Noches de Verano! 3

Se apartó de mí y abrió la nevera para coger una coca—cola. Si ya tenía claro que bajo aquella camisa no había sujetador, al agacharse a por el refresco hizo alarde de ello. Todos sus movimientos eran armónicos, con un encanto en cada gesto, un lenguaje gestual que me encandilaba. Era tremendamente morbosa, era un suplicio tenerla así danzando a mi alrededor. Yo sentía que mi polla estaba siempre semi erecta solo por tenerla delante. No me había pasado desapercibida su frase de que a ella le había costado apartarse cuando la había besado, pero, conociéndola lo poco que la conocía, no descartaba que aquella frase fuera su enésimo juego. De hecho, ese sentimiento de que lo que quería era jugar conmigo era lo que me impedía agarrarla por los cuellos de su camisa y besarla, abalanzarme sobre ella y hacer con ella todo lo que llevaba meses imaginando que le haría mientras miraba sus fotos.
De golpe me sobresaltó un sonido; era el móvil de Carmen vibrando sobre la encimera, a mi lado. Ella se acercó, cogió el móvil y salió al jardín a hablar. A mí me había dado tiempo a leer en la pantalla que la llamaba una tal Andrea.
Yo la observaba desde la cocina; descalza y dando vueltas por el jardín, con la melena para aquí y la melena para allá, remangando la camisa hasta el codo y vuelta a darle a la melena. Como siempre como si múltiples cámaras la estuvieran enfocando y tuviera que estar divina todo el tiempo. La escuchaba de lejos con un constante: “No, tía, “Sí, tía”, “Qué dices, tía”. Resultaba tremendamente repelente hablando con su amiga pero dije en voz baja: “Qué polvo tiene”.
Ahora lo que me sacaba del trance no era un móvil si no el timbre de la puerta de la entrada. Era la de la puerta de dentro, no la de la finca, y eso tenía lógica pues ésta casi siempre está abierta. Lo que era extraño era que alguien timbrase pues cualquiera de la familia que hubiera olvidado las llaves recorrería el jardín para intentar entrar por la cocina. Me acerqué a la mirilla y vi que quien timbraba era el novio de Carmen.
Difícil de explicar la sensación de rabia que me invadió. Volvió a timbrar y yo sabía que si le abría sería para meterle una hostia y echarlo de mi casa, así que era mejor no abrir. La ira me subía de los pies a la cabeza cuando escuché la inconfundible voz de mi primo:
—¿No te abren, chico? ¿Quién eres?
—Vengo a… bueno, conozco a Carmen.
Yo sentía que mi primo le iba a abrir e iba a entrar con él de manera inminente, así que corrí como un idiota escaleras arriba. Mientras subía les escuchaba hablar. El chico con monosílabos y mi primo haciéndole un montón de preguntas. Me metí en el cuarto de baño. De golpe estaba como prisionero en mi propia casa. Me di cuenta de que seguían allí los shorts y las bragas de Carmen. No me faltaron ganas otra vez de coger aquellas bragas negras pero con la casa llena de gente tampoco me veía concentrándome para irme a mi dormitorio a hacerme una paja con ellas.
Vi a través de la ventana del cuarto de baño como Carmen ya no hablaba por el móvil si no que hablaba con su novio en el jardín. El lenguaje corporal de él era muy gesticulante, el de ella con los brazos cruzados. Él parecía dar muchas explicaciones y ella parecía impertérrita a sus alegatos.
Decidí que era el momento de irme. Ahora sí. Me fui a mi habitación dispuesto a coger mi bolsa e irme, cuando escuché la puerta de la entrada cerrarse. Miré por la ventana de mi dormitorio y vi a mi primo marcharse, llevando con él un jersey y una chaqueta, aparentemente para su mujer. Quizás habían tenido frío en la playa o se iban a comer al pueblo. Casi simultáneamente escuché pasos en las escaleras: Eran Carmen y su novio que subían y se metían en su dormitorio. Cerraron la puerta de un portazo y yo me quedé inmóvil. No me dio tiempo a pensar mucho, solo a escuchar. Combinaban silencios con algún “que te vayas a la mierda, tío” de Carmen.
No sabía qué hacer. Dudé en entrar y decirle al chico que se fuera. No lo hice. Tenía curiosidad por algo. Me di cuenta tras un pequeño silencio. Tenía curiosidad por saber si el chico iba a desistir o si… Sí. Efectivamente; me di cuenta de que me aterraba a la vez que me daba morbo el hecho de ser testigo de un posible polvo de reconciliación.
Les escuchaba hablar, pero tras cada silencio, por pequeño que fuera, tenía la esperanza de escuchar algún sonido. Un muelle de la cama, un gemido. Algo.
