Todo por una precipitacion

Sentada en la taza del cuarto de baño, Maite miraba con nerviosismo el test de embarazo a la espera de un resultado que confirmara la anterior prueba. No tuvo que esperar mucho para observar cómo aparecía claramente la línea rosa que indicaba que estaba encinta. Resopló, embargada por la emoción, y salió a darle la noticia a su marido.

-Vamos a ser padres – una tímida e intranquila sonrisa se dibujó en su rostro.

Isaac se emocionó. No lo habían buscado, pero había llegado. Una tremenda sensación de ilusión se apoderó de él y, observando a su hermosa esposa, corrió a abrazarla mientras la felicidad se adueñaba de su rostro, otrora turbado. Ese mismo entusiasmo atrapó a Maite, dejándose llevar por el momento más importante de sus vidas. Pasada la treintena, iban a tener su primer hijo.

No fue hasta transcurridas unas horas cuando la mujer embarazada empezó a pensar en lo que había ocurrido tan solo unas semanas antes. Casi un año después de la primera insinuación de Sebas, el joven de 21 años compañero del equipo de fútbol de Isaac, había acabado disfrutando de una memorable sesión de sexo con el chico en la piscina de la majestuosa casa de sus padres, Pedro y Beth, ambos encantadores y amigos de su marido. Sintió un halo de tristeza, mezclado con rabia, por la duda que lo sucedido le instauraba, pero convino que sería muy mala suerte que lo que ahora se gestaba en su interior fuese fruto de aquel polvo adúltero. Aunque desde lo sucedido con Sebas no había mantenido relaciones con Isaac, recordó que el muchacho, muy bien dotado, no se corrió dentro y se convenció de que el embarazo se debía al apasionado último encuentro con su esposo, justo la semana antes del desliz con el veinteañero. 

Isaac desconocía que su mujer le había sido infiel y, aunque la había notado cambiada, era incapaz de sospechar absolutamente nada. Maite, muy a su pesar, se había visto afectada por todo lo relacionado con el apuesto Sebas y eso había hecho mella en su matrimonio. Pero la línea rosa del test de embarazo había transformado a la pareja. Aunque nunca habían estado mal, Maite e Isaac parecían estar mejor que nunca. La noticia de la gestación había disipado las dudas de uno y temores de otro.

No obstante, Maite llevaba unos días dándole vueltas a un asunto. Quería asegurarse de que la llegada del bebé no supondría ningún malentendido con Sebas. Dados los precedentes, no se atrevió a ponerse en contacto directamente con él, así que buscó una excusa para que se encontraran casualmente.

-Isaac, ¿por qué no hablas con Pedro para ir a verlos un fin de semana? Y así les damos la noticia, ¿qué te parece?

-¡Estupendo! Te han caído bien, ¡eh!

-¡Pues claro! Son una pareja majísima. Diles que tenemos una noticia que darles, pero no les digas nada más. Así no parece que queramos ir a gorronear – sonrió, quitándole importancia a los motivos reales por los que quería visitarlos.

-Bueno, aunque quisiéramos ir por el morro tampoco creo que les importara demasiado.

-Ya, pero tú haz lo que te digo de todos modos – insistió Maite.

Isaac preparó el encuentro con el matrimonio que se acercaba a la cincuentena. Quedaron en verse el próximo fin de semana, el sábado, para comer. Así luego tendrían la tarde para disfrutar de uno de los últimos días calurosos de un verano que languidecía.

La intranquilidad que antaño Maite había albergado cada vez que debía encontrarse con Sebas se había convertido en la seguridad de dejarle las cosas bien claras. Todo lo que antes había sentido alrededor del muchacho se había disipado gracias a la enorme noticia de saber que iba a ser madre. Y nada jodería que el padre, Isaac, viviera junto a ella ese momento tan feliz.

-¡Hola, chicos! – les saludó Beth, como siempre, atenta y afable – Me alegra que nos hagáis una nueva visita.

-No mientas, que te mueres de ganas de saber lo que nos tienen que contar – bromeó Pedro.

-De verdad, sois encantadores – Maite les regaló una sonrisa sincera.

-¿Y los chicos? – preguntó Isaac por Sebas y su hermano pequeño, Jaime, los hijos de Beth y Pedro.

-Por ahí andarán – contestó el padre de los niños – Anda, pasad.

Aunque ya lo había visto, Maite no dejaba de impresionarse con el pomposo recinto donde vivía la familia. La pequeña mansión no desentonaba con el ostentoso barrio. Era más que evidente que eran gente de pasta, aunque por el trato tan cercano que tenían nadie lo diría si no vieran el lujo que les rodeaba.

El pequeño Jaime, de 16 años, salió corriendo para saludar a los invitados. El chico era un calco de su hermano mayor. Aunque el muchacho estaba bastante desarrollado para su edad, Maite no pudo evitar sonreír al ver una copia en miniatura del adonis que consiguió seducirla. Siempre había pensado que Jaime era adorable y estaba convencida de que sería un triunfador con las chicas igual que su hermano.

Cuando por fin Sebas hizo acto de presencia, tuvo un saludo frío con Maite, como si no hubiera pasado nada entre ambos. La mujer lo agradeció. Aunque no estaba dispuesta a seguirle el juego como antaño, se alegró de no ver ningún tipo de comportamiento especial hacia ella en la actitud del veinteañero.

Como las anteriores veces que habían quedado, los seis comensales disfrutaron de una comida distendida. Hablaban de diferentes cosas, bromeaban, reían… Pero en esta ocasión el tema estrella fue la noticia de que Maite e Isaac iban a ser padres.

Los anfitriones se alegraron enormemente por la joven pareja y su actitud era fiel reflejo de ello. El brindis que propuso Beth, al que Pedro acompañó con las palabras que hicieron emocionar a la futura madre, demostraba, una vez más, la buena sintonía que reinaba en el ambiente.

Mientras daba la noticia, Maite se fijó detenidamente en Sebas. El muchacho, mostrando su aparente timidez, pareció alegrarse, pero no de forma desmedida. La actitud del chico era bastante tranquilizadora. El pequeño Jaime sí que pareció mostrar una total indiferencia.

Los hijos de Pedro y Beth se habían marchado a sus respectivas habitaciones cuando, tras la comida, las dos parejas salieron al jardín para seguir charlando.

-¿Y qué queréis, niño o niña? – preguntó de forma distendida el dueño de la casa.

-La verdad, ni nos lo hemos planteado aún – respondió Isaac con sinceridad.

-Lo importante es que venga sano – intervino Beth.

-Sano vendrá, porque Isaac está fuertote – bromeó Pedro lanzando un par de puñetazos al aire en dirección a las abdominales de su amigo – Y tenéis suerte de que también será guapo gracias a Maite – la piropeó – porque si de ti dependiera… - se burló de Isaac.

