Historias Reales - Cap. XXV

HISTORIAS REALES - CAPÍTULO XXV.
Mi vecina del 8° “A”.

Mi vecina del 8° “A” es una de esas mujeres que, ¿cómo describirla en una palabra?, fina, elegante. Si, esa es la palabra, es una mina elegante, aunque no tan “mina” porque debe andar por los cincuenta y largos, esbelta, de esas mujeres que cuando te las cruzás por la calle te llaman la atención, no por sus tetas o su culo, sino por todo el “combo”… de esas que invariablemente te das vuelta para seguirlas con la mirada esperanzado en que tu novia llegue así a esa edad… Nunca la he visto acompañada por alguien, ni un tipo ni otra mujer, tampoco algún hijo que venga a visitarla, aunque siempre tuve la duda de si muy recatadamente tenía una novia o algún chongo que le hiciera los favores.
Más de una vez nos hemos encontrado en el hall, en un ascensor o en el súper donde tuvimos alguna que otra conversación corta y banal. Incluso un par de veces coincidimos en la hora en que salimos del departamento para ir a trabajar y me ofrecí a acercarla con el auto a su oficina. Me contó que trabaja en el centro, en una de esas empresas multinacionales de selección de ejecutivos con un nombre lleno de apellidos yankees y alguna “&” por ahí, en la que ocupa una gerencia desde hace más de quince años.
Lo cierto es que desde el día que me mudé a este edificio, hace unos cinco meses, siempre me ratoneó. A veces, en el silencio de la noche se escuchan algunos ruidos que vienen de su departamento y no puedo resistirme a apoyar la oreja en la pared para escuchar intentando saber con quién está o qué está haciendo, deseoso de oírla gemir haciendo el amor o aunque más no sea, masturbándose… Pero la mujer también tiene derecho a mirar televisión o escuchar radio en absoluta soledad.
Como relaté antes, no tiene nada en particular que llame poderosamente la atención salvo sus ojos verdes y su siempre bien cuidada melena rubia. No tiene un culo de otro mundo, ni caderas anchas, ni unas tetas despampanantes, sin embargo, muchas veces que la escucho cerrar la puerta al salir de su departamento la espío por la mirilla caminar hacia el ascensor con un andar muy sugerente…
Muchas de las tantas noches que estoy al pedo en casa me ilusiono con que me golpeé la puerta pidiéndome compañía, pero eso no ocurrió nunca… O casi, hasta ayer.
Domingo a la noche, estaba solo, no había fútbol, ya el Real había ganado la Champions y Lanús había goleado a San Lorenzo. Estaba aburrido y tenía hambre. Busqué en la heladera y encontré algo para hacerme un sándwich tostado. Puse un disco con una selección de música soul de los ’70 y me tiré en un sillón a comer leyendo un libro y acompañado de un vinito, un Fond de Cave Reserva Malbec, cuando la escucho salir. Miré la hora: eran las diez en punto. ¿Dónde irá a esta hora? me pregunté intrigado. Hice un gesto de “y a mí que me importa” y continué con la lectura.
No habían pasado más de quince minutos cuando escucho sus pasos volviendo. Me llamó la atención que hubiera detenido sus pasos y no hubiera puesto la llave en su puerta, que está pegada a la mía. Segundos más tarde “toc, toc”, escucho que suavemente golpea mi puerta, como sin querer hacer ruido. Abro. Allí estaba ella, encantadora, con un equipo de jogging de algodón gris claro y una especie de monedero en la mano.
-- Hola Mabel, ¿qué pasa?
-- Nada, Juan, no te asustes, es que vengo del chino…
-- ¿Del chino a esta hora? –la interrumpí-
-- Si, estaba cerrado, creí que era más temprano… Y escuché tu música…
-- Ah, si, soul, me gusta mucho. ¿Te molesta?
-- No, para nada. A mí también me gusta… ¿Quién es el que canta? ¡Qué buena voz!
-- Lou Rawls… ¿Querés pasar?…
-- Ah, Rawls, claro! No, no, es muy tarde…
-- Pero venías del chino, ¿qué fuiste a buscar?
-- Es que estuve todo el día fuera y me encontré con la heladera pelada…
-- Vení, entrá que escuchamos algo de música y de paso te invito con unos tostados.
-- ¿No te molesto? Es tarde…
-- ¡Para nada! Pasá.
Tímidamente entró y cerré la puerta tras ella. Se quedó por un instante parada, inmóvil, recorriendo con la vista el departamento…
-- Qué linda tenés la casa –dijo con un poco de asombro, supongo que pensaba que yo era un ciruja que vivía en la mugre-
-- Es idéntico al tuyo –le aclaré-
-- Si, pero éste está más lindo, mejor decorado, más cálido…
-- Bueno, si te gusta, recorrelo y copiate algunas ideas si querés. Podés empezar por la cocina así me acompañás mientras preparo algo. ¿Tomás un vino?
-- Dale.
