GLORIA Capitulo 1


 

                                            GLORIACapitulo 1

La vida puede dar muchas vueltas. A veces nos sorprenden lascosas que nos suceden.

 

               Llamanal timbre de la puerta…  y… ¡estánabriendo con la llave!

            —¡¡¿Quiénanda ahí?!! — Grito mientras empuño un bate de béisbol.

            —¡¡Soyyo, don Pablo!! ¡Gloria María!

            Es elnombre de la mujer que cuida de mi casa, me prepara la comida… Pero ¿a estashoras? Son las doce de la noche.

            —PasaGloria, ¿qué ocurre? Pero… ¿Qué te han hecho? ¿Cómo estas así?

            Lamujer presenta un estado lamentable. Moratones en el rostro, heridas sangrantesen la cabeza. Cortes en los brazos y manos…

—Siéntate en el sofá… Voypor el botiquín  ¿Quién es esta muchacha?

            —SoySandra, su hija. — Susurra la chica, muy joven…

            —¡¡¿Cómo,mi hija?!! — Exclamo sorprendido… por un instante pensé que podían quererendosarme una hija…

            —¡Noo! Soy hija de Gloria.

            Laexplicación me convence más. Voy a buscar un botiquín para emergencias,toallas… Mientras lavo las heridas compruebo que no son excesivamente graves.Su hija la desnuda sin timidez, dejando solo el sujetador y las bragas.  Desinfecto y vierto polvos antibióticos enlos cortes. Puedo ver los cardenales de los golpes recibidos, donde aplico un pocode pomada para los hematomas. La joven me mira sin pestañear. Me ayuda a poneren pie a su madre y llevarla a mi dormitorio donde la dejamos acostada trashacerle tomar un calmante. No dejaba de llorar.

            —¡Ayyydon Pablo! ¡Ayyy! Perdóneme, es que no sabía adónde ir…

            —TranquilaGloria… Ha hecho bien. Ahora intente dormir, descanse.

            Ladejamos acostada y bajé con la joven al salón.

            —¿Quéha pasado Sandra?

            —SeñorPablo, lo siento… Ha sido el novio de mamá. Llegó bebido a casa y… — Un sollozointerrumpió su explicación. Se refugió en mis brazos llorando. — Todo ha sidopor mi culpa…

            —¿Portu culpa? ¿Qué has hecho? — Pregunté tratando de calmarla.

            —Yoquería salir con mis amigas y mi madre no me dejaba… en eso llegó él y… Estabamuy bebido… Me empujó hacia la cama gritando que yo era una pendeja y quisocogerme… Mi madre se interpuso y le dio tremenda golpiza, la tenía en el sueloy quiso acuchillarla. Le di un golpe con una olla en la cabeza y cayó al piso.Mientras se levantaba agarre a mamá por un brazo y la arrastré a la calle. Nosabía adónde ir… Y la traje aquí…

            Yoseguía acariciando su pelo calmándola… Olía muy bien…

            —Hashecho bien, Sandra. Aquí no creo que venga ese energúmeno, pero si se le ocurreacercarse lo esperaré. Esto no se le hace a una mujer. Ahora cálmate, acuéstatecon tu madre; yo dormiré en la habitación pequeña.

            Lamuchacha levantó su carita y me dio un beso en la mejilla.

            —¡Gracias,don Pablo! Mamá me había hablado muy bien de vos, ahora sé por qué.

            Sedirigió a la habitación donde estaba su madre. Apagué todas las luces y medispuse a dormir en el cuarto que tenía preparado por si algún día venia algunavisita.

            Notenía sueño. Me puse a recordar cómo había llegado hasta aquí.

Apenas cuatro años atrásvivía en España, en Madrid. Con una familia, esposa, Marta, dos hijos, un varónde diecisiete años, ahora tendrá veintiuno, Carlos y una chica de quince, quehabrá cumplido los diecinueve, Eloísa.

Era propietario de unaempresa de importación-exportación que me permitía mantener un nivel de vidamás que desahogado. Casa propia, apartamento en la playa de Roquetas, Almería.

