Eso es otro precio

Estimados:

Ésta es otra versión, reescrita y ampliada, de un relato que mandé hace bastante tiempo. Si les interesa, se puede continuar. Ojalá les guste.

Eso es otro precio

I

Acabo de cumplir treinta y siete años, ya se fueron los invitados. Se supone que uno, a cierta edad, empieza a hacer un balance de su vida. Tal vez porque ya no soy una jovencita me parece que este es el momento adecuado o, por lo menos, tan adecuado como cualquier otro. Espero que quien lea estas notas se sienta interesado por ellas.
No tuve posibilidades de estudiar, no pude completar estudios formales, digamos; pero no soy, sin embargo, una mujer ignorante. A modo de compensación, si lo es, supe lo que es la vida desde muy chica. A los trece años, mis padres, argumentando que necesitaban dinero, me enviaron a trabajar con cama, en una casa bastante lejos de mi barrio. Esta gente, pese a lo que pueda suponerse, me trató con decencia y afecto. Tal vez porque era tan chica… tal vez porque era, pese a mi edad, una trabajadora seria y responsable. Mi objetivo al contar una experiencia tan temprana de mi vida es que no sufrí, trabajando en ese hogar, experiencias traumáticas o que justifiquen lo que pasó después. Salí con muchachos desde los catorce y ya a esa edad tuve mi primera experiencia. No fue gran cosa pero tampoco un espanto. Pensaba que las cosas mejorarían con el paso del tiempo y así fue.
Tuve diversas parejas pero no me casé ni tuve hijos. Como tampoco, resultado de la crisis económica, tuve posibilidad de comprar una casa o siquiera alquilar, vivía en la casa de mis viejos. Debo decir que, pese a mi edad, sigo siendo “una chica de buen ver” como diría mi abuela. Pese a que el dinero nunca me sobró, traté de cuidar mi aspecto: me gusta la ropa y maquillarme como a cualquiera, seguramente más que a muchas, y, con el paso de los años, esa tendencia natural de mi carácter no se moderó sino, más bien, lo contrario. Soy, de hecho, la típica morocha sexy. Pensarán que soy una agrandada, pero así me catalogaron los hombres. A los quince no podía salir a la calle sin que los tipos me gritaran los piropos más guarangos. Desde “¡Mamita, por una hora con vos, vendo el mionca!” hasta lo que ustedes imaginen. No soy alta, más bien petisa, pero los hombres siempre me encontraron muy atractiva. Mido 1. 55, tengo un rostro bastante agradable, ojos grandes y oscuros, labios gruesos, un busto amplio, casi 100 cm., y una colita respingona y parada que siempre fue mi mayor motivo de orgullo. Quizás si no tuviera tan buen culo mi vida hubiera sido más simple, quizás… Pero no anticipemos detalles que pueden ser significativos en función del interés que puede deparar este relato y vayamos parte por parte, desgranando las cosas.
En el momento en que comienza esta historia, tenía un trabajo fijo pero muy mal remunerado. Un sábado a la tarde, ya muy amargada, el sueldo me alcanzaba cada vez para menos, estaba tomando mate en lo de mi amiga Sofía.
—Cambia la cara. Esta noche nos vamos a bailar y listo, a la mierda con las penas.
—Estás loca —le contesté—. Te cuento que tengo que pedir un vale para pagar los servicios y me venís con salir.
—En ese boliche que te conté todos me conocen, nos van va dejar entrar sin problemas. Aparte, el barman está muerto por mí y seguro que vamos a poder garronear unas cuantas copas con un champagne incluido. Eso si no lo apuro… —agregó.
—No me quiero imaginar lo que te dará si lo apurás —le contesté ya de mejor humor.
