En el camping con mi novia I

1 – El camping
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Fui a recogerla a su casa en un caluroso jueves de finales de julio. Me fumé un cigarrillo esperándola en su portal. Me fijé en su corto vestido blanco de verano mientras bajaba los últimos escalones. Qué bonita se veía.
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Me dio un largo beso en los labios y me agradeció una vez más la pequeña escapadita que nos íbamos a dar. Me había costado lo mío reservar una parcela en ese camping al borde de la playa. Tan tarde a esas alturas del verano fue toda una hazaña, pero yo por mi novia haría lo que fuera.
Verla tan bonita disipaba cualquier duda sobre el valor del esfuerzo realizado. Susana cargaba una mochila bastante pequeña. Cualquier chica de veinte años que se prepara una maleta habría intentado llevarse medio armario, aunque fuera para ir a la playa. Pero mi novia era realista, tan solo necesitaba un par de vestidos de verano y algún que otro bikini.
Nos dirigimos a la estación de autobuses. Ya por el camino me daba cuenta de cómo otros tíos miraban a mi niña. Era perfectamente entendible. Tenía un esbelto cuerpo con delicadas curvas, voluptuosos y firmes pechos, y piernas torneadas. Era el centro de todas las miradas de muchos envidiosos hombres.
El viaje en autobús fue de lo más normal, y a decir verdad, dormimos durante la mayor parte del trayecto. Gracias al aire acondicionado, no pasamos calor alguno. Lo único es que a Susana se le marcaban los pezones bajo el vestido por el aire fresco que nos llegaba. Parece que no llevaba sujetador. Menos mal que dormía, porque la pobre habría pasado mucha vergüenza por las constantes miradas indiscretas de los hombres sentados a nuestro alrededor.
Llegamos felizmente al pueblo donde se encontraba el camping. Una vez allí me dispuse a montar la tienda de campaña mientras Susana se fue a comprar unos refrescos. Liado intentando descifrar la posición de esos tubos de plástico, vi que a nuestro lado había un grupo de tres chicos tocando la guitarra mientras se fumaban unos porros y tomaban unas cervezas. Resignado me dije que seguro nos iban a dar la noche.
Cuando por fin llegó Susana yo ya lo había dejado todo montado. Los chicos de al lado, por supuesto, se quedaron mirándola embobados. No era para menos; Susana venía completamente empapada. Me contó que se había pasado por la piscina del camping, explorando el recinto, y que se había puesto a hablar con el socorrista. Parece que éste, que le había cogido confianza muy rápidamente, la había empujado al agua para gastarle una broma.
No le di mucha importancia, pero la verdad es que estaba bastante bonita con toda la ropa pegada al cuerpo. Se adivinaban sus pezones de color rosa pastel a través de la tela blanca, y el resto del vestido se pegaba a su piel contorneando perfectamente su figura. Daban ganas de meterla en la tienda y follársela, aunque fuera en pleno día. Le dije que me iba a echar una siesta porque estaba cansado, pero ella prefirió quedarse fuera dando vueltas y ordenando nuestras cosas en la parcela.
A pesar del ruido que hacían los de al lado, me quedé profundamente dormido durante unas horas. Cuando me desperté, noté cómo el sol de verano pegaba con fuerza sobre la tela de la tienda, convirtiéndola en un horno. Salí rápidamente, sudando como un cerdo, y me puse a buscar a Susana. Tras unos momentos sin verla, escuché su risa proveniente de la tienda contigua, la de esos chicos ruidosos.
Me acerqué sigiloso y abrí la cremallera de la tienda sin avisar. Un calor bochornoso se escapó por la abertura, mezclado con un olor inconfundible. Allí estaba ella, riéndose y pasándoselo bien con los tres vecinos desconocidos, y con un porro en la mano. Estaban sentados formando un círculo, pasándolo de mano en mano.
Mi novia, acalorada, tenía las piernas flexionadas, sentándose sobre sus tobillos. Con la ropa aún algo húmeda, fuera por el chapuzón de antes o por el sudor, Susana se veía completamente relajada y alegre. Para mi sorpresa, deduje que Susana no llevaba las bragas puestas, ya que las reconocí tendidas sobre las piernas de uno de los chicos. Me dijo que era porque estaban mojaditas y quería que se secaran.
Los chicos por su parte estaban a torso desnudo, mostrando unos esculturales cuerpos ante los cuales mi novia no parecía estar para nada incómoda. Los torsos de las nuevas amistades de Susana brillaban por el sudor, y es que el calor y el olor a humanidad y a porros era fuerte allí dentro. Lo cierto es que la tienda olía a hormonas que tiraba para atrás.
Finalmente algo enfadado le dije a Susana:
—Vamos que tenemos que comer algo.
—Pero cariño, no te enfades que ya salgo, sólo estaba pasando un rato con estos chicos tan majos —dijo sonriente.
Acto seguido adoptó postura como de gata, y desde el fondo de la tienda se dirigió gateando hacia la entrada donde estaba yo. Lo hizo sin ninguna prisa, dejando que sus nuevos amigos contemplaran toda su belleza. Supongo que por lo corto que era el vestido le estarían viendo sus tersos muslos. Y puede que incluso pudieran verle su rajita sin ninguna dificultad, según lo que la mínima falda le dejara a la vista.
Cuando estaba a punto de salir se detuvo, giró la cabeza y dijo:
—Bueno chicos, que sepáis que ha sido todo un placer conoceros, me lo he pasado muy bien. Es una pena que no tengamos nada de comer para ofreceros.
Yo intervine secamente:
—Tenemos comida, pero no suficiente para todos, es una pena.
Yo no había ido de camping para hacer amigos, sino para disfrutar de mi chica, y por eso me quedó el comentario algo tajante.
—Podemos ir en coche al pueblo que hay aquí al lado y comprar algo de cena para todos —dijo uno de ellos, sin apartar la mirada del culo de mi novia.
Susana desde ahí abajo me miró con cara de gata hambrienta, a ver qué me parecía la idea. Ella estaba excitadísima con la idea de compartir la cena con esos chicos tan agradables. Me  negué durante un rato, alargando la discusión unos minutos mientras mi novia trataba de convencerme con voz cariñosa y moviendo coqueta su culo en pompa mientras los chicos la seguían con la mirada. Terminé por aceptar la propuesta, aunque sin muchas ganas la verdad.
