Cuadra de putas 4

Esa tarde, mamá llegó contenta y duchadita tras pasar por el gimnasio y hacer una escala en la inevitable Parroquia, ¡aaay, estas beatas! ¡je, je...!
Yo la esperaba viendo la tele y con el DVD preparado. Cenamos en la cocina y después le dije que viniese al sofá conmigo para ver una peli buenísima que me habían dejado.
               -Marcos, es que a mí esto del cine tampoco es que me guste mucho... ya sabes que lo que me van son los programas de cotilleos y esas cosas.
               -Sí, el “Sálvame” y esas mierdas... pero, de verdad, mamá, esta peli te va a encantar. Es muy buena, en serio. Y muy realista...
               -Bueno... no sé –al fin parecía que cedía- ¿Y de qué va? ¿Es de amor, y eso?
               -Eh, parecido... es una especie de comedia romántica o algo así, o un drama, tal vez. Nada, tranquila, que te encantará. Además, la actriz protagonista es buenísima, borda el papel.
               -¿Quién es? ¿Julia Roberts? –preguntaba ella ingenuamente.
               -No, que va... mejor, mucho mejor. –“y además está mucho más buenorra”, me dije.
               -Bueno, ve preparando el video. Yo voy a ponerme algo más cómodo.
               -¡Perfecto!
Me acomodé en un lado del sofá con el mando a distancia en la mesita de al lado. Parece mentira, pero estaba algo nervioso. Así y todo, me bastaba recordar lo que guardaban las imágenes del disco y pensar el cuerpazo de la jamona de mamá, para que la polla se me pusiese morcillona y los nervios se disipasen como por arte de magia.
A los cinco minutos apareció ella, con unos pantaloncitos cortos, más bien anchos, pero que no podían disimular su potente culazo y una camiseta vieja de manga corta que apenas ocultaba sus enormes tetas, que se bamboleaban libres, sin sujetador. Llevaba el pelo suelto y olía divinamente. “En fin, cómo diría Serrat, hoy puede ser un gran día.”
Se sentó junto a mí, pero apoyada en el otro respaldo del sofá, encogida en el asiento con los pies, muy bonitos, por cierto, apoyados en mi muslo.
-Hala, al ataque. –dije, al tiempo que le daba a la tecla de play.
Enseguida apareció la habitación de mis padres, aún vacía, y yo empecé a alternar mis miradas a la pantalla con otras a la asombrada cara de mi madre. Enseguida aparecieron los “actores principales”. El Moja con la picha tiesa y mi madre en ropa interior, morreándolo ansiosamente y tratando de frenar sus embestidas.
-¿Qué...? –mamá empezó a balbucear estupefacta -¿Qué es esto..? ¿Qué es, Marcos...?
-¿A qué mola? – contesté yo, con una media sonrisa cínica, mientras, tras un cambio de plano, se la veía a ella chupando el rabo del morito ansiosamente, como si no hubiese un mañana...
-¡Quita eso inmediatamente! –gritó al tiempo que se me echaba encima. Notaba sus globos apretándose contra mi cuerpo y como su manita intentaba inútilmente recuperar el mando que yo alzaba para evitar que lo cogiese.-¡Dame el mando! ¡Qué me lo des, te digo!
Curiosamente, lo de tenerla medio encima forcejeando por el mando, me estaba poniendo la polla bien dura. Un buen presagio para el futuro. Finalmente me levanté y coloque el mando en una estantería a la que ella no podía llegar.
Ella, viendo que era imposible recuperar el mando probó a acercarse para desenchufar el televisor. Así que me vi obligado a evitarlo. Me apetecía tener una instructiva charla con ella, con el DVD amenizando la conversación como telón de fondo. Así que la cogí de la muñeca para evitar que desenchufase el equipo. Pero la muy zorra estaba fuerte y consiguió zafarse. El gimnasio había dado sus frutos.
-¡Mamá, quieres dejar de hacer el idiota! –le grité.
Pero la muy taruga insistía en privarnos de esa maravillosa sesión de cine de autor. Al final me puse duro y la cogí del pelo.
-¡Mira, guarra, siéntate de una puta vez y deja de hacer gilipolleces! –la arrastre hasta el sofá y parece que se calmó definitivamente, al tiempo que empezaba a llorar inconsolable.
-¡Lo siento, Marcos, lo siento! –gimoteaba y se disculpaba. “Bueno”, pensé, “que se relaje un poco y suelte lastre”
Yo puse la más compasiva de mis expresiones y, con el cinismo que me caracteriza, le acaricié la cabeza al tiempo que me hacía el comprensivo.
