Marisa, la chica ciega

Hace unos años escribí un relato contando la increíble experiencia vivida con Marisa, una chica ciega, y su padre. Releyéndolo, pensé en contarles otro episodio que viví con ella, ocurrido antes de lo ya relatado y que también está marcado a fuego en mi memoria pero quedó relegado por lo morboso del suceso posterior. Les dejo el enlace por si desean leerlo:
 
http://www.poringa.net/posts/relatos/2795961/La-chica-ciega-y-el-padre.html
 
Hacía poco tiempo que había iniciado mi relación con Marisa, siendo muy jugados ya habíamos tenido encuentros sexuales pero sin desplegar todo nuestro "arsenal", solo se limitaban a juegos con sus puntiagudas tetas, a penetraciones cortas, sin llegar a ser profundas y a leves apoyadas en el ano; digo jugadas porque ella aún vivía con su padre ya que todavía no habían terminado la división de la casa de la porción donde ella luego viviría sola y en el único lugar en el que disponíamos de cierta oportunidad era a la noche en el garaje de la casa, que era alargado y muy oscuro, en especial en la parte donde el padre estacionaba su viejo Ford Falcon, es decir que, todavía no la había disfrutado plenamente y no conocía su comportamiento libre de expresarse como fuera su gusto, sin ningún tipo de perturbaciones.
Una noche, ella me dijo que no hiciera planes para el sábado de ese fin de semana porque estaba invitada al cumpleaños de una amiga que vivía en otra ciudad, y yo era el encargado de llevarla ya que su padre no podía y que luego de la fiesta, pasaríamos la noche en el departamento de su amiga.
Viajamos, llegamos y es aquí donde comienzan las sorpresas, al presentarme a la amiga, descubro que esta vivía con su pareja y un niño pequeño en un departamento de una sola habitación, la duda obligada que surgió en mi cabeza fue “¿Y donde dormiríamos?” pero igual seguí sin decirle nada.
Antes que comenzaran los preparativos para ir a la fiesta, Marisa me apartó en el balcón, me dijo que a dos calles de allí había un hotel, que fuera a ese lugar y reservara una habitación. Seguí las indicaciones al pie de la letra y llegué al frente de una casona antigua, en cuya fachada, sobre el dintel de la puerta, estaba colocado un pequeño cartel que solo decía “Hotel Familiar”, ingresé, hice la reservación y regresé.
Terminada la fiesta, llegamos a la habitación del hotel, ella fue al baño y salió solo vestida con un delicado conjunto de color rojo, el corpiño era de puro encaje, simple, sin armazón, sin embargo sus redondas tetas lo rellenaban generosamente y sus alargados pezones ya erectos, parecían estar a punto de traspasar por entre el fino bordado; la parte inferior era una microtanga que apenas tapaba el comienzo de su rajita, una delgada tira a cada lado y la tercera tira extraviada entre sus nalgas. Ante tal visión, caí sobre ella como un desesperado e inmediatamente comencé a besarla, sin dejar un centímetro de su piel en el que no se hubieran posado mis labios, al fin pude disfrutar plenamente de su rosado sexo, se la chupé con tantas ganas que a los pocos minutos ya tuve mi cara empapada con sus jugos.
Ella chupaba y mordía mi miembro (ahí descubrí que esa era su costumbre) "Me encanta cuando esta así parado y bien duro, me dan ganas de morder el tronco y roer la cabeza. Amo hacer eso...", dijo justificando sus mordidas. Me pidió que me acostara boca arriba, al hacerlo, se subió en la clásica postura de montar, colocó mi pene a lo largo de su vulva sin introducirlo y comenzó a moverse hacia adelante y atrás. Luego de un tiempo, elevó su cuerpo, tomó mi pene por el tronco y lo guió para que entrara en su vagina, esa primera penetración completa fue bastante dificultosa, como si la estuviera recién desvirgando. Una vez que la tuvo toda adentro, comenzó un lento vaivén en el que podía sentir como si una mano "ordeñara" mi miembro, la sentía hacer fuerza con su vagina, estaba en el paraíso hasta que comenzaron sus gemidos.
