Siete por siete (97): La mano ensortijada




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Compendio I


No es mi intención empezar de manera desordenada.
Originalmente, iba a empezar con los preparativos del primer día de cumpleaños con las pequeñas.
Pero la curiosa situación que se desarrolló es algo que Marisol no conoce y que le explicara por qué no pude contestar su llamada anoche.
Los lunes en faena son agotadores. Tanto Hannah y yo conciliamos lo que dejaron nuestros reemplazos, los nuevos programas de labores y retomamos las tareas pendientes de la semana anterior.
Por este motivo, pocas veces cocinamos en la cabaña en esos días, por el cansancio y por el hambre, razón por la que tratamos de alistarnos rápidamente.
Mientras me terminaba de vestir, Hannah ocupaba la ducha. Eran cerca de las 7 y mis tripas necesitaban alimento.
“¡Hannah, apresúrate!” le grité a través de la puerta.
“¡Voy!” respondió con su voz melodiosa.
Me sorprendí al verla envuelta en una toalla. Generalmente, nos vestimos en el baño.
Se sentó en la cama y lo primero que me llamó la atención fueron sus piernas brillantes. Parecía que se había echado crema en el baño.
“¿Y qué tal fue tu semana? ¿Celebraste el cumpleaños con tus hijas?” me preguntó, mientras recién buscaba la ropa para vestirse.
“Si, lo pasé bien.” respondí con impaciencia.
Revisaba minuciosamente los calzones y sostenes que se iba a poner, siempre envuelta por su tirante y rosada toalla.
“¿Viste a tu hijita caminar?” preguntó, mientras estiraba un calzón rojo de encaje, muy sensual y me dio la impresión que los inspeccionaba buscando agujeros.
“¡Por supuesto!”
Luego tomó un calzón negro y repitió lo mismo.
“¿Y te sentiste feliz?”
“Sí.” Respondí, esperando a que se decidiera de una buena vez.
Ella bajó su ropa y me miró sonriente.
“¡Vamos, Marco! ¿No te atraigo? ¿No me encuentras bonita?”
“¡Por supuesto que te encuentro bonita! ¿Qué te pasa?”
Se puso de pie y me abrazó.
“¡Quiero que me tomes como la otra vez, cuando tu hijita aprendió a caminar!” susurró en voz baja, de una manera sensual y coqueta.
Me reí por la situación y ella retrocedió molesta.
Hannah me conoce tan bien como Marisol. Entre las cosas que me excitan de una mujer está la ropa interior y la desnudez parcial.
Para mí, es más excitante la idea de una mujer en ropa interior o envuelta en una toalla que directamente desnuda.
Esa facilidad de acceso a un cuerpo indefenso me pone de ganas, pero me sentía tan hambriento que no me había dado cuenta.
“¡Lo siento, pero tengo mucha hambre y no me di cuenta!” me disculpé por no comprender sus intenciones, besándola suavemente.
Casi siempre trabajo mejor sintiendo hambre, porque me da una especie de “visión de túnel”, donde me enfoco en lo que estoy haciendo y nada más.
Sin embargo, ella no lo sabía, por lo que se enfadó y malinterpretó mis razones.
“Es porque tuviste relaciones con tu esposa, ¿Verdad?” protestó ella, cubriéndose muy enojada y resistiéndose a mis besos. “¡Apuesto que la follaste hasta el cansancio!”
“¡Nada de eso!” le respondí, tratando de calmarla.
En parte, tenía razón, pero los detalles los sabrán después.
“Ella es mejor que yo porque te la chupa, ¿Verdad?” preguntó, desabrochando mi pantalón.
Se arrodilló y al verla erecta, empezó a dudar.
“¡Hannah, no!” le dije, cubriéndome con las manos.
“¡Deja mostrarte que puedo hacerlo como ella!” reclamó, intentando sacar mis manos.
Pero moví la cintura y me agaché.
“¡Vamos, Hannah! ¡No lo hagas! ¡A ti no te gusta!”