-¡Tranquila, mamá, cálmate...! Cálmate, mamá...
Ella seguía llorando con la cabeza gacha. En la pantalla, la puta, cabalgaba sobre el Moja como una posesa. Frente a mí, con pinta de arrepentimiento, lloraba sin levantar la vista. Decidí seguir a la carga:
-Pero, mamá, ¿cómo es posible? ¿Por qué lo has hecho? ¿Cómo has podido hacerle esto a papá, que trabaja como un mulo por ti, por nosotros? –en realidad, no era más que un nuevo ejercicio de hipocresía por mi parte. Porque conocía todas las respuestas. Lo había hecho, básicamente, porque era una cachonda como yo. Porque le picaba el coño horrores y el viejo no debía darle la caña que necesitaba. Lo único, es que, para ella, el hecho de ser tan puta, no lo había descubierto hasta hacía poco, a diferencia de mí que desde que tenía uso de razón sexual, siempre supe que era un crápula. Y había llegado el momento se sacarle rendimiento al potencial de puterío que tenía mi madre.
-¿Cómo has podido convertirte prácticamente en una puta...? Una mujer como tú, tan religiosa, que va a misa habitualmente... No lo entiendo, no lo puedo entender... –yo seguía haciéndome el indignado y rasgándome las vestiduras. En el fondo, estaba disfrutando de lo lindo con el papelón que estaba haciendo y ya empezaba a relamerme con el futuro que me esperaba.
Finalmente, ella levantó la cabeza y comenzó con una retahíla de explicaciones bastante cutres y poco consistentes, pero, bueno, algo tenía que decir la mujer. Y yo puse cara de comprensión y como si me pareciese lo más normal del mundo. La verdad es que sólo quería que se calmase y cogiese confianza, lo que me contase me importaba una mierda, pero la dejé hablar, claro.
-Lo siento, Marcos, lo siento... No sé cómo ha podido suceder... –hablaba entre lágrimas. –Ya sabes que tu padre no está mucho por casa últimamente, con su nuevo puesto y eso... Y tú estabas lejos. Yo tenía mucho tiempo libre y me sentía sola... Me aburría sin nadie con quien hablar... Y Mohamed empezó a saludarme sonriente por la escalera, cuando venía de la compra. Y yo comencé a anhelar sus sonrisas. Y después se ofreció a ayudarme a subir la compra un día. Y eso se convirtió en costumbre. Lo conozco desde niño. Nunca pensé que me mirase como mujer. –“vaya”, pensé, “está claro que no te has visto bien”. -Yo notaba que en el ascensor se arrimaba mucho... de hecho, ahora que lo pienso, estoy segura de que frotaba mi cuerpo con su... En fin, pues nada, que siguió subiendo a casa. Y un día le invité a un refresco y también se convirtió en costumbre. Se sentaba a ver la tele. En ese sillón de ahí. Pero un día tenía el sillón en el tapicero y se sentó en el sofá. Y volvió a pegarse mucho, y se apoyó en mí... –vaya memoria que tenía la cabrona, si se acordaba de todos los detalles...- Y, de repente, surgió la chispa... –¡puaggg, qué cursi!, con lo bien que iba...- Y nos enamoramos...
-¿Qué? –la interrumpí -¿Qué te has enamorado de ese papanatas? ¡Anda ya, estúpida! ¡Pero no te das cuenta de que lo único que quiere es mojar el churro...!
-Sí, Marcos, ya sé que no puedes entenderlo, nadie puede, pero nos queremos...
-¡Anda, anda, corta el rollo y continúa!
-Y después, eso fue, hace un año... después hemos seguido viéndonos. Siempre así, a escondidas...
-¡Bien, bravo! –empecé a aplaudirle sardónicamente. –Una historia enternecedora... Me has conmovido... ¡Qué romántico! –y giré la vista a la pantalla. –Es curioso, pero no veo ni flores, ni bombones. Sólo a un capullo casi adolescente, petándole el culo a mi madre. ¿O estamos viendo pelis distintas?
Ella volvió a agachar la cabeza y arreciaron las lágrimas de nuevo.
               -Y ¿qué hago? ¿Hablo con papá y se lo cuento? Yo creo que el hombre se merece saberlo, ¿o no? –proseguí.
Ella, rápidamente alzó la cabeza y comenzó a hablar atropelladamente:
               -¡No, Marcos, por favor, no me hagas eso! Soy tú madre...