La aludida rio debido al comentario del hombre.

-Cómo eres, Pedro… - le regaló una seductora sonrisa – Si me disculpáis, voy al baño – se excusó levantándose en busca del cuarto de Sebas.

Una vez en uno de los pasillos, maldijo la grandilocuencia de la estancia. Todas las puertas le parecían iguales y le costaba recordar cuál era la habitación del veinteañero. Estaba casi segura de que aquel pasillo era el de los dormitorios de los hermanos, pero no quería llamar la atención así que tenía que arriesgarse y probar suerte sin avisar a nadie para pedir ayuda. Finalmente, precipitándose, abrió una puerta y…

-¡Ostras! Disculpa…

Rápidamente bajó la mirada, ruborizada, tras pillar a Jaime estirado sobre su amplia cama, masturbándose.

-Espera, Maite… - el joven llamó la atención de la hermosa mujer cuando se disponía a marcharse – Que sepas que estaba pensando en ti.

Aquella inesperada confesión pilló por sorpresa a la treintañera tía buena que, instintivamente levantó la mirada, sin poder evitar una leve sonrisa que se tornó en una inevitable mueca de satisfacción al ver la enorme polla que Jaime no había dejado de acariciarse.

-Yo no he estado aquí – le guiñó un ojo – Te dejo terminar tranquilo… - concluyó sin poder evitar una risa nerviosa.

Tras echar un último vistazo rápido al miembro del menor de edad, Maite se retiró definitivamente. Inmediatamente pensó en Sebas. Aquella más que considerable verga del pequeño de la familia le recordó a la descomunal polla de su hermano. “Menuda estirpe. ¿Cómo la tendrá el padre?” caviló sin poder evitar una sonrisa maliciosa. Lo cierto es que todos los hombres de la casa eran altamente atractivos.

Debido al tiempo que había perdido y a lo que había visto, decidió anular la misión de encontrar a Sebas para hablar con él y volvió al jardín donde la conversación no se había diluido. La mujer de Isaac se reincorporó a la misma sin problemas, convencida de que, debido a la actitud que le había visto, el joven con el que había tenido una excitante aventura no sería ningún problema.

Maite estaba contenta. Habían pasado un día agradable con una compañía excepcional, había vuelto a ver a Sebas sin que saltara ni una sola chispa y había descubierto que su embarazo no le había hecho perder ni una pizca de su atractivo. Aún sonreía al recordar a Jaime masturbándose pensando en ella.

Hacía demasiado tiempo que no tenía sexo con Isaac. Todo lo que había sucedido con Sebas le había hecho estar reticente con su esposo, pero ahora todo había cambiado, quería volver a hacer el amor con su amado compañero de viaje.

Isaac ya estaba acostado cuando Maite entró al dormitorio. Lo hizo ataviada únicamente con un conjunto de sostén y tanga a juego, de color azul, sencillo pero elegante. El estilizado cuerpo de la mujer se movió con gracia, sensualmente, provocando una erección que el hombre intentó disimular.

-¿Por qué te tapas? – le preguntó melosamente.

-No quiero que te sientas obligada… - quiso ser comprensivo con ella, por todas las otras veces que su esposa le había puesto alguna excusa en los últimos tiempos.

Maite acarició el bulto que alzaba la sábana, manchando la tela debido a las humedades del excitadísimo hombre.

-¿Obligada? Llevamos demasiado tiempo sin…

-Me estaba matando a pajas – la hizo reír.

La mujer retiró la sábana que tapaba a su esposo y descubrió su desnudez.

-¿Estabas desnudo, guarro? – sonrió.

-Pensaba masturbarme – confesó observando el pícaro rostro de su esposa.

Ella comenzó un suave vaivén a lo largo de los erectos 15 centímetros de polla, haciendo gemir de placer a Isaac, que se retorcía bajo la sabia mano de su mujer. Aunque habitualmente tenía mucho aguante, el hombre se corrió tras un par de minutos.

-¿Ya? – se extrañó Maite.

-No sé – se avergonzó él – Supongo que te tenía muchas ganas después de tanto tiempo… - se excusó.

-¿Y yo qué? ¿Te espero? – le preguntó si sería capaz de un segundo asalto.

-Tócate mientras me recupero…

Maite le hizo caso. Quería follar, le apetecía, pero si su marido no estaba listo pensaba hacer volar su imaginación como tantas otras veces y darse el placer que ambicionaba recibir. Se esforzó en no pensar en Sebas.

Sin quitarse la braga, introdujo una mano, acariciándose el caliente y húmedo coño. El roce de sus dedos a lo largo de sus sensibles labios vaginales le hizo soltar los primeros gemidos. Pensó en su marido, se lo imaginó recuperando su erección y follándosela salvajemente, pero abrió un ojo para observarlo y vio que el pene flácido seguía sin reaccionar. Eso le bajó ligeramente la libido.

Ante la atenta mirada de Isaac, con la otra mano, retiró una de las copas del sostén, liberando uno de sus rollizos senos. Se acarició el pezón para acabar pellizcándolo. Un leve gritito ahogado salió de su garganta. Quería polla y, si su marido no estaba a punto, se imaginaría la de otro. “Una grande” pensó, pero conscientemente desechó la de Sebas. Mas, instintivamente, recordó la buena herramienta del hermano pequeño. Una traviesa sonrisa se dibujó en su rostro al recordar la gruesa polla rodeada por la mano del niño. Estaba alcanzando cotas de excitación altísimas cuando…

-Ya estoy listo, cariño – la interrumpió su marido.

Con un cierto regusto amargo por haberle descentrado de la fantasía, Maite se olvidó del pequeño Jaime y se concentró en su esposo. Isaac se deshizo del tanga de la mujer y acercó su nuevamente tiesa verga a la entrada de la fémina. Comenzó a penetrarla.

En esta nueva ocasión el hombre alargó el acto sexual como en él era habitual. Maite sospechó que la paja anterior también había ayudado. Se preguntó si su marido estaba perdiendo facultades. Aunque no había sido el mejor polvo que habían echado, la mujer quedó satisfecha. Había llegado al orgasmo y no tuvo la necesidad de volver a pensar en el mocoso de Jaime. Sin embargo, le quedó la curiosidad de hasta dónde habría llegado su imaginación si su marido no la hubiera interrumpido. Lo cierto es que se había puesto bastante cachonda pensando en la paja que el crío le estaba dedicando. Para su tranquilidad, aquella idea no volvió a rondar por su cabeza.

Los meses habían pasado y el embarazo de Maite llegaba a su fin. Todo había ido perfecto, sin ningún contratiempo. En unos días saldría de cuentas y daría a luz al bebé que tanto anhelaban y conocerían, por fin, el sexo de la criatura.

-¿Cómo te encuentras? – se interesó Isaac al llegar a casa después del trabajo.

