Siete por siete (108): Democracia del termostato (II)




Post anterior
Post siguiente
Compendio I


Por ahora, el trabajo se ha vuelto más agradable.
La administración está contenta con nosotros, porque superamos la producción trimestral esperada en un 14%, nos concederán un bono de sueldo adicional y todos estamos contentos.
Ese fue uno de los motivos por los que en el turno anterior nos hicieron Evaluaciones de Jefaturas, aunque sigo pensando que Roland también tuvo parte en todo eso.
Pero retomando mi historia, la influencia de Lizzie en nuestras vidas ha sido tal, que incluso he vuelto a salir a trotar.
Empecé hace unos 3 o 4 turnos atrás, cuando seguíamos el desempeño de la selección durante la Copa América.
Recuerdo que fue un día martes, después de nuestro primer o segundo trio.
Marisol estaba en sus últimas pruebas semestrales y como era mi costumbre, mientras las pequeñas dormían, acompañaba a Lizzie cuando pintaba sus lienzos.
Pero ese martes, luego de terminar de almorzar y poner a las pequeñas a dormir, me impidió que entrara en su pieza.
Literalmente, me echó de su dormitorio porque “Yo le distraía” y por la manera que lo decía, sugería la connotación propia de estas historias.
Así que tenía 2 o 3 horas libres para mí.
Soy un animal de costumbres y cuando algo así rompe mi rutina, me lleno de energía y me pongo inquieto.
No me atraía ver televisión a esa hora. Tampoco quería jugar con mis consolas o en línea, porque no me sentía aburrido.
Pero la razón principal porque recuerdo ese día fue porque miré por la ventana y divisé la casa del lado.
Sentí ese sudor frío en las manos, sabiendo que si golpeaba la puerta, Fio me recibiría y lo podría hacer un par de veces hasta la hora que Liz se marchara a sus clases.
Pero Kevin sigue siendo mi amigo y aunque mi cintura se vuelva loca con el cuerpo de la vecina, tenía que luchar con esos impulsos.
Por lo que fui a mi habitación y tomé mi “ropa de combate” para salir a trotar. Son un par de pantalones viejos con un cinturón gastado, una camiseta deportiva y una chaqueta de algodón delgado, desteñido y con capucha, junto con mis zapatillas.
Y ese martes, salí a trotar por la costa, pasando por fuera del club de yates.
Es una delicia salir a ejercitarse por estos lados. Las dueñas de casas australianas son mucho más preocupadas de sus figuras, nada comparable con las gorditas que se veían todas las telenovelas de la tarde y vivimos en un sector medianamente elegante, por lo que rubias y mujeres de cuerpos exuberantes no son difíciles de topar.
Calzas apretadas, negras, con traseros perfectos y pechos generosos, redonditos y bien parados, bebiendo esas botellas de agua natural, de una manera tentadora.
Pero no. Mi propósito es correr y botar energía, como lo hacía con mi querida cuñada, que estaría contenta si me viera que puedo subir la colina sin detener la marcha y que soy capaz de trotar por 6 kilómetros casi sin descansar (deteniéndome solamente en la playa de piedrecillas).
Sin embargo, regreso a casa bastante sofocado. Aunque la temperatura ambiental se mantiene entre los 10º y 15º, mi temperatura corporal debe ser cercana a los º34.
Por la misma razón, cuando entré a la casa, sentía que me asaba con el calor del termostato.
Desesperado, trataba de zafarme de mi polerón y de mi camiseta deportiva, luchando con el capullo infernal de mi sudor.
“¿Qué tanto escándalo? ¿Qué es lo que te pasa?” preguntaba Marisol, al escucharme en el recibidor.
“Nada. Solo que me muero de calor…” respondí, tras liberarme de mis prendas pegajosas.
Su mirada se tornó extraña. Casi sorprendida y notaba que cerraba sus ojitos, olfateando la atmosfera.
“¡Ese olor!” Me dijo, acercándose a mi lado, con ojos cerrados, oliscando mis brazos con mucho detalle. “Amor, ¿Te puedes quedar así? ¿Por favor? Así… sin bañarte.”
“¡Marisol! ¿Estás loca? ¡Estoy cubierto en sudor!”
“¡Por favor! ¡Hazlo por mí! ¡No te bañes!” me pidió, casi poniéndose a llorar.
