Flora, el capricho de los porteros de la discoteca

Vosotros, lectores, deberéis juzgar con vuestras mentes que fue lo que me pasó esa noche. Quizás sintáis una cierta repulsa al leerlo o, por el contrario, os dejéis llevar por una excitación sin límites…
De cualquier forma, todo comenzó como para mí como lo hubiese hecho con cualquier otra chica en mi situación. Yo soy esa chica en su primer año de universidad que se enfrenta a la primera de las grandes fiestas que se han organizado para toda la facultad. Sí, una de esas de las que hablan todas las chicas nerviosas por los pasillos durante días, mientras los tíos saben que se van a pegar una gran borrachera. Una semana durante la cual es como si las clases no existieran, como si todo lo importante se reduce a preparar no los exámenes, sino los modelos que lucirás en la disco.
Yo no lo vivía con excesiva pasión, la verdad. Es decir, sí estaba algo nerviosa por cómo se desarrollaría todo, pero no me lo tomo como si fuese una cría. Ya llevábamos tiempo en la universidad, yo ya conocía a unas cuantas amigas y había hecho mi grupo, estaba feliz. No iba a esa fiesta desesperada a buscar más amigos o a un novio, nada de eso. Me hacía ilusión salir de fiesta en un ambiente nuevo, pero nada más.
Los pasillos eran un hervidero, como os he dicho. Pero no sólo las chicas preguntando qué modelito iban a vestir y con qué chico querían aparearse. También los chicos estaban algo nerviosos, eso lo notaba yo. Quiero decir, siempre están nerviosos cuando yo paso delante de ellos. Los oigo, los siento cuchichear y mirarme no precisamente a la cara. Pero aquella semana, me miraban con una intensidad mucho más potente.
No dudaba que el deseo de muchos de ellos era poseerme esa noche. Yo no dejaba que mis emociones se plasmasen, nunca lo he hecho así a la ligera, sólo cuando me importa. Soy una chica pija, de esas que pasean con aire de superioridad y sólo te miran si es necesario. De esas pijitas que se reúnen con otras más pijas todavía a contarnos cosas de nuestra élite. De esas que nos reímos a la vez de lo mismo, aunque no tenga gracia. De esas inalcanzables, por así decirlo.
Mientras pasaba grácilmente por los pasillos, marcando con fuerza mi tacón y con media sonrisa mirando al infinito, más y más chicos se derretían por encima de lo habitual esa semana…
Yo de mientras, miraba con moderada ilusión la fiesta. En el fondo me apetecía un poco, podía comprender la ilusión colectiva.
El día, o más bien la noche, llegó…
No tiene sentido que os describa un día frenético de compra de entradas, de quedadas a una hora en tal o cual sitio, de saber si los de la otra clase van a ir más elegantes… Aunque es muy entretenido comentar eso en mi círculo de pijas, teníamos claro lo que nosotras íbamos a hacer.
La tarde, básicamente, fue un ritual de preparación para mostrar al mundo la Flora que reinaba en la universidad. Sí, me llamo Flora, alguno dirá que es un nombre de pija que me viene ni que pintado. Soy Flora Coslada. Mucho gusto en conoceros.
La ducha es el primer de los pasos que una chica tan presumida debe seguir para salir de fiesta. Me gusta sentir el agua templada tirando a caliente resbalarse por mi piel, si por mí fuera, agotaría el calentador dentro de la ducha. Una vez me he desnudado, me quedo quieta, recibiendo el chorro de agua por todo mi cuerpo… Seguro que muchos de aquellos que me miran por los pasillos no querrían perderse este momento.
Porque… ¿sabéis? No estoy nada mal. Soy una chica pija de estatura media, de cabello marrón oscuro que prácticamente me llega al ombligo y que en estos momentos se humedece y se pega a mi piel. Tengo una figura muy bonita: delgada y estilizada, especialmente mis piernas son muy largas y delgadas, al igual que mis muslos, los cuales lucen divinamente. Siempre depiladas y con un brillo especial, mis piernas son un atractivo mortal para hombres fogosos de cualquier edad, especialmente cuando yo misma decido que se muevan de una forma sugerente, que se abran sin que nadie se lo espere…
El agua también cae por mi espalda recta e inmaculada, hasta el inicio de mis piernas. No tengo un trasero especialmente prominente, pero está bien durito al tacto, perfecto para mi gusto. Y justo por delante… mmm, pues una de mis partes preferidas, qué voy a deciros… Mi tierno coñito, con el cual me lo paso tan bien siempre que tengo necesidad. Soy una chica en apariencia fría y distante, pero no es esa la verdad de mi carácter. Cuando yo quiero, me torno ardiente en cuestión de segundos. Pienso mucho en el sexo, me encanta, es mi pasión, y más poder practicarlo con este cuerpo hermoso. Me he derretido de una forma irrefrenable ante aquellos pocos que han despertado mi pasión, y ellos han disfrutado del privilegio de mi sexo rasurado. Aunque en realidad, como yo siempre digo, soy yo quien disfruto de esos hombres fáciles y quien les abandona cuando me da la gana. Así soy, una chica mimada y altiva pero con los labios húmedos… No puedo resistirlo, ni quiero. Pero es que me gusta calentar a los chicos, hacer que piensen en mí cuando la mayoría no conseguirán nada…
Empiezo a enjabonarme por donde hago siempre, por mis abultados pechos. Tienen un tamaño perfecto para hacer un escote precioso que me encanta lucir en días como el de esa fiesta. La espuma impregna la piel suave de mis senos, y acaba cubriendo los pequeños pezones rosados que coronan mis glándulas. Los recorro con especial cuidado, disfrutando cada centímetro de mi cuerpo… A medida que me extiende el enjabonado, también decido tratar con cariño a mi vulva. No creo que hoy ocurra un encuentro sexual, pero quien sabe…
Tras la ducha, salgo desnuda con las gotas aún cayendo por mi silueta. Me envuelvo en una toalla verde y me miro al espejo, me gusta ver la brillantez de mis ojos, la tierna expresión de mi nariz y mi boquita realzada por mis pómulos, me encanta mi rostro. Me envuelvo otra toalla como turbante en la cabeza y recojo el baño.