-Cansada.

-Pronto habrá terminado todo – se acercó a ella, acariciándole la enorme barriga – Estás preciosa – se sinceró observando el rostro de su bella mujer, más hermosa si cabe debido a su estado.

-Soy muy feliz – Maite sonrió debido a las atenciones de su marido – Te quiero – confesó con pasión.

-Yo también te quiero.

El ardiente beso y las caricias de Isaac aumentaron las pulsaciones de Maite. Aunque durante los meses de embarazo habían hecho el amor de forma esporádica, en las últimas semanas no se habían acostado debido al cansancio general que sentía la futura madre. La mujer creyó que se había excitado demasiado, pero cuando notó las humedades deslizándose por sus muslos, se dio cuenta de que se había puesto de parto. Había roto aguas.

Los padres primerizos corrieron al hospital donde tuvieron una preciosa niña. El alumbramiento fue rápido, sin cesárea. La pequeña Lucía nació sana y era la viva imagen de su madre. Maite e Isaac habían formado una familia y se sentían pletóricos. Creían que sus vidas no podían ser más agraciadas.

Durante el día y medio que Maite estuvo ingresada recibieron visitas de todo tipo. Amigos, familiares, compañeros de trabajo… Poco antes de que les mandaran para casa, aparecieron Beth y Pedro, acompañados de sus hijos.

-¿Cómo está esa hermosa madre? – preguntó el maduro padre de familia con alegría.

-Ahora está dormida, descansando un poco antes de que nos den el alta – contestó Isaac.

-¿Y la pequeña? – se interesó Beth.

-Ahí está.

-¡Oh! Qué guapa… - se entusiasmó la mujer de Pedro.

-Menos mal que ha salido a la madre – bromeó el cuarentón, sin dejar de ser sincero.

-¿Habéis visto a la niña? – Isaac se dirigió a Sebas y Jaime.

-Sí, muy guapa. Tu mujer está bien, ¿no? – se interesó el hermano mayor, fijándose detenidamente en la atractiva treintañera que se había follado casi nueve meses antes y ahora descansaba plácidamente sobre la cama del hospital.

-Sí, ha ido todo perfecto. La verdad es que ella no ha sufrido nada. La niña ha salido prácticamente sola.

-¡Qué bien! – intervino Beth – Ya verás entonces cómo le va a quedar el cuerpo perfecto.

-Eso dice ella, pero yo la chincho diciéndole que no volverá a despertar pasiones.

Las risas comenzaron a ser demasiado estridentes para el lugar y la situación en la que se encontraban así que Isaac les invitó a tomar un café para no molestar a Maite y dejarla descansar. Sebas se ofreció a quedarse por si pasara algo.

La madre primeriza empezó a desperezarse. Al abrir los ojos comenzó a distinguir, de forma borrosa, una silueta conocida. Notó cómo el corazón se le aceleraba al darse cuenta de que el guapísimo Sebas la observaba con detenimiento. Sin duda, no se esperaba despertar y encontrarse con esa estampa.

-¿Has dormido bien, preciosa?

-Sí. ¿Qué haces aquí?

-He venido con mis padres. Han ido a hacer un café mientras te despertabas.

-Y tú te has ofrecido a quedarte conmigo… - le reprochó.

-Sí.

Maite entró en pánico. Como había hecho con anterioridad, ¿sería Sebas capaz de volver a insinuarse, esta vez en un hospital, con su hija recién nacida ahí al lado? Esperó que no lo hiciera y, en cualquier caso, se armó de valor para pararlo convenientemente si intentaba cualquier cosa.

-Escucha, tú y yo tenemos una conversación pendiente… - Maite aprovechó la ocasión, pero en seguida los interrumpieron.

-Sebas – intervino su hermano pequeño – dicen los papas que vayas un momento.

-Hola, Jaime – saludó Maite, ligeramente molesta por la inoportuna aparición del pequeño de los hermanos.

-Hola – le devolvió el saludo mientras Sebas se alejaba en busca de sus padres.

La mujer se quedó observando al joven que parecía retraído, con la cabeza agachada mirando el suelo. Supuso que no se esperaba quedarse a solas con ella en esa situación y se encontraba incómodo.

-¿Qué, sigues pensando en mí? Ya sabes, cuando… - le preguntó sin ninguna intención, de forma jocosa, para relajar al muchacho que parecía estar muy tenso.

Jaime alzó la cabeza, mirándola directamente, y dibujó una sonrisa de pillo.

-Solo al final, cuando me corro.

Maite alucinó. No se esperaba esa respuesta en absoluto. Pensó que el mocoso no se atrevería a soltarle una grosería, pero lo había hecho. Mas no estaba dispuesta a dejarse amilanar por un crío.

-Vaya, es todo un honor… – sonrió con picardía.

Pensaba sacarle los colores cuando el resto de la visita volvió de tomar café. Beth y Pedro saludaron efusivamente a la madre primeriza y comenzaron una amena conversación sobre cómo había ido el parto, que derivó en el tema bebés y todo lo que los rodea.

Al llegar a casa, Isaac estaba intranquilo. No sabía cómo reaccionaría su mujer al encontrarse por primera vez a solas con la recién nacida sin la ayuda de las enfermeras o las visitas. Lo cierto es que hasta ahora estaba siendo una madre ejemplar, parecía haber nacido para ello.

-Ya se ha dormido – Maite entró al salón donde su marido miraba la tele.

-Es un cielo de niña.

La madre no le contestó, se sentó junto a su esposo y buscó su calor, acariciándole el vientre y arremolinándose contra su cuerpo. Maite introdujo la mano dentro del pantalón de Isaac, sorprendiéndolo.

-Creo que hay que celebrarlo – sonrió ella con picardía, mientras comenzaba a masajear el pene de su hombre.

Entusiasmado por la efusividad de su esposa, Isaac se dejó hacer. Relajado, disfrutó de la paja que se convirtió en una dulce mamada. Observó el cuerpo de su mujer y convino que el embarazo no lo había estropeado en absoluto. “La cabrona sigue teniendo un cuerpazo” caviló. Esa idea le excitó más todavía y comenzó a bramar mientras eyaculaba, empezando a escuchar los llantos de la niña, que se había despertado al oír los gemidos.

Maite se apartó de su marido con la cara llena de semen. Aturdida, oyó a la recién nacida llorando, pero no supo reaccionar. No podía ir a atenderla con la cara manchada, así que mandó al padre. Mientras Isaac se alejaba, ella se quedó pensando cómo era posible que se hubiera acordado de Jaime justo en el momento en que su marido le pintaba el rostro. Maldijo el no poder evitar sentirse adulada por los deseos del joven de 16 años de correrse pensando en ella.

