Vaciones con mis primos IV

Día 7. Viernes.

Me levanté contenta. Solo quedaban unas horas para volver a ver a Alejandro. Mi marido no saldría en dirección al apartamento hasta terminar su jornada laboral, así que no llegaría antes de la hora de cenar, lo que me impacientó aún más. Aunque hablábamos a diario no había dejado de echarle de menos en ningún momento.

Quería estar guapa para él, así que decidí pintarme las uñas mientras tomaba el sol en la piscina. Siscu estaba a mi lado haciendo uno de los cuadernillos veraniegos mientras Fernando chapoteaba en el agua.

—Qué pies más bonitos… —me soltó el peque, sorprendiéndome una vez más con sus ocurrencias y haciéndome reír.

—¿Te gustan? —bromeé con él, alzando la pierna para mostrarle mi extremidad más de cerca mientras movía arriba y abajo los pequeños dedos a medio pintar.

—¿Me dejas que te ayude? —Ahora me reí a carcajadas.

—Venga, vale, pero con cuidado…

Observé a Fer saliendo del agua y mirándonos con desdén. Pensé que seguramente le gustaría ocupar el puesto de su hermano.

Siscu me hacía reír constantemente. Entre los roces que me hacían cosquillas y sus incesantes e ingeniosas contestaciones a cada una de mis instrucciones, tardamos un montón en terminar de pintar las uñas del primer pie.

—¿Quieres continuar tú? —le propuse al quinceañero, que no dejaba de mirarnos envuelto en una de las toallas de playa.

El adolescente no dijo nada, pero no pudo evitar una sonrisa de oreja a oreja. Me hizo sentir bien. Era tan fácil hacerlo feliz…

Al contrario que Siscu, Fernando no estaba para bromas. Mi primo me asió la pierna con total delicadeza. Aunque procuraba hacerlo disimuladamente, eran demasiado evidentes las sutiles caricias que me estaba regalando en la planta del pie. Al parecer no renunciaba a ningún tipo de roce conmigo. Menudo crápula estaba hecho. Cuando ya me había coloreado de rojo el mismo número de uñas que su hermano, terminé de pintarme yo, pues no quería seguir dándole alas para que se acabara masturbando a mi costa.

El resto del día estuve como distraída, esperando con ansía la llegada de mi esposo. Incluso los chicos se percataron, recriminándome que estuviera más distante que de costumbre.

Le pedí a Dilan que esa noche no saliera, pues al día siguiente queríamos madrugar para coger el coche e irnos todos juntos a pasar el día a una cala más alejada, donde podríamos estar más tranquilos sin tanta aglomeración de gente. Me alegré de que mi primo me hiciera caso sin rechistar. Sin duda estaba recuperando parte de la relación tan íntima y fraternal que antaño habíamos tenido. Eso o es que aún seguía dolido por el rechazo de la noche anterior.

Cuando Alejandro llegó al fin, me dio un subidón. Mis primos también parecieron alegrarse, pues mantuvieron una distendida conversación con él durante un buen rato mientras yo esperaba ansiosa el momento en el que se fueran a la cama.

—¿Cómo te ha ido la semana? —me interesé, una vez a solas con mi marido en el dormitorio, mientras le besaba labios, mejillas y barbilla repetidamente.

—Aburrida… —contestó, reaccionando a mis besos regalándome un breve morreo—. ¿Y vosotros qué tal por aquí?

—Te he echado mucho de menos… —comencé a acariciarle el pecho introduciendo una mano bajo la camiseta del pijama.

—Se nota… —me sonrió, sabedor de que quería sexo.

No tardé demasiado en quitarle el pequeño pantalón 100% algodón y los calzoncillos. La polla de mi marido salió a saludarme, completamente empinada.

—¿Tú también me has echado de menos? —sonreí, comenzando a acariciar el erecto falo.

Alejandro tenía un pene más bien normalito, tirando a pequeño, que a duras penas sobrepasaba los 13 centímetros en erección. Nunca había necesitado más para disfrutar del sexo, aunque por supuesto antaño había gozado con hombres mucho mejor dotados. Comencé a masturbarlo, haciéndole gemir.

—¡Chis! —le chisté, sonriente, pidiéndole silencio mientras le colocaba el dedo índice en los labios.

Hacía apenas una semana había declinado hacer el amor con mi marido por pudor al estar rodeada de mis primos pequeños. Esta vez estaba desatada y no pensaba renunciar a echar un buen polvo. No obstante, tampoco quería montar un espectáculo.

