Enseñando a los jóvenes

Carlos, profesor de nivel secundario, fue convocado para dictar una cátedra en el nivel terciario de una escuela superior. Y esto era todo un desafío.
Con sus 40 años, llevaba 15 dando clase a adolescentes y ya empezaba a cansarse. El nivel terciario le daría la posibilidad de interactuar con jóvenes mas grandes y que iban a estudiar porque querían, no porque los obligaran, y esto pensaba con razón que haría las clases mucho mas amenas e interesante. Además, gente mas grande tenía otra experiencia de vida y seguramente esto sería enriquecedor para todos.
Pero no tuvo en cuenta un problema. Frente a él, en el salón de clases ya no tenía jovencitas adolescentes que son desvergonzadas por pose y para parecer mayores, pero que de solo verlas uno sabe que les falta mucho para ser mujeres. Ahora tenía frente a el a mujeres hechas y derechas que cuando entraba al aula, le sacaban una radiografía y se mostraban sensuales y provocativas.
De cualquier manera si había algo que Carlos valoraba era la docencia, y jamás se atrevería a mezclar la relación profesor alumno con otros sentimientos por evidentes que fueran. Siempre sus alumnos fueron sagrados. No podía verlos de otra manera que no fuera como su propia responsabilidad.
En cada curso de cada año, había siempre alguna estudiante que se destacaba por su belleza y el se cuidaba muy bien de exhibir ningún tratamiento preferencial o algún interés que fuera mas allá de lo profesional. Y este año no iba a ser la excepción. Entre sus estudiante estaba una morocha, de 1, 65 de altura, cabello largo lacio, ojos negros, y un cuerpo de infarto. Piernas torneadas, culo respingón, y un par de aldabas que hacían darse vuelta al mas flemático, máxime cuando llegó el calor y empezaron a aparecer escotes y transparencias. Verla caminar por los pasillos era una sinfonía perfecta. Era lo que explicaba porqué Dios había creado a la mujer…
Afortunadamente el ciclo terminó sin que jamás Carlos se descontrolara frente a esa belleza, y terminó teniendo con ella una excelente relación, como con casi todos sus estudiantes. De hecho, tiempo después de que había dejado de estar en sus clases, tenía tiempo para saludarlo y hablar con el cuando se encontraban en algún lugar.
Los 23 años de Mariana estaban lejos de sus 43. Pero no era óbice para que él disfrutara de verla pasar cerca suyo, de hablar con ella, y de gozar mirándola cuando nadie lo observaba.
Por fin, a los 25 años, Mariana terminó sus estudios terciarios y desapareció de la escuela, haciendo que la vida de Carlos volviera lentamente a la normalidad, y se dedicara de lleno a sus nuevos estudiantes.
Un día, caminando por el centro, vio en la ventana de un bar a Mariana sentada sola con la cabeza gacha, y fue mas fuerte que él. Disimulando, entró al lugar y se sentó en otra mesa mirando a su alrededor. Luego de unos minutos, hizo como que recién la veía, y se levantó acercándose a su mesa.
- Hola Mariana, que gusto encontrarte, dijo, y cuando ella levantó sus ojos para mirarlo era evidente que había estado llorando.
- Hola Profe, que sorpresa dijo, secándose los ojos con un pañuelo y tratando de disimular.
- No quería interrumpirte, solo pensé en saludarte. Espero no incomodarte.
- No Profe, por favor, siéntese conmigo, dijo con tristeza.
- ¿ Esperas a alguien?, preguntó con inocencia.
- Ya no, dijo ella con un dejo de tristeza.
- ¿ Qué estás tomando? Preguntó Carlos.
- Un café.
- Que ya debe estar frío, dijo sentándose y llamando al mozo para pedirle luego dos cafés mas.
- Cuéntame como andan tus cosas, dijo Carlos, sintiendo dentro de su cuerpo que una oportunidad estaba naciendo. Si la situación era como el pensaba, esta tarde podía terminar la mar de bien.
- Y, así, así, dijo ella sin explicar nada.
- ¿ El trabajo?
