La solución está en casa...

Este relato es ficticio, y nunca ocurrió.

Noviembre de 2005. ¡Qué lindo es ser joven! Lástima que no dura tanto, y hay que saber aprovechar los tiempos. La vida se va muy rápido, y cada minuto cuenta, por más que en ese minuto te hayas rajado 50 pedos en el baño de tu casa. Beneficiado por el reverdecer de una economía devastada, Esteban Manso había logrado obtener un puesto importante en un banco de la capital, al menos era importante para él. Era un sencillo cajero de banco, y lo que quizás era importante era su salario, mediano y suficiente para alquilarse un modesto departamento en Almagro. Nunca le habían gustado los lujos, no tenía plasma ni computadora nueva. Conservaba la misma de su casa que tenía Windows XP y un televisor de 20 pulgadas que tenía en la habitación.
Sus padres estaban orgullosos de que el hijo del medio haya iniciado su vida de adulto, y que no tuviera que depender más de ellos porque les desagradaba. Y sabían que él nunca sería como Ramón Hernández, porque le quedaba mucha dignidad. Tenía valores inculcados, y no los iba a perder así porque sí. Ahora, ellos lo soltaron, como los pájaros cuando dejan ir a sus críos ya crecidos en busca de un futuro próspero, y no les fue nada fácil acostumbrarse a que haya 4 en la casa. Fabio, el hijo mayor, seguía viviendo con ellos junto a su novia, y ni en pedo se iba a ir cuando no sabía cómo hacer una transacción bancaria. La hija menor, Romina, estaba terminando el colegio secundario y planeaba estudiar ciencias económicas. Un día, el joven Esteban, de 21 años, decidió hacer un viaje al exterior y sus padres se opusieron, pero aceptaron con la condición de que lo acompañen al aeropuerto.
Fueron, lloraron, se abrazaron y prometieron enviarse cartas o los e-mails, que su hermana prometió enseñarle a usar a estos desactualizados tecnológicos que tenían por padres. Subió al avión a las 12 del mediodía y arribó a su destino, la bonita ciudad de Boston, a las 9 de la mañana del día siguiente. Había tomado tranquilizantes para dormir en el avión. Nunca había volado en su vida y pensó que la nave se iba a caer. Tuvo suerte de no enloquecer y que le permitieron meter las pastillas “de canuto”. Porque eso sólo ocurre en la magnífica Argentina, señoras y señores. Salió del aeropuerto Logan de esa ciudad y se fue a un hotel a guardar sus pertenencias. El taxi estaba manejado por una argentino muy macanudo que le narró un poquito su historia de vida. Decía que se fue de Buenos Aires 5 años atrás porque se había quedado en pelotas, y que agradece no haber sido discriminado. Le señaló el estadio Fenway Park, la cancha de beisbol por excelencia, el congreso estatal y la biblioteca de la ciudad. Lugares bellísimos que contrastaban perfectamente con un proverbio que alguna vez había oído: “Massachusetts, Rhode Island y New Hampshire tienen una combinación de lo viejo, lo tradicional, lo colonial, lo inglés; y de lo nuevo, lo futurista, lo americano”. El hombre le hizo un tour por la zona gratis, pero igual le cobró el viaje.
Cuando llegó al hotel, después de haber guardado las cosas, salió y caminó cinco cuadras para alquilar un auto. El sistema era barato y podía pagar por día, cosa que no le dificultaba en absoluto. Ni bien abonó el dinero, se le hizo entrega de las llaves, subió al vehículo y manejó por los vecindarios tranquilos, los que más lejos se encontraban del centro. Vio como aún los niños iban a jugar a las calles mientras recordaba que en nuestro país esa conducta fue en detrimento por la culpa de la inseguridad. Parecían andar muy despreocupados, tenían una infancia feliz, y él pensó en que le pasó lo mismo en la suya, con sus amigos jugando al fútbol, a la rayuela, la mancha, las figuritas también, pero en menor medida. La calle los llamaba, y ellos respondían yendo. Sabía que en los Estados Unidos hay locos de remate, y eso también lo arrastraba a la neurosis; cuando no vio más a esas criaturitas de bien que aprovechaban el tiempo libre, miró para todos lados a ver si no se le aparecía un psicópata. La suerte cayó para su lado hasta ahí nomás. No le cayó un enfermo mental pero se le pincharon dos ruedas del auto, y como no era suyo, seguro que el adicional sería el triple de lo que acordó con el agente. Detuvo la marcha unas diez cuadras después de la situación anterior y estacionó cómodamente frente a una casa que aparentaba ser de familia de clase media, nativa. Ahora estaba más nervioso que de costumbre, no quería ir a pedir un