La puta de mi hijo 11

Mi cuñada fue la primera en despertarse y me despertó a mí, dándome besitos cariñosos por toda la cara ¡Me encantan los mimos! Me quedé un ratito con los ojos cerrados para seguir disfrutando de los cariñitos de mi cuñada. Cuando abrí los ojos, la sonreí y la besé en la boca. Ella me introdujo su lengua en mi boca y lentamente nuestro beso se transformó en pura pasión. Mis manos recorrieron su cuerpo, incluido su sexo y mi cuñada me acariciaba de igual manera. Di un sonoro suspiro.
— ¿Qué te ocurre cielo? —dijo con voz cariñosa.
— Desde que estoy contigo, cada día me despierto con el corazón hinchado de amor, si es eso posible.
— Tiene que serlo, porque a mí me pasa lo mismo ¿Sabes lo más curioso?
— No, dime.
— Hay días, que cuando me pongo el consolador, te amo como si fuera un tío ¡Joder, si hasta he llegado a desear preñarte cuando te hago el amor!
— Ambas sabemos que eso no es posible. Pero tú sigue. Hazme el amor como si lo fuera.
— ¡Bendito sea el amor! y bendita seas tú por dejar que te ame.
— ¡Tonta! No digas esas cosa que me emocionas —me sentí, tan halagada, tan enamorada, que no pude evitar que los ojos se me llenaran de lágrimas.
— No llores cariño —Me abrazó contra su pecho y me beso en la frente.
— Lloro de felicidad
— ¡Pobrecita mí niña! Toma tetita cielo —mi cuñada me arrimó un pezón a la boca y lo mamé como si fuera un bebé. La lástima es que no pudimos entretenernos mucho, porque al mediodía vendría mi marido con Julia.
Queríamos aprovechar al máximo el tiempo que estuviésemos solos. Así que, después de asearnos, bajamos desnudas a desayunar. Según nos acercábamos a la cocina, el delicioso aroma a café recién hecho, nos envolvió.
— ¡Lo sabía! —dijo mi hijo al vernos desnudas como él.
— Tenemos que aprovecharnos hasta que vengan mi hermano y Julia.
— ¿Y tendremos que andar vestidos por la casa? —dijo con pena.
— Depende de cómo sea Julia cariño —le dije acariciándole los huevos— Tenemos que asegurarnos que se adapta a nuestra manera de ser.
— Pues vaya rollo joder —protestó mi hijo, pero no dejó de tocarme el chocho.
— Bueno pero de momento, podemos aprovecharnos y ya sé cómo —dijo mi cuñada tendiéndome una taza de café.
— A ver ¿qué se le ha ocurrido a esa cabecita tuya?
— Pues yo de momento —se arrodilló ante mi hijo— me apetece mojar dos enormes madalenas en el café —Cogió el escroto de su sobrino y lo sumergió en la taza.
— Pues a mí me apetece mojar una porra bien gorda —Me puse a su lado y metí la polla dentro de mi taza. La saqué chorreando café y me la llevé a la boca. Sabía deliciosa. Mi cuñada hizo lo mismo con los huevos de su sobrino, pero como son muy gordos y no le cabían a la vez en la boca, tuvo que metérselos de uno en uno.
— Sois las guarras más deliciosas que jamás he conocido —dijo mi hijo encantado y divertido.
— Y que jamás conocerás sobrino, no te quepa duda.
— Tendrás que emputecer a la que sea tu mujer y aun así, no creo que te haga las cosas que te hacemos nosotras —le dije.
— Eso seguro ¿queréis leche en el café? —nos preguntó.
— Sí —dijimos ambas a la vez — Pero mastúrbate tu solito, que nunca he visto cómo te haces una paja —le dije.
         Mi cuñada me apoyó y aunque a regañadientes, mi hijo separó las piernas y empezó a masturbarse delante de nosotras. Era un maravilloso espectáculo verle. Sobre todo por cómo se le movían los huevos mientras se la meneaba. Para ayudarle a ponerse más cachondo, su tía me tocaba el chocho a mí y yo a ella, pero no nos masturbábamos, sólo nos tocábamos para él.
— Me corro, poned las tazas, que me corro —rápidamente pusimos las tazas delante, y él nos sirvió una buena ración.