- Bien, Conseguí ubicarme en una buena empresa.
Perfecto. Problemas laborales no eran.
¿ Y tu familia?
- Todos bien, por suerte, contestó Mariana mientras le ponía azúcar al nuevo café que había llegado.
- Mira, no quiero entrometerme. Tal vez el hecho de haber sido tu profesor en algún momento, me ha dejado con una cierta responsabilidad e interés sobre tu vida, y resulta claro que no estás bien. Si de algo te sirve hablar con un viejo, te escucho, pero si lo prefieres, tomamos el café en silencio y luego me voy por donde vine.
Ella levantó sus ojos y lo miró.
- No Profe, al contrario, le agradezco su preocupación. En verdad necesito conversar con alguien que tenga mas experiencia que yo, pero no quisiera complicarle la vida con historias tristes.
- Mariana, nada de lo que a tí te pase, me complica la vida. Muy por el contrario. Me haría muy feliz poder ayudarte, dijo pareciendo todo un buen samaritano.
Mariana comenzó nuevamente a sollozar muy quedamente, y terminó de contarle que tenía que encontrarse con su novio, pero que descubrió que estaba saliendo también con una de sus mejores amigas. Esa traición de él y de ella la había desvastado. Le llevó como 30 minutos y un par mas de cafés terminar su historia.
Carlos escuchó pacientemente y luego la consoló y la alentó a que apreciera todo lo bueno que tenía y que no se dejara derrotar por personas a las que no le interesaba evidentemente.
De a poco, el rostro de Mariana se fue suavizando y recuperó su frescura y belleza que él tanto recordaba.
Siguieron conversando un largo rato y la charla se fue haciendo mas íntima entre ellos.
- Y Ud. Profe, sigue separado?
- Si Mariana ya pasó mi tiempo de estar con una pareja permanente , y dime Carlos, que profe me hace sentir muy viejo.
- Esta bien, Carlos, pero Ud. no es viejo. Jamás lo ví así. Al contrario, lo que veo es una experiencia interesante, junto a una educación fascinante, dijo ella sonriendo.
- Te agradezco los elogios, pero no me ofende que me veas como un viejo. Te llevo 20 años. Podría ser tu padre, así que está todo bien.
- No me resulta fácil verlo como mi padre, debo confesarle. Por el contrario, creo que tiene una personalidad muy atrayente que disimula facilmente la diferencia de edad. De hecho, me resulta mucho mas facil y entretenido conversar con Ud. que con los jóvenes de mi edad.
- Lo que ocurre Mariana es que siempre fuiste muy madura para tu edad. Eso se notaba ya en mi clase.
- Y ud cree que mis problemas con los hombres pasa por ahí. Que soy mas madura que ellos.
- Mariana, si me cuentas que un joven prefirió engañarte con una amiga tuya, en lugar de pasarse el día acariciándote, tengo que pensar que es un niño, no un hombre. Un hombre se dedicaría de lleno a complacerte, dijo apurando el café que le quedaba.
Mariana se sonrojó.
- ¿ Ud. cree?
- Estoy seguro. Por lo menos es lo que yo haría si tuviera la oportunidad de estar con alguien como tú, dijo Carlos con indiferencia y sin reflejar en su voz el deseo que sentía.
- Pero Ud. ha mencionado la diferencia de edad que tenemos, dijo Mariana tratando de hacerlo trastabillar.
- Y lo tengo claro. Entiendo que no podrías tener una relación seria con alguien como yo que ya tiene su vida organizada, mientras que tú recién estás empezando a vivir y seguramente piensas en esposo, hijos, y tu casa. Y además, ya te dije, no quiero mas parejas permanentes y compromisos.
- Entonces Ud. me está proponiendo una aventura, si no entiendo mal.
Carlos puso cara de sorpresa.
- Espera, espera, me has malinterpretado. Era un suposición tratando de que entendieras lo que realmente vales, de ninguna manera era una propuesta como la que imaginas.
- Ahhh, por un momento me asusté, dijo Mariana sonriendo con picardía.
