Vuelta en tren




Volver en tren después del trabajo, apretado, cansado, puede decirse que esta vez fue un deleite, un goce inesperado teniendo en cuenta las circunstancias.
Debo admitir que apenas subí tuve suerte, pues quedé apoyado en ese respaldar de asientos que esta al costado de las puertas, lugar estratégicamente codiciado cuando de bajar se trata.
De Once salió lleno. En Caballito se llenó más. En Flores se llenó aun más.
Es de no creer la capacidad elástica de los vagones, pues cuando uno piensa que ya no cabe nadie, en la estación siguiente, dicha observación deja de tener sentido. Siempre entran más. Pero como dije, esta vez el sufrido e incomodo regreso, el apelmazamiento de cuerpos y más cuerpos, fue una verdadera bendición.
Fue justamente en la estación de Flores donde comenzó este placentero viaje irrepetiblemente inédito.


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Estuve todo el tiempo con ese cosquilleo, no sé por qué. Fue uno de esos extraños días donde la excitación esta al borde de la piel. Uno de esos días en los cuales te sentís plena, desinhibida, con las riendas del placer exageradamente cortas, sacudiéndose en los dedos que, instintivamente, están predispuestos a la caricia.
Podría decir que me sentí totalmente atractiva, todas las miradas eran mías, todos los deseos paseando por mi piel, en un perfecto y fresco bienestar, en donde el placer de mostrar se hacia eco a cada paso.
Trabajo en el Banco que está en frente de la Plaza Flores, y desde que entre estuve con esta sensación. No hubo tipo que no me haya mirado, los que atendí y los que no también, desde todos los boxes, todos los escritorios, frente a ellos o detrás, compañeros y desconocidos, sentí todo el tiempo que me recorrían con enfoque de deseo.
Será verdad lo que dicen sobre las feromonas que segregamos naturalmente, pues parece que cuando una se siente así, medio calentita, los tipos, como animales en celo que son, huelen nuestro estado a distancia…



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El día había sido extenuante. Ser cadete en la ciudad de Buenos Aires es un calvario bíblico, incrustado de cemento y cuerpos que se chocan sin pedir disculpas, de humores que se anulan, y gruñidos de violencia que resaltan, aun más, en tipos de seguridad y recepcionistas mal pagas, que descargan sobre uno toda su desdichada existencia de su gris infelicidad.
Quejas por el calor, quejas por el frío, gritos, reproches, bocinas, humo, peatones kamikaze, policías coimeros, bólidos asesinos a velocidad incronometrable, maltratadores por deporte, y todos los demás componentes de esta selva putrefacta de todos los días, agobiante, enfermante, y que como desenlace de final de jornada diario, se corona con la vuelta al hogar en las condiciones nefastas del transporte que elijas. A mí me toca el tren. Pero si todos los días fuesen como ése…
De Caballito a Flores la distancia se mide, a esa hora, en movimientos de encaje de piezas con forma de cuerpos, que quedan como entran, en el mejor de los casos, y se van moldeando al espacio del vagón, a medida que este se desliza por los rieles.
Este día no era la excepción. Cuando se abrieron las puertas, un aluvión de gente a pasos cortitos, se fue agregando al conglomerado de almas que ya estaban dentro, rompiendo toda teoría sobre la impenetrabilidad de la materia. En eso estaba cuando la vi, apenas subió. Su vestimenta decididamente formal la delataba como secretaria o algo por el estilo, prolija melena morocha atada, que se desvanecía brillante y perfumada sobre la impecable camisa blanca, que se perdía dentro de una falda ajustadísima, que contorneaba un culo redondo ,de donde nacían unas piernas musculosamente fuertes, cubiertas de medias altas transparentes al tono. Creo que me miró, tal vez lo imaginé, pero lo que no fue imaginación fue que su cuerpo quedó totalmente apoyado sobre el mío, dándome la espalda, casi presionándome sobre el respaldo.



