Reencuentro

-¿Sabes a quien encontré, de casualidad, anteayer? A Laura. – me dijo mi amigo
-¿Cuál Laura, Daniel?-
-¡No te hagas el distraído, Juan!! Laura G. la que te “calentó el agua durante años y nunca tomaste mate”-
-¿Dónde …donde?-
-Tiene una tienda en la calle XXX al 800-

Invariablemente, cuando coincidíamos en algún lugar de la empresa que nos empleaba, Laura, conversaba unos minutos conmigo en tono amistoso, chacotero y/o travieso.
Yo, y muchos otros hombres le dedicamos una mirada recortada a la belleza femenina. Solemos decir “esa mujer tiene una piernas fenomenales”, o “unas tetas hermosas” o “una boca sensual”. En algunas mujeres los hombres tratamos de encontrar esos retazos del deseo, sencillamente porque son lindas, aunque no sean bellas. Tienen algo, y entonces necesitamos ponerle un nombre a ese no sé qué.
Laura, es de esa clase de mujeres, es linda. Tiene algo más que 30 años, facciones delicadas, ojazos color miel, nariz pequeña y respingada, una boca grande, el cabello trigueño largo y más de 1,70 metros de altura, buenos pechos, piernas bien torneadas y una atrayente “retaguardia”.
Sin querer o queriendo se las ingeniaba para llamar mi atención, y, en poco tiempo, me generó un apetito intenso y desordenado de compartir con ella, placeres deshonestos.
Nunca consintió a lo que yo deseaba y le solicitaba.
Recibí ofrecimiento de trabajo en un país limítrofe y emigré. En el equipaje “viajaron” mis ganas insatisfechas. Siguieron latentes por años. De regreso a Buenos Aires, ante el comentario de mi amigo y ex - colega Daniel, revivieron como “ave fénix”.