- Bueno, al menos conseguí que te rieras, dijo Carlos. Creo que ya estás lista para quedarte sin mi compañía.
- Disculpe. No me río de Ud. Me río de mi. Por un momento me imaginé teniendo una relación con Ud. y la idea no me desagradó. Debe ser interesante compartir un rato con alguien maduro y que sabe lo que quiere, a diferencia de los niñatos que ligo habitualmente. Y me imaginé que Ud. me consideraba lo suficientemente interesante como para hacerme una propuesta como esa. Pero veo que sigue pensando que soy una niña, dijo con un mohín de enojo.
Carlos miró por la ventana. El cielo plomizo de la tarde comenzaba lentamente a convertirse en una llovizna suave. Luego la miró a los ojos y se puso serio.
- Mariana, no puedo imaginar pasar una tarde como esta en un mejor lugar que en una habitación los dos solos. Se que para mi sería una experiencia inolvidable, que excede mis mejores sueños, pero por lo mismo, lo imagino totalmente inalcanzable. Me parece que te estás burlando, dijo volviendo a mirar la calle.
Ella también miró hacia afuera.
- Aquí a la vuelta hay un hotelito muy íntimo, donde pensaba pasar la tarde con mi novio. ¿ Ud. me acompañaría?, preguntó sin mirarlo.
Carlos la miró con detenimiento. Esto no podía estar ocurriendo.
Llamó al mozo y pago las consumiciones.
- No me contestó, insistió Mariana.
- Sería un honor para mí reemplazar a tu infiel amigo en esta tarde. Y te aseguro que lo vamos a disfrutar y que él jamás comprenderá lo que se perdió.
Mariana se levantó y Carlos la siguió. Le abrió la puerta y caminaron juntos por la calle, sin sentir esa llovizna que ya empezaba a convertirse en una lluvia. La tensión sexual entre ellos era evidente. No se tocaban, ni se miraban, pero ambos estaban pendientes con cada célula de su cuerpo de lo que el otro hacía. La respiración entrecortada de ella mostraba su estado de ánimo. Carlos, trataba de lucir mas tranquilo, aunque le resultaba también sumamente difícil.
Llegaron a la puerta del hotel y Carlos abrió la puerta. Mariana entró decidida. En la recepción él pidió una habitación y con la llave en su poder, entraron al ascensor que debía conducirlos al 3° piso.
Recién allí, en la intimidad de ese cubículo de acero, Carlos se acercó a Mariana, y tomándola de los hombros la besó suavemente, como si temiera que este espejismo se quebrara en mil pedazos. Sus labios se encontraron en cámara lenta. Cuando se tocaron, una corriente eléctrica los atravesó como si un rayo hubiera caído en el ascensor, acompañando la tormenta que afuera comenzaba a desatarse descontrolada.
Cuando el ascensor se detuvo se alejaron a desgano. Bajaron y encontraron la habitación. Carlos abrió la puerta e ingresaron. Una lámpara en un rincón daba una tenue luminosidad lila al lugar. No podía verse demasiado, pero la luz bastaba para mostrar un sofá, una cama, y una repisa.
- Tengo que ir al baño, dijo Mariana dirigiéndose a la puerta lateral dentro de la habitación.
Carlos se sentó en la cama y tomó el teléfono, pidiendo una botella de champagne y preservativos, ya que no tenía encima.
En unos minutos un golpecito en una pequeña ventana que había en un rincón, le señaló que el pedido estaba listo. La abrió, tomo la botella y las copas, colocó los preservativos sobre la mesita de luz, y se dedicó a servir las bebidas.
Mariana salió del baño, nerviosa, como era evidente.
- Hay una tormenta terrible en la calle. Llegamos justo, dijo acercándose a la repisa.
Carlos le entregó una copa de champagne.
- No me gusta tomar alcohol, dijo Mariana recibiendo la copa en sus manos.
- Creo que la situación amerita un brindis. Por tí, por tu belleza, y porque seas muy feliz en tu vida.
- Gracias Carlos, dijo ella apurando la mitad de la copa de un trago, producto sin dudas del nerviosismo que tenía.
