No lo piense dos veces...

El relato es ficticio, y el título del mismo no es en doble sentido.

Agosto de 2012. Cerca de la primavera, una pareja de jóvenes está a punto de dar el paso más importante que las personas pueden dar, unir sus almas ante la atenta mirada no sólo de los seres que los aman, sino también ante los ojos de Dios. La verdad es que el tiempo pasa volando, y ese primer día de septiembre que casi roza sus narices será la jornada donde expresen con sus bocas a través de palabras una señal de amor. Mientras tanto, los tórtolos se están poniendo lindos para su gran día. Ella va una vez por semana a la cosmetóloga para hacerse unos tratamientos con exfoliaciones, y él va todos los días al gimnasio ni bien llega de trabajar. Sus prendas están siendo elaboradas, por lo que no es novedad que reciban llamadas o mensajes que les notifiquen la evolución. Matías Sousa y Soledad Carvalho están juntos desde hace siete años, y hace apenas 10 meses que se comprometieron. La elección del lugar de donde sería la celebración fue hecha sólo hace un mes, y sin llegar al punto de la discusión. Matías zafó de contraer una deuda con el banco, y ni siquiera ella lo sabía, pues le había prometido que haría sólo lo que le guste a su novia, de la forma que sea, que se jugaría. Así fue desde el inicio.
El respeto predominaba en su relación, y también el acuerdo. Nunca se levantaban la voz y se ofendían el uno con el otro. Realizaban cenas frecuentes y se hacían muchos chistes, pero una particularidad los diferenciaba de otras parejas. Nunca habían hecho el amor. No lo habían sentido como necesario para poder quererse. Podían pasar horas acostados en la cama sin erotizarse, hablando de cualquier cosa. Sus besos eran muy románticos y básicamente era una convivencia de ensueño, fuera de la realidad de la mayoría, que despertaba envidias y sospechas de los amigos de cada uno de ellos. Una noche, dos semanas antes de la concreción de la boda, Matías estaba cocinándole a ella, y concentrado en preparar la salsa, le tapan los ojos con las manos.
- ¿Quién soy? - dice ella.
- El paraíso que me invade… - responde él.
- Sos un dulce, mi vida. Así cualquier día de mi vida me casaría con vos. (con una sonrisa en el rostro) ¿Cómo va eso?
- Para serte sincero, viene tremendo. Creo que estoy mejorando, y evalúo la posibilidad de empezar clases de cocina. (muy positivo)
- ¿Seguro que es para tanto, Mati?
- No sé si es para tanto. Mi próximo paso va a ser aprender algo de repostería, para prepararte cosas ricas, que sean tan ricas y dulces como vos, querida.
- Ay… ¡Cada vez me dejás más perpleja! Sos un amoroso… (ella le agarra un cachete del rostro y le da un besito) Mirá que yo no soy comestible, ¡eh!...
- Pero te he comido a besos…
- Eso es verdad. Te amo…
Interrumpen ese mimoseo verbal para llevarlo a lo físico. Se parten la boca de la misma forma usual de cada día, con la tradicional impregnación de lengua, labios y deseo no sexual que los define. Fueron cinco minutos, 300 segundos de pasión que acumularon en el día y podían descargar sin recurrir a lo carnal. Apurado y con autorización de ella, terminó la salsa y la colocó en la olla junto con los ravioles. En 15 minutos podrían disfrutar de su cena en paz. Él había comprado un champagne no muy caro para brindar por la eternidad de su unión, y ambos pronunciaron “salud” antes de beberse las copas.
Todavía anticuados, compartían la misma cama. Ya era muy tarde y cumplían con su obligado descanso luego de una semana agitada, y la siguiente sería peor. Los días los estaban arrastrando a dar fe, a que cumplan su promesa. Hacía calor y él se iba a levantar a agarrar el control del aire acondicionado, pero no podía. Hizo fuerza pero estaba oprimido. Tenía los brazos atados al respaldo de la cama y los pies también. Notó que estaba desvestido, en ropa interior. Era muy extraño, ya que no dormía así por respeto a Soledad. Ambos descansaban siempre en pijamas. Seguramente debía ser consecuencia del sueño profundo; de hecho creyó que estaba soñando, pero unas palabras le hicieron tomar conciencia de que eso era la verdad más verdadera.
- Sole, Sole… Me ataron. ¿Te hicieron algo? ¿Estás bien? Por favor contestame, te lo pido por favor. (desesperado, con lágrimas en los ojos)
- Jajajajajaja… ¡Qué crédulo! - responde ella, burlándose de él.
- ¿Sos vos, Soledad? Esa es tu voz. ¡Gracias a Dios que no te pasó nada! Creo que entraron a robar, por eso estoy atado. ¿No te hicieron nada? (desesperado, pero más tranquilo)