Estaba hecho un manojo de nervios a la vez que yo mismo era una entera contradicción. Por un lado le deseaba todos los males posibles a aquel chaval, le deseaba que Carmen le echase de casa con una patada en el culo, pero por otro me daba morbo que se la acabase follando.
Cada vez hablaban menos. Cada vez había más silencios. Pero no escuchaba nada más. Salí al marco de la puerta de mi dormitorio para escuchar mejor y escuché risas. De golpe mi mente hizo “click”, llevaba dos días y medio empalmado por culpa de aquella chica, no podía más, tenía un calentón impresionante. De golpe todo lo que era cabreo, decepción y hasta tristeza se convertía en morbo y más morbo. Yo pensaba que el chaval, aquel crío se iba a acabar follando a Carmen otra vez, aun después de haber hecho casi de todo con mi novia; y eso pasó de cabrearme a excitarme.
Volví a escuchar risas. Allí iba a pasar algo.
Con cuidado de no hacer ruido fui al cuarto de baño, cogí aquellas bragas y volví a mi dormitorio. Sentía que me lo merecía. Después de todo lo mínimo que me merecía era hacerme una paja oliendo aquellas bragas mientras escuchaba a Carmen gemir y gritar.
Me tumbé sobre mi cama retrasando el momento de olerlas hasta escuchar algún suspiro o gemido de Carmen, dispuesto a disfrutar de mi premio al máximo.
Allí estaba, acostado sobre mi cama, igual que había estado Paula el viernes por la noche, sin apenas respirar por si ellos comenzaban a follar. Repentinamente no me jodía lo que había hecho Paula, podía hasta entenderlo; si ella sentía la mitad de atracción por el chico que yo por Carmen era comprensible lo que había pasado.
La parejita seguía con risas y silencios y yo llamé a Paula, no sabía si para decirle que no me parecía tan grave lo que había pasado, quizás que era perdonable, o para compartir con ella el morbo que me daba todo aquello. Indudablemente, tumbado en cama y acariciándome la polla y con las bragas de Carmen en la mano. no pensaba precisamente con la cabeza.
La llamé y una voz apagada me respondió.
—¿Estás ya en casa? –le dije.
—Sí.
—¿Sabes que estoy en la misma situación que tú el viernes?
—¿Qué situación?
—Pues tirado en cama escuchándoles follar.
—¿Están follando otra vez? ¿Después de todo?
—Bueno, no han empezado. Pero vamos, puerta cerrada, risitas… está visto para sentencia.
—Ya… oye… ¿y lo nuestro como está?
Su frase me cogía de improviso. No la llamaba precisamente para hablar de cómo estaba nuestra relación.
—No lo sé, Paula… no lo sé…
—Es que no puede ser… no quiero perder todo lo que tenemos por esto… He estado pensando que… ojalá te la follaras. Te lo digo en serio. Ojalá te follaras a Carmen, y te la quitaras de la cabeza. A mí si es una vez me daría igual. Te la quitas de la cabeza, estaríamos en paz, no volvemos a esa casa hasta el verano que viene y seguimos con nuestra vida.
—¿Querrías que me la follara entonces?
—Sí. Ojalá. Es lo mejor.
—¿Sabes que tengo sus bragas en la mano? –se hizo un silencio algo más largo antes de responder ella:
—¿Que se las has cogido? ¿De donde?
—Del cuarto de baño.
—Si te digo la verdad, ni me parece mal ni me extraña. La chica… es… es que está muy buena. Están muy buenos los dos.
—¿Sabes Paula? Te iba a perdonar pero… es que los últimos rumores apuntan a que si no follásteis fue porque el chico fue a por condones y no volvió– Solté aquello pensando que si me lo negaba le colgaría. Se hizo otro silencio hasta que respondió:
—Es verdad. Le dije que se pusiera un condón, se fue y no volvió. Si quieres saber si estaba totalmente dispuesta a follar con él te digo que sí.
Cuando dijo eso mi polla apuntaba completamente al techo y coloqué aquellas bragas sobre mi abdomen. Estaba pensando con la polla, a corto plazo, era evidente, y me excitaba como nunca lo que me contaba Paula.
—¿Te lo querías follar?
—Sí...
—Joder, ¿pero tan bueno está?
—Es seguramente el chico más guapo que conozco ahora mismo.
—Pues ahora se va a follar a Carmen.
—¿Y te la querrías follar tú, no? –respondió ella por primera vez en un tono más alegre.
—Por supuesto. –poco a poco la conversación era distendida, como si no hubiera pasado nada. Como si estuviéramos fantaseando en pro de nuestro propio morbo.
