El día que vendí a mi novia

Para el cumpleaños número dieciocho de mi novia Natalia —a quien de cariño conocíamos como Nati—, ella decidió que fuésemos a un famoso antro en el centro de la ciudad. Dicho lugar se ubica en la parte justa donde la vida turística y varias cantinas populacheras (de mala muerte), convergen. Es común ver en la zona a muchos gringos enfiestados y también a la banda más ñera y lumpen de la ciudad.

Yo estuve de acuerdo. Aunque no me representaba gran emoción salir, los deseos de Nati por experimentar su primera borrachera, me contagiaban. Al fin y al cabo, sólo se cumple una vez la mayoría de edad.


El día que vendí a mi novia


Eso, precisamente, era lo más delicioso de tener a una chica tan joven como novia: estaba deseosa de vivir muchas cosas que yo —a mis veintitrés—, dadas mis amistades y los círculos en los que me desenvolvía, ya había vivido de sobra.

Natalia era una preciosa morena de uno sesenta y ocho de estatura. Tenía un cuerpo apetitoso, fresco, suave. Era delgada, su vientre era plano y caderas anchas que terminaban en unas nalgas paraditas, redondas y tersas. Sus tetas eran redonditas, no muy grandes, pero turgentes y suaves; estaban rematadas por unos pezones de color café claro, con las puntas rosadas. Su rostro infantil estaba enmarcado por un espeso cabello cobrizo y rizado, que le caía más allá de los hombros.

Desde que la conocí, no había dejado de cogérmela de todas las formas en las que imaginaba: yo la desvirgué y le enseñé a complacerme como la más sucia perra.


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No había sido de inmediato, gradualmente fue convirtiéndose en mi putita. Primero tuve que esperar y ser paciente unos cinco meses antes de que ella le perdiera el miedo a la verga. Nati era la típica nena de casa, con buena posición económica. Lo que en México se conoce como “fresita”.

Sin embargo, desde que probó la verga, ya no la soltó. Quedó enloquecida por el sexo. Como era un mundo nuevo para ella, no sabía sobre límites. Yo aproveché eso para cogérmela brutalmente siempre que se me antojaba: cuando la visitaba, aunque su familia estuviese en otros cuartos, yo me la cogía en su sala. Ella procuraba usar falda siempre que yo iba, además de calzoncitos suaves o tangas, para poderlas apartar con facilidad. Así que se montaba en mí, enterrando mi verga en su coñito apretado, mojadito. Sus nalgas rebotaban en mis muslos con fuerza. Como ella era delgada, no pesaba mucho y éramos ágiles para cambiar de posición. Ella se mordía los labios, sudorosa, para que no se le escapara un gemido que pudiese alertar a su familia. Otras veces, rompía sus medias o calzas en el centro, para disimular que llevaba algo bajo la falda, y era por allí que metía mi pene en ella o mis dedos, para hacer que se retorciese de placer.
Para sus dieciocho, ya había probado todos sus orificios: eran flexibles, cerraditos y olían divino.


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Para el día de su festejo, invitó a s mejor amiga y al novio de esta. Eran las nueve de la noche cuando las dos parejas salimos en un taxi hacia el centro.
La muy putita se había vestido con una blusa corta roja de botones y manga media (ella deliberadamente no abrochó los botones de arriba, mostrando la sombra del nacimiento de sus pechos, y unos leggins cuyo diseño imitaba al de unos jeans. La tela de licra se pegaba demasiado a su cadera, dibujando sus largas piernas, sus muslos firmes y particularmente, sus nalgas redondas. Se maquilló discretamente y llevaba el cabello suelto.

Cuando llegamos al lugar, pude ver cómo varios hombres la miraban, clavando los ojos en ese rico culo que ella meneaba con inocencia. Incluso el novio de su amiga, disimuladamente le miraba el coño apretado por el pantalón y que formaba una suculenta “patita de camello” que se comía la tela. Eso me calentó mucho: ver a algunos machos que la veían con morbo, imaginando cómo se vería su coñito o el ojete. Me encantaba presumirla y exhibirla como la verdadera hembra devora-pollas que era.
Al pasar por la barra, noté que dos tipos voltearon la cabeza para verla, cínicamente. Lejos de enojarme, me excité bastante. Deslicé mi mano derecha a una de sus nalgas y apreté su carne para que los tipos lo vieran, con deleite y envidia. Volví la cara para verlos, y ellos me vieron sorprendidos y sonriendo.

