Vacaciones nudistas con mi papá capítulo 10 y 11

siento mucho la tardanza! necesito que me nalgueen uwu

**Maira**

Tres guardias de la tribu, armados con lanzas y protectores de cuero se apresuraron a levantarla a Daniela, que estaba en el piso y con varios golpes por todo el cuerpo.
Papá y una multitud de gente la trasladaron rápidamente con el curandero del pueblo, bajo la tormenta que no dejaba de soplar. El corto vestido que llevaba puesto ya estaba empapado. Debía llevar un tiempo en medio del fango, preguntándose qué le habían hecho y por qué.
Me entró la furia. Cuanto Tamir quiso agarrarme de la mano, lo empujé con un hombro y seguí a Leandro hacia la casa del sanador.

El anciano vestido con túnica, tatuajes y fetiches de hueso, empezó a aplicarles ungüento a cada una de las heridas de mi hermana. Mi padre, frenético, no dejaba de preguntarle a Daniela si había visto a sus atacantes. Él quería venganza. Podría quemar todo el lugar si con eso encontraba al malhechor.
—No los vi —dijo Daniela. Sus ojos estaban desalentados y hacia muecas de dolor.
—Esto no quedará así —replicó Bárbara—. Les diré a los defensas que peinen la zona. Tenemos que asegurarnos de que el culpable no escape.
—Iré a ayudarles —dijo papá y salió a la tormenta.
Me arrodillé al lado del camastro donde estaba Daniela y sujeté su mano con la mía. En ese instante, me invadió un grandísimo temor a perderla. La quería. No la conocía del todo, pero la quería en mi vida. Lloré a su lado.
—Dani…
—Estaré bien. Lo siento.
—Descuida. Debes descansar. Atraparemos a quien lo haya hecho, hermana.
—Gracias.
—Dejar que duerma —dijo el curandero. Tamir me tomó de la mano y me llevó cariñosamente fuera de la casa del anciano.

***

Anin, la mamá de Tamir, nos estaba esperando. Su esposo había acompañado a los custodios a tratar de localizar al atacante de mi hermana.
—Maira— mencionó Anin — Tú… ¿te quedas a dormir?
—Pues… —miré la tormenta. No parecía amainar—. Sí, gracias.
—Dormirás conmigo —aseguró Tamir, y su mamá le pellizcó el cachete.
—Ella no es esposa tuya. Dormirá con tus hermanas.
Eso sí era un alivio. Tamir no tenía la sensibilidad para darse cuenta de que el sexo no era la mejor forma de hacerme sentir mejor. Quería aislarme de todos durante un momento. Fingir que nada había ocurrido. Que entre todas las personas que había conocido, nadie sería capaz de lastimar a Daniela.
El cuarto de Andra y Nindy era muy cálido gracias una pequeña chimenea, cuya flama estaba encendida. Las dos hermanas estaban platicando en su idioma natal. Me sentí fuera de lugar durante un momento.
Al verme, Andra frunció las cejas. Le dio a su hermanita un beso en la punta de la boca y salió por la puerta lateral hacia su cuarto. Nindy se levantó y me abrazó.
—¿Tú hermana me odia?
—Ella está celosa.
—¿Por qué?
—Por mi hermano. A mí me gustaría que te casaras con él. es buen hombre. El problema es que Andra desea que siga soltero para que se convierta en un buen soldado.
La chica me ofreció unos cobertores y me hizo un espacio en su cama, que era amplia. Noté que olía muy dulce, como a vainilla.
—Duerme bien.
—Gracias, Nindy.
— Tú hermana… ah… ¿cómo se dice? Va a sanar.
—Lo sé. Gracias por la hospitalidad.
Pero pese a todas las comodidades, no logré dormir plenamente. A mi lado, Nindy ya parecía estar roncando suavemente, y no lejos de nuestra cama, en la otra, Andra estaba escribiendo algo con una mano, usando un pedazo de papel y una barrita de carbón. Al mismo tiempo, con la otra mano, se estaba pellizcando sus pequeños pezones. Me pareció como si se estuviera masturbando, aunque no del todo.