         En mi taza echó cinco buenos chorros de lefa y otros cinco o seis, en la de su tía. Entre las dos, le limpiamos la polla con la boca y nos bebimos el delicioso café con leche. Luego subimos a vestirnos, pero con ropa ligerita, tampoco había que exagerar.
         Mi cuñada y yo, coincidimos en ponernos unas camisetas de tirantes, a través de los cuales, a veces asomaban los pechos; la prenda nos tapaba justamente el culito y poco más. Por dentro nos pusimos tangas blancas. Mi hijo se puso una camiseta también de tirantes y el pantalón corto y holgado que llevaba el día anterior. Bajamos al salón y nos sentamos en el sofá, cada una a un lado de mi hijo. Entablamos y una charla a propósito de Julia, para hacer tiempo, pero mientras hablábamos, no pude evitar meter la mano por dentro de la pernera del pantalón de mi hijo, la mano de mi cuñada le tenía agarrada la polla, y yo, le sobé los huevos.
—Joder, dejad de meterme mano, no quisiera recibir a mi padre y a Julia empalmado—protestó mi niño.
         Tenía razón, no podía recibir a nadie si estaba empalmado, pero antes de retirar mi mano, le saqué los huevos afuera y se los besé, se volvió para decirme algo, pero mi cuñada le sacó la polla por la otra pernera y le mordió el prepucio. Mi hijo se levantó de un salto —Lobas, que sois unas lobas—nos dijo guardándose “sus cosas” mientras se partía de risa como nosotras. Se sentó de nuevo por que nos hizo prometerle con la mano en alto, que no le meteríamos mano.
         Entre bromas y risas, se nos pasó el tiempo en un santiamén, y justo a las once y media de la mañana, se abrió la puerta de la calle. Los tres nos pusimos en pie y vimos que entraban dos señores mayores, vestidos con elegantes trajes. Uno era mi marido desde luego y el otro, de piel morena y con una incipiente barriga, lógicamente debía de ser Julia.
— Por fin a salvo —dijo mi marido. Me abracé a él y lo besé en la boca con pasión. Mi cuñada también lo besó en la boca y ¡Hasta mi hijo! Besó la en la boca a su padre — ¿Todo bien papá? — le preguntó.
— Perfectamente hijo. Hemos cogido tres taxis desde el aeropuerto, sólo éste último nos ha traído a casa, los otros dos, si alguien los pregunta, sólo saben que nos han dejado en hoteles del centro. Pero vamos, yo creo que no nos ha seguido nadie ¿quién va a estar interesado en dos viejos? Todos nos echamos a reír, aunque a Julia se le notaba nerviosa.
— Bueno. Familia, os presento a Julia. Julia te presento a mi mujer, mi hermana y mi hijo. Los tres la abrazamos y la dimos dos besos en las mejillas. Ella nos devolvió los besos con entusiasmo, aunque a mí me dio la impresión que era más agradecimiento que entusiasmo.
— Pasad, no nos vamos a quedar en la puerta —le dije.
Mi cuñada y yo, ayudamos a mi marido a quitarse la barba postiza y la peluca canosa. Mi hijo educadamente, ayudó a Julia; en cuanto la quitó la peluca canosa, apareció su pelo recogido. Era de color negro azabache, realmente precioso. La muchacha parecía jovencita y sin los postizos vi que era toda una belleza. Su boca de gruesos labios era muy sensual. Mientras mi marido y ella, se terminaban de quitar los disfraces, nosotros tres nos sentamos en el sofá. La muchacha no dejaba de mirarme mientras se despojaba de las ropas. Me dio la impresión de que le temblaban un poco las manos. Era natural. Por la aventura que habían pasado para llegar a casa y sobre todo por encontrarse con gente extraña. Lo que ya no me pareció normal fue ver que los ojos se le humedecían, estaba a punto de echarse a llorar. De repente se echó a mis pies llorando.
— Gracias. Te debo la vida. Jamás podré pagarte lo que habéis hecho por mí —dijo entre sollozos, mientras me besaba las manos. Joder. Aquella muestra de agradecimiento me pilló por sorpresa, no supe qué hacer, quería retirar mis manos, pero ella me las retenía con fuerza y no paraba de besármelas. Empecé a sentirme mal, de verdad. No estoy acostumbrada a esas cosas y reaccioné. Tarde, pero reaccioné.
