De esposa a puta 1

María había pasado ya muchos años dedicada a Manuel, su marido, un hombre que cualquier mujer educada a la antigua envidiaría, pues si bien no era el tipo más atractivo del mundo, todo aquello que lo rodeaba lo hacía casi perfecto como esposo: buena posición económica, buen padre, sociable, cumplidor en la cama y capaz de dedicar más tiempo a la familia que al trabajo. ¡Una joyita!
De ella tampoco habría queja. Una mujer de 36 años que se mantenía atractiva en parte gracias a las cirugías que su marido le ha pagado, y al tiempo que el ser una esposa mantenida le dejaba para ir con otras esposas del grupo al gimnasio. En la cama era más que cumplidora, pues ocasionalmente se tomaba tiempo para ver algún sitio de pornografía y sacar alguna idea de aquello que a los hombres les gustaba. No, Manuel no tenía ni una sola queja de ella como mujer, pero ella tenía ya algunos meses de sentirse inquieta y vacía.
María tenía ya un tiempo de analizar el comportamiento de Magaly, una de sus mejores amigas, que si bien en el grupo de amigas jamás se tocaba un tema así, ella estaba segura que aquellas ocasionales ausencias a los desayunos y la repentina atención que Magaly le ponía a su arreglo personal, obedecían a una motivación diferente a la de complacer a su marido. Así que la inquietud que María sentía, en conjunto con el hecho de que su amiga podía llevar una relación extramarital sin que nadie lo sospechara, llevaron a María a hilvanar con cautela un sigiloso plan en donde pretendía tener una aventura, no un amante, sino una furtiva aventura que la hiciera apaciguar esa calentura de infidelidad que de pronto le invadía por días.
¿Qué importaba si el tipo era o no de su clase, o si era o no inteligente? María comenzó a poner atención en la musculatura de los hombres que veía por la calle, en aquellos que les apretaba el pantalón del culo, en aquellos tenían piernas torneadas y gruesas, e incluso en aquellos que les ajustaba la ropa sobre el paquete. Hacía ya muchos años, desde que había terminado con su último novio previo a la relación con Manuel, que María no sabía lo que era tocar otra piel, tratar de abarcar una espalda desnuda con un abrazo, o arañar un trasero desconocido mientras una verga la hacía la hacía sudar y gemir con pasión. Y era eso lo que quería en ese momento.
Pensó primero en su instructor del gimnasio que cumplía a la perfección con lo que buscaba, y que sabía por demás que le funcionaba de juguete a varias de las señoras que asistían al mismo recinto, sin embargo el tipo de inmediato respondió galantemente a sus coqueteos, y ella no quería eso, no quería un profesional de la conquista, sino alguien que tuviera las mismas necesidades que ella. Pensó después en Arturo, el esposo de su amiga Mayra, quien seguramente apreciaría mucho tener relaciones con una mujer que pesara menos de 100 kilogramos y las formas de su cuerpo siguieran en su lugar, pero tuvo miedo de que en el proceso alguien se diera cuenta.
Pensó en el tipo de la tienda de conveniencia, el maestro de matemáticas, el vecino de enfrente, el guardia de su colonia y el amigo de la infancia que aun le escribía por Whatsapp, sin embargo a cada uno de ellos le encontraba un “pero”. Comenzó a perder la esperanza de un día encontrar la oportunidad, a pesar de que aquella calentura le aumentaba día con día.
Una mañana de miércoles fue con su amiga Diana a Starbucks de la plaza comercial donde estaba el gimnasio después de entrenar, y al salir del café, notó que dos tipos las miraban atentamente mientras caminaban. Los miró de reojo y notó que uno de ellos se acomodaba descaradamente el paquete por encima del pantalón mientras dirigía la mirada aparentemente hacia el culo de ambas. ¿Malditos pervertidos no?, le preguntó Diana al darse cuenta de que los había visto. María le respondió que si, pero en su interior se fue pensando en aquella idea. ¿Qué pasaría si le respondiera la mirada a un tipo de esos? Parecía el acostón que se adaptaba perfectamente a sus planes: un tipo caliente, necesitado de sexo que seguramente la trataría como una reina pues jamás en su vida habría tenido un trofeo de esa calidad – al menos eso pensó María –
Ambas subieron a su coche y salieron de la plaza comercial, pero María sumergida en sus pensamientos, decidió darse la vuelta dos cuadras después y regresar.
Tal como lo esperó ahí seguía aquel tipo recargado afuera de Starbucks con su amigo. Su mirada incisiva desde que la vio en el coche logró poner a María muy nerviosa, pero también le dio el tiempo de mirar al tipo detenidamente: Bajo de estatura, moreno, flaco pero de músculos marcados seguro por el trabajo físico diario, de unos 28 a 30 años y vestido con vaqueros y playera genérica. No es ni por poco la fantasía de cualquier mujer, pensó María, pero tal vez valía la pena dejarlo que se explayara para ver si así como se había atrevido a mirarla de lejos, lo hacía cuando la tuviera enfrente.