—¡Lo que yo quiera! ¡Y lo que no quiera también! –respondió riendo a carcajadas—. Bueno, ¿y?
—Está bien.
—Compartimos el remís y vamos. ¿A eso llegás?
—Sí, desde ya.
—Ah, vestite bien perra. Hay que convencer al patovica de la entrada y ya sabes lo babosos que son.
—No te preocupés, si conoceré al gremio….
Me puse una remera blanca de mangas largas muy ceñida al torso, con un escote en u realmente amplio, pantalones de vestir elastizados y unas sandalias de taco alto. Me maquillé normal, digamos, excepto por el labial rojo pasión que destacaba mi boquita como si fuera un semáforo. «Y buah, toda sea por pasar una buena noche», pensé.
—Guau, nena, más que vestida para matar parecés una arma de destrucción masiva —dijo Sofía admirativamente, apenas me vio.
—Exagerada… Ufa, te hago caso y te quejás.
—Todo bien, esa era la idea —contestó sonriendo.
Después de que el de seguridad nos dejara entrar sin problemas, no sin antes relojearnos de arriba abajo, nos dirigimos hacia la barra. El barman saludó muy efusivamente a Sofía, con beso en la boca incluido. «Ah, parece que ya tienen algo», me dije. Ante la sugerencia de mi amiga de que estábamos escasas de fondos, el barman, agrandándose, nos dijo: «no hay problema, bebé, yo me hago cargo». Deduje que no habían salido demasiadas veces o era muy imprudente: Sofía es un barril sin fondo y escavia como la mejor. Luego de las dos primeras cervezas y de charlar con el amigo de Sofía, durante un rato, hay que admitir que era un chico lindo y divertido, mi amiga le dijo lo siguiente, con ese brillito en los ojos que anticipaba problemas (para aquellos que la conocían como yo, obvio).
—Bueno, vamos a bailar un rato y luego volvemos. Si sabés lo que te conviene… Prestá atención.
Es hora de aclarar que, más allá de mi situación económica, no iba a seguido a los boliches con mi amiga porque… porque… se apretaba mucho a mí cuando bailábamos. Más aún cuando tomaba alcohol. No es que me fuera a transar ni que le pintara el lesbianismo pero se ponía rara. Cuando bailábamos, le gustaba que estuviera muy cerca de ella, olerme, tocarme y, sobre todo, decirme comentarios muy sexuales al oído. No es que me fuera a sorprender; lo hacía hace años y yo la toleraba porque, a decir verdad, nadie ha sido tan buena conmigo: la amiga incondicional con mayúsculas. Siempre estuvo a mi lado, en las buenas y en las malas, y eso no se olvida. Que me espiara cuando me duchaba en su casa, que le gustara verme desnuda, que me pidiera que me sentará en su falda para poderme manosear… No era gran cosa. A veces, en verano, luego de un par de Fernet, me decía que “me quería ver”, que era tan linda que le encantaba verme desnuda. Yo zafaba como podía; a veces podía más, a veces menos. Cuando me quedaba a dormir con ella me daba besos en la espalda y, eso sí, con delicadeza, sin ninguna violencia, me metía la mano dentro de la bombacha, me acariciaba en el clítoris y luego me metía un dedo en la chuchi, pero solo un poco… Después me miraba y se chupaba los dedos. Me daba vergüenza, pero no le daba gran importancia.
En esta ocasión, Sofía se apretó a mí como si fuera un tipo, me empezó a decir barrabasadas y en un momento, me empezó a acariciar la cola.
—Sofía…. —me quejé.
—No te pongas así, es un pequeño show para el barman amable. De algún modo hay que recompensarle por las copas.
Después de un rato, ya bastante acalorada, le dije que pasaba al baño.
—Te acompaño.
—No andá con tu amigo y conseguí una cerveza.
—Bien, podrías sacarte el corpiño, ¿no?