            Unaciago día descubrí que mi esposa, Marta, me engañaba. Le pagaba a un profesorde tenis que, además de las clases deportivas la satisfacía sexualmente dos otres veces en semana. Yo quizás tenía algo de culpa. Mi trabajo me absorbía. Elafán por ganar dinero para que mi familia viviera bien me obligaba a estarsemanas viajando, dejando sola a mí, ya ahora, exmujer. Lo cierto es que no eranada nuevo; lo había hecho en otras ocasiones, pero no le daba demasiadaimportancia, eran encuentros ocasionales, nada serio. Pero esta vez se habíaconvertido en algo habitual. Y lo peor era que el club en el que se movían conocíansus andanzas y se pitorreaban del cornudo, o sea, yo. Ya se encargaba el“profesor de tenis” de chismorrearlo entre sus amigos.

            Unavez descubierto el engaño y descartada la posibilidad de reconciliación, meplanteé cual sería mi estrategia de actuación. Y me dispuse a llevar a cabo unplan.

Encargué a un detectiveprivado el seguimiento y aporte de pruebas de su infidelidad. No tardó enmostrarme fotos de la pareja, ella y su instructor, en situaciones más quecomprometidas. O sea, fornicando en su coche, practicando felaciones, inclusolamiéndole el ano al tipo. Las fotos eran suficientemente explícitas. Videos ygrabaciones sonoras en las que yo salía muy mal parado.

No le dije nada a ella.

            Mefui deshaciendo de las propiedades, vendiéndolas o hipotecándolas. Cómo paraalgunas  operaciones precisaba la firmade mi esposa, la convencí de que necesitaba dinero para ampliar el negocio.Ella no sospechaba nada de mis planes, como tampoco sabía que yo estaba altanto de sus correrías.

            Vendíla empresa con la cartera de clientes. Todo esto en un tiempo record. Traspasélos fondos a varias cuentas cifradas en Holanda y más tarde a las Caimán.

            Cuandole pedí el divorcio Marta se sorprendió, pero le expuse las pruebas de suinfidelidad y no tuvo más remedio que aceptar mis condiciones. Durante lasnegociaciones me vi obligado a alojarme en un hotel. En una de las ocasiones enla que nos vimos pregunté a Marta por qué lo había hecho, me respondió que sumaestro de tenis, un tal Damián, la había llevado a sentir lo que nunca habíaexperimentado conmigo. Que era un auténtico macho… Mi hijo, ojito derecho de sumadre, intentó, en una ocasión, agredirme. No lo permití, le di dos tortas yacabó en el suelo, llorando como una niña. Mi hija me dio más pena, ella nocomprendía nada, pero también estaba del lado de la madre. No quise decirles elmotivo de la separación, no quería enemistarles con su madre. Les dejé la casaen la que vivíamos y me marché sin siquiera despedirme.

Mis negocios me habíanllevado a conocer personas de otros países. Un buen amigo, abogado, me aconsejóir a Sudamérica, por la ventaja de la lengua.

Lo cierto es que me vinode perlas utilizar el divorcio como excusa para desaparecer.

Uno de los contactos conlos que trabajaba, colombiano, me facilitó un cadáver de la morgue, decaracterísticas similares a las mías.

Lo cierto es que pocosmeses después del divorcio apareció mi coche accidentado, quemado y un cuerpoen su interior que, cómo cabe suponer, estaba totalmente carbonizado.

Las pruebas de ADN noresultaron validas ya que los dos hijos no eran míos. Yo ya lo sabía. Laconfesión de Marta zanjó el problema, cerrando el caso.

Un poco de botox enlugares críticos de mi rostro me convirtieron en otra persona.

Me facilitaron nuevadocumentación, pasaporte, tarjetas para conducir, de la seguridad social ydocumento de identidad.

            Asívine a Bucaramanga, Santander, Colombia. Donde alquilé, una casita donde vivoen la actualidad. Dos plantas, tres habitaciones, un salón amplio, cocina y dosbaños. Un aseo abajo y otro más completo arriba, con bañera y ducha. En laparte trasera un jardín de unos cincuenta metros cuadrados y en la delantera unamplio porche.

            Lo deGloria fue una casualidad. Un día comprando en una frutería, atrajo mi atenciónuna mujer de unos treinta y pocos años, de estatura media, con el pelo entrecastaño y pelirrojo, con pequitas en la cara, los ojos de color indefinido,entre castaño claro y verde, muy bonita. Hablaba con el dueño pidiendo trabajo.Este la trató con muy malos modos y eso me rebeló. Le dije que no tenía derechoa tratar así a una persona, me exalto con facilidad, le obligué a disculparse ynos marchamos de allí, sin comprar yo y sin trabajo ella.

