Pillado en el baño…

 


Pillado en el baño…

Más tarde vino mi padre y cenamos, como siempre venía medio borracho y con sorna no paraba de hablarnos con el “deje” que suelta la lengua tras la ingesta de gran cantidad de alcohol.
 
Mi madrastra no hacía más que disimular y de reojo me miraba. Yo la miraba vivamente y ella me evitaba. Se había duchado tras la doble corrida sobre su cuerpo y yo me recreaba en la visión de su cuerpo desnudo siendo regado por mi esperma caliente. De buena gana hubiese ido más allá, pero lamentablemente eso no lo hubiese consentido así que tuve que conformarme, que no es poco, con su visión desnuda frente a mí, con el deseo prohibido de ir más allá de lo permitido, con la lujuria contenida en el espacio que nos separaba.
 
Mi padre, que para eso no se cortaba le dio unas palmadas en el culo mientras servía la mesa y luego le metió mano bajo las faldas sin pudor alguno. Algo me decía que aquella noche se volvería a abrir de piernas para complacer al macho borracho, seguramente sin muchas ganas pero daba la impresión de que aquel hombre ya ni la satisfacía ni despertaba el deseo en ella, solo la fuerza de la costumbre la mantenía unida a él, sólo la necesidad de dinero hacía que tratase de complacerlo cuando se le arrimaba apestando a bar, sólo con Cael podía dar rienda suelta a sus ganas de follar tras aquellas farsas de coitos maritales.
 
Me fui a la cama y no paré de pensar en todo lo sucedido, y como la juventud todo lo puede, me volví a masturbar y soñé que la penetraba por detrás, disfrutando de su hermoso, suave y terso culo, como ya hiciera mi amigo Cael.
 
Al día siguiente, cuando volví del instituto ella me evitaba, no quería estar a solas conmigo en la misma habitación, pues mi padre llegaba un poco más tarde para comer.
 
Por la noche me levanté a hacer pis y como solía hacer entré en el baño y no encendí la luz para no molestar a mi padre con la claridad. Entonces se levantó ella y sin verme encendió la luz, cogiéndome in fraganti con el rabo en la mano mientras lo sacudía para secar las últimas gotas. ¡Esta se quedó impresionada! Me miró y se echó para atrás.
—¡Oh, lo siento! —dijo en un susurro.
—No pasa nada, no eché la luz para no molestar —dije yo en voz baja para no alertar a mi padre, quien dormía en el cuarto.
—Claro —exclamó ella con cara de circunstancias mientras yo escurría mi glande tras el pis.
 
Nos quedamos mirándonos el uno al otro, como en una foto “3D” congelada, hasta que uno de los dos reinició el tiempo y el devenir de los acontecimientos.
—Me hago pis —dijo ella desde la puerta.
 
Sin decir nada me guardé mi miembro en el calzoncillo y me aparté para dejarle sitio. Cuando intentaba salir del estrecho baño nos cruzamos a medio camino frente al lavabo, ahí pasamos de lado, muy pegados y juntos, yo aspiré su perfume y ella pasó frente a mi pecho desnudo. Todo muy tenso, todo algo forzado, ¿tal vez existía tensión sexual no resuelta? No lo sé, sólo sé que el instinto me hizo abrazar su culo y pegar su pelvis a la mía al tiempo que acercaba mis labios a su cuello para dejarme embriagar por su perfume.
—¡Qué haces! —dijo en un susurro ahogado empujándome para apartarme de su cuerpo.
—Recuerdas lo del otro día, ¡harás lo que yo quiera o se lo contaré todo a mi padre! —sentencié en voz baja cerca de su oído.
 
La advertencia provocó el efecto esperado, ella dejó de forcejear y se quedó inmóvil, momento que aproveché para volver a estrechar su culo y pegar mi pelvis a su pelvis, aunque a estas alturas fue mi erección la que contactó contra su bajo vientre.
 
Chupé su cuello dulcemente mientras magreaba su trasero y restregaba mi erección por su vientre. ¡Oh qué caliente me puse!
 