Ya he decido que me voy a poner. Después viene una buena sesión de peinado, vestido y maquillaje. Me paso las planchas una y otra vez, para dejar mi pelo bien liso y que fluya adaptándose a mis formas de mujer cuando caiga. No puedo dejar de maravillarme por lo bien que me ha quedado hoy.
Me voy a vestir como más me gusta: ropa interior negra (¡claro que tanga!), unos shorts vaqueros muy cortitos, casi a la altura de mi trasero y una blusa roja que tengo con la que me queda un escote de infarto. He elegido también unos zapatos negros con tacón que realzan mi figura… Me miro de nuevo al espejo y me encanto. Un cuerpo delgado, realzado, con las piernas desnudas firmes y unos pechos que destacan a los lejos entre mi blusa. El toque final me lo doy luego, rizándome las pestañas y aplicando un pintalabios de un color rojo intenso, de tal forma que mis labios tienen el mismo color que mi blusa.
Cojo mi bolso y salgo, voy bien de tiempo. Mis amigas y yo hemos quedado para beber en el parque, imagino que otros de clase estarán por allí. Otra se había encargado de comprarnos la bebida, así que todo iba sobre ruedas.
Ya en el parque, algunas de mis amigas ya estaban esperándome, otras fueron llegando con cuenta gotas. Todas impresionantes, muy pijitas, con buen tipo, así somos todas… Las bolsas se depositaron al lado de nuestras piernas, mientras nos sentábamos en el banco para estar cómodamente bebiendo y riendo.
Mi amiga Clara me dijo que había venido muy bien arreglada, que estaba muy guapita… Esa chica nunca había tenido un buen tipo y siempre nos tiraba piropos a las otras. Aunque sí que se enrollaba con chicos, alguna vez el resto nos reíamos y pensábamos que tenían un punto bisexual raro… Agradecí su piropo porque la verdad, aunque la noche no me hacía tanta ilusión como a otras, sí que me había puesto muy guapa es anoche… y vestía un poco cachonda la verdad.
La conversación fluía a tono con los tragos que tomábamos de ron con cola. Las risas se hacían cada vez más frecuentes cuanto más se vaciaba el contenido de las botellas. Mis amigas (y por asociación, también yo) empezaban a dejar ver en lo torpe de sus miradas y en sus lenguas trabadas el efluvio del etanol… Yo misma también notaba lentamente estos efectos, pero intentaba disiparlas con mis carcajadas en el frío de aquella noche memorable.
El resto de los bancos de parque, y parte del suelo, se había llenado con otros compañeros de la facultad. La verdad es que conocíamos a la gran mayoría, porque somos muy cotillas… Especialmente, qué os voy a decir, si los chicos son atractivos. Siempre hay unos pocos por la facultad y los tenemos bien fichados. Aquí estaban algunos de ellos, quien sabe si durante la noche acabaría acercándome a alguno. Me muerdo el labio del deseo que eso me produce… De imaginarme en un coche, con las piernas abiertas, botando encima de un hombre cualquiera…
El ron cola me estaba subiendo por momentos. Empezaba a decir muchas chorradas, más de lo habitual. Clara se rio de mí cuando intenté llenar un vaso que me habían pedido y tiré fuera la mitad del contenido de la botella. Me reía de mis problemas de coordinación, pero al ver que casi todas mis amigas iban igual de borrachas o más, mis males se comulgaron con los de los demás. Ya no sé ni de lo que hablábamos, nos habíamos pasado bebiendo a lo loco nada más empezar, si intentábamos jugar a un juego de beber ninguna estaba en condiciones de acordarse de las reglas. Nos reíamos, sacábamos fotos haciendo el tonto al lado de la estatua de aquél señor tan importante del parque, hablábamos de los tíos buenorros de la uni y de algunos que había al lado, con tanta sonoridad que seguro que nos acabarían oyendo…
Vamos, que cuando tirábamos para la discoteca, servidora iba lo que se dice bien fina. Bailaba más que andaba, y no había quien me parara quieta en la cola del lugar. Mis amigas me serenaron entre todas, porque dijeron que si se notaba que iba tan borracha, o quizás metida, no me iban a dejar entrar, ni a ellas. Por un rato intenté parecer normal mientras esperábamos nuestro turno, aunque en la cabeza de Flora todo danzaba a velocidades vertiginosas. Menudas colas que había siempre en La Perla Negra, una discoteca muy famosa aquí, enorme, con tres salas y varias barras. Es el lugar donde toda la juventud, sobre todo universitaria, se concentra. De hecho, estás en la cola y conoces a casi todos.
El portero de la Perla Negra nos miró de arriba abajo. Son un poco falsos estos porteros, hay días que hemos entrado gratis y otros que ni de coña. Parecía ser un día especial porque al final nos dejó pasar sin pagar. Su mirada se detuvo varios minutos en mí. Temí que no me dejaran entrar, como me habían dicho ellas, pero al final no ocurrió. Parece que le había gustado al portero, oye. De todas formas, a mí un negro, algún día, así buen puesto, me apetecería para dar un empujón, ¿por qué no?
Estaba hasta los topes La Perla Negra. Y eso que tiramos para el fondo, pero estaba tan lleno de gente que nos costó hacernos un hueco para nosotras. Por suerte teníamos al lado la barra, y todas nos pedimos un nuevo cubata. Yo bailaba sin mirar a quien, y cuando me di cuenta me había bebido la copa entera y la recargué. Llevaba tal cogorza encima que la resaca la veía histórica desde ya.
