Siete por siete (55): Borrando a Diego




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Compendio I


En estos momentos, la situación en casa está algo tensa.
Una mujer bien follada se nota. Se ven hermosas y resplandecientes y su humor es muchísimo más jocoso y alegre.
Pero para mí, ya deben imaginarlo: vivo cansado, me duele la espalda y constantemente hambriento, llenándome como una foca con pescados y mariscos y con una erección permanente entre las piernas.
Tanto Marisol como Pamela quieren dormir conmigo juntas (“Para aliviarme la carga…”, según dicen ellas), mientras que Lucia está considerando cambiar sus boletos (“Para aprovechar unos días de febrero…”) y Celeste desea pedirme prestado a mi esposa para una noche de pasión.
Un mundo de diferencia, comparado con 2 semanas atrás…
“Entonces, podemos ir al centro comercial y comprarte un bikini…” proponía a su prima mi alegre ruiseñor el miercoles.
Pamela estaba roja.
“¡Vamos, tía, que no es para tanto!” respondía, muy avergonzada. “No me gusta ir a la playa. Siempre veo muchos babosos…”
“Bueno, Marco conoce una que no es tan bonita, pero va poquísima gente… y pienso que le encantaría verte en bikini…” insistió Marisol.
Al escuchar eso, la mirada de Pamela se clavó en mí y yo solamente hice un gesto.
“¡Está bien!... pero que no sea muy guarro…” aceptó Pamela, muy colorada.
“¡Me parece bien! Celeste, ¿Le gustaría ir también?” preguntó Marisol.
“Señorita… la verdad es que no lo sé…” Respondió, mirando a Lucia. “Yo he venido a trabajar…”
Marisol es demasiado astuta…
“¡Tienes razón!... pero quiero llevar a las pequeñas y tienes que distraerte. ¡Te ves muy tensa!”
Celeste bajó la mirada…
“Bueno… de poquito a poco… me estoy soltando…” respondió, dándome una mirada fugaz.
“Y usted, tía, ¿Viene con nosotras?” preguntó, siempre sonriendo mi ruiseñor.
“¡Lo siento, Marisol!… pero para mí, este viaje no es de placer.” Respondió Lucia, algo complicada. “Tengo que ir al downtown, a ver unas telas... y creo que tardaré toda la tarde…”
Marisol sonrió muy traviesa…
“¡Ya veo!... ¡Y tú, Amor! Imagino que iras a ver a Ryan, por el asunto del portátil, ¿Cierto?”
“¡Si, corazón!” respondí, desganado. “Ha encontrado algunas tarjetas de video y le haremos las pruebas…”
El rostro de Pamela se entristeció, pero “Napoleón del crimen” resplandecía al ver su convincente estratagema funcionando.
Mientras se arreglaban, llegó el taxi y Lucia se marchó. Yo tomé mis cosas, las llaves de la camioneta y salí.
Sinceramente, no he sabido mucho de lo que ha pasado en Adelaide. En todo este tiempo, Rachel no me ha llamado y Marisol me ha contado nada de Megan o de Diana.
De Fio y Kevin, aparte de escucharlos por las noches, tampoco he sabido de ellos.
Y sobre el portátil que revisaba Ryan, se lo envié por correo a mi hermano, para que lo mande a arreglar y se lo regale a Amelia.
A los 5 minutos, llegué a la estación de metro donde Lucia me esperaba.
En momentos como esos, me siento que soy un puto y que Marisol es mi “chula”.
Pienso que les gusto, me ven felizmente casado y con aspecto paternal y me dejan tranquilo. Pero es mi esposa la que me termina ofreciendo.
“¡Aun no sé cómo acepté!” decía Lucia, muy complicada y nerviosa, mirando la ventana. “Pamelita te quiere mucho… y no entiendo por qué Marisol me lo pidió…”
Según cuenta mi ruiseñor (pienso que sería mejor que ella lo escribiera, pero se rehúsa), durante la primera semana que estuve en faena, se puso en contacto con ella.
¡No estoy muy contenta! >:8
Es que él la vio cuando llegó y no es como mamá o yo. Mi tía es lindísima y muy exitosa.
Pero cuando está en casa, hasta mi prima la notaba tristona.
No es que pensemos que mi marido sea milagroso y que haciéndonos el amor, nos haga felices.
Pero mi marido es especial. No necesitas decirle lo que te pasa, porque lo ve y lo sabe y tampoco es que nos salte encima y nos volvamos suyas.