               -¿Mi madre? –giré la vista a la pantalla. –Yo lo que veo es una puta que disfruta cómo una loca con un buen rabo por el culo... –el que sí que estaba disfrutando de lo lindo era yo, con mi conversación con ella...
               -¡Por favor, Marcos, no lo hagas! ¡Por favor...! No le digas nada a tu padre... por favor... Ya sabes lo delicado que está de salud. Un disgusto así lo mataría... –y volvió a lloriquear otra vez. ¡Qué pesada con el rollo plañidero! Y a me estaba cansando...
               -¡Sí, claro...! A ver si ahora va a resultar que la culpa es mía y que soy yo el que se está follando al vecino de dieciocho años...
               -¡No lo volveré a hacer, más, Marcos! ¡No lo haré más, de verdad! Ya ha terminado...
               -Que no lo vas a hacer más está más que claro... –le respondí al tiempo que pensaba “Con el Moja no lo harás más, no... pero del rabo de tu hijo te vas a hartar, je, je...”
               -¡Haré lo que quieras, Marcos! ¡Me portaré bien...!
¡Al fin había llegado donde quería! Ya estaba contra las cuerdas.
               -Mira, guarra, -endurecí mi voz y ella me miró con cara de sorpresa y asombro. – a partir de ahora las cosas han cambiado y creo que tenemos que poner las cartas sobre la mesa. –Ella dejó de llorar de golpe y me miraba atenta, como hipnotizada. Creo que no era muy consciente de lo que se le venía encima. – Está claro que eres una puta, a lo mejor no lo sabías pero lo eres. Y como tal te has comportado... Además, se te da muy bien. –añadí señalando a la pantalla. - Está claro que tanto tu hijo, como tu marido, como tu puñetera religión y todo lo demás, te ha importado una mierda a la hora de meterte una polla por todos tus orificios. Como una guarra de campeonato... Y si te comportas así, así te voy a tratar. Es lo que buscas y es lo que vas a tener. –a estas alturas el bulto de mi pantalón era más que evidente, y ya me estaba acariciando abiertamente la polla por encima del pantalón. Mamá seguía mirando inmóvil, como congelada. Supongo que era incapaz de procesar adecuadamente tanta cantidad de información.
Hice una pausa para observarla antes de continuar. Tenía su preciosa carita llena de churretones por las lágrimas y estaba con su torneadas piernas encogida en el sofá, mirando al vacío, un pelín catatónica. Me entraron ganas de abrazarla y consolarla. Pero las ganas de que me comiese el rabo hasta el fin de los tiempos eran muy superiores y, lógicamente, se impusieron. Ya lo dice la canción: “polla dura no cree en Dios”. Continué con la traca final:
               -Y es más, vas a ser mi puta particular. –ella salió de su ensimismamiento y me miró asombrada. –Sobre todo si no quieres que estas preciosas imágenes circulen por todas partes y toda esa gente, que te admira como la maruja perfecta que eres, vean lo cerdita que puedes llegar a ser. Y cómo humillas al cornudo de tu marido y al hijo de puta de tu hijo...
               -Pero, Marcos... ¿te has vuelto loco? –al fin habló, pero en un tono muy bajo, como si, en el fondo, se hubiese dado por vencida.
               -No, sé que tal vez ahora te lo parece... Pero no. En realidad tú y yo somos iguales. Y ninguno de los dos está loco. En absoluto. Y la oferta que te hago es la mejor que te puedo hacer. De hecho creo que es lo mejor que te puede pasar en la vida. Te garantizo que, si aceptas, vas a disfrutar como nunca. Vas a vivir los mejores años de tu vida. Y vas a aceptar. Por la cuenta que te trae.
               -¿Y si no lo hago...?
               -Lo harás. Tienes dos opciones: o aceptar por las buenas y disfrutar desde el primer día. O rechazar la oferta... con lo que comenzaremos igual con el emputecimiento, pero disfrutaras un poco más tarde, hasta que al final aceptes tu papel. Pero habrás perdido un tiempo precioso...
Mientras hablaba me acariciaba el rabo sobre el pantalón y la miraba. Ella no parecía especialmente indignada, y daba la sensación de que la resignación ante un destino inevitable se iba imponiendo. Aunque yo no pensaba que fuese a ser tan fácil... No obstante, pude apreciar alguna mirada furtiva a mí paquete que me hizo concebir esperanzas de que la cosa iba bien.