— Chiquilla ¡por dios! Ya vale. No hace falta esto —le dije. Pero Julia rompió a llorar con un sentimiento, que me encogió el corazón. Mi hijo y mi cuñada, estaban sorprendidos y conmovidos a la vez. Ella me soltó las manos y continuó llorando sobre mis piernas. Le acaricié la cabeza tratando de consolarla. Tuve que hacer un gran esfuerzo para no llorar yo también, mi hijo y mi cuñada lloraban en silencio —Julia es especial, ya lo verás por ti misma—me dijo mi marido emocionado. La verdad no supe a qué diablos se refería en ese momento.
— Por favor cariño, levántate —le pedí con mucha ternura al tiempo que la despegaba de mis piernas.
         Julia se dejó caer a mis pies y empezó a besármelos también. Joder, aquello fue demasiado para mí. Rompí a llorar mientras intentaba levantarla yo sola, porque los demás se habían quedado como clavados. Lloré por la pena que me transmitía la pobre muchacha, pero sobre todo, por la impotencia que sentía al no poder consolarla ¿Qué hacía yo de pie, con una muchacha echada sobre el suelo besándome los pies? Por mucho que fuera esta chiquilla, yo no tengo corazón para rechazarla.
         Armada de paciencia y mucho cariño, esperé a que se tranquilizara, luego la cogí por debajo de las axilas y la puse en pie. La abracé contra mi pecho, me senté en el sofá con ella sobre mis piernas y empecé a acunarla como haría una madre. Julia se fue sosegando poco a poco.      Ya no lloraba, de vez en cuando se le escapaba un sollozo que se nos clavaba en el corazón a todos los presentes.
         La desabroché el chaleco del traje y se lo quité arrojándolo al suelo. Me llamó la atención la barriga que tenía y la desabroché la camisa. Resulta que la barriga se debía a que tenía una almohada enrollada y atada a la cintura.
— ¡Por dios! Así no puedes respirar. Deja que te quite esto cielo.
         La muchacha levantó los brazos permitiendo que desatara la cuerda. Al retirarle la almohada me fijé en su vientre liso y el bonito piercing en forma de lágrima que tenía en el ombligo. Sus pechos eran preciosos, ni muy grandes, ni muy pequeños, si me llamaron la atención sus pezones por lo gordos que eran.
— No te puedes hacer una idea de lo que has hecho por mí. Esto, no se paga aunque estuviera toda la vida dándote las gracias —dijo Julia más tranquila y se giró hacia mi hijo y mi cuñada para añadir: — A todos os lo agradezco, os debo la vida, bendigo el día en que conocí a tu marido —terminó diciendo.
— Por lo que dices, imagino que lo has pasado muy mal.
— No puedes imaginarlo, ni siquiera hacerte una idea —las palabras de Julia me produjeron escalofríos.
— Bueno, de cualquier manera, ya estás a salvo.
— Gracias a todos, y gracias a ti —le dijo a mi marido—él siempre me decía que tenía una familia maravillosa y veo que es verdad.   
— Mi marido te ha hablado de nosotros, no me lo esperaba.
— Me hablaba mucho de vosotros. En el fondo os echaba de menos. Yo trataba de consolarle, algunas veces lo lograba, pero otras, su mente estaba lejos, muy lejos —Julia se levantó, abrazó a mi marido y lo besó en los labios. Sus palabras me dejaron muy descolocada.
— Ya que estamos más tranquilos, imagino que querréis daros un buen baño ¿No hermanito? — Mi cuñada quería precipitar las cosas no sé por qué. Besó en la boca a su hermano y todos, incluido Julia, vimos perfectamente como le sobaba el paquete por encima del pantalón. Cuando terminó de besarle mi marido estaba empalmado.
— Acompáñame Julia, que te enseño tu habitación —dije, mi cuñada se nos unió.
— Las tres, subimos las escaleras y nos metimos en la última habitación del balcón (es como llamábamos a la parte del pasillo que está encima del salón).
— Dios mío, esto es un sueño —dijo Julia nada más entrar.
— Me alegro que te guste, tienes tu propio baño —le indiqué la puerta. Ella se asomó y quedó maravillada.
