Aprendiendo a llover

Carmen y yo éramos viejos amigos. Como nuestra relación había sido profesional, aunque nunca trabajamos en la misma empresa, siempre habíamos considerado que era mejor no liarnos. No obstante, de vez en cuando nuestros cuerpos se rozaban de forma aparentemente fortuita y en nuestros besos de saludo los labios tenían tendencia a tocarse.

Un buen día, después de una temporada sin vernos, le mandé un mail para proponerle una nueva comida y terminé el mail con una frase enigmática: "te propongo que nos guardemos la tarde libre y regalarnos unos postres".

Ella lo entendió perfectamente y sin necesidad de decirnos nada, comimos tranquila y formalmente y después del café, la conduje suavemente a un lugar que conocía donde podíamos compartir cómodamente una cama durante unas cuantas horas.

Después de esta primera vez de folleteo, ambos nos dimos cuenta de que había mucha química entre nosotros y que repetiríamos. Estuvimos más de 3 horas follando y nos quedamos con la sensación de que queríamos más y más. Al cabo de 3 semanas volvimos al ataque y todavía fue mejor pues ya nos conocíamos un poco los gustos y los puntos que más nos excitaban. Tras estas 3 horas más, puedo decir que habíamos practicado la mayoría de prácticas sexuales, 69, besos largos y húmedos, penetración vaginal en muchas posturas e incluso aquellas que requieren más intimidad como el Beso negro mutuo, la introducción de dedos en los anos respectivos y la penetración anal hacia ella.

Pero había algo que nos dimos cuenta que nos excitaba pero que nos daba cierto reparo, la lluvia dorada. Ciertamente nos habíamos visto mear el uno al otro pero siempre desde lejos, como respetando la intimidad del otro.

En nuestro tercer encuentro le plantee abiertamente que deseaba que me meara encima. Por suerte estábamos en una habitación provista de bañera redonda y que por tanto era idea para este tipo de prácticas. Carmen, dudo un poco, pero la convencí diciéndole que había observado que después de correrse le ocurría como a otras muchas mujeres, que le venían ganas de orinar. Así pues tras un buen polvo en que se corrió al menos 5 veces seguidas, la dejé descansar unos minutos y la llevé a la bañera.

Me tumbé y le pedí que se pusiera en posición, como no sabía como hacerlo, le indiqué que, de pie mirándome, abriera las piernas, con un pie a cada lado de mi cadera. De este modo la visión de su coño era inmejorable. No os he contado que Carmen tiene un coño precioso con abundante bello rubio que sólo se recorta un poco para que no le sobresalga del biquini. Pero ahora, desde esa posición privilegiada, su coño aparecía salvaje, con los pelos húmedos y pegados entre sí por la mezcla de sus flujos vaginales y mi semen que lentamente se abría paso hacia abajo por el efecto implacable de la gravedad. Viendo que ella estaba evidentemente nerviosa, le pedí que doblara las piernas para acercar ese precioso coño a mi cara. Así lo hizo y controlé mi impulso natural a abrir la boca para degustar aquel maravilloso moco que caía de su vulva. En efecto, quise disfrutar durante unos instantes del intenso olor a sexo que desprendía; incrusté mi nariz en el y noté como ésta quedaba empapada y parte del moco se metía en mis fosas nasales. Cuando éstas quedaron saturadas, le llego el turno a mi ávida boca; no la introduje en su coño, si no que saqué mi lengua y la pasé lentamente por los diferentes pliegues de sus maravillosos labios mayores y menores. Todo el conjunto estaba empapado y el conocido sabor a coño se mezclaba sabiamente con el de mi semen. Tampoco olvidé el inflamado clítoris el cual reaccionó rápidamente al contacto de mi lengua transmitiendo a Carmen un brusco estremecimiento. Yo me lo estaba pasando de cine y ella también, prueba de ello es que en pocos minutos más se corrió como una bendita. Su coño estaba limpio y mi boca llena de jugos. Ella cambió de posición para besarme larga y suavemente y viendo que mi polla estaba a punto de estallar pasó metérsela en la boca y me encantó volver a correrme en su boca y cara. Estaba preciosa con su cara y parte de su rubia melena llena de semen.

Estábamos agotados y debíamos irnos hacia nuestros respectivos hogares y familias. Rápidamente nos duchamos y vestimos. Por tanto dejamos aparcado el proyecto lluvia.

A los pocos días, le mandé un Wapp para decirle que tenía el plan perfecto para hacer realidad el ansiado proyecto lluvia. Quedé con ella ese mismo día para tomar café y se lo expliqué:

La idea era quedar un mediodía para comer y tomarnos la tarde para follar. Durante la mañana ambos nos comprometimos a beber mucha agua y a hacer abundantes pipis. Comer tranquilamente cerca del sitio del encuentro con abundante agua y vino blanco y a continuación ir al mismo sitio que la última vez para disponer de la gran bañera redonda.

Cuando llegó el día acordado, ambos cumplimos lo pactado al pie de la letra. De esta manera, al final de la mañana nuestras frecuentes meadas eran muy claritas. Comimos emocionados y tuvimos que prescindir del postre porque ya teníamos muchas ganas de estar juntos y a solas y, sobretodo, porque literalmente nos estábamos meando.

