Mi inolvidable iniciación XII

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Mi primer pensamiento antes de que mi hermana comenzara a acariciar el cuerpo del caballo fue que tal vez éste se pondría nervioso al sentir las manos sobre su dura piel,

pero pronto comprobé que no fue así, ya que el equino, a pesar de ser fino de estampa, se comportaba con una mansedumbre que realmente me sorprendió.

Pero la ladina de Mary, bastante diestra por cierto en el manejo de animales, quiso agregar a aquel inigualable momento un ingrediente adicional muy especial que me hacía temblar de la brama,
pues vi que se alejó un tramo, así desnuda como estaba, para ponerse a cortar con sus manos un poco de zacate, el cual le puso después al animal debajo de la trompa.
Éste comenzó a comer la hierba con tranquilidad contribuyendo todo eso a facilitar nuestros planes. Por supuesto que yo dejé que fuese Mary quien llevase la batuta en aquel jueguito nuevo e iniciara los primeros toqueteos, en tanto yo permanecía a su lado en calidad de observadora.

De inmediato mi hermanita se dio a la sutil tarea de comenzar a pasar su mano a todo lo largo del lomo del animal con la clara intención de calmarlo y de acostumbrarlo a las manuales caricias, yendo primero hasta los pelos de la crin, ensortijando sus dedos entre el abundante pelaje oscuro para después bajarlas hasta la frente,

metiendo sus dedos en las enormes orejas y retornando luego suavemente hacia atrás por todo el brilloso lomo hasta llegar a la hermosa y exuberante cola, donde ella volvía a enredar sus dedos con una paciencia increíble.

Enseguida repetía de nuevo la caricia de la misma forma, bajando la mano en aquella suave y larga frotación hasta alcanzar el vientre del equino, quien no daba muestras de que aquello le causara molestia alguna, sino todo lo contrario.
Para entonces yo había tomado ya confianza al ver la sumisa reacción del garañón, por lo que me ubiqué del lado contrario a mi hermana y empecé a hacerle lo mismo, imitando la manera en que ella lo acariciaba.

Así nos mantuvimos por varios minutos disfrutando ambas del suave pelaje del caballo, que en lo particular me causaba un leve cosquilleo en la palma de la mano al recorrer todo su tibio cuerpo como si lo estuviésemos cepillando.

Yo pensaba que con toda seguridad el animal aquél estaba muy acostumbrado a ese tipo de caricias por parte de su dueño, ya que entre más intensificábamos nuestro frotamiento más manso se le veía, lo que nos hizo tomar aún mayor confianza.
Llegó el momento en que por fin Mary se decidió a avanzar con más audacia en la extraña pero soberbia manipulación, y haciéndome una seña me indicó que me agachara al igual que ella lo hacía hasta la parte baja del vientre,
en tanto el equino continuaba saboreando tranquilamente el verde pasto que tenía frente a su hocico con golosidad y sin hacer el menor caso de nosotras.

Yo doblé mis rodillas y vi que mi hermana adoptaba por igual la misma posición, llevando ahora una de sus manos hacia las tremendas bolas que formaban los inmensos glóbulos genitales y que en ese instante se hallaban en su tamaño natural.

Ella comenzó a tocar con suavidad exquisita las negras bolas que albergaban el enorme pedazo de carne moteada de su fenomenal pene, que hasta ahora se encontraba guardado dentro de la funda oscura de sus huevos.
Mary volvió a hacerme una señal con su cabeza induciéndome a que le ayudase también en aquellas calientes y fugaces manipulaciones, que a esas alturas me tenían completamente mojada de mis partes íntimas, y no dudaba en lo absoluto que mi hermanita estuviese igualmente tanto o más inundada como yo.
Al ver que mi hermana comenzaba a tocar con sus dedos aquella bola negra y dura, yo la emulé en la caricia con pasión, sintiendo que mi respiración se aceleraba rápidamente debido a la lujuria que todo aquello despertaba en mí.

Tanto la mano de Mary como la mía estaban ahora acariciando aquel macizo de carne ennegrecida que colgaba en la parte interna de las patas traseras del garañón, con la intención de que éste tuviese una reacción erectiva, la cual ambas esperábamos con ansiedad manteniendo nuestras miradas fijas en su vigorosa entrepierna.

