La profe Luciana (Capítulos 5 al 6)

La profe Luciana
La profe Luciana (Capítulos 5 al 6)







Capítulo V: “Hongo” out

Culo


Al verme cómodo y dichoso sintiendo su calentura a través de la yema de mis dedos, se sintió con la autoridad para lanzar una de sus manos hacia mi miembro. Lo agarró, aún cubierto por el pantalón, palpó toda la zona, y a continuación me deleitó con un profundo beso. Uno realmente extenso. Nos dio tiempo para explorarnos hasta la garganta, nos permitió sentir la sonrisa que se dibujaba en el rostro del otro, al verse irrespetado por una lengua hasta ahora desconocida.


Ella mientras tanto fue desabrochando el cinturón que sostenía mi pantalón. Luego de deshacerse de este, agarró mis pantalones de los costados, con ambas manos, y los bajó de un jalón. De nuevo se puso en pie, me miró a los ojos sosteniendo un gesto de total perversión, y acto seguido lanzó de nuevo su mano a mi pene, que a esa altura de la noche estaba desesperado por ser liberado.


Y si bien su vagina estaba lista para la penetración, decidí postergar ese ansiado momento, pues no me iba a privar de saborear tan tierna vulva. Quería deleitarme con sus fluidos, quería esa zona carnuda y caliente entre mi boca. Además, era un deber devolverle el deleite a Luciana, y de seguro la mejor forma de hacerlo era mediante una buena comida de coño.


Me puse de rodillas y sumergí mi cara en su entrepierna, ella dejó llevar su cuerpo hacia atrás un poco, sus nalgas quedaron de nuevo apoyadas en los ventanales, mientras mi lengua empezaba a dar las primeras probadas a ese suculento coñazo. El ambiente estaba colmado de esa tufarada tan característica del sexo ¡Era todo un deleite, todo un festín!


Sus ojos cerrados y su cabeza ligeramente inclinada hacia atrás eran buena señal, eran un gesto de evidente complacencia en una mujer que tenía idealizada como una experta de las artes amatorias. Poco a poco empezaron a escapar de ella unos soplidos, unas exhalaciones, cada vez más entusiastas y dicientes.


Estuve concentrado en complacerla con mi lengua por un buen rato, lo que se vio interrumpido por un esporádico contacto visual, un instante que me regalé para tomar aire, verle a la cara y apreciar su disfrute. Luciana no permitió que fuera muy extenso, porque de repente bajó mi cabeza agresivamente con una de sus manos mientras dijo “¡Atragántate!”.


Mi cara se enterró de nuevo en su vagina. Yo me ahogaba entre el tufillo y los fluidos cada vez más presentes en los alrededores de su vulva y su entrepierna. No podía ver nada, la escuchaba reír. Me levanté abruptamente, tosí un poco. Tomé aire y la miré al rostro, mientras que ella volvía a reír. 


Nos detuvimos por un instante, para vernos a los ojos y ser cómplices del instante de placer que debíamos compartir. Luciana se dejó caer en el suelo. Se acostó allí, echó su cabeza hacia atrás, cerró sus ojos y abrió sus piernas, invitándome a entrar a tan bienaventurada vagina.


Esculqué mis pantalones con cierto desespero, tomé unos condones que tenía en ellos, y me puse uno.


Fue exquisito ese instante en que mi miembro erecto y desesperado se deslizó por entre su vagina, ella lo acompañó de un gemido cortito pero sonoro.


Estaba anonadado, Luciana rondaba los 40 años, había parido un hijo, había fornicado a lo largo de su vida como Dios manda, pero su coño era increíblemente prieto, estrecho.


El sentir esa vagina apretada y ardiente era complementado con lo insinuante de su rostro, con su lengua jugueteando sobre sus labios, y con su mirada desafiante, atrevida y retadora. “Senda bellaca” dirían los de Plan B si le hubiesen visto esa expresión.


Sus desafiantes gestos funcionaron como incitación, provocaron en mí el deseo de penetrarla con mayor vehemencia. Le empujé mi pene adentro sin contemplación alguna. Con un movimiento lento pero profundo para explorar su ser.


El ritmo fue en aumento, nuestros cuerpos chocaban con agresividad. Se escuchaba fuertemente ese estruendo de nuestra humanidad al encontrarse. Luciana levantaba y estiraba sus piernas en el aire, en un gesto de completa permisividad para hacer de mi miembro viril su invitado de honor.