Deshaciéndome de mis pantalones cortos y retirando a un costado la tela de las bragas, me puse a horcajadas sobre Alejandro. Acerqué mi pubis al suyo, haciendo que mi lubricada raja entrara en contacto con el tronco de su caliente verga. Me froté contra ella, gozando de los roces mientras observaba la desesperación en el rostro de mi hombre. Se notaba que se moría de ganas por clavármela. Le besé apasionadamente.

—¡Joder, Vero! —pareció sorprenderse por mi inesperada ímpetu.

Yo también estaba ligeramente asombrada por mi comportamiento. Aunque solíamos tener relaciones con frecuencia, nuestros mejores momentos ya habían quedado atrás. Ni él ni yo teníamos la misma pasión que en los inicios de la relación. Sin embargo, esa noche estaba actuando como una auténtica loba. Cabalgué sobre Alejandro, ya con la polla en el interior de mi coño, comiéndole la boca para ahogar los irremediables gemidos de ambos mientras nuestros cuerpos no dejaban de sudar debido a la terrible humedad típica de la zona de la costa.

Alcancé el orgasmo al fin. Placer, puro placer. Amor. Quería al hombre que tenía entre mis piernas. Feliz. Sonreí, ya más relajada. Poco a poco reduje mi desacompasado ritmo hasta detenerme completamente, sintiendo cómo la polla de mi marido palpitaba entre mis labios vaginales. Me alcé, separándome de él.

—¿Quieres que te la chupe? —le susurré lascivamente, sabedora de lo mucho que le gustaba que se la mamara.

—Sí, cariño… —balbuceó.

Agarré el pequeño falo y me agaché para saborear mis propias mieles que aún se deslizaban por el tronco de la verga. Alejandro suspiró aún con más vehemencia y a mí me entró un ataque de risa. Los dos comenzamos a reír como locos.

Cuando se nos pasó la tontería, a mi esposo se le había bajado la erección. Yo ya no tenía muchas más ganas de juerga, pero no quería dejarlo a medias, así que me dispuse a masturbarle. Tardó en recuperar la empalmada con lo que cuando estuvo a punto ya me dolía la muñeca y me fallaban las fuerzas. Él mismo se agarró la polla y terminó la paja, corriéndose ante mi divertida mirada.

—Anda, ves a limpiarte —le ordené mientras me volvía a colocar el pantalón corto y me giraba, dándole la espalda—. Buenas noches, amor mío.

—Buenas noches, cariño.

Cerré los ojos. Estaba satisfecha. Me dormí.

Día 8. Sábado.

Tal y como habíamos quedado, nos levantamos a primera hora de la mañana.

—Gracias —le dije a Alejandro mientras nos cambiábamos, antes de salir del dormitorio.

—¿Por? —se extrañó.

—Por proponer el plan de hoy. Sé que no te hace mucha gracia…

—Me hablaron de esta cala en el trabajo y pensé que os gustaría ir a pasar el día…

¿Acaso se podía ser más adorable? Me abalancé sobre él para abrazarlo.

—Te quiero…

—Yo también te quiero —sonrió antes de besarme.

El destino no estaba demasiado lejos con lo que no tardamos en llegar. Lo agradecí, pues los chicos, sentados en la parte trasera del coche, estaban más revoltosos que de costumbre. Aparcamos en un descampado cercano a la cala, pero para llegar a ella debíamos caminar atravesando una tupida arboleada a través de un sendero. Al final del camino había un pequeño terraplén, último escollo para llegar a la playa que, debido a su dificultoso acceso, estaba prácticamente vacía.

El lugar era bastante idílico. Estábamos al pie de una montaña. La arena era blanca, fina y quemaba como el mismísimo infierno. Al fondo delimitaba con un montón de piedras de tamaños varios. Y al otro lado estaba el mar, de un color azul intenso en el que se reflejaba el ardiente sol del más que caluroso día veraniego.

Nos acomodamos cerca de las rocas, relativamente lejos del agua. Pero podríamos haber elegido cualquier otro lugar, pues en la cala únicamente había una pareja que tomaba el sol relajadamente sobre sus toallas.

—Bueno, chicos, aquí podréis jugar a lo que queráis, que nadie os va a molestar —afirmé, contenta de que mis primos pudieran divertirse.

—Sí, vamos a jugar a fútbol —gritó Siscu.

—Saca el balón.

—¿Te apuntas, Alejandro? —le ofrecieron—. Así somos dos para dos.

—Venga.