No sé decir si se debió quizás a su juventud o tal vez a que el animal se encontraba en la etapa de celo,
pero de pronto comenzó a aparecer el anhelado paquete que tanto deseábamos conocer de cerca,
pues la oquedad frontal de los huevos en un momento dado se fue agrandando para después abrirse por completo ante la dureza de la saliente y membruda tranca, que le iba brotando poco a poco hasta que se convirtió,
más pronto de lo que suponíamos, en un largo bastón rollizo muy parecido a un bat de béisbol, mostrando la gruesa punta completamente achatada en cuyo centro podía divisarse con claridad el regio y blanco orificio conductor de semen.

La enorme verga surgió con majestuosidad desde adentro de la bolsa oscura colgándole cuán larga era debajo de su vientre, mientras nosotras cruzábamos una mirada de infinito deseo al darnos cuenta de que al fin habíamos conseguido nuestro primer objetivo.
A pesar de que la tremenda erección del animal nos confirmaba obviamente su inocultable estado de excitación, él permanecía comiendo el verde forraje como si nada sucediera.
Nosotras contemplábamos absortas y anhelantes la tremenda vara negra y blancuzca que mostraba un grosor admirable; aunque más admirable era aún su extrema largura.
Yo calculaba que aquel amasijo de carne y nervios debía medir por lo menos cincuenta centímetros desde la base hasta la punta roma, si no es que más.
El espectáculo que se ofreció enseguida ante nuestra caliente vista fue incomparable al observar cómo el garañón comenzó a mover la verga de atrás hacia delante y de un lado para otro, alcanzando inclusive a golpearse el vientre con ella, en una indudable señal que aludía a la brama que ya sentía como consecuencia de las caricias que las dos le habíamos estado haciendo.

Así que Mary, no queriendo dejar pasar más tiempo y aprovechando el momento en que aquél colgajo de carne se quedó quieto, lo tomó con sus dos manos para comenzar a tallarlas desde la punta hacia atrás llegando casi hasta la negra piel cercana a su enorme escroto.

Viendo que ella se deleitaba intensamente con aquel inusual manoseo yo imité su accionar con rapidez, indicándole que me dejara ser partícipe de la excitante sesión manipuladora.

Como respuesta a mi anhelante petición ella me pasó enseguida, como si fuese un columpio, el tremendo pene colgante del caballo, cogiéndolo de inmediato con mis dos manos y comenzando a prodigarle el mismo tipo de caricias que había visto hacer a Mary.
Así nos mantuvimos las dos en una atípica sincronización casi exacta: primero acariciaba mi hermana por varios minutos el enorme y grueso bastón moteado, para después ser yo quien le frotara igualmente las manos de la misma forma a todo lo largo, hasta que nos dimos cuenta que del centro de la achatada punta del pene comenzaban a fluir gruesas gotas de aquél denso elíxir blancuzco casi grisáceo que el día anterior habíamos saboreado con tanta lascivia.
No deseando de ningún modo que se perdiera ni una sola gota del intenso manantial de lechosidad que brotaba de los excitados genitales del caballo, tanto ella como yo nos disputábamos el delirante placer de captar con nuestras manos las primicias de sus sabrosas y no tan breves eyaculaciones,
llevando cada una hacia nuestras bocas sedientas todo lo que podíamos recoger, para degustar con intenso y lujurioso deseo aquel néctar que tanto nos atraía y que nos había incitado a hacer justamente lo que nos encontrábamos llevando a cabo, escondidas en el impenetrable bosquecillo.

No sé en realidad qué cantidad de líquido seminal estuvimos bebiendo las dos de manera intermitente mientras duró el preámbulo de caricias sobre el enorme y caballuno pito inflamado, pero sí estimo que después de casi una hora de estar prodigándole los tallamientos y frotaciones a aquella vara gruesa y endurecida yo sentía mi garganta ahíta de tibia leche, más no por eso estaba llena, pues deseaba beber aún más de la savia pegajosa y salvaje que con generosidad se nos ofrecía.

Y pronto mis deseos se convirtieron en realidad ya que los genitales del animal, al haber llegado seguramente al clímax del deseo y la brama, explotaron en tremendas e increíbles convulsiones que presagiaban el derramamiento final, el cual por fin se presentó a través de un violento movimiento hacia arriba de su largo pene, de donde comenzó a brotar un inmenso caudal de líquidos espesos y blanquecinos que salían a borbotones y con tremenda fuerza, nunca vista antes por nosotras, que una gran parte del volumen del preciado semen fue a parar irremediablemente sobre la hierba del piso.

