La Lujuria de los Hermanos Jake y Dyane - 2

Jake y yo almorzamos solos. Papá y mamá no despertaron hasta las cuatro de la tarde y no se molestaron en hablar con nosotros sobre su forma de llegar a las cinco de la madrugada. Jake y yo intentamos actuar naturales durante todo el día. Ninguno volvió a mencionar la conversación que tuvimos más temprano.
Procuramos no hacer muchas cosas juntos. Si yo veía televisión, él se bañaba en la piscina. Si yo me bañaba en la piscina, él leía un libro en su cuarto. Si yo leía un libro en mi cuarto, él se preparaba algo para comer. Al final apenas nos miramos.
Pero llegó la cena y nuestros padres nos llamaron a comer. Como siempre, Jake y yo nos sentamos uno al lado del otro y nuestros padres en frente. Papá nos regaló un inquietante ceño fruncido.
—¿Qué les pasa? —nos preguntó.
Jake y yo no nos miramos, pero supe que compartimos la misma expresión nerviosa.
—Nada —dijo mi hermano— ¿Por qué?
Oh, idiota. No tenía que preguntar por qué. Eso arruina las cosas. Eso hace que se alargue esta conversación y papá verdaderamente note que algo pasó con nosotros, que nos besamos y que lo observé masturbarse.
—Han estado actuando extraño —nos miró suspicaz— ¿Qué traman? ¿Pasó algo?
Forcé una sonrisa maliciosa.
—Uh-huh —dije yo— Estamos planeando conquistar el mundo, pero no les digáis a nadie.
Papá y mamá pusieron los ojos en blanco y continuaron comiendo y hablando sobre sus cosas. Jake movió su pie descalzo por debajo de la mesa y le dio un pequeño toque a la planta del mío. ¿Qué querría decirme con eso? ¿Qué era la chica más inteligente del mundo? Eso ya lo sabía. Esperaba que no fuera ningún tipo de insinuación.
Ya había oscurecido, pero por alguna razón esa noche estaba siendo la más calurosa de todo el verano. A las doce de la noche, me levanté, me puse traje de baño y salí a la piscina. Sin pensarlo dos veces me lancé un piquero al agua y mi cuerpo agradeció refrescado. Cuando salí a la superficie y quité el agua y el pelo de mis ojos, pude vislumbrar una silueta sentada al borde de la piscina.
Jake estaba completamente mojado, así que había tenido la misma idea que yo algunos minutos antes. Mi cara era de sorpresa, la suya de diversión.
—A veces pienso que somos mellizos y que nuestros padres no se acuerdan —dijo— No entiendo como es que podemos pensar completamente igual en algunas ocasiones.
—Bueno, hermanito —dije burlona— Hacía calor y tenemos piscina. No es necesario ser mellizo ni hermano de nadie para tener esta gran idea.
Nadé hacia él, internándome en la parte más honda, donde no podía tocar el fondo. Me apoyé en el borde a su lado, cruzando mis brazos y descansando mi mentón en ellos. Jake pateó en el agua de la piscina, balanceando los pies como un niño en un asiento muy alto.
Alzó su mano y quitó un mechón mojado de mi frente. Me miraba de una manera que debía ser incorrecta, pero que lamentablemente me gustaba.
—Sigo teniendo problemas contigo —confesó— No puedo evitarlo. Esto me está causando mucho morbo y el morbo es un poco adictivo.
—También estoy teniendo problemas —susurré muy bajo, como si en el fondo esperara que no me oyera.
Asintió, como si se lo esperara. Tomé impulso y me senté a su lado teniendo presente no tocarlo, ni rozarlo. Respiré profundamente y boté el aire con lentitud.
—Esto no debería estar pasando —le dije.
—¿De verdad es tan malo? —miró a otro lado, completamente avergonzado por su pregunta.
Me estremecí.
—Creo que sí.
No podía ser que existiera atracción sexual entre nosotros. Era contra natura. Deberíamos atar una soga a un árbol y colgarnos. Éramos unos enfermos.
—No creo que sea peor que toda esa gente que tiene sexo por placer con una persona que no le importa. Nosotros nos queremos. Sé que es estúpido decirlo en voz alta, pero ambos sabemos que nos amamos. Los hermanos lo hacen. No puede ser peor que eso…
—¿Me estás pidiendo tener sexo? —jadeé.