Al salir le pregunté sitomaría un tinto, (café), conmigo, aceptó y fuimos a un centro comercialcercano. Nos sentamos en una mesita de la cafetería y mientras tomábamos elcafé le dije que yo necesitaba una mujer para que arreglara mi casa, mecocinara… Y ella aceptó las condiciones.

Desde entonces vienediariamente, se porta bien y yo no tengo problemas con la logística, ni conella. De trato agradable, no solemos hablar mucho, ella no preguntaba ni yotampoco. Por eso no sabía nada de su familia, de sus problemas. Hasta hoy.

            Conestas disquisiciones me quedé dormido.

            Despertécon el sonido de trasteo en la cocina y olor a café. No al típico tinto que sesuele tomar por aquí, si no café, café. No me había desnudado para acostarmeasí que me levanté y me llevé una agradable sorpresa al encontrar a Sandra enla cocina.

            —Buenosdías Sandra, ¿cómo está tu madre?

            —Mejor,don Pablo, mejor. Aunque le duele todo el cuerpo de la paliza que le dio el¡hijo de puta, mal parido…!

            —¡Vale,vale! Tranquilízate. Lo que tenemos que buscar son soluciones para que esto novuelva a repetirse. ¿Qué pensáis hacer? Porque volver a vuestra casa…

            —Hayno sée, don Pablo… Siéntese y desayune a ver que dice mi mamá…

            —¿Quétiene que decir su mamá?… Buenos días don Pablo… — Gloria estaba de pie en lapuerta de la cocina, se sujetaba en el marco.

            —PorDios Gloria, déjeme ayudarla. No debería haberse levantado aun. Acomódese aquí.— La ayudé a sentarse en la silla que le acercaba su hija.

            —DonPablo, si me lo permite le hago una propuesta. — Dijo Gloria.

            —Túdirás. — Respondí

            —Bueno…Le propongo que trabajemos mi hija y yo para usted sin cobrarle nada a cambiode que nos permita vivir aquí. No queremos volver con el mal nacido de  Aurelio y no seremos una carga para usted.

            Laproposición no me sorprendió demasiado. Yo pensaba ofrecerles algo así.

            —Bueno…Tal vez funcione. Probaremos un tiempo y veremos qué pasa. — Le respondí.

            Asífue como comenzó nuestra convivencia. La casa disponía de tres dormitorios. Elmayor para mí, otro como despacho y el tercero lo arreglaron para ellasdos. 

            Sandraa punto de cumplir dieciocho años, estaba estudiando pregrado en launiversidad. Le indique que podía utilizar mi despacho como lugar de estudio.

            Pasaronunas semanas en las que la convivencia no se vio alterada. Me sentía agustoacompañado por las dos mujeres.

            Comosiempre, tras la cena, nos sentábamos a ver la TV. Generalmente era yo quienseleccionaba el programa a ver, pero si a ellas no les gustaba podían ver otracosa en una pantalla, que habían recuperado de su antigua casa, en sudormitorio. Pero era raro. Normalmente se quedaban conmigo.

            Todofue bien hasta que una noche…

            Hacíaalgo de frio y Gloria se arrebujó a mi lado en el sofá de dos plazas y Sandraen un sillón enfrente.

            Laprogramación no era muy atractiva. Sandra se levantó.

            —Voya estudiar un poco, mañana tengo un examen…

            —Deacuerdo mijita. No te demores mucho en acostarte.

            —Hastamañana don Pablo…

            —Nome llames don Pablo… Me haces viejo… Jajaja

            —Ayy,lo siento, no lo recordaba… — Se acercó a su madre y la besó en la mejilla.Luego hizo lo mismo conmigo, solo que el beso me lo dio muy cerca de lacomisura de mis labios y se demoró un poco. Después se marchó al despacho.

            No ledi mucha importancia. Debía ser casual.

            Pocodespués, Gloria, se dormía sobre mi hombro, ambos cubiertos por una ligeramantita. Sonreí al ver su linda carita, la respiración pausada, el tibio calorque despedía su cuerpo junto al mío. Pasé mi brazo izquierdo por sus hombros.