—¡Sofía! Esto es blanco, se me van a renotar…
—Dale, ya sabés como es la cosa. Hay que calentar a los tipos para que se pongan generosos.
—No sé… No te prometo nada.
Cuando volví del baño, después de refrescarme un poco, los dos estaban hablando con un pibe. No tendría más de veinte años; rubio, metro ochenta, físico bien trabajado. El barman lo presentó como el gerente del lugar. Me extrañó que tuviera semejante cargo por su juventud, pero luego me enteré de que era el hijo del dueño. Ahí entendí.
—¿Quieren tomar un champagne?
—De acuerdo —respondí entusiasmada y por las dos, pero, al mismo tiempo, pensé alarmada. «Lo que me faltaba un pendejo alzado que le gustan las veteranas».
El champagne se acabó rápido. El pibe me desnudaba con la mirada. Luego se mordió el labio inferior.
—¿Querés bailar un poco?
—Pero eso es reggaeton, no sé como se baila… —musité tratando de parecer tímida.
—Yo te enseño, es refácil. Vamos —dijo, dejando la copa sobre la barra—.
«Qué mandón. ¿Quién se cree este pendejo? ¿Qué porque tiene plata voy a hacer lo que él quiera?».
—Bueno.
Dicen que para aprender todo es cuestión de buena voluntad y un docente capaz. Aprendí rápido. En un momento, me hace girar y lo tengo a mi espalda, moviéndose contra mí. Me tomó de la cintura y empezó a apoyarme muy fuerte. «La tiene redura y parece… parece muy pero muy grande», pensé algo sofocada. Sus manos, desde la cintura, empezaron a ascender hacia mis pechos, los pezones se me empezaban a endurecer, sobre todo porque comenzó a besarme el cuello, cosa que siempre me volvía loca. Luego los besos se transformaron en lamidas desde la base del cuello hasta la oreja inclusive.
—Sos reputita —me dijo—. Te gusta que los pendejos te apoyen…
—Pará, no me hablés así.
Sus manos empezaron a acariciar mis pechos cada vez más fuerte y más fuerte.
—Me volvés loco, ¿sabés? Te vi desde que entraste al boliche con tu amiga lesbiana. Acá todos saben que le gustan las minas. A dos cuadras de acá hay un hotel, vamos…
—Pará, que está mirando todo el mundo. Recién te conozco, aparte tengo edad para ser tu madre…
—No me interesa, mamita —la ocurrencia me hizo reír—. Me muero si esta noche no te cojo.
—Eso es otro precio —dije sin pensar.
—Ah, ¿así que hacés salidas?
—Sí. —mentí para ver si eso lo hacía dudar un poco.
—Bien, ¿cuánto querés?
—Cinco mil por toda la noche. Si querés vamos a tu casa y hacemos todo lo que vos quieras, papito —le contesté ya muy excitada pero esperando, eso creía, que el precio le pareciera un despropósito y me dejara en paz.
—Está bien. Parece que el gasto se va a justificar. Buscá tus cosas que te espero acá.
Agarre mis cosas, fui al baño e hice pis. «¡Qué dije! ¡Qué hice! ¿Y ahora cómo zafo? No hice estas cosas cuando tenías veinte años, como tantas del barrio, y a la vejez viruela».
A la salida del baño me lo encuentro.
—¿Qué pasó? Hace media hora que te estoy esperando. ¿Te arrepentiste?
—No, vamos. ¿A tu casa?
—No, a un hotel.
«Claro, no va a meter una trola en su santo hogar, a ver si le causo un problema».
Entramos al hotel, no estaba mal, y ya en el ascensor me dio un beso de lengua que terminó cuando llegamos al piso que nos indicaron. Entramos a la habitación. Yo no podía sacar los ojos de su entrepierna. Se dio cuenta y sonrío.
—Primero, dame la plata.
—De acuerdo, para que estés tranquila —conté el dinero y lo guardé en la cartera—. ¿Está bien?
—Sí —murmuré cabizbaja.
—Andá al baño y esperá hasta que te llame. No te quités la ropa.
—De acuerdo.

