Educando a las hijas de mi jefe 5

Mi fiel secretaria llega a casa con la intención de instruir a las hijas del jefe para convertirlas en sumisas. Una vez ahí solo me preguntó si iba a poder hacer uso de ellas. Al darle libertad absoluta, su primera lección fue sorprendente……Version para imprimirEnviar este relato a un amigo/a

CAPÍTULO 6

 

Al salir de la oficina, me entretuve comprando en un sex―shop los artilugios que me faltaban, no en vano, aunque el viejo tenía todo un arsenal, era insuficiente al estar pensado para una pareja, y a partir de esa noche íbamos a ser cuatro. Llevaba años sin entrar en un tugurio parecido, y por eso me quedé pálido al observar hasta donde podía llegar la imaginación perversa de los fabricantes. 

Obviando el hecho de que había muchos instrumentos cuya finalidad no entendía, me maravilló observar la exageración del tamaño de muchos de ellos, siendo el culmen una verga que imitaba el sexo de un burro, con más de cincuenta centímetros de largo y al menos diez de ancho. También había otros, en los que mi sorpresa era lo retorcido de su uso, y que sólo una mente sádica podía haber diseñado. Uno de los que se llevaba la palma era una especie de ataúd con clavos donde encerrar a una esclava.

No sé cuánto tiempo pasé dentro del local, pero mucho, cada estante tenía una novedad, de forma que cuando fui a pagar, el palo que di a mi tarjeta de crédito fue de órdago, más de dos mil euros. Al llegar a casa, cargado con tres bolsas, Isabel me estaba esperando en la puerta. Venía vestida como al mediodía, pero al ver el tamaño de su maleta, comprendí que me había hecho caso y que traía ropa suficiente para su estancia.

Lo primero que hice, fue mostrarle la casa, donde estaba el comedor, la cocina y los diferentes salones, dejando para el final lo más importante que eran las dos muchachas. A propósito, alargué el momento invitándole una copa. Ella tomaba ron, por lo que mientras se sentaba en el salón, le expliqué que quería.

―Mira, Isabel, como te dije esta mañana necesito ayuda, no puedo mantenerlas eternamente atadas, y me vendría estupendamente alguien que me relevara cuando no estoy.

―Sólo tengo una duda, ¿voy a poder hacer uso de ellas? 

Soltando una carcajada, le contesté:

―Claro, deberás participar en su adiestramiento, tendrás barra libre cuando no esté yo, pero en mi presencia siempre tendrás que obedecerme.

―Eso no será difícil― contestó en plan coqueta: ―Me imagino que la obediencia, también será sexual.

―Sexual, oral, anal, y mental. A todos los efectos serás mi esclava, pero ellas tendrán que tratarte como su maestra, ¿comprendido? 

―Sí, amo― dijo sonriendo: ― Creo que, si me vas a presentar, será mejor que me cambie antes. No vayan a tener una idea equivocada de mi función.

Su completa aceptación, me satisfizo. Isabel no sólo me iba a ayudar, sino que había aceptado voluntariamente ser mi esclava. Las próximas semanas iban a resultar placenteras, me dije, mientras aprovechaba para ir a por las dos muchachas, que ignorantes de su destino me esperaban cada una en un cuarto. Lo primero de lo que me di cuenta era que ambas habían cumplido mi orden y orgullosas me mostraron que el vaso con su flujo estaba lleno, pero además se había producido un cambio, las dos estaban perfectamente aseadas, peinadas y hasta pintadas, luego poco a poco se iban acostumbrando al nuevo rol que les había impuesto.

Sin explicarles que les tenía preparado, las llevé al salón. Ellas pensaron que era el premio a su diligencia, no suponían que les iba a presentar a su nueva ama y compañera, por lo que cuando les dije que se sentaran, creyeron que su suplicio había terminado. Por eso cuando les serví una copa, esperando a Isabel, Natalia me preguntó si podía quitarse el collar. No pude contestarle porque en ese mismo momento, mi secretaría entró en la habitación, vestida totalmente de cuero con un corsé que realzaba sus curvas, dotando a sus enormes pechos de un siniestro atractivo, al estar comprimidos por un sujetador con forma cónica.

