La Auxiliar del Gerente Regional.

Trabajaba, en esos tiempos, en una empresa de computación, representante de otra de Estados Unidos (hoy absorbida por HP). Con sólo 24 años y poca antigüedad, estaba a cargo del sector de Soporte Clientes. El gerente, para la Región (South America Manager) Buzz Elliot, venía con frecuencia y me convocaba para controles, consultas o asignación de tareas. Cuando el tema versaba sobre aspectos estrictamente técnicos, en lugar de él, enviaba a algún auxiliar especialista.
Ocurrió una falla (clamorosa porqué impactó en todos los sistemas, de la marca, instalados en todo el mundo) debida a un error de firmware (lógica primaria que ejerce el control de los circuitos electrónicos de un equipo). La persona designada por la casa matriz, para la ocasión, fue Allison Harting. Ese era el tercer encuentro que tenía con ella.
Nosotros, los hombres, solemos decir de una mujer, “sus tetas son un sueño” o “tiene una piernas fenomenales”, o “ese culo es una delicia” o “su boca es sensual”. En algunas mujeres los hombres tratamos de encontrar esos retazos de placer estético, sencillamente porque son lindas, aunque no sean hermosas. Tienen algo, y entonces necesitamos ponerle un nombre a ese no sé qué.
Allison, era de esa clase de mujeres, era, decididamente, linda. Tenía algo más que 35 (39 creo) años, una boca grande, el cabello castaño largo y más o menos 1,75 metros de altura, buenos pechos, piernas bien torneadas y una “popa” pimpante.
Durante las, variadas y largas, reuniones que mantuvimos, en sus dos visitas anteriores y en esta, tuvo una actitud formal, profesional, casi distante. Por eso me extrañó que, al despedirse a última hora, del segundo día de su visita me invitara a desayunar con ella, en el hotel Caesar Park el día siguiente:
- Mañana por la mañana, vení a buscarme al hotel. Desayunamos juntos y te entrego la documentación técnica que traje para dejarte. ¿Si? -
Acepté, por supuesto.
Soy consciente que a veces ocurre algo que nos sorprende, y esa parecía ser una de esas ocasiones ya que no encajaba con los antecedentes ni con ningunas de las variantes que podía haber imaginado para el tercer, y último día, de trabajo con la especialista yanqui.
Por instinto no le mencioné lo del desayuno a mi asistente, Mariela.
Me anuncié en la recepción, aun algo cohibido por lo imponente del lobby del hotel, con su par de columnas a la entrada y los múltiples detalles de lujo por doquier.
Allison respondió a mi saludo con una sonrisa abierta y, tomando mi mano izquierda,
para que la siguiera, se encaminó al comedor. Vestía un sueter (creo que se le conoce como Cardigan) rayado azul y blanco, una pollerita celeste lisa, amplia, apenas arriba de las rodillas, tacos altos -no aguja- y una fragancia perturbadora.
Me extrañó eso, porque siempre vistió pantalones, en los dos días previos a ese, también, perfume discreto y agradable, y también comprobar que no traía maletín ni carpeta ni sueltos los papeles que se suponía debía darme.
Durante el desayuno hablamos de banalidades y generalidades, algo relativo al trabajo y, un poco, sobre nuestras familias. Ahí me recordó que estaba casada con un tal Moore, que no tenía hijos. De su parte ella refrescó que yo también estaba casado con una hijita de dos años.
Después de firmar el vale para poner la consumición en su cuenta, tomó un último sorbo de jugo de naranja y, sin casi mirarme, soltó:
- Vamos a la habitación así te entrego la información que tengo que dejarte –
Se levantó, sin otro comentario y nos dirigimos a los ascensores.
Al pié de la amplia cama había una especie de banqueta rectangular tapizado rojo, del mismo alto que aquella, pero la mitad de ancho. Allison, apoyó sobre la banqueta su maletín, lo abrió y sacó de su interior unas pocas hojas impresas, giró el cuerpo para quedar de espalda a la cama, con sus piernas pegadas a la misma y, me hizo ademán que me acercara para mirar las hojas que había girado con la escritura hacia mí, de modo que, para leer, tenía que ubicarme enfrentado a ella. Me resultó insólita la forma de mostrarme los documentos técnicos.
No tardé en darme cuenta porque lo había dispuesto así: simuló retroceder un paso y, por falta de espacio suficiente, tropezar con el borde de la cama. Se dejó caer aparatosamente sobre el colchón, levantando, supuestamente por el impulso de la caída, ambas piernas entreabiertas y dejando a mi consideración, además de sus muslos, su entrepiernas protegido por la bombacha blanca.
Se incorporó riendo, sentada con las piernas descubiertas, dejando como al descuido la pollera corrida hasta el nacimiento de las mismas.
Me pareció casi infantil su teatral “actuación” pero seguir pasivo era sólo para un monje tibetano. Así que me senté a su lado, con mi brazo izquierdo le rodeé la cintura y mi mano derecha la apoyé en su muslo izquierdo. No se inmutó. Sólo fijó sus ojos en los míos y exclamó:
- ¡Juaaaan….Juan!! ¿Que diría tu esposa si nos viese en esta situación? –
- No lo quiero imaginar, pero ella está a 30 km de aquí. Así que….ojos que no ven……Me pregunto qué diría Mr. Moore? –
- Él, está más lejos que tu esposa, en California a 6.000 millas. Así que….ojo que no ven…. -
Nuestras bocas quedaban enfrentadas. Ensayó un especie de esquive y un débil forcejeo pero, en segundos, aceptó que la besara en los labios, dulcemente. Y, en paralelo, una caricia larga, suave de mi mano derecha en la bombacha deliciosamente entibiada por su almeja.