“Pero a ti, sí…” respondió, rompiendo en llanto.
Me resigné a que no iba cenar esa noche. Hannah me extrañaba, así que nos acostamos en el catre y la traté de cubrir.
“¡Me puse linda para ti!... Incluso, me disfracé…” dijo ella, en un tono coqueto, con el que cautivó mi atención.
Yo la miraba confundido, si solamente iba envuelta en una toalla.
“¿Y quién se supone que eres?”
“¡No es que sea alguien!” respondió con vergüenza. “Revise Wikipedia y hoy es el día de la toalla (Towel day).”
“¿El día de la toalla?” pregunté, pero recordando brevemente.
Me recordaba algo, pero no sabía qué.
“Si… y como a ti te gustan esas cosas…”
Y empecé a hacer memoria.
En realidad, sabía a lo que se refería, pero no me acordaba.
La pobre Hannah debió haberse sentido incomoda, acostada envuelta con una toalla y su cuerpo húmedo, pero empezó a hablarme de un escritor inglés y que se conmemoraba su muerte con el día de la toalla, porque en una de sus obras, habría sido un utensilio principal.
“Trataba del espacio o algo así…” me dijo, muy desanimada, al ver que su estrategia no había funcionado.
“¡La guía del viajero intergaláctico! (Hitchhiker’s guide to the galaxy)” dije, al recordar el nombre del libro.
Sus ojitos celestes se iluminaron.
“¡Así es! ¿Lo conoces?”
“¡Claro que lo conozco! ¡Fue uno de los primeros libros que leí en inglés!” le dije y empecé a besarla apasionadamente. “¡Qué lindo gesto de tu parte!”
Se puso más contenta al ver que reconocí su gesto y sonreía con sus ojos celestes.
Es un libro tan ridículamente tonto que la primera vez que lo leí, me reí a carcajadas. También hay una película y es bastante buena, comparada con lo que expone el libro.
Trata de una guía escrita por un extraterrestre visitando diferentes planetas, hablando de sus costumbres y sus creencias, como los libros turísticos que uno encuentra referente a diversos países de Europa.
La razón por la que se le recuerda con las toallas es porque en uno de sus tomos se enumera una múltiple cantidad de usos, que van desde una máscara anti-gases, una cama temporal, protección contra el calor o frio intenso, como arma defensiva (mojándola y enrollándola, para usarla como látigo) y la más obvia de todas: para secar a una persona mojada.
“¡Te acordaste de eso por mí!” le dije, metiendo la puntita en su interior, sin destaparla de su toalla.
“Si… es que no he parado de extrañarte…” suspiraba, mientras le lamía su oreja, como sé que tanto le encanta. “ Celebramos el aniversario de Danny… pero el sexo con Douglas ya no es lo mismo…”
Yo me detuve en seco.
“¿Qué? ¿Por qué?”
Ella sonreía de una manera muy sensual.
“Es que una hora para mí ya no es suficiente.” Me dijo, jugueteando con sus dedos por mi pecho. “Necesito a un hombre que me dé 3 o 4 horas para sentirme satisfecha.”
Sus palabras me endurecían más de la cuenta en su interior.
Comparado con su marido, no valgo la pena: es más alto, rubio y musculoso. Y Hannah también es una mujer bonita, con ojos celestes, rubia y con un trasero muy sensual.
“Y ya ves… estoy solamente envuelta en esta toalla… por ti.”
Que ella me prefiriera por sobre su marido me ponía más caliente, porque soy flaco, de cabello negro y ojos color café, no muy destacable.
Su piel blanquita y sus pechos menuditos, pero apetitosos me incitaban bastante y empecé a desenvolverla, como si fuera un caramelo, probando sus pezones hinchados.
“¿Te gusta?... ¿Te gusta que me disfrace así… para ti?” me preguntaba, mientras empezaba a bombearla con más fuerza.
La besaba profundamente.
“¡Te ves preciosa y muy sensual!” le decía, revelándola desnuda completamente.