La pequeña Lucía resultó ser una niña buenísima. Dormía toda la noche del tirón, se alimentaba sin problemas de los pechos de su madre y respetaba los horarios a rajatabla. Los padres estaban súper contentos en ese aspecto. Con tan solo unos meses de edad podían ir con ella a cualquier sitio, pues apenas lloraba y siempre sonreía. Parecía un bebé muy alegre.

Había pasado casi un año desde que se enteraron que iban a ser padres cuando, en pleno verano, Beth llamó a Maite para invitarlos a pasar el fin de semana en su casa. Tras hablarlo con Isaac, la pareja treintañera aceptó la invitación.

La mujer estaba bastante tranquila. Había visto dos veces a Sebas desde que se liaron y en ambas ocasiones no había pasado nada entre ellos. Por otro lado, no le daba mayor importancia a los insignificantes escarceos con el hermano pequeño. Ya casi ni se acordaba del par de veces que había pensado en Jaime en momentos puntuales mientras mantenía relaciones con su esposo.

Llegaron a la casa de Beth y Pedro el sábado por la mañana. La idea era quedarse allí esa noche y volver el domingo después de comer. Aprovechando el buen tiempo podrían disfrutar de la piscina particular, la misma en la que Maite le puso los cuernos a Isaac con Sebas. Solo había sido infiel esa única vez, pero volver al lugar de los hechos no le hacía ninguna gracia. No obstante, aquello ya estaba más que superado así que no le quiso dar más importancia de la que tenía.

-¿Dónde está la pequeña? – preguntó Beth con un entusiasmo desmedido.

-Siempre quiso tener una niña – aclaró Pedro.

-Pues nada, este fin de semana te encargas tú de ella – bromeó Maite.

-No se lo digas dos veces… - añadió el hombre maduro.

Beth alzó la mirada, ilusionada, y observó a la madre de la pequeña Lucía.

-Tú despreocúpate de la niña, que si quieres descansar yo me encargo de todo.

-Si es muy tranquila – intervino Isaac – Apenas nos da problemas.

Los cuatro se quedaron mirando al bebé. Lucía sonreía, alegre.

-Está bien. Si no es compromiso y te hace gracia… hay que cambiarla – bromeó Maite, provocando las carcajadas del resto. La pequeña, de pocos meses de edad, se unió a las risas.

Sebas estaba fuera el fin de semana. Aunque Maite se había olvidado del asunto, pensó que estaba siendo imposible tener una charla con el muchacho. Decidió dejarlo estar. Esa conversación ya no tenía sentido.

El que sí pasaría el fin de semana con ellos era Jaime. Como estaba de vacaciones tampoco paraba mucho por casa, siempre por ahí con los amigos, pero al menos sí estaría para las comidas y por la noche.

Antes de que los comensales se pusieran a la mesa, le tocaba comer a la niña. La madre se colocó en un rincón apartado del salón para amamantarla. Se sacó uno de los pechos y acercó el bebé. Instintivamente, la pequeña comenzó a mover los labios hasta que entraron en contacto con el oscuro y abultado pezón.

Maite se sobresaltó al alzar la vista y encontrarse con Jaime, de pie, observándola fijamente.

-¡Por dios! Menudo susto me has dado…

-Lo siento – balbuceó sin dejar de mirar el majestuoso seno del que se alimentaba el bebé.

-¿No sabes que es de muy mal gusto fijarse en una madre que está dando el pecho a su pequeño? – le recriminó.

-Bueno, tú me viste a mí también…

-No es lo mismo – se comenzó a enfadar – Yo te pillé sin querer y…

-Yo acabo de salir de mi cuarto y te he pillado aquí sin querer – la interrumpió.

A Maite le hizo gracia la inocente expresión del muchacho.

-Está bien – concilió – pero ya está, ¿no? Ya me has visto. No hace falta que sigas. Me haces sentir incómoda – le sonrió, no queriendo resultar muy adusta.

-Tienes unas tetas preciosas.

Ahora Maite no pudo evitar reír. El chico parecía muy inocente. Debido al movimiento provocado por la risa, Lucía perdió el contacto con el pezón de su madre y movió los brazos en señal de protesta. El rollizo seno, la extensa aureola y el encarnecido pezón quedaron a la vista de Jaime, que se quedó boquiabierto ante aquella deslumbrante visión.

-¿Es la primera que ves? – sonrió Maite con malicia al ver la reacción del jovenzuelo.

El chico gesticuló con la cabeza, provocando nuevamente las risas de la treintañera. Se sentía poderosa, con la situación más que controlada. ¿Cómo podía ser tan diferente al hermano? Sebas era todo un mujeriego, un atractivo veinteañero que salía de fiesta y siempre acababa acostándose con la más guapa. Sin embargo, Jaime parecía un inexperto adolescente, virgen y timorato. Pero era tanto o más guapo que el hermano mayor.

-Está bien – dijo al fin la mujer – Toca cambio de pecho. Quédate y échale un vistazo, pero luego te marchas y me dejas seguir dándole de comer. ¿De acuerdo?

Jaime volvió a contestar con un movimiento de cabeza. Excitadísimo, observó cómo Maite separaba a la niña, dejándole ver completamente el seno descubierto antes de subirse la copa del sostén para taparlo. La mujer se dirigió a la otra teta, liberándola del sujetador y dejándola caer para mostrársela, mientras botaba debido al gesto, al joven menor de edad. La madre acercó el bebé al pezón y, cuando la niña comenzó a tragar, con la mirada, le indicó a Jaime que se marchara. El muchacho, disimulando la erección, le hizo caso.

Tras la comida de los mayores, dispusieron darse un baño en la piscina. Para sorpresa de sus padres, Jaime decidió quedarse un rato antes de irse con sus amigos. Normalmente el más joven de la familia salía escopeteado nada más terminar de comer, pero esta vez fue diferente.

Maite estaba dentro del agua dándose un baño con la pequeña Lucía cuando Jaime hizo acto de presencia. La inexperta madre se fijó en el muchacho. Aunque ya lo había visto con anterioridad, no había caído en lo desarrollado que estaba su cuerpo. Tenía una espalda ancha, unos pectorales marcados, una ligera tableta de chocolate en las abdominales y unos jóvenes bíceps bien definidos. El niño estaba muy bueno. Sin previo aviso, el adolescente se lanzó al agua de cabeza, en un gesto que a Maite le recordó a Sebas.

-¿Sacamos ya a la niña? – se preocupó el padre de la criatura.

-Sí – la madre se acercó al borde asiendo a Lucía, que movía brazos y piernas alegremente – Ponle un poco más de crema y que esté a la sombra.

-¡Ay! Déjamela a mí – se ofreció Beth, con ganas de cuidarla.

-Está bien – sonrió Maite – Ahí va – alzó a la pequeña.

Beth la cogió por debajo de los hombros y la madre primeriza le dio un último impulso agarrándola del tierno trasero.