Sus gemidos eran otro condimento sustancial del exquisito coito que estábamos viviendo. Eran sonoros, desinhibidos, profundos, y por momentos estruendosos, era un completo embeleso.


Sus senitos se movían al ritmo de nuestros zarandeos. ´Lucían inocentes, tiernos y frágiles. Pero sinceramente eran una atracción de segundo plano, pues mi atención se centraba en su rostro, cuyos gestos evidenciaban intensos instantes de placer, de delirio y de éxtasis; Sus ojos perdidos, su boca ligeramente abierta, dispuesta a dejar escapar cuanto gemido e insulto se le antojara a esta veterana de mil guerras; sus labios húmedos y tentadores, y su respiración agitada; eso era lo que realmente me tenía atrapado.


Verla perdida de placer, verla gozar sin vergüenza alguna, sentirle ese coño caliente y ajustado, y escucharla apeteciendo más, provocó ese anhelado estallido de placer, esa descarga retenida por un preservativo al interior de su hirviente vagina.


Pero la fiesta estaba lejos de terminar. A pesar de haber alcanzado el orgasmo, era de mi interés seguir fornicando con esta mujer que me había develado el verdadero sentir del placer. También me sentía en la obligación de seguir brindando placer a Luciana, pues una ocasión tan esperada como esta no podía terminar en un simple orgasmo.


Ella comprendiendo que me había hecho alcanzar mi primer orgasmo de la noche, le propuse un pequeño descanso, el cual utilizaría para complementar el festín hedonista.


-       No te molesta que fume marihuana, ¿verdad?  - preguntó Luciana en el entretiempo de nuestros coitos
-       No, para nada
-       ¿Tú quieres?
-       Mmm, bueno, sí, un poco


Pero no terminó siendo un poco. Luciana sacó una pipa y la rellenó de hierba. Fumó de ella, la limpió y volvió a llenarla. Ahora era mi turno.


Fue algo que me pudo haber jugado en contra, que me puso extremadamente nervioso, pues he de confesar que hasta ese entonces nunca había follado bajo los efectos del THC. De hecho, había fumado marihuana alguna vez en mi vida, pero para ese entonces era un antiguo recuerdo.


Ella limpió la pipa, la volvió a rellenar y volvió a fumar, mientras expresaba lo mucho que disfrutaba del sexo estando bajo los efectos del cannabis.


Poco a poco empecé a perderme en sus palabras. Se me hacía complejo concentrarme en lo que me decía.


Lo que si recuerdo a la perfección es que recuperé el deseo antes de lo que esperaba, pues fue cuestión de concentrarme en su cuerpo desnudo para volver a tener mi miembro erecto.


Luciana, al verme listo para continuar la faena, se recostó contra uno de los ventanales y me invitó a follarla allí, mientras veíamos la vida pasar bajo nosotros, a la vez que podríamos ser vistos por algún curioso del sector. “No sé si te lo dije, pero sentirme deseada es algo que me calienta sobremanera. Me gusta en exceso que me vean, que fantaseen conmigo, que me deseen… ha de ser por eso que estoy aquí contigo, que accedí a tu pedido, pues, sinceramente, me hiciste calentar ese día en mi despacho con tus miradas lujuriosas y con tus palabras insinuantes”, dijo Luciana estando ya apoyada contra los cristales mientras que yo forraba de nuevo mi miembro erecto bajo el látex protector del preservativo.


Verla allí, apoyando sus senos y su rostro contra los cristales, mientras sus nalgas expuestas se contoneaban levemente, me sacó de quicio, me generó un apetito que solo podía saciarse sintiendo de nuevo el calor de su humanidad.


La penetré, asegurándome de que mis movimientos no fueran demasiado bruscos, pues no tenía la certeza de que tanto peso podría soportar el ventanal. Me era difícil controlar el deseo de penetrarla con vehemencia, pues tenerla allí, impúdica ante los ojos de la ciudad, era algo que poco a poco me iba haciendo perder la cabeza.


Su rostro, a pesar de estar apoyado sobre uno de sus costados contra la ventana, me permitía ver algunos de sus gestos placenteros e insinuantes. Me atreví a buscar sus labios con los míos, a saciar esa sed de besarla desaforadamente.