Los cuatro hombres se marcharon y yo aproveché para acomodarme en mi toalla. Saqué el libro con intención de darle por fin una buena lectura mientras escuchaba de fondo cómo se alejaban.

—Tú y yo contra ellos…

Llevé ambas manos a la parte de atrás del bikini, deshaciéndome del cierre y liberando mi generoso busto. Íbamos a pasar todo el día en la playa, así que pensaba darle un poco de color a la zona.

Habría transcurrido aproximadamente una hora cuando un grupo de media docena de chicos apareció en la cala. Irrumpieron haciendo más ruido del que me hubiera gustado y dedicándome evidentes miradas indiscretas que me incomodaron ligeramente. Eran todos italianos y debían rondar los veintitantos. No tardaron en hacer migas con mi marido y mis primos, apuntándose al partido. Había avanzado bastante con el libro, así que dejé la lectura momentáneamente para ver cómo jugaban a fútbol.

—¡Gol! —gritó uno de los jóvenes tras anotar un tanto, mirándome descaradamente mientras se exhibía con poses chulescas.

El desconocido no tardó en llevarse una dura entrada de Dilan. Reí, satisfecha con el comportamiento sobreprotector de mi primo pequeño. Sin embargo, la cosa no quedaría ahí y el grupo de italianos lo rodeó, increpándole, pero él no se amilanó precisamente. No me gustó cómo se estaba caldeando el ambiente. Por suerte, Alejandro puso paz y las cosas no fueron a más. Dieron el partido por concluido.

Observé a mis cuatro hombres mientras se acercaban a las toallas. Me hizo gracia ver el rostro perplejo de Fer cuando me vio las tetas al aire. Alejandro no se sorprendió, pues no era la primera vez que hacía topless. Mis otros dos primos no parecieron darle mayor importancia.

Antes de comer aprovechamos para darnos un baño. Desde la orilla, donde se habían acomodado, los jóvenes italianos no dejaban de comerme con la mirada. Yo procuraba arrimarme a Alejandro, dejándoles bien claro que no tenían nada que hacer conmigo.

Tras el chapuzón preparamos la comida que habíamos traído en la pequeña nevera portátil. La tortilla de patatas nos sentó de miedo. Aprovechamos la sobremesa para echar unas partidas de cartas, antes de que Alejandro y Dilan se marcharan en busca de las colchonetas que nos habíamos dejado olvidadas en el coche.

De repente, la algarabía entre el grupo de italianos llamó mi atención, la de mis primos y la de la pareja de desconocidos. Mientras todos les mirábamos, los chicos empezaron a desvestirse, sin dejar de bromear, quedándose finalmente en pelota picada.

—¿Es una playa nudista? —preguntó Fer.

—No. Solo están haciendo el tonto —respondí mientras los veinteañeros se lanzaban al agua.

—Tata, tendrías que llevarnos a una —convino Siscu.

Me hizo gracia su comentario, como siempre.

—¿Por? —inquirí, sonriente.

—Ahí triunfaríamos —añadió, haciéndome reír.

—¡Que va! —repliqué—. Seguramente haríais el ridículo —le chinché jocosamente, sin pensar demasiado.

—¿Por qué? —Fernando pareció ofenderse.

—Porque no sois más que unos críos —bromeé con cierta malicia.

—Pero la tenemos grande —saltó el peque, provocando que me atragantara de la risa.

—¿Sí? ¿Los dos? —pregunté con picardía, observando cómo Fer volvía a ruborizarse—. Bueno, no sé, entonces tal vez no haríais el ridículo —admití, recordando lo bien dotado que estaba el más pequeño de mis primos de cuando lo había tenido que duchar hacía tan solo unos días.

El grupo nudista no tardó en salir del agua. Esta vez, de frente, en dirección al reguero de toallas y bañadores desperdigados que habían dejado por la orilla, me regalaron un bonito espectáculo: un muestrario de pollas italianas, de varios tamaños y formas. Había de todo. Lo cierto es que no me desagradaba lo que estaba viendo, pero concretamente me fijé en el chico que me había dedicado el gol con sus gestos chulescos.

El muchacho tenía una considerable tranca, gruesa y larga. Estaba circuncidado, lo que le profería aún mayor vistosidad, pues el glande, rosado y abultado, resaltaba en comparación con la blanquecina piel del resto del miembro. Además, estaba completamente rasurado, dando la sensación de tener un auténtico pollón. El afortunado veinteañero era guapo y tenía buen cuerpo, lo que hizo que, unido a las insinuaciones que me había proferido, me pusiera ligeramente cachonda.