— Lo que no tengo es ropa —dijo Julia.
— Por eso no te preocupes, nosotras —miré a mi cuñada y se cortó un poco— nosotras te prestaremos algo para apañarte.
— Sí, porque desde luego de momento no podrás salir a la calle. Creo que lo entiendes.
— Perfectamente, no os preocupéis, por desgracia estoy acostumbrada a estar encerrada.
— Cielo por favor, no digas eso. Aquí no queremos encerrarte, es por tu seguridad.
— Lo sé. No me malinterpretes, esta casa es el paraíso comparado donde he estado los dos últimos años. Si no os importa voy a utilizar el baño —julia pasó y cerró la puerta.
— ¿Y bien que te parece? —pregunté a mi cuñada que tiene un buen ojo para las personas.
— Tierna. Dulce. Muy desgraciada, sólo hay que fijarse un poco en su rostro, pero ahora muy feliz. En resumen, me parece una buena persona en la que podemos confiar plenamente ¡Ah! Y guapísima —en ese momento oímos el chorro de la ducha.   
— Coincido contigo en todo querida. Me parece que se va a adaptar a nosotros con mucha facilidad.
— Sí. Podremos ampliar el círculo sin problemas —dijo mi cuñada.
— Serás guarra. Ya estás pensando en comértela.
— ¿A caso tú no? Me fijé en cómo le mirabas los pechos —me dijo mi cuñada.
— Joder, tiene los pezones gordísimos, casi como dedos pulgares.
— Me encanta, seguro que sabrán deliciosos. Si el resto de su cuerpo, es como su cara, menudo bombón.
— Calla zorrón que me pones cachonda —le dije echándola mano al conejo.
— ¿No te defiendes guarrona? —le pregunté al ver que no hacía nada por evitarme, al revés, se abrió de piernas.
— ¿Defenderme? Si lo que más deseo es que me ataques amor, tócame cuanto quieras, ya sabes lo que me gusta.
— Te amo zorrón —le dije poniéndome encima de mi cuñada —y amo este chochazo—dije apretándoselo.
— Yo también te amo putita mía —me dijo juntando su boca con la mía. Al mismo tiempo su mano se deslizó buscando mi sexo y separé mis piernas. Nos sumergimos en un apasionado y húmedo beso sin importarnos nada más que nosotras mismas.
— Es tan bonito ver cómo os amáis —joder. La voz de Julia nos sobresaltó. Estaba mirándonos desde la puerta del baño, envuelta en una simple toalla era divinamente bella. El pelo, negro azabache le llegaba un poco más abajo de los hombros. Parecía una modelo.
— No podemos evitarlo —dije.
— Tu marido ya me lo ha explicado todo.
— ¿Y qué es todo?
— Imagínatelo, desde el principio. Pero ante todo, me dijo que su familia es especial y en eso tiene razón.
— Entonces, si ya conoces los orígenes que han dado lugar a nuestra especialidad, no hay nada más que añadir —dijo mi cuñada.
— Antes que nada, quiero enseñaros una cosa —Julia rebuscó en los bolsillos de la chaqueta del traje que traía puesto y sacó un sobre que me entregó.
— ¿qué es esto?
— Son los resultados de los análisis que me he hecho hace cuatro días, para que veáis que estoy limpia —miré a mi cuñada y vi que estaba tan cabreada como yo.
— Esto, querida Julia, es una mierda —dije ofendida y rompí el sobre en pedazos, sin haberlo abierto siquiera—Tu pasado nos importa un bledo. Si hubiésemos pensado otra cosa no estarías aquí con nosotros.
— Por favor, no os enfadéis conmigo, lo he hecho de buena fe.
— Lo sé y por eso no nos enfadamos, pero si estamos un poco ofendidas. Joder ¿Qué clase de personas creías que somos? — a Julia se le escaparon dos lágrimas.   
— No, por favor, no empieces a llorar de nuevo, que no lo soportaría. Ven con nosotras niña —dijo mi cuñada. Julia se acercó a nosotras como un manso corderito. Y se sentó encima de las piernas de mi cuñada, dándome la espalda.
— Si iba a llorar era de felicidad, sois aún mejores de lo que me había contado tu hermano.
— No te fíes de todo lo que te diga mi hermano cariño ¿Te ha dicho también que nos comemos a las chicas guapas?