Si bien el primer coito había sido digno de enmarcar, la sensación que me estaba generando este segundo encuentro era todavía mejor. Los efectos del THC me hicieron dimensionar de otra manera el sentir de sus carnes, el mismísimo ardor de su coño, además de hacerme sentir que el polvo fue mucho más largo de lo que verdaderamente fue.


Pasé mis brazos bajo los suyos y formé un arco con los mismos, como pretendiendo hacerle una llave de lucha, que me otorgara el total dominio de la situación.


Habiéndome adueñado de su movilidad, la hice despegarse del ventanal, para penetrarla aún de pie y recorriendo la habitación, al ritmo de empellones desesperados.


Era todo un espectáculo aquello de caminar por la extensa habitación sin haber dejado de penetrarla en un solo momento. Ella me alentaba a no detenerme, a penetrarla cada vez más duro.


Tal fue el descontrol que llegó un momento en que terminamos cayendo sobre la cama. Ella apoyó rodillas y manos sobre el colchón, y una vez más me invitó a penetrarla, aunque con una frase que me marcó para siempre, pues nunca podré olvidar la perversión del gesto con la que lo acompañó, y mucho menos la esencia de la misma: “métemela sin ‘hongo’”.


Quedé desconcertado ante su pedido. Luciana me estaba pidiendo follar al natural, a pelo, algo que sinceramente no había imaginado ni en la más optimista de mis fantasías.


Fue todo un delirio sentir piel con piel, carne con carne, vivir ese instante maravilloso de mi pene ingresando en su caliente coño.


Sus gemidos acompañaron la ya de por sí maravillosa faena. Luciana estaba extasiada, y ese estado de euforia y descontrol la llevo a la completa desinhibición. Los gritos y los insultos se hicieron más frecuentes de su parte, mientras que yo me reprimía para no terminar antes de tiempo.


Estando ella todavía en cuatro, la agarré del pelo y la jaloné hacia mí. Su espalda se recargo contra mi pecho, mientras que la intensidad con que sus nalgas rebotaban contra mi pubis era cada vez mayor.


Pude rodearla con uno de mis brazos para sentir una vez más sus exquisitos senos, para tomar de nuevo entre mis manos esos bellos pezones rosa.


Luciana dejó caer su cabeza sobre uno de mis hombros, permitiéndome apreciar una vez más sus gestos de disfrute, y dejando a mi alcance la posibilidad de saborear su boca.


Luciana era una mujer de tomar constantemente la iniciativa. En gran parte del coito fue ella quien marcó el ritmo de los movimientos, y cuando fui yo el protagonista, ella orientó mis movimientos con su voz, con sus órdenes, se convirtió en la directora de orquesta de un coito que desencadenaría en un húmedo orgasmo de su parte.


Para mí fue simplemente maravilloso el hecho de ver sus piernas descontroladas, presas de movimientos involuntarios, de espasmos que reflejaban su alto estado de excitación. Pero lo que especialmente me llevó al delirio fue sentir y ver la humedad proveniente de su coño, que recorrió sus piernas cuesta abajo y que terminó humedeciendo las sábanas y el colchón en el que dormiríamos minutos después.
Una vez consciente de su satisfacción, me di la libertad de alcanzar mi orgasmo, de rellenarle ese coño tan hambriento de esperma.


La besé al término de nuestro encuentro carnal, beso que ella correspondió, pero que segundos después minimizó diciéndome que lo nuestro había sido solo sexo, que no había espacio ni tiempo para el enamoramiento.


Asentí con la cabeza, le otorgué la razón, sin saber que era tarde para reprimir ese sentir. Para ella había sido solo sexo, para mí había sido el renacer de un sentimiento que hace años no se había hecho presente en mí.


Capítulo VI: ‘Sexting’ a los 40


orto



Al día siguiente despertamos aproximadamente a las nueve de la mañana. El olor a sexo reinaba en el ambiente, mientras nuestros cuerpos desnudos y sudorosos seguían todavía entrelazados. Yo estaba poseído por aquel deseo de recargar mis testículos con sus fluidos vaginales, pero Luciana tenía otros planes. La velada de sexo desenfrenado había terminado y ahora cada cual debía volver a casa.