Abrió los ojos como platos.
—¡No! Estoy diciendo que lo que sea que esté pasando entre nosotros, que a lo más que hemos llegado ha sido un beso, no puede ser peor que esa gente que va hasta el final y no siente realmente nada. Entre nosotros al menos hay cariño.
Podía vomitar. Debería querer vomitar. Estas cosas son las que deben darle asco a uno. Pero no, yo estaba tan condenadamente nerviosa como si estuviera ante el hombre de mi vida.
Nos miramos, nos miramos y nos miramos. Mi mano temblaba sobre el borde de granito de la piscina. Me mordí la lengua tratando de controlarme. Nos seguimos mirando, tratando de descifrar las cosas sin pronunciar palabras. Mátenme ahora mismo. Ojalá cayera un meteorito y me partiera la cabeza. Sabía que la probabilidad de que eso ocurriera era casi nula, pero yo quería ser ese porcentaje desafortunado. Tal vez afortunado, teniendo en cuenta la situación de la que quería escapar.
Me relamí los labios, nerviosa. Jake hizo lo mismo. Su respiración era acelerada. Yo no respiraba.
—Di algo —suplicó.
Solté un sonido lastimero, como un llanto, como un gemido. Dejé caer mi frente contra su hombro y supliqué por que esta tensión sexual desapareciera entre nosotros.
Jake me rodeó con un brazo y me acurrucó contra él. Su aroma me embriagó como nunca antes. Era ridículo. ¿Por qué pasaba ahora? ¿Era porque me había dado el lujo de pensar en la posibilidad? Alguien tenía que estar jugando con nosotros. Un genio maligno, diría Descartes, que quería divertirse con nuestros sentimientos incestuosos.
Terminé por acomodar mi rostro en su cuello. Le rodeé el torso con mis manos y disfruté de ese abrazo como nunca había disfrutado de ningún otro abrazo. Ahora si estaba temblando y esperaba que fuera porque la temperatura del ambiente había descendido al fin. Tenía que ser el frío.
El aliento de Jake jugó con mis cabellos en la coronilla de mi cabeza. Un escalofrío me recorrió toda la columna vertebral. Me iba a desmayar en sus brazos. Esperaba desmayarme. Así no hacíamos nada estúpido. Él me llevaría a mi cuarto y aquí acabaría todo.
—Déjame besarte —su voz era temblorosa— Sólo una vez más. Es… es… frustrante.
Su rostro comenzó a moverse alejándose de mí, buscándome. Sus labios encontraron mi frente y los míos besaron su cuello. Jake gruñó por lo bajo y esa fue la única respuesta que necesitó para saber que yo también necesitaba sentir su boca en la mía.
Descendió trazando un camino de besos en mi rostro, por mis párpados, mi sien, mi nariz, mis mejillas, hasta que al fin encontró la comisura de mis labios que me hizo soltar un profundo suspiro. Entonces mi boca despertó y atrapé su labio inferior entre mis labios. Jadeó gustoso y pronto dejamos de preocuparnos tanto.
El beso se intensificó y nuestras lenguas bailaron juntas con lujuria. Mis uñas se enterraron en su abdomen y en su espalda sin pensar en lo que hacía. Jake gruñó entre adolorido y excitado y quitó sus manos de mí, para tumbarme bajo su peso. Me aplastó y lo sentí. La tela de su short de baño era demasiado delgada para que su erección pasara desapercibida y yo, tan solo con un pequeño biquini podía sentirlo todo.
Alcé mis caderas como un impulso innato, sin pensar y él se frotó contra mí de una manera que no debería. Oh, cielos. Yo estaba en las nubes.
Atrapé su cabeza entre mis manos y acaricié su cabello. Su boca abandonó la mía y comenzó a besar mi cuello y a descender por mi clavícula. Sus caderas continuaban presionando la parte baja de mi cuerpo, con un descaro salvaje y yo supe que podía correrme de esa manera. Me froté contra él con la misma locura y gemí de deseo. Mordí mi labio intentando reprimirme, pero Jake me hacía querer gritar.
