Hoy estamos de remate...

Este relato es ficticio, y nunca ocurrió.

Marzo del 2000. Alejandro Rebecchi es un pendejo bastante traga. Sí, traga. Traga libros. Terminó el quinto año con un promedio de 9,33 y el inicio del CBC estaba a sólo unos pasos de llegar. Era el último mes de vacaciones, inusual, ya que estaba acostumbrado a iniciar las clases en marzo, pero debía acomodarse a lo nuevo, que para él, era lo mejor que sucedería en su vida. Todos los días deseaba que fuera abril para devorarse docenas, centenas, lo que fuera de libros. Amaba el conocimiento, el pensamiento, la ciencia, la matemática, el saber lo hacía feliz. Una tarde, en tiempos cercanos al otoño, salió de su casa en bicicleta para recorrer el barrio. La madre siempre le advertía que tenga mucho cuidado si iba para el lado de Arias, que mire a ambos lados porque el tren lo podía aplastar, pero que sí podía cruzar la vía. Lo señalaba porque vivía en Castelar Norte y a veces para cancherear, iba por Rivadavia, que es un quilombo. Cada día era lo mismo: el aburrimiento lo combatía así, yendo de un lado hacia otro, acelerando la velocidad cuando no veía a nadie, particularmente en las zonas desérticas de población. Faltándole dos cuadras para volver y luego de estar un par de horas afuera, una señora le pide que se detenga. Es una mujer mayor, con un saco blanco que cubre un delantal. Carga bolsas en ambas manos y parece que no puede con todo. Él la acompaña con la bicicleta y por supuesto que lleva dos bolsas en las manos. Llegan a una casona bellísima de la calle Sarmiento. La señora se llama Edelma Guerra y es una empleada doméstica del lugar. Le agradece al chico por ser cortés con ella y lo invita a pasar para que beba un vaso con agua. Acepta y entran. El lujo de la casa lo dejó perplejo, pero no pudo observar todo ya que es sólo un visitante. Antes de irse, Edelma le pregunta si no le gustaría hacer tareas de jardinería, que no sería gratuito. La paga por cada día iba a ser de $20 (20 dólares de aquel entonces, alrededor de 200 o 300 pesos de ahora). Al oír la cantidad, dijo “sí” sin oposición alguna, sin ni siquiera consultarle a sus padres. La primera jornada será el sábado de esa semana.
Sábado 11, al mediodía. Después de haber almorzado, Alejandro va hasta la casona y toca el timbre. Ya estaban enterados de que iba a colaborar. Se baja de la bicicleta y camina hasta el fondo. Allí se encuentra con Edelma, que estaba poniendo a secar la ropa. La saluda cordialmente, y ella le entrega una lista de los quehaceres que deberá realizar de allí en más. La lista incluía trasplantar algunas plantas que no habían sido colocadas en lugares correctos, podar el césped, limpiar la pileta (gigante) y cortar algo de pasto, pues porque en un día no le iba a alcanzar. A las 7 de la tarde había completado casi todo. Dejaría el resto para el próximo miércoles. Estaba medio confundido por la hora. Todavía no se acostumbraba a que hubiera 60 minutos menos por el horario de invierno, y eso lo había hecho dormir mal los primeros dos días luego del cambio. Edelma lo vio cansado y le ofreció una bebida fresca. Le dijo que pase adentro, que tenía que hablarle de algo importante.
Edelma: - Mirá, querido, hoy va a haber una noche importantísima acá.
Alejandro: - ¿Noche de qué?
Edelma: - Hoy le festejamos el cumpleaños a nuestra patrona. No te voy a decir cuántos. Ni siquiera lo calcules o lo preguntes. (lo amenaza con el puño, estilo Simpson)
Alejandro: - No hago esas cosas, Edelma. Quédese tranquila. Soy educado. (dice asustado)
Edelma: - Perdoname, querido. Lo que pasa es que acá son muy estrictos con los modales… (lo dice porque le teme a sus jefes) Bueno… Esta noche es el cumpleaños de la patrona, y va a haber comida, y un gran bailongo. (relajada)
Alejandro: - ¿Y va a venir mucha gente?
Edelma: - Unas 50 personas, parientes, allegados, nadie más. Yo y Hugo vamos a estar para atender a los invitados, y la verdad que esto no me gusta una mierda, pibe.