Quedamos en que irían ellos tres de compras mientras Susana y yo nos íbamos a la piscina a por un baño antes de que se fuera el sol. A su vuelta pasarían a recogernos con su coche y compartiríamos una pequeña barbacoa gracias al camping gas que ellos tenían.
Nos pusimos los trajes de baño y llegamos a la piscina después de un paseo, ya que nos quedaba un poco lejos. Inconvenientes de reservar con tan poca antelación. Había bastante gente, incluido muchas chicas monas. Pero yo podía sentirme orgulloso de mi chica, la más bonita de todas. Al menos para mí, está claro. Estaba preciosa con su bikini blanco, que dejaba en evidencia esas curvas tan deliciosas que tiene.
Los viejos que había por allí también la admiraban, y no dejaban de observarla mientras se echaba crema o se tumbaba sobre la toalla. Tras unos minutos de paz y relax, yo me metí en el agua, y ella se fue, eso me dijo, a saludar al socorrista. Éste era el típico cachas de gimnasio luciendo gafas de sol de marca y tatuaje tribal en la pantorrilla.
A él tampoco le pasaba por desapercibido el cuerpazo de mi chica, y desde el agua veía como se la miraba de arriba a abajo piropeándola, cosa que hacía reír a Susana. A ella siempre la han impresionado mucho los tatuajes, y este chico parecía un catálogo de una tienda de tatoos. Se los enseñaba aprovechando para marcar músculos y tontear un poco con ella. Charlaban animadamente, y ella le seguía el juego encantada. Incluso no se privaba de acariciar alguno de sus músculos con la excusa de tocar sus tatuajes.
Yo me estaba poniendo bastante celoso por la escena, pero entonces me di cuenta de que todo había sido una estratagema de Susana para que el chico se confiara. En un momento de despiste, Susana le agarró por la cintura para tirarle al agua, queriendo devolverle así la jugarreta de esa mañana. Ella, que no mide más de uno sesenta, intentaba tirar a la piscina a una mole de músculos que la sacaba veinte centímetros de altura.
Estuvieron forcejeando y riendo unos segundos que a mí se me hicieron eternos, hasta que él se colocó en su espalda y la rodeó con sus fuertes brazos, aplastando sus pechos y apretándose contra ella. Cayeron juntos al agua, donde se sumergieron otros interminables segundos hasta que volvieron a la superficie, aún abrazados.
Yo me puse a nadar en su dirección, para ayudar a mi pequeña contra ese gigante. Sin embargo ella consiguió darse la vuelta, y, enfrentándolo, apoyó sus manos sobre sus hombros y se elevó para hacerle una ahogadilla. Siempre riéndose, Susana sacó medio cuerpo del agua para tomar impulso, mientras él la sujetaba por la cintura. Me fijé en que, debido al forcejeo, la parte inferior del bikini estaba un poco descolocada, dejando ver parte de sus maravillosos y blancos glúteos.
Susana cambió de estrategia y se convirtió en una chica constrictor; mientras que con sus torneadas piernas rodeaba el torso del socorrista, con sus brazos le abrazó por el cuello, provocando que sus tetas se apretujaran contra la cara del chico. Éste acabó perdiendo el equilibrio y terminaron otra vez bajo el agua.
Me sumergí para ver qué ocurría. Aunque no con mucha claridad, pude observar cómo se hundían abrazados y forcejeando. Las tetas de Susana se mantenían presionando contra la cara de él y éste la sujetaba con fuerza contra su cuerpo con una mano y con la otra la agarraba de un muslo.
Después de un poco más de forcejeo, por fin se desprendieron el uno del otro subiendo de nuevo a la superficie. Susana no paraba de reír por la situación. Él salió del agua y volvió a su silla de socorrista. Pude apreciar que estaba empalmado. Ella se quedó en el agua apoyada en el borde de la piscina, hablando con él divertida. Sus generosos pechos quedaban comprimidos entre sus brazos a la vista de todos.
Yo estaba con un buen cabreo, así que me fui a la toalla sin querer hablar con ella. Al rato llegaron los vecinos de tienda, ya volviendo de comprar la cena. Sin ni siquiera verme, se fueron directos a hablar con mi novia. A Susana se la veía muy a gusto charlando con aquellos desconocidos, incluido el socorrista se unió a ellos mientras yo me aburría en la toalla. Pareciera que mi chica les invitaba a zambullirse con ella en el agua, diciendo que estaba muy rica. Todos se divertían con mi novia, todos menos yo.
Por fin se acercó a la toalla, pensé que para estar un rato conmigo, como debía ser. Pero no, estaba muy equivocado.
—Cariño —me dijo—, vamos a ir preparando la cena. Yo me adelanto con ellos en su coche para ayudar. ¿Puedes llevarme tú las cosas a la tienda? Es que estoy muy mojada y no me quiero constipar, que empieza a hacerse de noche y la tienda pilla lejos…
Con esa mirada de pena me convenció y me pidió que le acercara el vestidito de verano que había dejado en su bolsa. Se lo puso encima del bikini aún empapado, mojando así también el vestido blanco de paso. Se miró y dijo:
—Pues casi que me quito lo de abajo, que se va a mojar todo.
Ni corta ni perezosa se deshizo del bikini, ante mi atónita mirada, quedándose solo con el vestido, con lo cortito que era y tan mojado que estaba que se le transparentaba todo. A pesar de no hacer nada de frío, sus pezones mojados se clavaban contra la húmeda tela del vestido. Sus grandes pechos botaban a cada paso que daba en dirección a nuestros vecinos, que estaban todos boquiabiertos ante la situación.

Les vi caminar hacia el coche y meterse en él, para luego irse derrapando hacia la tienda. Incluso el socorrista se había auto-invitado a la fiesta para no perderse detalle de lo que pudiera avecinarse.
2 – La fiesta
Tras diez minutos de caminata finalmente también llegué a mi tienda, cansado y con un buen cabreo con mi novia por haberme dejado colgado por esos cuatro idiotas.
La ví con ese mismo vestido, y comprobé que aún no se había puesto ropa interior ya que revoloteando de un lado al otro, la faldita se le subía a menudo más de la cuenta. Decía que con ese calor estaba más cómoda de esa manera. Y eso que poco antes decía que empezaba a refrescar. No entendía los cambios repentinos de temperatura que sentía mi novia, para mí era un atardecer caluroso de verano muy normal.
