Historias Reales - Cap. XXII

HISTORIAS REALES - CAPÍTULO XXII.
Pato.

Era el jueves pasado, a eso de las 9 de la noche. Como todas las noches desde principios de año, me encontraba “atornillado” a mi sillón viendo el resumen del Dakar por Fox, bien acompañado como siempre por mi amigo escocés con dos piedras de hielo. Me sobresalté con la campanilla del celular; era mi primo.
-- Hola Juan, ¿cómo te va?
-- Hola Beto, qué sorpresa! ¿Qué pasó?
-- Nada, no te asustes, te llamo para pedirte un favor…
-- Decime…
-- Acabo de comprarme un nuevo home theatre, uno grosso, 6.2; lo saqué de la caja y tengo un flor de quilombo de cables y enchufes. Tengo miedo de hacer cagada y…
-- …y querés que te lo instale –lo interrumpí adivinando por dónde venía el mangazo-
-- Si, primo, ¿podés pegarte una vuelta en algún momento?
-- No hay problema. ¿El sábado a media tarde está bien?
-- Si, perfecto. El sábado tengo partido a las tres, pero venite cuando quieras que Pato va a estar acá. Cuando vuelvo hacemos un asadito.
-- Dale. Llevo el vino.
-- Okey, te esperamos. Un abrazo.
Mi primo Alberto, Beto como lo conocemos desde siempre, está en pareja desde hace muchísimo tiempo con Pato, una mina mucho menor que él. Beto, que me lleva unos seis años, de pendejo era para mí una especie de ejemplo a seguir, lo quería copiar en todo, desde la ropa que usaba hasta sus gustos musicales. Recuerdo que cuando empezó a noviar con Pato me puse muy celoso: una porque esta mina estaba acaparándome a mi más querido primo y otra, porque Pato estaba muy pero muy buena.
Beto, que entre otros placeres juega al golf y navega en su velero, es director en una multinacional y tiene una posición económica más que cómoda, lo que le permite vivir en una casa a todo trapo en un country de Cardales y que su mujer se pueda dar el lujo de estar al pedo todo el día, sin trabajar, tomando sol, jugando tenis y sospecho que poniéndole brutos pedazos de cuernos a mi primo. Ni siquiera tuvo que criar niños porque en la familia suponemos, aunque no lo sabemos, que alguno de los dos no puede tener hijos.
Ese sábado hacía calor así que decidí ir temprano a Cardales, instalar el equipo y aprovechar la piscina. Puse algo de ropa en un bolso, un par de tintos, un blanco, algunas herramientas y partí.
Al llegar, después de hacer todos esos engorrosos trámites que hay que hacer para entrar a un country, me encuentro a Beto cargando su bolso de palos de golf en el baúl del BMW.
-- ¡Hola Juan! Llegaste temprano.
-- Si, me adelanté…
-- Mejor, así te muestro el equipo y dónde quiero que lo instales… Vení pasá.
Al entrar a la casa veo por el ventanal a Pato en la galería conversando con una vieja, conversación que interrumpió por un instante para venir a saludarme.
Beto me mostró todo, me ofreció que si necesitaba algo me lo sirviera, que me sintiera como en casa y se despidió diciéndome que en unas tres o cuatro horas estaba de vuelta para tomar un vermut y encender el fuego.
Me quedé entonces solo en el living desembalando todas las partes del equipo, que por cierto eran muchas: cables, amplificador, bafles, control remoto, unidades inalámbricas… Entre caja y caja que desempacaba no podía dejar de mirar de reojo a Pato, que por cierto estaba muy linda y ya despidiéndose de su amiga.
-- ¿Cómo estás Juan? Hacía mucho que no nos veíamos…
-- ¿Qué tal Pato? Si, es verdad, creo que no nos vemos desde el cumpleaños de Beto, en junio…
-- Uy, si… Cuánto tiempo! Necesitás algo?
-- No, gracias, en un rato termino.
-- Evidentemente sos bastante más hábil que el boludo de tu primo…
-- Jaja! Pobre Beto, no lo trates así…
-- Bué, cualquier cosa, si necesitás una mano, aunque no entienda nada de esto, llamame. Voy a estar en el parque.
No pude dejar de mirarla mientras se iba. Acomodó una reposera al borde de la pileta, se quitó ese trapo que las mujeres usan a modo de falda en la playa quedando en bikini y se recostó boca abajo desabrochando los moños de su corpíño para que el sol no le deje marcas. “¡Qué pedazo de hembra se come Beto, por Dios!” pensé. No quería imaginar que se había acomodado adrede de forma tal que pusiera la raya del culo apuntando hacia mí. Sus nalgas con total ausencia de un mínimo de celulitis traspiraban pequeñas gotitas que dibujaban excitantes reflejos en su piel. Sentí una incipiente erección y entonces volví a lo mío.