-¿Yo también puedo tocarte el culo? – cuchicheó Jaime a la mujer que le acompañaba en el agua.

Maite se sorprendió por el atrevimiento del muchacho y decidió jugar un poco con él.

-En el agua está permitido – giró el rostro un instante para sonreírle, recordando la metida de mano que Jaime le había pegado el verano pasado en la playa mientras Isaac, Sebas y él mismo jugaban a zambullirla en el mar.

Envalentonado, Jaime acarició levemente la cadera de Maite, desplazando la mano hasta alcanzar la nalga de la treintañera. A ella no le pilló por sorpresa y no pudo evitar una leve sonrisa debido al atrevimiento del muchacho. Isaac, que la estaba observando, le devolvió la sonrisa, pensando que era para él.

De repente, el gesto de Maite se convirtió en una mueca de desagradable sorpresa. La mano de Jaime se había desplazado hasta la raja del culo y ahí había hundido la tela del bikini para entrar en contacto con el ano de la madre de Lucía.

-¿Va todo bien? – se preocupó Isaac al notar el cambio de expresión de su mujer.

-Sí, no te preocupes – mintió para no descubrir lo que estaba pasando.

Maite, con disimulo, retiró la mano del chico que le estaba masajeando el esfínter, pero Jaime la llevó hasta la parte interna de uno de los muslos de la tía buena y allí se quedó, acariciándola. Ella pensaba dejarlo hacer si no se sobrepasaba, pero el niño comenzó a subir a través de su pierna peligrosamente. Isaac seguía observándola así que no podía reaccionar de forma extraña si no quería hacerle sospechar. La mano de Jaime había alcanzado la ingle y jugueteaba con la tela que cubría el sexo de la mujer.

¿Cómo se le había vuelto a escapar una situación así de las manos? Estaba convencida de que podía controlar al inexperto muchacho sin problemas, pero el chico se las había ingeniado para tenerla maniatada, echándole un morro que no sabía que tenía. Entonces, se le ocurrió:

-Cariño, ¿por qué no te vienes al agua con nosotros? – le pidió a su marido, con el propósito de disuadir las intenciones del mocoso.

Pero el adolescente, desesperado ante el temor de perder una oportunidad como aquella, reaccionó precipitadamente, desplazando uno de sus dedos a través de la tela del bikini, rasgando el sexo de Maite.

-¿Ahora? No me apetece. Ya te hace compañía Jaime – sonrió sin percatarse en absoluto de lo que estaba pasando.

-Ya basta – Maite, volviendo a girar el rostro ligeramente, pidió clemencia al chico, entre susurros.

Pero el menor de edad la ignoró, retirando la prenda de la mujer a un costado y entrando en contacto directo con los labios vaginales de la esposa de Isaac. Maite sabía que había alcanzado un punto de no retorno. El enfado con su marido por no venir en su auxilio se convirtió en agradecimiento por permitir que aquel recóndito dedo se introdujera en su interior, masturbándola.

Isaac había dejado de mirarla, pero ahora ella no quería salir del agua. Sin decir nada, abrió ligeramente las piernas, permitiendo que el pequeño Jaime se aventurara a introducir un segundo dedo. Maite sumergió una mano bajo el agua, llevándola hasta su sexo. Acompañó la penetración del chico con un masaje en el clítoris. Se corrió en seguida, sin dejar de observar la estampa que tenía a la vista.

Pedro e Isaac charlaban de sus cosas y Beth jugueteaba con Lucia, haciéndola reír, mientras Maite ahogaba las ganas de gemir debido al gusto por el orgasmo que Jaime le había provocado. Extasiada, con el corazón aceleradísimo y casi mareada por la locura cometida, se giró para reprocharle al niño lo sucedido, pero no pudo. Iluminado por los rayos del sol que se reflejaban en la piscina, el chico de 16 años le pareció tremendamente atractivo y excitante. “¿¡Qué coño tiene esta maldita piscina!?” se enfureció consigo misma.

-Será mejor que te vayas – le soltó finalmente en voz baja, incapaz de regañarle.

El muchacho adoptó su pose de timidez y le contestó:

-Ahora no puedo.

Maite se imaginó que la empalmada del muchacho debía ser demasiado evidente y no pudo evitar reír a carcajadas.

-¡Qué bien os lo pasáis por ahí! – gritó Isaac para hacerse oír.

Intrigada, Maite alargó el brazo, entrando en contacto con el bañador del chico. Bajó la mano y acarició el durísimo falo ante la cara de sorpresa de Jaime.

-Hemos quedado que bajo el agua vale todo, ¿no? – le sonrió con picardía – Anda, cuando se te baje el hinchazón te vas y aquí no ha pasado nada – le soltó el tieso paquete.

De repente, Isaac apareció junto a ellos.

-¿Qué hacéis? – se interesó mientras introducía los pies en el agua - ¡Qué fría!

-Nada – Maite se separó del chico rápidamente – Estábamos charlando sobre cosas del colegio de Jaime – soltó lo primero que pasó por su cabeza.

-¿Jaime hablando de los estudios? – se extrañó - ¡Anda ya! No me lo creo – e ignoró el tema, sin darle ninguna importancia, incapaz de sospechar nada de lo que había ocurrido.

Cuando el hijo pequeño de Beth y Pedro se hubo tranquilizado, salió de la piscina y se fue en busca de sus amigos como siempre hacía en los días estivales. El resto de la tarde pasó sin mayores sobresaltos en la majestuosa casa del maduro matrimonio.

-¿¡Qué dices! que has tocado tu primer coño…? – los amigos de Jaime se reían a carcajadas.

-Sí, a la tía buena que me pilló haciéndome una paja.

-No te lo crees ni tú – se burlaron de él.

-A ver – intervino otro – si es verdad, ¿por qué no te la has follado?

-No es fácil. Estaba su marido. Y mis padres. Y su hija.

Nuevamente risas burlescas entre los amigos del joven de 16 años.

-Tío, eres un mentiroso. Si esa tía está tan buena como dices no creo que se dejara hacer lo que nos has contado.

-Es verdad – insistió, queriendo dejar de ser el mojigato que aún no había estado con ninguna chica.

-Vale, está bien – intervino el que parecía ser el cabecilla del grupo – Si es cierto lo que dices, tíratela.

-¡¿Qué?! – Jaime se asustó, se veía incapaz de conseguir semejante hazaña.

-Vamos… si ya has hecho lo más difícil.

-La habrás dejado cachonda como una perra… - soltó otro.

-No sé…

Nuevamente se rieron de él.

El dormitorio de invitados era sumamente enorme, más grande que la habitación de matrimonio de la casa de Maite e Isaac, que ya se habían acostado.

-Menuda choza… - soltó el padre de la pequeña que dormía plácidamente en su cuna.

