El Chantaje

 Capítulo 1: Las fotos
Saltó la pared y cuando cayó se quedó agachado, atento a cualquier movimiento que pudiera indicarle algún peligro, aunque como estaba en el fondo del patio trasero, difícilmente alguien se hubiera percatado de su intromisión. Al cabo de unos minutos, seguro de que nadie lo había detectado, se dirigió sigilosamente a la parte trasera de la casa, hacia la puerta de la cocina, lugar que había preparado con antelación para realizar el trabajo que pensaba llevar a cabo. Sabía que desde ahí podría observar lo que sucediera dentro sin ser sorprendido. Efectivamente, cuando su rostro se asomó por entre los visillos de la cortina que colgaba en la ventana, alcanzó a ver a la pareja que estaba en el living, completamente ajena a su presencia. Ella con las piernas abiertas, su vestido levantado, sin calzón, y él metiéndole su polla. Ajenos a lo que pudiera suceder a su alrededor, estaban follando con la seguridad de que nadie los interrumpiría. Lejos estaban de imaginar que alguien los espiaba y los estaba fotografiando.
La pareja ejecutó varias poses, buscando en cada una de ellas satisfacer alguna fantasía escondida, sin que el espía que los fotografiaba perdiera detalle de sus acrobacias. Al cabo de quince minutos había logrado un set de fotos que mostraba a los amantes haciendo el amor de diferentes maneras y sin que quedara ninguna duda de quienes eran los que estaban follando tan apasionadamente. Sus rostros salían nítidos, que era su objetivo al iniciar la sesión fotográfica. Cuando creyó cumplido su objetivo, se retiró tan sigilosamente como había llegado.
De vuelta a la calle, rodeó la casa y cuando estuvo frente a la entrada de esta, tocó el timbre.
Los amantes quedaron paralizados y ella fue la primera en reaccionar, yendo al ventanal, desde donde miró para saber quién había llegado.
-         ¡Mi hijo!
Después del grito de sorpresa, empezó a arreglar sus vestidos mientras Instruía al joven con el cual había estado follando apasionadamente hacía un momento para que se metiera en el baño e hiciera como si trabajaba en la cañería. A fin de cuentas se suponía que a eso había venido y no debiera extrañar su presencia en casa.
Rápidamente terminó de arreglar su ropa, ordenó su cabello y abrió la puerta, recibiendo a su hijo con una sonrisa.
-         No te esperaba tan pronto, cariño.
-         Se postergó el examen.
Se dirigió a su dormitorio y encendió el computador. Cargó las fotos que había tomado recién y las dejó en una carpeta especial en el escritorio, desde donde le fuera fácil abrirlas posteriormente, cuando llegara el momento oportuno.
Cuando ella le llevó un refrigerio, le informó que nuevamente el baño se había echado a perder y otra vez había tenido que llamar al gasfiter para arreglarlo.
-         Papá se va a molestar con tanto gasto de gasfitería.
-         Es que la casa ya está bien vieja y todo se echa a perder.
Se dio vuelta y volvió a sus quehaceres, restándole importancia al comentario de su hijo, sin imaginar las implicancias del mismo.
Cuando el gasfiter hubo terminado y se retiró, madre e hijo almorzaron en la cocina, entre risas y bromas, cosa habitual cuando estaban solos en casa.
-         Te ves bien contenta, mami.
-         ¿Tu crees?
-         Se nota que estás feliz.
-         Gracias, cariño.
De vuelta a su dormitorio, el muchacho esperó un rato a que su madre estuviera en su pieza, descansando, y la llamó. Ella acudió sin imaginar la sorpresa que le tenía preparada.
-         Quería hacerte una pregunta
-         Dime, cariño
-         ¿Estás conforme con el trabajo del gasfitero?
Ella quedó desconcertada por la pregunta, tan inapropiada, inoportuna e inadecuada. Había algo en el tono de la pregunta que la inquietó y sintió un ramalazo frío que la recorría, como intuyendo el peligro al que se enfrentaba.