Al darnos cuenta cabal de la inapreciable pérdida que significaba para nosotras el no poder bebernos la totalidad del exquisito y caliente licor que emanaba de sus entrañas, reaccionamos con rapidez y sincronía poniendo las palmas de nuestras manos debajo de la verga del garañón, en un intento por recoger lo más que pudiésemos de aquel esperma caliente y espeso.

Mas nuestros intentos fueron parcialmente vanos, pues dado el constante movimiento que el caballo ejercía sobre su tremendo miembro mientras seguía eyaculando, la leche iba a dar al piso, logrando recolectar cada una, de cualquier forma, una generosa porción de la abundantísima producción lechosa del extraordinario y negro equino.
Puesto que nosotras desconocíamos con certeza cuánto tiempo podía demorar saliéndole la leche del gravitante pito endurecido, nos mantuvimos atentas a que el caballo se recuperara de la brama que le causaba el intensísimo orgasmo, hasta que al fin dejó de mover el descomunal falo manteniéndolo rígido con la punta hacia abajo,
cosa que aprovechamos Mary y yo para volver a poner nuestras manos abiertas debajo del tremendo cañón caliente, de donde seguían escurriendo gruesas gotas del tamaño de un copo de nieve, para llevarlas con rapidez a nuestras bocas, en un acto tan lascivo y lujurioso que hizo que las dos nos viniéramos en seco sin habernos siquiera tocado nuestros chochitos.

Quizás duró este accionar unos veinte minutos o más, lo cual fue suficiente tiempo de gozo para nosotras en aquella privilegiada ocasión, pues sinceramente nos regodeamos con amplitud en el conocimiento manipulatorio y eyaculativo del precioso caballo, que ahora comenzaba a mostrar cierto grado de flacidez en su enorme pene.
No deseando desde luego que alguien pudiese encontrarnos desnudas y entregadas a aquel regio y delirante placer digno de ser repetido, escuché cuando mi hermanita me decía con la voz aún temblorosa por el deseo:
-Ay Angelita...creo que por hoy debemos dejarlo así....
-Mmmm...Mary...¿por qué no le damos otra talladita?....sólo una y ya...hasta que se venga otra vez...
-No manita...recuerda que inventamos que estabas enfermita...y de seguro Pepe le preguntará a mamá cómo llegaste, y no quiero que surja alguna sospecha si nos tardamos más. Además, recuerda que él no se quedará hoy a ensayar....
-Oh sí, lo había olvidado...tienes razón...
-Bueno, entonces ya vámonos. Ahora desataré al caballo, nos vestiremos y nos iremos corriendo para no llegar tan tarde, si?
-Si, manita...está bien....pero... cuando volveremos a hacerlo otra vez, Mary?
-Pues no creo que pase mucho tiempo....ya viste que es fácil...sólo tenemos que buscar el momento apropiado y ya...
-Sí...de acuerdo....ojalá pueda ser pronto porque me encantó todo esto....ji ji ji ji.
-Jajajajaja...a mí también, manita...pero ponte ya la ropa mientras yo lo desato y lo suelto.
Después de aquella vibrante sesión con el caballo, yo no podía apartar de mi mente la fina estampa del negro garañón con su pinto cañón moviéndose como péndulo de campana.

