El novio sustituto 5

Me desperté pronto, no quería llegar tarde a casa de María. Lo primero que hice fue buscar las braguitas que me había regalado la noche anterior. Las saqué un momento de la bolsita donde las había guardado; aún estaban algo húmedas. Las olí, respirando profundamente e impregnándome de esos potentes aromas emanados del sexo de mi amiga. 
Luego me duché con agua fría y me vestí rápidamente. Salí al salón, desayune algo y me despedí de mi madre, informándola de que salía con unos amigos y que no sabía cuando volvería. 
María sólo vivía a un par de bloques de mi casa, pero aún viviendo tan cerca, no solía ir mucho por su casa. No ayudaba que su família siempre me habá ignorado por completo, y casi siempre que pasaba tiempo con ella era por las calles del barrio.
La verdad que no sabía que esperar de este día. En las ocasiones anteriores María me había tratado como su novio porque necesitaba salirse de algún apuro, pero ésta vez me había simplemente invitado a su casa para pasar el rato. No había necesidad de pretender nada.
Quizá que realmente no quisiera nada más que mirar una peli, o escuchar música; pasar el rato para no aburrirse sola en casa. Puede que con la misma naturalidad que ella lo empezó todo, pasando de ser sólo amigos a actuar como novios apasionados en cuestión de segundos; quizà de tal manera podiamos volver a la normalidad, ser simplemente amigos, como si no tuviera la más mínima importancia. No seria de extrañar que todo fuera nada más que algo circunstancial. María siempre había sido muy impulsiva y descarada, no me sorprendería tanto.
¿Pero y si había algo más? ¿Quizá María iba a dejar a Ramón tirado y liarse conmigo por fín? Total, ese cornudo no había dudado ni un instante en dejar a su novia abandonada todo el verano. Era su culpa, por pardillo, incluso puede que a él le diera igual después de todo.
Con ese debate en mi sesera pronto llegué al portal de su casa. Tardó un par de minutos en abrirme y cuando llegué a su puerta me recibió todavia en camisón de dormir:
— ¡Hola! Perdona, he dormido más de la cuenta. Pasa, pasa... ¿quieres desayunar algo?
— Bueno... la verdad que ya he desayunado. Me he levantado pronto, me he duchado y todo... pero oye, no te preocupes que yo te acompaño, no hay prisa.
 
— ¡Vaya! ¡Que madrugón!, ¡con lo tarde que se nos hizo ayer...! – me dijo mientras la acompañaba por el recibidor hasta el salón. 

All llegar ahí, siendo una pieza mucho mas luminosa, pude apreciar mejor su vestimenta. El camisón que llevaba era más bien como una camiseta de algodón grande, que era suficientemente larga para cubrirle hasta un poco más arriba de medio muslo. 

— Pues si no te importa, voy a desayunar – me dijo. 

 
Pronto volvió de la cocina con unas tostadas con mantequilla y un par de vasos de zumo, de los cuales me ofreció uno. Nos sentamos juntos a la mesa y mientras comía me dijo:
— Estuvo bien ayer. Gracias otra vez, creo que hicimos un buen papel delante de mis amigas; no sospecharon en ningún momento que no fuéramos novios – me comentó sonriente. – Quizá podamos salir algún otro día con ellas. Creo que les caíste bien, especialmente a Tania; no paraba de hacerme preguntas sobre ti.  

 
Yo la observa mientras devoraba sus tostadas. Estaba sentada justo al frente, y yo me iba deleitando viendo sus gráciles movimientos al comer.
— Éste trato nuestro está resultando ser muy gratificante. Oye, no hay nada malo de aprovecharse un poco de la situación y disfrutarlo ¿no te parece? – me dijo sonriente con la boca medio llena.
— No, no... Es verdad – comenté. 
— Me alegro que lo disfrutes también. Ya te lo dije, aprovéchate todo lo que te apetezca, ¡para eso somos amigos! – me dijo con toda la naturalidad del mundo. 
— Bueno... pero... ¿no crees que Ramón se va a molestar si se entera? – me atreví a preguntar. 
— Ese imbécil perdió el derecho a estar celoso cuando se largó de vacaciones y me dejó aquí sola – contestó algo molesta – ¡Yo tengo mis necesidades, y él no tiene ningún derecho a privarme de ellas! – gritó. 
Luego, después de una pequeña pausa y algo más calmada se levantó y se acercó hacia mí. — Dame tu mano – me dijo, tomándola al mismo tiempo. Empezó a doblar mis dedos uno a uno dejando solamente mi dedo medio erguido. Entonces posó mi mano sobre mi rodilla derecha con el dedo apuntando hacia arriba. Se me acercó dirigiendo su pubis hacia mi rodilla, donde ella seguía sujetando mi dedo con una mano. Instantes después fue bajando sobre mi e introduciéndolo en su interior. Yo para entonces había relajado los otros dedos, dejando mi mano completamente abierta. María finalmente quedó completamente sentada sobre la palma de mi mano, con mi dedo medio dentro de su húmedo sexo. 