Nada más sentarnos en una de las mesas de gruesa madera, distribuidas en el recinto a los lados de la pista, ordenamos una entrada y harta cerveza.

—¡Feliz cumpleaños! —dije, sacando un collar que había comprado para ella.

Natalia se emocionó y me besó profundamente.


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Bebimos y hablamos durante mucho tiempo. Yo acostumbraba a beber demasiado, así que mientras ella y sus amigos iban quedando cada vez más ebrios, yo estaba bastante normal. Era divertido para mí ver cómo ella se emborrachaba, así que para no quedarme atrás, comencé a beber con mayor abundancia y velocidad.

Aproveché la ocasión para besarla y manosearla por debajo del asiento. Ella me sonreía y se dejaba tocar. Jugueteaba con su lengua, su saliva y su cuello, mientras su piel se ponía como de gallina.

Luego de un rato, fuimos a bailar a la pista. Como ella estaba ya más ebria y desinhibida, se movía con fuerza y soltura. Era una gran bailarina, además de que su cuerpo era delicioso con esos contoneos. La mayoría de hombres la miraban, disimulando frente a sus parejas. Otros hasta se cambiaban de lugar para acercarse a ella.

Me encantaba verla moviendo su culo, bailando, sintiéndose deseada, no sólo por mí, sino por los otros machos a su alrededor. La putita sabía bien que levantaba muchas vergas.


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En el baile, nos juntábamos mucho: ella rozaba sus nalgas en mi verga ya parada, frotándonos a través de la ropa y besándonos con lamidas a ojos de los de la pista. La música nos estimulaba más. El alcohol hacía su parte, quitándonos la cohibición. Yo le lamía los labios y ella sacaba la lengua para restregarla con la mía, mientras aproximaba s pelvis a la mía y yo apretaba con fuerza su culo. En un momento, la aferré con más fuerza, y empujé su vulva hacia mi verga hinchada. Nos frotamos al calor del baile, con nuestro sudor brillando por las luces multicolor que mareaban a todos los presentes.

Al sentir que nos miraban, me calenté más y empecé a restregarme más fuerte, presionando entre sus muslos.

—Mi amor… —susurró entre gemidos— Nos están viendo.
—Que se exciten, que nos vean —respondí, mientras la volvía a besar.

Ella entrecerró los ojos y jadeó, apretando más fuerte.

Salimos del lugar un par de horas más tarde. Natalia ya estaba muy borracha. Caminaba de lado al lado, buscando algo para aferrarse. Yo también, ya me sentía afectado, pero más bien, eufórico.

—¿Se van cono nosotros? —preguntó su amiga, arrastrando las palabras.

El novio de ella, también muy ebrio, ya disimulaba menos cómo veía a Nati, quien se apoyaba en mi hombro, meciendo levemente el cuerpo.

—No, nosotros vamos a tomar otra ruta —contesté.

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Natalia me miró maliciosa y coqueta.

El baile nos había excitado mucho y ambos queríamos probar algo que nunca habíamos hecho: coger afuera. Era nuestra oportunidad de cumplir esa fantasía.
A esas horas, aunque fuese una zona transitada, los bares cerraban, dejando las calles desiertas. Borracha y vulnerable, no tardaría mucho en convencer a mi novia.
Sus amigos abordaron un taxi.

—Vamos por unos cigarros —le pedí.
Ella asintió con la cabeza.

Caminamos desde el bar a una gasolinera. En la estación de servicio, compré una cajetilla. Cuando la obtuve, nos alejamos de ahí.

—Entonces… —hablo ella, suavemente, mientras andábamos por debajo de la luz naranja de los faros. Yo había encendido un cigarro. Dejé salir el humo y la atraje a mí:
—Entonces quiero cogerte —dije.
Ella sonrió y se colgó para abrazarme y besarme.

Ya nos habíamos alejado unas cuadras de la gasolinera, cuando ella se mostró algo nerviosa.

—¿Qué pasa, mi amor? —pregunté.
—Tengo ganas de ir al baño —contestó.
—Oh.
—Hubiera ido en la gasolinera.
—Hazlo aquí —aconsejé con malicia, excitado.
—Bueno, busquemos un lugarcito escondido.