En esto estábamos, nosotras tan pavas sacándonos una selfie que pusieron un temazo de nuestro DJ favorito. Y bien pinchado, con mucho pum y poca letra. De esto que te emocionas de repente, te vuelves loca y tus amigas te sigues, que empezamos a brincar al ritmo de los acordes. Y bueno, la liamos. Tampoco creo que fuera culpa exclusivamente mía, pero yo iba borracha como la que más.
Empezamos a empujar quizás demasiado a los que estaban detrás. Quizás provocáramos un estruendo en medio del estruendo. Quizás mi amiga Clara le pegara un codazo a un tío y eso llevó a que un par de vasos se rompieran.
Por ello, no tardaron en venir a por nosotras los de seguridad.
El primero era el mismo negro de la entrada. Yo tenía tal pedal en la cabeza que no podía parar sentada, y creo que por eso le parecí la más alocada, la que más había provocado el jaleo. Pero sé que no me llevó consigo por eso, que me quiso llevar retenida por razones que sólo podían verse en mi anatomía. Soy así de chula, que queréis que os diga. El portero me agarraba con fuerza del hombre, me hizo darle la copa y me dijo que tendría que seguirle. Yo protesté, evidentemente, pero no podía resistirme ni a su autoridad ni mucho menos a su fuerza, me sacaba varias cabezas. Pregunté por qué no me acompañaba ninguna de mis amigas, que en ese momento me miraban temerosas, intentando disimular lo que allí habíamos armado entre todas. “Qué zorras”, pensé. Y en esas, el portero me dio un empujón, para que empezase a caminar. Lo hacía con dificultad, con los tacones que me estaban matando los pies, esquivando cristales y pies de otras personas que, ellas sí, podían seguir tranquilamente en la pista de baile. Ir acompañada con el más que visible segurata hacía que las multitudes se fueran apartando a nuestro paso mientras me conducía a donde yo creo que estaba la salida.
Pero algo extraño ocurría.
El forzudo portero negro que tiraba de mí sin dificultad no parecía estar llevándome hacia la puerta de la discoteca, que estaba al fondo a la derecha. Me estaba llevando por detrás de la mesa de mezclas del DJ, pasando los baños… Un lugar restringido al público. Imaginé que habría allí una salida de emergencia más cercana.
Abrió una puerta negra del fondo y salimos a un pasillo de paredes grisáceas desconchadas. No me parecía que eso fuese una salida a ningún sitio. Pero él tiraba de mí con fuerza, mi oposición era inútil, incluso cuando intenté verbalizarla.
Al fondo del pasillo, al lado de una puerta entreabierta, aguardaban otros dos porteros. Eran de aspecto rudo, como aquél que me llevaban. Ambos eran latinos, de piel cetrina, y bastante altos, era imposible no dejar de mirar su físico fijamente. No dejaron de fijarse en su compañero y en lo que arrastraba… que era yo.
Sonrieron al verme, al ver mi aspecto de bebida y desorientada. Pero más aún al ver el incipiente escote que lucía y mis piernas bien tornadas. Sin decir nada, uno de ellos abrió ligeramente la puerta, que chirrió al deslizarse… El espacio de dentro estaba tenuemente iluminado, aún no podía vislumbrar que había dentro.
Yo estaba como paralizada, e intenté dar marcha atrás y volver por el pasillo a la discoteca. Pero el portero que me había llevado hasta allí me agarró fuertemente por la cintura y me alzó en el aire. Y me llevó en volandas dentro de la habitación, mientras yo chillaba y pataleaba de forma inútil. Sus dos compañeros entraron también y la puerta se cerró con un estruendo.
Recuerdo cómo mi cuerpo cayó casi inerte sobre algo blando que había en el interior de esa habitación, haciendo un ruido seco. Boté una vez sobre la superficie que me recordó a la de un colchón surcado de arrugas. Como pude ver más adelante, así era, una cama descuidada y casi destrozada, cubierta con una sábana llena de manchas difíciles de descifrar. Ante mí aparecieron tres figuras enormes: las de los tres porteros que me habían encerrado allí. Mientras mi cabeza daba vueltas por culpa del alcohol de baja calidad de esa discoteca…
Uno de los que habían estado esperando en la puerta se rio:
- Vaya… no solemos follarnos a ninguna putita que parezca tan decente.
Eso confirmó mis temores… nada difíciles de ser confirmados. Aquellos hombres corpulentos me habían elegido para violarme esa noche.
Intenté levantarme nada más escucharlo, pero me encontré con la oposición de media docena de brazos dopados de anabolizantes que me impidieron la maniobra y me retuvieron contra la cama. Me retorcía intentando luchar, pero era más que claro que una jovencita de cuerpo esbelto como yo podía hacer poco contra unas bestias de gimnasio. Sus fuertes brazos me clavaron mis carnes contra mi espalda presionada, causándome dolor… Grité, algo que no parecía importarles lo más mínimo. Al fin y al cabo, estábamos en los confines de la discoteca, el lugar que sólo estos trabajadores conocían.
Me habían inmovilizado sin esfuerzo. Uno de los porteros, el negro, estaba delante de mí, casi babeando al observar mi figura. De repente, como si fuese su deseo más profundo, me agarró del escote de mi blusa y empezó a tirar para revelar mis pechos. No podía mover mis brazos ni mis piernas, solo mi cabeza en gestos de negación y de advertencias fútiles hacia aquél incivilizado.
Imagino que ofrecía una estampa demasiado ardiente para aquellos tres hombres… Una chica medio borracha, una auténtica pija de discoteca con tacones, enseñando pechugas y pierna a más no poder… Una belleza como yo, tumbada en lo largo de la cama y siendo prisionera de aquellos trabajadores de la noche, dispuestos a hacer conmigo lo que quisieran.