Él nos da nuestro espacio. No nos apresura y nos respeta.
Y es muy tierno y por eso lo amo tanto.<3<3
Lo único que hice fue hablar con mi tía. Yo sé que le gusta mi marido y le complicaba muchísimo que a mi prima también.
Pero le aseguré que quería prestárselo, porque a pesar de todo, mi marido es muchísimo mejor que el depravado de mi tío y organizamos esta charada, para que pudiera arrancarse con él un par de horitas.
Y es por eso que ahora me mira así. Como echándome la culpa porque mi prima lo echara de la cabaña. >:8
Ese muerto no es mío y que cuando llegué el momento, ojalá que explique cómo paso eso. 😛
Como fuese, era demasiada presión para Lucia.
Ir a un motel ya era algo fuerte para ella y la pobre se sentía arrinconada.
Una cosa fue actuar por impulso el día que fuimos a la farmacia, pero durante mis días en faena, lo había meditado.
A ella aun le pesa la traición de Diego y yo soy el segundo hombre de su vida.
La habitación no era tan mala. Era pequeña, de 2 ventanas, una cama matrimonial, un sofá, un televisor y un baño privado.
El único detalle de mal gusto era la iluminación, que consistía en una ampolleta en el techo con una pantalla roja, que le daba a la habitación un aire de película porno de mala muerte.
Le pedí que se sentara en la cama, mientras yo me quedaba en el sofá.
“¡Muchas gracias, Marco!... ¡Disculpa las molestias!…” agradeció con mucha timidez.
“¡No tienes que agradecer! Eres una mujer muy bonita…” respondí.
Los gestos de Lucia eran muy parecidos a los de Amelia, porque le incomodaban los halagos.
“¡No sé qué vamos a hacer aquí!…” sonrió, pero con una cara muy temerosa. “¡Es la primera vez que vengo a un lugar como este!”
“¡No te preocupes!” le dije, tratando de calmarla. “Podemos charlar, si tú quieres…”
Se río y se puso a llorar. Le ofrecí un pañuelo desechable, para que se calmara.
“La primera vez que te vi, me recordaste tanto a mi Diego…” dijo ella, mucho más compuesta. “He sido muy dura con Pamela, pero me molestaba mucho que siguiera mis pasos…”
“¿Qué siguiera tus pasos?” pregunté, confundido.
Ella sonrió, con algunas lágrimas.
“Yo también empecé a trabajar en un cabaret, a eso de los 16 años…” respondía ella, muy avergonzada.
Yo estaba impactado.
“Al igual que ella, sabía que tenía lo mío y también supe cómo usarlo para sacar ventaja… y fue de esa manera que terminé conociendo a Diego…”
Cada palabra me confundía más. El “Mojón español” era un empresario forrado y español, pero un pervertido de mierda. No me cabía en la cabeza cómo conoció a Lucia.
“Diego tenía ese aire elegante, ¿Sabes? Un seductor. Me encantaba escucharlo hablar. Su acento era tan cautivador, que incluso Pamelita me lo recuerda… y los 2 éramos jóvenes y estábamos enamorados y lo más lógico nos pareció casarnos e irnos a vivir a España…”
Hasta ese momento, la mirada alegre de Lucia tuvo brillo…
“Pero en España, él cambió. Que tenía reuniones hasta tarde; conferencias en Andalucía, en Lisboa, en Nantes. De un año a otro, Pamelita y yo pasamos a ser unas molestias en su vida… pero ¿Sabes, Marco?... lo más triste era ir a su trabajo y ver las sonrisas venenosas de sus empleadas. Yo no sabía que Diego me era infiel y todavía creía que me amaba. Pero ahora que lo pienso… sentía que se burlaban de mí… que me trataban como la cornuda…”
Me senté a su lado y apoye mi mano en su hombro.
“¡Por eso, me sorprende que Marisol sea así, Marco! Te veo a los ojos y veo a mi Diego, como cuando recién nos casamos…” río nerviosamente, entre lágrimas. “Veo que miras a mi Pamelita y no la deseas porque sí. Se siente fuerte que la quieres de verdad y ella también te ama a ti. Pero miras a tu esposa y tampoco siento que no la dejes de amar. Eres un papá tan cariñoso, como quería que mi Diego fuera con mi Pamelita… y me confundes tanto…”
La empecé a besar suavemente.
“Incluso besas tan rico como él…” dijo ella, buscando mis labios.
Lucia tiene 36 primaveras y un cuerpo esplendoroso. Pamela tiene una figura escultural, comparable tal vez con Fio antes del embarazo.