Incluso hasta me había olvidado momentáneamente de nuestro desconocido amante del bosque, siendo sustituida su imagen por la del caballo y su regio pito, cuya visión me bailaba en mi mente a cada rato. Fue por ello que esa misma noche hablé con Mary para hacerle una propuesta que sin duda a ella le agradó. Hallándonos sentaditas en el tronco de nuestras confesiones, yo le dije:
-Oye, Mary...mañana es sábado, y Pepe se irá con mamá a trillar al campo.
-Si. Es cierto. Pero dime, Angelita....¿Qué es lo que tienes en mente?
-Ay pues qué....no te imaginas?
-Mmmm...pues sí...creo que sí...pero mejor dímelo...
-Podríamos pedirle permiso a mamá para ir a dar un paseo...pero ya sabes...en vez de hacerlo, nos vamos allá donde el caballito...jijijijiji...
-Vas a ver, ladina...jijijijiji. –respondió mi hermanita guiñándome un ojo-
-A poco no te gustaría?
-Ay claro que me gustaría...de verdad que no es mala idea, Angelita.
-Entonces que dices?...lo hacemos?...
-Si...vamos a deleitarnos un poco con ese animalito tan lindo.
-Ay Mary...pero yo quiero decirte algo...
-Dímelo, anda...
-Me encanta tomarme la lechita...es rica y deliciosa..pero esta vez quisiera algo más...algo mucho más caliente...me comprendes?
-Humm...sí, te comprendo...pero dime en qué has pensado...
-Huy, pues en muchas cosas...pero sé bien que algunas son imposibles..jijijiji...pero hay una que creo que sí podremos hacer.
-¿Cuál?
-Mamarle el pitón al garañón.
-Uff....y crees que eso nos va a caber en la boca?...no seas tontita, Angelita..
-No...ya lo sé...pero podemos chuparlo por fuera...y bueno, también podríamos intentar meternos la cabeza, por qué no?
-Ah pícara...ya veo que eres tan calientita como yo...
-Si...de eso estoy segura, manita...
-Jajajaja....está bien...podemos intentarlo, claro...
-Bueno, entonces..trato hecho?
-Trato hecho –respondió Mary-
El sábado que siguió las dos nos levantamos temprano con la intención de llevar a efecto nuestro acuerdo. Cuando llegamos al comedor mi madre se hallaba preparando el desayuno para irse después al campo con Pepe y Miguel, nuestro hermano mayor. Mientras comíamos algo, mi hermana le espetó:
-Mami...Angelita y yo queremos pedirte permiso para salir a dar una vuelta por el campo...iremos al mismo sitio del otro día....recuerdas?..
-Si, lo recuerdo...pero...primero hagan sus tareas y después se irán.
-Si mamita...
-Y no se alejen demasiado...ya saben que no me gusta que anden solas por el campo.
-Está bien...lo haremos –respondió mi hermana-
Cuando el desayuno acabó, mi madre y mis dos hermanos se fueron a trabajar, mientras Mary y yo nos apuramos a hacer las tareas escolares. Casi una hora después salimos de la casa, la cerramos y nos fuimos al galpón que servía para guardar los aperos de labranza. Mi hermana cogió las cuerdas y dándome algunas me dijo:
-Anda manita, vámonos ya...quiero que regresemos a casa antes que ellos. Así mamá no nos negará el permiso en otra ocasión.
Yo asentí. Enseguida nos encaminamos presurosas hacia el caminito real que conducía a la escuela, aunque en esta ocasión no íbamos precisamente a tomar clases de ese tipo.

Como solíamos siempre hacer, una vez que nos sentimos alejadas de miradas indiscretas, nos dimos a trotar por el caminillo de tierra y hasta a correr en algunos tramos, más que para ahorrar tiempo, con el fin de saciar el ardor que ambas sentíamos manifestarse debajo de nuestras pantaletas.
Por fin llegamos cansadas y sudorosas a la cerca que separaba el camino real del potrero. Enseguida nos cruzamos la valla de alambre y nos metimos entre los arbustos hasta arribar al claro del pastizal.

Tanto Mary como yo nos quedamos escondidas entre la maleza por algunos minutos para asegurarnos de que estábamos solas, en tanto intentábamos ubicar la presencia del garañón de nuestros ardores.
Cuando estuvimos ciertas de que no se veía a nadie por los alrededores, salimos de entre los arbustos y nos dimos a la tarea de localizar al caballo.
Caminamos varios cientos de metros por las orillas del potrero hasta que al fin lo vimos pastando a lo lejos.
Enseguida mi hermana me indicó que la esperase allí, detrás de un árbol, mientras ella tomaba las cuerdas, formaba el típico lazo y se alejaba en dirección al animal.
Pude ver cuando Mary, como toda una amazona bien entrenada, izaba la cuerda sobre su cabeza girándola una y otra vez hasta que la lanzó sobre el negro ejemplar.

De nueva cuenta volvía a admirar las dotes de mi hermana para ese tipo de cosas, pues a la primera el caballo quedó sujeto.