Los cuatro chicos estaban en bañador, con los torsos desnudos, y atendiendo a mi novia como si fuera una princesa. Pero sobretodo se encargaban de que no le faltara algo de beber, puesto que cuanto más bebía más cariñosa se mostraba con ellos.
Los chicos no desaprovechaban ninguna oportunidad para acercarse a ella, abrazarla, y si fuera preciso (que no necesario) darle algún beso cariñoso jugando con ella. Yo no me podía creer que se comportara de esa manera tan confiada e inocente con esos tíos que acababa de conocer. Uno de ellos se puso a tocar la guitarra, mientras el resto preparaban la cena con mi niña.
Yo hice lo único que se me ocurrió en ese momento: darle también a la bebida. Cuando la cena estuvo lista, nos sentamos a la mesa. Era una mesa de camping con bancos incorporados a los lados que habían traído nuestros vecinos. La verdad cabíamos bastante apretujados. Susana no logró sentarse a mi lado y se quedó enfrente, entre dos de los chicos. A mí me tocó en una esquina al lado contrario, junto al socorrista y otro de los vecinos.
El tonteo continuaba en mi cara, cada vez que algún trozo de comida “caía” sobre las piernas de ella, alguno de sus escoltas se apresuraba a recogerlo, tomándose su tiempo también para “limpiar” la mancha ocasionada. Uno de los chicos bromeó diciendo que se subiera la falda del vestido para que no se manchara, lo que ella se tomó en serio. Alegre como iba, dejó su pubis al descubierto unos segundos, antes de que yo la reprobara diciéndole que se tapase.
Luego, uno de los trozos de comida acabó cayendo “accidentalmente” en pleno escote de Susana y uno de los chicos no dudó en recogerlo hurgando con sus manos, y dándose un festín que me dejó alucinado. Yo por entonces iba también algo borracho y cada vez me sentía más lento y torpe en mis reacciones. Cada vez me iba quedando más en un segundo plano, mientras que ella era el centro de atención de esos machos en celo.
En un par de ocasiones me fui a mear a un pino cercano, y tuve que mantener la mirada hacia el grupo para controlar si la cosa iba a mayores. Cada vez que uno de ellos se iba a mear, se le notaba el empalme debajo de la tela del bañador. Ella se los miraba y la verdad no parecía muy disgustada. Uno de ellos, con la excusa de que estaba demasiado oscuro, se puso a mear justo detrás de un arbusto que apenas lo tapaba, dejando su herramienta a la vista de mi novia.
En un momento dado, ella también andaba ya bastante borracha, y necesitó mear. Como los servicios quedaban a unos cien metros, yo, caballerosamente, me ofrecí a acompañarla. Pero ella no quiso y me dijo que podía hacer como nosotros y mear detrás de un pino. Le bastó con subirse el vestido y ponerse en cuclillas.
De repente se puso a gritar y de un salto apareció delante nuestro, aún sujetándose el vestido a la altura de su cintura.
—¡Hay una serpiente o algo ahí que se ha movido! —exclamó histérica.
Yo me cabreé al verla porque dejaba su chochito depilado a la vista de todos, aunque hubiera sido sin querer. Aún así me acerqué a ver si encontraba lo que se había movido, pero ya no vi nada.
—¡Échala cariño que me da mucho asco! —gritó animándome, pero entonces exclamó— ¡Ay…! No aguanto más, se me escapa…
A Susana se le empezó a escapar el pis, que fue resbalando piernas abajo mientras las apretaba la una contra la otra intentando frenarlo sin éxito. Me fijé en los cuatro chicos, que la observaban con la boca abierta mientras ella se meaba encima. Suerte que no llevaba zapatillas y no se le mancharon. Acabó con sus piernas mojadas, con un reguero de orín transparente que partía desde su expuesta rajita hasta un charquito en el suelo bajo sus pies desnudos.
Le dije que mejor fuera a darse una ducha para limpiarse y también para despejarse, que iba muy afectada, aunque la verdad yo iba casi peor. Quise acompañarla pero nuestro amigo el socorrista me hizo sentar e insistió en acompañarla él. Como estaba ya muy oscuro, era mejor que la guiara él ya que trabajaba ahí y se conocía el camino.
Acepté resignado y se marcharon juntos a los servicios. Yo no sabía de qué hablar con los chicos en la mesa, que seguían flipando por lo que había pasado pero no se atrevían a comentarlo conmigo. Me sentí como un incómodo invitado extraño a su fiesta particular.
Tardaban mucho en volver, y de repente se empezó a oír el sonido del agua de ducha cayendo y gritos de Susana a la distancia. Me acerqué como pude a ver qué pasaba. Cuando entré la vi abrazada a él, aún con el vestido pero bajo la ducha, gritando por lo fría que estaba el agua y riéndose. Ellos ni siquiera me vieron.
Él aprovechaba para acercarse a su cuerpo y abrazarla. Sus piernas se entrelazaban y Susana se quedaba completamente inmovilizada cuando él la retenía entre sus brazos. El amigo socorrista intentaba sacarle el vestido y quería ayudarla a limpiarse frotándole sus piernas desnudas. Ella se escurría riendo para que no lo hiciera, pero sin demasiada resistencia.
Cuando al final me vieron tampoco es que pararan de hacer el tonto en seguida, pero sí que acabaron saliendo de las duchas. Yo estaba bastante cabreado, pero demasiado borracho como para elevar una queja consistente. De modo que la cogí de la mano y la llevé de nuevo a la parcela con los vecinos.
Susana, que estaba completamente empapada, se metió en la tienda a ponerse algo seco. Pero bebida como iba se descuidó y no cerró la cremallera para cambiarse. Salió aún más cachonda de lo que había entrado, con una camiseta blanca que le iba pequeña y que se pegaba sus senos como una segunda piel. Abajo una minifalda vaporosa, también blanca, que le llegaba por encima de medio muslo. Parecía que lo blanco y lo corto era el uniforme obligatorio para esa noche.
Por supuesto que no llevaba sujetador, así que enfadado le pregunté si al menos se había puesto bragas. Ella levantó su falda por delante desafiante, para mostrarme delante de todos sus braguitas blancas de algodón. Eran algo infantiles, y las mostraba mientras apretaba sus piernas y se quejaba por mi pesadez.