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Llegó la hora de salida, dejé mi escritorio y fui a la sala que usamos como vestuario. Tomé agua y fui al baño. Hice pis, y cuando me limpié me quede tocándome un ratito, suave, con las yemas de los dedos, hurgándome el clítoris, apretándomelo a penas, para contrarrestar el cosquilleo de toda la jornada.
Sin darme cuenta, había empezado a masturbarme, dejando la mente en blanco, como reflejo de distensión. Empezaron a aparecer en mi mente imágenes calientes, desordenadas, poco nítidas, pero ardientes, fantasías o realidades, no sé, mi cabeza se arrebató de veloces formas que entraban y salían, agitando mi respiración al ritmo de los círculos que dibujaba sobre mi clítoris. El ruido sordo y seco de la puerta me trajo al más acá, volviendo en sí, y dándome cuenta de que estaba en el baño del trabajo. Golpearon la puerta y respondí que estaba ocupado. Era mi compañera que también había venido a buscar sus cosas para irse.
-Ya salgo- le dije, y corté abruptamente ese respiro de placer al que me había montado. Me acomodé y salí para que pase. Agarré mis cosas, saludé, fiché, y me fui a la calle. Crucé la plaza con una sensación de calentura terrible, el aire rozaba a través de mi camisa mis pezones, y los sentía como se endurecían ante ese ínfimo contacto. Al caminar, los húmedos labios de mi vagina ardían sin remedio. Tuve que disimular y tocarme un poco por sobre la pollera, para calmar esa especie de fiebre. Llegué a la estación y saqué el boleto. Subí la escalera con una sensación de orgasmo en puerta. En el andén, la sensación aun seguía, y como todo el día, comencé a sentir las miradas de todos los tipos sobre mí. Yo los miraba y comprobaba que así era, me sentía deseada por todos, obreros, estudiantes, oficinistas, viejos, pendejos… El estruendoso sonido de la ronca bocina me hizo descolgar y ver que se estaba acercando el tren. Paró y quedé frente a una de las puertas que se abrieron, y entre empujones, me hice un lugar para poder entrar…


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Me quedé inmóvil, mi intención no era apoyarla, pero las circunstancias del viaje me llevaron a quedar totalmente en una posición no buscada, aunque por suerte encontrada. Le pedí disculpas al momento, y ella me dijo que no me preocupe, que sabía bien qué era viajar todos los días en el Sarmiento. Me quedé tranquilo, pero perturbado…


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Superé la línea de la puerta con esfuerzo, pero la atropellada de los que entraban atrás, me desplazó hacia uno de los costados de la puerta. Atrás mío quedo un pendejo al que dejé sin aire por la presión de la masa. Quedé derecha, totalmente sobre el pibe, impidiéndole cualquier tipo de movimiento. Podía sentir sus costillas en uno de mis codos, entonces intenté acomodarme para no hacerle daño. Me pidió disculpas, como si en verdad fuese él quien me lastimara. Apenas pude girar la cabeza para decirle que no se preocupe, mientras veía de qué manera no pisarlo. En ese intento lo único que logré fue que mi culo quedase plenamente apoyado sobre su cuerpo, aunque hasta ese momento no sabía bien en que parte.
El tren arrancó y la estabilidad comenzó a generarse naturalmente, a medida que avanzaba sobre los desparejos rieles…


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La mina estaba buenísima. La tenía tan pegada al cuerpo que podía sentir su perfume, y hasta algunos de sus pelos se me metían en la boca. No se cuantos años tendría, pero era tan atractiva, tan sensual, que no podía pensar en otra cosa que en su cuerpo, posado íntegramente al mió , y en ese culo carnoso que directamente quedó anclado a la altura de mi bulto. Me daba vergüenza, pero lo que tanto temí se estaba materializando. De a poco, intentaba dejar mi mente en blanco, olvidarme de que, lo que tenía encima, era una mujer despampanante. Quería evitar, por todos los medios, que me traicionara el cuerpo, que delate mi calentura de pendejo alzado. No podía permitir que se me pare la pija… que iba a pensar esta belleza… ¿acaso era un degenerado de esos que apoyan mujeres en los bondis y en los trenes?
Me estaba convirtiendo, sin poder evitarlo, en uno de esos tipos contra los cuales despotriqué siempre, esos turros abusivos que merecen ser cagados a trompadas por enfermos, que se aprovechan de situaciones como esta para descargar toda su libido contra indefensas mujeres…
Un conflicto moral me estaba abordando. También una erección difícil de disimular…