            Nopuedo precisar cuando ocurrió que su mano resbaló hasta posarse en mi paquete.Yo llevaba un pantaloncito de pijama, sin bóxer… Poco antes había comenzado unapelícula con contenido erótico y noté el empuje de mí… Entonces  tuve conciencia de donde estaba su mano.

            Mesentía realmente incómodo. Pero era incapaz de controlar la erección que pujabapor salir del pantalón.

            Conmi mano derecha intenté apartar la suya, tratando de no despertarla. La mujer,dormida, se arrebujó más contra mi cuerpo y agarró firmemente mi paquete, quecrecía hasta límites insospechados para mí.

            Desdeque tuve relaciones con mi ex esposa, casi cuatro años atrás, no había tenidocontacto con ninguna mujer. Me las apañaba, a mano, con algunas páginas deinternet.

            Notabacómo se aceleraba mi corazón, un extraño sudor frío en el rostro.

            ¡PorDios, qué vergüenza si Gloria despertara ahora! ¿Qué pensaría de mí?

            Ydespertó… Levantó su cara para posar sus ojos, con destellos verde esmeralda,en los míos, una sonrisa de niña pícara ilumino su rostro, la lengua aparecióentre sus labios, sugerente, traviesa…

            —Ayy,don Pablo… Yo llegué a pensar que usted era puto… Ya veo que no. ¿Me deja quesiga?

            —¡PorDios Gloria, lo estoy pasando muy mal! Qué vas a pensar de mí…

            —¿Quépuedo pensar? Pues que está usted muy bien dotado por la naturaleza y es unapena que se desperdicie esta cosota que me tiene bien arrecha desde que laestoy agarrando. ¿No se enfadará si sigo?

            —Gloria,después del susto que me has dado puedes hacer lo que quieras…

            Meincliné sobre ella y besé suavemente sus labios, ella se estiró para alcanzarmey devorar mi boca con la suya. Su mano desabrochó mi pantalón y extrajo elobjeto de su deseo, apartó la mantita y se ladeó hasta alcanzarlo con suslabios para engullirlo como el más delicioso manjar.

            Acariciésus cabellos, la nuca, los lóbulos de las orejas. Se incorporó hasta estar depie ante mí. Se deshizo de su camisón, sacándoselo por la cabeza y pudeapreciar en todo su esplendor un cuerpo precioso de mujer. Los pechos semantenían turgentes, desafiantes, coronados por areolas rosadas que resaltabanla blancura de su piel. Pezones no muy gruesos pero sí sobresalientes. Hastaese momento no había apreciado la estrechez de su cintura, las curvas rotundasde las caderas sobre unos muslos y piernas torneados que me parecieronpreciosos.

            Searrodilló a mis pies y retomó su tarea mamatoria mientras yo le amasaba lossenos. Al acariciar con mis dedos los pezones se endurecieron al instanteprovocando un gemido en Gloria. No pude soportar tamaña tensión.

            —¡Gloria,aparta, me voy a correr! — Se separó el tiempo justo para decir.

            —¡Hágaloen mi boca! — Y lo hice

            Fueun orgasmo como nunca había experimentado. A mi ex le daba asco y no me hizojamás una felación. Por unas fotos que me facilitó el detective, a quienencargué seguirla, pude ver como se tragaba el miembro de su profesor de tenishasta las bolas. Saber aquello fue muy doloroso para mí.

            Gloriame miraba a los ojos, se sentó a mi lado degustando la descarga y comenzamos abesarnos. Por primera vez saboreé de su boca mi propio semen y no me disgustó.Acaricié el cuerpo que se me brindaba, supongo que torpemente, ya que ella fueguiándome en el recorrido por su anatomía, indicándome y deteniéndome en loslugares que le producían más placer.

            Besándomeguió mi cabeza hasta sus pechos, tachonados de pequitas rosadas como susmejillas, empujando poco a poco hasta un punto en que me vi obligado a arrodillarmeante ella. Abrió sus muslos y me indicó lo que quería. Su intimidad aparecióante mí como una esplendorosa flor rosada, de labios carnosos que cubrían doscrestitas de tono rojo en su interior, coronadas por un matojito de vello entrecastaño y rojizo.  No había practicadonunca un cunnilingus, solo lo había visto en videos, aun así, intenté hacerlolo mejor posible.