Atravesamos algunas calles más, hasta dar con el pequeño estacionamiento de un grupo de oficinas.

—Cúbreme tantito —pidió con timidez.

Fue a una esquina oscura del estacionamiento vacío, y se bajó los leggins y los calzones rojos de encaje que se había puesto, al mismo tiempo.

Cuando vi su culo al aire libre, me sentí muy candente.
Ella se agachó para orinar. Yo me acerqué a ella y, antes de que comenzara a expulsar, metí mi mano por su trasero, para acariciar su ojete, hasta la vagina.

—¿Qué haces? —dijo sonriendo y emulando cohibirse.
—Quiero sentirlo.
—Mi amor…
—Hazlo, quiero sentirlo.
—Sí…

Estaba tan borracha que no le costó trabajo dejar que el chorro caliente brotara, empapando mis dedos, dejando un rastro oscuro en el piso de cemento.
Me puse durísimo. La orina chorreaba por mi mano. Dejé de tocarla y dirigí mis dedos a su boca.

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—Pruébalo.

Ella chupó su propia orina desde mi mano, mientras terminaba.
La visión era riquísima.

Extraje mis dedos de su boquita y me abrí el cierre del pantalón para sacarme la verga, casi morada de tan inflada que estaba. Mi glande estaba baboso, por el líquido preseminal, producto de los frotamientos en la pista.

—Mi amor, estamos en la calle… —dijo Nati, sin incorporarse.
—No importa.

Restregué mi verga en su carita, y ella sacó la lengua para lamerle el tronco, hasta que terminó por cubrirla con sus labios pintados. La suavidad de su lengua y el calor de su paladar, me pusieron en ebullición. Tomé su cabello por la nuca y empujé su cabeza para hacer tragarse mi polla entera.
Ella, agachada como estaba, comenzó a acariciarse el coño, de arriba hacia abajo, para estimular su clítoris. Me babeaba toda la verga: cada vez que la sacaba de su boca, caían chorros de saliva que le manchaban la blusa roja. Yo me incliné para frotarle las nalgas y rozarle el culo.

Sus piernas estaban poco abiertas y para mantener el equilibrio, había colocado las manos en mis piernas. Por la posición me quedaban muy bajas sus nalgas, así que, sacando mi verga de su boca, le tomé la mano para que se pusiese de pie. Enseguida me besó, con la lengua de afuera, derramando su baba, con los ojos entrecerrados por la excitación.

Cuando estaba de pie, abrazada a mí y chupándome la boca, una luz iluminó la calle. Me alerté un poco. Mi corazón se aceleró. Ella lo presintió y se dio la vuelta con velocidad. Tenía los calzones en las rodillas e intentó subirlos, pero yo se lo impedí.

—Mi amor… —dijo, preocupada.
—No lo subas, quiero que te vean.
—No…

El automóvil cruzó con velocidad, sin detenerse. El estacionamiento era pequeño y estaba cercado por unos muros de dos metros aproximadamente, así que, en la esquina izquierda, donde estábamos, la luz de la calle no llegaba a cubrirnos demasiado. Pero si un automóvil venía en sentido contrario, a baja velocidad, nos podría ver. Eso me fascinó.

—Ven.


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La dirigí detrás de mí, para que quedase frente a la pared. Bajé su ropa interior y los leggins hasta sus tobillos. El charco de orina estaba cerca de nosotros. Le empuje la espalda, para que entendiese que debía inclinar el torso hacia el muro. Ella entendió y lo hizo. Se inclinó, levantando el culo. Su coño estaba mojado y rasurado. Su culito café aparecía entre sus nalgas magníficas. Me arrodillé frente a su culo. Le di una nalgada fuerte. Ella gimió un poco. Aferré sus glúteos con fuerza y separé sus nalgas. Su coño despedía un olor fuerte. Lo abrí. Entre los pliegos de la vagina, se pegaba un líquido transparente y algo blancuzco. Su ojete, inmaculado, sin vello que lo rodease, estaba cerrado. Llevé mi cara hasta su vulva y metí la lengua, para violarla con ella. Nati jadeó, bajando el torso y levantando más el trasero. Mi nariz rozaba su ano. Aspiré hondo. Su olor de hembra me llenaba por completo. Mi verga palpitaba con furor.