A medida que aumentaba la velocidad, me di cuenta que si seguía así, todo terminaría demasiado pronto, pero lo que me sacó de esos pensamientos fue que sus gemidos subían de volumen al compás del ritmo. Aceleraba y disminuía, lo sacaba, se lo colocaba nuevamente a lo largo, se lo restregaba y volvía a introducirlo, esto lo hacía de manera repetitiva, pero sabiendo cómo controlar el ritmo.
Siguió así hasta que cambió, asió mi pija desde el tronco de nuevo y lo colocó en la puerta de su ano, empujó lento pero firme y apenas entro la cabeza, se tiró con todo el peso de su cuerpo para que entrara violentamente todo el largo que restaba, pero me tomó con las piernas cerradas y mis testículos elevados por la excitación y sus nalgas los golpearon con tanta fuerza que me hizo ver estrellas. A esta maniobra la repitió innumerables veces y  cada vez aumentaba el ritmo, al punto que estaba, literalmente, saltando sobre mi pija sin sacársela.
En mi interior era una mezcla de sensaciones, me estaba regalando un anal propio de una película porno pero no podía disfrutarlo por el inmisericorde choque de mis huevos contra sus nalgas y para complicar más todo, sus gemidos se convirtieron en gritos, nunca la había escuchado gemir y ahora estaba gritando.
Las ganas de acabar se me fueron por el dolor y por la preocupación para que bajara el volumen de sus gritos, pensaba que en cualquier momento nos iban a golpear la puerta para corrernos a la calle, el cartel de “HOTEL FAMILIAR” lo tenía grabado en mi retina y daba vueltas en mi mente. Traté de taparle la boca con mi mano pero con una fuerte mordida, me obligó a sacarla y me dijo “Tirame de las tetas puto que quiero acabar…”. Agarré sus pezones y tiré de ellos pero a medida que los estiraba, ella pedía que lo hiciera con más rudeza, se me escapaban por tanta fuerza con la que los jalaba.
Si ella gritaba, entonces eran alaridos los que daba (yo más me preocupaba) y comenzaron los cachetazos a la zona de su clítoris, la miré a la cara y no era ella, tenía los ojos en blanco, saltando sobre mí con la pija adentro del culo, como poseída, a los gritos y a los cachetazos en su concha.
Habrán pasado unos pocos minutos que me parecieron eternos, cuando la vi clavar sus uñas en toda su concha, tiró la cabeza para atrás y con un último y potente alarido, se desplomó sobre mí, quedó inmóvil, como desmayada.
Lentamente fue como despertándose, como saliendo de un trance, me preguntó si había acabado y le dije que no, entonces me dijo que cambiáramos posición. Con mi pija aun en su culo, con un poco de esfuerzo y mucho de acrobacia, la puse en cuatro pies y con su frente apoyada sobre la almohada. Comencé a bombear primero lento y luego más rápido y más fuerte, con una mano en su cadera y la otra tirando de sus cabellos, obligándola a levantar la cabeza, hasta que sentí que se hizo insostenible esa sensación creciente que viene como desde las piernas y estallé en su ano, todo adentro (como debe ser jijiji) pero en todo ese tiempo ya no fue la misma, no fue la desquiciada de momentos antes, estaba como en otro mundo, distante, sin demostrar nada y sin emitir sonido alguno.
Todavía era de noche cuando la abracé por atrás, nos acurrucamos en modo cucharita y nos dormimos como perros abotonados.
Despertamos bastante avanzada la siesta, todavía abrazados pero desabotonados (¿En qué momento nos separamos? Ni idea tengo), por el miedo a que nos llamaran la atención por tremendo escándalo que hicimos, salimos poco menos que corriendo, entregamos la llave de la habitación cabizbajos y cruzamos la puerta de ingreso a las apuradas en búsqueda de la liberadora calle.
Con el paso del tiempo el sexo se volvió frecuente, con los gritos, los cachetazos a su vulva y todo lo ya contado pero yo, ya sabiendo a que enfrentarme, quería la revancha, volver a verla en ese estado como de posesión pero a pesar que se lo pedí en reiteradas ocasiones, ella evadía el tema y nunca accedió.
En esporádicas retrospectivas, tardíamente me di cuenta que ella disfrutaba del dolor, pero hasta el día de hoy, jamás llegué a una explicación racional de qué es lo que le sucedió realmente aquella noche para que tenga ese desquiciado comportamiento.

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