura, queconfiguraban la imagen de una guitarra española. El ano entre los montículos delas nalgas y la deliciosa grieta que, sin haber llegado a hundirse en el agua,aparecía brillante, húmeda y roja, con los labios inflamados por la excitación.

            Alacariciar sus belfos mi mano se empapó de jugos, segregados por la excitaciónal presenciar lo acontecido con nuestra hija.

            —¡¿Te ha puesto caliente verme con tu hija?! — Pregunté mientras descargaba unapalmada en su glúteo derecho.

            — ¡Síamor, mucho! Ahora sigue conmigo que estoy ardiendo…

            Notuvo que decírmelo dos veces. Arrodillado tras ella lamí su vulva empapada,bebí en ella como si de un manantial se tratara, mordisqueé su clítoris yasaeteé con mi lengua hasta que un orgasmo brutal dobló sus piernas. Tuve quesujetarla para evitar su caída.

            Serecuperó y de nuevo se colocó en posición.

Me acerqué hasta rozarsus labios vaginales con mi pene, embarrarlos con sus fluidos y los míos,mezcla de esperma y preseminal, apuntando a la grieta palpitante que me ofrecíay penetrarla despacio, entrando con suavidad, recorriendo sus delicados yardientes pliegues hasta llegar al fondo, chocando con el cérvix, provocándoleun ligero dolor placentero. Empujaba hacia atrás tratando de queprofundizara  más aún.

Dada su excitación notardó en alcanzar el clímax, pero yo sabía que no se conformaría con un soloorgasmo, comenzó un sube y baja de deliciosas sensaciones que ella metransmitía con la contracción de sus músculos vaginales. Yo no pude aguantarmás, una corriente eléctrica me recorrió desde la nuca a los dedos de los piesy regué su matriz con mi eyaculación. Con un grito se apartó, se giró y se dejócaer arrodillada en el agua quedando desmadejada. Yo me senté en el fondofrente ella. Nos abrazamos y nos besamos con auténtica pasión con todo el amorque nos unía desde que nos conocimos.

Cuando logramosrelajarnos…

— ¿Cómo estás Julio? —Preguntó acariciándome el cabello.

— ¡Uff! No sé qué decirtePaula. Esto ha sido muy fuerte, cariño. No me lo esperaba y si te digo laverdad… Me da algo de miedo. Ten en cuenta que esto no es practicar naturismo,como siempre hemos hecho. Hemos roto una barrera, un tabú y no conocemos lasconsecuencias que puede traer…

—No te preocupes cariño,esto ha sido algo muy positiva para Alba. Estaba hundida por lo que le habíaocurrido, ya me lo había contado y esto ha sido, para ella, algo que le puedecambiar la vida. ¿No has visto su carita de felicidad? Esto no puede ser malo…Quién mejor que su padre para educar a una hija en temas tan importantes quepuede marcar a una mujer para siempre; sobre todo si ha sufrido una malaexperiencia, como a ella le ha ocurrido. — Afirmó Paula comprensiva.

Nos secamos y nos pusimoslos pijamas. Bajamos a cenar. Alba e Isabel, nuestra otra hija dos años menorque Alba, estaban ya en la mesa. Isabel nos miraba con el ceño fruncido.

— ¿Qué pasaba arriba enel baño que gritabais tanto? — Dijo la pequeña mirándonos inquisitivamente.

Intercambiamos miradasentre Paula y yo. Después miré a Alba. Sonreímos.

—No era nada cariño, soloque tu hermana y tu madre tienen muchas cosquillas. No podían aguantarse larisa… — Dije, tratando de calmar la curiosidad de mi pequeña.

Lo cierto es que tampocoera tan pequeña, pero a sus dieciséis años aún no tenía edad para según quécosas.

Nos sentamos en el salóna ver TV. Alba se levantó.

—Me voy a la cama, estoymolida. — Nos dio un beso y se marchó.

—Yo también me voy. —Dijo Paula, dejándome solo en el sofá.

Isabel no perdió laocasión, como solía hacer, vino a acurrucarse descansando su cabeza en mipecho. La acuné entre mis brazos. Transcurrieron unos minutos, yo estaba casidormido.