Al llegar a la habitación me desnudé completamente, la emoción y las ganas de mear me produjeron una erección tremenda. Me metí en la bañera vacía y Carmen, que vestía un bonito vestido cortito, iba tan apurada que solo se quitó los zapatos y las bragas y también se metió en la bañera. Para que le fuera más fácil le dije que se pusiera en cuclillas sobre mi cara. De este modo estaría en la misma posición que si estuviera meando en el campo; la diferencia era que en lugar de tener hierba debajo, tenía mi boca ansiosa.

Carmen no tuvo ni tiempo de pensar y ya le salía una potente meada que me inundó rápidamente la boca y salpicó en mi pecho, cara y pelo. La sensación fue super excitante. Esta primera meada no fue muy larga y cuando vi que no salía más disfrute comiéndole el coño empapado. Y ese sabor no era solo de pis, si no de la mezcla de pis y todos los jugos que ella segregó mientras estábamos comiendo y nos calentábamos hablando de lo que haríamos al cabo de poco.

A continuación ambos nos pusimos de pie y Carmen buscó mi boca con avidez para compartir todo su contenido mientras restregaba su cuerpo con el mío. Estábamos felizmente mojados y excitados.

Tal como estábamos nos dirigimos a la cama, nos tumbamos, nos besamos y hicimos un monumental 69. Pero nos moríamos de ganas de follar y le pedí a Carmen que me follara, es decir que se sentará sobre mi polla y se la metiera hasta el fondo. Su coño estaba más mojado que nunca y entró como un guante. Empezó a moverse lentamente y entonces recordé que su meada en la bañera había sido corta y por tanto aún debería tener mucho pis guardado en su vejiga. Le propuse un nuevo reto: meate de nuevo con mi polla incrustada en tu coño. Primero me dijo que eso era imposible y que lo dejaríamos todo perdido, pero yo le contesté que sería fantástico para ambos y que, por suerte, estábamos sobre un revoltijo de sábanas por lo que no haríamos ningún desastre. Nos reíamos como dos adolescentes y quizá por eso, al poco tiempo noté una agradable humedad calentísima que recorría mi polla, mis huevos y sobresalía hacia mi barriga. Tuve suerte y no me corrí, pero Carme tuvo el mejor orgasmo desde que iniciamos nuestra relación.

Carmen cayó rendida sobre mi pecho, mientras seguía ensartada por mi polla más tiesa que nunca. Cuando se recuperó, me dijo "ahora te toca a ti", se sacó mi polla del coño y se la introdujo en la boca. Yo giré rápidamente mi cuerpo para que mi boca volviera a su coño y nos fundimos en un nuevo 69. Mi polla desaparecía completamente en su boca en una garganta profunda que parecía imposible. Mientras, su lengua no paraba de moverse y yo ya estaba deseoso por correrme en toda su boca y así lo hice. Fue un orgasmo largo, espasmódico y muy, muy placentero.

Nos quedamos tumbados un buen rato, recuperándonos del ajetreo vivido. Decir que estábamos muy pringados probablemente es quedarse corto.

Al cabo de media hora nos dirigimos a la bañera. En aquel momento me di cuenta de que tenía unas ganas enormes de hacer pis. Mi polla tenía su tamaño normal de reposo. Se lo dije a Carmen i ella, con una sonrisa picara, se puso de rodillas y se la metió en la boca. Con las manos y los ojos me indicó que empezara ya a mear que ella también quería notar el placer de sentir mi orina en su boca y garganta. Con las ganas que tenía era imposible resistirse. Primero salió lentamente pero luego me solté completamente y vi en la cara de Carmen la sensación de desbordamiento. Abrió la boca y mi pis cayó de su boca a sus tetas, su coño y, recorriendo las piernas, al suelo.

Mi polla parecía una fuente inagotable, la saqué de su boca y me dediqué a rociar completamente el cuerpo de Carmen; su pelo quedó empapado, su cara, su nariz y sus tetas, completamente mojados. Paré un momento, la ayudé a ponerse pie y apunté con mi pene a su coño y volví a mear; cuando notó mi chorro en su clítoris dió un gritito de placer y con las dos manos se abrió el coño porque también quería notar mi caliente orina en su interior. Luego se giró e hizo lo mismo con su culo; en efecto se abrió las nalgas con las manos y su magnífico ano, ligeramente abierto quedó a la merced de mi inagotable chorro.

Finalmente me quedé seco, nos reímos, nos abrazamos y nos besamos. Estábamos felices. Por primera vez, abrimos los grifos de la bañera y cuando estaba a una temperatura similar a la de nuestros meados nos rociamos largamente de pies a cabeza, también nos enjabonamos y seguimos duchándonos hasta sentirnos super limpios y felices.

Nos vestimos, nos peinamos y salimos a la calle más contentos que unas castañuelas. Habíamos estado 5 horas follando de una manera muy diferente a la habitual. Mucha gente pensará que somos unos guarros. Nuestra opinión es que no hicimos nada más y nada menos que disfrutar al máximo de nuestros cuerpos y de nuestra intimidad.

0 comentarios - Aprendiendo a llover