No tardó mucho para que ella apagara su vela y se enredara en sus sábanas.
Media hora después, cuando ya estaba por conciliar el sueño, Tamir entró silenciosamente al cuarto y me tocó la cara.
—Vamos.
—¿Qué?
—Nosotros… buscaremos al que maltrató a tu hermana.
—¿Sabes quién es?
Asintió. Traía una vela en la mano. Su rostro estaba serio.
—¿Qué pasa? —preguntó Nindy, todavía somnolienta.
Tamir le respondió en nahili. La pequeña entendió lo que pasaba de inmediato y se vistió. Recogió una de sus dagas y se la puso en la funda que llevaba en el muslo derecho.
—Vamos. No hay que decirle a Andra, o podría volverse loca.
—Está bien —le dije, y nos apresuramos los tres a salir de la casa.
Debían de ser como las dos o tres de la madrugada. A mí no me importaba eso. Quería encontrar al culpable.
—Es por aquí —dijo Tamir, guiándonos a las afueras de la aldea. Iba por delante, con no más luz que la de la luna y las estrellas. Detrás de mí, Nindy me tomó de la mano para no caerse.
—¿Cómo sabes quién lo hizo? —preguntó la joven.
—Yo sé. Investigué.
—¿De verdad? —dije.
—Si algún día te casas conmigo, tu hermana será mi cuñada. Tengo que protegerlas a las dos.
Miré a Nindy, quien me guiñó un ojo en medio de la poca luz. Le gustaba la idea de que me casara con su hermano.
Llegamos hasta el interior de la selva, justo hasta la entrada de una cueva más oscura que la boca tenebrosa de un lobo. No podríamos entrar a pie.
—Está aquí dentro —dijo Tamir—. El malo se esconde aquí.
—Iré yo primero —Nindy se puso a gatas y se introdujo por el estrecho pasadizo. Le seguí yo, y detrás estaba Tamir, cerrando la marcha para que nadie nos descubriera.
—¿No tienes miedo? —le pregunté a Nindy. La hermana menor avanzaba decidida dentro de la minúscula cueva.
—Me gusta explorar —respondió.
—De haber sabido que vendríamos aquí, me hubiera puesto más ropa. Hace frío, y tu hermano no deja de pegarse a mi trasero.

—No seas miedosa —comentó Nindy, riendo un poco.
La guerrera se detuvo sin avisar. Choqué contra sus nalgas suavecitas. Tamir, a mis espaldas, hundió su cara en mi culo y me besó.
—¡Tamir! —le grité.
Nindy nos miró por encima del hombro.
—¿Qué pasa?
—Me está lamiendo.
Nindy le dijo algo en su idioma natal, cosa que yo no entendí, pero por la fuerza de las palabras, supe que no era nada bueno. Al instante su hermano se separó y se disculpó.
—¿Qué le dijiste?
—Que le arrancaría la polla si seguía tocándote sin permiso. Por otro lado… huelo a carne asada. Alguien está aquí adentro.
—Entonces debemos seguir.
—Sí. Giremos por acá.
El sentido de orientación de Nindy nos llevó más adentro de la cueva. Para ser más pequeña que yo, era más valiente. Supuse que eso era porque tenía que haberse criado por aquí, en este clima hostil.
Llegamos hasta la salida de la cueva. Era una cámara subterránea, algo grande. Había una fogata en medio cuyo humo salía por un agujero que daba a la superficie. Restos de huesos masticados estaban tirados en un rincón, y al otro lado, se hallaba un hombre dormido. Lo reconocí de inmediato. ¡El amigo de Tamir, el que me había tomado también!
—¡Oye!— gritó Nindy, hurtando la lanza que estaba en la pared.
El joven se despertó con un brinco y se dispuso para atacar. Sacó un machete de su abrigo y se lanzó contra Nindy.
—¡Cuidado! —Sentí pánico de que la fuera a lastimar.
El machete golpeó contra la lanza que sostenía la pequeña guerrera. Sin embargo, ella logró despojarlo de su arma y le golpeó las rodillas para tirarlo al piso. Aden rodó y se equipó con una piedra afilada. Se la lanzó a la hermana de Tamir.
La chica se hizo a un lado. Tamir, furioso por lo que le acababan de hacer a su hermanita, se abalanzó sobre el tipo e intercambiaron golpes. El sonido que hacían sus rostros al machacarse con sus puños era horrible.
Abracé a Nindy y la alejé de la trifulca entre los dos amigos. Tamir ya tenía moretones en la cara y le sangraba la nariz, pero Aden estaba peor, con el labio partido y no podía mover bien un brazo. No tardó mucho para que Tamir, más ágil que él, lo derribara y lo sometiera con un cuchillo capaz de destripar a un venado.
— ¡Tú lastimaste a Daniela! —exclamó Tamir.
Aden le escupió en la cara. Tamir, furioso, quiso cortarle la garganta, pero yo intervine.
— ¡Alto! No lo mates. Tiene que pagar por lo que hizo.
Nindy, liberándose de mi fuerte abrazo, agarró unas sogas de fibra vegetal y con mi ayuda, logramos amarrar de pies y manos al maldito cabrón. Él quedó al fin todo inmóvil, gritando maldiciones en español y en su idioma natal.
— ¡Ella quería sexo! ¡Yo se lo di!
— ¡Cállate, perro asqueroso!— Le pateé en las costillas.
—¿Quieres una mujer? Bueno, enfermo cabrón. Pues aquí la tienes.
Les hice una señal a Nindy y a Tamir. Ellos se apresuraron a tomar al chico. Tamir de los hombros y Nindy de los tobillos. Luego me incliné junto a él, y tomé su polla entre mis dedos. Tamir sonrió. Miré a Nindy. La guerrera asintió.
—Hazlo.