Su boca llegó a mi esternón, justo en medio de mis dos pechos. Mordió la cinta de mi biquini que se encontraba en ese lugar y tiró suavemente. Los triángulos de mi traje de baño se movieron, rozando tentadoramente mis pezones. El roce causó estremecimientos que viajaron de mis pechos a todo mi cuerpo. Gemí y él soltó una risita.
Oh, que alguien nos detenga.
Dejó de morder la cinta y continuó bajando. Sus besos hicieron mi piel de gallina. Mi abdomen se puso duro de tensión y aun más cuando su lengua se metió en mi ombligo. Se detuvo ahí un momento, torturándome. No tenía idea de que mi ombligo fuera tan sensible.
Voy a morir, voy a morir.
Entonces él puso una mano en mi muslo y empujó para separarla de su homóloga. Abrí mis piernas sin oponer resistencia y él se ubicó en medio. Su boca continuaba en mi abdomen, repartiendo besos como el Santa Claus de los besos.
¿Qué va a hacer ahora? ¿Lo va a hacer? Madre Santa.
Depositó un beso sobre la tela de mi biquini, sobre mi monte de Venus y justo en ese momento, maldita, maldita sea, se encendió una luz en casa.
Jake se apartó de mí como un espíritu espantado y yo me senté casi con la misma rapidez. Nos miramos con pánico, aunque sabíamos que a esa distancia y con la oscuridad de la noche, nadie nos habría visto ni nada.
Una silueta apareció por el ventanal que llevaba a la piscina y se quedó mirando en nuestra dirección. La figura era curvilínea y pequeñita. Nuestra madre.
—¿Dyane? ¿Jake? ¿Son ustedes?
—¿Quién más sino? —contestó Jake con una voz ronca— Hacía un calor de perros y tuvimos la brillante idea de hacer uso de esta milagrosa piscina. ¿Vienes?
—Ya es tarde para bañarse, van a pescar un resfriado. Adentro, los dos.
En ese momento quise matar a mi madre. Que el meteorito le partiera la cabeza a ella. Jake estaba a punto de colocar su boca en el lugar preciso y ella había tenido que interrumpir. Oh, pero que me jodan, debería estar aliviada de esa interrupción.
Jake se puso de pie y me tendió la mano. Ambos caminamos dentro y seguimos a mamá hasta la cocina. Ella se nos preparó una leche y ella se quedó comiendo un pote completo de helado. Nosotros nos fuimos a nuestras habitaciones con nuestros vasos de leche.
Leche, leche, leche. La toalla de Jake estaba en el canasto de la ropa sucia, llena de leche. Su leche. Debería lavarla él. Sería asqueroso meterla a la lavadora con el resto de las cosas. Mamá podía notarlo. Jake era un idiota a veces. Oh, pero que idiota más caliente.
¡Tonta! ¡Él es tu hermano! ¿Recuerdas?
Me puse la cabeza en la almohada y lloriqueé negándome a calmar el fuego entre mis piernas. No me tocaría, no me tocaría.
Al cabo de eternos minutos, mamá volvió a la habitación y yo seguía despierta sin poder quitarme esa sensación de fuego quemando en mis venas. Al cabo de otros minutos eternos, escuché otro ruido. Miré la hora en el reloj y me pregunté quién podía estarse levantando otra vez a las dos de la madrugada.
¿Quién puede estar tan desvelado como tú, tontita?
Lloriqueé más fuerte, quejándome, suplicando porque Jake no viniera aquí. Debía haber cerrado la puerta con llave. Aplasté la almohada con más ímpetu sobre mi cabeza, deseando hacer estallar mi cráneo y morirme inmediatamente.
Escuché que la puerta de mi pieza se abría, luego se cerraba, y en un segundo el seguro estaba puesto. Me puse tensa, pero esa cosa en mi interior despertó y no quise decirle que se fuera. Me quedé quieta bajo la almohada y recordé que aun estaba sólo con biquini. Ni siquiera me había metido bajo las sábanas por el calor que hacía.
—Dy —susurró él, como pidiéndome algo— Dy, oye.
Se sentó a mi lado y yo seguí metida bajo la almohada como una avestruz. ¡Cobarde! Aun así estás muriendo de deseos de que te toque, lo sabes.
—Oye… no sé si pedir disculpas o qué. Sé que estuvo mal, pero tú… yo… ninguno parecía querer detenernos.