Tanto Eva como su hermana menor se quedaron calladas al verla entrar. Realmente, disfrazada de esa forma, era una mujer impresionante. Tras ese atuendo, se adivinaba a una hembra seductora y fascinante, segura de su feminidad, cuya silueta rellenita, lejos de causar rechazo, tenía una belleza singular.

―Amo, ¿me permite explicarles que hago aquí? ― dijo sabiendo mi respuesta por anticipado.

La rapidez con la que entró al meollo de la cuestión me sorprendió, y haciendo un gesto con la cabeza, le autoricé a dirigirse a ellas.

―Zorritas, mi nombre no os importa, pero a partir de ahora deberéis dirigiros a mí como Maestra. Mi amo me ha ordenado que os enseñe las bondades de la sumisión. Debéis estar agradecidas, porque vais a descubrir lo maravilloso que es la entrega total.

Para aquel entonces las muchachas se abrazaban asustadas, y con los ojos fijos en Isabel seguían sus instrucciones sin pestañear. 

–Una mujer que no ha probado la subordinación a un ser superior, no ha disfrutado del sexo.

Hizo una pausa antes de proseguir, y yo viendo que mi función iba a ser la de mero observador, decidí ponerme una copa. Estaba sirviéndome los hielos, cuando escuché:

―Un amo no debe mancharse las manos teniendo tres sirvientas. ¡Tú!, la morena, levántate y ponle su wisky. Lo toma con mucho hielo.

No tuvo que ordenárselo dos veces, Natalia levantándose de un salto, llegó corriendo a auxiliarme, mientras su hermana se quedaba sola en manos de la mujer. Estaba nerviosa, sus manos temblaron al echar los hielos en el vaso, y susurrándome me dijo:

―Amo, ¿acaso está enfadado conmigo? .

―No, preciosa, es por vuestro bien. Verás cómo en unos días me agradeces el haberos traído alguien que os enseñe.

Isabel esperó que la niña volviese a su lugar para seguir hablando:

―Antes de nada, os voy a enseñar a permanecer en posición de sumisa― les dijo obligándolas a arrodillarse, con el cuerpo y los brazos echados hacia delante, de manera que sus culos quedaron en pompa, en disposición de ser usados. No le costó ningún esfuerzo ponerlas así, quizás debido al miedo o quizás por el interés de aprender algo nuevo, las muchachas dócilmente aceptaron sus órdenes. Contenta, por el resultado, siguió diciendo mientras les acariciaba con una fusta: ―Este mundo está dividido entre amos y sirvientes, los primeros han nacido para mandar y ser obedecidos. Puede parecer que es el papel ideal, pero estáis equivocadas, porque jamás podrán liberarse del poder y disfrutar realmente de la vida. En cambio, las sirvientes, al no poder decidir por nosotras mismas, podemos lanzarnos al disfrute sin pensar en las consecuencias.

Creo que fue entonces, cuando realmente empezó la clase, ya que eligiendo a Eva y recorriendo con la fusta los bordes de su sexo, dijo:

―Fijaros, ahora estoy acariciando a esta perra. Mientras ella sólo tiene que concentrarse en lo que siente, yo debo de decidir qué hago. Por ejemplo, tengo dos posibilidades, o azotarla o penetrarla― y dirigiéndose a la hermana preguntó :― ¿Qué te apetece que haga? .

Natalia, apiadándose de ella, respondió que penetrarla. Su maestra separando los labios de la mujer, le introdujo el instrumento duramente hasta que chocó con la pared de la vagina. Eva, indefensa, se retorció al sentirse violada. Mi secretaría sacando y metiendo la fusta, la estaba follando, de modo que en pocos instantes los chillidos de Eva se fueron transformando en placer. Viéndola disfrutar, volvió a preguntarle a la hermana, que venía a continuación. Ésta, levantó los hombros sin saber que responder, por lo que tuvo que ser Isabel quien le dijera que le pellizcara en ambos pechos.