Maite sorprendió a su marido abrazándolo por la espalda, haciéndole sentir su cuerpo en pleno contacto con el de su esposo. Una mezcla de culpabilidad y sexo insatisfecho le hacían desear echar un polvo con Isaac.

-¿Qué haces? – se extrañó él.

-Solo un poquito…

-¿¡Qué dices!? No lo vamos a hacer aquí.

-Vamos… no me digas que no te pone hacerlo fuera de casa…

-¿Y qué quieres, despertar a la niña?

-Lo hacemos en silencio…

-No – fue tajante.

-Joder… - Maite se dio por vencida y se giró, dándole la espalda, frustrada.

-No te has enfadado, ¿verdad? – se preocupó Isaac.

¿Cómo se iba a enfadar con él? Estaba enfadada consigo misma, por haber vuelto a dejar que pasara. “Malditos hermanos”, pensó antes de cerrar los ojos e intentar conciliar el sueño.

Tras la tranquila noche, amaneció nublado. Un día desapacible que auguraba una buena tormenta. Durante la mañana se fueron despertando y levantando los diferentes integrantes de la casa. Maite había notado el comportamiento extraño de Jaime. No dejaba de mirarla y retiraba la vista cuando ella le pillaba. Intentó no darle más vueltas al asunto y deseó que el día pasara rápido para volver a casa y olvidarse de lo sucedido.

Como el día anterior, antes de la comida y en el mismo discreto rincón del salón, la madre de Lucía se dispuso a amamantar al bebé. Jaime no tardó en aparecer.

-¿Se puede saber qué haces otra vez? – le reprochó con cierto mal humor – Creí que ayer quedó claro que mirarme mientras le doy el pecho no está bien.

El chico la ignoró y se acercó a la madre primeriza. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, le dio un pico.

-¡Jaime! – alzó la voz, descolocada, para en seguida bajarla nuevamente – Escucha, sé que estás confundido por lo de ayer…

-No es eso…

-¿Qué ocurre entonces? ¿A qué ha venido ese beso?

-Mis amigos…

-¿Se lo has contado a tus amigos? – se alteró – Ay, madre…

-Se ríen de mí porque aún no…

-Así que es eso… - empezó a comprender el comportamiento del chico - ¡Claro! Seguro que ellos son todos unos expertos – ironizó.

-Me han dicho que después de lo de ayer, podía follar contigo.

Maite no pudo evitar reír. El menor de edad tenía unas salidas tan inocentes como graciosas.

-Pues no, no puedes. Tus amigos están equivocados.

-Pero si no lo hago… se reirán de mí.

Maite se quedó pensativa. Los niños a ciertas edades podían llegar a ser muy crueles. Aunque no le hacía mucha gracia que Jaime fuera por ahí presumiendo de haberle masturbado y, menos aún, de algo que no había sucedido, pensó que no era tan grave.

-Pues diles que lo hemos hecho. Diles que te has acostado conmigo – le sonrió mientras separaba a Lucia del pecho, mostrándoselo nuevamente al muchacho sin ningún pudor, y cambiaba de seno, tal y como hizo el día anterior.

-No se lo creerán…

-Joder, qué amigos más desconfiados – sonrió, divertida con la conversación.

Caviló unos instantes. Ella tampoco se lo creería. Toda una mujer atractiva, con una vida madura, casada y con una niña, ¿acostándose con un niño virgen de 16 años? Era algo increíble por muy mono que fuera el chico.

-Necesitaría una prueba.

-¿Una prueba? ¿Qué tipo de prueba? – preguntó intrigada.

-¿Una foto, tal vez?

Nuevamente, carcajadas de Maite.

-¿Qué clase foto? ¿No te valdría con un tanga mío? – sonrió, perdidamente encariñada con el tímido muchacho.

-Se pensarían que lo he robado.

-¡Maite, ¿cómo lo llevas?! – gritó Beth desde la cocina – ¡Esto ya está listo!

-Bueno, después de comer miramos qué podemos hacer – soltó la mujer de Isaac, dando por concluida la conversación con Jaime.

-¿Te he dicho ya que tienes unas tetas cojonudas? – insistió el chico al ver cómo la madre de Lucía dejaba de alimentar a la pequeña y le mostraba nuevamente el abultado seno antes de cubrirlo con el sostén.

-¡Ya voy! – contestó Maite a Beth, mientras sonreía a su tierno hijo pequeño.

Durante la comida hablaron del mal tiempo por culpa del cual no podrían volver a la piscina. Isaac propuso marchar a casa después de comer para llegar con hora de ver la final de la Supercopa de España de fútbol, pero Maite le convenció para que aprovechara y se quedara a ver el partido con Pedro.

Debido a la lluvia, Jaime no pudo quedar con los amigos y se quedó en casa, ansioso por ver si Maite le proponía algo, tal y como le había insinuado. Sin embargo, la mujer estaba atareada con la niña pequeña que no paraba de llorar por culpa de los truenos.

-¿Quieres que me ocupe yo de ella? – le propuso Beth – Tú descansa – la vio algo preocupada.

-Es la primera vez que la veo así. Normalmente nunca llora.

-Bueno, es normal, tranquilízate. Es por el ruido de la tormenta.

Agradecida, Maite le pasó la niña a Beth. Lucia pareció calmarse.

-¡Joder! Voy a tener que contratarte para los días que tenga berrinche – sonrió la madre del bebé, más tranquila al ver como su hija dejaba de llorar.

-¿Contratarme? ¡Si yo estoy encantada! Ojalá se quedaran siempre con esta edad, luego se hacen mayores y… - miró a su hijo, que estaba observándolas, expectante.

-Si tienes un cielo de niño – rio Maite.

-Un trasto es lo que es.

-¡Anda ya! – se quejó la mujer de Isaac, dirigiéndose al aludido – Ya que tú me cuidas a la mía, yo me encargo del tuyo – sonrió con amabilidad.

-Te lo cambio – rio Beth viendo cómo Maite y Jaime se alejaban.

-¿Qué has pensado? – preguntó Jaime, nervioso.

-La foto no saldrá de tu poder, ¿no? – se quiso asegurar.

-No, no. Claro que no – pretendió parecer convincente.

-Está bien. Pues si no te importa desnudarte delante de mí… ya sé lo que vamos a hacer.

Jaime no pudo evitar una sonrisa mezcla de ilusión y satisfacción.

-Vale, pero vamos al cuarto de mi hermano. Así seguro que nadie nos interrumpe.

-Está bien – aceptó Maite finalmente.

La mujer estaba disfrutando. El menor de edad comenzó a desnudarse ante su atenta mirada. Primero la camiseta, mostrando el joven, pero fornido torso. Sin mucha delicadeza, el chaval se deshizo de las bambas, lanzándolas a lo lejos. A punto estuvo de golpear una de las estanterías de su hermano mayor. Lo siguiente fueron los pantalones, mostrando unos calzoncillos holgados bajo los cuales se intuía una buena herramienta. Maite se estaba mordiendo el labio inferior cuando Jaime comenzó a bajarse la ropa interior.