            Elaroma de su sexo me resultó muy agradable, no había trazas de perfume, era suolor natural… Y me encantaba, era afrodisiaco. Se repantigó para facilitar mitarea, apoyó los pies en mi espalda con los muslos abiertos al máximo. Lamí,torpemente, sus ingles, los labios mayores… Pero era una buena maestra. Fueguiándome paso a paso hasta centrarme en el botoncito, bajo un capuchoncito,que ella con sus manos se encargó de descubrir. Algo me sorprendió. Pasó unbrazo bajo su cuerpo para alcanzar con un dedo el ano, introduciéndolo,  moviéndolo lentamente al principio yrápidamente después.

            —¡Hazlotú! — Me dijo señalándome su orificio rodeado de rosadas estrías radiales.

            Empapéde sus propios jugos un dedo de mi mano derecha y lo fui introduciéndolo en lasuave cavidad que me ofrecía. Todo era nuevo para mí. La lengua en su vulva, eldedo entrando y saliendo por completo en su ano…

            Y depronto estalló… Sus muslos me apresaron inmovilizándome. Un grito surgió delfondo de su garganta seguido de convulsiones y temblores que se prolongaronhasta casi dejarme sin aire.

            Melibró de la presa para tirar de mí hasta su llevarme a su boca para besarnosmutuamente. Me apartaba para respirar con grandes bocanadas de aire y acontinuación me atraía para devorarme la boca. Lamia sus jugos de mis labioscon deleite.

            Jamásme había sentido tan feliz, viendo la cara de satisfacción de esta mujer. Claroque nunca, en toda mi vida, había llevado al orgasmo a una mujer… Ni a miexmujer… La educación recibida, tanto la mía como la de mi ex, no permitíanesas “cochinadas”.

            Cuandose repuso se levantó, tiró de mi mano y me condujo hasta el despacho, entramosdesnudos. Yo intenté cubrir mis vergüenzas con las manos.

            —Sandra,esta noche duermes en la habitación de Pablo… — La chica no se sorprendió; alvernos desnudos, sonrió y nos mandó un beso con la mano.

            —Yavale madre, que ustedes lo pasen bien…

            Gloriame abrazó, unió sus labios a los míos, sin importarle la presencia de su hija,le envió un beso y me condujo al dormitorio.

            Terminóde desnudarme y me empujó a la cama, tras retirar la colcha. Tendido bocaarriba me dejé manipular por la que, ya había comprobado, era una experta.Junto a mí me besaba y acariciaba todo mi cuerpo, pellizcaba mis tetillas,mordía los lóbulos de las orejas, lamía mi cuello y provocaba escalofríos en miespalda.

            Arrodilladaen el costado derecho, sujetó mi pene, acariciando los atributos, besando elglande y lamiendo los lados hasta chupar como si de una piruleta se tratara.Para mí era milagrosa la recuperación de mi miembro. Una vez alcanzó laconsistencia deseada cabalgó mis caderas para colocarse sobre él e introducírselodespacio, haciéndome sentir un placer desconocido al rozar las paredes de lacavidad que no imaginaba tan estrechas, tan cálidas y tan suaves debidas a laextrema lubricación que jamás observé en mi ex.

            Semovía lentamente, cabalgaba como una amazona con movimientos arriba, abajo,adelante, atrás y con un giro de caderas enloquecedor. No podía imaginar quelos movimientos de Gloria provocaran tanto placer. Llevó mi mano hasta suclítoris para que se lo masajeara y obedecí. Sus ojos lanzaban fuego, la bocaentreabierta, las fosas nasales abiertas al máximo para facilitar larespiración. Acariciaba un pecho con una mano y yo el otro, imitándola,pellizcando los pezones que se endurecieron al máximo.

            Acelerósus movimientos, pensé que me arrancaba el pene. Un grito, mayor que elproferido en su anterior orgasmo, resonó en la casa. Se desplomó sobre mipecho. No pude evitar sentir una gran emoción al tener a esta maravillosa mujerjadeando, boqueando buscando aire, sobre mí.

            Apenasse repuso comenzó a moverse de nuevo. Me sorprendió. Poco después se retorcíaen un nuevo orgasmo, preludio de otro que me hizo terminar dentro de suvientre.

