Max, Juan y yo (parte III)

Una tarde en que estábamos haciendo un 69 en el piso de mi cuarto sobre la alfombra, Max deambulaba de un lado a otro lamiéndonos sin saber mucho dónde ubicarse. Yo estaba dándole una mamada de novela a Juan, mientras él me lamía con ganas el clítoris, y de pronto veo como Max empieza a lamerle el culo con fuerza a mi hombre. Tuve miedo de que Juan se viniese en mi boca en poco tiempo, yo aún no lo había dejado hacerlo, pero para mi sorpresa se detuvo a los segundos. Miré al perro desde mi posición, y pude ver que su pene rosado le asomaba levemente. Ya lo había visto así numerosas veces, algunas cuando me lamía mucho se ve que se llegaba a excitar, pero nunca había yo dejado que pasara de ahí.
 
De pronto, para mi sorpresa, Max se acercó de golpe e intentó montar ami novio. Él extrañamente ni se movió, probablemente porque no quería que dejara de chuparle la pija. No sé qué me pasó en ese momento, pero esa situación me llenó de morbo, estiré un brazo como pude, agarré el pene del perro, y se lo acerqué a la entrada del culo de mi novio. Hoy día no me puedo explicar cómo pasó eso, pero Juan se quedó muy quieto, mientras yo seguía chupando su pija y al mismo tiempo le restregaba la verga caliente del perro por el ano. Ese roce hizo que a Max se le fuera endureciendo el miembro y cada vez me era más fácil agarrarlo con la mano.
 
Enceguecida de lujuria puse firme el palo del perro en la entrada del culo de mi novio, y bastó un leve envión del perro para que la verga le entrara un poquito. Yo no podía creer lo que estaba viendo, desde mi posición veía en primera fila, cómo mi perro se empezaba a coger a mi novio, y yo entraba en un estado de excitación casi de trance. Deje de chuparle la pija a Juan, para poder ver mejor el espectáculo. Juan seguía sin moverse, y el perro con cada envestida lograba penetrarlo más y más.
 
Sus movimientos se aceleraban, al tiempo que lo sostenía con las patas delanteras, y el peso de su cuerpo se apoyaba en la espalda varonil y musculosa de mi novio. El perro apuró su ritmo frenético, y se deben haber venido los dos al mismo tiempo, porque cuando el perro se tensaba e iba deteniendo, un chorro caliente de esperma empezó a correr por mis tetas. Juan se estaba viniendo sin que le tocase el pene, únicamente del placer que sentía con la cogida que el perro le estaba dando.
 
Yo no aguanté esa vez, y empecé a masturbarme como nunca, cada tanto empujaba la cabeza de Juan para que me chupara la concha, y en menos de dos minutos alcancé un orgasmo de dimensiones épicas. Mientras convulsionaba mi cuerpo, el perro se bajó de Juan, y un chorro caliente de su semen corrió hasta mi cara, bañándome del mentón al pelo. Pude sentir en mi boca ese sabor que al día de hoy recuerdo. Y es irónico que el primer semen que probé en mi vida no fuese humano, sino de Max.
 
En ese momento, en mi estado, me pareció lo más delicioso que hubiera probado, y lo lamí con ansias, incluso buscado las gotas que aún corrían desde el culo abierto de mi novio y bajaba por sus testículos. Luego de unos instantes, él se incorporó, se sentó y sin hablar llevó sus dos manos a su cabeza. Evidentemente se esperaba tan poco como yo eso que había pasado, pero lo había aceptado y disfrutado de una forma que ni él se creía. Me miró y limpió con su mano los restos de semen de mi cara. Yo lo miraba aun acostada boca arriba desde el piso, tan sorprendida como lo estaba él. No comentamos nada, no había nada que decir. Los dos habíamos compartido una experiencia tan extraña como excitante. Me levanté, lo tomé de la mano y lo llevé al baño a que se duchara conmigo.

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