—Papá, he visto lo quehacía Alba contigo. — Un escalofrío recorrió mi espalda.

— ¿Cómo? ¿Qué has visto?— Pregunté.

—Subí a mi habitación yal pasar por el pasillo, la puerta del baño estaba entreabierta y os vi. —Respondió tímidamente.

—Vaya… ¿Y qué piensas delo que has visto? — Indagué.

—Nada… Me parece bien…Pero… Quería decirte algo que… — Se detuvo.

— ¿Qué? — Inquirí.

—Pues que, creo que soylesbiana. Ea, ya lo he dicho… — La miré a los ojos y vi cómo se le anegaban enlágrimas.

Acaricié su mejilla pordonde se deslizaba una lágrima.

— ¿Por qué crees eso?¿Has tenido alguna experiencia? — Sondeé.

—Pues… Verás, no megustan los chicos. Y me gustan las chicas, sobre todo una de ellas, Ceci. Y conella pues… Nos enrollamos cuando estamos juntas para algún trabajo del insti,en mi habitación o en la suya. — Hablaba con una vocecilla que me llenaba deternura. 

— ¿A qué llamasenrollaros? — Indagué.

—Pues eso, nos besamos,nos acariciamos… — Seguía hablando con los ojos bajos.

—Y tú, ¿cómo te sientesen esos momentos? — Intenté infundirle valor para seguir hablando.

— ¡Buufff! Me sientogenial, papá. Me arde el cuerpo, la piel entera, me duelen los pezones de durosy mis… Braguitas se empapan… ¡Qué vergüenza papá! ¡Cómo te estoy diciendo estascosas! — Lo dijo todo de un tirón y cubrió el rostro con las manos.

Se las aparté. Miré susojos y besé su frente.

—No, mi amor. No debesavergonzarte por esto que me estás contando. Sabes cómo pienso, lo hemoshablado algunas veces, cada cual debe ser libre de elegir la opción sexual quequiera. 

Me abrazó con fuerza.

— ¡Lo sabía! ¡Sabía que túme comprenderías! ¡Te quiero papá! — Rompió a llorar de emoción.

Acaricié su cabello paracalmarla.

—De todos modos deberíashablar con mamá. En estos asuntos ella tiene más experiencia que yo y sabráaconsejarte mejor. Ya sabes cómo es; ella también lo entenderá. — Aconsejé.

—Bueno, ya veremos, peroyo te lo quería contar a ti porqué sabía que me comprenderías. Contigo tengomás confianza. — Dijo ya más calmada.

— ¿Puedo preguntartedesde cuándo? ¿Cómo empezó todo? — Pregunté.

—Pues… Hace casi un año.Ceci y yo debíamos entregar un trabajo y no teníamos nada hecho. Le dijo a sumadre que se quedaría a dormir aquí, en casa, para terminarlo. Y lo acabamos.Después, al ir a acostarnos, hacía mucho calor, yo me desnudé delante de ella yse sorprendió mucho. En su casa no lo hacen. Le dije que aquí nos veíamosdesnudos sin problemas, que se desnudara, que no pasaba nada. Al verla sentíalgo… Que no había sentido nunca. Recordé tus explicaciones y comprendí que meocurría, estaba excitada. Pero ella también lo estaba. Le dije que nosacostáramos así, juntas y aceptó. A oscuras, sentir su cuerpo junto al mío meprodujo un calor enorme. Cada contacto con ella me producía escalofríos, deseosde abrazarla, de besarla… Y lo hice. Ella se asustó un poco, pero luego meconfesó que también estaba deseando hacerlo. Que había soñado muchas noches conmis besos, con mis caricias… Y lo hicimos… Al principio eran apenas roces enlos labios. Tocar suavemente con las yemas de los dedos los pechos de la otra,su vientre, besar el cuello y sentir como me hacía estremecer sus besos en micuello, su lengua en mi oreja. Fue una noche que jamás olvidaré. Yo había vistoalgún video porno, esos que tú no querías que viera y me dediqué a hacer lo quehabía visto. Besé sus pezones, el ombligo, las caderas y llegué a su monte deVenus, me gustó mucho su olor, el que desprendía su… Bueno, se lo chupé, lolamí, ella me hacía lo que yo a ella y así pasamos toda la noche. Yo creíasaber lo  que era un orgasmo, por qué mehacía deditos desde hacía muchos años… Nada que ver. Sentir su lengüita en mí…Bultito del placer, fue lo más grande del mundo. Creí morir de gusto y ellatambién. No sé cuántas veces nos corrimos. Perdí la cuenta. Ya te digo que fueuna noche inolvidable. Y repetimos. Desde entonces, cada vez que viene o voy asu casa y nos quedamos a dormir juntas… ¡Uff! Lo pasamos genial… Sí papá, loque siento a su lado es amor… Estamos enamoradas… Muy enamoradas; no podríavivir sin ella y me dice que tampoco puede vivir sin mí. ¿Eso no es malo,verdad? — Su confesión me conmovió. Me sentía más cerca que nunca de mi hija.La emoción llenó mis ojos de lágrimas.