Carlos volvió a llenarle la copa y la invitó a sentarse en el sofá junto a él.
Se miraron como midiéndose. La situación era de una tensión salvaje. Mariana volvió a apurar su copa hasta el fondo, mientras lo miraba. Carlos se acercó lentamente y acarició sus cabellos, su cara, su cuello. El calor que emanaba del cuerpo de la hembra lo hacía temblar inconscientemente. Era pura atracción animal. Jamás había tenido una mujer con esa carga de sensualidad y erotismo.
Mariana por otra parte, cerró sus ojos. El alcohol la había mareado un poco, tal vez por su falta de costumbre, pero mas la mareaban esas manos que la recorrían suavemente, reconociendo cada centímetro de su cuerpo. Que diferencia con sus otras parejas, que se arrojaban encima de ella desesperados por penetrarla, sin tiempo para estas caricias tan eróticas y excitantes. Un suspiro le mostró al macho que estaba yendo por el camino correcto.
Lentamente hizo que se pusiera de pie, y entonces si pudo abrazarla completamente. Su boca se perdió en el cuello de la hembra y su lengua jugueteó sobre su piel, provocando cada vez suspiros mas seguidos en ella. La hizo girar y se colocó a su espalda, haciendo que sus manos recorrieran sus hombros y su cuello, mientras sus besos en la nuca eran cada vez mas posesivos. Lentamente sacó su remera de dentro del pantalón y la fue levantando hasta que ella levantó los brazos para facilitar la maniobra. Cuando se la quitó la arrojó lejos.
Un corpiño blanco resaltaba sobre su piel oscura. Siguió besando su espalda, mientras ella apretaba sus muslos con sus manos, como tratando de marcar el ritmo de los actos del macho.
Frente a ellos había un espejo que les permitía mas que ver imaginar lo que pasaba, dada la poca luz ambiente, aunque sus ojos ya se habían acostumbrado a la penumbra. Allí en ese espejo se reflejaba la entrega absoluta de la hembra, mientras el macho a su espalda se preparaba para el asalto final.
Las manos de Carlos encontraron el broche del corpiño y en un solo movimiento lo abrieron. Luego lo arrastró hacia adelante y ella lo terminó de quitar dejándolo caer al suelo. Y entonces aparecieron en el espejo el mejor par de tetas que Carlos había visto nunca. Sus manos las buscaron con deseo, y comprobó que no llegaba a abarcarlas. Eran unas peras de campeonato.
Mariana disfrutaba de cada maniobra, de cada avance del macho. Era algo nuevo para ella.
Carlos hizo que se diera vuelta nuevamente y cuando quedaron frente a frente, empezó lentamente a desabrocharse su camisa. Ella le ayudó solícita y se la quitó cuando estuvo totalmente suelta. La camisa acompañó la remera de ella.
Mientras se besaban, las manos de Mariana recorrían el cuerpo de Carlos. Esas manos suaves y cálidas le quemaban la piel y lo excitaban aún mas si eso era posible. Su boca descendió hasta tomar contacto con sus tetas y comenzó a chuparlas con deleite. Los pezones grandes y duros, eran un verdadero placer para su lengua.
Lentamente una de sus manos fue bajando por el estómago de ella, hasta llegar a su vientre y luego, sin prisa, pero sin pausa, su mano se instaló en la entrepierna, y sus dedos comenzaron a acariciar su sexo por encima del pantalón. Mariana separó un poco sus piernas y entregó su sexo para que la mano del macho disfrutara libremente.
La tela del pantalón no alcanzaban a disimular los labios vaginales inflamados de Mariana, y Carlos pudo concentrarse en darle placer rozando las partes mas sensibles y que ella indicaba claramente con sus suspiros.
Mariana estaba enloquecida con la situación y desesperada dirigió sus manos al bulto que claramente se destacaba en el pantalón de Carlos. Sus manos comenzaron a acariciarlo y delinearlo, siendo evidente como crecía con cada caricia, con cada roce.