Salí de allí tan excitado como había llegado, mi sed de Luciana era insaciable. Afortunadamente para mí, ella había desarrollado un vicio por mí, del cual yo por ahora no sabía, pero que con el pasar de los días se haría evidente, y que terminaría propiciando más de un encuentro con esta mujer tan especial.


Llegué a mi casa pasado el mediodía, habiendo maquinado todo un entretejido de mentiras para darle credibilidad a la historia ideada con exclusividad para la familia, especialmente para Adriana, una serie de embustes ideados detalladamente para que mi relato funcionara como un relojito.


Pero Adriana no mostró mayor interés en mi viaje, un parco “¿Cómo te fue?”, fue su única pregunta al verme volver. No le interesaron pormenores, ni el nombre del hotel, ni la hora de salida de los vuelos, nada de nada. En otra época su desinterés me habría generado una crisis, habría empujado mi ánimo a un precipicio, y habría creado en mi la incertidumbre acerca de haber sido engañado. Pero ese sábado, justo desde ese sábado, lo que Adriana pensara o sintiera por mí, me tenía sin cuidado alguno. 


Los niños preguntaron por lo que les había traído, y yo sin nada en manos para entregar, no tuve más que recurrir al mediocre pretexto del viaje exprés. Jugué un rato con ellos como buscando recompensarles por la decepción causada por mis manos vacías. También buscaba despejar un poco la mente. Buscaba desaparecer, aunque fuera por solo un rato, el recuerdo de la calenturienta de Luciana.


Estaba obseso por ella. El viaje de vuelta a casa fue un constante pensar en sus carnes, en el inmenso estímulo que causa apreciar los gestos de su rostro, en su mismísima forma de ser, siempre tan disoluta, siempre tan liberal, siempre tan ella.   
Luciana era una mujer en todo el sentido de la palabra, una de esas con las que se te antoja tener muchos hijos, de aquellas en las que pase lo que pase persiste su fragancia a mujer, que exuda feminidad, que pareciera que llevara encima una tonelada de estrógenos. Es que sinceramente no existe un placer más exquisito que una mujer; no hay pecado más dulcemente mortal que desvanecer la persona ante una alabanza eterna a los encantos femeninos; no hay cosa más deliciosa, invención más perversa, que una mujer, y Luciana sí que lo era. El cuerpo me la pedía a gritos, irradiaba puro celo, pura calentura.


No pasaron muchas horas para caer en la tentación de masturbarme evocando su paso por mi cuerpo. Es más, ese sábado no pude dejar de hacerlo. Me tenía absorbido, enfermo, supe lo que era sentirme confesamente degenerado. No tuve reparo alguno en masturbarme hasta tener el pene en carne viva. Al fin y al cabo, ¿No es este escenario el paraíso del placer de un pervertido?


Quedé hecho un guiñapo. Anulado, sin vigor alguno. Tardé un par de días en recuperar algo de la esencia de la líbido, y tan pronto pasó, Luciana volvió a apoderarse de mis pensamientos, que valga aclarar eran casi siempre viciosos y retorcidos.


Es más, las cosas empeoraron la noche del martes. Hasta ese entonces no habíamos cruzado palabra; nada de llamadas, nada de Whatsapp, nada de nada desde aquel sábado que nos despedimos. Luciana había sido confesa del buen rato que había pasado, pero dejó en claro que una cosa era sexo y otra era “encoñarse”, como queriendo dejar en claro las cosas, advirtiéndome sus límites.


Para mí era un hecho que volveríamos a copular, la duda era cuándo. No quería perder el contacto con ella, pero no sabía qué escribirle, tampoco quería parecer intenso o acosador, además que quería recuperar el aliento y estar pleno para la próxima vez que nos encontráramos.


Pero la noche del martes ella rompió el reinante silencio. Lo interrumpió de una forma memorable y magistral. Luciana ratificó esa noche lo impúdica y tentadora que podía ser.


A Whatsapp me envió un video que hasta el día de hoy no me canso de calificar como una obra maestra de la provocación, una pieza de la seducción digna de guardar y reproducir una y otra vez. Es más, a partir de este video tuve que comprar un disco duro que terminé destinando al registro fílmico y fotográfico exclusivo de Luciana. Este fue el video que lo inauguró, el video que antecedió a muchos otros que me iba enviar durante el tiempo que estuvimos fornicando obsesamente a espalda de nuestras familias.