Yo con una de las peores borracheras de mi vida, decidí al poco rato que la fiesta se había terminado, y que ya era hora de irse a dormir. Mi novia se quejó porque se acababa de vestir, y que si lo hubiera sabido ya se habría quedado desnuda. Pero sea como fuere, al final también decidió que era hora de meterse en la cama. Todos se pusieron muy tristes, pero ella les prometió que pasaría a darles un beso de buenas noches a todos.

Mi chica me acompañó a nuestra tienda, pero con la ayuda de dos chicos que me sujetaron para evitar que rompiera nada debido a mi estado. Al entrar me desplomé enseguida sobre el saco de dormir. Vi como Susana empezaba a desvestirse otra vez, quedándose en braguitas preparada para dormir. Con esa última imagen me quedé inconsciente.
Cuando desperté estaba solo. Miré el reloj y era la una de la tarde. El saco de mi novia no tenía aspecto de haber sido usado, aunque sí que encontré el top y la minifalda de la noche anterior tirados sobre él. Mi cabeza daba vueltas y me dolía horrores. Salí de la tienda para buscar a Susana, suponiendo que estaría fuera preparando algo de comer, pero cuando salí no la encontré. No sabía dónde se encontraba.
Busqué mi teléfono móvil y la llamé. Mi sorpresa fue mayúscula cuando comenzó a sonar desde dentro de una de las tiendas de nuestros vecinos. La noche anterior había estado demasiado borracho para reaccionar, pero esta vez no la iba a dejar pasar, a pesar de la tremenda resaca. Así que agarré un palo del suelo y grité a los de la tienda para que abrieran y ordené a Susana que saliera. Se iba a montar una escabechina.
Tras varias amenazas sin contestación, abrí yo mismo la cremallera, solo para encontrarme la tienda vacía. En ese momento llegaba Susana con sus amigos tomando un café que se había comprado en el bar del camping. Vestía otro vertiginosamente corto vestidito de playa, y bromeaba con uno de los chicos. Me explicaron que habían madrugado para desayunar. Le pregunté a Susana dónde había dormido y me dijo que conmigo, pero que seguro no me acordaba por lo borracho que estaba.
Me dió rabia verlos tan frescos después de lo mucho que habíamos bebido todos, y yo el único con esa resaca que maltrataba mis neuronas sin piedad. Las miradas de complicidad de Susana con esos chicos al insistir que sí que había dormido conmigo en nuestra tienda me dieron rabia. Pero no tuve más remedio que confiar en ella.
3 – La playa
Narra él:
Ese día decidimos ir a la playa todos juntos; mi novia y nuestros nuevos e inseparables amigos. Como éramos cinco, cabíamos perfectamente en su coche, de manera que encima debíamos estarles agradecidos de por vida por habernos llevado. A mí me dejaron ir delante, de copiloto, mientras mi novia se sentaba justo detrás de mi asiento, perdiendo así el contacto visual con ella. El camino fue corto y me lo pasé todo el rato preparando unos porros para los chicos y también para mi novia, que resulta que ahora también fumaba.
Ella se había puesto muy guapa para ir a la playa; un bikini azul oscuro que le sentaba genial y un pareo blanco que se ataba a la cintura. A mi novia le debían estar haciendo mucho efecto los petas, porque no paraba de reírse nerviosa. Uno de los chicos, Nacho, no paraba de bromear con ella. Al llegar me sorprendió que, a pesar de que el viaje en coche fue corto y con pocos baches, mi novia acabó con la ropa descolocada completamente, no solo el pareo, sino también el bikini.
Narra ella:
Me senté atrás con estos chicos tan majos que habíamos conocido. La verdad que me cayeron muy bien y me lo estaba pasando genial con ellos. No parábamos de bromear mientras compartíamos unos porros que mi novio había preparado. Pero entonces algo pasó que me resultó un poco embarazoso; se cayó un cigarrillo bajo mi pareo y Nacho, que no se molestó en preguntar, simplemente metió la mano ahí abajo. Empezó a palpar entre mis piernas y sin querer empezó a tocarme directamente los muslos y la parte inferior del bikini.
Yo le miraba incrédula preguntándome cómo podía tener tal desfachatez. Pero por otra parte, sabía que el chico solo intentaba encontrar su cigarro, así que decidí ayudarle. Me recosté sobre él, apoyando mis brazos en sus fuertes piernas para que tuviera mayor facilidad para encontrar lo que buscaba. Le pregunté si andaba cerca y me dijo que sí, que ya lo había localizado pero que me quedara así para poder alcanzarlo.
En esa posición aproveché para pedirle un porro a mi novio, que me lo puso en la boca y me lo encendió. Menos mal que me tapó la boca con el cigarrillo en ese momento, porque justo Nacho se confundió y sin querer me pasó la mano por toda la rajita, metiéndome un poco el bikini hacia dentro. Me enfadé un poco y le dije que qué hacía. Nacho sin parar de restregar su dedo sobre mi vulvita respondió que el cigarro se había quedado entre las costuras del asiento, y creyó que era por ahí que estaba buscando.
Vaya error, confundirme a mí con el asiento, pero no podía negar que me estaba dando placer, aunque fuera por accidente. Tampoco quería decir nada más delante de mi novio para que no se molestara. A mí me hacía gracia y me entraba la risa por la situación, porque era cómico que confundiera mi braguita con el asiento. Aunque por otra parte, me pude fijar en el bulto que empazaba a crecer bajo su bañador y no quise que la cosa pasara a mayores. Así que me puse bien sobre mi asiento y le dije que ya encontraríamos el cigarrillo cuando llegáramos.
Cuando por fin aparcamos cerca de la playa, nos pusimos a buscar una zona libre lo que resultó sencillo porque estaba casi vacía. Parecía mentira que hubiera tan poca gente, quizá era porque era un lugar un poco más apartado y había que llegar en coche. Además a esas horas, con ese sol de justicia, poca gente se atrevería a pasar por allí.
Nos instalamos en la orilla y uno después del otro todos empezaron a mostrar sus cuerpazos, quedándose solo en bañador. Se pusieron crema ayudándose entre ellos ya que yo me negué a hacerlo. Le pedí a mi novio que me ayudara a mí con la crema, pero el tonto no quiso, ya que parecía un poco enfadado por alguna razón.