—¿Qué hacen estos gilipollas? —soltó Dilan al regresar junto a mi marido y ver que los italianos se habían desnudado.

—Pues eso… —solté, restándole importancia, queriendo borrar de mi mente mis últimos pensamientos.

—Yo la hincho —afirmó Fernando, cogiendo una de las colchonetas, antes de que mis primos salieran corriendo para volver a meterse en el agua.

Alejandro se quedó conmigo en la arena, haciéndome compañía. Aprovechamos para conversar más detenidamente sobre la semana que habíamos estado separados. Aunque ya se lo había contado por teléfono, le detallé la noche que Dilan llegó borracho o la vergüenza que pasé cuando tuve que duchar a Siscu. Sin embargo, no le dije lo que había ocurrido con Fer. Había hecho una promesa a mi primo y no pensaba romperla ni siquiera con mi marido, para el que no tenía secretos.

Cuando regresamos al apartamento ya era tarde. Estábamos realmente cansados de pasar todo el día fuera, en la playa, así que ni siquiera cenamos. Vimos un rato la tele y no tardamos en irnos cada uno a nuestra cama.

Día 9. Domingo.

No me podía creer que ya fuera domingo. El fin de semana llegaba a su fin y me daba la impresión de que no había podido disfrutar de mi marido lo suficiente. En unas horas se volvería a marchar y estaríamos otros cuatro largos días sin vernos.

Tras pasar la mañana en la piscina del apartamento, Alejandro se fue después de comer. Yo aproveché para tener una charla con Dilan en la habitación de matrimonio mientras mis otros dos primos veían la televisión en el salón.

—¿Me harías un favor? —le pregunté, sentada en la cama frente al veinteañero, que estaba de pie con la cabeza gacha.

No me contestó. Simplemente alzó el rostro para mirarme, quedándose a la expectativa.

—Quisiera pedirte que hoy no salieras —continué, viendo cómo Dilan comenzaba a dibujar una sonrisa ladina—. Alejandro acaba de irse y estoy algo tristona… Esta noche no quiero quedarme sola cuando tus hermanos se acuesten.

Aunque era cierto que la marcha de mi marido me apenaba, en realidad lo que quería era pasar más tiempo con mi primo para seguir acercándome a él y alejarle de las tentaciones de la noche, haciendo todo lo posible para continuar recuperando al buen chico que siempre había sido.

—¿Otra noche sin salir? —contestó con cierto desprecio, sorprendiéndome, pues no me lo esperaba—. Hoy pensaba pillarme una buena turca —prosiguió solemnemente, haciéndome callar con un gesto cuando intenté replicar—. Sin embargo, mi querida prima mayor —hizo notar el tono sarcástico de su discurso—, a la que estaba tan unido hasta que decidió apartarme de su vida —me culpó claramente—, me pide que me quede en casita con ella para ver dibujos animados… —satirizó con desdén.

—Dilan…

—¡No, calla! —alzó la voz más de lo que me hubiera esperado, temiendo que sus hermanos se asustaran—. Hoy pienso salir —volvió al tono sosegado y perturbador.

—Pero…

—¡Que te calles, joder! —me puso la piel de gallina—. Ahí fuera me esperan mujeres con las que me divierto más que contigo —sonrió con una mueca burlesca—, puedo pillar unos gramos para olvidarme de que estoy pasando unas vacaciones de mierda —consiguió hacerme sentir mal— y con un poquito de suerte me encuentre con algún gilipollas al que partirle la cabeza para entretenerme —se le hincharon las venas del cuello, llegando a asustarme—. Tú no tienes nada que ofrecerme.

—Quédate y…

Ciertamente, no tenía nada que ofrecerle.

—… nos emborrachamos juntos —le propuse sin pensar, a la desesperada, queriendo evitar cualquiera de las horribles cosas que había dicho y que me habían revuelto el estómago.

El veinteañero rio a carcajadas. Temí que se estuviera cachondeando de mí. Pero, tras unos segundos de una tensión brutal, inexplicablemente aceptó. El temblor de piernas que aún tenía me hizo dudar, cavilando si me estaba equivocando y todo este tema se me estaba yendo de las manos. Había jugado a ser la hermana mayor del niño descarriado y empezaba a pensar que tal vez no debía haber asumido tanta responsabilidad.

—¿Qué quieres tomar? —me preguntó Dilan cuando sus hermanos se fueron a la cama.