 
Me miró un instante fijamente, luego cerró los ojos y empezó a subir y bajar sobre mí. Yo no podía ver nada realmente, todo quedaba tapado por su camiseta, pero era sumamente excitante. Me limité a observarla y disfrutar del tacto, sintiendo cada rasgo del interior de su sexo, y procurando que mi mano no se moviera de sitio. 
 
Poco a poco ella fue acelerando el ritmo, alternando entre movimientos verticales y movimientos en círculo, maximizando así el contacto de mi dedo con sus paredes vaginales. Ella estaba muy mojada, entraba y salía con facilidad, e iba impregnando con su flujo la palma de mi mano, con la que sentía su peludito pubis impactando acompasadamente. 
 
Cabalgando y masturbándose con mi dedo, de vez en cuando se apretaba con fuerza contra mí, frotando su clítoris contra mi mano. Tardó unos pocos minutos más en correrse. Pude sentir su sexo contrayéndose y ella, siempre con sus ojos cerrados, tensó su espalda hacia atrás y dejó ir unos pocos gemidos intensos.
 
Al relajarse se echó sobre mí agarrándome por los hombros. Me miró y me besó. 
— ¿Lo ves? Esto es exactamente lo que te decía... – me dijo con cierta dificultad mientras recobraba su aliento – Ramón quiso privarme de éste placer al dejarme tirada. Es muy egoisa por su parte. Pero no voy a dejar que se salga con la suya. 
 
Entonces se levantó y empezó a recoger los restos del desayuno. Yo me quedé sentado en silencio un momento, reflexionando sobre lo que me había dicho y reponiéndome de mi erección. Acerqué a mi nariz el dedo que pocos momentos antes habia ayudado a mi amiga a llegar a un orgasmo. Me empezaba a ser un perfume muy familiar.
— Ven, acompáñame, que me tengo que dar una ducha – me dijo cuando terminó en la cocina. 
Yo la seguí por el pasillo a cierta distancia. Llegamos a su habitación pero yo aguardé en la puerta. Ella, completamente a lo suyo, desapareció detrás de la puerta de su armario. Buscaba, imaginé, la ropa que iba a usar después de la ducha. Vi su pijama volar, tirándolo ella sobre la cama. 

 
Al rato cerró la puerta del armario reapareciendo ante mí sujetando en la mano una camiseta de tirantes a juego con unos shorts. Por lo demás había quedado completamente desnuda. Yo seguía en la puerta, algo aturdido. 
— ¿Que haces ahí parado? Ven hombre que no muerdo... de momento. – dijo riéndose. Yo entré lentamente y me senté al borde de su cama, que era el único sitio que estaba suficientemente despejado. La verdad que su habitación era un desastre. 
— Bien, – dijo ella, que seguía de pie, desnuda y con las prendas en la mano – quédate aquí. 
Su habitación tenía su propio baño. Parecía bastante pequeño, desde donde yo estaba sentado veía un lavabo y la puerta de cristal de la ducha, todo en 2 o 3 metros cuadrados. 

María dejó las prendas de ropa encima de la cama, justo a mi lado, y entró al baño sin cerrar la puerta. Se encerró en la ducha y la pude observar un rato hasta que el vaho se fue pegando al cristal y ya solo se apreciaba vagamente su silueta. 
 
