Si a mi madre había algo que le molestaba, o cosa que odiaba, era pasar desapercibida. No podía tolerar que no notaran su presencia, ella no nació para ser inadvertida por la humanidad.
Hasta en las fiestas o compromisos familiares, ella lograba destacarse, ni siquiera el más distraído se la perdía. De todas formas, como mínimo es discutible, la manera que ella lograba ser el centro de la atención.
Sin lugar a dudas, para la mayoría, era una provocadora y cuestionaban de manera negativa sus actitudes y las elecciones para ataviarse, consideraban que no estaba en su sano juicio. De última, si todo terminaba en un escándalo, ella buscaba sus cosas, su bolso de mano, y se iba ofendida, convencida de que la envidiaban, por su belleza y su físico espectacular.
La culpa era siempre de los otros, nunca se hacía cargo de sus errores escandalosos y de mal gusto.
Y mi padre, al verla alejarse, enojada, tomaba de manera disimulada su teléfono móvil y la llamaba, no lo hacía a viva voz, o de forma personal, porque por supuesto era mucho peor, cuando eso acontecía, mi madre podría responder, de forma muy agresiva, a los gritos, insultándolo, y la escena, de ridícula, evolucionaba en algo burdo, que tal vez degeneraría en cualquier otra cosa, mucho más grave.
A veces ella, se detenía sobre sus pasos, pero sin dar marcha atrás, ni mirar sobre su hombro, quedaba parada, de espaldas a la situación, y esperaba que él, o mucho mejor, que todos, fueran a su encuentro, y le dieran, o presentaran sus disculpas, ella se hacía rogar un rato, y volvía incorporándose al evento de manera normal, como si nunca nada hubiera pasado jamás.
Estaba acostumbrada a estos incidentes, desde muy joven, cuando era soltera, llegaba a los acontecimientos familiares, luciendo de manera provocadora, a las mujeres de la familia le producía irritación verla casi sin ropas, o en transparencias que dejaban traslucir sus partes más íntimas.
Causaba estupor verla, e incitaba a las discusiones y debates familiares. Sin embargo, a la mayoría de los hombres de la familia, le excitaba la libido, el deseo sexual, sin dudas ella lo hacía de manera intencionada, aunque siempre lo negaba de forma inescrupulosa.
Ya en su juventud se adornaba con prendas traslúcidas, exhibiéndose sin pudor en nuestro hogar, ella todo lo experimentó primero en el interior de la familia, con todos nuestros parientes, allí tomó confianza, para luego, sin temor al que dirán y al ridículo, hacer lo mismo, fuera de casa, en el exterior, y fue de menor a mayor, con los años, cada vez más guarra se volvió.
En las fiestas o cualquier acontecimiento social, ella intentaba ser recordada, en principio por su manera de vestir, nada discreta. Con algo de alcohol, derrapaba sin obstáculos, ni frenos inhibitorios..
Al igual que su hija, (mi hermana), era común y normal verla sin ropas de entre casa, compartiendo su figura con familiares, aquí con su padre, nuestro abuelo, Se podía esperar de ella cualquier cosa, desafiante y libertina, era la rebelde de la familia, y liberal en lo sexual.
Otra veces, aparecía sugestiva vestida sensualmente, presentándose frente a cualquier visita inesperada en el hogar, ya nadie le decía nada, era en vano cualquier advertencia, para ella, eran sólo palabras vacías de contenido, era inútil e infructuoso, siempre fue así, y se lo heredó a su hija, mi hermana.
Había que dotarse de ánimo, esforzarse para aceptarla y verla así, mi padre luchaba con denuedo para seguir adelante con esa relación, y la osadía de mi madre, sus atrevidas imprudencias, la falta de decoro, minaban la autoridad de mi padre ante toda la familia de ella y la de él, por supuesto la mía también.
La desfachatez de mi madre, se contrastaba con la prudencia tan moderada de mi padre, tanto, que yo siempre la consideré, cobardía.
Esa cualidad destacada por él, que consistía en actuar con reflexión y precaución para evitar posibles daños mayores, mi padre decía que era una virtud, a mi juicio, era y es, dilapidar su prestigio, o el concepto que la familia se hacía, disipaba dudas al prodigarse por explicar lo inexplicable, para mi, siempre fue un adulador interesado, para conseguir el favor de una sola persona, mi madre, su esposa.