teléfono para llamar a la grúa, y sobre todo cuando no conocía nadie. El idioma no sería impedimento porque estudió por muchos años, y tenía fluidez. Avanzó unos pasos y retrocedió, lo intentó de nuevo pero dudó. Cuando va por la tercera vez, sale una señora y le pregunta qué necesita. Él explica lo que le había sucedido, le muestra su documento de identidad, los papeles del auto, el certificado de alquiler, y ella le cree. Su nombre era Fabiana, y era de Quilmes. Había venido a probar suerte al primer mundo con su novio Luis hace dos años. No tenían hijos pero esperaban poder tenerlos pronto. Ella lo recibió y adentro estaba el hombre. Entre compatriotas debían ayudarse porque si no, no hay patria, rezaba ella cuando vio la reacción de su concubino. Él era un buen hombre, y no dudó en recibirlo. Hasta incluso le ofreció una habitación para quedarse, y Esteban aceptó, pero antes debían ir al hotel a cancelar la reserva. Fueron y en 30 minutos regresaron con los petates que habían quedado allá. Compartieron una cena de pasta, con postre nacional: pastelitos de membrillo, y para acompañar, el gran amigo del argentino, el mate caliente. La vida de ellos como pareja era genial, parecía salir de una historia soñada. Eso lo había dejado perplejo y anhelaba que en algún momento le toque vivir algo parecido. Ambos tenían un sentido del humor explosivo que hizo que se desborden las lágrimas y las ahogadas por el tenor de los comentarios o situaciones que narraban. Eran excelentes comediantes y pícaros, por eso se fueron a Worcester (pronúnciese WÚSTER) en el momento indicado. Trabajaban seis horas diarias y después tenían todo el día para hacer lo que se les diera la gana. Conocían a otros compadres y le ofrecieron a nuestro protagonista asistir, pero eso quedaría para más adelante. Ya se habían hecho las 3 de la mañana y Luis acompañó a Esteban a la habitación para que guarde sus objetos personales. Lo saludó, envió saludos a Fabiana y se durmió. Extrañaba a sus padres y a sus hermanos, pero sentía que estos dos lo iban a cuidar casi como a un hijo. Ya había empezado bien todo, y a su optimismo no había con que darle. El segundo día era lunes, y él tenía la suerte de poder dormir hasta la hora que quisiera, pero los patrones tenían que ir a ganarse los verdes. Con los ojos cerrados y consciente, oía los movimientos de subida y bajada de escaleras, de la cafetera encendida, de la televisión a bajo volumen, de ellos hablando muy melosamente. La noche anterior los oyó matarse como bestias, los gritos no eran muy fuertes pero se percibían. Le despertó curiosidad saber qué tal lo hacían, pero se arrepintió porque creyó delirar. Cuando se fueron, fue a bañarse y con la toalla envuelta, bajó hacia el comedor y se preparó un té con azúcar. Así nomás, prendió el televisor e hizo un zapping breve, porque la televisión de allá lo aburría, no lo identificaba. Lo apagó y se sentó a beberse la infusión, miró el patio trasero y no sabía que es lo que podía hacer hasta que ellos volvieran. Había una nota en la mesa que decía que podía ir a un supermercado y comprar las cosas para el resto del día. Se vistió y caminó esas 10 cuadras en sentido contrario al que había llegado la primera vez. Eligió los productos, esperó 15 minutos hasta que pasen todos los que estaban antes de él, pagó y se fue. A la vuelta, tardó más porque tenía miedo de que se le caigan las bolsas que cargaba.
Llegó y se desplomó en la misma silla donde antes desayunó. Tomó uno de los libros de la biblioteca al azar y se lo puso a leer. En dos horas lo terminó. Agarró otro y lo leyó por la mitad, porque fue interrumpido por Fabiana, que extrañamente volvió sola. Dijo que Luis iba a venir en un par de horas más por el tráfico, pero que iba a llamar para avisar. Habiendo dicho todo, él no la quiso molestar y se fue arriba a seguir leyendo. Tardó tres horas más, y bajó de casualidad cuando Luis estaba entrando, para subir de nuevo y terminarlo definitivamente. No estaba de mal humor, pero de repente se comienzan a oír muy suavemente los ruidos de la noche anterior. Al igual que antes, no se entrometería y buscaría otra cosa para hacer. Cuando ya oscureció, a eso de las 7 y media, luego de la cena, Fabiana y Luis se saludan muy melosamente delante de él y ella deja el hogar sin dar explicaciones, apenas cargando una gran valija. Un taxi con dos mujeres en el asiento de atrás la esperaban. Le abren la puerta y sube. Mientras el vehículo se va, Esteban le pregunta al dueño de casa:

Esteban: - ¿A dónde se va Fabiana?
Luis: - Se va 1 semana a la Florida. Las chicas que viste ahí la estaban convenciendo hace rato. Le dije que vaya, y me lo agradeció.
Esteban: - Hombres como vos quedan cada vez menos…
Luis: - Hermano, ¡pero qué halago! Me sorprendiste… ¿Querés tomar un tinto?
Esteban: - Bueno, pero poco. No suelo beber.

Luis va por el vino y Esteban se sienta en el sillón. Cuando vuelve, le habla de su vida, de su historia, de las motivaciones que lo llevaron a querer cumplir el “sueño americano”. “O me iba o me quedaba en la ruina”, aseguró, sobre todo cuando la zona en la que él vivía se empobrecía cada vez más. Ya conocía a su actual pareja, y reunieron dinero por unos dos años hasta poder hacer los trámites. Si la situación lo permitía, les gustaría volver allá, aunque sea de visita, no definitivamente. Con lo larga que se había hecho la conversación, y otros temas que se habían incluido, el visitante vio el reloj, que señalaba las 2 de la mañana y se fue a dormir, no sin antes abrazar a su nuevo amigo.
El tercer día, martes, traía un ambiente más distinto a la casa. El huésped iba a pasar mucho tiempo solo que el día anterior. Saber que iba a faltar una persona por los próximos siete días le hacía dar ganas de volverse a Buenos Aires. Luis había convencido a sus jefes para trabajar tres horas menos y hacerle compañía a Esteban. Ahora los días eran de hombres, de confianza y de palabra. Sus eternas charlas seguían, pero el patrón necesitaba delatar una verdad que no tenía ningún problema en admitir.

Luis: - Hermano, Fabi y yo te hicimos una jodita.
Esteban: - ¿Qué clase de jodita?
Luis: - Nosotros no estábamos teniendo relaciones hace dos noches, era una grabación. Una grabación de cuando “teníamos” (levantando dos dedos de cada mano) relaciones, hace unos años.
Esteban: - La verdad que yo no oí nada. Ustedes son libres de hacer lo que quieran.
Luis: - Boludo, si lo puse fuerte para que se oiga. Lo escuchaste, ¿verdad?
Esteban: - Me da vergüenza decirlo, pero sí… Un poco escuché. (ruborizado)
Luis: - ¿Viste que te dije? ¿Te gustó?
Esteban: - No sé. No me interesan esas cosas.
Luis: - Vamos… No me digas que no te interesan. Sos un pibe, debés estar caliente como una pava por la aceleración de tus hormonas.
Esteban: - ¿Qué?
Luis: - Que te calentás con cualquier situación. Sos bastante callado, pero sé que escuchás lo que te digo. Contame algo de tu vida íntima.
Esteban: - No se dicen esas cosas.
Luis: - Esteban, estamos entre hombres. Me podés decir. He oído cada cosa que, mejor ni te digo…
Esteban: - Soy respetuoso, y no voy a hablar de esas cosas. Te tengo mucha confianza, pero prefiero no referirme a ello. (nervioso, le tiemblan los brazos y las manos).
Luis: - ¿Sos virgen? (interrumpe el breve silencio, de una forma cortante)
Esteban comienza a dudar, a tartamudear, a balbucear, pero no se entiende muy bien qué quiere decir. Luis trae un vaso de agua para que lo beba y se relaje.

Esteban: - ¿Querías que te lo diga? Te lo digo. Lo soy. (levanta la voz)
Soy un fracasado.
Luis: - Creo que es muy honesto de tu parte que lo digas. Pero no te tenés que poner así. ¿Tenés algún problema que te haga reaccionar de esta forma?
Esteban: - Un poco de tristeza, quizás. Nunca tuve novia, y nunca sentí haberle atraído a alguien.
Luis: - ¿Sabés? A mí me parecés muy fachero.
Esteban: - ¿Yo? Me parece que hablás de otro…
Luis: - Hablo de vos. Y no sólo que me parecés eso, sino que me gustás…
Esteban: - ¿Sos gay? Aunque sea decime que todavía le tenés un cierto aprecio a Fabiana, por favor… (dice esto mientras Luis le acaricia el hombro)
Luis: - No soy gay, amo a mi mujer, pero nuestra relación tiene un faltante: el sexo. Hace tiempo que no tenemos sexo y la comunicación es más reducida. Estamos sin estar, básicamente. Me parecés muy atractivo, pibe. Creo que a vos te mandó Dios…
Esteban: - Ya estás diciendo cualquier cosa… Me voy a dormir. Creo que te pegó mal el tinto. Mañana seguimos hablando. (dice, casi burlándose de él).