La pieza audiovisual comienza con una pared de baldosa blanca como fondo, se escucha agua caer y luego entra en escena Luciana. Ella está cubierta de jabón, por lo menos en su torso, el agua cae y se desliza por su delicada y blanquita piel. Con sus manos tapa sus pezones, que igual tienen una buena cantidad de espuma encima. Su pelo se unifica y se estira por efecto del agua, se ve todavía más oscuro, es el cabello más negro que he visto en mi vida, es imponente ¡Me encanta!


Luciana estira un poco la mano, que sale y vuelve a entrar a escena en una ráfaga, pero ahora sosteniendo una cuchilla de afeitar. Levanta uno de sus brazos y depila una de sus axilas, que de por sí no tenía mucho por depilar. Luego hace lo mismo con la otra.


Deja la cuchilla a un lado por un momento, toma el jabón y lo esparce sin restricción alguna por sobre la zona de su pubis. Mientras lo hace juguetea con su lengua en medio de una sonrisa que delata pura picardía, pura desfachatez y perversión.
Toma de nuevo la cuchilla y empieza a rasurar, con mucho detenimiento y cuidado, ese pubis que merece todo tipo de condecoración. Esa vagina rosa, que por dentro es todavía más rosa y que sabe a gloria, que permanece joven y conservada en el cuerpo de una mujer de 40, negándose a envejecer, jugando a mantener viva esa eterna juventud.


Luciana guardaba silencio mientras hacía todo esto. Quizá dejó escapar alguna risa ocasionalmente, pero la mayor parte del tiempo dejó que el sonido del ambiente dominara la escena.


Se tomó su tiempo, pero qué bien depiladita que le quedó ¡Todo un caramelito!
La escena no terminaba allí, Luciana tenía algo más por ofrecer frente a la cámara. Terminó de ducharse. La espuma del jabón y del champú se esfumó de su cuerpo y ahora solo le corría agua cuesta abajo. Luciana se estiró un poco, sus brazos salieron de escena, y al regresar tenían consigo una toalla. Secó su cuerpo frente a la cámara sin apuro alguno. Luego cubrió su cuerpo con la toalla. Tomó el celular en sus manos y preguntó “Vamos a ver qué hay para hacer…”. Abrió la puerta del baño y volteó el celular, grabó lo que había delante de ella, era un hombre dormido en una cama. Giró de nuevo el teléfono, de nuevo la cámara apuntaba a Luciana. Ella se detuvo, apoyó un puño en su rostro, cual El Pensador de Miguel Ángel. Guardó silencio por un par de segundos, quizá por unos cuantos más, dejó caer la toalla que la recubría, enseñando una vez más ese cuerpo concebido para el placer. Posterior a eso dijo “ni modo, será despertar a mi marido”, frase que finalizó con una de sus típicas y sugerentes sonrisas.
Ahí acababa, dejando en el aire la presunción de una frenética jornada de sexo conyugal. Haciendo hervir mi sangre por el simple hecho de imaginarla con otro, arder de furia pensando en ella entregándose a uno que no fuera yo. Pero a la vez la imaginaba libidinosa, calenturienta y desenfrenada; lo que me iba a hacer desearla todavía más. Una vez más avivó en mi ese deseo por poseerla, aunque fuese solo una vez más.


Debo confesarlo, para mí fue imposible dejar pasar la noche sin masturbarme teniendo ese video solo para mí.  Escapé de la habitación. Fui al baño más lejano a las habitaciones y me deleité de nuevo con el agua recorriendo sus carnes, con el jabón escurriendo desde su torso, de su coño poco a poco despejado de ese pelambre que le recubría, escondiendo esos rosas y carnudos labios. Me tomé el tiempo suficiente para detallar sus gestos, para deleitarme con cada una de sus incitaciones. Estallé de placer una vez más con Luciana como inspiración. Era toda una obligación: tenía que volver a acostarme con Luciana y solo así volver a entender el máximo éxtasis del placer.


Capítulo VII: Desvirgue “motelero”


Al día siguiente le escribí. Además de saludarle y preguntarle por su día, le consulté por la velada que había pasado junto a su esposo, a lo que me respondió sin complejo alguno que se lo había tenido que tirar...


La continuación de esta historia en https://relatoscalientesyalgomas.blogspot.com/2021/02/la-profe-luciana-capitulo-vii.html

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