—¿Te vas a hacer una paja escuchándola ahora?
—Pues… seguramente.
Escuché el crujir de un muelle y me quedé inmóvil.
—Es normal. Menuda pareja de cachondos… ¿no? –ella empatizaba conmigo, quizás de forma sincera, quizás buscando una reconciliación.
—¿Y que tal el chico en cama?
—¿Si te lo digo no te enfadas?
—No.
—Pues… muy bien. Besa bien… y… eso... bien.
—¿Oral? –dije deseando saberlo todo de una vez.
—Sí... Bajó él, no tardó mucho en bajar ahí abajo… —ella dejaba silencios por si yo la quería interrumpir pero la dejaba seguir— y… bueno… me lo comió muy bien. Y… después reptó hasta ponerse con sus piernas a los lados de mis hombros… bueno, ya sabes… para que se la chupara…
—Y lo hiciste.
—Sí...
A mi me dio un morbo terrible imaginarme al chico encima de ella metiéndole la polla en la boca.
—¿Y qué tal su polla? –yo no me pajeaba para no explotar. Quería que mi clímax fuera con los gemidos de mi sobrina.
—Pues… al principio regular… date cuenta que se había corrido no se cuanta veces ya con Carmen, pero ya sabes… con 20 añitos… en un minuto aquello era…
—¿Muy grande?
—Digamos que… bastante considerable.
—¿Sí? ¿Un buen pollón? –yo estaba excitadísimo.
—Sí… a ver… no enorme pero… bien. Y claro… yo miraba hacia arriba y le veía esa cara que tiene que vamos… que es de póster, que parece de un grupo de música para adolescentes… y con su polla en la boca… después de cómo me acababa de comer ahí abajo… y a ver quién era la guapa que le decía que no quería… follar.
—Joder, Paula…
—Ya… lo siento.
—Te voy a ser sincero. A mí Carmen se me mete en cama y no le digo que no.
—Ya lo sé. Y lo veo comprensible. No te pido que lo entiendas. Lo que te pido es perdón y que, no sé…
—¿Y te cabreaste cuando no volvió?
—Si te digo la verdad, tan pronto se fue… deseé que no volviera. No quería joder lo que tengo contigo.
—Y cuando… volvieron a follar, te tocaste con esas capturas de pantalla.
—Sí... Un poco lo que vas a hacer tú ahora ¿no?
—Sí, si empiezan de una vez… que llevan 10 minutos que no sé qué coño hacen. Igual es que no se les oye.
—Créeme que si empiezan les vas a oír.
—Ya…
— Y, esto… ¿has olido sus bragas?
—Aun no. ¿Te pone que las huela?
—Mmm no sé. No sé si me pone pero entiendo que te ponga.
Yo tenía la polla lagrimeando sola. Con el glande completamente embadurnado. Y mi cabeza repitiendo un “¡Poneos a follar de una vez!”.
No solo eso no ocurrió si no que escuché como abrían su puerta entre más risas. Para colmo de males alguien llamaba a mi puerta. Colgué el teléfono y me incorporé con un:
—¿Sí?
—¿Me abres por favor? –era la voz del chico. No entendía nada. Yo allí empalmado le tendría que abrir la puerta. Guardé las bragas en el cajón de la mesilla de al lado de la cama y me puse el pantalón corto como pude. Lo cierto es que con el sobresalto mi erección había descendido muchísimo en solo 20 segundos.
Abrí la puerta y me encontré al chico, y detrás de él a Carmen.
—Oye tío… te quería pedir perdón por… —el chico hablaba con una media sonrisa y voz de macarrita pijo.— perdón por… bueno, por lo de tu novia, por meterme en su cama y meterle la punta o toda…
No sé si fue un agarrón, un empujón o un golpe, pero mi brazo derecho impactó en alguna parte de la cara del chico. Cuando me di cuenta Carmen gritaba "¡Pero qué hacéis!" Y yo estaba dispuesto a poner en su sitio a aquel crío de complexión bastante más pequeña que la mía.
Me separé de él y vi en seguida que él no quería más lío. Pero le agarré y le empujé con fuerza haciéndole retroceder por el pasillo.
Él solo gritaba “¡ey ey, estás loco tío!” y después un “yo me piro de aquí” como si irse fuera decisión suya, cuando estaba claro que yo estaba dispuesto a echarlo por la fuerza.
—¿Pero a ti que te pasa? –le dijo Carmen mientras su novio bajaba las escaleras.
Mi cara no podía mostrar más ira.
—Se le ha ido la olla, ¿cómo te dice eso?