Me gustaría estar rascándome a 4 manos en mi casa, pero tengo que laburar. Es así.
Tenés suerte de hacer estas changuitas.
Alejandro: - Creo… Igual, mis viejos me bancan. Nosotros no tenemos guita, la remamos como podemos.
Edelma: - Ni me lo digas… Por eso, hace 10 años acepté este laburo. Como agradecimiento por ayudarnos hoy, te queríamos decir si no podés venir esta noche después de las 12 a saludarla. Después de todo, es ella la que te garpa.
Alejandro: - Bueno, está bien… (desganado)
Edelma: - Sé que no querés, pero son cinco minutos. Venís, comés algo, cruzás unas palabras con ella, y te vas. Le voy a decir a Hugo que te pase a buscar en la camioneta. ¿Dale?
Alejandro: - OK, les digo a mis viejos que me quedo a dormir en la casa de un amigo, cosa que es verdad, y listo. Nos vemos, entonces.
Edelma: - Sí, por supuesto. Hasta luego.
Ella lo acompaña hasta la puerta. Cierra el portón luego de saludarlo y ver que él ya está a 100 metros de ahí. A las 10 de la noche se va a la casa de Fermín para ver una película de Schwarzenegger (de comedia, no Terminator) en la televisión. Cuando faltaba poco para que termine, ellos se estaban peleando por los pochoclos, y tocan bocinazos afuera. Era el tan mencionado Hugo, el chofer de la “señora” y mayordomo amigo de Edelma. Un tipo buenísimo, simpático, pero que tenía que hacerse el cheto cuando laburaba. Comienzan a charlar sin conocerse, pero la buena onda del hombre hizo que Alejandro adquiriera más confianza.
Hugo: - ¿Y? ¿Tenés novia? (rompe el hielo)
Alejandro: - No.
Hugo: - Pero debés haber tenido.
Alejandro: - No.
Hugo: - ¿Me jodés? (no lo carga)
Alejandro: - Te hablo en serio. (contesta, y luego un breve silencio)
Hugo: - Edelma te convenció para que vengas, y eso es importante. Queremos darle un regalo a la patroncita y nos gustaría que nos ayudes.
Alejandro: - ¿Por qué yo? Ni sé quién es…
Hugo: - Ya la vas a conocer. Te dijimos que vengas porque ahora sos como un empleado nuevo.
Alejandro: - Está bien. ¿Me bajo o no? (cuando ya llegan a la casona)
Hugo: - Bajate cuando estemos adentro. Acá es peligroso a esta hora.
Hugo abre el portón y el adolescente se queda adentro del vehículo. No tenía tanto miedo. Ve salir de adentro a gente caminando. Eran los invitados de la fiesta que se estaban yendo. El hombre los saluda y aguarda hasta que se van todos para cerrarlo. Ya estaba harto de tener que esperar. Por fin se sube y deja la camioneta en el fondo. Lleva al chico adentro para encontrarse con Edelma.
Edelma: - ¡Viniste! Me alegro… Bueno, Hugo, es hora.
Hugo: - ¿Hora de qué?
Edelma: - De decirle la verdad, tonto… (se ríe pero trata de disimular)
Hugo: - Ah, sí, la verdad. Jejejejeje… (despistado)
Edelma: - Ale… (silencio, mientras ambos la observan) El regalo que vamos a darle a la patrona… sos vos.
Alejandro: - ¿Cómo que soy yo? ¿Me están jodiendo? No soy mercancía, soy una persona con sentimientos. (dice desesperado)
Edelma: - Escuchame. Si no le regalamos a la señora lo que nos pidió, nos raja. Y no te olvides que estamos grandes para conseguir laburo. Y menos, cuando estamos en crisis.
Alejandro: - Bueno, está bien… (decepcionado) ¿Qué tengo que hacer?
Hugo: - Acompañame, que te digo.
El chofer y el chico van en silencio hasta un baño lujoso, majestuoso de tanto lujo, pero que para su origen de clase media era innecesario.
Alejandro: - ¿Qué tengo que hacer?
Hugo: - Primero, te tenés que bañar. Acá. Te bañás, te ponés desodorante y perfume.
Alejandro: - ¿Es eso nada más?
Hugo: - No es solamente eso. No te tenés que vestir. Te tenés que quedar desnudo.
Alejandro: - ¿Por qué?