El cuarto día, miércoles. Esteban se levantó a media mañana, agradeciendo haber podido dormir después de lo que Luis le había confesado en la noche. Bajó las escaleras para ir al baño, y lo vio al dueño de casa desnudo, secándose después de haberse dado una ducha. No quiso molestarlo y se fue a preparar café para ambos. Cuando salió del baño, le dijeron:

Luis: - No tenés por qué salir así, huyendo. No me molesta que me vean desnudo.
Esteban: - No te quería incomodar. Era eso, nada más. (muy serio y distante, deja el café sobre la mesa, lo sirve y le entrega la taza) Voy al baño, ahora vengo.

Luis se queda pensando en nada mientras revisa el diario local. Cuando el chico vuelve, se sienta en su lugar y ninguno emite sonido. Cada uno comerá en silencio, sin mirarse a los ojos. Al terminar, Esteban se va a la habitación de arriba pero Luis lo detiene.

Esteban: - ¿Qué pasa?
Luis: - Quiero que nunca más te olvides de lo que te dije.
Acto seguido, besa al adolescente y éste reacciona como si hubiese tenido una ensoñación. Esteban le pide que lo siga besando, porque ya no le daba tanto asco. Eran sus primeros besos en la vida y los labios se fundían muy bien en la boca del compadre. Descontrolado, se sacó la remera y le permitió a Luis que le bese el torso y las piernas. El inicio de una vida sexual ya era un hecho. Luis lo lleva a upa hasta la cama matrimonial, lo desviste por completo y lo sigue besando. Era ese el punto que lo llevó a la excitación total. En ese primer encuentro, por obvios motivos no hubo penetración, pero se rozaron, se acariciaron de forma pasional y se percibía que lo estaban disfrutando demasiado. En el segundo encuentro, pactado para el día siguiente, se probó un intento de penetrar, pero no fue tan tolerable. Se sustituyó con una masturbación mutua y con más besos. En el tercer encuentro, el esfínter de Esteban pareció responder mejor y pudo tolerarlo. Había elegido ponerse en cuatro patas para que su cuerpo aloje al miembro. Los rebotes de sus nalgas con la ingle de Luis le provocaban regocijo, y más cuando éste quería hacerse el macho y le pegaba chirlos. Para terminar, quiso que Luis se ponga frente a él para poder acostarse en la cama y dormir juntos, no sin antes seguir teniendo sexo en esa posición.
Así fue cada noche hasta el día anterior al que Fabiana retornara. El problema ahora sería disimular que tuvieron cópulas por varias jornadas, y la carga moral para Luis por haberse acostado con alguien que no era su esposa. A ninguno de los dos les importó. Cuando Fabiana volvió, los dos caballeros cargaron sus valijas, las desarmaron, ayudaron a guardar las prendas (las que ella autorizó, por supuesto) y le prepararon una comida de bienvenida con velas, música, y un momento del cual el jovencito quiso apartarse porque era algo para los tórtolos. Esa noche, alrededor de la 1 de la mañana, Esteban bajó las escaleras para ir al baño, y oyó esos mismos ruidos que la primera noche cuando llegó a la casa. Trató de espiar por la hendija de la puerta y los vio a ambos teniendo sexo real, y muy intenso, prácticamente igual al de Luis con él. Parece que esa aventura le había subido las hormonas al patrón, que quiso agasajar a su amada no sólo con una fiesta, sino también con algo privado. Discretamente, siguió observando y comenzó a masturbarse con la mano derecha. Lo estimulaba mucho los gemidos de Fabiana, que eran muy fuertes y exhibían la brutal excitación que circulaba en sus entrañas. Casi lo descubren, pero prosiguen como si nada hubiese pasado.
En la mañana, anuncia su pronto retorno a Buenos Aires, ya que sus jefes le aseguraron que la clientela no daba abasto y no era suficiente con el personal que tenían. En dos días debía volver. Esa misma tarde, luego del almuerzo, se fue siendo despedido alegremente por los dos enamorados, y más aún por ella, que le dijo: “Muchas gracias por habernos visitado. Sé que no nos llegamos a conocer tanto, pero esperamos que te vaya bien.” Hago un parate en el agradecimiento, pues porque ella acentuó el “gracias”. ¿Pudo ella haber tomado conocimiento del engaño que su marido realizó y agradecía por haberlo ayudado a restablecer una relación muy disminuida?

¿Qué le parece a usted?

1 comentario - La solución está en casa...

kramalo
esta bueno...sigue, no..? porque el final esta abierto, o no lo terminastes...
eltirijillo
Estoy teniendo problemas para cerrar mis historias. Lo hago apurado y se me van las ideas. Pero el final es ahí.
kramalo
@eltirijillo Primero, hacé más puntos aparte, porque la gente vé muchos párrafos amontonados, y se estresa visualmente.
Después, el final, si lo dejás abierto, bueno, contá un segundo relato, como te fue al regreso, te cogistes a un pendejo vos, o te dejastes con otro, o te conseguistes una novia... la llevastes allá, y el tal luis, te propuso un intercambio...cosas asi.
Saludos.