Mi baba comenzó a entrar en su coño, mezclándose con sus jugos. Lamí toda la zona, para subir a su ojete. Ella se estremeció.

—¡Ah, ah! Sí, amor… amor…

Con mis pulgares separé aún más su carne, abriéndole el culo. La penetré con la lengua, moviéndola con celeridad.

—¡Oh, oh, oh! Sí…

Ella estaba totalmente mojada. Me levanté y tomé sus firmes caderas. Me enjuagué la verga con un escupitajo y la dirigí a su coño.

—¡Métela, amor, métela, por favor!

Eso me encendió de forma terrible. Acaricié con el glande sus labios y la entrada a su vagina. Ella movía las caderas de lado a lado, suave. Apenas estuve cerca, le clavé la polla con fuerza. Nati se retorció, al sentir la embestida.

—¡Sí, dame, dame!

Comencé a cogérmela en ese rincón sucio. Escuché un auto pasar. Volteé. Pasó de largo. El aire de la madrugada era fresco, pero nuestros cuerpos estaban sudorosos. Empujé con fuerza mi verga. Mis testículos golpeaban su pubis. Nati gemía y hacía ruiditos de zorra, desinhibida por el alcohol. Mi pene estaba embadurnado de sus flujos y entraba con facilidad.

De pronto, desde detrás del muro donde estábamos apoyados, aparecieron dos sombras. Mientras seguía embistiéndola, miré cómo, iluminados por la tenue luz naranja del poste, se formaban los cuerpos de dos hombres. Ya eran tipos de edad, como de cincuenta años. Uno era gordo y tenía una barba descuidada. El otro era muy bajo de estatura y empezaba a quedarse calvo. Estaban vestidos con un terrible sentido de la pulcritud, lo que me hizo pensar que eran unos albañiles o algo parecido. Cuando los vi, lo primero que hice fue alertarme, por reflejo natural. Cuando mi novia lo sintió, volteó la cara y descubrió a los tipos, asustada. Se colocó detrás de mí y se subió con velocidad los calzones y el pantalón.

Yo no me moví.

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El enano calvo me sonrió.

—Mira, compa —se dirigía al gordo—, estos muchachitos cómo se divierten.
—En plena calle, los sinvergüenzas, Joselito.
—Como perros. ¿No les da miedo que los descubran?

Natalia me agarró el brazo mirando por encima, como muestra de miedo. Yo me alerté un poco, pero… en el fondo, esperaba lo que estaba pasando. Estaba ebrio y era presa fácil. Sin embargo, lo que comenzó a pasar por mi mente, era algo que me incendiaba el sexo.

—No —hablé con seguridad. De hecho eso quería.

Los tipos, visiblemente ebrios, también, se rieron.

—Estás loco, compadre. Felicidades por tan linda muñequita.

Acto seguido, me ofreció la mano y la estreché.

—Está muy bonita tu novia.
—Mírenla bien, entonces.

Me volví con cautela hacia ella y, tomando su mano, la dirigí hacia adelante. Ella me vio desconcertada, pero también dócil. Cuando pasó adelante, yo me puse en su espalda y le susurré a Natalia al oído:

—Vas a dejar que estos borrachos te cojan.

Ella se volvió hacia mí, temerosa.

—¿Qué? No, amor...
—¿No te calienta como te ven? No has probado otra verga más que la mía… Hoy te voy a dar permiso para probar otras.

Mientras decía eso, comencé a manosear sus tetas por encima de la blusa, para que los borrachos lo viesen.

Cuando lo hice, lo celebraron.

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—Qué jóvenes tan locos lo de ahora, ¿no Robertito?
—Así es, compa —contestó el gordo.
—¿Les gusta mi putita? —pregunté.

Y empecé a desbrochar la blusa. Ellos se acercaron. Nati respiraba con fuerza, entre aterrada y excitada. Le volví a decir al oído:

—Hoy vas a probar muchas vergas, mi amor. Es mi regalo para tu cumpleaños.
—Está muy niña esta zorrita… —dijo el gordo, casi babeando.
—Deliciosa.

Desabroché su blusa y la abrí.

—Miren sus tetitas.

Tomé el brassier negro que tenía debajo y (tomando las copas) bajé rápidamente la tela. Sus tetas rebotaron al instante, para los ojos lujuriosos y desorbitados de los hombres.