Estacionó su coche y entró de nuevo al café para comprar un muffin como pretexto. Como si las estrellas se le estuvieran alineando, cuando salió el tipo ya estaba solo, pues aparentemente el otro ya había tomado uno de los públicos que pasan frente a la plaza. Así que María decidió caminar frente a él, al fin, qué tanto podía pasar en un lugar público y con tanta gente alrededor.
Conforme se acercaba podía casi sentir la mirada del tipo como pinchazos en su cuerpo. Dos segundos clavado en sus duras tetas y dos más en su torneada cintura, luego un paseo por sus piernas y de regreso a las tetas para comenzar de nuevo. ¿Qué se te perdió que miras con tanta intensidad? Le preguntó María cuando pasó a su lado. El tipo pareció no sorprenderse de su pregunta, y quitado de la pena le respondió que nada, que tan solo estaba disfrutando de tan rica vista antes de que se volviera a subir a su coche y se fuera. Ella jamás pensó que un comentario así de corriente le fuera a gustar, pero en ese momento sintió orgullo de que aquel tipo le hubiera dicho “rica”.
Caminó un par de metros y se detuvo un segundo para girar la cabeza. Tal como lo esperó descubrió al tipo mirándole el culo mientras se alejaba, y como si no supiera lo que estaba provocando, decidió inclinarse un poco para acomodar las cintas de sus tenis y permitir que aquel tipo viera a plenitud su culo.
De reojo vio como el tipo caminaba hacia ella y de inmediato miró alrededor para ver si aun estaba en un lugar con suficiente gente. Se mantuvo quieta hasta que el tipo llegó y le preguntó: ¿Qué pasó mamita? ¿Me lo estás ofreciendo o qué?. – Cada minuto que pasaba María se ponía más cachonda con la situación, pues sentía que aun tenía el control – María sin experiencia en coqueteo sexual, se limitó a preguntarle lo mismo que le preguntaba a su esposo cuando lo sorprendía mirándola, ¿te gusta?.
El tipo soltó una risa y se plantó a un lado de María, mirando hacia la calle como para despistar que nadie los viera, y le respondió que aquella era una pregunta tonta, que claro que le gustaba, pero que se limitaría a verla y ya, pues no tenía dinero para pagarle. María tardó unos segundos en entender aquello. ¡El tipo la había confundido con una prostituta! Su primera reacción fue querer golpearlo, más después se dio cuenta de que aquella era la situación ideal, y decidió seguir el juego.
¿Cuánto traes?, le preguntó. A lo que el tipo le respondió que solo tenía los 500 pesos que le acababan de pagar, pero de ahí tenía que sacar para ir a casa con su esposa. Así que María, libre de tabús al haber sido confundida con una prostituta, le contestó que por 200 pesos dejaba que la tocara por todos lados, y por 100 más se la podía “coger”.
Los ojos del tipo se iluminaron como dos soles, o al menos eso vio María. ¡Vamos pues! Le dijo el tipo, aun tengo las llaves del local que estamos arreglando, ahí mismo te voy a coger tan rico que no te vas a arrepentir de haberme hecho precio. El tipo se arrancó caminando hacia los pasillos de atrás de los locales, y María con una emoción que no había sentido nunca antes se fue detrás de él. Había resultado que no solo cumpliría su fantasía de tener una aventura extramarital, sino que lo haría con alguien a quien le estaba cumpliendo una fantasía sin saber quien era realmente ella.
“Te voy a mamar todo el chocho hasta que te vengas mamita” le dijo el tipo mientras abría la puerta trasera del local. En ese momento María recordó que venía del gimnasio y seguramente no estaría muy limpia, pero seguramente al tipo no le importaría. “Ahí hay un silloncito, ahí te voy a empinar y te la voy a meter hasta el fondo”, susurraba el tipo mientras ella no sabía cómo reaccionar, pues nunca antes le habían hablado de esa manera.
Entraron al local vacío y el tipo le pidió a María que se quitara la ropa. De entrada ella no supo como reaccionar, pero luego recordó qué papel tenía en ese momento, y así como así, sin nada de sensualidad ni juego previo, se empezó a desnudar frente a un desconocido hasta quedar como Dios la trajo al mundo.
“Chiquita, mamacita, sabrosa” repetía el tipo mientras se tocaba el paquete por encima del pantalón. “Mira nadamás que tetas, mira la panochita depilada, mira cómo me la pones” recitaba el tipo mientras se agarraba el pene ya completamente erecto por encima del pantalón.
María se dio una vuelta para que el tipo viera su culo mientras él seguía lanzando piropos que jamás le habían lanzado en su vida. Sácatela, le dijo María, quiero verla, a lo que el tipo reaccionó comenzando a quitarse la ropa torpemente por la prisa de abalanzarse sobre ella cuanto antes. Fueron entonces los ojos de María los que se iluminaron, pues el tiro no le había resultado tan mal. Aquel tipo era delgado pero con músculos marcados por el trabajo, tenía un par de tatuajes como los que ella había imaginado que su amante tendría, y el paquete, bueno, al menos lo que podía ver, era de buen tamaño y grosor.