La treintañera no se la había vuelto a ver desde el año pasado, cuando lo pilló haciéndose una paja en la habitación de al lado. No estaba empalmado como aquella vez, pero sí la tenía a media asta, señal de la excitación del muchacho. Recordaba la polla grande, pero al verla ahora de cerca, más detenidamente y sin la mano del dueño rodeándola, aún le pareció más inmensa. Tal vez no fuera tan descomunal como la de Sebas, pero no se quedaba muy lejos.

-Está bien – intentó aparentar serenidad – Pilla la cámara – El muchacho seguía las instrucciones de su madura amiga – Colócala ahí – le señaló una mesita – Y prepara el temporizador. Cuando estés listo, siéntate aquí, a mi lado.

La foto salió tal y como Maite había imaginado.

-Ahí la tienes – sonrió pensando que el muchacho quedaría más que satisfecho.

-No sé…

-¿Qué ocurre ahora?

-No es muy creíble.

-¡No me jodas! – rio abiertamente – ¿Y por qué? Si puede saberse…

-Yo desnudo, a tu lado, vestida… ¿Quién se va a creer que esta foto es real?

-¿Y qué propones? – preguntó Maite, aceptando las argumentaciones del niño.

-Está bien. Acércame la cámara – ahora era él quien daba las instrucciones y ella obedecía – Ponte en frente mío, de rodillas – Maite se acercó, comprendiendo lo que Jaime pretendía – Y, ahora, échale imaginación – provocó las risas sinceras de la mujer.

Ante Maite colgaba, morcillona, la enorme polla del chico de 16 años. Sonrió y alzó el rostro, mirando al adolescente.

-Tira una foto. A ver qué sale.

Jaime fotografió el momento y se lo mostró a la mujer, que no quedó satisfecha.

-Así será más creíble – asió la vigorosa verga, encarándola hacia su boca. La abrió ligeramente, simulando que iba a mamársela, y Jaime lanzó un nuevo fogonazo.

Completamente cachonda, Maite recorrió toda la longitud del miembro con la mano, provocando la culminación de la erección. El enorme pollón de 18 centímetros la encañonaba, desafiante. Enajenada, sacó la lengua y lamió la punta. Sin poder resistirse, acariciándole los huevos, se metió el cipote en la boca. Un nuevo flash se disparó, justo en el momento en el que la puerta del dormitorio se abría.

-Joder… hermanito – les sorprendió Sebas.

Maite no supo cómo reaccionar. Se separó del menor de edad y se asustó al saberse descubierta.

-¡Mierda, Sebas! ¿Qué haces aquí tan pronto? – se quejó Jaime.

-Se nos ha jodido el finde con esta tormenta – contestó con parsimonia, mientras soltaba la bolsa de viaje en el suelo.

La mujer hizo ademán de marcharse, alzándose del suelo donde seguía arrodillada.

-Ya tienes la foto que querías – soltó con intranquilidad.

-¡Que te jodan, Sebas! – sollozó el hermano pequeño – ¡Vas a hacer que se vaya!

-Perdón, ¿he interrumpido algo? – se hizo el tonto mientras se deshacía de la ligeramente húmeda camiseta que se había mojado con la lluvia.

-¿Qué haces? – se quejó Maite al ver que comenzaba a desnudarse.

-Tranquila, solo quiero cambiarme, que estoy chorreando – exageró – y este es mi cuarto – contestó con seguridad – Vosotros podéis seguir con las fotitos – se burló.

-¿Hace falta que te quites los pantalones? – la mujer adivinó las intenciones de Sebas al ver cómo se quedaba en calzoncillos.

-Maite… - Jaime llamó su atención.

La treintañera observó al crío. La tremenda erección seguía en todo su esplendor. Se relamió, saboreando el regusto a polla que se había quedado impregnado en sus labios. Volvió el rostro hacia el hermano mayor y contempló su fornido cuerpo, completamente desnudo. La voluminosa polla flácida que descansaba entre sus piernas le recordó el polvo del año pasado. Si no las tenía ya mojadas, en ese momento las bragas se le encharcaron. Sebas lo sabía y se acercó a ella.

-Anda, sigue chupándosela – le ordenó – No vas a dejar al pobrecillo con las ganas…

Completamente sumisa ante el atractivo de Sebas, Maite le hizo caso. Volvió a arrodillarse ante Jaime, rodeándole el pollón con la mano. Tras acariciárselo un par de veces, volvió a lamerlo, sin dejar de masturbarlo. El hermano mayor se colocó al otro lado. Maite buscó con la mano libre la verga del veinteañero. Masajeó conjuntamente los colgantes testículos y el grueso y flácido falo. Poco a poco, el pollón se fue endureciendo hasta alcanzar los magníficos 20 centímetros.

Girando el rostro a uno y otro lado, Maite pasaba de lamer la verga de un hermano a la del otro, sin dejar de pajearlos en ningún momento. Lo de Sebas era comprensible, pero el aguante de Jaime la tenía impresionada. Cuando el mayor de los chicos se separó de ella para comenzar a desnudarla, la experta mujer se concentró en el pequeño de la casa. Quería hacer que se corriera.

Jaime le había dedicado cientos de pajas a aquella tía buena, siempre pesando en ella al momento de eyacular. Ahora, el sueño que tantas veces había imaginado en su cabeza se iba a hacer realidad. Observándola, viendo aquel bello rostro que succionaba su gorda polla con frenesí, se dejó llevar, empezando a soltar contundentes escupitajos de semen que se iban depositando en el hermoso rostro de Maite.

-¡Pedazo tetas! – se sorprendió Sebas al descubrir los senos de la recientemente madre - ¿Te han crecido?

-¿Con qué te crees que le doy de comer a mi hija? – contestó con desdén, mientras usaba unos kleenex para limpiarse el rostro.

-Me gustan… - confesó Sebas - ¿Puedo? – preguntó antes de acariciarle los hinchados senos, haciendo sonreír a la mujer que recordó cómo le sugirió que pidiera permiso, después de abofetearlo, la primera vez que osó tocárselos.

El chico los amasó con maestría, provocando más placer en Maite. Se recreó en los pezones, que últimamente solo recibían las atenciones de la pequeña Lucia. Isaac parecía haberse olvidado de esa zona del cuerpo de su mujer. Sebas pellizcó la tetilla.

-¿¡Qué es eso!? – se sorprendió Jaime, que no se esperaba ver salir de la punta un chorretón de blanquecino líquido.

-Un poco de leche materna – contestó la mujer con parsimonia – No te asustes que tú me has llenado la cara con la de tus huevos – sonrió haciendo reír a Sebas.