Ella se fue acercando poco a poco hasta que pudo comenzar a acariciarle la cabeza y la crin, para posteriormente jalarlo hacia donde yo me encontraba. Cuando llegó hasta mí me indicó que nos fuésemos al oculto sitio donde la vez anterior habíamos gozado de las delicias del garañón.

Como la ocasión anterior, mi hermana ató al caballo del mismo árbol y procedió a maniatarlo de ambas extremidades. Luego fue y cortó zacate para ponérselo frente al hocico.

Teniendo al equino a nuestra disposición, ambas nos dedicamos ahora a desnudarnos con presteza, hasta que nuestros cuerpos quedaron sin nada de ropa encima. Las dos nos lanzábamos fieras miradas de deseo que manifestaban la urgencia de comenzar el juego animal.

Vi cuando María se tocaba su entrepierna hundiendo sus dedos en la mojada hendidura, haciendo yo lo mismo para tratar de calmar las ansias que me quemaban por dentro.

Fue mi hermanita quien inició como siempre los primeros tocamientos sobre su brillante y atlético cuerpo para dar tranquilidad al regio garañón negro, en tanto yo observaba su cuerpo desnudo con aquel deseo inconfesado,
admirando como solía hacerlo siempre y sin que ella lo advirtiera la exquisita belleza de las curvas de su esbelto cuerpo que tanto me encantaba ver y que me llenaba de una inquietud insoportable.

Pero sabiendo que el objeto del deseo era esta vez el caballo, dejé de lado mis íntimos pensamientos y me dediqué a imitar a Mary, quien ya estaba hincada a un lado del animal metiendo sus manos debajo del oscuro vientre.

Yo me puse en la misma posición del otro lado del cuerpo del brioso animal, que ahora se mostraba manso y tranquilo, y metí mi mano en el mismo nidito donde mi hermana ya manipulaba con la vista ardorosa y los labios temblorosos.

Entre las dos iniciamos el mismo ritual de la vez anterior, tocando el grueso círculo negro de las bolas de su escroto que guardaban aquel genial falo del delirio, acusando la bestia sin duda el efecto de nuestras caricias,
pues pronto vimos que aquel badajo de carne comenzó a expandirse para empezar a asomarse la punta del fenomenal pene que se fue abriendo paso poco a poco, como quien jala una manguera,

hasta que se desplegó fuera de su bolsa más de la mitad del tremendo pito con manchas blancas que tanto nos agradaba.
Al salir aquel bastión con forma de palo, las dos prácticamente nos le fuimos encima, pues nuestras manos se disputaban el honor de tomarlo primero en una pugna por querer tocarlo una antes que la otra.
Pero en este caliente juego bien que había espacio para las dos, pues tanto mi hermana como yo lo cogimos, una en la parte superior y la otra por la achatada punta, en tanto sentíamos cómo en nuestras propias manos aquel cañón de suave y rugosa carnosidad, matizado de sebo por cierto,
se iba hinchando cada vez más hasta alcanzar el máximo grado de esplendor y plenitud.

Como nosotras continuábamos ejerciendo tocamientos suaves de arriba hacia abajo sobre aquel ejemplar pene, el caballo muy pronto dio muestras de querer satisfacer nuestra curiosidad por verlo parado por completo,

ya que casi al instante sentimos que el delicioso tubo carnoso se nos iba de las manos con fuerza, pues el negro garañón había comenzado a moverlo con un poder temible, golpeándose con su larga herramienta la barriga como si se estuviese sacudiendo los mosquitos.