Cuando me llamó ya estaba desnudo y en la cama, bajo las sábanas.
—Ahora, ponete de espaldas a mí y sacate la ropa muy despacio…
Lo hice como me lo indicaba y deje para lo último la cola-less que había elegido para esa noche.
—¿Ahora?
—Ahora vení y chupámela.
Como lo suponía la tenía enorme y todavía, pese a los minutos que habían pasado, bastante dura. No solo era muy larga, no sé si tenía o no los veinticinco míticos centímetros pero lo parecía y sobre todo era muy gruesa. Primero se la lamí para dejarla bien húmeda y luego me la metí en la boca, Casi no me entraba.
—¿Te gusta, papi? —le dije o poniéndome en personaje o sintiendo que, según como actuara, para bien o para mal, a partir de esa noche mi vida iba a cambiar de modo irremediable.
—Sí, ya la tengo redura. Vení acá, al respaldo de la cama —hice lo que me dijo—. Sentate sobre las rodillas. Apoyá las manos contra la pared. Sí, perfecto —dijo, mientras se ponía a mis espaldas—. Ahora abrí un poco las piernas y sacá la cola para afuera.
—¿No me vas a tocar antes? —pregunté quejándome.
—Sí.
Se acercó más. Se metió dos dedos en la boca hasta que los tuvo bien húmedos. Empezó a recorrer mi vagina con ellos. Llegó al clítoris y lo masajeó con intensidad creciente. Mi respiración se hacía más y más entrecortada. Comencé a gemir. Sin siquiera mirarlo, saqué la lengua afuera.
—¿Te gusta, puta? —me dijo—. Sos recalentona y eso me gusta.
—Sí, cogeme ya, papi. Rompeme la concha con esa cosa enorme que tenés.
Me tomó por las caderas y me la metió sin contemplaciones, hasta el fondo. Di un respingo por el dolor y la violencia de su actitud. Inexperto no parecía: debía gustarle así, medio a lo bestia. «Lo debe ser con los gatos. Seguro que con su noviecita es redulce y hace todo lo que ella quiera». Luego, sin necesidad de simular bajo ningún punto de vista, empecé a jadear. Mis gritos terminaron siendo aullidos de perra en celo y acabé como una loca o como lo que él decía que yo era.
No parecía empastillado ni nada que se le parezca, pero esa noche duró hasta la madrugada, tuvimos sexo tres veces más. Nos besamos con desesperación; en un momento le mordí el labio inferior como si quisiera arrancárselo. Me chupó los pechos hasta que terminé con los pezones irritados e hicimos el 69 más glorioso del que tengo recuerdo. Todo lo que le hice y me hizo fue acompañado por frases cada vez más obscenas sobre lo puta que era; frases que en vez de enojarme o disuadirme, hubiera sido lo normal, aumentaban mi excitación.
La última vez logramos, con mucho esfuerzo, un buen lubricante y mucho sufrimiento (un suplicio inenarrable solo compensado por la calentura) que me la metiera por detrás. No entró todo su miembro, por supuesto, pero sí bastante, por lo menos todo aquello que pude tolerar. Agendé mentalmente que, si seguía encontrándome con este muchacho, debía conseguir alguna medicación que facilitara la dilatación anal.
—Quiero que nos sigamos viendo. ¿Me das tu celular? No te digo todos los días, pero los fines de semana…
—Está bien.