Narra él:
Me negué a echarle crema. Llevaba todo el camino haciendo petas para ellos y mi novia pasando de mí. Ahora encima tenía que echarla crema. De eso nada. Al final su gran amigo Nacho se encargó de ponerle la crema. La verdad que lo hizo con gran maestría, sin ninguna prisa y sin olvidarse ningún rincón. La verdad que me estaba poniendo un poco celoso, porque no se cortaba, pero en realidad estaba haciendo un buen trabajo para proteger a mi novia del sol.
Cuando le untaba la crema por la espalda, apoyaba su cuerpo sobre su culito. Luego se la extendió por detrás de las piernas, pasando también por la entrepierna. Como lo hacía tan bien, Susana le pidió que le diera por delante, pasando por la tripa y todo lo demás. Yo me eché la crema solito, que para algo soy ya mayor, y aproveché para descansar un rato mientras ellos terminaban.
Nacho, Carlos y Pedro, que así se llamaba el trío, se pusieron de pie al cabo de un rato y empezaron a insistirle a Susana que se uniera a ellos para darse un baño. Pensaban que lo pasarían mejor si ella los acompañaba, ya que era muy simpática. A ella le apetecía tomar el sol y se mantenía en sus trece con que no iba, pero ellos seguían insistiendo. La conversación se alargó demasiado para mi paciencia, así que sin pensar le dí una patada a la arena a la vez que les decía que eran unos pesados y la dejaran tranquila. Tuve la mala suerte de que la arena fue a parar al vientre de Susana, quedándose completamente impregnada de arena, como una croqueta.
Narra ella:
Con ojos de furia me levanté toda llena de arena. No había manera de estar tranquila tomando el sol en la playa. Ahora me tendría que ir con estos al agua a limpiarme lo quisiera o no. Encima luego tendría que ponerme más crema yo sola porque el capullo de mi novio no me la querría poner. Me fui caminando al agua sin decir nada y con cara de pocos amigos. Nacho, Carlos y Pedro siguieron mi estela y en unos segundos estábamos todos en el agua.
La verdad es que estaba agradable, ni muy fría ni muy cálida. Miré a la arena y ahí estaba el imbécil de mi novio, fumando tranquilamente y dirigiéndose a un chiringuito a comprarse una cerveza o algo. Me lavé bien toda la arena y luego me dirigí hacia fuera para volver en dirección a las toallas. Pero Pedro me paró de un grito para pedirme que me quedara un rato con ellos. No me apetecía mucho, así que empecé a girarme nuevamente para salir cuando de repente Carlos lanzó hacia donde yo estaba un bañador, que se quedó flotando a un palmo de mí.
Nacho salió corriendo para ir a recogerlo, pero viéndome, se quedó parado y me pidió que se lo acercara. Me entró la risa al ver a un chico tan fuerte paralizado ante una chica de mi tamaño. Accedí a llevárselo, me acerqué a él divirtiéndome y, tengo que reconocerlo, fijándome a ver si lograba ver algo. El nivel del agua a mí me llegaba por encima del ombligo, pero a él, al ser más alto, le llegaba bastante más abajo. Podía ver perfectamente su bajo vientre y su negro vello púbico.
Cuando estaba a punto de darle su querido bañador, Nacho alargó la mano para cogerlo, pero yo fui más rápida y me agaché esquivando su mano. Lancé el bañador por detrás suyo hacia donde estaba Carlos. Lo malo es que Nacho, intentando agarrar su bañador, dió un salto al mismo tiempo que se giraba, y olvidando que estaba desnudo, su miembro suelto y a tan poca distancia de mí me golpeó en el pecho. No sé si él se percató, pero yo sí, desde luego.
Nacho fue corriendo hacia Carlos, pero éste me lanzó el bañador de nuevo y me lo escondí detrás de mi espalda. Yo, divertida, le retaba a que viniera a buscarlo. Y vaya si vino. Ya sin el pudor de que le viera desnudo, corrió hacia mí, y como yo sujetaba su bañador detrás a de mi cuerpo, me abrazó completamente intentando alcanzarlo. Llevaba sus manos a mi trasero y me apretaba contra él mientras intentaba arrebatarme la prenda. Noté su miembro restregándose contra mi ombligo, pero yo no me daba por vencida, y seguí pujando.
La verdad que el chico parecía tener dificultades en encontrar su bañador, puesto que por más que buscaba y rebuscaba, sus manos sólo iban a parar a mi culo y mis piernas, ciñéndose más a mí. Su pene, de tanto restregarse contra mi tripa, creo que se estaba poniendo contento porque cada vez estaba más grande, aunque sin llegar a ponerse del todo duro. Estaba como morcillona, aunque su tamaño ya empezaba a darme miedo.
Intenté permanecer concentrada en el juego, cuando de repente tropecé, cayendo lentamente sobre mis rodillas. Mientras caía, su morcillote se restregó por mi tripa, luego mis pechos, y por ultimo por mi cuello y mi cara. Cuando me logré estabilizar sobre mis rodillas, me había quedado con la cara justo fuera del agua, a la altura del pene de Nacho. No se molestó en apartarlo, simplemente se reía mirándome desde arriba, y acariciándome la cabeza con su mano.
La situación se volvió un poco incómoda para mí, así que me incorporé con su ayuda. Pero debido a lo cerca que me agarraba, al levantarme volví a rozar su verga con todo mi cuerpo, desde el cuello, los pechos y el vientre. Volvimos a quedar el uno frente al otro, como antes de tropezarme. Sin embargo, ahora podía notar su pene dando como unos golpecitos sobre mi vientre. Nacho se puso a reír de los nervios imagino, y para cortar la tensión me pidió de nuevo en broma que le devolviera el bañador.
Pero por supuesto que yo volví a negarme, no se lo iba a dar así sin más después de todo eso. Nacho volvió a agarrarme por atrás, jugando e intentando recuperarlo, como antes. Sin embargo, parecía que su estrategia había cambiado un poco. Todavía sentía su gordo pene restregándose contra mí, pero ahora sus manos ya no buscaban recuperar su bañador, sino despojarme a mí del mío.
Metió sus manos bajo la tela de la braguita del bikini y apretó mis glúteos. "Qué forma más rara de quitarme el bikini", pensé. Luego empezó a tirar de ella hacia abajo, a lo que yo me resistí retorciéndome junto a él. Con tanto movimiento, su pene ya estaba completamente duro, y sus amigos le empezaron a aplaudir y animarlo para que continuara “desnudándome” cuando vieron lo que pretendía.