Mientras los botones de mi blusa roja perdían fuerza e iban revelando mi desnudez, la cara del tío que me retenía los brazos se acercó a mi rostro. Era quien me había secuestrado, quien me trajo hasta aquí. Y yo, que intentaba resistirme, me tuve que enfrentar no solo a él, sino a otros cuatro brazos que anularon mis movimientos… Todos cooperaban para desnudarme, y la camisa al final se reventó. Habían desgarrado la tela tan cara, y los botones salieron disparados, dejándome con los pechos al aire. Pechos que siempre llevo sin sujetador, pues se mantienen turgentes y perfectos a mi edad.
Nada más verlos, su rostro se iluminó, pues sé ya de sobra, de todas las parejas con las que he estado, que mis pechos tan bien definidos y jugosos despiertan las mayores pasiones masculinas. No tardé en sentir como las manazas de los latinos, llenas de anillos, contactaban contra mi piel sensual, y cómo apretaban sin piedad, y me imprimían el frío de sus metales contra mi cálida turgencia. Se recreaban amasando estas perfectas piezas de la naturaleza con las que mi madre me había dotado, los pechos que todos los chicos miraban embobados en la facultad era un juguete sin valor en manos de estos animales. Me hacían daño al incidir sin piedad, al pincharlos, al estirar de mis pobres pezones. Me quejaba de forma inútil, pues sé lo sexy que yo estaba resultando en esos momentos.
Pero por otro lado, mientras los latinos salivaban y magreaban mis pechos, él buscaba más. Sin quitarme los taconazos, desabrochó el botón de mis shorts y dejó al descubierto mi tanga mientras tiraba de ellos con fuerza, para zafarlos. Intenté oponer algo de resistencia, motivada también por mi trasero, pues era bastante abultado y costaba quitarme los pantalones así como así. Pero en el momento en que sus colegas vieron que estaba tratando de desnudarme completamente, decidieron echarle una mano y empujaron mi torso firme contra el colchón para que no pudiera moverme. Y el pantalón vaquero salió por los muslos, dejando mi tanguita negro como la única prenda que me protegía ya.
Uno de los latinos, el que parecía más musculoso, me metió mano por encima de la prenda. Posó sus obscenos dedos por encima de mi cosita y hundió la tela para meterme un dedo. Me puse a chillar desconsolada, me sentía tan humillada… Y él no tardó en crear un puño, atrapando la tela anterior de mi tela entre sus dedos, y tiró para revelarme el sexo. Mi coñito apareció ante ellos, una tímida rajita.
- Mirad como se depilan las pijitas de bien de hoy en día…
Los tres observaron, cuando mi tanga ya andaba bajado a la altura de mis rodillas, cómo me había depilado el sexo y lo había dejado limpio, sin un pelito, porque mi intención era acostarme con un tío bueno de la uni… Pero no con ellos. Sacaron la tanguita y la tiraron al suelo lleno de polvo, y yo me había quedado completamente desnuda delante de esos desconocidos violadores. Aún tenía puestos los tacones rojos, contrastando con mi piel pálida y bien cuidada a base hidratantes de cremas nada baratas. Roja de vergüenza, intentaba cerrar mis piernas para proteger un poco mi sexo de sus vistas, y con mis manos tapar una ínfima parte de mis grandes pechos.
Fue, lo sé, el verme dominada y sin ropa lo que ya les agitó por completo. Los tres porteros empezaron como locos a deshacerse de sus ropas, sin inhibición ninguna. Dejaron atrás sus vestimentas, tirándolas al suelo junto a mi ropita sexy casi destrozada. El más adelantado fue el negro, el que primero se deshizo de la camisa del uniforme  y del pantalón. Recuerdo bien que su torso era casi invisible en la relativa oscuridad de aquella habitación, pero que su figura era enorme como la de un toro, de gruesos músculos que certificaban que ese trabajo de portero lo realizaba con buenas aptitudes físicas. Nunca, y lo aseguro, uno de mis compañeros eventuales de cama había tenido tal cuerpazo, y no estoy seguro de si lo habría deseado. Parecía dispuesto a romperme entera….
Y yo, parecía hipnotizada mirando su cuerpo, pues el bóxer en lo que se había quedado su vestimenta era amenazador para mí.
- A esta pijita seguro que no le han metido nunca una buena verga morena. Dejadme que le enseñe lo que se pierde…
Estas palabras habían sido pronunciadas por el negro, que se bajó el bóxer para revelar lo que había anunciado. Ya la prenda interior se encontraba muy deformada antes de hacerlo, como si su miembro no pudiese estarse quieto dentro. Horrorizada, contemplé el aparato que aquél africano guardaba entre sus piernas. Me pareció descomunal, así lo digo, ¿qué era aquello? Mira que me gustaba el sexo y me había follado unas cuantas, pero nunca había visto algo que se le pudiera parecer. Sus dimensiones eran extremas, lo juro. Qué peluda era, tenía tanto vello y era tan largo y rizado… Ya estaba bien erecta, en su plenitud, y era gruesa hasta el punto de ser increíble, y tenía una longitud que casi se podía comparar a la de su brazo peludo. Gruesas venas surcaban su dimensión, y el glande estaba muy hinchado. La polla entera del negro latía de nerviosismo, y a cada latido parecía crecer un poco más. ¿Me iban a meter eso?
El negro desnudo se acercó a mí con una cara que me asustaba. Y en ese momento, sin pensarlo, me dio un beso. Mis labios perfectos y cubiertos de gloss contactaron con aquellos labios fríos y rugosos como la lija. Y no era mis labios lo que quería, sino meterse, como hizo, hasta lo más profundo de mi garganta, su lengua de buey me estaba llenando de saliva con olor a porro y me estaba ahogando… Salió de mi boca, y dijo:
- Menuda preciosidad con la que me he liado esta noche… - y se rio con una voz estentórea y cascada que me creó una inmensa sensación de desapego.