               -Mañana viene, papá. Y estará aquí unos días. Tienes ese tiempo para pensarlo. Cuando se vaya, hablaremos y me dices tú decisión. Si aceptas por las buenas, perfecto. Si no, lo haremos por las malas. ¿De acuerdo?
Ella, por primera vez, me miró a los ojos, y, de un modo casi inaudible, me respondió:
               -De acuerdo...
Se levantó y se iba a dirigir a la habitación, cuando la detuve.
               -Espera, espera... No tan rápido...
Se giró y agachó la cabeza. Allí de pie, junto a mí. Al tenerla a escasos centímetros de mi cuerpo, oliéndola, fui consciente del extraordinario manjar que, en breve, iba a poseer en exclusiva.
               -¿No quieres un anticipo? – le pregunté.
Ella, completamente roja y avergonzada por la situación, no contestó y continuó con la cabeza gacha.
               -Bueno, -proseguí – te lo daré igual... Quítate la ropa.
Ella, en silencio, obedeció. Y, por primera vez, pude admirar su cuerpo de cerca. Un cuerpo de jamona madura que se machaca en el gimnasio. Un cuerpo macizo de hermosas y grandes tetas, con un culo firme y un vientre duro, marcado. Con piernas tensas, musculadas y fuertes. Un polvazo de tía. Un pibón de campeonato, que con un par de retoques decorativos y después de que la tunease un poquito iba a estar perfecta.
Le acaricié la mejilla para tranquilizarla y comencé a sobarla a conciencia. Primero las tetas, recreándome en chuparle los pezones. Ella, a duras penas podía aguantar los jadeos y, ocasionalmente, soltaba algún suspiro. “¡Esto marcha!”, pensé. Me pegué a su cuerpo al tiempo que le besaba el cuello y le sobaba el culo, mientras lo palmeaba. El ano lo dejé descansar, bastante trote había tenido el día anterior.
               -Siéntate y abre las piernas. – le indiqué el sofá. – Te toca disfrutar.
Ella, sumisamente, se acomodó en el sofá y abrió las piernas. Daba la sensación de que, por momentos arrojaba la toalla. Así que procuré ser amable y cariñoso con ella para que se confiase. Ya llegaría el momento de darle caña. Y, tiempo después, llegaría también el momento en el que ella me reclamase dureza.
Y allí, agachado entre sus piernas, le hice la mejor comida de coño que he hecho en mi vida, completada con un masaje en las tetas y sus preciosos pezones. Pasaba la lengua por toda la raja y me recreaba en el clítoris, y, cuando veía que comenzaba a respirar agitadamente, como preludio de un orgasmo, frenaba y volvía a recorrer su vulva, con alguna breve y suave incursión a su precioso agujerito negro. Siempre hay que cuidar el culo de las guarras, que ha de estar preparado para su dueño. De vez en cuando escupía algún pelillo, y me reafirmaba en mi idea de que tenía que arreglar esa selva cuanto antes. No sólo por estética, sino también por salud. A nadie le gusta la comida con pelos, ¿no?
Lo que, en ella, al principio era frialdad, fue convirtiéndose en espasmos previos a un potente orgasmo. Empezó a agarrarme del pelo. Todo sin pronunciar palabra, sólo jadeos, jadeos intensos. Que, finalmente, se rompieron con un grito bestial al tiempo que tensaba las piernas y apretaba mi cabeza entre ellas. Pensé que iba a asustar a los vecinos. Y quise haberla hecho callar. Pero, obviamente, con la cabeza atascada en su coño, me resultó imposible.
Finalmente se aflojó su cuerpo y se desmadejo toda. Me levanté y la miré. Estaba preciosa y se lo dije. Ella me miró, sorprendida por la amabilidad y me respondió cortante.
               -Estaba nerviosa... pero no te creas que esto significa nada. Si es lo que querías, ya lo has tenido...
               -Nooo, para, para. Ni mucho menos. Esto no es más que un regalo, una cortesía, por así decirlo. Quiero más de ti, mucho más. –y me baje la bragueta sacando el rabo tieso como una piedra. Ni siquiera me abrí los pantalones, ni saque los huevos, sólo el rabo. Ella trató de hacerse la indiferente, pero no pudo evitar que se le notase la mirada de asombro y, porque no decirlo, con un punto de admiración por el rabo que gastaba su vástago, sangre de su sangre, al fin y al cabo.