II


Cuando volví a casa, aunque era muy tarde, no podía dormir. Pese a que, en el hotel, antes de irnos, me había duchado, me di un baño de inmersión con la idea de relajarme y descansar un poco. «Me prostituí y para peor me encantó», pensé, y ya de vuelta en la cama, miraba mi sexo no pudiendo creer que semejante miembro hubiera entrado en ella. Todavía me dolía la cola pero era lo de menos; el problema era lo excitada que estaba. Me masturbé hasta que el sueño pudo conmigo.
El dinero que había conseguido era una cantidad importante pero no suficiente. Me iba a alcanzar para pagar algunas deudas, en esa época le debía una vela a cada santo, y mucho más no iba a quedar. Otra dificultad era cómo iba a justificar ante familia y conocidos ese aumento insólito de mis ingresos.
Dos días después me llamó.
—Quisiera que nos viéramos el miércoles, si podés. Me gustaría experimentar —remarcó específicamente esta palabra— algunas situaciones con vos.
—¿Cuáles? — dije, sabiendo que la respuesta no me iba a agradar demasiado.
—La primera es que lo hagamos mientras vemos un film erótico protagonizado por vos y tu amiga.
—¿Estás loco? Yo no soy… —respondí sin mayor convicción—. ¿Con quién? Pero…
—Con tu amiga Sofía.
—Estás loco. Si fuera una desconocida… pero tampoco... Sofía ni sabe que salimos.
—Eso es lo que vos crees. Julio, el barman, le preguntó si tenía una amiga interesante para que saliéramos los cuatro. Ella le dijo que sí y por eso te llevó.
«Sofía me entregó, no puede ser», pensé furiosa.
»No lo tomes a la tremenda. No dijo que fueras prostituta ni nada por el estilo, sino que eras linda, estabas sola y que los cuatro podíamos tomar una copa para conocernos, nada más. No te mandó al frente ni nada por el estilo.
—No sé qué excusa voy a inventar.
—Vos sabrás, pero hasta te puede ser de utilidad para justificar de dónde sale la plata que conseguiste el sábado.
—Explicate.
—Decile que te recomendaron una agencia. Ahí te ofrecieron hacer desnudos por un buen precio y aceptaste. Por lo que me dijo Julio ella es fotógrafa aficionada, ¿no?
—Sí —dije sabiendo que había llegado a un callejón sin salida.
—Bueno, comentale esta historia y pedile que te saque las fotos. Que pensaste en ella por la confianza que le tenés.
—Y vos querés que yo, después de las fotos… me entregue a ella y que haya una filmación.
—Al fin entendiste.
—Y… ¿Si no me avanza? —dije casi sollozando.
—Provocala. Vos excitás a un muerto. Aparte, cuando estaban bailando, parecía que te iba a violar en la misma pista.
—¿Y si me niego?
—Si te negás, chau. Minas lindas que quieran divertirse por un buen precio sobran.
—Está bien —ya me había resignado—. Voy a hacer como vos decís. La historia de las fotos suena convincente.

***

Llamé a Sofía y le conté la historieta que me había sugerido el pibe. A ella le pareció medio extraño, tal vez sospechó algo, pero finalmente aceptó. Fui esa misma tarde.
—¿Quién te dijo de la agencia?
—El pendejo que conocimos en el boliche.
—Me hubieras dicho que estabas tan mal. Yo también estoy sin un cobre, pero dos cabezas piensan más que una.
—Sí, pero ya fue.
—¿Cómo y cuántas?
—Diez y un video haciendo un espectáculo erótico o algo así.
—Ah.
—Me dijo un par en ropa interior… y luego desnuda y muy provocativa, onda perra, remarcó.
—Buah, eso te sale fácil —y mi amiga acompañó el chiste con una carcajada para aflojar un poco la tensión del momento.
—¡Sofía! —dije para seguir con el juego—. Y sí, tenés razón. Paso al baño a retocarme un poco el maquillaje y empezamos.
—Antes, una pregunta, ¿puede ser?
—La que quieras —dije mientras temía lo peor.
—Vos te fuiste con el pibe.
—Sí.
—¿A un hotel? —Sofía empezó a sonreír de un modo que no me gustó nada.
—Sí.
—¿Te dio plata?
—¡Sofía! —grité intentando parecer escandalizada—. Vos me conocés, yo no soy ninguna… Lo que pasa es que hacía un montón que no…
—No te enojés, che. Lo que pasa es que nunca fuiste ladrón de cuna. Me pareció raro, nada más. A vos no te gustan los pendejos o, por lo menos, nunca te gustaron. Listo, andá que no tenemos todo el día.