—No mi vida. Eso no esmalo… Pero… — No me dejó terminar.

— ¿Pero…? ¡No me digasque no me vas a dejar seguir con ella! ¡Sin Ceci no puedo vivir. La quiero conlocura papá! — Su carita preocupada me conmovió. Sonreí.

—No, cariño. Lo quequería decirte es que este tipo de relación no está bien visto por la sociedadcarca, patriarcal, en la que no tenemos más remedio que vivir. Y debéis tenermuchísimo cuidado. Por mi parte, vida mía, te quiero como a nadie en el mundo,solo quiero tu felicidad y si la encuentras junto a Ceci… Pues bienvenida sea.Pero, no sabes cómo reaccionarían los padres de Ceci si lo supieran. Debéistener mucho cuidado. Por lo que sé su padre es muy machista, muy “tradicional”y si os descubriera os lo haría pasar muy mal. Casi con seguridad apartaría asu hija de tu lado… Eso te haría sufrir y me haría sufrir a mí, a tu madre…anosotros. Hasta que alcancéis la mayoría de edad, nadie, repito, nadie, debesaber esto que me estás diciendo. Después, ya como adultas independientestendréis que enfrentaros a la sociedad, a esta sociedad, que cada vez es máspermisiva. Pero ten en cuenta que hay países en los que la homosexualidad secastiga, incluso, con la pena de muerte. Por otro lado quiero que sepas quepuedes contar conmigo, con tu familia… Siempre. — Intenté advertirla de lospeligros que corrían.

—Lo sé, papá. Lo sabemosy tenemos mucho cuidado. Ya hemos decidido no hacer nada en su casa, por siacaso. Pero aquí sí, ¿verdad? ¿Nos dejarás? — No podía negarle nada a esacarita implorante.

—Si mi amor. Hablaré conmamá y tu hermana para que estén advertidas. Anda, dame un beso y vete a lacama a soñar con Ceci… Ah y no te toques mucho. Así guardaras tu deseo y lopasarás mejor con ella. — Aconsejé.

Me abrazó con fuerzainusitada. Muy emocionada vi deslizarse una lágrima por su mejilla. Me besó yse marchó corriendo a su habitación.

Me quedé pensativo. ¡Quéfácil resultaba la vida con los hijos pequeños! ¡Qué difícil cuando crecen!

Fui a la cama. Pauladormía plácidamente. No se despertó, era de sueño profundo. La miré, a la luzde la farola que entraba a través de la ventana. ¡Joder! ¡Cuánto la amaba!

Tuve un sueñointranquilo. Habían coincidido muchas cosas en una noche. El sexo con Alba, queno sabía qué posibles repercusiones podría traer. La confesión de Isabel que,seguramente, traería complicaciones… aunque yo estaba decidido a apoyarla entodas sus decisiones.

En medio de estasdisquisiciones me dormí.

Era verano, se habíanterminado las clases y yo disponía de vacaciones, aunque Paula debía seguirtrabajando. Esto nos obligaba a no marcharnos a la playa hasta tanto pudiéramosir todos. Para compensar, disponíamos de una pequeña piscina en el patiotrasero de nuestra casa, donde nos refrescábamos en las horas que el calor nonos permitía descansar.