Yo no tenía ninguna duda de que la cría estaba en el ajo. Que habían estado en su habitación maquinando volver a reírse de mí.
—¡A ti no te puedo echar pero ese chaval no vuelve entrar en esta puta casa! –le dije todavía alterado.
—¿A mí? ¿Pero yo que he hecho? –dijo en un papel que ya no se podía creer nadie.
Volví a mi habitación y cerré la puerta de un portazo. Di un par de vueltas por la habitación intentando tranquilizarme. Me tiré en cama y me quedé allí un minuto cagándome en aquel crío. Me incorporé y vi que Paula me había escrito al móvil, preguntándome si le había colgado o se había cortado, así que le escribí un resumen de lo sucedido y que iría ya para casa.
Fue pulsar enviar y escuchar que de nuevo llamaban a mi puerta.
—¿Qué quieres? –grité.
Entró Carmen. Seria. Y dijo:
—Oye, devuélveme mis putas bragas. Era lo que me faltaba ya.
Me quedé pálido. No fui capaz de responder. Ella entró en la habitación y bordeó la cama, otra vez en camisa y bragas a mi alrededor. Me puse de pie como acto reflejo. Aun dudaba si negarlo o no cuando ella misma miró hacia el cajón de la mesilla, que con las prisas había cerrado mal, y sobresalía una tela negra.
Abrió el cajón y las cogió. La pillada era tan enorme como humillante.
—Pero qué asco tío… —dijo con un tremendo desprecio.
Realmente no tenía absolutamente nada que decir en mi defensa.
—Para colmo me pillas las más suaves que tengo.
Yo solo deseaba que se fuera y acabar el mal trago.
—¿No me las habrás manchado? –dijo comprobándolas.
Tras revisar que estaban en perfecto estado me miró fijamente diciendo “es que me coges las más cómodas” como si de golpe aquello no fuera tan grave.
Cuando creía que aquella chica no podría hacer más cosas para calentarme aluciné al comprobar que se disponía a cambiarse de bragas allí mismo, en mis narices, siguiendo con su irremediable necesidad de calentar. En un movimiento pausado, casi recreándose, se cambió las bragas azul marinas que llevaba por las negras. Pude ver fugazmente su coño, con dos labios claramente marcados, gruesos, a pesar de haber vello a su alrededor, unos pelos rizados, de color castaño, algo recortados. La escena era ya un descontrol exagerado. Una vuelta de tuerca más a su locura, a aquella demente necesidad de calentarme y sentirse deseada.
Cuánto más hacía por calentar más imbécil y creída me parecía, pero con menos aire me dejaba.
Lanzó las bragas que antes llevaba puestas a la cama diciendo:
—Si quieres coge éstas, que no me gustan tanto.
Todo era un juego para ella. Como si hubiera descubierto hacía poco tiempo el poder que tenía sobre los hombres y eso le resultase divertido.
Yo no pude evitar exteriorizar al menos algo de todo lo que sentía en aquel momento:
—Eres una calienta pollas, Carmen… algún día te vas a meter en un lío.
—¿Pero qué dices, cerdo? Aun tienes los huevos de amenazarme.
—No te amenazo. Es un consejo.
Estábamos frente a frente, con una tensión insoportable.
—Te hiciste una paja con ellas. ¿A qué sí?
—No le voy a dar explicaciones a una cría.
—Bueno, para pajearte con mis fotos y bragas no soy tan cría. –dijo aquello acercándose más, en una provocación constante.
Yo no sabía si aquella niñata estaba pidiendo a gritos una bofetada o un polvo.
Ella miró descaradamente hacia abajo. Hacia mi entrepierna.
—¿Te acabaste la paja o no? ¡No me digas que te interrumpimos! —dijo, casi riéndose en mi cara.
Yo no respondía. Si entraba en el juego era para arrancarle la camisa de un manotazo y comérmela allí mismo. De hablar estaba harto.
—Las oliste. A qué sí. —Ella, decepcionada porque no entraba en su juego, llevó su mano a mi cintura y me habló más cerca:
—Dímelo… anda… —Yo no la aguantaba más. Seguí sin responder y ella bajó su mano a mi paquete y me acarició sobre el pantalón.
Nuestros cuerpos pegados y ella con su mano ALLÍ. Como una mujer fatal de poca monta. Una mujer fatal que no era casi ni mujer. Era una cría de 20 años jugando a ser poderosa.
—¿Pero de qué vas, Carmen? –le dije apartándole la mano.
Ella no tardó tres segundos en volver a poner su mano en mi paquete. Allí se tenía que jugar a lo que ella quisiese. Estaba muy mal acostumbrada.