Entre risas, logró bajarme el bañador hasta las rodillas. Con una mano me inmovilizaba contra él mientras que con la otra mano me desnudaba. Yo, la verdad, tampoco es que me opusiera mucho, simplemente me hacía gracia y me reía. Más que nada era divertido negarse y seguir con el juego, y para ser justos él ya iba sin bañador. Lo único que me preocupaba era evitar tocar demasiado su pene, para que no pensara que intentaba aprovecharme de la situación.
Por fin consiguió quitarme la parte inferior del bikini del todo. Intenté recuperarla, pero la mantenía muy arriba con su brazo extendido y no podía alcanzarla. Luego hicieron un corro alrededor mío y se pasaban mi bikini entre ellos. Cada vez que intentaba ir a por uno, saltaba sobre él, normalmente intentando mantener las piernas cerradas, por eso de ir desnuda y tal. Pero a veces sin querer saltaba sobre uno de ellos con las piernas abiertas. De hecho me fue pasando con todos ellos antes o después. Luego sentía un poco de vergüenza porque sin querer restregaba mi chochito desnudo contra sus musculosas piernas mientras intentaba recobrar mi braguita.
Miraba hacia la arena, pensando que mi novio igual querría venir también a jugar con nosotros al agua. Pero parecía un muerto, apenas se movía para beber algo de cerveza o fumarse un cigarrillo mirando al infinito. Mis chistosos compañeros aprovechaban para seguir jugando conmigo. Los que tenía a mis espaldas siempre me daban amistosas palmadas, casi todas en el culito, aunque algunas sin querer se les escapaban y se metían entre la rajita que forman mis glúteos.
En alguna ocasión incluso empujaban más de la cuenta y me caía sobre el que tenía delante de manera indeseada. Por ejemplo me pasó una vez que iba a saltar sobre Nacho, intentando recuperar mi braguita que él sostenía en lo alto, y Carlos, al empujarme por detrás hizo que me cayera hacia delante y su mano resbaló hacia mi coñito por detrás. Esto provocó que yo me abriera más de la cuenta al saltar, casi como si fuera a abrazarlo con mis piernas a su cintura.
Salté de tal manera descontrolada sobre Nacho que perdió el equilibrio y cayó hacia atrás conmigo encima. Tuvo la delicadeza de soltar mi bikini para sujetarme con uno de sus fuertes brazos, mientras que el otro se lo llevó a su pene, seguramente para poder apartarlo y que no se me clavara en mi rajita por error. La verdad es que no fue muy hábil ya que su glande chocó directamente contra mi chochito desnudo.
No entendí muy bien lo que pretendía Nacho, porque con el brazo que me sujetaba me empujaba de las caderas hacia abajo en vez de para arriba. Creo que se había desorientado al perder el equilibrio, pero la verdad podría haber provocado que se me metiera bien su polla. De hecho noté como su glande patinó entre mis labios vaginales, y solo gracias a que me pude girar un poco de lado no llegó a meterse accidentalmente. Por un momento me molesté por lo que podría haber ocurrido. Pero cuando ví su cara de chiste me di cuenta de que no era adrede y me levanté para seguir jugando con mis buenos amigos.
En otra ocasión fui a saltar sobre Pedro y desde atrás me empujaron fuerte en mi culito. Esta vez pasó que el salto me salió más alto de lo calculado y tuve que abrir las piernas para no darle un rodillazo. Yo quedé abrazándome a él para no caerme, mientras él me sujetaba por las nalgas. El pobre no se dió cuenta de que una mano le quedó muy al ladito de mi rajita, y uno de sus dedos quedó acariciándola ligeramente.
Con Carlos también me ocurrió algo parecido, pero en su caso su dedo no quedó apretando sobre mi coñito sino sobre mi ano. Y fue con tan mala fortuna que de hecho me entró un poquito mientras yo forcejeaba con él para quitarle mi bikini. No podía recriminarle tal error, porque era yo la que me apoyaba fuerte contra su mano para impulsarme hacia arriba. De hecho aproveché la situación para intentar tirar de su bañador y así quedara otro de ellos desnudo.
La verdad me resultó sencillísimo robarle a Carlos el bañador, incluso juraría que él me ayudó. Aunque no lo creo, porque qué vergüenza desnudarse frente a sus amigos. Estábamos en el agua, yo sobre Carlos, y él me tenía agarrado de mi culito con su dedo en mi ano. Me había quedado como tumbada sobre él, abierta de piernas. Entonces tiré del bañador hacia abajo, y bajó fácilmente hasta las rodillas. Carlos se puso de pie como pudo mientras yo me quedé de rodillas frente a él, aún sujetando su bañador.
Carlos me miraba desde arriba sonriéndome y yo le sonreía mientras seguía tirando de su bañador hasta llegar a sus tobillos. La verdad es que la situación era un poco embarazosa, porque frente a mi cara, a escasos centímetros, estaba su pene medio dormido. Demasiado gordo, pensé, eso podría reventar a una persona de mi tamaño. Menos mal que estaba en reposo, porque si eso se hinchara…
Mirándole a los ojos le pedí que levantara un pie para poder sacarle el bañador. Él seguía mirándome sonriente. Pasó su mano por mi cara acariciándome la barbilla y acercando un poco su rabo hacia mi carita. Yo seguía sonriéndole, esperando que levantara alguno de sus pies. Su mano pasó de mi barbilla a mi cuello, acariciándome luego la nuca. Sin pensarlo quizá provocó un poco de presión en la misma.
Carlos finalmente levantó uno de sus pies bajo el agua permitiéndome retirar una parte del bañador. Para no perder el equilibrio, su mano se apoyó más fuerte sobre mi nuca. Por supuesto, esto provocó que mi cara quedara más pegada aún a su gordo pene. Quizá demasiado para mi gusto. Como yo estaba mirando hacia abajo en ese momento, no me percaté de que Carlos había llevado su otra mano a su polla, sujetándola por la base. Al elevar la cabeza casi tropiezo con ese monstruo de carne.
Tuve que echar la cabeza hacia atrás para poderle mirar a los ojos, esquivando su miembro. Me puse un poco seria, porque me sentía amenazada y no entendía si era una broma o qué estaba pasando. Él me miraba sonriendo, todavía acariciando mi nuca con una mano y con la otra sujetándosela.
—¡Carlos! —dije seriamente—. Levanta la otra pierna, por favor.
—Sólo con una condición —me dijo tirando de mi nuca.