            Deslizándosesobre mí, se refugió en mi costado izquierdo. La cabeza sobre mi hombro. Mibrazo estrechando su cuerpo. Besé su frente, su mirada, la sonrisa, el ligeroestremecimiento de su cuerpo… Con los pies atraje la sábana para cubrirnos.

Antes de quedarme dormidopude observar a Sandra que asomaba por la puerta, sonreía y con el puño cerradoy el pulgar en alto aprobaba lo que hacíamos. Imité su gesto sonriendo y apaguéla luz.

            Apartir de ese día mi vida era sencilla con ellas. Gloria dormía conmigo ySandra sola en la otra habitación. Ya las consideraba como familia, las veíafelices y yo también lo era.

            Unanoche de TV, Gloria, se sentó en el otro extremo del sofá y colocó sus piessobre mis piernas. Los acaricié, los masajeé y los acerqué a mi cara. Meencantaba su olor, besé sus deditos y al mirarla vi que sonreía.

            —Sigue…  Me gusta… — Dijo con voz sugerente.

            Yseguí… Una mano desaparecía bajo su camisón de dormir y los movimientos nodejaban lugar a dudas.

Sandra, desde el sillónque ocupaba frente a mí, también sonreía y se acariciaba disimuladamente. Porsu posición su madre no podía verla, pero yo sí.

Aprecié unestremecimiento en Gloria, encogió sus piernas, llevando las rodillas hasta supecho, se puso de costado en posición fetal, mirando hacia el respaldo delsofá. Me maravillaba la facilidad con la que llegaba al clímax esta deliciosamujer. Y a mí me llenaba de satisfacción verla feliz.

Pero su hija no sequedaba corta. Cerró sus muslos con fuerza, se estiró en su asiento y dobló lacabeza hacia atrás suspirando profundamente, presa del éxtasis.

Yo alucinaba. Madre ehija se masturbaban ante mí, disimuladamente, disfrutando de orgasmos sincomplejos, de la forma más natural. Cuando se repuso me miró y en sus ojos viafecto, cariño, ternura. Sonrió y me sopló un beso. Entrecerró los ojos yparecía dormida…

—Voy a ducharme papis… —Dijo Sandra alegremente.

Gloria no contestó. Sehabía dormido. Sandra se acercó a mi lado y me dio un suave piquito en loslabios que me pilló desprevenido, provocándome una rápida ereccióninvoluntaria. Yo no estaba habituado a estas manifestaciones. Mientras se alejabahacia el baño intenté recordar cuando me besó mi hija… No lo logré. Nunca nosbesábamos en casa, nunca recibí un abrazo cariñoso por parte de mi ex, ni demis hijos… Se me encogió el corazón y mis ojos se llenaron de lágrimas.

En medio de estas elucubracionesoí abrirse la puerta del baño de arriba y vi salir a una ninfa bellísima por elpasillo de los dormitorios. Una toalla en la cabeza, otra arrollada en sucuerpo…

Justo en medio delpasillo se detuvo y se le cayó la toalla quedando desnuda a mi vista. Larecogió del suelo, con lo que al agacharse me mostró su perfecto trasero. Susexo a la vista con los labios perfectamente depilados. Giró su cuerpo. Me mirócon picardía, sonrió, me mandó un beso y se adentró en su dormitorio dandográciles saltitos.

Curiosamente la vista desu cuerpo desnudo no me excitaba. Me emocionaba la belleza, la juventud y memaravillaba la despreocupación con la que mostraba su desnudez ante mí. En mivida anterior jamás vi desnuda a mi hija desde que era un bebé.

Me dije a mí mismo… Quésuerte he tenido al encontrarme con estas dos personas a las que,definitivamente, considero mi familia.

—¿Qué dices Pablo? —Gloria me miraba mientras se estiraba y desperezaba.

Sin darme cuenta habíaexpresado mis pensamientos en voz alta.

—Que te quiero Gloria,que os quiero a las dos, que tengo mucha suerte por teneros a mi lado.

—¿Tienes lágrimas en losojos?

—Sí mi amor. Me sientomuy feliz y eso me emociona.

Se sentó a mi lado y nosabrazamos besándonos como si no hubiera un mañana. Se levantó tiró de mi mano yme llevó al dormitorio donde nos abrazamos, retozamos y nos amamos hasta elamanecer.