En ese momento, Carlos la tomó de la cintura y lentamente, sin dejar de besarla la lllevó a la cama, hasta conseguir acostarla sobre ella, quedando sus piernas colgando fuera. Sus besos fueron descendiendo hasta llegar al botón del pantalón de Mariana, y tomandose su tiempo , lo desabrochó, bajó el cierre, le quitó los zapatos, y luego los bajó y se los quitó, dejándola solo vestida con una tanga blanca que hacía juego con el corpiño que ya no estaba. El cuerpo de Mariana se reveló aún mas deseable y sensual que lo que su ropa permitía vislumbrar habitualmente. Carlos se alejó un paso para disfrutar la imagen. Era preciosa.
Volvió a atacar su cuerpo, haciendo gala de un control y un dominio que enloquecía a Mariana. Las manos del macho recorrían todo su cuerpo, acariciaban su sexo, ahora con la única separación de esa tanga que parecía una telaraña por la suave y traslúcida. Sus dedos se colaron por debajo de la tanga y pudieron acceder al cuerpo de Mariana libremente. La humedad mostraba a las claras que la hembra estaba caliente. Como él.
Cuando su dedo medio entró en el cuerpo de ella, los muslos le apretaron la mano por un momento, para luego volver a separarse y facilitarle las caricias. Mientras tanto sus bocas volvieron a juntarse.
Carlos estaba caliente como nunca, y tuvo miedo de irse en seco antes de poseerla, por lo que decidió acelerar la posesión. Luego tendrían tiempo de seguir jugando.
Se levantó y terminó de desnudarse, ante la atenta mirada de Mariana. Cuando su verga asomó en toda su rigidez, un suspiro de placer de la hembra lo acompañó. No era una verga descomunal, pero sus 18 cm de largo y 5 de diámetro, rígidos y latiendo eran mas que suficientes para satisfacer cualquier hembra, y máxime una tan caliente y necesitada como Mariana.
Mariana se deslizó sobre la cama utilizando sus codos, para llegar a poner la cabeza en la almohada y se quedó allí esperando la posesión del macho.
Carlos encapuchó su verga con un preservativo, subió a la cama, y se ubicó entre sus piernas las que Mariana levantó y separó rodeando sus riñones.
Carlos pasó su verga por el sexo y el culo de Mariana, un par de veces. Luego la acomodó entre los labios de la hembra, la que instintivamente lo tomó de los hombros como si quisiera detenerlo, aunque nada mas lejos que eso. Un suave empujón, y luego de una pequeña resistencia, la verga se abrió camino, y la cabeza se alojó firmemente. Las piernas de Mariana se elevaron mas para facilitar el empalamiento.
Carlos avanzó con todo su cuerpo, entrando suavemente en Mariana. Cuando llegó al fondo, sus labios se juntaron, y la lengua de Carlos, repitió en la boca de Mariana lo que su verga estaba haciendo allí abajo.
Tiraron así un largo rato. La verga recorría todo su sexo ya que además de la penetración, Carlos agregaba un movimiento circular que enloquecía a Mariana, y que la fue llevando lentamente a la cima de un orgasmo mágico, que la arrasó por completo, haciendo que llorara de placer. Nunca se había sentido así.
Carlos la dejó disfrutar de su clímax, quedándose quieto y limitándose a chuparle el fabuloso par de tetas que portaba la hembra. Las dejó brillantes de saliva. Cuando ella se aquietó, la giró de costado sin salir de ella y levantó sus piernas hasta calzarlas sobre sus hombros. Así, de costado y con las piernas altas, las penetraciones eran totales. Cuando se metía dentro de ella la llenaba por completo haciendo que gritara de dolor y placer.
Fue en esa posición, viendo la cara de lujuria de Mariana que Carlos se dejó ir y se vació.
Cuando desensilló, se quitó el preservativo y la cantidad de leche que había allí lo asustó. Jamás se había vaciado de esa manera, y jamás se había sentido tan excitado y caliente luego de acabar. Podía seguir bastante mas.
Se acostó junto a ella y comenzó a acariciarla y besarla dulcemente, como si fueran algo mas que dos animales en celo. Como si además, hubiera algún sentimiento romántico entre ellos, lo que no era verdad.