—¿Qué condición? —me llamaba la atención que se pusiera a pedir condiciones en tal momento.
—Es sencillo, Susanita, simplemente tienes que cerrar los ojos y abrir bien la boca.
Miré extrañada, sorprendida, y la verdad es que divertida. No sabía qué se proponía con todo eso. Pero de esos chicos tan majos no me podía esperar nada más que alguna tontería relacionada con el juego, así que me relajé. Cerré los ojos, y abrí mucho la boca.
En ese momento estaba convencida de que trataría de echarme agua salada dentro de la boca, o algo parecido. Por eso me llevé una gran impresión cuando no noté ningún líquido entrando en ella, sino más bien algo sólido. Sólido, caliente y bastante blandito.
—¡Ostias Carlos, no te pases! —oí decir a Nacho que estaba detrás de mí.
Yo no podía tener la boca más abierta, y sin embargo la tenía completamente llena de esa cosa blandita. Palpé con la lengua y sabía muy salada. Sería algo que había encontrado en el mar, aunque no sabía bien qué era.
Por fin mi boca fue liberada y ahora sí, cayó un montón de agua de mar sobre mi cara y mi boca, aún abierta. Me atragante un poco, pero luego me entró la risa por haber adivinado sus intenciones. Abrí los ojos y ahí seguía mi amigo Carlos, que levantó su otra pierna sonriéndome.
—¿Qué era eso que me has puesto en la boquita? ¡Casi no me cabía! —pregunté mientras le sacaba completamente el bañador.
—Nada Susana, sólo era un pez que he logrado capturar y quería hacerte una broma.
—Pues no he notado las escamas, si te digo la verdad —respondí sonriéndole—. Qué pez más raro y suavecito la verdad.
Me puse de pie con la ayuda de Carlos, que me abrazó bien contra él para que no me cayera al agua. Noté con mis pechos cada bulto de su marcada musculatura, y me sujeté con mis manos sobre sus poderosos antebrazos. Me giré para seguir jugando con los otros, pero él me abrazó, estando yo de espaldas a él. Intentaba escapar, pero claro, él era más fuerte.
Con tanto movimiento no podía evitar restregar mi piel con la suya, también notaba su anatomía sobre mi espalda. Era un chico bastante divertido, la verdad, pero no sé si se daba cuenta de que su gran polla se estaba restregando entre mis nalgas con tanto jugueteo. Pero al fin me liberó de la presa y todo volvió a la normalidad.
Seguimos jugando, ahora con Nacho y Carlos sin bañador, al igual que yo. Así el juego era más justo. Pero entre ellos no se lanzaban los bañadores, solo jugaban a lanzarse el mío. Yo intentaba recuperarlo y siempre acababa cayéndome sobre uno de ellos, puesto que desde atrás no paraban de empujarme.
Algunas veces acabábamos bajo el agua, ellos agarrándome y yo aprovechando para hacerles ahogadillas y vengarme un poco. Me gustaba la confianza que estábamos cogiendo y que nadie se sintiera incómodo por la desnudez, o por el hecho de que a veces mi coñito se restregara sobre sus muslos o sus penes con el movimiento. Quizá otras personas me habrían llamado guarra, pero estos chicos no, parecíamos hermanos.
Aún quedaba Pedro por desarmar y de alguna manera poder sentirme vencedora del juego. Cada vez que le pasaban mi bañador, yo corría hacia él, y con la escusa me tiraba encima y le hacía caer bajo de mí. Entonces intentaba bajar su bañador, aunque me resultó algo difícil porque apenas se dejaba hacer.
—Susana, no sigas que te vas a llevar una gran sorpresa —me decía algunas veces.
Yo no sabía a qué se refería, pero al ser tan curiosa, lo único que él conseguía con esas palabras era alentarme a continuar. Lo de tirar de su bañador hacia abajo no daba resultado, siempre lograba colocárselo de nuevo y vuelta a empezar.
Así que decidí que tenía que cambiar de estrategia. Lo vencería por cansancio. La siguiente vez que me acercara a él me lanzaría sobre su torso, manteniéndome agarrada a él con todo mi cuerpo, y cuando se cansara de mi peso, aprovecharía para robarle su bañador. ¡Era el plan perfecto!
Así hice. En una de las veces en que él tenía mi bikini, corrí hacia su posición. Salté sobre él lo más alto que pude, y me agarré como una lapa sobre su torso. Logré realizarle una presa con mis piernas rodeando su fornido cuerpo, mientras que con mis brazos abrazaba su cabeza. Él se mantuvo de pie todo el rato mientras mis senos quedaron a la altura de su cara. Espero que no le asfixiara demasiado. Él con sus brazos me cogía por la espalda. Estaba segura de que no podría aguantar mucho en tal postura.
Pero me equivoqué. Era un chico fuerte y lo hizo notar. Bajó sus manos hasta mi trasero para sujetarme mejor, mientras que intentaba respirar con dificultad entre mis tetas. Creo que le costaba trabajo, porque tenía que abrir mucho la boca para tomar aire, provocando sin querer que su lengua pasara continuamente por la tela de mi bikini, o directamente por mi piel. Logré bajar mi pie derecho por su espalda hasta la tira de su bañador. Con él comencé a bajárselo. Al fin y al cabo mi plan estaba dando resultado. Sentí una gran alegría.
En ese momento escuché a mi novio llamándome desde la arena, haciendo gestos con la mano para que volviera con él. Pensé que estaría enfadado por algo, así que solté un poco a Pedro dispuesta a terminar el juego e ir a la arena con mi novio.
Sin embargo algo me lo impidió. Carlos se había puesto tras de mí, sujetándome por las caderas y diciéndole a Pedro:
—¡Vamos a hacerle una ahogadilla a nuestra amiga!
Comenzó a tirar de mi cuerpo hacia abajo. A medida que bajaba centímetro a centímetro, mi pie se iba adentrando en el bañador de Pedro haciendo que bajara al mismo tiempo. Carlos también se había pegado a mí por detrás. Me estaban haciendo lo que se llama un sándwich humano; mis amigos eran el pan y yo era la lechuga.
Cuando mi cara estuvo a la altura de la cara de Pedro, vi que ponía una mirada extraña. Me recordaba a la cara que hizo Carlos cuando le quité el bañador. Seguían tirando de mi cintura hacia abajo hasta que algo me hizo parar. Noté cómo un tope que chocaba con mi entrepierna y me impedía seguir bajando.