Nosotras lo dejamos hacer, pues sabíamos que aquello era una especie como de ritual preliminar para el garañón, quien se daba golpes de pecho una y otra vez como enviándonos un mensaje que parecía decir: "...Mi verga es mi verga y sé que les gusta.... pero vean primero de qué tamaño la tengo, porque hasta puedo golpearme con ella...". El ejercicio calisténico que hacía el negro animal a las dos nos encantaba por igual, ya que difícilmente una mujer podrá ver en su vida tan de cerca como nosotras la forma envidiable en que un caballo luce con arrogancia ese tipo de protuberancias, y mucho menos verlo y escucharlo auto golpearse de esa forma tan excitante.
Cuando el animal dejó de mover el tremendo pito moteado, ambas volvimos a cogerlo con inaudita pasión. Sólo que María, más dispuesta que yo para eso, quiso ser la primera en llevarlo hasta su boca como para mostrarme que mi idea ahora la hacía suya, y junto con ella también el deleite que le causaba sentir por primera vez la rugosa piel de la verga sobre su cara y sus labios. Yo dejé que fuese ella quien me enseñara la forma de hacerlo, pues aquella visión me ponía a arder de brama y lujuria en tanto aprovechaba la circunstancia para meterme dos de mis dedos en mi mojosa rajita, que me pedía a gritos ser llenada por algo que mis dedos no alcanzaban a satisfacer. Mientras tanto mi hermanita, con la lengua de fuera, lamía y relamía aquel requesón oloroso que sobresalía sobre la piel del pito endurecido, tallando su lengua con ansiedad desde la achatada cabeza hasta la negrura de los gordos huevos, dándole vueltas al pene con sus manos para volver a lamer la larga y gruesa protuberancia que ya comenzaba a rezumar efluvios grisáceos y pegajosos por el blanco conducto que tenía en el centro. Ella se sumó a la fiesta de lechosidad depositando su boca justo debajo del agujero que conduce los líquidos seminales equinos, para saborear con entusiasmo y golosidad exquisitas las gruesas gotas de elíxir que brotaban sin cesar de aquella delgada tubería frontal. Al ver la brama que María experimentaba yo no quise esperar más, y haciéndole una seña le pedí que me dejara probar ahora a mí, reclamando enardecida el turno que ya me tocaba. Comprendiendo mi anhelante petición, mi hermana me dejó el tubo de carne a mi disposición, y tomándolo con la misma pasión con que ella lo había hecho, lo llevé temblorosa hasta mi cara, donde lo froté una y otra vez sobre la piel de mis mejillas, inhalando aquel extraño aroma a sebo de animal que despedía la tremenda vara del garañón.
Por lo visto al caballo le gustaba igualmente disfrutar de nuestros excitantes tocamientos, pues no tan sólo lo demostraba con la extraordinaria manifestación eréctil de su enorme pito enhiesto en plenitud, sino también con su pasmosa tranquilidad por dejarse hacer todo aquello sin oponer resistencia. Así que embramada como me hallaba ya, puse al fin la punta caliente sobre mis labios para degustar de aquellas delicias seminales que emergían sin parar de las entrañas frontales del caballo, chupando y chupando la savia caliente que me entraba hasta la garganta y que me bebía con delectación. Por largos minutos estuve sorbiendo la leche del garañón, que por cierto ya me había embarrado por completo la cara, hasta que Mary me suplicó que se lo dejara ahora a ella, en un pedimento tan emocionante y lleno de anhelo que allí mismo, mientras era ella quien ahora lo mamaba y lo disfrutaba a sus anchas, me tendí sobre el césped y levantando mis piernas, inicié un mete y saca con mis dedos dentro de mi rajita inundada, hasta que experimenté la primer cadena de orgasmos que me hicieron gritar y aullar de delirio.
Fue en ese instante, justo cuando estaba acabando de venirme, y aún presa de los espasmos de delirio, cuando vi la figura del hombre que se acercaba por el potrero, montado en un caballo. De inmediato le dije a mi hermana:
-Mary...Mary...alguien se acerca.
-Ohh...no puede ser...quien es?
-No lo sé...pero seguro nos descubrirá...ya no hay tiempo.
Sin siquiera voltear a verlo, ninguna de las dos pudo hacer nada, pues el jinete, quien sin duda ya nos había descubierto desde lejos, había fustigado su montura y casi enseguida arribó hasta donde nos hallábamos desnudas, con el negro garañón maniatado de las patas, y la verga totalmente parada y lechosa. El hombre llegó hasta nosotras y sin desmontar nos dijo:
-Vaya..vaya...pero si son las hermanitas...¡Qué agradable sorpresa!
Al escuchar esa voz, ambas volteamos al unísono para ver el rostro del hombre, descubriendo que se trataba del mismo desconocido del bosque. Nuestra sorpresa, por supuesto, fue mayúscula, no tan sólo por saber que habíamos sido descubiertas in fraganti, sino por ver que se trataba de nuestro amante amado. Tanto Mary como yo nos quedamos mudas, sin habla, observando con miedo y vergüenza la figura del desconocido, quien en ese momento se apeó de la montura y caminó hasta nosotras.
 
CONTINUARA.

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