- ¡Uuuhhhiiiii qué bueno!!! Quiero averiguar cómo es el sexo de las chicas de California,....– Le susurré
- Dejame que te ayude a ponerte cómodo – fue su marera indirecta de decirme que lo que quería era un “cuerpo a cuerpo”.
Enseguida y con delicadeza pero sin pausas me despojó de saco y corbata, desprendió los botones de mi camisa, acarició mi torso desnudo, mis brazos, hombros, con las yemas de los dedos. Pude percibir cómo subía la temperatura de mi piel y la suya con las caricias.
- Ahora déjame vos a mí dejarte libre de prendas superfluas. – fue mi réplica, para acelerar los tiempos.
Le desprendí los botones del sueter y se lo quité. Lo que había supuesto una pollera resultó ser un vestidito que, rápidamente quedó tirado en el lado izquierdo de la cama.
Ahí pude apreciar en todo su esplendor las privilegiadas formas femeninas y pregustar las que irían apareciendo con la quita de las dos últimas piezas de su vestuario.
Reanudó su “colaboración” para que me desnudara, se detuvo cuando me quedaba puesto tan solo el calzoncillo. Estuvimos unos minutos uno pegado al otro, besándonos, llenándonos de caricias...Dirigí mi atención a sus pechos, no tardó en caer el corpiño, los acaricié, reconocí su forma con los dedos y jugué con sus pezones excitados acariciándolos, besándolos y chupándolos. Pero cuando encaré su prenda íntima inferior, Allison aferró con firmeza el calzón para impedir que se lo sacara, me apartó decidida, se sentó, estiró su brazo y sacó del maletín un sobrecito con un preservativo:
- Antes que nada sacate esto y ponete “the tiny balloon” - murmuró tirando del elástico de mi calzoncillo.
La tenencia del condón puso en evidencia su premeditación.
Yo ya estaba enardecido pero ella, inflexible, insistió que me calzara el preservativo, y, una vez que lo hice, se dejó caer de espaldas sobre la cama.
Sin demora la despojé de la bombacha, ahora sin objeción, y me acomodé sobre ella besándola, recorriendo su cuerpo con caricias, avivando el fuego, haciendo que su respiración se agitara. Mis manos actuaban entre las piernas, acariciando su clítoris húmedo con suavidad, aumentando el calor... Con ansiedad separó aún más las piernas. Olvidó la traducción al español:
- Enough hands games .... please ... I want to feel you inside, ... Come over here and ride me hard... -
Apenas la punta de mi miembro comenzó a abrirse camino entre los labios vaginales, empujó casi con desesperación hasta embutir toda mi carne dura en su cueva ardiente; la sentí totalmente desenfrenada, anhelante, ávida del éxtasis de la piel junto a la piel, de los cuerpos sudorosos, enredados, casi salvajes...
Se abandonó completamente al disfrute sin reprimir expresiones vocales, en su idioma natal. Algunas las recuerdo, otras las olvidé y las restantes no las entendí:
- You taste sooo good…baby don’t stop!....oh my god,….I love it when you do that…..faster!...deeper!....harder!...-
correspondientes a su goce o a su deseo.
Transcurridos algunos minutos, que me parecieron demasiados breves por el placer que gozaba, observé cómo sus movimientos, y con los suyos los míos, acrecentaban su velocidad y su ímpetu, anticipando el clímax...Un "¡Yeeeeees!!..." prolongado y un profundo suspiro me anunciaron que había acabado:
- ¡Spray all your juice into my pussy…!! - gimió
Enseguida fue mi turno para el orgasmo. No pude dilatarlo como hubiese querido.
La besé, abracé con más fuerza y acaricié su cabello largamente antes de separar nuestros cuerpos.
Recuperado el aliento, durante la charla amena que mantuvimos breves minutos, Allison aseguró que la experiencia le había resultado “en extremo placentera”, (por supuesto yo le devolví el elogio corregido y aumentado, lo que era la pura verdad.) Además se disculpó por su “dirty talking”, su hablar sucio mientras hacía el amor.
Antes de higienizarnos, vestirme y salir para la oficina, llamé por el movicom (el celular casi-ladrillo que tenía entonces) a Mariela, para prevenir cualquier sospecha le comenté que “estaba retrasado por un problemita en mi casa y tráfico intenso” y le encomendé que me “disculpase con Allison si llegaba antes que yo”.
Por supuesto, no hubo necesidad, llegué antes yo.
El que relaté fue el único polvo que compartimos con Allison en Argentina. A la tarde de ese día regresó a su país.
Meses después, de paso para Japón, estuve una semana en Santa Clara (California) en la casa matriz de su empresa. Allí fui yo quien la invitó a mi hotel a desayunar una vez y a cenar otra (gracias a una reunión de colegas o amigos que tuvo Mr. Moore ese día).
Los “tiempos suplementarios ilícitos” de ese par de encuentros, nos regalaron placeres superlativos, no digo insuperables per si difíciles de igualar.
La acción en el dormitorio no fue, como la de Buenos Aires, franeleo y mono-polvo. Allí, sumados ambos eventos lujuriosos, el despliegue fue completo y al natural – carente del artificio del condón: hubo dedos y lengua en la concha, pija en su mano y su boca, misionero, cucharita, jineteadas, perrito – vaginal y anal- y un derroche de orgasmos y eyaculaciones copiosas.
Aun hoy lamento la distancia que, entonces, nos separaba, ella calificaba de sobra para amante estable. No sé yo para ella.

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