Alba había preparado eldesayuno y lo sirvió en el patio, junto a la piscina. Isabel ya estabasentada  a la mesa. Me miró interrogante.A Alba no se le escapó el gesto.

— ¿Qué me he perdidoLuisita? — Preguntó a su hermana.

Isabel me miró, yo asentícon la cabeza…

—Anoche os vi… a ti y apapá… en la bañera… —Le soltó de sopetón.

Alba me miró sorprendida.

—Sí, Alba. Isabel nosvio, pero eso no es lo que más le preocupa… Díselo Isabel.

—Soy lesbiana, Alba.Anoche se lo dije a papá. — Respondió Isabel con seguridad.

La cara de Alba era unpoema. Los ojos de par en par, la boca abierta formando una O con los labios.

— ¿Mamá lo sabe? —Preguntó Alba.

—No, aún no se lo hemosdicho. — Respondió Isabel.

— ¿Y tú, papá…? ¿Quédices a eso? — Me preguntó Alba.

— ¿Qué voy a decir, Alba?Que cada cual debe elegir su camino. Sobre todo vosotras las mujeres que soisel colectivo humano más oprimido. Si Isabel está enamorada de otra mujer… Si loestá, realmente, nada ni nadie podrá torcer su deseo. Y si lo impiden, sololograran hacerla una desdichada. Cuando estudiaba primero de carrera, enhistoria de la Psicología, teníamos un profesor que nos contó algo. A laspreguntas de un alumno que se reconocía homosexual, le dijo que otro alumno,varios años atrás; cuando la homosexualidad se consideraba una enfermedad, sesometió a una terapia para abandonar su “desviación”. Este profesor dejó deverlo durante bastante tiempo. Cuando se encontraron de nuevo, el profesor lepreguntó:

— ¿Cómo te ha ido? — Elalumno respondió:

—La terapia… bien. Ya nosiento deseos por otro hombre… pero… me han robado lo más hermoso de mi vida, unavida que ya no tiene sentido para mí.

Tras decir esto melevanté y abracé a Isabel por los hombros, besándole la coronilla. Alba seacercó y nos abrazó a los dos. Llorando.

Desnudo continué con lalectura de mi libro. Isabel se desprendió del pareo que llevaba y se tendió alsol también desnuda.

No habría pasado ni unahora cuando llamaron a la puerta. Isabel fue a abrir. Venía acompañada de Luci.Su amada Lucía.

Al vernos sin ropa seasustó un poco, pero mi hija la tranquilizó. Al parecer ya le había hablado de nuestrascostumbres, de nuestra forma de vivir.

Alba estaba en la cocinay yo sentado en la tumbona junto al borde de la piscina leyendo. Me levanté yme dirigí hacia ellas. Parecía nerviosa, asustada, temerosa.

—No tienes nada quetemer, Luci. Él lo sabe, mi hermana también… Y aquí tomamos el sol como puedesvernos… No nos ocultamos. — Le decía Isabel, tratando de tranquilizarla.

—Yo… yo… Qué vergüenzaIsabel. Quedamos en que no le diríamos a nadie lo nuestro…

La pobre chiquilla estabaa punto de llorar. Era algo más baja y delicada que mi hija. Rubia, con la pielmuy pálida. Me acerqué a ella… La estreché entre mis brazos… Isabel se unió alabrazo.

—No debes temer nadaLuci. Isabel me lo ha contado todo,  yoquiero a mi hija con toda mi alma y también a quien la quiera. A ti tambiénLuci. Sí, con lo que me ha dicho mi hija, creo que puedo, podemos, considerarteun miembro más de esta familia. Tenéis todo mi apoyo, todo mi cariño y verasque también piensan así Alba y Paula.

Nos sentamos, yo continuécon mi lectura. Alba seguía en la cocina. Isabel desnudó a su amiga y se sentaron las dos al borde de la piscina,con los pies en el agua. Observaba cómo Luci acariciaba el brazo de mi hija conla suavidad y la dulzura con la que solo una mujer puede hacerlo. Acercaban susrostros, unían las mejillas y los labios en besos delicados, dulces. Mirándosefijamente a los ojos, con una expresión que transmitía amor, un gran amor dejuventud…

Luci se giró, me miró yal ver que las observaba, la chica se azoró. Sus pómulos se tiñeron de rosa,arrebolados por la timidez. Bajó la vista y se separó de Isabel.