“¿Me quieres, cierto?... ¡Dime que me quieres!” me pedía ella, cuando besaba sus pechos y acariciaba sus nalgas perfectas y preciosas.
“¡Te quiero, Hannah!” le respondí, ingresando más fuerte por sus piernas y besándola, mientras ella me abrazaba y suspiraba con mis movimientos.
“¿Me extrañaste?... ahhh… ¡Di que me extrañaste!” me agarraba del cuello y me pedía que la mirara a los ojos.
“¡Claro que te extrañé!” le respondí y para incrementar su placer, agregué. “¡Eres mi chica!”
Y no le mentía. Porque así como recuerdo a Marisol cuando le hago el amor, también me acuerdo de Hannah cuando atiendo a mi esposa.
También sentía ansiedad al saber que estaba en la misma ciudad que yo y a Marisol no le molestaría que la visitara por un rato, ni mucho menos que la trajera a casa para que mi esposa finalmente la conociera.
Sin embargo, los 2 teníamos compromisos que no podíamos escapar y su pareja (Porque Marisol es simplemente maravillosa) nos estorbaría e impediría que estuviéramos a solas.
Ella gimió muy rico, mientras levantaba las piernas, al igual que lo hicimos en el motel y se corría cuantiosamente.
“¡Sí!... ¡Soy tu chica!... ¡Soy tu chica!... ¡Te amo, Marco!” me decía, mientras la bombeaba en frenesí.
La notaba tan apretada, candente y húmeda, que no pude aguantar demasiado tiempo.
Ella estaba extasiada al sentir como me corría en su interior.
“¡Siiii!.... ¡Siiii!... ¡Quédate así!... ¡Quédate así!... ¡Ahh!... ¡Me encantas!...”
Nos besamos y aprovechamos de conversar, mientras reposaba sobre ella y su toalla.
“Entonces, ¿No te gusta más tu esposa porque te chupa?” me preguntó, todavía molesta.
“¡Claro que no! ¿Por qué te enojas? ¡Estoy casado y tengo hijas! ¿Crees que si me gustas más tú, dejaré a mi familia?” le respondí, muerto de la risa.
Ella se rió también.
“¡No es eso!... es que ella te tiene toda la semana…” me respondió, con un poco de tristeza.
La razón principal porque Hannah tiene celos de Marisol es porque es más bajita y sus pechos no son tan opulentos y apetitosos como los de mi ruiseñor.
Sin embargo, no reconoce que su cola no es nada mala, es rubia natural y sus ojos son de un celeste muy bonito.
“Y tú me tienes la siguiente, pero no la ves a ella quejándose…”
Volvió a sonreír, reconociendo que yo tenía razón.
“¡Lo sé!... pero a veces te la veo parada y me dan ganas de probarla… ¡Solo un poco!... porque siempre lo haces conmigo... y siempre dices que te gusta.” respondió, con reproche.
Le acaricié la mejilla y la consolé.
“¡No tienes que preocuparte! Hay cosas que hago con mi esposa porque a ella le gustan y otras cosas, que las hago más contigo.”
“¿Cómo cuáles?” preguntó intrigada.
“Como ir de inspección, por ejemplo.” Le respondí, acariciando su barbilla. “¿Acaso crees que voy de inspección con mi esposa a la mina todo el tiempo?”
Ella sonrió más coqueta.
“¿Te gusta ir de inspección conmigo?”
“¡Por supuesto, Hannah!” le respondí, con una gran sonrisa. “¿Cómo no me va a gustar ir contigo a un lugar oscuro, para tocarte?”
Se calmó y me besó nuevamente.
Quiso ir ella arriba. Casi nunca lo hacemos, porque le cuesta para entrar.
Se veía muy bonita: Su cuerpo rosado, delgado y muy delicado, se movía lentamente mientras la metía en su ser.
Me daba una sonrisa de felicidad, mientras que ella la iba ensartando de a poquito.
Yo le ayudaba, tomándola de la cintura, mientras que ella se apoyaba en la mía para meterla más.
