Tórrida versatilidad

De vez en cuando me gusta cambiar de rol, intercambiar papeles, dejar de ser la abnegada señorita que se ofrece a los placeres sexuales de los hombres -y de vez en cuando a los de una dama- con los que comparte las sábanas para convertirme en una especie de vengadora de los placenteros dolores que me hicieron sentir en algún encuentro salvaje.

De vez en cuando me gusta cogerme algún masculino dispuesto a entregarme todo su cuerpo para el placer de ambos. Y vos lo sabes. Y como si de una ofrenda se tratase te pones en cuatro al borde de la cama. Y como si quisieras provocarme me miras sobre tu hombro, con una mirada expectante, deseosa. Esperas que yo empiece a adueñarme de tu cuerpo. 

Me inclino apenas sobre vos, haciendo que sientas mi respiración en una de tus nalgas. Te hago desear un poco más. Corto la expectativa con un golpe fuerte en una de ellas e inmediatamente hundo mi lengua entre ambas, ayudándome con mis manos para abrirte y hacerme paso. Gemís, gemís tan intenso que me caliento al escucharte. Recorro con mi lengua todo el contorno de tu ano, humedeciéndolo a mi paso. Mientras con una mano descargo otra palmada en tu nalga, con la otra empiezo a masturbarte. Armo una secuencia.

Palmada, palmada, lengua contorneando tu agujero.

Palmada, palmada, lengua penetrándote.

Palmada, palmada, mano ordeñándote.

Continúo el ciclo hasta que me pedís, en un tono que suena a súplica más que a otra cosa, que te penetre con mi dedo. Escupo en la entrada de tu orto y empiezo el trabajo con mi dedo del medio, hasta dejártelo completamente adentro. Lo muevo, hago círculos, lo saco un poco y meto otro poco, vuelvo a hacer círculos. No dejo de masturbarte ni de darte palmadas. En cada una repito la pregunta, y espero la respuesta que se demora cada vez más en salir a causa de la agitación a la que llegaste.

- ¿Por qué hago esto? ¿Lo sabes, no?
- ¡Sí! ¡Por puto!

Mi excitación la alcanzo con tus gemidos. Mi placer lo alcanzo con el tuyo. Aún en el papel completamente opuesto, me siento la sumisa complaciendo al amo. Convierto tu placer en el mío, aun sin siquiera tocarme.

Con un dedo penetrándote me acerco a vos, apoyo mi cabeza en tu hombro justo detrás de tu oreja. Me escuchas jadear, te escucho agitado. Uso mi lengua ahora en el lóbulo de tu oreja. Una corriente en tu espina dorsal provoca un movimiento de cadera que a su vez provoca que mis dedos te invadan más profundamente. Tu cuerpo acompaña la agitación, moviéndose casi involuntariamente.

Te contorsionas, te convulsionas. Me pedís que te cuente en qué anduve este tiempo que estuve alejada, que te cuente alguna hazaña sexual. ¿Qué queres que te cuente? ¿Querés que te cuente que tu putita nunca dejó de ser también la putita de otro? ¿Eso te calienta? ¿Saber que sigo dejando pijas sin leche y hombres sin aliento? Y no es que ahora me vaya a creer una bomba sexual, pero es en su justa medida a ambos nos gusta la vulgaridad, la obscenidad devenida del exceso de calentura.

Puedo sentir que estas en el punto máximo de calentura, pero quiero probar qué tanto más puedo calentarte. Saco del cajón de la mesita de luz un strapon. Me miras fijo mientras me lo coloco, al mismo tiempo que una de tus manos sigue masturbando tu enhiesto falo. No emitís palabra, “el que calla otorga” pienso mientras me acomodo detrás tuyo y sin siquiera pedírtelo me ayudas abriéndote vos mismo para poder apoyar la punta de mi nuevo equipamiento de látex.

“¡Ay, yegua!” me decís entre jadeos cuando te anuncio que ese orto goloso se tragó todo el pedazo que le ofrecí. Así me gusta tenerte de vez en cuando, sometido y a mi merced. Empiezo a moverme, a hamacarme hacia adelante y hacia atrás. Agarrándote firmemente de la cintura empiezo a cogerte, al mismo ritmo que tus gemidos aumentan. “Así te quería tener, putito” pienso en voz alta.

Me pedís cambiar de posición. En un hábil movimiento, y sin sacarla de dentro tuyo, quedo yo acostada, vos arriba mío cabalgándome. Tu miembro, duro como nunca lo vi y con la punta brillosa por tu propia lubricación, me anuncia que el final está cerca.

Te dejo seguir tu ritmo, te dejo hacer. Te moves a tu gusto encima de mí. Me anuncias la inminente tormenta por lo que aumento la velocidad y la profundidad de la penetración. Pronto llega el blanquecino diluvio que tanto deseaba. Cubre mayormente parte de tu pecho y cuello. Se escurre otro poco en mi panza. Recorro con la lengua cada centímetro de piel tuya manchada por la descarga. La junto con mi lengua y me acerco a vos para fundirnos en un beso que selle esta tórrida situación.

No puedo dejar de pensar en cuánto me gustas, en cuánto me gusta tu versatilidad. No dejo de pensar en que acabo de domar al semental que me tiene más bien acostumbrada a ser sometida, que a someter.