Me levanté y fui haciaellas. También se levantaron las dos. Mi hija no sabía que ocurría. Puse mismanos en los hombros de Luci que no se atrevía a levantar los ojos del suelo.Sujeté y levanté su barbilla para posar la mirada en mis ojos.

—Luci, no debesavergonzarte jamás por amar. El amor es lo más hermoso que puedes sentir y esono solo es bello, es además la mayor fuerza de la naturaleza. Es lo quesentimos entre nosotros, lo que ya sentimos por ti. Ver cómo mirabas a Isabel,me ha emocionado. Era amor puro lo que vi.

Los tres nos fundimos enun fuerte y cariñoso abrazo.

— ¡Hoolaaa familiaaa! —Paula acababa de llegar a casa.

Al vernos de esa guisapuso una cara extraña.

— ¿Qué pasa aquí? ¿Quéhacéis abrazados los tres?

—Primero dame un beso ysiéntate Paula, tenemos que hablar.

Paula me besó en loslabios, como siempre hacía. Alba, al oírla también se unió al grupo. Sesentaron ellas cuatro. Yo seguí de pie.

—Mamá, Ceci y yo somospareja. — Dijo Isabel. Realizando un verdadero esfuerzo. Paula se giró haciamí, sonrió.

—Ya lo sabía, Isabel. Losé desde hace tiempo, pero no quise decir nada hasta que se afianzara vuestraunión o se acabara y quedaba en una chiquillada. Ya veo que es serio… Por unaparte me alegro, por vuestra felicidad, pero por otra… Me temo, sé, quetendréis que afrontar serios problemas, incomprensión, fanatismo,homofobia…  Pero si os puedo decir quecontáis con el apoyo de esta familia, vuestra familia, que os queremos y solodeseamos vuestra felicidad.

Isabel y Ceci eran dosfuentes de lágrimas, besándose abrazadas. Sin poder hablar de la emoción. Paulaasió mi mano y la estrujó con fuerza. Sabía que estaba también a punto deromper a llorar.

— ¿Desde cuándo losabías? — Pregunté.

—Hace unos meses vinoLuci a “estudiar” con Isabel. Se encerraron en su cuarto y corrieron elpestillo. Eso me escamó y no pude evitar escucharlas. Sus palabras eranautentica poesía amorosa. Me hicieron llorar escuchando sus frases apasionadas,sobre todo porque recordé algo que…

— ¿Qué Paula? — Preguntéal ver cómo su rostro se ensombrecía.

—A mí me ocurrió algoterrible con su edad. — Dijo apenada.

—Vaya… No me habíashablado nunca de ello. — Dije intrigado.

Me miró fijamente y viuna tímida lágrima asomar. Tragó saliva.

—Cómo te he dicho, yotenía la edad de Isabel. Daba mis primeros pasos en el reconocimiento de micuerpo, de mi sexualidad. Habíamos formado un grupo de amigos, tres chicas y unchico, aprendimos a besar, a acariciarnos, sin llegar al final, eso era terrenominado. El miedo al embarazo, que no se enterara nadie… Un buen día seincorporó un nuevo miembro al grupo, otro chico. Era muy guapo, guapísimo. Lastres bebíamos los vientos por él. En las vacaciones del verano, fuimos a laplaya los cinco. Nosotras jugábamos en el agua y perdimos de vista a los doschicos. No nos dimos cuenta hasta que era tarde. Al parecer se habían subido alas dunas para… No sabíamos que eran homosexuales. Escuchamos un griterío yacudimos, para ver, impotentes, cómo eran apaleados por media docena de brutos,salvajes, al grito de ¡Son maricones! Asustadas no hicimos nada, solo mirar,desde lejos, cómo eran golpeados sin compasión. Cuando se hartaron y semarcharon los dejaron tendidos en la arena, desvanecidos. Como pudimos losllevamos a un dispensario de la cruz roja donde hicieron lo que pudieron, peroal parecer no fue suficiente. Pocos días después supimos que al chico nuevo lohabían encontrado, tendido en el suelo, ahorcado del pomo de una puerta en sucasa. Del otro no supimos nada más. Su familia se mudó a otra ciudad.