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A través de la ajustada falda me di cuenta que algo empezaba a endurecerse sobre mis nalgas. En un primer momento se lo atribuí a la sensación de calentura que venia acumulando, a ese estado de efervescente excitación, que durante todo el día se había apoderado de mis instintos más íntimos y ardientes, pero en cuanto se cerraron las puertas, se abrió en mí el apetito inconcluso de mi sensación de orgasmo. Me reí para adentro, la situación no podía ser mas propicia.
Tratando de no quedar en evidencia, me recosté hacia atrás un poco más, y pude comprobar que el bulto del pendejo estaba justo ahí, en plena metamorfosis, creciendo en esa quietud activa. Me calenté pensando en su reacción, en su inmovilidad prefabricada, tratando de descifrar qué estaba pasando en su cabeza. El cosquilleo se transformo en comezón. Imperceptiblemente, me puse una mano entre las piernas, para acariciar suavemente mí chochi, que a esta altura, empezaba a evidenciar un ardor contundente. Me apreté aun más en el bulto ya duro del pendejo, el cual intentó irse hacia atrás, tal vez como acto reflejo, pero impedido por el respaldo que lo contenía. Sentí como se le aceleraba la respiración, sus nervios. Me excitó esa actitud de pasividad. Le apoyé más fuerte el culo y lo contraje, para que sienta que se lo estaba abriendo y cerrando a propósito sobre la pija. Hasta que llegamos a Floresta lo tuve así, arrinconado con mis movimientos internos, que ayudados por las caricias que me auto infringía, me hicieron acabar silenciosamente. El clítoris me latía como un corazón, independiente del cuerpo. El tren había arrancado desde Villa Luro, con más gente a bordo, más cuerpos apretados, y totalmente más excitada…



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No podía más, el movimiento del tren la traía hacia mí con más fuerza, y se me hacia imposible no apoyarla, no podía irme hacia atrás, estaba acorralado por su cuerpo y el respaldo. Se me había parado de tal manera, que hasta me dolían los huevos. Pero lo peor pasaba por mi cabeza…calentura y moral se enfrentaban en una batalla perdida de antemano. Estaba sitiado, entregando el arma ante un enemigo indefenso pero fuerte, plantado ante mí para devorarme con su sola presencia. ¿Qué estaba pasando? ¿Era mi imaginación perversa o esta mujer estaba jugando conmigo?
Se me dificultaba pensar con claridad. No podía imaginar otra cosa que no fuese ese culo clavándose en mí, haciéndome sentir el rigor, ese latente deseo incontrolable.
Con suprema vergüenza, no podía evitar bajar la mirada y verlo ahí, apoyado, incrustado sobre mi bulto culposo, satírico, pecaminoso… y todavía no habíamos llegado a Liniers…


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La calentura me trasportó a una estación de la cual ya no me iba a bajar. Después de acabar como lo había hecho, contrariamente a lo que me imaginé, mi estado de impunidad se magnificó. Ya mis movimientos no guardaban ningún tipo de reparo. No me importaba nada, y menos cuando escuché al pibe que tenía como prisionero de mi lascividad encubierta, preguntarme si bajaba en la próxima. La única respuesta que le di fue un movimiento de cabeza negativo, acompañado de un perreo circular de caderas. Me impulsé para atrás, apretándolo descaradamente, haciéndole sentir la separación de mis cachetes, comiéndole el pedazo con mi raya a través de las telas que nos vestían, dejándole en claro que lo estaba violando sin escrúpulos…, hasta me atreví a llevarle mi nuca hasta su rostro, y pasar hacia atrás la mano que me quedaba desocupada, para acariciarlo cerca de la entrepierna. A la altura del estadio de Vélez Sarfield, ya me frotaba sobre él, subiendo y bajando. Me gustaba mucho en verdad. Llegué al orgasmo numero no se cuanto, justo cuando por los vidrios de las ventanillas se veía pasar a la gente del andén, como por una cinta transportadora. Cuando se abrieron las puertas, giré sobre mi eje, no sin dificultad, dejándolo libre, mirándolo a los ojos por primera vez en todo el viaje. Le levanté los parpados, en señal de agradecimiento y complicidad. El pendejo quedó mirándome, estupefacto, desde el andén, mientras gente apurada le pasaban por los costados, tumbándolo, sin que salga de su perplejidad.
El flujo de intercambio de los que bajan y suben en la estación Liniers es notorio. Ahí se vaciaron algunos asientos, y logre sentarme, satisfecha, por fin, recuperando la respiración, la compostura, y dormitándome plácidamente hasta llegar a la estación Morón.