Ese servilismo ciego hacia a ella, lo único que logró fue hacer que aquella persona, mi madre, se dedique a mantener contactos sexuales a cambio de más adulación por parte de otros extraños, la echó a perder, la hizo adquirir un vicio, a alguien que ya venía aficionada demasiado a esas cosas, a excederse por haber estado mucho tiempo en una mala posición, de desamparo, de falta de contención y cariño seguro, desde lo emocional y no desde lo físico dentro de su entorno familiar.
El vestirse de forma llamativa, reemplazaba la carencia, de la atención demandada por ella, por otra diferente, pero que mi madre la tomaba de manera parecida. en vez de lamentar ese bien que le faltaba, que le era ajeno y mezquino, lo cambió por este otro, que lo emulaba de alguna forma. Sin embargo, su uso la consumía en relaciones efímeras y sin ninguna trascendencia. Deformó a través de ese anhelo, el deseo de ser estimada en algo que no disfrutaba, por haber sido mal usado, se sentía inferior y la roía la envidia.
Pervertía la conducta de los demás para con ella, todos se sentían con derecho a depravar su cuerpo con costumbres viciosas, disminuían su valor como persona al atribuirle un precio, al mismo nivel o al igual que si fuera una cosa. Al sentirse bastardeada, se degeneraba, decaía, perdía su calidad, sus características y virtudes originales, pasaba a un estado peor que el anterior, y caía en una hiperactividad excesiva, intensa en lo genital.
En esos eventos, de pronto, sentía la imperiosa necesidad de apoyarse en cualquier cosa, con fuerza, introducirse y clavarse un pene, sin orden ni conexión, era siempre igual, caer en una trampa o engaño que le jugaba su mente, se sentía como una gallina, bien puta, que calentaba los huevos de los pollos (y las pollas, como dicen los españoles). Era cuando comenzaba su obra, su negocio, especialmente buscaba a los que entrañaban alguna dificultad o peligro.
Era entonces el momento de emprenderla con o contra alguien o algo. Tomársela con una persona o cosa similar a ello, meterse con él o ella y/o maltratar-la/o, para después, como una sibarita, aficionarse a los placeres de la carne, de los sentidos o de las sensaciones que suscitan
gozo o gusto, que satisfacen o incitan al deseo sexual que provoca el erotismo libidinoso.
Hasta en las fiestas o compromisos familiares, ella lograba destacarse, ni siquiera el más distraído se la perdía. De todas formas, como mínimo es discutible, la manera que ella lograba ser el centro de la atención.
Sin lugar a dudas, para la mayoría, era una provocadora y cuestionaban de manera negativa sus actitudes y las elecciones para ataviarse, consideraban que no estaba en su sano juicio. De última, si todo terminaba en un escándalo, ella buscaba sus cosas, su bolso de mano, y se iba ofendida, convencida de que la envidiaban, por su belleza y su físico espectacular.
La culpa era siempre de los otros, nunca se hacía cargo de sus errores escandalosos y de mal gusto.
Y mi padre, al verla alejarse, enojada, tomaba de manera disimulada su teléfono móvil y la llamaba, no lo hacía a viva voz, o de forma personal, porque por supuesto era mucho peor, cuando eso acontecía, mi madre podría responder, de forma muy agresiva, a los gritos, insultándolo, y la escena, de ridícula, evolucionaba en algo burdo, que tal vez degeneraría en cualquier otra cosa, mucho más grave.
A veces ella, se detenía sobre sus pasos, pero sin dar marcha atrás, ni mirar sobre su hombro, quedaba parada, de espaldas a la situación, y esperaba que él, o mucho mejor, que todos, fueran a su encuentro, y le dieran, o presentaran sus disculpas, ella se hacía rogar un rato, y volvía incorporándose al evento de manera normal, como si nunca nada hubiera pasado jamás.
Estaba acostumbrada a estos incidentes, desde muy joven, cuando era soltera, llegaba a los acontecimientos familiares, luciendo de manera provocadora, a las mujeres de la familia le producía irritación verla casi sin ropas, o en transparencias que dejaban traslucir sus partes más íntimas.
Causaba estupor verla, e incitaba a las discusiones y debates familiares. Sin embargo, a la mayoría de los hombres de la familia, le excitaba la libido, el deseo sexual, sin dudas ella lo hacía de manera intencionada, aunque siempre lo negaba de forma inescrupulosa.