Hugo: - Órdenes de la señora. Aparte, si se llega a enterar que sos vos el que estuvo haciendo la jardinería hoy, te echa sin pagarte, y a Edelma y a mí, también.
Ah, casi me olvido. Cuando estés listo, traigo la caja para que te metas dentro. Vas a estar ahí 10 minutos, y tiene agujeros para que respires.
Alejandro: - ¿Y qué me va a hacer?
Hugo: - Sabés lo que te va a hacer, sólo te pido que lo disfrutes, porque será una vez.
Alejandro: - Está bien. (triste, pero por lo que tiene que hacer)
Hugo: - Voy a traer la caja. Te espero acá, así te ayudo. ¿Dale?
Alejandro: - Dale. (sigue triste)
Hugo va y viene en 10 minutos, y justo lo engancha a Alejandro peinándose y perfumándose, en desnudez. A ninguno de los dos le molesta porque son hombres, y aunque no se conozcan, no van a ver algo que nunca hayan visto. Cuando termina, observa la dimensión de la caja, y se coloca adentro como le indican: boca abajo. Mientras Edelma la distrae, Hugo lleva la caja hasta la habitación, que en este lugar también era grandísima y excéntrica, llena de espejos en el techo y uno grande frente a la cama. No podrá hablar sólo si la mujer se lo autoriza, dijo terminantemente el señor. Le pidió que respire normalmente, que Edelma ya le iba a decir que venga.
No dejaba de imaginar a quién sería entregado como paquete. Justo cuando seguía ilusionándose, oye la voz de Edelma. Trata de ver por los agujeros de la caja. Alcanza a ver las piernas de ambas, y siente que se acercan a la caja. Del susto, se pone inmóvil para el personaje que debía interpretar.
Edelma: - Bueno, señora, aquí está su regalo de cumpleaños.
Lucía: - Muchas gracias, pero, ¿sabés qué es?
Edelma: - Sí, lo sé. Pero debe ser usted quien lo abra. Por eso la dejo sola.
Lucía: - Está bien. Puede ir yendo. Hasta mañana. (dice sin maltratarla)
La señora, que en realidad le decían así por respeto, es muy joven. Y no estaba en pareja, o casada. Lucía heredó la propiedad de sus padres, que tienen un negocio de lanchas en el Tigre, y ella estaba ayudándoles. Habían hecho mucha guita. Ahora, frente al regalo, se hace la sorprendida. Ya tenía una idea de lo que le iban a dar.
Va hacia una sección de la caja y la levanta. Luego levanta la otra hasta que la abre por completo. Observa al chico, desnudo, que no se movía, y prestó atención a que tenía pegado un papel en las nalgas. Éste, muy breve, decía: “Señora Lucía, feliz cumpleaños. Espero poder ser el regalo que a usted le guste, un adolescente puro y virgen, interesado en conocer las maravillas del sexo. Atentamente, Alejandro Rebecchi”. El texto fue redactado por Hugo, a las apuradas, y el pibe ni se había dado cuenta de tener eso pegado. Cuando lo oyó, leído por la que ahora será su ama, prometió vengarse del empleado. Lo acarició con ambas manos y le dio un par de chirlos. Él seguía inmóvil, pero no aguantaba el placer que le daba ser domesticado. Tampoco podía mover los ojos o pestañear, al menos que se le explicitase. Ella seguía acariciándolo como si fuese un cachorro, pero aún no hizo lo peor. Eso era ponerse frente a él, porque hasta ahora había estado detrás. Se desplaza, paso a paso, rodeándolo por la izquierda y llega hasta su cráneo. Se agacha y posa sus pupilas color verde a centímetros de los ojos marrones de él, bastante asustados.
Lucía: - ¿Vos sos mi regalo? (él asiente) Tengo que agradecerle a aquellos dos por darme lo que quería. Encontraron a un voluntario que se ofreciera. Parecés ser bueno. Tenés todos los requisitos que suelo solicitar, así que… veremos qué pasa. (muy sensual)
Alejandro está más relajado ahora, pero ella se va un momento. La vio y se enamoró de la belleza que esta joven tenía. Al volver, le coloca un collar de perro en el cuello y lo lleva en cuatro patas hasta la cama, que está a unos pocos pasos. Debe mirar hacia abajo hasta que se le pida lo contrario. Ella, que tenía un vestido negro, se lo baja por la mitad, exponiendo un corpiño de encaje casi transparente que insinuaba sus naturales y turgentes pechos. Tira de la correa para que pueda erguirse y mirarla de nuevo. Ella lo observa lascivamente, esperando que él cumpla las funciones que le fueron encomendadas. Lo besa muy deseosa, y él, sin experiencia previa, hace lo que puede. Ya lo suponía luego de leer la esquela que estaba en el culo de él.
