Encuentro de dos amantes

Nos encontramos una tarde como cualquier otra, para tomar un café o un helado quizás. El día era espléndido, el sol calentaba pero no quemaba nuestra piel descubierta. El viento soplaba suscitando el sonido que lo caracteriza, mecía las hojas de los árboles y acariciaba mi rostro con una suavidad inconcebible. Entrábamos en la primavera y el perfume de las flores que comenzaban a brotar inundaba el aire, remontándome a los días que de niña disfruté en el campo de mis abuelos.

Él estaba esperándome sentado en un banco de la plaza en la que acordamos vernos. Vestía un ajustado pantalón negro con una camisa a cuadros que me enloquecía. Me dirigí ansiosa a su encuentro y me besó atrayendo mi cuerpo junto al suyo, provocándome una sensación electrizante que me obligaba a besar sus labios con más y más pasión.

Caminamos hacia un Café ubicado a dos cuadras de allí y nos sentamos en una pequeña mesa situada junto a una ventana. El lugar era cálido, pequeño pero ideal para un encuentro tan íntimo como el nuestro. Bebimos un café con un delicioso pastel de chocolate, acompañado de un jugo de naranja. Conversamos sobre nosotros con entusiasmo y tranquilidad al mismo tiempo, dejando al mundo indicar nuestro camino y recorriéndolo a nuestro ritmo.

Abandonamos aquel sitio al cabo de una hora. Caminamos durante unos minutos, y mientras nos abrazábamos y besábamos, no pudimos evitar que el deseo de que nuestros cuerpos desnudos se toquen se haga presente. Sólo una mirada bastó para entendernos. Nos dirigimos a un bello hotel y solicitamos una habitación. Era única. Sus paredes pintadas de azul marino, los espejos que la rodeaban y la cama vestida con sábanas blancas hicieron de ésta el lugar perfecto para hacer el amor.

Sin dudarlo rodeó mi cuerpo con sus brazos y comenzó a besarme lentamente, mientras sus manos se deslizaban por debajo de mi vestido y llegaban a mi cintura, desencadenando múltiples sensaciones en mí. Entretanto, mis dedos se perdían en su cabello y mi boca recorría su cuello suavemente.

Las prendas que llevábamos estaban de más para ese entonces. Me miró a los ojos y con calma me despojó de mi vestido, dejando al descubierto mi ropa interior color rojo, que tanto lo excitaba. Desabotoné su camisa y la dejé caer al mismo tiempo que acariciaba su piel y besaba su pecho. Percibí su respiración agitada y sentí la fuerza con la que latía su corazón. No pude evitar abrir el cierre de su pantalón para quitárselo y así apreciar la hermosura de su cuerpo desnudo y experimentar el placer que me producía sentirlo junto al mío.

Ya sobre la cama, desabrochó el sostén que me cubría y acarició mis senos primero con la yema de los dedos, para tomarlos con ambas manos y besarlos después. Luego besé sus labios, recorrí su pecho para descender a su abdomen y finalmente quitarle la ropa interior para dejar su sexo al descubierto. Estando nuestras miradas encontradas, rocé su pene con mi lengua y lo introduje sutilmente en mi boca mientras hacía movimientos suaves para aumentar su placer. Sujetó mi cabello para deslizarme a su ritmo, que luego de unos minutos lo llevó al borde del éxtasis.

Sorprendiéndome, me tomó por la cintura y me besó apasionadamente. Nuestras caderas se encontraron y delicadamente fue deslizando la única prenda que llevaba puesta para revelar mi sexo. Comenzó a jugar suavemente con éste, introduciendo sus dedos dentro de mi vagina, haciéndome gemir de placer.

Me acosté sobre la cama y él comenzó a besarme en la boca primero, pasando por mi cuello y luego por mis senos para dirigirse hacia mi sexo. Su lengua rozaba mis labios y jugaba con mi clítoris, se introducía en mi vagina y volvía a mi fuente de placer, provocándome una exaltación única que culminó, entre palabras dulces y gemidos, en el más placentero de mis orgasmos.

Me incorporé mirándolo fijamente a los ojos, indicándole con el cuerpo que él hiciera lo mismo. Sin pensarlo me senté sobre su regazo y lo rodeé con mis piernas para que nuestros cuerpos se unan, provocándonos un gozo indescriptible. Él no dudó en asir mis caderas con vehemencia haciendo movimientos que me acercaban a su cuerpo, a la vez que mis brazos lo envolvían, dejando mis senos a la altura de su rostro para que pueda jugar con ellos.

Encuentro de dos amantes

Entre suspiros y palabras de amor, comencé a sentir cómo palpitaba dentro de mí mientras su respiración se agitaba y tomaba mis caderas con más y más ímpetu. Aquel movimiento hacía que mi sexo rozara su piel, llevándome nuevamente a un estado de clímax. Continuamos en esa posición por unos instantes. Entre besos y caricias, susurré a su oído: te quiero mucho, a lo que él respondió: yo también te quiero mucho, hermosa.

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