Y entonces me metí el miembro a la boca, pero no lo chupé. Simplemente lo mordí. Lo mordí con todas mis fuerzas. Aden empezó a llorar. Gritó como una niñita que se ha caído sobre piedras. Exprimí sus testículos hasta que casi reventaron entre mis dedos.
Tamir y Nindy miraban con satisfacción el castigo que le estaba dando al pequeño hijo de puta.
— ¡Por favor! ¡No más! ¡No más! ¡Duele! —chilló, llorando como nenita.
Yo me detuve. Le había dejado una marca fea en el pene.
— Si vuelves a acercarte a mi hermana o a mí, te vamos a dejar peor.
—Entiendo… perdonar. Perdonar.
—Creo que entendió la lección —dijo Nindy, feliz. Tamir asintió soberbiamente.


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Tamir nos contó, después de entregar a su amigo al jefe del pueblo, que él ya tenía sospechas de quién había atacado a mi hermana. Después de todo este tiempo, Aden siempre se quedó con las ganas de probar a Daniela, y cuando la vio sola en la tormenta, no dudó en someterla. Por fortuna Daniela se había defendido y el sujeto no logró hacerle nada sexual, pero la dejó malherida antes de irse a esconder.
Daniela iba a estar unos días en cama, descansando y curándose del shock que le produjo semejante ataque. El jefe del pueblo se entrevistó con mi padre para hacerle ver que aumentaría la seguridad y que el culpable sería debidamente castigado.
—¿Qué es lo que le harán? —le pregunté a Andra, la hermana mayor de Tamir.
En ese momento estaba muy concentrada con unos pigmentos y dibujándole unas flores a Nindy en las piernas. Se acercaba otro festival para agradecer a los dioses por la lluvia, pues eran las primeras de la temporada y las necesitaban para sus cultivos.
—Lo matarán, seguramente.
—Lo echarán a los cocodrilos —añadió Nindy, con un guiño de sus ojos.
—Sí, y por culpa de tu hermana, Tamir está triste. Matarán a Aden.
—Pero él la atacó —berreé para defenderme.
Nindy le dijo algo a su hermana y esta se sonrojó de furia.
—Qué bueno que Bárbara se irá pronto —siguió molestando—. Todos ustedes y los que han venido, no hace más que causar problemas.
Encogí las cejas, embrollada por su comentario.
Nindy suspiró y me miró como si sintiera pena por mí.
—Algunas personas del mundo exterior vienen, nos estafan con cachivaches y se marchan. Por eso Andra no tolera a los de tu tipo. No es nada personal.
—Sí que lo es —bufó la chica.

Nindy me defendió reclamándole algo en su idioma nativo. La muchacha iba a responder cuando Tamir entró al cuarto. Andra dejó a Nindy y le dijo algo a su hermano. Este le rebatió con algo similar a un regaño y luego los tres se pusieron a discutir. Al final tuvo que entrar Anin, la padre de todos, para calmarlos.
—Ay… está bien —protestó a regañadientes Tamir y se sentó en una silla de madera.
Andra dejó de colorear las piernas de Nindy y se hincó frente a la pelvis de su hermano. Sujetó su pene sin mostrar un signo de vergüenza. Por un instante creí que se la llevaría a la boca; pero en vez de eso, le colocó la punta del pincel y empezó a dibujarle pequeñas líneas ornamentales.
—Nindy —habló Andra—. Necesito ayuda.
—Voy.
Al parecer, se habían olvidado de que yo estaba con ellos. Nindy, sonriendo con un brillo coqueto, tocó la bolsa de los testículos del chico y los masajeó delicadamente. Tamir cerró los ojos, seguramente bañado de placer. Lo más curioso era que Nindy lo hacía sin mostrar signo de excitación. Sus caricias hicieron que el miembro de Tamir se pusiera erecto.
Me di cuenta de que esa era una estrategia que le permitía a Andra decorar el órgano con más exactitud. Que lo hicieran frente a mí me gustó, pues era una muestra más de que la sexualidad no tenía tabúes entre los nahili.
—¿Para qué se decoran tanto? —le pregunté a Nindy.
—Costumbre. ¿Quieres que te haga unos a ti?
—Bueno, vale. Pero nada feo.
Me tumbé de espaldas y dejé que Nindy dibujara en mí lo que quisiera.