—¡Qué rico! —gritó el enano.

Era verdaderamente feo, casi como su compinche, el gordo barbón. Eso me calentó mucho más. Que fuesen unos animales horrendos, deseando a mi preciosa novia, me encantaba.

—¡Mira esas tetas tan redonditas! —completó el gordo.
—Mi amor… no… no me muestres así… —dijo Natalia.
—¡Sht! Silencio, mi amor… Si sé que eres bien putita… Se mira que te gusta… Sólo disfruta.

Los hombres se acercaron muchísimo a admirar sus pechos desnudos. Los pezones de Nati estaban erguidos, por el aire fresco y por la adrenalina.

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—Oigan, cabrones —dije, enfebrecido—, ¿les gusta?
—Eres bien afortunado, cabrón.
—Díganme una cosa… ¿Cuánto pagarían por chupar estas tetas?

Natalia volvió a voltear. Yo la tenía abrazada por detrás, y subí una mano hasta su seno derecho. Comencé a acariciarlo bajo la morbosa y exaltada mirada de los tipos.

—Mi amor… ¿Qué haces?
—No te voy a dar las vergas gratis… Hoy te vas a convertir en una verdadera puta —contesté, al momento que llevaba mi otra mano a su vientre, acariciándolo. Y así fui bajando cada vez más, hasta meterla en la tela del pantalón, los calzones, hasta tocar su coño mojadísimo y enterrarle mis dedos, llenándolos de fluidos.
—No mames, compadre… Mira esto.

Los hombres se habían empezado a tocar las vergas encima del pantalón.
El gordo sacó una cartera gastada y me mostró un billete de cien pesos.

—Quiero chuparla…
—Tienes suerte —dije—, que ella sea una putita barata…

Tomé la teta de mi novia y la apreté, para apuntar al gordo con el pezón, que acaricié con el pulgar.

—Ay… Ay… —gimió ella.

El gordo comenzó a acercarse, hasta que abrió la boca con los dientes gastados, y sacó la lengua hedionda, para lamerle el pezón a ella.

—¡Ah! —chilló ella, al sentir la lengua del tipo.

Yo la masturbaba así como nos hallábamos, de pie, en ese rincón oscuro del estacionamiento.

—¿Hay para el otro? —le pregunté con sarcasmo a Nati.

El día que vendí a mi novia


Ella estaba ya tan excitada, que sólo alcanzó a decir que sí con la cabeza.

—Sabía que eras una puta.

El enano, no bien escuchó eso, se abalanzó sobre la otra teta y comenzó a chuparla con fuerza.
La imagen era increíble: yo detrás de Nati, con la mano en su vagina, mientras esos borrachos de la calle le chupaban las tetas.

—¡Ah, ah, ah! —sus gemidos aumentaban de volumen.

Los hombres chupaban sus senos con violencia, succionando y mordisqueándola como desquiciados.
Nati se retorcía y jadeaba, enloqueciendo. De pronto, sentí en mi brazo unas gotas: era la saliva de mi novia. Con la boca entreabierta, se babeaba de tanta excitación.

—Entonces... ¿les gusta?

Ellos se separaron y me miraron, para decir que sí.

—Mi novia nunca ha probado otra verga más que la mía. Así que, quiero darle eso como regalo.
Saqué la mano, embarrada de flujo. Volví a inclinarla hacia los tipos borrachos. Ella bajó el torso con timidez. Yo le abrí las nalgas y volví a penetrarla, frente a ellos. Ella chilló como niña. El enano le agarró la cara y el gordo le apretaba una teta.
—¿Cuánto quieren pagar por meter sus vergas en la boca?

El calvo sacó una verga bastante grande para su tamaño. Yo embestía su coño con fuerza. Ella se agarró a él hombre para no caer. Vi como el tipo acercó su pene a la boca de mi novia. Natalia abrió la boca y chupó. Yo me embrutecí al mirarla chupar esa otra verga. El gordo sacó de nuevo su cartera y me mostró un billete de doscientos y uno de veinte. Yo le hice una seña, para que se lo diera a ella. El tipo se sacó el pene (gordo y más grande que el mío) y puso los billetes en el tronco. Tomó el cabello largo de mi novia y dirigió su cara a su sexo. Ella sacó la lengua y metió la verga en su boca. Era tan gruesa que no cabía entre sus labios. Mordió los billetes con todo y la polla del tipo.