“¡Lo siento, Marisol! Pero me siento asqueroso…”
“¡Te entiendo!” dijo, más resignada. “¿Te molestaría mucho si te acompaño al baño?”
Yo estaba confundido, porque nunca había visto a Marisol actuar de esa manera.
“¡Para nada!”
“¡Liz! ¡Lizzie! ¿Puedes encargarte de acostar a las pequeñas?” gritó a la cocina, donde debían estar preparando la cena. “¡Voy a estar ocupada con mi esposo!”
“¡No hay problema!” respondió.
Y Marisol me tomó del brazo, llevándome casi volando al baño.
“¡Bésame!” me pidió, apenas cerramos la puerta.
Pero seguía estupefacto, porque estaba cubierto en transpiración.
Y mi sorpresa fue mayúscula, cuando mi esposa se me abalanzó encima, en uno de sus besos más apasionados.
“¡Ese olor! ¡Ese olor!” repetía constantemente, bajando por mi vientre y desabrochando el cinturón viejo de mi pantalón.
“¿Qué te pasa, Marisol?”
“¡Es tu olor! ¿No lo sientes?” me preguntó.
Yo seguía sin entender.
“¡Es olorcito a ti!... pero más fuerte y concentrado… ¡mhm!... ¡Y aquí, huele más rico!” dijo, bajándome el calzoncillo.
Y empezó a darme una mamada increíble. Completamente distinta a las que me ha dado siempre.
De partida, agarraba mi pene y se iba directamente a los testículos, lamiendo la transpiración como si estuviera poseída. Luego, se metía el tronco en la boca, como si fuera una mazorca de maíz y empezaba a girar, sin parar de lamerla.
E incluso, la tomaba con las 2 manos y la lamía, sin prestarle mucha atención a mi glande, como si fuera el más delicioso de los helados.
Son pocas veces las que mi esposa toma la iniciativa y muchísimo menos las que la hacía de una manera tan sensual y lujuriosa.
Estoy consciente que ella le encanta mamarme y beberse mis jugos. Pero esa tarde, parecía que más le importaba el sabor de mi pene y testículos, que todo lo demás.
Agotado y a punto de correrme, le pregunté una vez más.
“Marisol, ¿Qué es lo que te pasa?”
“¡Amor! ¿No lo sientes?” me miraba con ojos muy agradecidos y probando tiernamente la punta de mi glande. “¡Es tu olorcito! ¡Tu olorcito a ti!”
“¡Yo no huelo nada!” le dije.
Pero ella acariciaba mi pene y lo sacudía por su cara.
“¿No lo sientes? ¡Es como olorcito a bosque! ¡A musgo y champiñones! ¿No lo sientes?” me preguntaba, con una expresión que me hacía pensar que casi se ponía a llorar de alegría.
“No lo siento.” Le respondí, incapaz de entenderla.
“¡No importa! ¡Es tu olor y por eso, no quiero que te bañes todavía!”
Siguió chupando, hasta que me hizo acabar en su boca, tragándose con una cara muy contenta y tranquila mis jugos y fue esparciendo sus brazos sobre mi transpiración.
“¡Vamos, Marisol! ¡No hagas eso, que estoy sucio!”
Pero mi esposa estaba claramente conmovida, porque incluso se puso a llorar.
“¡No me importa!... porque huele a ti…” me dijo, mirándome con sus tiernos ojitos verdes. “¿No lo entiendes? ¡Este es el olorcito que queda en tu ropa, cuando te vas!... pero ahora se siente más fuerte.”
“¡Pero Marisol, esto es transpiración!” le insistía, pensando que era ridículo. “¿Lo leíste en un manga?”
“¡No, amor! ¡De verdad! ¡Es tu olorcito y me gusta tanto, porque lo siento y me acuerdo de ti!”
Con incredulidad, tomé mi polera deportiva completamente húmeda y efectivamente, había un olor parecido a musgo o la madera.
Se lo pasé a Marisol y fue simplemente impresionante: cerró las piernas y se lo puso en la nariz, aspirando profundamente y estallando en un intenso llanto.
“¡Ay, amor! ¡Esto huele todo a ti! ¡Por favor, no lo laves!” dijo, levantando su falda y metiendo sus dedos en su rajita.
Desde que Lizzie se mudó, hemos cambiado las rutinas de lavado.
Antes, lavábamos una vez a la semana en un solo bulto. Pero como a ella le avergonzaba que tomara su ropa interior y la colgara, las chicas se encargan de su propia ropa y yo, de la mía.