—No voy de nada. ¿Las oliste o no?
—Sí –mentí.
—¿Ves? Lo sabía. ¿Y a qué huelen?
—A coño de niña mal criada.
Ella me apretó el paquete produciendo no dolor si no una increíble necesidad de poseerla allí mismo. De follármela. De bajarle los humos. De todo. Y ese todo empezaba con un beso que yo intenté darle, sujetándola, sabiendo que las probabilidades de que aquello acabara en una bofetada pero por su parte, llegaban casi al cien por cien. No fue una bofetada pero sí se intentó apartar. Sin embargo su mano no dejaba mi entrepierna.
—Eres una hija de puta, Carmen.
—¿Por qué? ¿Por qué no quiero follar contigo?
Cuando pensaba que aquello significaba que allí no había más qué hacer, que ella zanjaba el tema, que yo había vuelto a caer en su trampa, fue ella la que me besó. No llegó a abrir la boca pero nuestros labios se juntaron, se humedecieron y casi nos mordimos los labios, nuestras lenguas no se tocaron pero fue todo lo guarro que puede ser un beso sin lengua.
Sentí un hormigueo por todo el cuerpo al probar aquellos labios. Asumí que que ella quisiese mandar era un mal menor siempre que aquello acabase como yo quería que acabase.
Me rodeó con los brazos, abandonando mi entrepierna, y nos besamos otra vez. Cuando menos lo esperaba su boca se abrió mínimamente, durante un segundo, y nuestras lenguas se tocaron. El siguiente beso fue aún más fructífero, un morreo en toda regla, nuestras lenguas jugaron en su boca, por fin, y me deleité invadiendo aquella boca que ella me prohibía constantemente. Yo nunca sabía cuánto había de deseo por su parte y cuánto de juego. Cuánto de ganas de follar y cuánto de calentar. Cuánto de ganas de ir hasta el final y cuánto de ganas de dejarme a medias.
Se acabó apartando y con los ojos encendidos me dijo:
—Sois todos iguales, tengáis 20, 30 o 40 años.
Mis manos fueron a desabrochar su camisa y ella las apartó, pero llevó después sus manos al botón de mi pantalón:
—Mira, se que te hemos jodido lo tuyo con tu novia. Pero lo de que mi novio no vuelva a esta casa no me mola nada.
Ella abría la cremallera de mi pantalón y me lo bajaba sin dificultad, y posaba ya sus manos sobre mi calzoncillo. Ella mandaba, yo la dejaba hacer, como un reflejo de todo el fin de semana.
—Yo creo que esto lo podemos arreglar –prosiguió— Te acabo lo que estabas haciendo cuando te interrumpimos... ya sabes... lo que hacías mientras olías mis bragas, que ya hay que ser cerdito, y tú a cambio te vas, me perdonas lo de tu novia, y mi novio viene a esta casa cuando quiera. ¿Qué te parece?
No podía responder. Solo sentir como me bajaba el calzoncillo y mi polla salía disparada hacia adelante. La intenté besar y ella esquivó el beso. Volví a intentar besarla y se volvió a apartar. A ella parecía hacerle gracia mientras que yo estaba a punto de explotar. Acabamos contra la pared de al lado de la ventana. Yo con los calzoncillos bajados hasta los muslos y los pantalones en los tobillos y ella con la espalda contra la pared.
—¿Te parece bien o no? –Susurró justo cuando me agarró la polla por primera vez.
—Me parece bien…
Me la sujetó fuerte con una mano y cuando mis manos querían hacer algo ella me soltaba un: “Qué no...”, en un tono de hastío, como el de quien regaña a un niño cansino. Al final acabé con los brazos en jarra, dejándome hacer.
La miraba. Aquella cara. Aquella melena rubia. Guapísima. Y con su permanente gesto de estar jugando. Ella me miraba a mí sin vergüenza alguna mientras con su pulgar embadurnaba todo mi glande, como acto previo a empezar con el movimiento.
El tacto de su dedo en la punta de mi miembro me hacía estremecer. Me ponía los pelos de punta. Aquel dedo justo ahí y aquella mirada suya podrían destrozar a cualquiera.
Ahí comenzó un vaivén sutil, echándome la piel adelante y atrás. Se escuchaba el sonido de esa piel cubriendo y descubriendo mi glande junto con nuestras respiraciones. Era una paja en toda regla, casi silenciosa, por ahora delicada. No podía creer que aquella belleza me estuviera pajeando allí de pie. Había fantaseado miles de posturas y contextos pero nunca aquel.