La morena, medio excitada ya, se acercó y agarrando los pezones de la otra, los torturó con saña, mientras su maestra sin dejar de mover la fusta empezó a azotar el trasero de la sumisa con una mano. Eva no pudo resistir el notar como era violada, pellizcada y azotada, por lo que pude oír cómo se corría entre grandes gritos. Su coño rebosando de flujo, se licuó mientras pedía que no pararan.

Entonces, Isabel dio por terminada la primera lección diciendo:

― ¿Quién ha disfrutado? ¿Eva o nosotras? ¿La sumisa sólo sintiendo? O ¿Natalia y yo actuando? 

Con la respiración todavía entrecortada, Eva respondió que ella.

―Lo veis… es mejor servir que actuar.

En sus miradas supe que, aunque todavía no habían aceptado plenamente, había nacido la duda y sólo era cuestión de tiempo que ambas mujeres se convirtieran, en sus manos, en perfectas esclavas. El morbo de verla dando una cátedra me empezó a calentar, pero sabiendo que no podía intervenir, me mantuve en un segundo plano.

Sentado en el sofá, terminándome la copa, me dispuse a disfrutar de la segunda lección. Esta vez, no eligió a una de las dos, sino que sacando de la bolsa del sex-shop, unas cuerdas, las ató tumbadas sobre la alfombra, de modo que eran incapaces de moverse, con sus culos levantados, y sus sexos expuestos.

―Ahora, vais a aprender el placer de la inmovilización―dijo mientras colocaba en sus cuerpos dos cinchos, cuya principal virtud era el tener un enorme consolador adosado, y con él que las penetró: ― No debéis correros, ni intentar disfrutar, nada más tenéis que sentir como os calienta y evitar el orgasmo, cuanto más duréis mayor será la recompensa. La primera que se corra será azotada.

En la habitación sólo se oía la vibración de los dos aparatos, ninguna de las dos mujeres se movía, creo que incluso ni respiraban, temerosas de defraudar a su maestra. Si verlas en esa posición era excitante, más aún fue ver a Isabel gateando hacia mí, diciendo:

― ¿Le gusta a mi amo como las enseño? 

Sus pechos se bamboleaban hacia los lados, mientras su dueña se acercaba a mí. Sus propios pezones, totalmente erectos, me gritaban que los tocase, pero no era el momento, debía permanecer quieto demostrando quien mandaba. Al llegar a mí, adoptando la posición que les había mostrado, apoyó su cabeza en mis piernas. Mi pene se alborotó por su cercanía, pero no dije que me lo sacara, sabía lo que quería y no pensaba complacerla fácilmente, quería que sufriera un poco.

De esa manera, estuvimos contemplando a nuestras dos siervas. Ninguna hacía demostración de lo que sentía, pero tanto Isabel como yo sabíamos que en ese momento sus sexos estaban hirviendo y que sólo era cuestión de tiempo que una o las dos se corrieran. Pudimos percatarnos de los primeros efectos de tanta estimulación, Natalia, sin poder reprimir unos ahogados jadeos, fue la primera en moverse, pero corriendo a su lado mi secretaria de un sonoro bofetón le cortó de cuajo el orgasmo. La sensación de poder me hizo soltar una carcajada y sacando mi pene de su prisión, le ordené que me complaciera.

Me sorprendió ver la cara de felicidad que puso al volver a mi lado, y sin esperar ninguna otra orden, se apoderó con sus manos de mi miembro.

―Con la boca.

―Sí, amo― respondió sacando su lengua, y recorriendo sensualmente toda mi extensión.

No quise esperar y, cogiéndola del pelo, forcé su garganta al introducirla por completo dentro de ella. No se quejó, creo que se lo esperaba, de manera que permaneció con mi pene incrustado, esperando mis mandatos.

―Usa tu boca como un coño― ordené.