¿Me la chupas mami? Le preguntó el tipo, a lo que María de inmediato le contestó que no, que eso no estaba en el presupuesto, pero que si el quería chuparla a ella podía hacerlo, y entonces fue cuando el tipo se abalanzó sobre ella, y en menos de un minuto, pasó sus manos y su lengua por cada rincón del cuerpo de María, ahí, de pie, y haciéndola sentir una experiencia que jamás había sentido. Parecía que tenía varios tipos encima de ella, una de sus manos iba a una teta mientras la otra paseaba por sus nalgas y su lengua intentaba meterse entre sus piernas. “No puedo mami, siéntate ahí en el sillón y abre las piernas” le dijo el tipo mientras intentaba lamer su vagina.
María se sentó en el borde del sillón y le abrió de par en par las piernas a un completo desconocido. El tipo metió la cabeza entre ellas, y comenzó a lamer magistralmente el coño de María, como nunca se lo esperó, con una habilidad que su marido no tenía. Sus manos se paseaban por sus piernas y trataban de alcanzar sus tetas mientras su legua entraba placenteramente a su vagina y luego terminaba con una mordidita a la vulva que la estaba poniendo loca. “Que rica, que rica” repetía el tipo cuando no estaba usando su lengua para darle placer, y María decidió cerrar los ojos y entregarse al momento.
Su marido jamás le había ni siquiera tocado el ano, y este tipo le pasaba la lengua por encima provocándole una sensación adicional al placer que ya sentía, para luego regresar a su rajita y seguir lamiéndola intensamente. En poco tiempo María perdió el control, y tuvo un orgasmo que la puso a temblar de una manera que hizo que el tipo se separara de ella. ¿Qué pasó chiquita, te hice venir? Si, si, pero no pares por favor, no pares, le respondió María.
El tipo se puso de pie y corrió a buscar su pantalón. María solo vio como su verga erecta brincaba en cada paso y esperó a que sacara de su cartera un condón - ¡No lo había pensado, pero por suerte el tipo estaba preparado! – Dando tumbos se lo puso y vino a pararse frente a ella. “Ponte de perrito” le dijo el tipo, a lo que María se limitó a obedecer y recargarse en el respaldo del sillón.
Todavía no terminaba de acomodarse cuando sintió la embestida. Cerró los ojos e intentó afianzarse de alguna manera que el tipo no la moviera de su posición y comenzó a disfrutar de cada golpe pélvico que recibía en las nalgas mientras el pene de aquel desconocido le llegaba muy adentro. Descubrió entonces una rendija entre los cartones que tapaban las ventanas y pudo ver a las familias que paseaban en la plaza bajo el sol, mientras a ella la estaban convirtiendo en una puta por detrás, y por una mera confusión… pero lo disfrutó. Lo disfrutó mucho.
El tipo jadeaba mucho mientras la bombeaba, pero ella se limitaba a disfrutar del momento y del panorama. Fue entonces cuando sintió que el derramó un poco de saliva sobre ella, sobre su culo específicamente, y sin darle mucho tiempo para reaccionar, utilizó la saliva como lubricante para comenzar a hacerle espacio a un dedo para entrar y salir un poco. Nunca antes a María le habían profanado esa parte de su cuerpo, y lo peor es que le estaba gustando y mucho. “La verga por ahí no” alcanzó a decir María, a lo que le tipo se limitó a responderle que no se preocupara. Aquella combinación comenzó a poner a María nuevamente a punto del orgasmo. La habilidad del tipo era impresionante, mientras la verga iba para adentro por la vagina, el dedo iba para afuera del culo, y viceversa.
Fueron todavía varios minutos de placer, hasta que el tipo comenzó a aumentar la intensidad de sus jadeos, y María dejó escapar su segundo orgasmo de la tarde casi al mismo tiempo que el de su furtivo compañero.
La emoción de aquel tipo mientras se sacaba el condón y lo tiraba al baño, con el pene flácido aun descargando hilos de esperma mientras le agradecía a su “amable prostituta” hizo que María se sintiera llena, feliz, y completamente satisfecha del trabajo que había realizado. Tanto así, que permitió que el tipo le pagara el dinero prometido y saliendo de ahí fue a comprar un gran helado para aminorar el calor que aun sentía por dentro.
El viernes venimos a terminar de pintar el local, le dijo el tipo, si quieres me traigo más dinero, pero esas nalguitas tengo que volver a usarlas. María le sonrió y le dijo que “esas nalguitas” mientras se las tocaba por encima del pantalón deportivo que ya se había vuelto a poner, estarían aquí el próximo viernes.
María regresó a casa con una tremenda sonrisa en la boca sin darse cuenta de la hora que era, y para su sorpresa, ahí estaba su marido que había ido a comer a casa. - ¡Demonios, pensó María, no he podido ni tomar una ducha!. Su marido la besó en la boca, que para su suerte le había permanecido intacta, y ella se sentó a su lado a comer cuando la mucama les trajo el platillo. Incómoda, adolorida y esperando que su marido no fuera a detectar el olor a otro pena que la había puesto a sudar minutos atrás.

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