Estuvimos así unos segundos. Quizás un minuto entero en el que nos mirábamos a la cara y ella seguía meneando arriba y abajo. Mi mirada a veces iba fugaz a aquellas tetas que se notaban enormes bajo la camisa y su mirada a veces iba hacia mi polla para comprobar su estado. Cada vez ella aceleraba más, pronto se comenzó a mostrar con ganas de acabar. Como si dejarme fuera de combate en pocos segundos fuera su triunfo, un “estoy tan buena que se corrió en menos de un minuto”. De verdad daba la sensación de que todo lo que hacía aquella chica era para alimentar su ego.
Era cierto que me tenía a punto de explotar, pero a mi favor jugaba que no me había agarrado justo por el punto exacto y así conseguía retrasarlo. Ella, en vista de que no me corría tan rápido como pensaba, se desabrochó con la otra mano un par de botones de su camisa, como si solo por ampliar su escote fuera a explotar en un orgasmo como un adolescente abriendo una revista porno. Al ver aquello yo intenté colar una mano para palpar aquellas tetas perfectas pero ésta fue apartada con un “schhh, quieto… míralas pero no me las toques”.
La ira me invadía. Pero el deseo era aun mayor. Dudé en desobedecer y abrirle la camisa del todo; sus tetas estaban mitad cubiertas por la camisa y mitad descubiertas, y aquello me mataba pues deseaba ver la estampa entera, la imagen descomunal de ver su torso enteramente desnudo y para mí. Sin embargo opté por besarla. Mi beso fue acogido solo en parte. Unos picos, sin lengua, pero de nuevo todo lo guarros que pueden ser, estirando nuestros labios inferiores, mordiéndonos. De nuevo no sabía si se dejaba besar por deseo o para ver si así yo me corría de una vez.
El ritmo de la sacudida era ya más que considerable y me aparté de sus labios para ver con perspectiva la brutal paja que me estaba haciendo. El ritmo era tal que sus tetas casi rebotaban una con otra como consecuencia del meneo de su brazo al pajearme. Así, viendo aquellos perfectos senos que caían enormes solo parcialmente tapados ella me susurró:
—¿No te corres?
—Aun no…
—¿Sabes que sí que se la folló? ¿Eh?
Me sorprendió que en aquel momento de casi clímax volviera a sacar el dichoso tema de Paula y su novio.
—No se la folló, y me da igual.
— Ayer por la tarde, mientras tú y yo estábamos en la piscina. Se la folló en una de las habitaciones con buhardilla, no sé de quién esa habitación, una de las de arriba. Joder, ¿te crees que les dejamos una hora solos, con la casa para ellos, y dos personas que se tienen ganas no acaban follando?
El ritmo de su paja se mantenía fuerte. Ya me cogía los huevos con una mano y me pajeaba con la otra. Yo con mis brazos en jarra no sabía si creerme o no lo que me decía.
—Joder, me dijo que la puso a cuatro patas y que gimió como una perra, que no entendía como no la habíamos oído desde la piscina.
Mi imaginación voló a ver a Paula penetrada desde atrás por aquel chico, empalada por aquel crío, ansiosa, con sus cuerpos sudorosos y ella gimiendo totalmente entregada, y me mataba de morbo. No lo podía controlar.
—Me dijo que se la folló dos veces y que ella quería más. –decía Carmen intentando excitarme, como si supiera que aquello, en mi estado, dejaba de joderme, para darme morbo. Ella siguió susurrándome al oído:
—Se la folló a pelo, joder. Se la folló sin condón y después acabó en su boca. Dijo que Paula se lo tragó todo.
Aquellas palabras, duras, no cansaban con su jovialidad, como si estuviera poseída, pero no dejaba de martillearme con aquellos susurros en mi oreja. Destrozándome. El morbo era impresionante. No podía más. Miraba al techo y me imaginaba a Paula chupándosela al crío y me excitaba como nunca.
—Tócame... tócame y córrete... joder...— dijo Carmen desesperada, al tiempo que abría los últimos botones de su camisa, abriéndola del todo y llevando ésta a ambos lados de sus tetas. Guardé en mi mente la imagen de aquel par de maravillas cayendo enormes, con forma de pera, hasta la mitad de su abdomen, se juntaba lo terso de unas tetas jóvenes con su irremediable caída hacia abajo como consecuencia de ser tan grandes. Comencé a acariciar sus tetas con cuidado y ella me lo permitía. Tenía los pezones durísimos y el tacto de sus tetas hacía que varias gotas de pre seminal resbalasen por mi polla. Intentaba abarcar sus tetas con mis manos pero parecía imposible. Cuántas veces, mirando sus fotos, me había preguntado si cabrían en mi mano. Ahora sabía que no. No dejaba de alucinarme que un cuerpo esbelto, de una cría de 20 años, tuviera las tetas de toda una mujer. Su areola era tan grande que pedía a gritos ser devorado. Viendo que se dejaba sobar las tetas decidí forzar un poco más y una de mis manos fue a sus bragas, pero esa mano fue apartada.