Lo autoriza a responder preguntas.
Lucía: - ¿Te gusto?
Alejandro: - Sí.
Lucía: - Sí, ¿qué?
Alejandro: - Sí señora.
Lucía: - ¿Mucho?
Alejandro: - Sí. Es usted muy bonita.
Lucía: - Muchas gracias. (con gentileza) ¿Cómo creés que te parezco más atractiva? ¿Así o desvestida? (tratando de seducirlo)
Alejandro: - Usted es demasiado linda… Y la ropa le queda excelente.
Lucía: - ¡Cuántos halagos! Sos muy respetuoso, nene.
Alejandro: - Sólo le digo la verdad.
Lucía: - ¿Así que sos puro y virgen, como dice este papelito? (él asiente) ¿Estás seguro de querer despedirte de eso? Mirá que no hay vuelta atrás. De esta no volvés nunca más. Te lo digo porque eso les pasa a todos. (advierte, acariciándole el rostro)
Alejandro: - Estoy decidido. (dice con los ojos brillosos, pero no llorosos)
Lucía: - Está bien.
Ella vuelve a tirar de la correa y lo acerca a sus labios, pero le niega el beso al tirarlo y ponerlo boca arriba sobre la cama. Muy desesperada, se sube sobre él y logra besarlo. Él sentía la suavidad de sus larguísimas piernas, esas piernas que mostraban una femineidad increíble, como si no fuese de este mundo. Y cuando tocaba su pelo, más atraído por ella se sentía. Alejandro debió aprender a utilizar la boca, que de acuerdo a las expresiones que Lucía demostraba cuando él la pasaba por su torso, que le autorizó a levantarle el camisón, no lo estaba haciendo mal. Ella lo fue guiando al presionarle la cabeza para que siga utilizando la carnosidad labial y la lengua por cada centímetro de su belleza. Pudo enseñarle muy bien a erotizarla, a provocarle suspiros, gemidos, a generarle deseo, a hacer que quiera más de esas lamidas, lentas o rápidas, que de a poco, la llevaban a no poder quedar satisfecha. Eso es muchas veces el colmo del placer: siempre queremos más, pero no se puede con todo. También le pidió que vaya al lugar del origen de la vida, donde halló una gran cantidad de fluidos frescos, que provenían de todo eso que le había provocado con gestos cariñosos. La primera lección ya estaba aprobada, pero ella entendía que él no llegaría a tener la suficiente fuerza para penetrarla y aguantar 10 minutos. Le propuso esto: iban a acostarse (ella sobre él) y hacer lo mismo que al principio, tocarse, besarse, sentirse, pero con la diferencia de que la movilidad de ambos se reduciría al practicarse un coito. Él estaba nervioso y ella le dijo que estaba en buenas manos, que no se preocupe por el profiláctico. Lo ayudó a ponérselo, verificaron que no se haya roto y se pusieron en la posición que acordaron. Ahora ambos, unidos por esa extremidad hinchada, estaban sintiendo lo mismo. Cada vez más, pero no era sólo por una mera penetración, porque eso no tiene sentido si no está acompañada por algo de afecto. El afecto que hay en una relación sexual denota que estamos expresando nuestra humanidad. Ese afecto que parecía comenzar a florecer entre ellos, pues no se conocían, podía traspasar barreras o quedar ahí.
Lamentablemente, no se podía hacer mucho. Esa noche compartieron el mismo lecho, con él abrazándola, sin querer dejarla. En la mañana, sólo llegaron a prometer más encuentros, pero nada más, obviamente, luego de que él cumpla sus tareas de mantenimiento. Después de que él terminó, tres meses después, ya nunca más volvieron a verse los rostros, pero aún quedaría en sus cerebros las sensaciones disfrutadas.

Anexo acá una canción de la época, para que se rían un poco:
https://www.youtube.com/watch?v=vhOIjqOWXa8

1 comentario - Hoy estamos de remate...

anaypa
Muy buen relato! hermoso pibe Alejandro!!