Dicho y hecho, sacándoselo, lo besó, para acto seguido metérselo, y repitiendo la operación consiguió hacerme creer que la estaba penetrando, en vez de estar recibiendo una mamada. Era increíble, el sentir como su garganta presionaba mi glande. La mujer era una experta, rozándose, como una perra, contra mis zapatos se masturbaba en silencio. Su cara era toda lujuria. Con los ojos cerrados, parecía estar concentrada en disfrutar de la sensación de ser usada oralmente, sin dejar de moverse a mis pies.

― ¿Qué desea mi esclava? ― pregunté.

―Servirle.

Su respuesta me hizo recapacitar sobre su verdadera personalidad. La conocía hacía años, y durante ese tiempo jamás me había llevado la contraria, es más cuando estaba equivocado, me lo hacía saber de una forma tan sutil, que al final la rectificación parecía haber surgido de mí y no de ella. Me di cuenta de que su vena sumisa la llevaba incluso al aspecto profesional, aceptando y maniobrando a mis espaldas, evitando siempre el enfrentamiento directo. Realmente, no conocía a Isabel.

― ¿Eres bisexual? 

―Hasta ahora, ¡no! Pero seré lo que quiera mi dueño―contestó risueña.

―Sí, quiero.

Debía convertirse en la jefa del harén, no es que lo necesitase, pero me complacía la perspectiva de tener un firme aliado para controlar a tanta mujer, por lo que debería disfrutar de sus siervas. Recapacitando sobre ello, sentí que me iba a correr en su boca, y no era lo que quería, por lo que separándola le dije:

―Quiero verte con una de ellas, ¿quién prefieres? 

Tardó en contestarme, creo que dudó al elegir. Por una parte,estaba Natalia con su cuerpo casi adolescente, y por la otra Eva con sus curvas y grandes pechos. No era una elección fácil, ya que ambas tenían su atractivo.

―La que me elijas, estará bien.

―Entonces, las dos.

Su gesto me hizo saber que aceptaba gustosa mis órdenes, y más cuando le exigí que las llevara a mi cama, ya que, si iba a gozar, mejor que lo hiciera cómoda:

―Suéltalas, pero no le quites los cinchos. No quiero que se enfríen.

Rápidamente, les quitó sus ataduras, manteniendo el cinturón con el consolador incrustado en sus cuerpos, de manera que al andar parecían que se acababan de bajar de un caballo. Ambas muchachas sudaban del esfuerzo continuado por no correrse. Me excitó verlas seguir a su maestra con la cabeza gacha, pero con la mirada plagada de deseo.

―Tumbad a vuestra maestra― ordené.

Sin vacilar, agarraron a Isabel y la echaron sobre el colchón.

―Inmovilizadla― dije, lanzándoles cuatro ataduras que especialmente había comprado esa misma tarde, las cuales consistían en cuatro sujeciones a la cama, diseñadas para atar a la sumisa con unos brazaletes de cuero que se ajustaban con una hebillas corredizas.

Las caras de las muchachas eran de dicha. Iban a poder abusar de su dueña y encima con mi consentimiento. No tuve que ordenarles lo que tenían que hacer, porque nada más atarla, se lanzaron como posesas a chupar y pellizcar sus pechos, mientras sus manos acariciaban el inmóvil cuerpo de mi secretaria. Era alucinante verlas apoderándose de su piel, parecía como si les hubiesen inyectado un afrodisiaco. Las dos hermanas competían en ser la que más excitara a la mujer, de manera que Isabel no tardó en notar los primeros síntomas del orgasmo.

―Tienes prohibido correrte hasta que yo te diga― le susurré al oído.

Al oír Natalia y Eva mi orden, incrementaron sus caricias con el objeto de hacerla quedar mal. Pero la más perversa, a gran distancia de su hermana, fue la mayor que agachándose sobre el sexo cautivo de mi secretaria, le separó sus labios y cogiendo con los dientes su clítoris, empezó a mordisquearlo mientras la penetraba con los dedos.

―Toma― dije extendiéndole un estimulador anal: ―Úsalo como te gustaría que ella lo usase.