—Schh, eso no. ¿Te las quieres comer? ¿Te quieres comer mis tetas? Bésamelas si quieres, pero si me las muerdes te mato –me susurró en el oído, casi soplándomelo.
Fue escuchar eso, imaginarme metiéndome en la boca aquello con lo que tanto había fantaseado y no pude más: Sus tetas colosales, las imágenes de Paula follada por el crío, la paja brutal que me hacía, la mirada de guarra de Carmen mientras me ofrecía que le devorara las tetas, era demasiado… Todo eso produjo que todos mis músculos se tensasen, mi mente se quedara en blanco, y me empezara a derramar descontrolado sobre las manos y el vientre de Carmen. Debí de soltar como 4 o 5 chorros que saltaban hacia arriba llegando a impactar sobre su barriga plana y hasta las tetas de ella, la cual respondía a aquella ducha con unos “joder, para, para, para” pero sin dejar de meneármela ni un segundo. Yo me derramaba en un clímax descontrolado, sentía que la bañaba entera en un orgasmo largo, hasta que le tuve que agarrar la mano para que parase de sacudírmela.
Se hizo un silencio en aquella habitación pero en mi mente aun resonaban los sonidos de mis suspiros por el orgasmo y del ruido de la piel adelante y atrás de mi polla. El orgasmo había sido tremendo después del fin de semana que llevaba. Ella decidió romper aquel silencio:
—¡Joder, mira como me has puesto, qué cerdo! –dijo con esa permanente voluntad de hacerme quedar mal. Se apartó de mí y se miró, tenía todo el vientre embadurnado, le bajaban densas gotas blancas hacia las bragas y uno de mis chorros efectivamente le había alcanzado una de las tetas. Se abría la camisa para que esta no se manchara también, pero lo hacía con dos dedos, pues tenía las manos manchadas, en un gesto extraño y ridículo.
—Joder, dame algo. Un clínex o algo.
Me fui al cuarto de baño escuchando a mi espalda un “¡Pero qué asco, tío!”. Cogí papel higiénico y cuando volvía al dormitorio me la encontré en el pasillo diciéndome “dame” con un tono desagradable. Le di el rollo de papel higiénico y ella se fue al cuarto de baño y yo al dormitorio.
Caí sentado sobre la cama y mi clímax dio paso a una extraña vergüenza. Había fantaseado multitud de veces con un encuentro sexual con Carmen pero no así. Aquello había sido poco menos que una paja mecánica para que la dejase en paz. Para que me fuera por donde había venido y nos olvidáramos de todo lo sucedido. Y, para colmo, la sombra de la duda de que efectivamente Paula sí había follado con el chico. Lo cual, una vez tenido el orgasmo, no solo era más humillante que morboso, si no que planeaba de nuevo la sombra de la enésima mentira.
Cogí mis cosas y salí del dormitorio dispuesto a irme a mi casa. Escuché el sonido de la ducha por lo que supe que Carmen se estaba duchando, y sin saber muy bien por qué, abrí la puerta de su dormitorio. Iba a curiosear cuando recordé las bragas que había dejado caer ella sobre mi cama. No me lo pensé, volví a mi dormitorio, cogí aquellas bragas azul marinas y las metí en mi maleta. Aquellas bragas eran exactamente iguales que las negras, el mismo tacto y forma, lo que me hizo pensar que aquello de cambiárselas delante de mí bajo la excusa de que eran más cómodas había sido todo show, como todo lo que hacía aquella cría que debería meterse a actriz.
Arranqué el coche y conduje hasta casa. No sabía muy bien que sentir. No sabía si lo de Paula con el crío me jodía o me daba morbo. No sabía si aquella paja de Carmen me había parecido humillante o morbosa. No sabía si Carmen me deseaba o aquello no había sido más que un juego y yo su juguete en una mañana de domingo en la que la niña se aburría. Lo que sí sabía era que me arrepentía de no habérmela follado; me arrepentía de no haber forzado más la máquina, de haberme conformado con aquella paja. Me había dado un par de besos con lengua, sí, le había acariciado las tetas sí, y me había hecho una señora paja, sí. Pero estaba casi seguro de que podría haber sacado mayor tajada de aquel encuentro.