Terminó en pocos minutos. Al salir se envolvió rápidamente en su toalla, secándose con ella. Verla así me hizo recordar la escena en los vestuarios de la piscina el día anterior, y rápidamente me volví a excitar. La veía secarse con mi mirada perdida, mientras revivía en mi cabeza esos momentos... 
Su voz me hizo recobrar consciencia:

— ¡Eh! Estás embobado, ¿en qué estabas pensando?
Ella estaba en frente de mí completamente desnuda. Había terminado de secarse aunque su pelo estaba aún mojado y gotas caían desde sus mechones hacia el suelo, dejando un rastro húmedo sobre su piel en el trayecto. 
— ¿Estás empalmado? – me preguntó mi amiga, fiel a ella misma. Sin darme tiempo a decir nada continuó, señalando su cuerpo y diciendo – ¿Te gusta lo que ves? ¿Te la pongo dura? ¿Te pongo cachondo? 
Entonces, acercándose a mi, se abrió los labios mayores mostrándome el interior de su sexo:
— Mira... ¿te gusta mi vulvita? ¿Te gustaría meter tu grande poya en mi coñito? – no dejaba provocarme, y yo empezaba a sudar desmesuradamente – ¿o quizà te gustaría meterla en mi culito? - me dijo mientras se giraba y se inclinaba abriendo sus nalgas, dejando expuesto su ano, que lucía como la joya de la corona sobre su sexo. 

 
— Venga, no seas tímido; sácatela y hazte una buena paja. ¡Míra que culito más blandito que tengo, tócalo...! – seguía diciendo María. Entonces giró su cabeza mirándome y afirmó – Lo digo en serio, hazte una paja, ¡no querrás quedarte así empalmado todo el día! 
 
Entendí entonces que iba en serio, era mi salida para descargar toda la tensión que había acumulando desde que llegué a su casa... y apenas hacía una hora que estaba allí.
 
Seguí su consejo y me bajé mis shorts con calzoncillos incluido. Ella me sonrío y continuó con su show:
— Mira que estrechito... ¿Piensas que tu poya me entraría en el culito? – empezó a frotarse su esfínter con sus dedos. Iba mojando su dedo índice en su lubricada vulva y volvía hacia su anito. Poco a poco éste cedió dejando entrar la puntita. 
 
Luego se volvió a girar de frente a mí y movia sus caderas haciendo una especie de bailecito, poniendo énfasis en su coño, que acercaba para que yo pudiera apreciarlo bien. Entonces empezó a acariciarse los pechos:
— ¿Te gustan mis tetas? Tócalas bien – y así lo hice, con la mano que me quedaba libre – ¿Quieres correrte en mis tetas? ¿Si? ¡Ven, acércate! ¡Córrete en mis tetas!
 
Se puso de rodillas justo delante mío. Me acerqué a ella mientras que María apretaba sus pechos alrededor de mi pene. El contacto de mi glande con su piel fue todo lo que me hizo falta para descargar sobre ella. 
 

Fue monumental. Mi semen cubrió gran parte de su busto, que ella no apartó en ningún momento. Al terminar el viscoso y blanquecino líquido fue escurriéndose por su piel.
— ¡Joder!, ¡me has duchado otra vez! – dijo a carcajadas – Eso sí, ¡esto es mejor que el jabón! – seguia riendo. 
 

Se levantó, y tomando la camiseta-pijama que habia tirado encima de la cama hacia un momento, la usó para limpiarse un poco. Luego la volvió a tirar en el mismo sitio, probablemente para volver a ponérsela ésa noche. 
 

Se vistió con el par de prendas que había escogido, sin ponerse ni sujetador ni braguitas, y me dijo:
— Bueno, ¿listo para ver una peli? 
 

Me puse bien los calconzillos y los shorts y me fuí con mi amiga hacia salón. Por mi cabeza pasaban todo tipo de pensamientos; culpa, remordimiento, ... aunque también morbo, y ganas de follar... Todo esa mezcla explosiva de sentimientos fue desapareciendo al observar a María caminando y saltando con alegría por el pasillo. Sus glúteos rebotaban como gelatina al trotar, y se mostraban parcialmente bajo los pequeñísimos y aireados shorts de algodón. 
 

Delante del televisor María se agachó abriendo el cajón más bajo, lleno de DVDs. Al hacerlo, y sin ninguna dificultad, pude volver a ver su vulva, que se escapaba por un lado de la tela. En esa posición mi amiga giró su cabeza y preguntó:
— ¿Que te apetece ver? 
 

Sí, definitivamente; a la mierda la culpa y los remordimientos. No sabía cómo ni cuándo exactamente, pero iba a acostarme con María.

Continuara

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