Empecé a razonar y probablemente, tenía razón. No era el típico sudor del trabajo pesado o por el calor, que es apestoso.
Seguramente, debía ser la testosterona generada por mi cuerpo al momento de ejercitar.
“¡Querido, por favor, hazme el amor en la ducha! ¡Te necesito tanto!” me decía, sin parar de tocarse y escurriendo bastante entre sus piernas.
Rápidamente, me desnudé y nos metimos en la ducha, pero sin dar el agua.
“¡Si, amor!... ¡Si, amor!... Soy tu perrita, ¿Cierto?... ¿Soy la perrita que más quieres?” preguntaba todavía llorando, mientras la apoyaba en la pared.
“¡Si, Marisol!... ¡Si, Marisol!... ¡Eres mi perrita!... ¡La perrita que más quiero!” le respondía, meneándola salvajemente, al ver que ella abría sus piernas para que la metiera más adentro.
“¡Qué rico!... ¡Qué rico!... ¡Por favor!... ¡Toma mis pechitos con tus manos... y márcalos con tu olor!”
Pasé una hora haciéndolo a lo perrito y otra más, haciéndolo con ella mirándome a los ojos. Fue delicioso y muy bonito, porque ella quedó con una mirada completamente ilusionada.
Pero tenía que bañarme, porque la transpiración comenzaba a picar y ella también lo hizo, para dormir más refrescada.
“¿Lo ves? ¡Aun huelo a ti, mi amor!” me dijo ella, sin parar de olfatear su brazo.
Yo lo olí, pero sentí olor a nada.
“¿Desde cuándo te diste cuenta?”
“¡No lo sé! Creo que desde que te fuiste a trabajar a la mina.” Me respondió. “¡Puede que no me creas, pero este olorcito me vuelve loca, porque huele igualito a ti y tú sabes que me gustas un montón!”
Pero para mí, hacer el amor con sudor en el cuerpo seguía siendo desagradable.
Al día siguiente (el jueves), Marisol me esperaba ansiosa en la entrada de la puerta y quería acompañarme a la ducha.
“¡No, no, no!” le dije, cuando intentaba sacarme el polerón. “¡Quiero probar algo distinto contigo, pero tienes que ser paciente!”
“¡Pero amooor!” suplicaba, como niñita mimada.
“¡No!” le respondí. “¡Tienes que ser una perrita paciente!”
Me bañé y bajé a cenar, jugué un poquito con las pequeñas antes que se fueran a dormir, lavamos la loza con Liz, quien seguía distante, pero yo estaba más interesado por Marisol.
En la cama, sentada en el cubrecama con el sostén y los calzones que había usado ese día, me miraba con impaciencia.
“¡Bien! ¡Levanta las manos!” le ordené.
Reconoció el aroma instante y fue increíble la manera que empezó a excitarse.
“¡Eres tú! ¡Huelo a ti! ¡Qué feliz! ¡Qué feliz!” decía ella, sonriendo muy contenta.
Y empezó a chuparme deliciosamente, subiendo y bajando muy despacio.
“¡Me siento tan contenta! ¡Haré lo que me pidas!” dijo, muy sonriente.
Le di vuelta y empecé a chupar su rajita, haciendo un maravilloso 69. Me mamaba como una loca y no podía negar la sensualidad que le daba mi polera, que le quedaba bastante grande.
Sus labios jugositos ya me daban ese manjar delicioso y espeso que manaba desde su rajita y ella, tan dedicada como siempre, atendía mi pene con muchísimas ganas.
Le hacía estremecer metiendo mis dedos en su hendidura y se escuchaban claramente sus gemidos cuando le hacía eso y le chupeteaba su tierno botón.
Para compensar eso, ella lamía la base y parte de mis testículos, envolviendo en un anillo con sus dedos, que subía y bajaba de manera incesante.
Sentía la punta de su lengua lamer los costados y ya cuando estaba más deseosa de sentir mis jugos en sus labios, se concentró incesantemente en la cabeza.
Por mi parte, hice lo mismo, besando apasionadamente su botoncillo y metiendo la lengua en su hendidura, que terminó acampando hasta que sus juguitos salieron a recibirme.
Ella hizo lo mismo, metiendo su golosa boquita hasta la base y lamiendo y limpiando, sin parar.