Oh, yo quería. ¡Mentirosa!
Una mano se posó en mi espalda, pero era una mano tímida. Ella se deslizó lentamente hacia mi cintura y comenzó a trazar lentos círculos seductores. Mi piel se erizó ante el contacto. Pero mi espalda o mi cintura no era el verdadero lugar en el que necesitaba su mano. Así de espaldas me sentía tan expuesta. ¿Él no lo notaba?
—Dyane. ¿Estás enojada? —gemí llorosa— ¿Triste? ¿Te sientes culpable por esto?
¡Sí! ¡No! Es una locura.
—Yo también me siento culpable, pero como que… como que quiero que no me importe. Deberíamos detenernos, pero no puedo —su mano viajó lentamente hacia la curvatura de mi espalda y ascendió por mi trasero— Yo… por favor dime que pare.
No lo haré. No lo haré. Sigue, por favor.
Yo estaba tensa y no me movía ni un solo milímetro. Su mano abarcó completamente uno de mis cachetes y levemente apretó. Joder, madre mía, sólo un poco más abajo y comenzaríamos a entendernos. Yo lo quería en un lugar preciso o sino moriría por combustión espontánea.
—Dy, dime que pare.
Su mano acarició todo mi culo. La cama se movió y sentí como plantaba un beso entre mis omóplatos.
—Dímelo o será muy tarde.
Lloriqueé como una tonta, pero ese lloriqueo no era de pesar, era uno que exigía algo. Un por favor sin palabras.
Su dedo índice recorrió mi cachete justo por el borde de la tela de mi traje de baño. Poco a poco, ese dedo comenzó a adentrarse hacia lo desconocido. ¡Sí, por favor! Su mano llegó al lugar. Su dedo presionó en mi entrada cubierta por la tela del biquini. Recorrió mis labios cubiertos y me estremecí. La tensión desapareció y me moví contra su dedo. De pronto, toda su mano agarró allí y apretó. Solté un gemido. Otro apretón, otro gemido. Su dedo se hundió en el lugar en donde estaría mi botón del placer de haber estado desnuda.
Me contoneé ante su perfecta caricia. Su dedo presionaba, se movía y sabía lo que hacía.
¡Es tu hermano! ¡Es tu hermano! Gritaba algo en el fondo de mi cabeza. Demasiado en el fondo.
Él me atormentó durante un tiempo. Yo intentaba no gemir demasiado fuerte, pues no quería ser sorprendida. Aun con el seguro puesto, si nos escuchaban, golpearían la puerta, la notarían cerrada y sabrían que algo pasaba. Cuando vieran a Jake salir de mi cuarto, pensarían lo peor… y estarían en lo correcto.
Los escalofríos me recorrían completa y mi entrepierna quemaba con un calor intenso. Enterré mi rostro en el colchón, decidida a no gemir. El trabajo era difícil, porque Jake continuaba frotándome por sobre el bikini y la sensación era perturbadora.
—Dy —advirtió quitando su mano de mi coño.
Solté un gemido de frustración y hundí mis caderas sobre la cama intentando sofocar el calor rozándome yo misma. Antes de que pudiera llevar una de mis manos al lugar en que necesitaba, Jake comenzó a bajar mi calzón lentamente, dejando a la vista mi trasero.
Sollocé con la sensación de culpa invadiéndome, porque nunca en la vida había querido tanto algo antes. Jake tenía razón, esto era muy morboso y el morbo es adictivo.
Su lentitud me frustraba, parecía querer darme tiempo de retractarme pero yo, la muy descarada, simplemente alcé las caderas para que pudiera bajar la prenda más fácilmente. Él soltó un largo y profundo gruñido y terminó por dejar todo mi culito desnudo con el bikini por mis muslos.
—Oh, Dyane —su voz ronca me excitó.
Entonces su mano volvió a internarse en mi secreto. Joder. Él recorrió mis resbaladizos labios con sus dedos y algo murmuró sobre la humedad. Mi mente ya se había ido completamente lejos y su voz no era lo suficientemente clara para que la entendiera. Sus dedos me recorrieron de arriba abajo, rozando mi clítoris y tentando mi entrada. Una y otra vez, presionaba mi botón de nervios y su dedo índice volvía hacia mi orificio, trazando lentos círculos pero sin entrar nunca.