Pedro se mordió el labio inferior mientras que sus manos apretaron con fuerza mis glúteos, separándolos un poco. Me asusté porque me dí cuenta de qué era lo que había entre mis piernas. Bueno, no solamente entre mis piernas, sino que en ese momento estaba empezando a adentrarse entre mis labios vaginales. Además debía de ser muy grueso, y me pareció que estaba bastante hinchado, porque forzaba la apertura de mi vagina de una forma que no había sentido nunca. Me sentí mal porque en realidad me estaba gustando mucho, y por curiosidad me hubiera gustado saber qué pasaba si me entraba.
Ahora sentía mi chochito muy abierto, y con Carlos empujando hacia abajo me entró unos centímetros más. Tuve que retenerme para no gritar, y no quería que Pedro se pensara que me estaba aprovechando de la situación. Me costó mucho porque me dio mucho gustito cuando noté esa cosota moverse un poco más clavándose en mí. Si me descuidaba iba a acabar entrando del todo. Eso me dió mucho miedo y miré hacia la costa donde mi novio seguía haciendo señas para que saliera del agua.
Con un movimiento de cadera logré elevarme un poco y logré sacar esa dura barra de carne que amenazaba con acabar con nuestro inocente juego entre amigos. Miré a Pedro, que tenía cara de sufrimiento, seguramente por lo embarazoso de la situación. Al fin y al cabo él no pudo evitarlo, y fue mi culpa por haberle bajado el bañador justo en ese momento.
Su pene estaba ahora entre su vientre y el mío, y yo, habiendo evitado la penetración accidental, estaba más tranquila. Aunque no se lo había visto, por la presión en mi vientre adiviné que se trataba también de un pene bastante largo. Sin exagerar, puedo decir que cuando la base de su pene estaba a la altura de mi ombligo, su punta llegaba a tocar mis senos. Recorría todo mi vientre, aunque es cierto que él era bastante más grande que yo.
Carlos siguió empujando por detrás mío hacia abajo, y la situación volvió a tornarse embarazosa, ya que la suave punta de ese monstruo empezó a alojarse entre mis senos. Yo seguía llevando la parte superior de mi bikini, pero al tenerlos tan grandes, el hilo que unía ambas telas quedaba bastante separado de mi canalillo, permitiendo que el pene se abriera camino. Pero al mismo tiempo el bikini hacía presión contra mis tetas, de manera que Pedro debió notar su pene bastante apretujado entre ellas.
Pedro tenía a estas alturas la cara completamente desencajada, seguramente de la vergüenza. Igual me pasaba a mí. Y me temía lo peor, porque si Carlos seguía tirando de mí hacia abajo, sin saber lo que estaba ocurriendo, esa polla iba directa a mi cara.
Al menos mi novio no podía ver qué pasaba desde la distancia, porque el tonto seguro que lo habría malinterpretado y se habría puesto celoso.
Miré hacia abajo, hacia mi escote, y pude ver como la punta de su verga emergía entre mis pechos. Miré a Pedro horrorizada. Menos mal que parecía controlar la situación y me sujetó de ambos brazos para evitar que yo bajara más. Yo me había quedado casi de rodillas frente a él. Lo que pasa es que desde atrás aún intentaban hacerme caer más abajo, mientras Pedro me sujetaba contra él tirando para arriba.
Sin querer estaban haciendo que su pene fuera de arriba abajo al mismo tiempo que mis senos lo estrujaban. Intenté quitarle hierro al asunto, sonriendo a Pedro, dándole a entender que ante todo éramos amigos. No quería que nuestra amistad sufriera por ese tonto incidente. Tampoco quería que se diera cuenta de que, a pesar de todo, a mi me estaba poniendo bastante cachonda. No quería que pensara que era una cualquiera. Era un amigo, y no podía aprovecharme de él sexualmente.
Su barra de carne siguió recorriendo mi pecho rítmicamente durante unos segundos más. Hasta que de repente, todo se paró. Pedro decía palabrotas al cielo, mientras yo notaba que mi cuello recibía húmedas descargas de algo caliente. Miré hacia abajo y vi que el pene de Pedro comenzaba una retirada, volviendo a estar ya blandito.
Parece que se le había pasado el apuro, por fin, y su pene se liberó completamente de la presa a la que yo le había sometido sin querer. Cayó delante de mí jadeando. Carlos, que estaba agarrándome por detrás, pasó su mano por mi cuello, quitándome algo que se me había quedado pegado.
—Susana, he encontrado algo relacionado con el pececito ese que te enseñé antes. ¿Lo quieres probar? —me preguntó Carlos.
—Bueno, si crees que merece la pena… —respondí intrigada y ya mucho más tranquila.
—De acuerdo —respondió carlos—, pues abre bien la boca y cierra los ojitos.
Sonreí mientras hacía lo que me pedía, deseosa de averiguar qué era eso acerca del misterioso pez. Noté sus dedos introducirse en mi boca, con una buena cantidad de una sustancia viscosa y caliente en ellos. Me pidió que lamiera y así hice. Me pidió que tragara, y lo tragué. Intenté saborearlo bien para adivinar qué era, ese sabor me resultaba muy familiar, y de no ser por la sal del agua, creo que lo habría adivinado.
Me acordé de mi novio y rápidamente me dispuse a volver a la arena. Pero entonces Nacho gritó:
—¿¡No te olvidas de algo!?
Me giré y vi a mis amigos en línea uno al lado del otro. El agua les llegaba a los tres por debajo de sus miembros, lo que me permitió verlos todos sin dificultad. Tenían las pollas gordotas y duras, excepto la de Pedro que se había deshinchado. Entonces me fijé que Nacho había puesto mi braguita del bikini de manera que se aguantara sobre su pene erecto.
Que tonta fui, me iba a salir del agua olvidándome de ponerme otra vez el bañador. Me acerqué a Nacho para que me lo devolviera, pero me dijo que lo cogiera yo misma. Encontré la broma un poco de mal gusto, porque al alcanzarlo tuve que rozar su pene con mi mano, cosa que no quería hacer. Pero fue un segundo nada más y ya me pude poner otra vez el bikini para salir.
Pedro también se pudo vestir rápido y acompañarme, pero los otros dos dijeron que necesitaban un momento para encontrar sus bañadores antes de salir. Me pareció muy raro porque los vi que estaban flotando ahí justo a su lado.

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