-         No entiendo, hijo
-         Parece que el gasfitero es el que te tiene tan feliz.
Quedó muda por la sorpresa. No supo que decir ni cómo reaccionar. ¿Su hijo sospechaba algo o habría sorprendido algo? Era evidente que había algo detrás de sus palabras, pero no atinaba a pensar qué podría ser. Lo cierto era que la situación se había tornado peligrosísima para ella.
-         ¿Por qué dices eso, hijo?
-         ¿Qué te parecen estas fotos que les tomé a los dos hace un rato?
Pinchó la carpeta del escritorio de su pc y en la pantalla apareció ella con las piernas abiertas y levantadas, con la polla del gasfiter metida completamente en su vulva.
-         Tengo más fotos, de “visitas” anteriores del gasfitero.
Ella se tapó la boca y dándose vuelta salió corriendo del dormitorio, refugiándose en el suyo, donde se tiró sobre la cama y se echó a llorar. Un mundo de pensamientos la asaltaba y todos malos. La primera imagen que le vino a la mente era que un desastre de proporciones había invadido su vida y que todo, absolutamente todo cambiaría para ella.
¿Le diría a su padre que su madre le era infiel? ¿Le mostraría las fotos donde ella se había comportado como una prostituta mientras el muchacho la follaba? ¿Qué pensaba su hijo de ella después de sorprenderla comportándose como una perra caliente?
Mientras más pensaba en las implicancias de la revelación de su hijo, más aumentaba su inquietud y las lagrimas acudían nuevamente a ella, incontenibles. Veía derrumbarse todo el mundo que tan pacientemente había construido. Y todo por una calentura irresistible con un muchacho un poco mayor que su propio hijo. En medio de su congoja no pudo evitar el pensamiento de que al fin de cuentas era su naturaleza ardiente la culpable de lo sucedido. Su naturaleza y la apatía de su marido. Pero nada le servía el saberlo ahora, pues el daño ya estaba hecho y el mundo en que había sido tan feliz se estaba desmoronando ante sus ojos. Y todo terminaría cuando su marido se enterara de su desliz, lo que le haría perder esposo, hijo y familia. De hecho, ya había perdido a su hijo y solo faltaba que éste le informara a su padre el tipo de mujer que tenía para que todo terminara de destruirse.
Y esas fotos. ¿Qué sacaría con alegar un momento de debilidad si su hijo le había dicho que la había fotografiado en varias oportunidades?
Escondió su cabeza entre sus manos y nuevamente el llanto la invadió. Lloraba desconsoladamente ante la constatación de que nada se podía hacer para remediar el daño hecho.
El ruido de un cuerpo sentándose a su lado en la cama le hizo levantar la vista, para encontrarse con su hijo, que la miraba intensamente. Llevó una mano a su rodilla y le habló.
-         ¿Te das cuenta de lo delicada de tu situación?
Ella no respondió, limitándose a tapar sus ojos con las manos.
-         Hice un set de fotos para papá, con sus respectivas fechas. Hace un par de meses que lo vienes haciendo.
-         Hijo. . .
-         Papá está por llegar
Su madre sintió que le faltaba el aire. Nunca antes había experimentado una angustia tan grande como la que ahora sentía ante la cercanía de la revelación que su hijo se proponía hacer. La cercanía de la hora de la verdad aumentó increíblemente su miedo y la pareció que la cabeza le iba a estallar. No, no podía ser y sin embargo muy pronto su peor pesadilla se haría realidad.
La mano de él apretó su rodilla y empezó a moverse por su pierna en pos de su muslo, que empezó a acariciar con cierta brusquedad.
Ella apartó sus manos de sus ojos y miró sus piernas, donde la mano de su hijo subía lenta pero sin pausa.
Su hijo les estaba acariciando los muslos. ¿Sería posible?
-         Hijo, ¿qué . . .?
-         Ese es el precio por no mostrar las fotos.
-         Pero . . .
El sonido del timbre de la calle los interrumpió.
-         Es papá
-         Hijo . . .