Preparé algunos tostados más y corté algo de queso; me ayudó a llevar los platos y copas al living y nos sentamos a comer escuchando la música. Era maravilloso ver cómo se deleitaba con sus acordes, a veces golpeteando rítmicamente sus dedos en los muslos… Se la notaba muy relajada, cómoda, disfrutando el momento muy placenteramente. Rápidamente terminamos la botella de vino y me levanté a buscar otra. Cuando volví con la botella en la mano, en cuclillas a su lado dispuesto a llenar su copa, me sorprende:
-- ¿Me das un beso?
Sin dejarme responder tomó mi cara con ambas manos para estrecharnos los labios e introducirme la lengua hasta la garganta. Casi al borde de la asfixia se separó para tomar aire y repetir el beso. De rodillas en el piso llevé mi mano a su muslo estirando el brazo hasta acariciar su pubis, que muy amablemente me ofreció separando sus piernas. Tomó nuevamente aire y en medio de un suspiro me imploró:
-- Cogeme… Haceme tuya… Te deseo…
Me incorporé frente a ella, bajé mis pantalones y así, sentada en el sofá como estaba, tomó mi miembro semierecto para llevárselo a la boca introduciéndolo completamente y haciendo ventosas con sus labios. La sensación era increíble. Me pegó una mamada digna de una profesional convirtiendo mi pene en un grueso tronco duro como la roca. Entonces bajé sus pantalones mientras ella se quitaba la ropa de la parte superior desnudando un par de senos increíblemente bellos, perfectamente simétricos, del tamaño exacto para mi gusto y con unos pezones rosados y duros que no puedo describir con palabras.
De su pubis apenas florecía una leve vellosidad cuidadosamente recortada; su vagina estaba enmarcada por dos gruesos labios rosados, que rápidamente humecté con mi lengua aprontándolos para la penetración. Ella, con las piernas completamente abiertas, mostraba un ano estrecho y me tomaba de la nuca empujando mi cabeza con fuerza contra su clítoris que crecía proporcionalmente al ritmo de mis lamidas. Una mezcla de jugos vaginales y saliva corría como un arroyo desde su vulva hacia el ano…
-- No doy más, cogeme –escuché que pedía-
Con la concha empapada y algo dilatada, la penetré de un solo envión y la dejé adentro, quieta, me tomé un breve tiempo para sentir los latidos de su vagina en las paredes de mi pene, muy prontos a su orgasmo. Al comenzar a bombear, sólo fueron necesarios unos segundos para que ella acabe en un reguero de fluidos calientes y un ahogado grito de gozo. Se sucedieron una serie de contracciones y a su pedido de “Más… más… dame más…” seguí bombeando. Ni un minuto había pasado desde el primero que tuvo un segundo orgasmo, éste con contracciones más fuertes y ampulosas, tanto que produjo que mi miembro saltara de su caverna.
Entonces la tomé de la cintura para acomodarla como perrito sobre el sofá. Su culo se presentaba más que tentador y probé una penetración anal. Se negó tomándome la polla con su mano derecha y volver a ubicarla en la puerta de la vagina. La tomé con fuerza con ambas manos de la cadera trayéndola hacia mí. Un grito de satisfacción coronó esa penetración. Empujaba hacia atrás y adelante sus caderas cuando en pleno goce siento un tsunami de leche que viene subiendo desde los huevos. Saco la pija y apoyo el glande en su ano, descargando sobre él un tremendo chorro de semen con el que ella se dedicó a masajear el esfínter.
-- ¿Querés probar? –me preguntó mirándome de reojo mientras abría apenas con sus dedos índice y mayor el ano-
Introduje un dedo y sentí la relajación. Sin dar tiempo a que baje mi erección “acogoté” mi pene en la base para tener mayor rigidez y suavemente la penetré. Me hubiera gustado grabar sus suspiros y gemidos mientras mi miembro ingresaba lentamente hasta las profundidades. Al sentir mis huevos apoyados en su vagina comencé a bombear muy suavemente… “Qué placer…” decía. Fue una larga cogida hasta acabar adentro.
El resto fue relajación y una superficial higiene.
-- ¿Tomamos otro vino? –propuso, completamente desinhibida y con su melena despeinada-
Tras beberlo volvimos a tener sexo. Del mejor.
Eran cerca de las 3 de la mañana cuando se despidió no sin antes confesarme que desde el primer día que me vio sentía ganas de cogerme, que ella de ninguna manera se atrevía a sugerírmelo pero como se había dado cuenta que yo tampoco se lo insinuaría, encontró la excusa de la música para descargar sus deseos. ¡Qué boludo! Cinco meses desperdiciados…

3 comentarios - Historias Reales - Cap. XXV

fatsy936
bastante bueno !!!!!!!!!!!!!
kramalo
muy bueno..!! hay un dicho que dice...: "la pasion es una flor al borde del precipicio..." ; claro!, hay que tener el valor de ir por la flor....jeje!! saludos