Mis caderas se movían contra su mano, tentada por un roce más fuerte. Luego cambió de táctica. Cuatro de sus dedos se mantuvieron en mi clítoris y alrededores, frotando de un lado a otro a una velocidad constante que mandaba choques eléctricos por todo mi cuerpo y su dedo pulgar persistió en mi entrada.
Trazó círculos por el borde de mi anillo, expandiéndolo, sintiendo como me humedecía cada vez más. Me moví como una tonta buscando complacerme. Quería que su dedo dejara de jugar y entrara en acción. Gemí fuerte por la cantidad de sensaciones concentradas en una sola área de mi cuerpo y supe que Jake me había escuchado. Ya no había nada que ocultar.
—Por favor, Jake —supliqué moviéndome hacia él.
Su dedo entró en mí de pronto, haciéndome soltar un gemido más fuerte, sorprendido, completamente excitada.
—Shh —me silenció— Pueden oírnos.
Oh, joder, ¿Qué importaba? Jake comenzó a frotar más rápidamente sin dejar tiempo entre cada estremecimiento de placer. Ahora estaba gozando a cada segundo y yo sólo quería gritar. Fue aun más rápido, hasta el punto que llegué a pensar que causaría quemaduras en mi sexo por la fricción. Le escuché gruñir una y otra vez, bufar, roncar excitado y supe que también se estaba masturbando.
—Ah —solté en un tono más alto del que pensaba— Ah, Jake. Mierda.
Me moví como una loca en su mano y su mano se movió locamente en mí. Parecía casi en modo vibrador y las oleadas de placer me llevaron a la cumbre. Exploté en un orgasmo demoledor y las convulsiones de las paredes internas de mi vagina atraparon el dedo pulgar de mi hermano. Continuó moviendo su mano rápidamente, torturándome mientras me corría.
—Mierda, mierda, mierda —gemí entre dientes.
Entonces, mientras mi orgasmo duraba y yo gemía y mordía las sábanas, él comenzó a moverse sobre mí. ¡No! No me iba a penetrar, ¿Verdad?
Oh, pero tú lo quieres, zorra. Lo quieres adentro tuyo.
Su pene rozó mis nalgas y lo aplastó entre mis cachetes. Comenzó a moverse sobre mí. No me iba a penetrar. Se iba a correr sobre mi espalda. Aun no dejaba de tocar mi vagina mientras se frotaba entre mis nalgas. Yo había quedado completamente laxa ante el demoledor orgasmo y él era más suave ahora mientras acariciaba mi sexo, como amasándolo para hacerlo descansar.
Se sentía tan bien.
—Oh, santa mierda, joder. Me corro, Dy. Te voy a ensuciar, lo siento.
Gruñó fuertemente antes de que una explosión de líquido caliente cayera sobre la base de mi espalda, justo en la parte baja. Dejó de acariciarme mientras se concentraba completamente en su orgasmo, contoneándose sobre mí, haciendo que la cama chirriara de forma inquietante.
Se detuvo y suspiró. Yo suspiré con él bajo la almohada. Aun no quería mostrarle mi cara de zorra. Estaba muriendo de vergüenza. Esto me había gustado tanto.
Apoyó sus manos a cada lado de mi cuerpo y depositó un beso sobre el lomo de mi espalda. Entonces salió de encima de mí un poco tambaleante y se dejó caer a mi lado de espaldas al colchón. Fue en ese momento que decidí que ya era tiempo de dar la cara. Saqué mi cabeza debajo de la almohada y le miré con preocupación.
La luz de la luna que entraba por la ventana debió delatarme, porque él pareció alarmado cuando me vio.
—¿Has estado llorando? —asentí. Se giró hacia mí y me dio un beso en la mejilla— Oye, lo siento. Voy a buscar algo para limpiarte.
—No lo sientas, Jake. Si no te detuve es porque quería.
Me sonrió incómodo. Tenía su pene fuera de sus calzoncillos, así que se lo guardó dentro antes de levantarse e ir a buscar una de mis toallas sobre la silla de la esquina.
—No te muevas —me dijo— o mancharás la cama.