-         Ya lo sabes
-         Pero, hijo . . .
-         Decídete.
Se levantó y salió de la pieza, refugiándose en su dormitorio. Ella acudió a abrir la puerta como si fuera un fantasma, pisando entre nubes. ¿Cómo podría ser posible que su hijo le hiciera una proposición tan aberrante? ¿Se atrevería a delatarla con su marido si ella se negaba?
-         Hola, cariño
-         Hola, Julia
El muchacho salió a recibir a su padre, con un sobre en la mano. Ella creyó morir. El desgraciado iba a cumplir su amenaza. Todo su mundo se iría al tarro de la basura en unos momentos. Debía tomar una decisión ahora mismo si quería evitar la catástrofe. Tenía una decisión que tomar y no había demora para ello. En esos escasos segundos debía decidir el rumbo que daría a su vida. Era demasiado lo que estaba en juego.
O aceptaba la propuesta de su hijo y se acostaba con el o veía caer su mundo delante de ella, en ese mismo momento.
Se dio vuelta a su hijo y lo miró fijamente a los ojos.
-         Marcos, mañana te prepararé el plato que me pediste.
-         Gracias, mami.
El muchacho saludó a su padre y volvió a encerrarse en su pieza, sin soltar el sobre que tenía en las manos.
Esa noche, como siempre, ella le llevó la cena a su dormitorio, donde estaba estudiando. Cuando él la vio llegar, se dio vuelta y la miró a los ojos, con cierta sonrisa de malicia en sus labios.
-         Así que te decidiste
-         No tenía salida, ¿verdad?
-         Cierto. No tienes salida.
Y mientras le decía esto, su mano se metió por debajo de la falda de su madre y empezó a recorrer su pierna en busca de su muslo, sin dejar de conversarle. Ella sabía que nada podía hacer para impedir sus avances. Estaba completamente a su merced.
-         Mañana va a ser un día sensacional, ¿no crees?
-         ¿Cómo puedes pensar algo así?
-         Es que vi cómo te comportabas con el gasfiter y espero que lo hagas igual conmigo.
Su mano había recorrido completamente los muslos de ella y Julia sintió que su naturaleza empezaba a traicionarla, por lo que tuvo que apoyarse en el escritorio para no caer.
-         Me encantan tus piernas
-         Por favor. . .
-         ¿Qué dices ahora? ¿Te gusta?
Su mano se había apoderado del paquete que formaba la vulva de su madre bajo el calzón. Era una mata de pelo ensortijado que semejaba un colchón mullido donde su mano se sintió a sus anchas, apretando ligeramente para disfrutar el picor de los pelos púbicos en su palma.
-         Hijo . . .
-         Te gusta, ¿verdad?
Claro que le gustaba. Si ella no era de fierro. Es más, era tan ardiente que no podía evitar sentirse excitada, aunque fuera la mano de su hijo la que tenía entre sus piernas. Pero no se lo iba a decir. No podía decirle que estaba empezando a gozar con las caricias de él.
-         Hijo, basta . . .
-         Tu quieres que siga, ¿verdad?
Y uno de sus dedos se metió entre el calzón y empezó a jugar con los rizos de su cabellera púbica, enrollándolos y estirándolos. Finalmente, empezó a pasear el dedo entre los labios vaginales de su madre, que a estas alturas no podía disimular el calor que la invadía. Su cuerpo empezó a moverse y de sus labios empezaron a brotar pequeños quejidos de placer, mientras el dedo paseaba por el canal que formaba la entrada de la vulva de su madre.
-         Por favor, no sigas.
-         Pero quieres que te meta el dedo, ¿verdad?
Ella llevó su mano hacia donde estaba la de su hijo.
-         Hijo . . .
Hizo un esfuerzo supremo y calló. La confesión de su aceptación no alcanzó a salir de su boca y el “si” murió en sus labios.
Tomó la mano de su hijo, la apretó con fuerza y la sacó de entre sus piernas, se apartó de él y abandonó la pieza, casi corriendo.

0 comentarios - El Chantaje