Empezó a acariciarme el cuerpo sin mucho mimo, porque yo sabía, desde ese momento, que solo quería metérmela y ya está. Chillé, intenté zafarme, tenía miedo… Miedo como si fuera una niña, como si los recuerdos de mi primera vez volvieran a ser reales, con lo que me había dolido… Pero eran tres, allí se acercaron los otros dos latinos, también corpulentos y desnudos, con sus pollas mirando el techo, para agarrarme de los muslos y muñecas e impedir toda huida. De modo que ahí quedé, retenida a la fuerza, mientras sentía como me separaban los labios del sexo y mi pretendiente negro se abalanzaba sobre mí.
Fue realmente doloroso para mí, aunque para nada era una virgen. Cuando la polla del negro se abría paso en mi vagina, sentía como me estaba ensanchando como nunca antes lo hizo un sexo masculino en mi interior. Era tan gruesa que era difícil que mi vagina la aceptase, es como si mi vulva se estuviera desgarrando, mis tejidos sexuales no aguantaban la presión a la que estaban siendo sometidos…
Y esa sensación iba en aumento cuanto más me invadía él. No pude dejar escapar algún quejido a medida que me dejaba bien abierta, especialmente cuando sentí que su glande había llegado a lo más profundo de mi vagina y me presionaba causándome un pinchazo al final de mi intimidad.
Mi conducto vaginal latía nervioso, como si estuviese al borde de un gran peligro con aquel espectacular pene anclado en mí. Estremeciéndome del dolor, miré hacia mi pubis para comprobar cómo aquél ogro me había penetrado de forma tan brutal. Mi estrecho sexo se encontraba empalado por aquél grueso palo que con esfuerzo había conseguido meter hasta el fondo. Apenas quedaban unos centímetros fuera de mi entrepierna y él seguía empujando contra mi conducto por enterrarlos, hiriéndome… Su poblada mata de vello chocaba contra mi pubis blanco y depilado y podía sentir a sus dos gordos testículos llamando contra mi pubis.
No sabía que me sabía peor, si el dolor de la estocada latente en mí, o el hecho de que no hubiera ninguna protección de por medio. Tan acostumbrada a exigir siempre el preservativo, yo nunca tomé la píldora… Quizás ahora es cuando más lo hubiera necesitado.
Y mis piernas, allí abiertas, soportando cada embestida de las que pronto empezó a darme. Nunca me habían abierto así, con tanto poca delicadeza, aquél negro era una criatura salvaje que embestía contra mi dolorida intimidad sin piedad. A cada empujón, yo sentía que me estaba haciendo un tremendo daño, que era anatómicamente imposible que me entrara entera, pero él empujaba y me hacía pedazos hasta que lo consiguió entre tanta y tanta follada. Me manejaba como le daba la gana, mi coñito era su hogar, como lo habría sido el de tantas putitas blancas que habían pasado por sus garras. Y cada empujón me hacía sentir no solo la dureza exagerada de su polla, sino también el calor abrasador que me estaba quemando por dentro.
Pero se sentía tan bien…
Sí, así lo digo yo, Flora. Se sentía tan bien. Me estaba cabalgando y podría haber destrozado de esa forma el sexo de cualquiera, y posiblemente también el mío. Pero a mí me estaba dejando loca, sin sentido. Joder, qué bien que me metía la polla hasta el fondo, con qué ritmo… Se notaban esas horas de gimnasio, esa fuerza de cazador que quiere realizar bien el acto y que no suelta a su presa. Y su presa era yo, ni acorde a su constitución, ni a su bravura ni a su edad, pero me estaba follando bien follada, que es lo que toda mujer necesita y no siempre encuentra. Ahí, ahí estaba yo, la pija, bien abierta, con el pubis levantado para encajar todos sus golpes y retorciéndome de placer con cada impacto que ese misil daba en mi interior. Me estaba derritiendo por momentos, sentía un calor tan agradable en medio del imparable azote que me daba su sexo desgarrando el mío…
Completamente ido, mientras acometía brutalmente contra mi maltratada conchita, oí unos bufidos tremendos que el negro soltaba mientras me empujaba cada vez con más potencia. Y tras ser consciente del calor que emanaba su candente hierro clavándose en mi intimidad, presa del pánico, empecé a intentar resistirme a que intentase su descarga final. Pero mi frágil cuerpecito no podía luchar contra aquella mole oscura que me poseía…
En cuestión de segundos, el negro anunció chillando que se corría.
- ¡No! ¡No por favor, eso sí que nooooo! – dije yo con tremenda agonía.
El solo imaginarme preñada a mis diecinueve era una imagen que no casaba conmigo. Pensaba que eso solo podía pasarle a gente como la choni de mi clase, que a los dieciséis ya tenía un bombo espectacular que le hizo abandonar la secundaria. Yo no quería acabar así, y menos que naciera de aquella situación. Pataleé para resistirme, chillé como una loca.
El enorme negro agarró mis nalgas con sus manos y aprovechó para enterrarme su hirviente polla en lo más hondo de mi vagina. Casi haciéndome daño contra el útero, su tronco duro y desafiante me deformaba el sexo mientras mi amo gritaba, preso de la más contundente excitación. Y sí, de la punta de su miembro negro comenzaron a salir despedidos unos densos chorrazos de semen que me empezaron a mojar entera. En mi vida recuerdo una corrida semejante dentro de mí, que contara con tal cantidad de esperma… Parecía lo menos un litro lo que ese salvaje estaba eyaculando, riadas de espesa sustancia blanca eran disparadas sin piedad al fondo de mi útero… Gemí, en parte de placer, lo reconozco, pero también porque me estaba llenando hasta el tope ese animal que no dejaba de correrse, porque su semilla caliente me estaba irritando mi feminidad, porque el muy bestia seguía empujándome para descargar en mi toda su hombría.