Un nudo en la garganta leimpedía hablar. Isabel y Ceci nos miraban abrazadas… Lloraban.

—Vaya, no me habíashablado nunca de esto, Paula. Ahora comprendo muchas cosas de tu personalidadque me chocaban, pero no quería hablarte de ellas. Trataba de que no pensarasque te analizaba. Solo eran… Bueno ya hablaremos de eso más adelante. Creo quees un asunto que aún no has resuelto.

—Sí, mejor lo dejamos. Vamosa comer que vengo hambrienta.

Alba nos había preparadouna suculenta comida que degustamos con deleite. Recogimos y se fue a suhabitación. Isabel me miró, suplicante, como buscando permiso. Asentí con unmovimiento de cabeza y con una sonrisa, tomó de la mano a Ceci que,tímidamente, se dejó llevar. Subieron al dormitorio de mi hija. Nos quedamossolos Paula y yo. Me abrazó por la espalda y me besó el cuello. Eso meprovocaba deliciosas sensaciones, escalofríos y erección…

 — ¿Qué buscas corderita? — Dije cariñosamente.

—Ya lo sabes lobo mío,quiero que me comas… — Sus ojos mostraban su excitación.

— ¿Aquí? — Pregunté,sabiendo de lo que era capaz.

— ¿Y dónde mejor? — Merespondió al tiempo que acariciaba mi falo ya en erección.

Estábamos desnudos, solotuve que tenderme sobre la toalla al borde de la piscina, ella se abrió depiernas sobre mí, ofreciéndome la mejor de las vistas panorámicas de sudepilado sexo brillante. Flexionó sus piernas, bajando su cuerpo, hastaaprisionar mi cara con sus muslos. Mi boca en su vulva… Solo veía sus nalgas,pero la sentía. Sus manos en mi sexo. Luego su boca. Despacio, estaba muyexcitado, ella también… Se dejó caer sobre mi cuerpo en un sesenta y nueve,alejándose lo suficiente como para que pudiera ver, sobre las dunas de susnalgas, la ventana de la habitación de Isabel. Las dos estaban asomadas. Laboca abierta, con forma de O; los ojos de par en par de Ceci, me decían quehabían visto todo. Logré controlarme para acabar juntos. Gritó. No me importabapor mi hija, ella ya debía estar acostumbrada. Nosotros ya sabíamos que nosespiaba y se lo permitíamos. Algo tan bello como hacer el amor no debíaocultarse a las personas que amamos. Es parte del aprendizaje, enseñamos anuestros hijos a andar, a hablar, a leer… ¿Por qué no les enseñamos a amar?¿Quién lo prohíbe? ¿Por qué?

Al percatarse que lashabía visto se retiraron con rapidez. Pude ver en Isabel una sonrisa y un guiñode ojo. Se lo devolví y me lanzó un beso, con su preciosa boquita.

Paula se tendió a mi ladoy poco después nos dormíamos.

Un chapuzón, con elconsiguiente roción de agua, nos sobresaltó. Paula dio un gritito, yo unamaldición… No me gustan esas bromas. Pero la cara sonriente de Isabelsujetándose con los brazos en el borde de la piscina, la expresión de miedo deCeci, a su lado… Me obligaron a sonreír.

—Ha sido un espectáculo,papá. Ceci estaba alucinada y… — acercándose para hablarme despacito al oído —…muy caliente… — Ceci le dio un codazo.

— ¡Ayyy, ¿por qué mepegas? Si te ha gustado y lo hemos pasado muy bien. — Las risas de Isabel noshicieron reír a todos.

—Papá, le he dicho a Cecique llame a sus padres para que le permitan quedarse esta noche… ¿No teimporta?

—Sabes que no puedonegarte nada, princesa. Por mí no hay problema, ¿qué te parece Paula?