Pero si Pamela se pondrá igual de buena que su madre una vez que tenga hijos, pretendientes nunca le van a faltar.
De partida, tiene el par de pechos más grandes que he visto en vivo (107 cm, según me contó ella), bien parados, bien cuidados y naturales; una cintura rellenita, pero con caderas firmes y bien formadas y un trasero con forma de guinda, grueso y apetitoso.
Y eso, sin contar los encantos característicos de la familia de Marisol: ojos verdes, nariz fina y piel blanquecina.
Sus labios gruesos y apasionados me besaban como una colegiala ardiente.
Fue ella la que me empujó a la cama, perdiéndose en mis besos.
Quisiera decir que fue accidental que mis manos tocaron sus pechos.
Ella se alteró.
“¡Lo siento!” me disculpe. “Es que son enormes…”
Sonrió de una manera sensual…
“Pamelita vive quejándose que te gustan los pechos…” respondió, desabrochándose un botón de su camisa. “Y mi hermana me contó algo similar. Dijo que sabías hacerle sentir bien con ellos… y no sé… mi Diego nunca hizo algo como eso…”
Nos seguimos besando y lentamente, la iba desabrochando. Cuando quedaron expuestos, la voltee en la cama.
“¿Te molesta si los pruebo?” pregunté.
Ella se rió.
“¡Marco, ya no soy como Marisol!... se ven grandes, pero no tienen leche…”
Empecé a besarlos por los contornos. A darles chupetones y estimular los pezones. Al principio, le daban cosquillas, pero lentamente, empezaba a jadear y a acelerar su respiración.
“¡Marco… no insistas!... ¡No chupes tan fuerte!... ¡Yo… no tengo leche!”
A Marisol le encanta enterrarme entre sus senos, porque le da risa cuando lamo el intersticio entre sus pechos.
Pero en el caso de Lucia, podría perfectamente ahogarse uno con ellos.
“Lucia… ¿Cómo es posible… que con un cuerpo como ese… sigas divorciada?” le preguntaba, acariciando sus pechos, mientras que mi mano se infiltraba debajo de sus pantalones.
Aguantaba lo mejor que podía mis caricias y lametones en su cuello, pero poco a poco se iba entregando.
“Es que… donde trabajo… a los chicos… no les interesó… ¡Ahh!... y a los hombres… son demasiado viejos… y feos… ¡Ahhh!... o sino, son gays…” respondía ella, recibiendo sus primeros bocados de placer.
Supongo que ese es el mundo de la ropa.
Se estremecía de una manera sensual, a medida que la seguía masturbando bajo sus pantalones.
Finalmente, cuando mi mano quedó completamente mojada y pegajosa, desabroché sus pantalones. El aroma a mujer era evidente y su expresión brillante de júbilo decía lo mucho que lo había disfrutado.
“Lucia… imagino que tu Diego nunca te hizo sexo oral, ¿Cierto?”
“¿Sexo… oral?” preguntó, resoplando.
Era mejor explicarle con el ejemplo.
Coloqué sus piernas sobre mis hombros, intuyendo lo mucho que se sacudirían cuando le explicara.
Gemía desbocadamente, mientras que sus manos buscaban anclarse en la cama.
Tomándome una breve pausa lamiendo su hinchadísimo botón, mientras que mis dedos penetraban su rajita, le hice una leve sugerencia.
“¡Lucia, trata de acariciar sus pechos!”
Siguió mi consejo y a los pocos minutos, recibió un orgasmo demoledor.
Tan fuerte, que llegó a estremecerse entera y gemir deliciosamente…
Subí hasta su cara luminiscente de satisfacción.
“Mi Diego… nunca me hizo… sentir tan bien…” dijo ella, limpiándose la transpiración de la frente.
“¡Me parece excelente!” le dije, sonriendo. “Porque ahora, quiero sentirme bien contigo…”
Y me miró un poco temerosa, porque sería el segundo hombre de su vida… tras 8 años.
Aunque estaba bastante lubricada, la falta de acción se notaba.
“¿Puedes… ir más despacio?” preguntó, con un poco de vergüenza, mientras terminaba de insertar el glande en su interior.
“¡Por supuesto!” respondí, conteniéndome.
Era difícil para ella. Yo no era “su Diego”. Era el marido de su alocada sobrina y el amante de su hija y habían pasado 20 años que alguien le daba esos tratos.