“¡Echa tu cuerpo para atrás!” le sugerí.
“¿Qué?”
“¡Echa tu cuerpo para atrás y mueve un poco la cadera, para que pueda entrar mejor!”
Me obedeció y su carita hizo un gesto delicioso, como si hubiese sentido un nuevo nivel de placer.
Entraba casi completa y su cuerpo estaba muy tenso, al igual que cuando lo hago con Marisol.
“¡Ahora, muévete despacio!” le dije, porque sabía lo que estaba viviendo.
Fue disfrutando cada movimiento. Sus ojitos se cerraban y daba una sonrisa agradecida, a medida que empezaba a deslizarme más y más en su interior.
Me hacía pensar en mi esposa y en todas las cosas que recordó durante la semana, mientras me maravillaba al tener una chica con su mismo físico de soltera.
A veces, no entiendo los celos de Hannah, si para mí, la sigo viendo como Marisol cuando era mi polola y no porque ame menos a Marisol ahora, sino porque sigo extrañando a esa tierna amiga que me acompañaba en todo.
“¡Despacio! ¡Despacio!” le decía yo, guiando sus caderas con mis manos.
Ella me miraba sonriente, como si fuera una reina y la guiaba con el mismo ritmo que agarra mi esposa.
A Marisol le encanta ir arriba, porque puedo ver sus pechos. Sin embargo, nunca se ha dado cuenta que lo que más me gustaba de soltero era su carita de niña inocente y su sonrisa coqueta.
Y mientras Hannah probaba ese delicioso placer, yo hacía ese ejercicio acostumbrado de recordar a mi amada polola.
Hannah suspiraba, al ver que ella llevaba las riendas y trataba de moverse más rápido, aunque yo no le concedía mucha libertad.
Acariciaba sus pezones hinchados y los presionaba suavemente, como moneditas, de la misma manera que lo hacía con mi ruiseñor.
Y ella empezaba a moverse con mayor velocidad y violencia, sacando suspiros apasionados a medida que la iba deformando por dentro.
“¡Te ves hermosa!” le dije, mirándola a los ojos y ella me sonrió, acostándose sobre mi vientre.
Nos besamos y yo me afirmaba de sus nalgas, guiándola suavemente.
“¡Así!... ¡Así!... mhm… ¡Me gusta más tu manera!...” decía ella, con ojitos entrecerrados, disfrutando de otro orgasmo.
Subía y bajaba sobre mi vientre, apegando su mentón en mi hombro.
Yo mordisqueaba suavemente su oreja y ella suspiraba, sintiendo dicha, mientras sus pechos desnudos se posaban sobre el mío y me atrapaba en un caloroso abrazo.
“¡Me gustaría estar así para siempre!... ¡Se siente tan rico!... ¡Sigue así!... ¡Sigue así!... ¡Ahhhh!...”
La volví a llenar y nos besamos.
Estaba hermosa y abrazaba su cuerpo menudito con el mío.
La traté de cubrir, pero estaba tan cómoda que apenas se podía mover y no me quedó más remedio que cubrirla con la toalla manchada, pero a ella no le importaba.
Me miraba y me sonreía, apoyada en mi pecho, de la misma manera que lo hace mi ruiseñor.
“¡Me encantaría ser tu esposa!” me dijo ella, con una mirada serena.
Tomé su mano ensortijada con la mía y le dije que en la mina, así lo era.
Y por la mañana, desperté con mucha hambre.


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2 comentarios - Siete por siete (97): La mano ensortijada

pepeluchelopez
Hasta yo muero de hambre y eso que aun me falta una hora para el desayuno jaja hay amigo, esto tiene pinta de harem. Ella tambien quiere ser tu esposa creo q en otra vida fuiste un jeque arabe con muchas mujeres xD saludos
metalchono
O el karma me recompensa. Saludos
pepeluchelopez
El amor es una energia que concentra fuerza de atraccion, quien necesita de ese amor se sentira atraido por que el buen amor hace bien y la mejor forma de expresarlo es el sexo