A medida que pasaban los minutos pensaba con menos frialdad pues volvía a estar excitado. Dicen que un hombre solo está lúcido los cinco minutos posteriores al orgasmo, por lo que yo ya conducía pensando en sexo y nada más que sexo. Recordando lo sucedido con Carmen y hasta fantaseando con el chico y mi novia.
Llegué a casa con tal calentón que lo primero que hice fue tumbarme en cama y oler por fin aquellas bragas de Carmen. Olían tanto a coño que se me puso dura al instante. No era necesario oler el punto exacto de la tela que había estado en contacto con aquellos labios gruesos para que ya oliera bastante a coño. Y sí, cuando olía exactamente el punto clave el olor era fortísimo. Se me puso la polla apuntando al techo y con aquellas bragas sobre mi cara comencé a masturbarme, recordando la paja que me había hecho ella, pero con un final diferente, un final en el que yo la acababa girando y le bajaba las bragas y me la follaba contra la pared. Aquel pensamiento me hizo explotar en apenas un minuto.
Pasé la tarde en casa pensando en todo lo ocurrido: ¿De verdad podría seguir mi vida normal con Paula después de todo aquello? ¿Le iba a decir a Paula que sabía que había follado con el crío? ¿Sería cierto? ¿Le iba a confesar a Paula que Carmen me había hecho aquella paja? ¿Llegaría algo de lo ocurrido a oídos de mi hermana? ¿Hasta que punto Carmen era de fiar?
Ese domingo fui a cenar con Paula. Al principio nos costó ser nosotros mismos. Seguíamos sin saber si seguíamos siendo pareja o qué pasaba con nosotros. Fue curioso que mientras hablábamos de otros temas decidí no decirle que Carmen me había dicho que había follado con el chaval. También decidí omitir lo mío con Carmen. Quizás Paula había tenido razón cuando me había dicho que haciendo yo algo con mi sobrina sentiría que estaríamos en paz, ya que, efectivamente, no me parecía Paula la mala de la película si no la parejita de veinte añeros que habían jugado con nosotros. Mi novia hablaba de otros temas mientras yo la miraba y sentía que la quería, a la vez que me daba morbo lo que había hecho con el chico. Hasta deseé que fuera cierto eso de que se la había terminado follando.
Aquella noche cada uno se fue a su casa a dormir y ya en cama, mandándome mensajes con Paula, la cosa fue subiendo de tono hasta que hablamos de masturbarnos. No era algo extraño en nosotros ese tipo de mensajes a esas horas y cada uno en su cama, pero esta vez le pregunté en quién pensaría si se decidiera a hacerlo.
—¿Sinceramente?
—Sí.
—Pues… igual sí que en el crío ese.
Confirmé el terrible morbo que me daba.
—¿Y tú? –preguntó ella.
—En Carmen.
Dejamos de hablar y me dispuse a masturbarme. Tenía dos opciones: oler las bragas de Carmen y masturbarme pensando en ella o imaginarme a aquel crío poniendo a cuatro patas a mi novia. Opté por lo segundo y exploté en un orgasmo imaginando a aquel chaval montándola y saliéndose repentinamente de ella para acabar en su boca.
Le escribí de nuevo a Paula y le pregunté qué hacía y me dijo que estaba desvelada. Le dejé caer qué podía hacer con su cuerpo para conciliar el sueño y me respondió: “jaja, ok”. Unos diez minutos más tarde me escribió:
—Ya estoy más relajada...
—¿Sí? ¿Qué tal?
—Muy bien.
—¿Con sus fotos?
—No me hacen falta fotos ya.
—¿Y que pensaste?
—Que me follaba… con esa cara de chulo que tiene.
—¿Quieres que los volvamos a ver?
—Jaja, ni loca.
—¿Por?
—No sé… oye mañana yo trabajo y tú también. Será mejor dormir.
—Solo respóndeme a eso.
—No me apetece ver a ese chico otra vez y a ella menos. Los quiero lejos. Podemos fantasear todo lo que quieras, a mi también me gusta fantasear con ellos pero creo que es mejor tenerlos lejos.
Todo siguió con normalidad, al menos no pasó nada relevante, hasta la mañana del jueves que me desperté para ir a trabajar y me encontré con un mensaje en el móvil, era Carmen que me había escrito de madrugada.
—¿Cómo estás cerdito? (y colocó unos emoticonos de un cerdo). Se que te has llevado mis bragas, que las disfrutes. Pero no te escribo por eso. Estoy con mi novio, me está diciendo que se quiere volver a follar a Paula. ¿Seguís juntos? ¿Le darías su móvil?

2 comentarios - Noches de Verano! 3

Lenguatraviesa
Tenés que romperle el culo a esa pendeja primero a solas y luego intercambian..