Saturada ya, pues juro y dejo constancia de que su descarga ya no me cabía ni en el útero ni en la vagina, y creo que ya me mojaba las trompas hasta los mismísimos ovarios, estaba realmente asustada de haber sido inseminada de esa manera.
Tras unos últimos chorros que ya no me cabían, parece ser que el hombre acabó su orgasmo y cayó rendido encima de mí. Sentí su peso machacándome las costillas, y la dureza de su polla que seguía sin salir de mi interior, mi pubis mojado por dentro me hacía parecer más pesada. Empujé para apartar al negro encima de mí, o al menos para sacar su sexo de mi maltrecha rajita, pero su polla estaba atascada en mí y no conseguía retirar al negro, que se había empeñado en no moverse. Tras lo que yo creo que fueron 5 minutos, tras sufrir que el líquido siguiera haciéndome cosquillas y embarazándome por dentro, su polla comenzó a perder dureza y cuerpo, y lentamente fue dejando más sitio en mi vagina. Noté como el mar de semen comenzaba a arrastrarse por mi estrecho sexo, mojando al suyo, y se aproximaba a mis labios externos. Al sentirlo él, también decidió hacerse a un lado, y fijó su mirada ansiosa sobre mi entrepierna. Recostado sobre mi rodilla, tenían una buena vista de lo que allí ocurría. Él y los otros dos porteros.
Yo, con mi pelo completamente revuelto, yacía sin fuerzas en la cama. Despatarrada como estaba tras el brutal coito con aquél semental negro, sentí como mi coñito evacuaba cantidades nada despreciables de aquella crema blancuzca. Ellos pudieron ver como mi sexo latía, y a cada latido salían chorros densos de esperma depositado en mi interior, que se agolpaban sobre la piel de mis rosados labios externos y se vertían de forma obscena y desordenada, como una cascada blanca a la que le cuesta avanzar. Caía el reguero sobre la sábana sucia llena de humedades y manchas que no me atrevía a descifrar, el semen con el que ese negro me llenó caía de mi fuente del sexo y se sumaba a la contribución de cuantas chicas más que hubieran caído en sus manos. Sentía que, pese a estar derramando una gran cantidad de esperma, aún me quedaba una buena reserva en mi interior, dado lo inmensurable de su corrida. El espectáculo se plasmaba a la perfección en los rostros de los tres porteros.
Pero no solo en ellos, tardé en ver que los otros dos estaban agitando con fuerza sus pollas, y al parecer desde hacía ya rato, durante todo el polvo que habíamos mantenido el negro y yo antes. Ya se oían con claridad algunos bufidos de elevado tono que uno de ellos profería. Adelantándose hacia mí, más concretamente, hacia mi rostro, me colocó su portentosa verga ante mis ojos mientras movía su mano casi convulsiva. Era un latino, el menos fuerte físicamente de los dos, aunque eso no quería decir precisamente poco. Decidí incorporarme, sin saber muy bien que hacer, quedé sentada en la cama, aún mi sexo ardía…
De repente, una ducha saltó de su miembro y aterrizó en mi cara. Continuó durante varios segundos, una lluvia de caudalosos chorros de esperma que impactaban contra mis mejillas y mis ojos cerrados y se deslizaban hacia abajo.
Me ardía la temperatura de su hombría en mi rostro maquillado, y a cada gota me sentía inundada por un líquido que jamás había conocido en tanta cantidad… Las riadas de semen me cubrían los labios y la barbilla, y ya algunas gotas caían manchando mis pechos con una graciosa y excitante firma.
Abrí los ojos con dificultad, pues el esperma se había quedado atascado en mis pestañas… Tras esa visión lechosa pude comprobar el regocijo de este portero latino tras haberse corrido en mi cara.  Yo tenía que estar dando una imagen completamente lujuriosa, lástima de no poder verme. Porque sí, creo que me hubiera encantado poder ver mi rostro corrido…
Al lado del portero que había rematado su faena, el otro seguía batiendo su polla, e imaginaba que terminaría cubriéndome al igual que su compañero. Pero me sorprendía su aguante, pues ya debía de llevar bastante tiempo masturbándose. Si había empezado a la vez que el otro, el cual también había durado bastante antes de correrse, ¿no debía hacerlo también él en breves?
Pronto vi que no, que al menos no era esa su pretensión. Este último portero era también de origen latino, con la piel muy tostada y facciones surcadas por una piel áspera. Llevaba el pelo rapado, y en su torso tenía una esvástica gigantesca. Todo eso me estaba creando un temor interno bastante difícil de ocultar, la verdad: una chica, y menos una chica de clase alta como yo, no se encuentra delante de tipos como ése muy a menudo, y mucho menos desnuda...
Se quedó a medio metro de mí, observando como el semen recorría lentamente mi piel, casi como si pudiera medir a la temperatura que estaba, como dejaba de estar tibio para enfriarse sobre mi perfecto cutis… Me intimidaba con su mirada, fija, fría. Sin mostrar ningún estado de ánimo me miró el coño, donde aún me salía un torrente de semen que me bañaba la entrepierna… El latino neonazi me miró, y yo supe sin ninguna duda que el juego continuaba, y que ahora continuaba con él, que yo no podía escapar de allí. Un escalofrío me recorrió al recordar el polvo con el negro, que me había dejado casi para el arrastre, que había sido el sexo más duro que jamás me habían dado a mí, a Flora Coslada.
Pero a Flora Coslada, hace unas pocas horas reina de las pijas de su universidad e inalcanzable para la gran mayoría de hombres, le había gustado esto… Sentí que una nueva Flora había nacido desde que recibí esa inyección de esperma del poderoso negro. Y la nueva Flora estaba mirando al neonazi entre el temor y la más sorprendente excitación.