Eva entendió a la primera, y metiéndoselo en la vagina, lo lubricó, para que no le doliera en exceso antes de introducírselo por el ano. Su maestría me confirmó, que de las dos era la que más inclinaciones lésbicas tenía. La muy perra estaba disfrutando incluso más que su víctima, y sin poderse aguantar se corrió con grandes gritos, mientras no dejaba de maniobrar en el cuerpo de la mujer.

Tanta excitación me afectó, y quitándole el cincho a Natalia le puse a cuatro patas, la empalé un solo golpe. Gimió al sentirse llena, y como loca me pidió que acelerase. No tenía que pedírmelo porque mi propia calentura me hizo hacerlo, cogiéndome de los pechos de mi joven sumisa y apuñalando con mi pene su ya bien mojada cueva, conseguí que se corriera.

―Por favor, amo― chilló Isabel desde la cama viendo que le dominaba el placer.

― ¡Córrete! ― le dije apiadándome de ella.

Fue una explosión, berreando y reptando sobre las sábanas, gritó su placer, llenando la boca de su sierva de su flujo, la cual satisfecha de hacer conseguido su propósito se afanó en beber el resultado de sus caricias, de forma que prolongó el éxtasis de la mujer.

Sólo faltaba yo, pero no quería hacerlo en Natalia, Isabel se merecía el ser inseminada, por lo que, quitando a Eva de su sexo, coloqué mi miembro en su entrada, y jugando con su clítoris, se lo introduje hasta el fondo. No me esperaba lo que ocurrió a continuación, ya que contra todo pronóstico la hermana mayor cogió a la pequeña y poniéndola en posición de perrito, la forzó analmente, mientras le azotaba el trasero. La cueva de mi secretaría me recibió totalmente mojada, pero a la vez con una suave presión que hizo mis delicias, y más cuando asiéndome de sus pechos le oí decir:

―Esto es lo que deseaba desde que le conocí, mi querido amo.

La aceptación de su deseo y los gritos de Natalia al correrse por segunda vez, me llevaron al orgasmo y derramándome en su vagina, le llené de mi simiente mientras le gritaba mi deseo de preñarla. Incapaz de callarme mientras explotaba en su interior, le hice saber que debía dejar de tomar anticonceptivos, que, si regordeta me gustaba, embarazada me iba a encantar. Mi imaginación volaba, idealizando las posturas que iba a tener que efectuar para penetrarla con una panza germinada.

Creo que, a ella, le ocurrió lo mismo, porque me contestó que si yo quería me iba a dar familia numerosa, mientras de su cueva manaba el fruto de su gozo.

Exhausto, me desplomé sobre ella. Y usando sus enormes pechos como almohada, descansé mientras me recuperaba. Entonces la oí quejarse, no podía respirar, por lo que ordené a las dos hermanas que la soltaran y se despojaran de sus cinchos.

― ¿Cómo nos colocamos? ― preguntó Natalia.

―Una a cada lado ― ordené, de manera que se puso Eva a mi vera y ella, a la de Isabel.

"Debo de hacerme una cama a medida", pensé al darme cuenta de que aun siendo de dos por dos, quedaba estrecha para cuatro personas. "No sé qué voy a hacer cuando vuelva el viejo, me he acostumbrado a lo bueno". Inconscientemente, abracé a Eva, quizás como una forma de asegurar mi dominio.

Ella al sentir mi brazo, apretándola contra mi cuerpo, levantó su cara y susurrándome al oído me dijo:

―Amo, si usted quiere, a mí también me encantaría darle un hijo.

Desde el otro lado de la cama escuché a Natalia gritar:

―Yo al ser la más joven, le daría un heredero más fuerte.

Sin dar crédito, las tres mujeres empezaron a discutir quien debía preñarse antes. En menudo lío me había metido, si no las ataba corto iba a tener un equipo de fútbol, por lo que estuve a punto de hacerlas callar, pero entonces pensé: 

"¡Quieto!  Por fin has conseguido adiestrar a Isabel y a las hijas de mi jefe", y levantándome de la cama, dejé que se enzarzaran en una pelea, esperando sólo que, si llegaban a las manos, al menos sus lesiones no fueran permanentes….

CONTINUARA

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