Me miraba con una cara sonriente, sabiendo que ese era el plato de entrada.
“¡Uy, que crecimos esta noche!” bromeaba conmigo, mientras que se la metía entre sus piernas.
“Pues con una perrita como esta, no me sorprende.”
Empezaba a cabalgarme despacio, pero bien profundo. Estaba ansiosa porque entrara más adentro.
“¡Lo único malo… es que con esta polera… no puedo verte los pechos!”
Ella sonreía y podía sentir cómo se humedecía.
“Porque… a ti te gustan mucho… mis pechitos, ¿Cierto?” me preguntaba, dejando caer bien pesado su cuerpo sobre el mío.
“Si, porque son… tan libidinosos…”
“¿No tiene… nada que ver… con que te guste la leche… de mami?” me preguntó y hasta ella misma sentía como se volvía más dura.
“¡Venga mamita… a darle papita a su esposo!”
Y empecé a chuparle con muchas ganas, como ella sabe darme leche. Su carita se perdía mirando el techo, mientras que sus labios se los mordía para acallar los gemidos.
Aunque al principio me causaba un poco de repulsión la polera sudada, le daba cierto morbo a la situación.
Leves rastros de sal acompañaban el pecho de mi ruiseñor, sin mencionar que el pliegue de la polera parecía trazar una senda que guiaba a su hermoso trasero.
Fui incapaz de resistirme y metí la derecha bajo el velo, ocasionando un gemido intenso en mi ruiseñor, que cerró los ojos al sentir mis dedos masajeándola por su orificio posterior.
Sus movimientos se volvieron mucho más intensos y acelerados y el aroma de mi polera empezaba a mezclarse con la esencia dulzona de mi esposa, transportándome al cielo junto con ella.
Alcanzamos monumentalmente el clímax y mientras esperábamos despegarnos, le hablé de Lizzie.
“A lo mejor, llegamos a ese tiempo…” me dijo mi ruiseñor, apoyándose en mi pecho y mirándome a los ojos.
“¿Cuál tiempo?”
“Ese, que ella quiere un ratito más contigo…” respondió, con una cara muy tierna.
“¡Marisol, cómo dices eso!” exclamé, desechando la idea.
Ella se ofendió levemente.
“¿Por qué no? La pobrecita te tiene a ratos cortitos y si yo sufro porque te tengo semana por medio, quién sabe cómo estará la pobre…” me dijo ella, suspirando con un poco de aflicción. “¿Tú no lo has pensado?”
“¿Pasar la noche con ella?”
Puso una cara, como si le hubiese pisado un callo.
“Bueno… la noche entera se me hace como mucho… pero al menos, un par de horas.”
Me hizo sonreír, porque me gusta ver a mi esposa celosa por mí. Ella también sonrió, cuando empecé a hacerle cariño en la mejilla.
“¡No lo sé!... pero puedes ir a verla por la noche… después de jugar conmigo… y decirle que me dormí… entonces, tú juegas con ella… y después, juegas conmigo una vez más.”
“¡Me parece bien!” le dije, tomando mi polera de su cintura.
Se puso triste al instante.
“¡Ah! ¿Me la vas a quitar?”
“¡Está toda húmeda y no quiero que te enfermes! Pero si tanto te gusta su olor, la lavas tú”
Su carita se puso más alegre y luego de apagar la luz de su lámpara, me arrimé a su lado para comérmela a besos y juguetear con ella una vez más.


Post siguiente

2 comentarios - Siete por siete (108): Democracia del termostato (II)

pepeluchelopez
Jaja divertido sensual y excitante el tema de los olores. Algo parecido nos pasaba
metalchono
¿Qué les pasaba a ustedes? ¿Lo puedes contar? ¡Es increíble que con pocas palabras, me llenes de curiosidad!
pepeluchelopez
Jaja es bueno saberlo. Mira paso con mi primer novia no le di tanta importancia pero me llamo la atención que se ponía mis poleras y decía q llevaban mi olor. Era sugerente que yo era talla 28 mediana a chica y ella mandaba algo de melones. Años mas tarde paso lo mismo con mi esposa. El olor. Y paso varios años hasta que en 2007 trabaje con solventes y mi cuerpo y sudor se pregnarpn de olores raros. Incluso mi sudor al hacerlo la dejaba roja del pecho con picazón. Afortunada mente hace 3 años cambie de área y ya estoy menos expuesto