— Sobre todo, nos gustan las de piel morena como tú, ven que pruebo tu sabor —tiré de Julia hacia atrás y la besé en la boca. Ella me echó las manos a la nuca y respondió a mi beso con pasión y cuando metió su lengua dentro de mi boca sentí mucha lujuria.
— ¡Santo Dios! —exclamó mi cuñada.
— ¿Qué pasa? —pregunté despegando mi boca de la de Julia.
— ¡Mira que preciosidad! —mi cuñada tenía agarrado el pene de Julia. Un pene negro y de piel brillante. Estaba circuncidado y su glande de color rosado realzaba el contraste con el resto.
— Joder ¡qué belleza! Ahora comprendo porque tu hermano me ha dicho que Julia era especial.
— ¿Los pechos son operados? —preguntó curiosa mi cuñada.
— No. Son naturales, igual que mis pezones. Nací así. Mitad mujer y mitad hombre. Nunca he querido operarme.
— Sería un sacrilegio, quitarte una polla tan preciosa —dijo mi cuñada acariciándola.
— Mira sus huevos qué gordos son, y qué suaves. Tienes unos cojones muy bonitos si me permites que te lo diga —se los acaricié con la palma de la mano, y me encantaba la suavidad de su piel.
         Total, que Julia estaba tumbada sobre nuestras piernas, dejándose examinar cada centímetro de su cuerpo por mi cuñada y por mí. Entre las dos la tumbamos en la cama, y nos pusimos a jugar con su sexo, lamiendo su polla y sus huevos —fíjate en su ojete—dije a mi cuñada. El esfínter lo tenía un poco abultado y sobresalía como si se tratara de unos labios fruncidos ¡Qué maravilla! Tuve el privilegio de ser la primera en besarlo y lamerlo. Cuando nos hartamos de jugar mi cuñada y yo con ella, se puso en pie. Tenía las mismas caderas que cualquier mujer, la dimos la vuelta para admirarle el culito. Muy duro y elevado. Era toda una mujer salvo por su entrepierna. Volvimos a girarla. Su polla estaba empalmada y muy dura, señal de que Julia estaba muy excitada, su pene golpeaba en su vientre debido a los fuertes espasmos que tenía. Por supuesto, no alcanzaba ni mucho menos al tamaño de la de mi hijo, pero sí que era más grande y gorda que la de mi marido. Tanto mi cuñada, como yo, se la besamos. Por supuesto que Julia quería vernos el sexo y se lo mostramos. Quedó maravillada con el chochazo de mi cuñada, pero lo que más le llamó la atención fue mi desarrollado clítoris.
— Yo le llamo cariñosamente “la pilila” y es capaz de follarme con ella, aunque un poquito —explicó mi cuñada. Julia me lo atrapó con su boca y me lo mamó de una manera que empecé a descontrolarme, pero enseguida me lo soltó y atrapó con su boca, toda la vulva de mi cuñada, que también empezó a perder el control, pero ella la dejó con las ganas.
— Joder que bien mamas cariño.
— Es que tengo mucha experiencia, con hombres y mujeres.
— ¡Qué bien lo vamos a pasar los cinco! —dije embargada de felicidad y excitación.
La prestamos una camiseta de tirantes parecida a la nuestra, el tanga rojo que le prestó mi cuñada contrastaba maravillosamente con su piel morena.
— ¿Y Por qué nos vestimos? Podríamos bajar desnudas —dijo mi cuñada toda lanzada.
— Un poco de ropa pone más cachondos a los hombres, que la desnudez completa —dijo Julia.
— Además ¿No crees que queda realmente excitante así? —hice que mi cuñada viera como asomaba parte de la polla de Julia por el elástico de la cintura del tanga.
— Me pones muy cachonda Julia, estoy deseando que me folles—dije tal como lo sentía.
— Os voy a follar a todos —dijo apretándonos el culito.
Recogimos el traje y lo colgamos en una percha dentro de su armario. Abrazadas, salimos de la habitación para bajar al salón y reunirnos con los chicos.