Una vez terminado mi trabajo la llamé. Inmediatamente, tras abrochar su corpiño, vino hacia el living a apreciar la obra…
-- Uy! Qué bueno quedó! Lo probamos?
-- Si, claro. Dame un CD.
Abrió un enorme cajón del que extrajo un disco, que obviamente no fue elegido al azar sino después de una meticulosa búsqueda. Sonny Rollins. Puse el disco que empezó a sonar y ajusté un poco el ecualizador. El saxo de Sonny entonaba un blues, lento, suave, que inundaba el ambiente de romanticismo.
-- ¡Qué bien suena esto! Te felicito Juan.
-- A mi no, felicitá a los ingenieros de Technics que hace estas maravillas… Y a Beto que lo eligió.
-- Alguna buena tenía que embocar…
-- ¿Por qué decís eso?
-- No, por nada, dejá…
-- Convengamos que al menos una buena embocó. Y muy buena.
-- ¿?
-- Cuando te eligió a vos
-- Me hacés reír… Me eligió a mi hace mucho, pero después habrá elegido miles más.
-- ¿Cómo?
-- ¿Y vos que pensarías de alguien que nunca está en casa, o por trabajo, o por el golf, o por el puto barco de mierda, o por lo que sea, y que con suerte te hace el amor una vez por mes…?
-- Yo renunciaría a algo… -afirmé comenzando a calentarme-
-- A veces pienso que dejé de gustarle…
-- No digas eso que bien sabés que estás muy buena.
-- ¿Lo decís en serio?
-- Por supuesto…
-- Vení, acercate…
Me senté a su lado. Debajo de su corpiño amarillo flúo se erigían sus pezones como dos botones de timbre.
-- Acariciame.
-- Pero, Pato…
No me dejó terminar la frase; con un terrible beso me tapó la boca. Sentí su lengua casi en mi garganta mientras apoyaba su mano en mi entrepierna. Ya con una erección casi a pleno le confesé:
-- Quiero cogerte…
-- Siiii, quiero que me hagas tuya, que con este pedazo me partas el culo en ocho partes –pidió apretándome la pija por sobre el pantalón- Vamos arriba, tenemos poco tiempo…
Subimos al dormitorio, se desnudó, aprecié el contraste de su piel bronceada con la blancura de sus pechos, me quité la ropa y comenzó a succionarme el miembro como si quisiera comerlo…
-- Cogeme por el culo –me pidió acomodándose en la cama en posición de perrito, introduciéndose un dedo en la vagina acariciando su clítoris-
Separé sus nalgas con ambas manos, besé su ano lubricándolo con abundante saliva, e intenté la penetración…
-- Me duele… -se quejó-
-- Es sólo al principio…
Entre gemidos, lentamente pude introducirle el pene hasta tener la cabeza adentro. Allí se relajó completamente y enterrárselo íntegro fue sólo un trámite. Aullaba de placer. Tras poco bombear tuvo un orgasmo que aflojó sus brazos dejándola caer de bruces sobre la cama. Aún me faltaba para acabar así que arrimé la pija a su boca. Exhausta, casi sin fuerzas, sólo atinó a besarla al tiempo que me masturbaba. Un caliente chorro de semen espeso derramé sobre sus mejillas.
-- Ay, Juan, sos una máquina sexual –dijo casi en un susurro-.
-- Y vos tenés el culo más ardiente que haya conocido. Sigamos, antes que llegue Beto.
-- No, tengo miedo que venga y nos encuentre así.
-- Sólo un poco más… -le imploré acariciando sus genitales-
-- No, no, por favor; no nos va a faltar una nueva oportunidad. Dale, ponete un short y vamos al agua.
Estábamos masturbándonos mutuamente en la piscina, a punto de ensayar una penetración vaginal, cuando escuchamos el auto de Beto entrando al garaje. Confieso que fue unos de los más grandes sustos que me pegué en la vida, en sólo diez segundos mi pija pasó del estado de máxima erección a la flaccidez total. Sin embargo, cuando Beto llegó al borde de la pileta, no tuvo motivo alguno para sospechar absolutamente nada.

Un rato más tarde, sentados los tres en la galería tomando unas cervezas bien frías, Beto comenta:
-- Che, Juan, está bueno el equipo, ¿no?
-- Si, la verdad que es un fierro, pero dejame aconsejarte algo…
-- Si, claro, decime que vos la tenés clara.
-- Deberías cambiar esa tele de 32 por uno bien grande, un 54 por lo menos; más si tenés lugar en esa pared.
-- Si, lo pensé, pero es un despelote… Habría que poner un soporte y ver la forma de que los cables queden escondidos. Yo no me animo a eso.
-- Despreocupate, de eso me ocupo yo… Compralo y yo te lo instalo.
-- Buenísimo, gracias –se alegró-
-- ¡Genial! –gritó Pato, proponiendo un brindis-.

1 comentario - Historias Reales - Cap. XXII