               -Hoy es tu primer día, una toma de contacto, así que no te voy a pedir mucho. –le dije.- Sólo quiero que te acerques y toques mi polla, para que veas lo que vas a tener. Y, si te animas y quieres que sigamos siendo amiguetes y el video no se difunda, más te vale poner algo de interés en tu propiedad. A ver si consigues que me corra con tus manitas.
Ella levantó la mano derecha cuidadosamente y acarició la polla despacio, con timidez, cerca de la base. Su manita se cerró alrededor pero apenas si podía abarcarla toda. Con la otra mano acarició el resto del rabo y tocó el capullo. Yo estaba alucinando con la imagen y la dejaba hacer. De vez en cuando tensaba el rabo y ella daba un respingo. Igual pensaba que iba a correrme ya, y con la polla apuntando a su cara, más le valía escapar si no quería acabar bien duchada. Ella, la meneaba suavemente, casi sin apretar y tanta blandura empezaba a cansarme. Así que decidí cortar por lo sano y se lo dije:
               -Mira, zorra, déjate de chorradas y empieza a tomarte esto en serio. –ella alzó la cabeza y me miró como asustada. Está claro que no estaba acostumbrada a ser tratada con dureza. Así que aceleró los movimientos pero sin garbo, con torpeza.
               -¡Pero qué te pasa, joder! –redoblé la dureza. -¿No estás acostumbrada a tocar una polla de verdad o qué? –quería humillarla y que reaccionara. –Anda ven.
Me giré y puse la polla de cara a la pantalla. La levanté del sofá y la hice ponerse a mi lado.
               -¡De rodillas! –le dije.
Ella se arrodilló junto a mí y empezó a menearme la polla apuntando al televisor.
               -Ahora verás cómo me corro en tu puta cara... Aunque sea la virtual...
Esta vez, al ver que la lechada no iba a estamparse en su jeta, sí que se tomó la paja en serio y empezó a redoblar sus esfuerzos con las dos manos. La postura era incómoda, pero pronto empezó a coger ritmo y a apretar con fuerza el rabo. Yo, que llevaba días acumulando leche, alternaba las miradas entre sus manitas y su cara de asombro mirando la polla y el primer plano de su cara en el video que había reservado para el final. El momento en el que el Moja le petaba el culo. Con el moro dando caña al pandero con rabia y la puta de mi madre apretando los dientes, mientras se le escapaban dos gruesos lagrimones.
Yo empezaba a notar como me subía la leche y ella se dio cuenta de los espasmos que precedían a la corrida y empezó a acelerar y apretar más las manos. Se estaba esforzando, eso había que reconocérselo.
De repente empezó a manar leche a borbotones que se estampaba contra la pantalla. La leche acumulada de varios días sin pajearme, ni mojar el churro, por lo que dejé la pantalla hecha unos zorros. “Ya la limpiará luego, la putilla”, pensé, “total con el cornudo en casa va a tener todo el tiempo del mundo para las tareas domésticas, porque follar va a follar bien poco...”
La polla seguía aún bastante dura cuando terminé de correrme y creo que con lo cachondo que estaba podría haber encadenado otra corrida seguida, pero decidí que ya estaba bien por hoy. Demasiadas emociones para un día.
               -Vale, ya está, mamá, puedes dejarlo...
Ella soltó automáticamente la polla y se quedó mirando absorta la pantalla. Completamente llena de leche.
               -Supongo que las cosas te han quedado claras, ¿no?
Ella me miró asintiendo con la cabeza.
               -Estupendo, -continué – pues entonces, ya sabes. Ahora tendrás una semana de tranquilidad para pensártelo. Después, empezará tu nueva vida. Y todos esos churretones de leche podrán ser para ti. Este rabo –me cogí la polla, todavía tiesa –será tuyo. Para tus tres agujeros, socia. Cuando papá se vaya, hablaremos del asunto. Espero que tomes la decisión adecuada. Aunque, después de lo que he visto hoy. Estoy seguro de cuál va a ser.
Agache la cabeza y le di un besito en la frente.
               -Buenas noches, mamá. Y no te olvides de limpiar bien la pantalla, que ya sabes que a papá le gusta mucho la tele...
Empecé a irme, pero antes de salir de la habitación me giré y le dije una última cosa:
               -¡Ah, y no te preocupes por el DVD, te lo puedes quedar, tengo más copias!
Y allí se quedó, en pelotas y arrodillada ante la televisión llena de leche. Y en la pantalla, su jeta jadeando mientras el Moja le petaba el culo. Más morbo, imposible.

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