El mayor de los hermanos alzó a Maite, demostrando una vez más su descomunal fuerza. La llevó hasta la cama y allí la tumbó, con cierta brusquedad. El chico se agachó entre las piernas de la mujer y mordisqueó el tanga, haciendo que el coño de Maite se mojara aún más. Cuando Sebas trincó la tela correctamente, tiró de ella con la boca, sacándole las bragas a la mujer, que suspiraba de placer mientras abría las piernas esperando el cunnilingus.

Jaime no perdía detalle de cómo su hermano devoraba el coño de la guapísima mujer, haciéndola casi gritar. Por suerte, pensó, los tabiques de la casa eran gruesos y difícilmente les oirían. Notó que su polla comenzaba a reaccionar nuevamente cuando Sebas se alzó, colocando su cuerpo entre las piernas de la despatarrada Maite.

La sensación de volver a tener al hijo mayor de Pedro y Beth dentro de ella era inconmensurable. Recordó todos los orgasmos que aquel chico le había regalado, ya sea directamente o a través de la imaginación. En esos momentos de puro éxtasis el adulterio del verano pasado parecía haber ocurrido hacía nada. Se olvidó de Isaac, de Lucía y se centró única y exclusivamente en aquel joven muchacho que tan bien la follaba. Se corrió de una forma tan apoteósica que deseó con toda su alma no quedarse sin volver a experimentar esas sensaciones.

El menor de edad, embelesado, con la polla completamente empinada, observaba cómo su hermano empalaba a Maite.

-Anda, vente – le invitó Sebas, alzando a la damisela – Túmbate en la cama boca arriba y apunta la polla hacia el techo.

Jaime siguió las instrucciones mientras el hermano mayor se separaba de Maite, haciéndola sentir cómo el pollón la desgarraba al salirse de su coño. La treintañera, liberada, escupió sobre su propia mano para llevar las babas a su ano, lubricándolo antes de encarar el culo hacia la enorme verga del hermano pequeño.

El adolescente sintió la presión sobre su glande, intentando abrirse paso a través del estrecho agujero trasero de Maite. Oyó los ahogados sollozos de la mujer mientras los centímetros de polla desaparecían engullidos por el hambriento ano. El menor de edad se moría de gusto, sintiendo cómo la hermosa mujer de Isaac se desplazaba arriba y abajo sobre su estrangulada verga. Cuando notó que Maite se detenía, observó a su hermano acercándose a ellos para volver a penetrarla.

Rellenada por los dos hermanos, la mujer perdió la cuenta de los orgasmos. El placer que aquellos dos chicos le estaban ofreciendo no lo olvidaría fácilmente. Se alegró de haber entrado en el juego de Jaime y de la inesperada llegada de Sebas. Su primer trío estaba siendo el mejor polvo de su vida.

Jaime le rellenó el culo de crema. Aún habiéndose corrido con anterioridad, el pequeño volvió a alcanzar el orgasmo antes que su hermano. Sebas se quedó a solas follándose a Maite.

-¿Te gustaría que tuviéramos el segundo? – le susurró al oído, escandalizando a Maite – Me encantaría tener la parejita.

Antes de que la alterada mujer pudiera reaccionar, el chico dio un último golpe de cadera, provocando el gemido más fuerte de todos los que Maite había proliferado, y comenzó a eyacular en el interior de la esposa de su compañero de fútbol. Sin poder de reacción, la madre de Lucía rodeó con las piernas a su joven amante, impidiendo que se saliera de su interior. Le gustó sentir el semen desplazándose por su sexo con aquella vigorosa polla aún penetrándola. El arrepentimiento vendría después.

-Tú no eres el padre de Lucía – le recriminó Maite, enfadada, una vez recuperada la compostura.

-¿Qué ocurre aquí? – preguntó Jaime, que no entendía nada.

-Me la follé el verano pasado – explicó Sebas.

-Eres un maldito imbécil – se quejó Maite – Tú antes no eras así – recordó a Sebas como un perfecto amante.

-Vamos, mujer, estaba bromeando – se sinceró.

-¿Pero te la tiraste? – insistió el menor.

-Sí, eso es cierto – rio haciendo reír a su hermano pequeño.

-Sois dos idiotas – se indignó la mujer, aunque realmente estaba enfadada consigo misma por volver a caer en las garras de esa familia.

-Maite, no te mosquees – concilió Jaime – No sabes cuánto me has ayudado.

-Me alegro – sonrió tímidamente al ver el rostro feliz del adolescente.

-Como la otra vez, ¿vale? – intervino Sebas – Aquí no ha pasado nada – se acercó a la mujer y le dio un inesperado beso en los labios.

Maite quedó satisfecha en todos los sentidos. Estaba de acuerdo con las palabras del muchacho y en absoluto le desagradó aquel dichoso morreo.

-Vale, necesito arreglarme un poco. Llevamos demasiado tiempo sin aparecer. Por favor, salid ahí fuera y hacer como si nada mientras yo me doy una ducha rápida.

Los dos hermanos obedecieron. Vistieron sus masculinos cuerpos, se adecentaron mínimamente y salieron con los demás mientras Maite se dirigía al mismo baño donde se limpió, el año anterior, los restos del primer polvo con Sebas.

-Os quiero, chicos – se despidió de ellos.

Mientras se duchaba se dio cuenta de la estupidez que había cometido. Era su segunda infidelidad e Isaac no se merecía ninguna. Del mismo modo, se avergonzó por Lucía. ¿Cómo podría mirarla ahora a la cara sin sentirse culpable? Lloró bajo la ducha. Lloró porque, a pesar de todo, sabía que el polvo con los dos hermanos era, tal y como ella misma gritó con rabia en voz alta, “¡lo más excitante y placentero que he hecho en mi puta vida!”.

-¿Cómo va el partido? – se interesó tras salir de la ducha.

Los cuatro hombres estaban viéndolo en la tele mientras Beth le cambiaba el pañal a Lucía.

-Empate a cero – contestó su marido - ¿Te has duchado? – se extrañó.

-Sí, me lo ha ofrecido Sebas cuando me ha visto – soltó para, al momento, preguntarse a sí misma qué estupidez era esa.

-Por cierto, Isaac nos ha invitado a vuestra casa la semana que viene – intervino Pedro.

-¡Ah, perfecto! – no supo cómo reaccionar.

-Dice que llevamos muchas veces seguidas quedando aquí y nosotros no hemos vuelto a vuestra casa desde la primera vez – explicó Beth – Y tiene razón – concluyó.

PRONTO SEGUIRE CON MI HISTORIA, POR EL MOMENTO LOS ENTRETENGO CON ESTOS MARAVILLOSOS RELATOS DE AUTOR ESPAÑOL, DISFRUTENLO.

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