El regreso de un "pibe chorro"...

Relato ficticio, no real.

Julio de 2002. El Marcos Arronches que conocimos hace un año atrás ya era mayor de edad. Cumplió 20 ahora en abril, y él y toda su familia seguían en la incertidumbre por la falta de trabajo. Tenía la ilusión de que le surgiera su primer empleo, y le habían comentado de la recuperación de una fábrica que cerró en el ´99, por lo que si tuviese posibilidades de entrar, estaría ayudando a esa casa devastada.

Día 23. Dio la casualidad de que a sus padres y hermano se los llevan de vacaciones a la costa, para “tomar un poco de aire que no esté apestado de desánimo”, decía su madre en los preparativos. Estarían ausentes una semana, y el 29 retornarían. Básicamente, lo dejaban hacer lo que se le cantaba, entendían que se tenía que vivir así, y que no lo podían tildar de vago con medio país pobre. Se fueron el 22 a la tarde, y recibió una llamada de ellos desde Mar del Plata a las 12 del mediodía, para preguntar cómo andaba todo. Mientras tanto, Marcos hacía las labores del hogar sin quejarse, porque de chico aprendió de todo. Dormía la siesta y merendaba con galletitas, nada nuevo de sus costumbres. Podríamos decir que ahora estaba distinto a ese de diciembre del 2000, era un “buen chico”, pero cargaba con el pensamiento de que pudiese ser descubierto por sus relativos. No era gastador compulsivo, y los 60 pesos que le dieron le sobraban para unos cuantos días. Sus amigos ya sabían lo del robo, y como que lo respetaron más después de sucedido eso, entendían que estaban en una pútrida miseria y que la delincuencia se incrementaba. Incluso dos de ésos tres robaron juntos un pequeño almacén que está a 20 cuadras de su casa para que no los reconozcan. La idea ya la tiró Sebastián: había que hacer un golpe a un supermercado, y tenía que ser lejos, o no tanto, con que no sepan sus caras era suficiente.

Día 26. Viernes, qué viernes hediondo fue ése. El robo se concretó y no sé si salió tan bien. Fue a un mercadito cerca de Merlo Gómez (pero dentro del partido de Morón), en una calle muy transitada por vehículos. Llegaron a eso de las 6 de la tarde, con las últimas luces del día, encapuchados, y cada uno de los tres (Sebastián, Pablo y Marcos) con una pistola en la mano. Dispararon tiros al aire, y asustaron a las 3 o 4 personas que compraban. Lanzaron al cajero al suelo y metieron la mano en la registradora: había unos 1000 pesos y tomaron 600 (fueron bastante humildes y no se afanaron todo). El cajero le revoleó una zapatilla en la cabeza a Pablo y cayó desplomado en el piso, luego Sebastián empezó a discutir con el primero mientras Marcos trataba de despertar a su amigo. En ese ínterin llegó la policía y se llevó a dos, a Pablo lo trasladarían al hospital, y lamentablemente ahí lo hicieron cagar. Su familia quedó con una expresión irrepetible cuando un oficial les dice que fue parte de un asalto. Mientras tanto, a los otros dos los llevaron a la comisaría para declarar. En la mesa de entrada había un hombre de alrededor de 50 años, arrugado y calvo que iba a anotar cada palabra que dijeran. Ambos fueron francos: el delito ya era delito, pero muy leve. Higinio Gutiérrez (así era su nombre) les dijo sintéticamente: “Viejo, afanaron, no me pongan más excusas, denme la guita y los llevo a la celda, porque esta noche se quedan a dormir acá. Mañana los largo”. Dijo también que los dejaba porque se le daba la gana, y que los iban a estar vigilando sin excepción. Los llevó a una celda al fondo del primer pasillo. La compartieron por un par de horas. Se putearon, se lamentaron, lloraron, se abrazaron y después, alrededor de las 12 de la noche, cada uno se acostó en su cucha, quedando en un completo silencio. Las luces eran medianas, y después de esa hora la intensidad iba bajando. Sin querer, aduciendo en su cabeza que no podía dormir, Marcos se despierta y la ve. Era ella, era esa chica que le arrancó su pureza (bueno, no era tan puro por sus acciones, pero de alguna forma le arrancó esa sequedad que tenía). Julia Savio, la agente que se encargó de “cuidarlo” después de ese primer robo, pero en realidad lo hizo mierda. Lo saluda con la mano y le sonríe, pero no le dice nada porque el viejo Gutiérrez pasaba para ese lado. El pendejo se refriega los ojos y se dice: “¿Esto es una joda, o estoy alucinando? Creo que me estoy haciendo la cabeza. No debe ser ella”, pero cuando Gutiérrez vuelve hacia ahí la llama y se la presenta: “Mirá, piba, estos dos zánganos afanaron un mercadito, uno de ellos está con seguridad en el hospital. Yo me rajo a la mierda, por favor, fijate que no armen quilombo. Nos vemos mañana”. Cuando por fin se va, Savio abre la puerta de la celda y entra, le da un beso en la mejilla y comienzan a charlar de la vida, cómo le estaba yendo, etcétera; obviamente lo regañó por salir a robar otra vez, le prometió que no lo iba a repetir nunca más. Él no se excitó nunca, no era un lugar para hacer esto, pero ella le pegó suavemente con la macana en la cabeza y le dijo que si quería salir, tenía que hacer caso. A los 20 minutos ya estaban como animales: sin ropa y Marcos estaba totalmente sometido por esta agente, forzado a practicarle sexo oral. Se le caían las lágrimas, estaba humillado y a ella no le importaba: disfrutaba del placer que circulaba por su ingle, lo puteaba si era preciso hacerlo. “No vi nunca a alguien tan cagón como vos. Creo que cualquier pendejo quisiera hacer esto, pero lo único que faltaría es que seas puto. Esto te lo tenés bien merecido por portarte mal”, le decía ella, pegándole bifes y chirlos. Pidió por favor para que pare, y se le rió en la cara. Le bajó los pantalones y le puso un profiláctico. La tomó de los brazos y cómodamente la sentó sobre su pene. Prefería esto antes que volver a lamerle la vagina, siempre le pareció repugnante. El otro boludo (que hasta hace un rato dormía como una morsa), sin que se dieran cuenta se masturbaba observándolos. Quizás lo despertaron los gritos de ambos, que venían cargados de insistencias, insultos y mucho goce.

5 de la mañana del día 26. A las 7 volvía el viejo, y Savio los largó a ambos, pero antes los cagó a trompadas advirtiéndoles que acá se terminaba todo. “Parece que a ustedes hay que hacerles entender las cosas a los golpes. Si los cacho de vuelta, a la cárcel sin parada intermedia. Tuvieron suerte, pero la joda no es eterna: son grandecitos y tienen que cumplir la ley, ¿quedó claro o necesitan más coscorrones?”.
Asintieron y reafirmaron el compromiso. Se tomaron un bondi y durmieron hasta la tarde del sábado en la casa de Marcos. Sebastián llamó a su casa para decirle que se fue a bailar, y que a la noche volvía, que estaba bien. Ahora, era cuestión de rogar que vuelvan las posibilidades laborales, el robar ya pasó de moda.


Puede acompañar la lectura del relato con esta música, que se volvió muy conocida gracias a una serie, y que se usa para referirse a temas de la delincuencia o prisiones:
https://www.youtube.com/watch?v=NrYigTZNHMw

1 comentario - El regreso de un "pibe chorro"...

leon1510
Muy bueno! Pego la fantasía de varios y lloraba el trolaso Jajajajaja.