Me miraba, pensando cómo habíamos acabado en esa situación y cuestionándose una infinidad de dudas. Me acariciaba la cara y las mejillas, mientras que yo acariciaba sus cabellos.
Finalmente, cuando se sintió más tranquila, satisfecha o simplemente, se había resignado sobre lo que iba a pasar, me sonrió.
“¡Gracias!” me dijo y nos volvimos a besar.
Fui moviéndome lentamente. El rubor de sus mejillas me recordaba a mi tierna cuñada y con el mismo respeto, la empecé a bombear.
Suavemente, como si no hubiese prisa. Que sus movimientos fueran completamente naturales.
Agradecida, ella suspiraba. Dejaba que amasara sus pechos y acariciara sus pezones erectos, en una marejada interminable de besos.
Mis movimientos empezaban a ganar mayor ritmo, mientras que sus suspiros adquirían mayor intensidad. Sus manos se apoyaban en mis hombros, como si temieran que pararía de besarla.
Pero con la misma curiosidad de una mujer que desea un poquito más de satisfacción, sus manos bajaron hasta mi trasero y se posaron de tal manera, como si suplicasen un poco más de ritmo.
Yo seguía besándola y mirándola a los ojos, que brillaban de alegría. Pero estaba muy pendiente de sus manos, que me abrazaban por la cintura, como implorando que no la dejara de amar.
A esas alturas, gemía de placer y mi boca no era suficiente para contener su satisfacción. En cambio, yo besaba su cuello y la abrazaba con propiedad.
Como si fuese mía. Como si yo me encargaría de su felicidad…
Su mirada era deliciosa. Como si no pudiese creer que estuviésemos haciendo eso y yo la acariciaba por la frente, calmándola y reasegurándole que todo ese sueño era verdaderamente cierto.
Ya bombeaba con toda potencia y ella entrecerraba los ojos, sintiendo potentes orgasmos gracias a mis violentas embestidas.
No quería reconocer que la estaba amando mejor que su Diego. Que el marido de su sobrina y el amor de su hija le estaban haciendo sentir tan bien.
Pero yo buscaba insidiosamente sus labios. En parte, para que enfrentara la realidad. Por otro lado, porque sabía que mi corrida sería inminente y provechosa.
Ella sintió cómo me arqueé ligeramente, antes de soltar mi descarga y sus labios manifestaron un suspiro apagado e intenso, mientras que mi lengua sometía la suya, tranquilizándola y diciéndole que todo estaba bien.
Su suspiro, a medida que mi semen iba inundando su cavidad con sus potentes disparos, iba tornándose lentamente en una expresión de placer.
“¡Gracias, Marco!” dijo ella, mirándome con mucha dicha. “¡Me has hecho sentir tan bien!”
“¡No tienes que agradecer!” le dije, mirándola a los ojos. “También me he sentido bien... y no te preocupes. Te enseñaré otras cosas, para que te olvides de Diego…”
Ella sonrió, muy divertida.
“¿De verdad?”
“Por supuesto.” Respondí.
Ella no sabía que era una misión personal para mí. Una especie de venganza, por aprovecharse y lastimado a las mujeres más importantes en mi vida.
Luego de ducharnos y arreglarnos, Lucia tomó otro taxi y se marchó antes, para que su hija no sospechara.
Cuando yo llegué, Pamela estaba discutiendo con su madre, puesto que no había contestado el celular.
“¡Pamelita, tú sabes cómo son esos desfiles!” le respondía, sonriéndole. “¡Hay tanto ruido que una no puede escuchar!”
Y cuando me vio, la “amazona española” descargó un coletazo
“¿Y tú? ¿Por qué llegas a estas horas?” se acercó a mi lado y me oliscó, asustándome un poco. “¡No digáis que fuiste a un restaurant y comiste carne, porque te juro que te rompo el culo a palos!”
“¡Por supuesto que no!” respondí ligeramente más calmado, pero no menos nervioso. “¡Todavía no he cenado!”
Ella sonrió.
“¡Qué bueno!” dijo, un poco ruborizada. “Porque pensé que no querrías salir a charlar conmigo… en el patio… bajo las estrellas…”
Marisol se mofaba, viendo que saltaba del sartén al fuego.
Pero los días siguientes, hasta el domingo, tanto yo como Lucia estábamos ocupados por las tardes. Para mí, era muy importante que repararan el portátil y Lucia lamentablemente no podía posponer esas reuniones con diseñadores.
Pero ese domingo fue el preámbulo para mi semana con Pamela en faena.


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