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El gordo me extendió los billetes, mientras Nati les chupaba las vergas.

Yo seguía cogiendo su coño. Me chupé el dedo índice de la mano izquierda y lo clavé en su culo. Ella pegó un gritito, pero su boca estaba ocupada. Los hombres le restregaban las vergas por toda la cara.

—Entonces —dije, gimiendo, mientras seguía penetrándola—, ¿cuánto van a dar por cogerse este coño?

Los tipos se miraron sonriendo. Y el gordo (quien parecía llevar el liderazgo), sacó la cartera. El calvo también la sacó. Mi novia ni siquiera sabía que estaba pasando. Estaba perdida, masturbándolos con la mano y chupando sonoramente su glande. Ellos sacaron varios billetes, dos de quinientos, de cien, tres de cincuenta y otro de doscientos. Tomé el dinero.

—Ven —le dije a Nati, jalando su cabello—. Ella se paró nuevamente. Su cara estaba mojada por la saliva y el líquido preseminal que brillaba en sus labios. Chorreaba de saliva, mientras sus ojos estaban llorosos. La tomé de los hombros e incliné su cuerpo hacia mí, para que sus nalgas quedaran frente a los borrachos.

Los hombres bufaron como bestias en la visión de su coño y su culo. El gordo fue de inmediato a chuparle el ano.

—¡Ah, ah, ay…! Me… Me está chupando….
—¿Te gusta, puta?
—Mi amor…
—¿Te gusta ser una puta?
—Sí, sí, mi amor…

Doblé el fajo de billetes y se lo metí a la boca.

—¡Muérdelos!

Ella me obedeció. Mordió los billetes. Uno de cincuenta cayó al piso.

—¿Vas a dejar que estos señores te cojan como su perra?
—Shí… shí…. —alcanzó a decir con el dinero en su boca.
—Ven, cabrón.

Llamé al enano.

—Dile al señor lo que quieres.

El gordo dejó de lamer su culo y su coño y le enterró la enorme verga.

—¡¡¡Ay!!!

Me reí.

—Dile…
—¡Quiewo que me cogja! —dijo ella.
—¡Grítalo! —le arrebaté de los dientes el dinero.
—¡Quiero que me cojan como la puta que soy! —gritó.


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El gordo se la estaba clavando furiosamente.

—¡Ah, ay, mi amor, me está quebrando!
—Dile: “gracias por violarme”.
—¡Ah, ah, gra… gracias… por… ¡violaaaarme!

El enano pidió su turno. Cambiaron de lugar y el gordo fue hasta mí. Le di paso y le metió la sucia polla en la garganta. El otro me preguntó:

—¿Puedo cogerle este culito?
—Claro.

Di unos pasos hasta llegar a las nalgas de Natalia y le pegué un golpe.

—Ella está hecha para ser usada —dije sonriendo. Luego, me escupí los dedos y los pasé en el ojete de mi novia. El calvo me imitó y escupió su ano, Yo le metí el dedo y ella se quejó. Invité al hombre a meterle otro dedo y así lo hizo.
—¡¡¡¡Mmmmm!!!! —gimió ella.

Comenzamos a penetrarla con los dedos. Hasta que el tipo la acomodó: ella tenía que abrir las piernas mucho para bajar la pelvis. Tuvo que dejar de chupar la verga del gordo y apoyar las manos en el piso. Con un gesto le dije al obeso que él seguía.

El calvo metió sin cuidado la cabeza de su verga en el culo de mi novia.

—¡AH! —gritó ella.
—¡Aguántalo, putita!

El tipo dio un empujón y le enterró la polla en el ano.

—¡Ay, ay, no, no!

Volví hasta donde estaba la cara de Nati. Cuando llegué frente a ella, le tomé con ternura la barbilla. Sus ojos estaban llorosos, con una mueca de dolor.

—Estos señores ya te pagaron. Eres su puta, ¿entendido?
—Mi amor…
—¿Entendido?
—Sí…
—¿Te gustan las otras vergas?
—Sí, ah, ah… Sí…

El enano bombeó fuertemente, aferrado a sus caderas. Ella lloriqueaba por sentir su culo abrirse.