Mi hijo se quedó alelado al ver a Julia y no me extraña. Con mucha educación la tomó una mano y la hizo girar sobre sí misma muy despacio para recrearse a base de bien con su cuerpo. Nosotras nos sentamos con mi marido, una a cada lado. Julia le quitó la camiseta a mi hijo y se le quedó mirando como hipnotizada, luego deslizó sus manos por los anchos pectorales.
— Hermano, me parece que te has quedado sin novia.
— Nunca ha sido mi novia. Puede hacer lo que quiera con ella.
— Pues pobrecita, porque se la va a comer entera, con polla y todo —dije.
— Te dije que era especial.
— Qué bonita pareja hacen —dijo mi cuñada.
— ¿Os los imagináis a los dos desnudos? ¿Tanta belleza junta? —me sentía orgullosa de mi hijo.
— Callaos que me pongo cachonda —nos regañó mi cuñada.
— No sé vosotras, pero yo me muero de hambre —dijo mi marido.
— Pues vamos a comer —dije en voz alta. Los cinco nos dirigimos a la cocina.
— Me encantan las cocinas grandes. Si me lo permitís me gustaría cocinar para vosotros —dijo Julia.
— No hace falta cielo. Nos apañamos muy bien —la dije.
— No lo digo por agradecimiento, es que realmente sé cocinar. Aprendí siendo una niña.
— Vale, si es tu gusto, por mí no hay problema —el resto asintieron.
         Entre todos preparamos una comida ligera. A base de ensalada, queso, jamón serrano y lacón, porque cuando fui a coger el paté mi cuñada me dijo en voz baja que para la noche. Asentí sonriendo, la muy guarra ya pensaba montar una fiesta. Nos sentamos a comer, disfrutando de una buena charla y de los alimentos, sobre todo Julia que nunca había comido jamón serrano. Julia nos contó cómo aprendió a cocinar siendo una niña. Vivía en una de esas chabolas que tanto abundan alrededor de las grandes ciudades de Brasil. Su padre era un borracho y en una reyerta lo mataron. Su madre que era prostituta, siempre la vistió como una niña; un día cayó enferma y murió en pocos meses. Julia acabó vagando por el centro de la ciudad como tantos otros niños y una señora muy elegante, que estaba interesada en la niña, la recogió.
         Desde el primer día se ganó el sustento limpiando la casa para esa señora. Cuando cumplió los diez años empezó a prostituirla con señores mayores. No quiso contarnos más sobre su escabrosa vida. En el fondo, todos se lo agradecimos. Lo importante era que a partir de ahora, su vida cambiaría para siempre. Hicimos sobremesa tomando té helado y como estaba muy cansada, igual que mi marido, se retiraron a dormir, cada uno en su habitación. Ya habría tiempo para juegos. En el salón nos quedamos los tres solos, y nosotras queríamos saber la opinión de mi hijo sobre Julia.
— ¿Qué te parece Julia cariño?
— Es una belleza mamá. Su cuerpo me atrae como un imán. Como persona, no lo sé, hasta que no pase el tiempo.
— Di que sí sobrino, ya tendrás tiempo de conocerla como persona.
         Mi cuñada estaba recostada contra el brazo del sofá y mi hijo en medio de sus piernas. Yo estaba tumbada con la cabeza sobre un cojín. Había metido un pie por la amplia pernera de su pantalón corto y le acariciaba las pelotas despacio. ¡Es curioso! no me parecieron tan suaves como las de Julia.
— Me está entrando sueño —dije bostezando. Ninguno de los dos me contestó, alcé la cabeza y vi a mi hijo chupando un pezón a su tía, al tiempo que le metía mano por dentro de las bragas.
— Sois unos viciosos joder.
— Y tú una envidiosa ¡Anda duérmete! —dijo mi cuñada. Eso pensaba hacer. Demasiadas emociones me habían agotado.
— Joder como me gusta tu polla sobrino, la necesito dentro ahora mismo —decía mu cuñada.
— Apártate las bragas, tía, que te la meto —un momento de silencio— Qué chochazo madre mía, te arde pon dentro zorrón —dijo mi hijo—Dame polla sobrino que estoy muy cachonda—dijo mi cuñada. A partir de ahí, escuché jadeos, gemidos y el ruido característico que se produce al follar un chocho encharcado como el que tenía la guarra de mi cuñada.
— Procurad no manchar el sofá de lefa, guarros —dije cerrando los ojos y me quedé frita.

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