Algunos días después,estábamos los tres comiendo, cuando sonó el teléfono. Respondió Gloria. Dio ungrito que nos asustó.

—¡Mamá, ¿qué pasa?! —Gritó Sandra.

—No os preocupéis, sonbuenas noticias, Norma, ha tenido un bebé.

Sandra se levantógritando de alegría.

Gloria tenía una hermanacuatro años menor que ella. Vivía en Bogotá, casada sin hijos y esta era unabuena nueva para ellas. Cuando, al principio de nuestra relación, le preguntépor qué no había recurrido a ella en su situación me dijo que el marido de suhermana no lo hubiera permitido. Y  ellatampoco lo toleraba. Pero esta era una situación distinta. Su hermana le pedíaque fuera a ayudarla unos días hasta que pudiera valerse por sí sola y aceptó.Al parecer las relaciones con su esposo no eran buenas, en parte, debidas alembarazo.

Sandra se quedaríaconmigo hasta su vuelta para no perder clases.

—Usted no se preocupepapito, yo lo cuidaré mientras mami esté fuera — Me dijo.

Al despedirnos, en elaeropuerto de Palonegro, nos dimos un amoroso abrazo, me besó y dijo:

—Cuide de mi niña, Pablo,solo los tengo a ustedes dos…

—Cuidaré de ella como sifuera mi hija, Gloria. Puedes ir tranquila.

Tras su marcha me quedéalgo preocupado. No sabía cómo interpretar las manifestaciones cariñosas deSandra. No quería pensar en que ella intentara seducirme. Con su madre cerca nohabía problema, pero ahora, solos los dos…

El día transcurrió sinnovedad, Gloria llamó al llegar al hospital, donde estaba su hermana, y nosenvió una foto del nuevo bebé. Sandra lloraba de alegría. Me abrazó. Me mirócon la cara bañada en lágrimas. Besé su frente y, delicadamente, la separé de mí.Trataba de evitar complicaciones.

Por la noche seguimos larutina, con un ligero cambio. Se sentó en el lugar que, habitualmente, ocupabaGloria. Y como ella, puso sus pequeños pies descalzos en mi regazo. ¿Pretendíaocupar el lugar de su madre?

—Deme un masajito, papi.Los tengo adoloridos y usted los sabe dar bien, me platicó mami.

Sonreí, tomé sus pies ycomencé a masajearlos con suavidad. Los tobillos, talones, empeine y planta. Alllegar a los deditos…

—Bésemelos papi. He vistocómo se lo hace a mami y… — No la dejé terminar.

Se los besé. Los lamí,mordisqueé sus taloncitos y al mirar en su dirección vi que bajo sucamisoncito… No llevaba nada.

Un escalofrío recorrió miespalda.

La muchacha abrió losmuslos lo suficiente como para que pudiera admirar su rajita, que cómo la de sumadre era sonrosada. Y brillaba por la humedad.

Sus ojos cerrados, sumano en el pubis, acariciándolo. Un dedo que se hundía en su preciosa grieta,suspiros, una lentitud exasperante. Acariciaba la vulva entera con la mano, eldedo medio se perdía en las profundidades de la grieta, barría desde el anohasta el pubis… ¡Era enloquecedor…!

No pude evitar unaerección… ¡Pero no debía!

Dejé que susmanipulaciones la llevaran donde ella quería y mientras le chupaba los deditosde los pies, un orgasmo brutal la hizo gritar y retorcerse como una posesa.

Tiré de su camisón paracubrir su desnudez. Al salir del trance me miró, se levantó y vino hacia mí. Meabrazó y puso su manita sobre mi hombría. Con dolor de alma, pero con delicadeza,se la aparté. Besé la frente, la separé y moví la cabeza negando. Su rostromanifestaba extrañeza. La abracé con fuerza.

—No puedo, cariño. Nosería justo con tu madre. La quiero mucho y esto enturbiaría nuestra relación.— Incrédula acercó su boca a la mía depositando un suave beso, como elrevoloteo de una mariposa, en mis labios.

—Gracias. Eres el mejorpapi del mundo, por eso te quiero.

Se levantó, pude ver unalágrima en su rostro. Deslizó sus manos por las mías y se alejó sin dejar demirarme, subiendo la escalera y adentrándose en su dormitorio.

 

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