—Dile gracias al señor.
—¡Ay, ahhhhh, ahhh, gracias… señor!
—¿Por qué? —le dije.
—Por coger… mi culoooo, ay, ay.

El enano no duró mucho y entonces, descargó un chorro de semen adentro del ojete de Nati. Gimió como un perro enfermo, pegándole en las nalgas.


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Cuando se retiró, el semen resbaló fuera del ano enrojecido y dilatado de mi novia.
El gordo se aproximó. Colocándose atrás de ella, dirigió su gigante polla hacia el coño mojado y abierto de Nati.

El calvo estaba abrochándose el pantalón, mirando todo con una sonrisa maliciosa.
Yo tomé el tronco de mi pene y jalé el cabello de Natalia, para obligarla a chupármelo. Ella abrió la boca y comencé a violar su garganta. Los sonidos que hacía eran deliciosos. La baba le caía descontroladamente. El obeso se la cogía con brutalidad.

—Eres una ramera. Te encanta que te cojamos. Oye, cabrón —me dirigía al obeso— no vayas a llenarle el coño de leche, es mío. Si te vas a venir, llénale esta boca de puta.

A duras penas el tipo asintió con la cabeza.

—Está rebuena tu perra.
—Y me la cojo siempre que quiero. Y, si pagas otra vez, te la puedes volver a coger.

El hombre sacó su verga de ella y presuroso se colocó al lado mío. Entendí perfecto, rotando el lugar para penetrar la vagina de Nati. Él no metió su polla, sino que se masturbó y eyaculó en la bella carita de mi novia, que estaba húmeda de las lágrimas (el maquillaje se le había corrido, pintando sus mejillas) y el chorro fue tal que le manchó hasta el pelo y las tetas. En instantes, el rostro de ella estaba lleno de una leche espesa y olorosa.

Cuando vi aquello, no pude más y eyaculé poderosamente en el coño. Ella se tensó y las piernas le temblaron, cuando el semen caliente inundó sus entrañas. Iba a tener que comprarle pastillas al día siguiente para no embarazarla.

Luego de venirme en ella, Natalia se colocó de rodillas, exhausta, y se sentó en el suelo. Su cara manchada de semen, la ropa arrugada, los calzones tirados y sus hoyos abiertos, escurriendo leche, me encantaron. Fui hasta ella, y le tiré los billetes. Ella sonrió, diciendo que no, con la cabeza.

—Tienes una novia, deliciosa, cabrón. Suertudo. Gracias por vendérnosla.
—Ya les dije, cuando quieran, señores. Pasaremos de vez en cuando por acá.

Me dirigí a Nati:

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—¿Te gusto ser la puta de estos cabrones?

Ella, lamiéndose la leche del otro hombre de los labios, asintió.
Había convertido a mi linda novia en una puta callejera.
Los tipos se fueron, contentos. Incluso le regalé calvo los calzones sucios de ella. Natalia se vistió, cansada. Pedimos un taxi para su casa.

—Voy a tener que bañarme, amor.
—Así es. ¿Te gusto tu regalo?
—Fue más regalo tuyo, verme como una pinche putona.
—Eso eres, mi amor.
—Entonces, tienes que venderme más, corazón.
—¿Cuánto pagaría el novio de tu amiga?
—¿Él?
—¿A poco no notaste cómo te miraba?
—Tal vez no tengas que venderme, amor… Porque… Yo quisiera ver cómo te coges a Sandra.

Llegamos a su casa. Nos despedimos. Sus leggins estaban manchados, de todo el semen que la llenó minutos antes.
Era la primera vez que la vendía, pero no sería la última.


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7 comentarios - El día que vendí a mi novia

tordoblanco +1
hermoso relato, ya tenemos otra fiestera jejejeej
Tororompeculos4
Gracias por leer
3239 +1
que hermoso relato bien putita mis10 bro
Tororompeculos4 +1
Gracias por pasarte a leer
blackzero03 +1
Muy buen relato... !!
Espero que continues con mas historias asi de buenas
Tororompeculos4 +1
Gracias por la lectura!
Bicasado2016 +1
Buen relato...queremos la 2 parte..van 10+
Tororompeculos4 +1
Gracias por leer. La haré.
Lucent1999 +1
Es el primer relato que leo en esta pagina, me encanto, van 10 puntos