Carlos se acostó boca arriba y la trajo hacia sí, continuando con sus besos y caricias. En un momento, presionó sus hombros para que descendiera y Mariana lo entendió. Bajó por su cuerpo y se metió de una la verga del macho en la boca, comenzando a chuparla con ganas.
Carlos colocó sus brazos detrás de su cabeza y en esa posición se dedicó a mirar en la penumbra como esa boca divina se llenaba con su verga, como la lustraba y la pulía, y como de manera notoria se iba endureciendo ante ese tratamiento.
- Móntame, le dijo Carlos, y ella ubicó una pierna a cada lado de su cuerpo y se empaló rápidamente. Cuando comenzó a cabalgarlo, las tetas rebotaban ante sus ojos, dando una imagen sensual y erótica única. Las manos del macho se apoderaron de ellos comenzando a magrearlo con ganas.
Pasaron 15 minutos y era evidente que el encuentro no iba a durar mucho mas. Mariana había acabado un par de veces y Carlos sentía sus huevos duros.
En ese momento Carlos notó que no se había protegido. Estaba tirando a pelo. Quiso entonces desmontar.
- ¿ Cómo quieres que me ponga? Preguntó solicita Mariana pensando que el quería cambiar de posición.
- Espera, tengo que ponerme un preservativo.
- No hace falta, dijo ella.
- No quiero correr riesgos.
Mariana descabalgó y se puso en cuatro patas, se dio vueltas y lo miró.
- Hay un lugar por el que no necesitar protegerte dijo invitandolo a encularla.
Carlos no podía creer en la oferta. Clavar el culo de Mariana era unos de sus sueños cada vez que la cruzaba por los pasillos y sus ojos se perdían detras de esas caderas bamboleantes.
Se levantó y hundió su cara en la entrepierna de Mariana, comenzando a pasar su lengua por todas partes. Luego su mano tomó los líquidos de su vagina y uno de sus dedos comenzó a distender ese agujero prohibido. Cuando los dedos fueron dos, Mariana se aflojó apoyando la cabeza en la cama para facilitar lo que ya era inevitable.
Carlos se acomodó, peló su verga y la metió en la vagina de Mariana para lubricarla, luego de 2 o 3 pistoneos, la sacó y apuntó en el otro agujero. Cuando su cabeza se apoyó contra el esfinter la dejó allí mientras sus manos jugaban con las tetas de la hembra. Notó que sus pezones estaban duros como piedras. Lentamente el esfinter se fue abriendo y la lanza de Carlos comenzó a entrar lentamente. Pasaron varios minutos hasta que la hembra se tragó todo el pedazo. Cuando lo tuvo todo adentro se quedaron quietos, y cuando ella se aflojó, Carlos empezó a martillarla sin miramientos. Estaba disfrutando terriblemente.
Pasaron así varios minutos hasta que Carlos no aguantó mas. Y Mariana lo notó.
- Damela, le rogó Mariana
-¿ La quieres?
- Quiero toda tu lechita Profe, quiero que me quemes con tu leche, por favor, por favor, le rogó, y Carlos no se hizo desear. Aceleró sus arremetidas y sintió una corriente que desde la columna llegaba hasta la punta de su verga y que florecía en chorros de semen calientes y abundantes. Pensó que se moriría ante tanto placer, y gritó como un animal mientras poseía de manera definitiva a la hembra de sus sueños.
Mariana al sentirlo venirse alcanzó un orgasmo mas, el último, el que la barrió por completo y la terminó como nunca antes le había pasado. Este encuentro había sido por lejos el mejor que había tenido en su vida. Nunca se había sentido tan deseada, amada, tan mujer.
Salieron de allí, en silencio pero satisfechos. Carlos la llevó hasta cerca de su casa y se despidieron con un beso dulce y tierno. Ninguno habló de lo que había pasado. Ninguno trató de arreglar otro encuentro. Los dos sabían que la relación era imposible. Los dos, estaban dispuestos a repetirla, apenas tuvieran la oportunidad.

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