No me moví. El volvió, se arrodilló a mi lado y me limpió la espalda con mi toalla favorita. Estuve a punto de regañarlo, pero ya qué más daba. Cuando estuve limpia de su semen, me subió el bikini y al fin pude voltearme. Arrojó la toalla hecha un bulto a la esquina donde estaba la silla y calló bajo ésta, luego se tendió a mi lado.
—¿Te vas a quedar? —pregunté algo ansiosa.
—Tal vez no debería —musitó y supe que pensaba lo mismo que yo.
Al día siguiente, nuestros padres podrían sorprendernos. ¿Qué pensarían? Quizá sólo se imaginaban que estábamos siendo buenos hermanos. Tal vez ellos no tenían la mente tan sucia como nosotros y no pensarían nada malo. ¿Qué sabía yo?
—Un rato —le pedí.
Giró la cabeza hacia mí y me sonrió.
—Bueno.
—Oye. Hay que lavar esas toallas —le dije— Mamá podría notarlo cuando husmee en la ropa sucia.
—Ya lavé la mía. Mañana lavaré la tuya.
Se me encogió el pecho. Era extraño oírle decir que haría algo por mí. Que lavaría mi toalla. Era cierto que él la había ensuciado, pero aun así, Jake nunca siquiera había lavado una cuchara que yo hubiera usado.
Me giré hacia él y descansé mi mano en su pecho. Podía sentir los latidos alterados de su corazón y supe que yo estaría igual que él. Nos miramos durante unos segundos antes de que se me cerraran los ojos por el cansancio. Me acurruqué a su lado, rodeándolo con mi brazo y apoyé mi cabeza en su pecho. No era la primera vez que nos abrazábamos de esa manera, cuando veíamos películas o cuando yo estaba triste con alguna de las peleas de papá y mamá, pero ahora todo era completamente distinto.
Depositó un beso en mi cabeza y con una mano comenzó a acariciar mi cabello. Al cabo de un rato yo me había quedado completamente dormida.
Desperté con el ruido de unos nudillos golpeando la puerta de mi habitación. Jake y yo nos miramos sobresaltados. El muy tonto no había vuelto a su cama después de que yo me quedara dormida, pero no lo culpaba; el debía de haber estado igual de cansado.
—¿Estás ahí, cariño? —preguntó mamá— ¿Por qué cerraste con seguro?
—Eh, uh… —titubeé levantándome de la cama— Me estaba vistiendo —inventé— Ya abro.
Tomé la mano de Jake y lo llevé hasta mi armario. Abrí las puertas, lo empujé dentro y nos miramos un poco asustados. Él comenzó a pasarme algo para ponerme.
—¿Has visto a tu hermano? No está en su habitación, ni en el baño o la piscina. ¿Habrá salido?
Me mordí el labio, pensando.
—No lo he visto, mamá —entonces, más bajo, me dirigí a Jake— Escucha, voy a buscar tu short de playa, te lo pones, sales por mi ventana y te vas a la playa. Cuando vuelvas di que saliste temprano.
—Como digas, jefa —se inclinó y me besó en una mejilla mirándome con picardía y cariño.
Me estremecí. Cerré las puertas, subí la cremallera de mis shorts y arreglé el escote de mi blusa. Fui a sacar el seguro de mi habitación y le abrí a mamá. Ella ya no estaba ahí.
Corrí a la habitación de Jake y no tomé los shorts que estaban sobre su silla de ropa usada. Mamá podía haberlo visto ahí cuando buscaba a mi hermano antes, así que sería extraño que desapareciera de pronto si Jake no estaba en casa. Abrí los cajones y busqué uno nuevo. Volví a mi cuarto y se lo entregué. El se marchó por la ventana.
Cuando volvió al cabo de una hora, nadie sospechó nada. Dijo que había salido temprano por el calor y que había estado bañándose en la playa. De hecho, estaba todo mojado y mamá le regañó por sentarse en el sofá y empaparlo. En la tarde, salimos los cuatro al centro, tomamos helado y compramos un regalo para el abuelo, que estaba de cumpleaños la semana siguiente.
Ana me llamó a las ocho de la tarde para invitarme a ir a una discoteca. Jake fue invitado a casa de un amigo. Salimos cerca de las nueve y separamos nuestros caminos.

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