Ya en su juventud se adornaba con prendas traslúcidas, exhibiéndose sin pudor en nuestro hogar, ella todo lo experimentó primero en el interior de la familia, con todos nuestros parientes, allí tomó confianza, para luego, sin temor al que dirán y al ridículo, hacer lo mismo, fuera de casa, en el exterior, y fue de menor a mayor, con los años, cada vez más guarra se volvió.
En las fiestas o cualquier acontecimiento social, ella intentaba ser recordada, en principio por su manera de vestir, nada discreta. Con algo de alcohol, derrapaba sin obstáculos, ni frenos inhibitorios..
Al igual que su hija, (mi hermana), era común y normal verla sin ropas de entre casa, compartiendo su figura con familiares, aquí con su padre, nuestro abuelo, Se podía esperar de ella cualquier cosa, desafiante y libertina, era la rebelde de la familia, y liberal en lo sexual.
Otra veces, aparecía sugestiva vestida sensualmente, presentándose frente a cualquier visita inesperada en el hogar, ya nadie le decía nada, era en vano cualquier advertencia, para ella, eran sólo palabras vacías de contenido, era inútil e infructuoso, siempre fue así, y se lo heredó a su hija, mi hermana.
Había que dotarse de ánimo, esforzarse para aceptarla y verla así, mi padre luchaba con denuedo para seguir adelante con esa relación, y la osadía de mi madre, sus atrevidas imprudencias, la falta de decoro, minaban la autoridad de mi padre ante toda la familia de ella y la de él, por supuesto la mía también.
La desfachatez de mi madre, se contrastaba con la prudencia tan moderada de mi padre, tanto, que yo siempre la consideré, cobardía.
Esa cualidad destacada por él, que consistía en actuar con reflexión y precaución para evitar posibles daños mayores, mi padre decía que era una virtud, a mi juicio, era y es, dilapidar su prestigio, o el concepto que la familia se hacía, disipaba dudas al prodigarse por explicar lo inexplicable, para mi, siempre fue un adulador interesado, para conseguir el favor de una sola persona, mi madre, su esposa.
Ese servilismo ciego hacia a ella, lo único que logró fue hacer que aquella persona, mi madre, se dedique a mantener contactos sexuales a cambio de más adulación por parte de otros extraños, la echó a perder, la hizo adquirir un vicio, a alguien que ya venía aficionada demasiado a esas cosas, a excederse por haber estado mucho tiempo en una mala posición, de desamparo, de falta de contención y cariño seguro, desde lo emocional y no desde lo físico dentro de su entorno familiar.
El vestirse de forma llamativa, reemplazaba la carencia, de la atención demandada por ella, por otra diferente, pero que mi madre la tomaba de manera parecida. en vez de lamentar ese bien que le faltaba, que le era ajeno y mezquino, lo cambió por este otro, que lo emulaba de alguna forma. Sin embargo, su uso la consumía en relaciones efímeras y sin ninguna trascendencia. Deformó a través de ese anhelo, el deseo de ser estimada en algo que no disfrutaba, por haber sido mal usado, se sentía inferior y la roía la envidia.
Pervertía la conducta de los demás para con ella, todos se sentían con derecho a depravar su cuerpo con costumbres viciosas, disminuían su valor como persona al atribuirle un precio, al mismo nivel o al igual que si fuera una cosa. Al sentirse bastardeada, se degeneraba, decaía, perdía su calidad, sus características y virtudes originales, pasaba a un estado peor que el anterior, y caía en una hiperactividad excesiva, intensa en lo genital.
En esos eventos, de pronto, sentía la imperiosa necesidad de apoyarse en cualquier cosa, con fuerza, introducirse y clavarse un pene, sin orden ni conexión, era siempre igual, caer en una trampa o engaño que le jugaba su mente, se sentía como una gallina, bien puta, que calentaba los huevos de los pollos (y las pollas, como dicen los españoles). Era cuando comenzaba su obra, su negocio, especialmente buscaba a los que entrañaban alguna dificultad o peligro.
Era entonces el momento de emprenderla con o contra alguien o algo. Tomársela con una persona o cosa similar a ello, meterse con él o ella y/o maltratar-la/o, para después, como una sibarita, aficionarse a los placeres de la carne, de los sentidos o de las sensaciones que suscitan
gozo o gusto, que satisfacen o incitan al deseo sexual que provoca el erotismo libidinoso.
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