—Sabes muy bien lo quepienso, Julio. Si la dejan… Por mí no hay problema.

Llamaron… por lo que pudeoír la madre no estaba muy convencida, pero al final aceptó.

Ellas estaban que nocabían en sí de gozo. Paula me besó en los labios.

—Estaban deseando pasarla noche juntas. — Me dijo al oído.

Seguí con mi lectura.Poco después Paula puso café con unos dulces. Lo tomamos en silencio.

Poco después aparecióAlba y se zambulló en el agua. Me encantaba ver su joven cuerpo desnudo,brillante por el agua… Braceó durante unos minutos hasta que se cansó y vino asentarse junto a nosotros.

—Esta noche estará defiesta mi hermanita ¿No?

—Sí, Alba. ¿Te molesta?

—No, papá. Le tengoenvidia… sana. Me alegro por ella, pero… Yo no tengo esa suerte.

—Ya llegará tu momentocariño. El que hayas vivido una mala experiencia no quiere decir que siempre hade ser así.

—Bueno, al menos puedodecir que he disfrutado contigo, una vez. No todas pueden. Pero el que medijeras que no se volvería a repetir… Eso duele… Y… Bueno, me hago deditosrecordando ese momento… ¡Ya lo he dicho!

— ¿Por qué no lo ibas adecir Alba? Sabes que basamos la relación de esta familia en la comunicación,no forzar a nadie a nada que no quiera, a hablar de cualquier tema con enteralibertad.

 —Entonces… ¿puedo deciros que quiero repetir?¿Qué deseo sentirte… en mí? — Casi no pudo terminar la frase por un sollozo queoprimía su garganta.

Paula la acogió en susbrazos y acarició el pelo… Me miraron suplicantes.

—No sé qué decirte mivida. Este terreno en muy escabroso y no me perdonaría que acabara haciéndotedaño. ¿Qué piensas Paula?

—Pues que ya sabía quepasaría esto. Y la verdad es que no lo veo tan mal. No es grave si elenamoramiento no crea problemas en relaciones futuras. Quiero decir que cuandoAlba tenga otras relaciones no interfieras y… que esto no afecte a la nuestra,Julio.

—Sabes muy bien, Paula,que quiero con locura a nuestras hijas. Que solo deseo su felicidad y que jamásinterferiría en una relación de Alba con otra persona, al contrario, laayudaría en lo posible, como estoy haciendo con Isabel. Ella cree haberencontrado el amor de su vida y, aunque sé que tendrán que superar muchasdificultades, la apoyo, trato de favorecer su relación por amor, porqué quieroque sea feliz.

Isabel y Ceci aparecieronen escena. Nos habían oído. Isabel vino a abrazarme con lágrimas en los ojos.

—Papá, con lo que he oídoya soy feliz. Os quiero… y quiero a Ceci con locura y si quieres mi opiniónrespecto a lo que te pide mi hermana… Hazlo con ella. La he visto llorar por lanoche en su cama, recordando su experiencia, la mala… La que la ha habíamarcado, y la buena contigo, que también le ha dejado una huella indeleble.

La madurez de suspalabras me impresionó. Ya tenía tomada mi decisión.

Anochecía. Preparamos lascosas para cenar. Ceci seguía algo cohibida pero entre todas lograron quepasara una buena velada. Tomamos unas copas, ellas solo colas y nos retiramos,cada mochuelo a su olivo. Paula estaba muy excitada…

Hacía calor, desnudos enla cama, Paula me acariciaba.

—Julio, no sé por quépero la idea de tú con Alba, haciendo el amor… Me pone mucho. Llevo toda latarde… Mira…

Llevo los dedos a su sexoque estaba empapado de flujos. Nos besamos con deseo para acabar acoplándonosen un sesenta y nueve delicioso, donde pude saborear su guayaba y ella miplátano hasta el borde del clímax para después penetrarla con dulzura, condelicadeza, hasta alcanzar juntos, el orgasmo. Habíamos llegado a un nivel decompenetración que nos permitía sincronizar nuestros éxtasis.

Las emociones del día yel calor nos dejaron dormidos.

 

 

0 comentarios - Isabel 1