—Lo mismo que tú —quise ponerme a su altura.

Aunque seguía bebiendo de forma esporádica, mis años de juventud en los que solía salir de fiesta y toleraba el alcohol bastante bien habían quedado atrás. Si además le sumaba la mezcla de distintas bebidas que Dilan se encargó de preparar, no era de extrañar que me emborrachara mucho más rápido que él. Lo bueno es que nos desinhibimos. Reímos muchísimo recordando viejos tiempos y no paramos de hacer bromas a cada rato. Pasamos una noche realmente divertida.

—¿Y qué me dices de cuando fuimos de viaje a Italia? —recordé—. ¿Tú qué tendrías, 8 años? —reí.

—Más o menos… ¡vaya pillo estaba hecho!

—Sí —ahora solté una carcajada—, ¡cómo intestaste ligar con aquella chica que debía sacarte por lo menos 10 años! —se me saltaban las lágrimas.

—Sería de tu quinta —él también reía.

—Es que realmente era guapa… pero qué gracia nos hizo a todos cuando te fuiste todo decidido a hablar con ella.

—Y casi me la ligo.

Me desternillé de la risa. Todos recordábamos como la chica lo rechazó sutilmente, dándole un beso en la mejilla y alejándose rápidamente. Pero él siempre había dicho que se fue porque tenía prisa, pero que a cambio le dio un beso por si luego volvían a verse.

—Hablando de italianos… quiero confesarte una cosa —anunció Dilan.

—Vaya, esto se pone interesante —sonreí.

—Si ayer en la cala no me llega a parar Alejandro, mato al Mario Bros ese que te dedicó el gol.

Me hizo reír, pues no me esperaba que la confesión fuera esa.

—No será para tanto.

—Te lo digo en serio. Estaba encendido…

—¿Pero te habrías enfrentado a todos?

—No lo dudes. Y me los habría llevado por delante.

Sabía que estaba exagerando, pero dudaba de si mi primo realmente lo habría intentado. Me lo imaginé peleando con el grupo de italianos y se me puso mal cuerpo, incluso tuve una ligera náusea. Pero dibujé en mi mente que conseguía darles una paliza mientras mi marido miraba sin mover ni un dedo y me sentí un tanto abrumada. Ese pensamiento me excitó levemente, supuse que ayudada por el alcohol ingerido, así que lo borré de mi cabeza rápidamente.

—Hablando de confesiones… —repliqué—. A qué no sabes lo que me pasó con Fer.

Estaba borracha y no recordé que lo sucedido con mi primo pequeño era un secreto entre ambos. Le conté a Dilan que había encontrado a su hermano a punto de masturbarse usando una de mis prendas íntimas.

—¡Pero eso es buenísimo! —soltó, entusiasmado.

—¡Chis! —le pedí silencio, sin dejar de reír.

—¿Sabes lo que podrías hacer?

—¿El qué?

—Calentarle un poco…

Creo que en toda la noche no había reído más que con ese comentario. Mi primo me estaba proponiendo una locura y, a pesar de eso, a mí me pareció divertido. Aunque era consciente de que no debía hacerlo.

—No puedo…

—Vamos, mujer. Es solo para reírnos un rato.

—¿A su costa? —me enfadé.

—¿Crees que él no lo va a disfrutar?

—Eso es verdad —reí, recordando todas y cada una de las miradas y caricias que me había dedicado Fer en tan solo una semana que llevábamos de vacaciones.

—Venga, juegas un poco con él y ya está. A ver cómo reacciona…

—Pero es solo un juego… —aclaré.

—Sí, claro. Pero espera a que me haya levantado que no quiero perdérmelo.

—¡Uy! ¿Qué hora es? —reaccioné, pensando que debían ser altas horas de la madrugada.

Se nos había pasado el tiempo volando entre recuerdos, risas, bromas, confesiones y un acuerdo que jamás hubiera sido posible de no haber estado bebida. Decidí que ya era demasiado tarde y di la fiesta por concluida. Nos fuimos a la cama. Esa noche volvía a acostarme con Dilan y, aunque no sé quién de los dos se durmió primero, imaginé que ambos caímos en un profundo sueño en tan solo unos segundos.

1 comentario - Vaciones con mis primos IV

taxilibre
por que no seras mi primaaaaaaaaaaaaa yo soy refacil jaja me dejo sacar los pantalon y el calzoncillo cuando quieras y te va a encantar lo que hay muy bueno gracias por comp te sigo y tambien a donde vayas de vacaciones jeje