La Flora que yo no me esperaba fue la que se puso de rodillas, miró desafiante a los ojos oscuros del latino, y enterneció el semblante, a la vez que pasaba una mano suave por mi cuerpo. Con este gesto, yo misma le indiqué al peligroso moreno que estaba a su disposición, y que me hallaba exultante, que por favor no tardara…
Eso pareció conmover al impotente neonazi. Sin dejar de agarrar la polla, dio una orden a sus dos compañeros para que me agarraran. Al momento, sentí como los brazos musculosos del negro que me había follado y el latino que se corrió en mi cara me agarraban de los brazos y de los hombros, y me voltearon para dejarme boca abajo, con mi cara restregada sobre el colchón. Me dolió un poco internamente pensar que ahora que yo me quería deleitar con el sexo, ahora que yo, encendida por la libido, ofrecía mi cuerpo, mi semental no quería saber anda de ello y prefería seguir tomándome a la fuerza. Y sentí como me agarraban de las caderas, como las elevaban hasta dejarlas muy por encima de mi torso. Me consideraba en ese instante una muñeca en manos de aquellos despiadados, pero una muñeca atractiva y deseosa de lo que estaba a punto de ocurrir. Porque lo sabía.
Sabía que ese capullo no quería meter su polla en el agujero que estaba a rebosar de leche, apuntó directamente a mi ano. Yo, nerviosa entera, no pude reprimir una sacudida a lo largo de mi cuerpo, pues pese a mi sumisión totalmente consentida, yo estaba ante algo nuevo. Nadie jamás había osado ni proponerme metérmela por atrás, mi trasero se conserva totalmente virgen, y siempre he tenido cuidado de que así fuera. Pero en aquél momento… No me importaba dar mi virginidad anal, lo más sagrado que podía quedarme, ni siquiera a ese sujeto de apariencia tan inmunda.
Con timidez, entre la caída de mi pelo sobre mis hombros, podía ver a cuatro patas que estaba ocurriendo detrás de mí. Veía la palidez de mi piel recortada contra la morena piel del latino, veía su esvástica amanecer por encima de mis nalgas y vi su gran polla: de dimensiones comparables a la del negro, con cierto grado de falta de higiene, bien enhiesta y surcada de rollizas venas por todo el tronco, y con pelos gruesos y rizados que cubrían los grandes y pesados testículos. Esa fue la última imagen que tuve de su miembro antes de que quedara vedado a mi vista al empezar a puntear entre mis nalgas. Y sí, sentía ese gran y aparatoso glande chocar contra la fina carne de mis perfectas nalgas, mis hinchadas carnes comenzaron a deformarse desde el momento en que la punta de ese pene toco y empezó a introducirse sin vacilación por mi orificio superior. Tensa, mis manos se crisparon con más fuerza y agarraron las sábanas como si pudieran quebrarlas, sentí como mi boca se abría como por reflejo de gritar… Y sólo quería saber más y más. La verga comenzó a meterse por donde no parecía posible, mis carnes prietas se quejaban, pero el neonazi no vacilaba y me enfilaba seguro de su empeño. Sus centímetros, el grosor de su tronco se fueron infiltrando en lo más profundo de mi culo. Sentía como se me partía el alma, como de mi garganta salían alaridos mientras él me penetraba sin cuidado ninguno, las lágrimas mojaban mis ojos mezclándose con el esperma ya casi reseco mientras mi culo se abría con dolor. El pobre trasero de una adolescente no preparada, como lo era yo, se resentía, casi podía ver que por dentro me creaba heridas sangrantes y un excelso sufrimiento, pero yo, en medio de mi ansiedad, resistía estoicamente porque quería verlo pleno, lleno dentro de mí. Y así me la metió, cuando ya tenía confianza de haberse hecho un costoso hueco dentro de mi virgen reducto, dio un empujón monstruoso para meterlo hasta lo más profundo de mí. Y yo ahí sí que chillé y lloré como una verdadera niña, porque el dolor era insoportable, me sentía la más puta del barrio, la más despreciable chica que había conocido en mi vida, la más sucia, al tener la polla del forzudo neonazi clavada hasta lo más profundo de mi culo…
Y Dios… ¡Cómo me había puesto de cachonda! Me volvía a latir el sexo con una fuerza inédita…
El neonazi, arrodillado contra mi culo, empezó un bombardeo cruento contra mí. Su polla estaba retenida entre mis carnes, pero él ponía todo esfuerzo posible en desengancharse, en arrastrar y rozar de nuevo mis músculos internos para volverme a encajar su pene dentro de mí. Y al de poco rato me batía como a un objeto inerte, a mí, que me había desflorado el culo y probablemente me lo había destrozado de por vida con su violenta intromisión. Yo me movía, llevada por su compás y pegando rebotes sobre el asqueroso colchón, mientras él salía y se metía de mi ano una y otra vez, con muchísima fuerza. Sentía que estaba muy, muy dura y su contacto en cada golpe contribuía a crear un enorme eco que se extendía a todos mis nervios. El neonazi, visiblemente contento pues hasta podía oír su sádica risa, empezó a azotarme con una de las manos, dejando su dura impronta en mis bellas carnes, mientras con la otra mano me agarraba fuertemente de la cintura para seguir culeándome. Pero pese a la brutalidad, al destrozo que cada golpe y cada penetración suponía dentro de mis entrañas intestinales, notaba cómo algo me estaba gustando cada vez más, ya os lo he dicho, era el latido de mi coñito lleno de semen hasta arriba… Y esa sensación de calor interno era compartida por mi dolorido ano, yo me sentía más plena que nunca… Mis quejidos de dolor empezaron luego a ser casi un silencio, para empezar a tornarse en una complicidad manifiesta.