***

Cuando ya estuve lista, los cuatro nos salimos de a casa y nos fuimos a la celebración, que ya estaba empezando en el centro del pueblo. La música provenía de instrumentos tribales y unas mujeres altas, esbeltas y decoradas con vestidos ornamentados con flores y tiaras en sus cabellos realizaban una danza hipnótica alrededor del fuego. El movimiento de sus caderas provocó que mi lado lésbico se activara. Sentí la necesidad de unirme a ellas y acariciarlas un poco.
Tamir se sentó a mi lado y me abrazó como una señal de romanticismo. La mano que caía por encima de mi hombro tentaba cuidadosamente la superficie de mis pechos. Nindy, a mi lado, le dio un golpe a su hermano en la cabeza y éste farfulló unas cuantas cosas en su idioma nativo.
—Supongo que quieres que te dé las gracias por haber encontrado al culpable de lo que le hicieron a Daniela.

Tamir se rió avergonzado.
—¿Sabes? Está bien. Vamos.
—¿A dónde, Maira?
—De regreso a la casa; voy a darte tu recompensa por haberme ayudado —me giré hacia Nindy, que estaba hablando animadamente con un amiguito suyo. En los ojos del muchachito se veía un interés amoroso por la hermana de Tamir —. Iré con tu hermano a la casa. —Está bien. Diviértanse…
Tomados de la mano, recorrimos el camino de vuelta a su hogar, y una vez allí, entramos a su habitación. Sin embargo el cuarto no estaba vacío. Su hermano mayor, llamado Len, estaba allí, tumbado, con la virilidad tiesa y una chica muy guapa tratando de meterse el orondo miembro a la boca. Cuando nos vio entrar, apenas se inmutó. La chica ni me prestó atención.
Tamir me llevó hasta el otro extremo del cuarto y me tiró sobre el colchón. Me gustaba que me tratara con cierta rudeza. De inmediato me coloqué a gatas, ofreciéndole una agraciada vista de mi trasero. Él, sin derrochar tiempo, dejó ir un hilillo de saliva entre mis nalgas para lubricar mi hendidura. Luego usó su lengua con movimientos pausados y en círculos. Mi espalda se arqueó y mis ojos se estrecharon por sí solos cuando fui víctima del placer que proporcionaba el sexo oral.
Mientras tanto, yo miraba el pene de Len, grande y adornado con bosquejos de poder y que ya se estaban deshaciendo por la saliva de la chica que resbalaba desde el glande hasta el saco de sus testículos. Esa imagen provocó que mi pecho se volcara e hizo que la cantidad de humedad en mi sexo aumentara.