-¿Laura? ¿Te acordás de mí? –
Giró la cabeza y abrió grandes sus ojazos:
-¡Juannnn!!! ¡Cuánto tiempo! ¿Qué hacés por acá?-
Le relaté que Daniel – ex colega de ambos – me había informado su actual ocupación y ubicación laboral y que no había podido con las ganas de volver a verla.
-¡Lo bien que hiciste en venir! A mí también me da gusto –
Hablamos sobre lo ocurrido, a ambos, en el trascurso de los años sin vernos. Fuimos interrumpidos por el ingreso de una clienta. Cuando ésta se retiró era bastante pasado el mediodía.
-Laura, en el cartelito de la puerta vi que cierras a la 13:00 ¿Qué te parece si almorzamos juntos y seguimos poniéndonos al día?-
-¡Ahiii noooo! Me encantaría pero estoy convaleciendo de un problema intestinal severo. Mi almuerzo, por unos días, es té negro con una tostada. Lo tomo aquí mismo, en la parte de atrás del local.-
Estuve rápido de reflejos y le propuse – si tenía duplicados del saquito de té, de la taza y de la tostada- compartir con ella las dos horas de receso. Alegó que por la brevedad de espacio y de comodidades no era una buena idea la mía y me invitó a comprobarlo. Cuando vi que, además de cajas de mercadería, la dependencia contaba con un sofá amplio de 3 cuerpos, un frigobar, una cocinita eléctrica y un pequeño toilette, entreví el potencial de una conversación en el sofá y me declaré dispuesto a “sacrificarme”.
Cerrado el comercio y preparado el refrigerio, nos sentamos lado a lado, ella a mi derecha. Apurados infusión y tostada, me le acerqué y, mientras hablábamos, con el revés la mano izquierda comencé a acariciarle su pierna, ídem, suavemente bajando desde la ingle a su rodilla, mitad sobre la tela de la pollera y mitad sobre su piel desnuda. Sin dejar de sonreír y con sus ojos en los míos, su mano derecha rechazaba el roce cariñoso de la mía. Seguimos con el agasajo-rechazo varios minutos hasta que:
-¡Juaaan, juicio!- murmuró sin énfasis en el gesto ni el tono de voz.
No me pareció que quería forzarme a desistir. Decidí subir la apuesta. Apoyé la palma de la mano cerca de su rodilla, en la parte interna del muslo, y mientras iba deslizándola lentamente hacia arriba, desplazando la pollera
-Laura ¿Sabés que los varones de mi familia, tenemos el don de descubrir tesoros escondidos?-
Con la última sílaba, giré la palma y la apreté en el retazo de bombacha que cubre la concha y presioné. Entreabrió la boca, suspiró, gimió y sus labios buscaron a los míos.
Mientras seguíamos el puerco boca a boca, introduje los dedos índice y medio dentro de la tanga y tiré hacia mí para dejar desprotegida la concha y, comencé a acariciársela y manoseársela con la derecha. Se mojó.
-¿Me la das?- le soplé al oído.
Asintió con la cabeza. Nos pusimos de pie y comenzamos un toma y daca con las prendas. Sobre una de las cajas cayó su blusa, luego mi camisa y su pollera. Me bajó el pantalón, yo el corpiño. Ante la visión de sus “dos hermanas”, levantadas, pezones erguidos, pidiendo “chúpame” me tildé. Ella lo aprovechó, me bajó el slip, se arrodilló y se metió en la boca mi verga erecta. No era una mamada más, me estaba cogiendo bucalmente. Estuve a un tris de eyacularle en la boca, pero me sobrepuse, la interrumpí y la acosté en el sofá, me quité zapatos, pantalón y slip que tenía a los tobillos, le saqué la tanga y metí la boca en su sexo.
Su respiración, sus gemidos, su espalda arqueada y sus piernas abiertas a más no poder me decían que lo estaba haciendo bien. Sus espasmos musculares fueron la señal para que introduciendo un par de dedos, y con lengüetazos en el “porotito” llevar su excitación al máximo.
Con la lengua afuera fui lamiendo y subiendo por su vientre plano, su ombligo hasta alcanzar las tetas. Me di un festín con ellas luego, mientras la besaba en la boca, ella manoteó el “ganso” y lo posicionó. Empujé y entró hasta lo más recóndito, acompañado por un “¡Ahhhhhhh!!!!” de bienvenida.
Mis embestidas, fuertes y suaves alternadas, fueron el punto inicial, del intenso placer. Laura pedía más y más, jadeábamos, se movía como un gata en celo, yo acompañaba succionando sus pezones, le besaba la boca, el cuello, los senos y ella enterraba las uñas en mi espalda como queriéndome arrancar la piel y llevarse un poco de mí, de mi sudor . Los gemidos eran incontrolables, el éxtasis total no demoró en llegar, le grité el goce que me causaba. El maravilloso orgasmo hizo que me derramara entero en ella, mi néctar la invadió por completo.
Su “acabada” final fue tanto o más aparatosa que la mía.
En el remanso post-coital, durante el cual los amantes se entregan a confesiones y retrospectivas íntimas, a veces bastante enriquecidas por la ficción, Laura abrió la conversación:
-Juan, no hay riesgo de embarazo, hace apenas un día que dejé de menstruar. –
Le repliqué que me tranquilizaba eso que me decía y pasé a alabarla por su entrega y por lo placentero de nuestro contacto íntimo. Ella se declaró altamente satisfecha por el goce que había experimentado. Finalmente quise saber el por qué me rechazó durante años en el pasado y, ahora, en cuestión de minutos había accedido a mi demanda:
-Por dos motivos fundamentales, Juan-
-¿Cuáles, que se esfumaron con el tiempo?-
-Primero porque creo a rajatablas que “donde se come no se coge”. Ya no trabajamos en la misma empresa. Segundo, yo estaba muy bien con mi marido. Ahora ya no tanto.-
-Ya veo, ¿No te atiende?-
-Dejemos de hablar del ….. boludo ese, por favor-
Hablamos de otros temas, hasta que, la fuerza de atracción mutua nos urgió a que aprovechásemos el poco tiempo restante, antes de la reapertura del local.
Lo hicimos pose cucharita, luego ella me dio una soberbia cabalgata y acabamos, en la pose clásica misionero. El anal, quedó como materia pendiente.
La higiene fue muy precaria por lo limitado del toilette.
Convinimos reencontrarnos la semana siguiente, en mejores condiciones de comodidad y servicios. Esto es en un hotel.


3 comentarios - Reencuentro

mdqpablo
muy buen relato , que buen reencuentro , van pts