- Soy yo. No nos robaron, nene. Está todo bien. (dice riendo, mientras prende la luz) Te tengo preparado algo.
- ¿Qué hacés vestida así? Me caigo y me levanto, Soledad. ¡Qué figurita! ¡Qué cintura de avispa! (dice asombrado, pues nunca la había visto en ropa interior, aunque parezca increíble)
- Wow. No me imaginé nunca que dirías algo como esto, Matías Sousa. Vamos bien, entonces. (él sigue piropéandola con formalidades, pero ella le tapa la boca con una mano y él, frustrado, se calla) Yo te até para que nos iniciemos, viejo. Hay que empezar de una, por favor. (entusiasmada) El juego de atarse siempre es bueno porque le otorga el poder a una de las partes. ¿Te copás con esta?
- No sé. Sabés que yo no adhiero mucho a esto… (temeroso)
- Dale. Te voy a ayudar. No estás en las manos de una desconocida, estás en las manos de tu futura esposa. Somos pocos y nos conocemos mucho, ¿eh? (con un tono maternal)
- Prometeme que vas a ser cuidadosa.
- Lo prometo. No fallo a mis palabras. Por eso seguimos juntos.
Soledad le agarró el rostro y lo besó con una intensidad que era descomunal, y al mismo tiempo metió la mano en lo que antes hubiese considerado indebido, pero ahora se animaba a más. Estamos hablando del pene de su compañero de vida, al cual empezó a masturbar sin piedad. Él gemía como loco, sin poder controlarse. Ella lo besaba con esa misma intensidad, cuando él la interrumpe diciendo que no le faltaba mucho para acabar. Antes de que termine de decir la frase, ella enfundó el capuchón con un profiláctico, para luego extenderlo sobre toda la longitud del miembro, llegando a tiempo antes que él expulse el primero de tantos orgasmos.
- ¿Qué tal se sintió?
- Excelente, muy distinto a lo que recordaba en mis tiempos de púber.
- Ahora vos vas a llevarme a ese estado, pendejo. (lo amenaza y le toma el rostro para mirarlo fijo)
Ella se sienta sobre la rigidez de la ingle de él y se balancea de arriba abajo, alternando las velocidades de acuerdo a sus preferencias. Cuando está a punto de alcanzar el orgasmo, disfruta de la tortura que ejerce sobre Matías, que sufría como un tonto al tenerla sobre sí, y que no lo podía tolerar más. Acabaron al mismo tiempo y ella se desplomó bruscamente en el pecho de él. Con muy poca fuerza, Soledad alcanza a poner sus dedos en la boca de él para poder proseguir con los besos, que no la cansaban.
- ¿Pude llevarte al estado que querías? (muy agitado después de dos eyaculaciones)
- Sí, lo hiciste. Para empezar, es un buen inicio. (está agitada, pero no tanto)
- La verdad que esto del sexo es magnífico. Y es mejor hacerlo con otra persona que no sea uno mismo, sino no tiene mucho sentido.
- Tenés razón. Creo que por años nos conformamos con nuestros propios cuerpos porque no sabíamos dar el paso hacia adelante. Hoy, hemos tenido la fortaleza y la valentía para lograrlo, y lo hicimos. ¿No te sentís distinto? (muy positiva)
- Sí, por supuesto. ¿Sabés una cosa? Estaba pensando en algo… (dice muy serio)
- ¿En qué?
- ¿Por qué no hacemos la fiesta en la quinta de Natalio Botana? Entraría toda la gente para el banquete, el juez de paz, podrían usar la pileta del patio… qué se yo. (se ríe)
- No está mal, no está nada mal… (se ríe, le causa gracia, y ahora le sigue la corriente a su novio) Pero, mejor guardémonos la pileta para la noche de bodas, nene. Te pagás un champagne, lo tomamos en el borde de la pileta con tu traje y mi vestido puestos, comemos unas masitas finas, y si nos ponemos en pedo, que sea lo que Dios quiera. (se descostillan de la risa después de esta oración)
- Hecho. Le voy a decir a mis viejos. Mentira… (se siguen riendo y ella le da unos manotazos para joderlo)
- Si lo hacemos en lo de Natalio Botana se me pudre el vestido; ahí hay mucha mala suerte, así que nos conviene hacerlo donde lo acordamos. (se ríe) No quiero que eso me aleje de vos. (seria)
- Yo tampoco quiero estar lejos tuyo. Te amo, más que a nadie. Te amo.
- Yo también te amo, mi principiante sexual.
Ambos se sonrojan y hacen una guerra de almohadas muy breve antes de quedarse profundamente dormidos. Deberán seguir resolviendo los detalles faltantes de su fiesta de matrimonio, que será un suceso genial.

Dejo esta canción, que los invitados y los novios debían haber bailado en la fiesta:

link: https://www.youtube.com/watch?v=qvF7L1NmC3c

1 comentario - No lo piense dos veces...

anaypa
Muy bien por Soledad!!