Bajé una tirante de su camisón y descubrí uno de sus pechos, luego mi boca se abrió y amenazó con tragárselo entero, algo a todas luces imposible, pues Beyda tenía un buen par de peras allí. De modo que se contentó con envolver su areola y chupar su pezón hasta ponerlo gordo y tieso. ¡Oh qué caliente me puse!
 
Ella pareció arrepentirse de su decisión pasiva y me empujó de nuevo consiguiendo zafarse de mi abrazo. Pasó y se sentó en la taza del váter, bajándose antes rápidamente las bragas para hacer el pis que tanto ansiaba.
 
Mientras oía el potente chorro caer con estrépito a la blanca taza, seguía yo caliente como pocas veces. Así que ni corto ni perezoso me puse frente a ella y extraje mi erección de mi calzoncillo soltándosela apenas a un palmo de su cara.
 
Ésta me miró desde abajo, impresionada, podría decirse que hasta asustada. Y yo, mirándola desde arriba cogí su cabeza con delicadeza y empujé su nuca hacia mí acercando poco a poco su boca a la punta de mi glande.
 
Ésta lo miró y opuso resistencia, no quería acercarse a aquella herramienta que erecta y potente la apuntaba a la cabeza. Más yo insistí suavemente, sin brusquedad y la acompañé de mi voz tranquila y serena.
—Vamos Beyda, ¡harás lo que yo quiera o se lo contaré todo a mi padre!
 
De nuevo la sentencia fatídica la desarmó y por unos momentos sentí cómo su boca se acercaba a mi glande. ¡Oh qué maravillosa sensación! Antes incluso de que entrase en aquella caliente boquita de piñón.
 
Ésta abrió sus labios y sin mucho esmero la dejó entrar, pero con sólo este hecho para mí ya fue un subidón. Con suaves movimientos de cadera acompañé mi miembro entrando y saliendo de su boca y tanto empeño puse que traspasé el límite de lo que para ella era admisible.
 
Esta me empujó con ambas manos apoyadas en mis muslos y tuvo una leve arcada. Supe entonces que no podía ir yo tan adentro como quisiera.
 
Entonces ella empuñó mi erección con una mano y comenzó a masturbarme con rapidez y firmeza. ¡Oh qué sensación!
 
Tal vez comprendió que si aliviaba pronto mi calentura, todo terminaría antes y con esta estrategia se abrazó a mi masturbación y yo me entregué a ella.
Pero yo ansiaba su boca así que de nuevo atraje su cabecita a mi capuchón, ésta lo tragó mientras seguía masturbándome y su acción combinada, ¡multiplicó mi placer por mil!
 


Cifra tan grande me sobrepasó y sin pensarlo me precipité hacia un orgasmo prematuro, algo que ella supo anticipar y apartando su boca justo a tiempo siguió masturbándome con premura al momento del estallido final en la punta de mi tremenda erección.
 
Los chorros de semen comenzaron a salir uno tras otro, provocando un zafio espectáculo en su camisón. Su pecho, el que le había chupado antes, seguía fuera y éste recibió las descargas a flor de piel, mientras que el otro estaba tapado y éste recibió parte de los impactos en la fina tela.
 
En pocos segundos todo había acabado, mientras yo, para no caerme me tuve que apoyar en el muro de en frente, justo sobre su cabeza quedé arqueado y ésta siguió masturbándome hasta que hubo estrujado mi herramienta y sacado hasta la última gota semen.
—¡Ahora márchate! —dijo con voz fría, gélida.
 
Sus palabras sonaron frías, nada de emoción, o mejor dicho una fría sensación. Comprendí que no era el momento de hacer ningún comentario así que guardé mi pene, ya en recesión, en el calzoncillo y abandoné el estrecho cuarto de baño, cerrando la puerta detrás de mí para dejarla asearse en la intimidad. Yéndome a dormir con la inquietud de qué pasaría al día siguiente.


Nota del autor: Este es el tercer capítulo de mi novela La Madrastra, si te ha gustado y quieres saber más acerca de la obra, visita mi blog, lo puedes ver aquí en mi perfil de autor.

(Os dejo aquí el primer capítulo: Primer capítulo)

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