Y así es como yo misma, casi paralizada, saqué fuerza de donde no las tenía para acompasar el ritmo de sus penetraciones, para hacer que la fuerza con la que el neonazi me embestía se aprovechara al máximo para que me la metiera lo más adentro posible, para que su pelvis peluda pegase bien fuerte contra mis azotadas nalgas. Yo, Flora, estaba contribuyendo a que me follaran el culo de forma perfecta. Estaba completamente resentida de la lija que estaba suponiendo su rabo atascado en mi culo, pero quería más y más… Con ninguno de mis rolletes había experimentado tal pasión en el acto sexual. A este punto, yo ya no gemía, chillaba de placer a cada contacto, mis manos me hacían cabalgar la cama como si yo fuera la patrona del barco y mi cara miraba desafiante a los dos porteros que gozaban con mi sodomía. Me había crecido, me sentía de una vez liberada mientras me rompían el culo.
Las embestidas, gracias a mi acople a sus movimientos, empezaban a ser cada vez más despiadadas, cada vez volcaba más sus peso encima del mío. Le oía jadear, me tomó mis pechitos entre sus manos y los estrujaba a cada empujón que me propinaba, lo cual hacía que mi placer se conjugara ya estupendamente entre mis senos y mi entrepierna, me creía cada vez más en el cielo. El muy cabrón escupió sobre mi nuca y la saliva resbaló por mi pelo alisado, me empezó a llamar de todo (recuerdo que dijo varias veces “¡zorra!” y “¡pija putita!”, y que yo le dije que en efecto, así podía llamarme), y sus dedos hercúleos ya atosigaban con tal presión a mis tetas que me estaba dejando marca mientras yo chillaba y experimentaba las sensaciones propias de una hembra en celo. Sentía, de nuevo, ese calor que se empezaba a licuar en mi sexo, que me estaba mojando a chorros, que mi fluido femenino enjuagaba mi cavidad ya abonada con el semen del negro mientras experimentaba el inicio de un orgasmo bestial… Sí, me descontrolé, y visiblemente se me notaba, creo que hasta podía oírse por todo el garito a pesar de que estuviéramos en sus confines, que todos los chicos y chicas de la discoteca podían oír mi éxtasis y mis gritos cachondos cuando me estaba corriendo. Y ojalá hubieran aparecido por la puerta, en aquella inmunda habitación, para verme y no olvidar jamás el mejor de mis orgasmos.
Esto, claro está, también lo percibió mi amante neonazi, y creo que fue el desencadenante de su corrida. El verme, a mí, una chica tan bien parecida, mona y formal, derretirme de placer mientras me daban por culo, le dio el pistoletazo de salida para acabar. Y tras una serie de arremetidas que me dejaron sin aliento, que me marcó mi interior con la huella imborrable del contorno de su enorme sexo, decidió apretar hasta el fondo de mi ano, y de mí como persona mientras me clavaba el pubis contra el colchón y él se tiraba salvajemente sobre mi espalda. Y ahí es cuando recuerdo que explotó. Dentro de mí. Vertió su dura y densa capa de esperma, en caudales portentosos y bien cargados, sentí como su semen era violentamente expulsado y me empapaba mis carnes magulladas, como su asquerosa leche de tono amarillento y viscoso me llenaba el culo por dentro sin parar, y como yo quería que no se agotara. Y tardó en hacerlo, varios chorros aún salieron de su polla para rellenarme el culo de esperma hasta que pareció que ya no me entraba más, y sacó su miembro aún goteante de mi interior. Yo tumbada, hecha polvo, sentí como me tomaba la cara, y me caían desde el cielo las últimas gotas que su aparato sexual aún ordeñaba. La leche me manchó de nuevo los labios, los párpados y la frente, parte del flequillo mientras yo, deseosa, chupaba ese miembro divino para degustar hasta el último deje de sabor a hombre. Él sonreía, y yo ponía la mayor cara de guarra que jamás imaginé mientras me ardía el culo y se iba curando con el bálsamo de su esperma, mientras tenía el coñito mojadísimo de semen y jugos, y prácticamente todo el rostro cubierto de más leche masculina. Y sentí como los tres hombres me miraban, a mí, que me había degradado, y que de pija ya no tenía ni el alisado del pelo pegajoso. Me observaban, cubierta de blanco en ese lecho del deseo, mientras aspiraba grandes bocanadas de aire para calmar el intenso calor que me inflamaba el cuerpo, y de vez en cuando recorría mi sexo, mi ano para recoger más de esa bacanal de lava blanca que me recorría y metérmela a la boca…
Ellos, lo supe, no habían acabado. Y yo, tampoco.
Rápidamente se estaban sus pollas poniendo bien duras. Y yo, la nueva Flora Coslada, cogí una botella que estaba tirada en el suelo mientras no dejaba de mirarlos, la destapé y pegué un trago largo de whisky a pelo, algo que siempre me hacía toser, pero no aquella vez. Mientras sentía los efluvios del alcohol de nuevo atontarme y volverme más dócil, me recosté abierta de piernas sobre la cama, retiré sensualmente mi pelo y lo hice caer a un costado, sobre mi blanca y apetitosa piel, mientras con un dedo incité a esos depredadores sexuales a que vinieran de nuevo a por mí…
E imaginaros, de nuevo, cómo esos porteros de discoteca extranjeros, violentos y de vida de bandas, con músculos hinchados a anabolizantes y con sus pollas gigantescas, duras y de grandes capacidades en cuanto a volumen de eyaculación, se acercaban a mí con la intención de volverme a dar la follada de mi vida, y todas las que hicieran falta hasta bien entrada la mañana. Y como me podríais ver a mí, esa niña de diecinueve añitos, esa pijita resabiada y coqueta, de facciones tan dulces… como me podríais ver a mí tirada sobre esa sábana sucia y en ese ambiente depravado, totalmente desnuda, con el esperma aún húmedo sobre mi piel y órganos, y con la lengua relamiendo mis labios con gloss, absolutamente deseosa de que me volvieran a reventar…

2 comentarios - Flora, el capricho de los porteros de la discoteca