Sujeté a Tamir de las piernas y abrí la boca para probar su miembro. El sabor me empalagó. Quería impresionar al hermano mayor, que me observaba con la expresión de un demonio sexual a punto de saltar sobre mí. Tamir enloqueció por un momento y retuvo mi cabeza mientras agitaba sus caderas de adelante hacia atrás. Cada estocada me causaba arcadas y lágrimas.
—Alto —le pedí cuando me faltó el aire.
Al ver que Len se ponía de pie, mi primer instinto fue alejarme de él. Vino como si estuviera rabioso conmigo. Creí que me pegaría. No obstante, lo que hizo fue todavía más sorprendente. Acarició mi rostro y aplastó mi cuello con su boca. Ese contacto me arrancó un chillido e hizo que me perdiera las fuerzas hasta recostarme. Él subió sobre mis caderas y abrió mis muslos para penetrarme.
Tamir no logró interponerse. Se apartó, masturbándose sin dejar de mirar mis expresiones faciales.
—Sui —dijo Len, y la muchacha con la que había estado gateó hasta mí y puso un beso en mi boca.
Sus labios se revolvieron con la finura de la seda. Eso me debilitó y calmó parte del dolor que sentía al tener que albergar el masivo miembro de Len. Agarré a la chica de las mofletes mientras la seguía besando.
—Dame de tus pechos —le exigí.
No tenía ni idea de si ella me había comprendido. No obstante, a juzgar por la mirada depravada que me arrojó, comprendió lo que yo quería y me brindó los montes de sus senos. Estaban coloreados con tintes azules y blancos que formaban pétalos. Corroí los pezones y tiré de ellos hasta causar que la chica cerrara los ojos de satisfacción.
Vociferó cuando Tamir, que había vuelto a rebelarse, se fue tras ella y la penetró. Imaginé lo que Sui estaría sintiendo en esos momentos. Quería ser ella, y al mismo tiempo, quería ser yo. El pene de Len dilataba mi vagina, que se apresuraba a lubricar para proporcionarle mayor facilidad a sus estocadas.
Me dejó ir y yo me volví sobre Sui. Obediente, la nahili abrió las piernas y separó su coño con los dedos. La mayor parte de las mujeres de la tribu se quitaban el vello del área del bikini, por lo que cuando vi la hendidura de la chica, de inmediato sentí la urgencia de devorarla. Enmarañé mis manos en sus piernas y relamí el elíxir salado que surgía de su piel.

Len se acercó de rodillas con su miembro en la mano. Abandoné un momento a Sui, sin parar de sobarle los pechos y escurrí mi lengua sobre los grandes testículos del nahili.
De pronto Len me levantó de un brazo y me cargó pillándome de las nalgas. Su polla se sepultó en mi cuerpo con tal rigidez que me hizo soltar un gritó. Sus brazos me mantuvieron en el aire y yo enredé mis piernas a sus caderas para no caerme.
Tamir no quería perderse esto. Se instaló a mis espaldas y acarició mis jugos antes de adentrarse en el mismo agujero donde estaba su hermano. Mis ojos se partieron como dos platos y me tuve que agarrar fuertemente de Len para no caerme.
Los dos estaban dentro de mí. Forzaban las paredes de mi sexo y me impedían pensar en cualquier otra cosa que no fuera en el dolor combinado con placer que estaba experimentando.
No terminó allí. Sui se metió entre ambos y agregó su lengua a las dos pollas que me tomaban.
—¡Me van a matar! —Reí, totalmente fuera de mí.
Nunca había tenido una doble penetración vaginal, pero era exquisita. Dolorosa, sí, incómoda también, pero el placer, las olas de felicidad me estaban dando muchas ganas de correrme de una vez por todas.
Los hombres no dejaron de empujar hasta que el orgasmo me asaltó y tomó el control de mi sistema para sumergirme en un paraíso lleno de regocijo. La saliva me goteaba de la comisura de la boca. Estaba aprisionada entre los dos. Las piernas me aflojaban pero los brazos de los hermanos me mantenían inmovilizada.
Luego de esto, Tamir me tomó para él. Me echó sobre la cama y se acopló sobre mí, abriéndome las piernas. Entró con tosquedad y me puso de lado, en la posición de la cucharita. Len, con la verga hinchada, dejó su pene al alcance de mi boca y no tardé en tomarla y absorber de ella con mucha apetencia. Quería sentir la leche de este hombre de inmediato.

Mis pechos brincaban y el sudor nos envolvía a los cuatro. Me arrodillé entre mis dos amantes y me metí sus miembros a la boca para chuparlas a la vez. La de Len era más grande que la de Tamir, pero la de Tamir me cabía a la perfección. Mamé alternadamente y los masturbé con fuerza. En ese momento, dos descargas de semen me colmaron la boca. Mientras que de Tamir salió un poco, los duros huevos de Len no dejaron de bombear y bombear un espeso líquido blanco que me resbaló por toda la lengua.
Yo reía a la vez que sentía el semen escurrirse hasta mis pechos, mojando mis pezones.

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Listo!
qué tal unos 10 comentarios? Espero les haya gustado. Nos vemos y gracias por masturbarse para mí uwu

6 comentarios - Vacaciones nudistas con mi papá capítulo 10 y 11

chicoohoot
Me encanta este tipo de relatos
ja_wizard
Excelente gracias esperó la continuación
Lest47
EXCELENTE, y que malo es solo poder dar un maximo de 10 puntos. Pues se merece 1000 puntos. Y si me he masturbado con todos los capitulos que has posteado de esta historia.
mmi62
Cada vez que leo tus historias las vuelvo a leer para pasearme pensando en vos, me vi más la cabeza!!!