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Mis culpas se esfumaron, en el momento que me disponía a bajar. Ese torbellino de imágenes, vergüenzas y autoflajelo, se disolvió en el mismo momento en que le pregunte si bajaba en Liniers, pues fue ahí donde ya no me quedaron dudas de que era ella la que me estaba sometiendo. Estaba jugando con mi sentimiento inocente de culpa. La mina se estuvo frotando sobre mí todo el viaje, y al parecer, a esa altura, ya no le importaba que la situación quedara en evidencia. Hasta me pasó la mano por la pija con un descaro, que casi me hace ir en seco ahí mismo… Cuando se bajó y me hizo ojitos, sentí que no podía caminar de tan al palo que estaba. Bajé y me quedé en el andén, viendo como se sentaba en un asiento libre, como si no hubiese pasado nada. Yo estaba inmóvil, esperando que nadie se diera cuenta de la erección. Intentaba disimular encorvándome hacia delante, para que no fuera tan visible. Además, no podía caminar así como estaba. Necesitaba que se me bajara, y eso pasó recién después de que pasaron cuatro trenes. Al fin, pude despegarme de la barra de la panchería, en la cual me quedé inclinado, tomando una gaseosa, esperando que el tiempo deshinche mi humanidad…

13 comentarios - Vuelta en tren

fabu_87 +1
Muy bueno!!!
horrotika
me alegro que guste, saludos
amigolo +1
Muy bueno. Van puntitos.
horrotika
gracias amigolo!! saludos
Pervberto +1
Gran narración de un encuentro, no por fugaz y casi involuntario menos intenso.
horrotika
siempre, la palabra justa Perverto!! saludos
profezonasur +1
Excelente. Bien contado. Un relato en donde no es necesario una foto porque el relato en sí es la imagen en la cabeza.
horrotika
me alegro que te guste, un comentario muy halagador, eso incentiva, saludos!!
profezonasur +1
@horrotika por nada señora y a su disposición.
Mephisto19 +1
Excelente relato, ¿verídico?
horrotika +1
no tal cual, pero es una fusion de situaciones que le han pasado a gente cercana, me contaron por separado estos casos, y decidi unirlos para una historia
Mephisto19 +1
@horrotika Me encantó cómo lo uniste. Te dejaría más puntos de poderse
masitasexxx +1
Muy bueno! Muy caliente. Buen contado...Muy buenas sensaciones
horrotika +1
gracias, me alegra de que te guste, saludos!!
omamori_tenshi +1
Me gusta tu estilo, es la primera vez que lo veo aquí en poringa, saludos y felicidades. Dejo puntos
horrotika
Gracias por lo del estilo, me alegro. Si, hace pocos días me uní a poringa, espero pases por mis otros post, saludos y gracias por los puntos!!
gabrielmiriam +1
Realmente buenísimo, leer el relato contado por los dos protagonistas es mas atrapante y caliente. Un lujo. Besos diosa de mis fantasías.
horrotika
jajaja, gracias por lo de diosa, me imagino que se lo diras a Ariana, mi mujer. Este lo subi yo, en realidadambois subimos relatos, la diferencia es que los que escribe Ariana, por lo general, le agregamos fotas que hacemos para diferencuarlos, igualmente le aviso, saludos!!
gabrielmiriam +1
gracias por aclarar, asi se cuando decir un piropo o halago. saludos
horrotika
igual los halagos, si son por lo escrito, los acepto, jejeje, saludos
tincho2798 +1
porque no me tocan a mi minas asi
horrotika +1
Es solamente suerte!!, saludos
ArgentoHotdel92 +1
Fuaaaaaa, tremendo. En el colectivo pasa igual aunque con un tono no del todo agradable que digamos 😅😅😅
+10