Volví vestida sólo con sandalias de taco alto, una bombachita cola-less y un corpiño blanco.
—Uy, despampanante —y silbó para manifestar su admiración—. A ver camina hacia esa pared, contoneándote. Sacamos unas cuantas y después vemos lo rescatable. Me dijiste que la onda no es muy fina que digamos, ¿no?
—Y… si no es un book para un sitio pornográfico, pega en el palo. No es para Playboy precisamente.
—Entiendo. Mirá para la ventana, sacá cola y apoyá las manos bien abiertas sobre la pared. Bien. Date vuelta. Ahora, acercate. Poné las manos detrás de la nuca y levantate el pelo… Mirame, abrí un poquito la boca pero que no se vea la lengua. No dejés de levantarte el pelo, respirá profundo y contené el aire. ¿Hay alguna limitación? ¿Genitales…?
—No, nada. El tipo me dijo que cuanto más gata, mejor.
—Está bien —se mordió el labio inferior de un modo que no auguraba nada bueno—. Sacate el corpiño. Sentate sobre las piernas en el sofá. Tocate un poco los pezones así quedan paraditos.
Me metí en la boca los dedos índice y medio primero de una mano y después de la otra. Empecé a acariciarme los pezones. Sofía se había puesto colorada. Después de unas cuantas fotos de ese tenor sugirió que me sacara la bombacha. Me puse en el sofá en cuatro patas, abriendo las piernas; giré la cabeza y la miré. Sofía me devoraba con los ojos y no paraba de sacar fotografías.
—Sos… increíble —me dijo con los ojos brillantes y sin poder disimular sus deseos—. Andá a ese sillón. La espalda bien apoyada contra el respaldo. No, mejor no. Ahora… Ahora… —parecía que no se atrevía a pedirlo pese a la confianza que nos teníamos—. Mirá al costado, apoya el mentón en tu hombro Poné los pies en los brazos del sillón. Voy a sacar un par de fotos de tu vagina.
Sacó dos o tres fotos y cada vez se acercaba más. En un momento dejó la cámara. Yo estaba inmóvil, apenas respiraba. Acercó la cara a mi entrepierna y, muy delicadamente, empezó a pasar un dedo por los labios. Dejé de mirar al costado.
—¿Qué… qué estás haciendo, Sofi? —dije, casi tartamudeando, apenas pudiendo respirar de lo nerviosa que estaba.
—Es hermosa… —dijo ella, mientras se pasaba la lengua por los labios—. Qué hermosa concha tenés. La frase “esta la tiene de oro” solo con vos tiene sentido.
—Ay, ¿en serio me lo decís? —respondí sabiendo que era una frase estúpida pero el silencio era una alternativa mucho peor.
—Sí... Me encanta… Amo tu concha.
Al decir eso se metió el dedo índice de la mano derecha en la boca para humedecerlo y empezó a masajearme en el clítoris. Mi reacción no tardó en producirse.
A continuación empezó a lamerlo; luego metió el dedo pulgar dentro de mi vagina, cada vez más profundo, haciendo con él lentos movimientos circulares dentro de mí. A esto sumó el dedo índice y con él empezó a recorrerme la raya del culo hasta llegar al ano, en donde empezó a presionar también con lentos movimientos circulares pero muy suavemente.
—Sofi, pará, por favor… que no puedo… más —las palabras ya no me salían de la garganta, sofocadas por mis gemidos.
Sacó sus dedos. Se metió tres en la boca hasta humedecerlos bien. Luego, uno tras otro, los introdujo en mi vagina y empezó a penetrarme con ellos.
Cuando acabé, con una mirada encendida de excitación se acercó a mí. Me dio un beso de lengua muy prolongado y dulce. Me tomó de la mano.
—Bueno, pasemos a la pieza así empezamos a filmar.
Entramos. Me senté en la cama. Sofía empezó a desnudarse. Mi amiga, pese a ya haber cumplido los cuarenta años, era muy sensual y atractiva. Medía casi un metro setenta y su piel era blanquísima, lo cual contrastaba notoriamente con la mía. En un tiempo había sido la amante de un tipo con plata y, entre otras cosas, había conseguido que le pagara un par de cirugías. Tenía un busto de cien centímetros y una colita bien parada en la cual había que buscar con mucho cuidado para encontrar algún rastro de celulitis. Algo pecosa, pero no mucho; sus ojos eran verdes y muy intensos. Sus labios grandes y carnosos invitaban a besar esa boca que todas, en el barrio, le envidiábamos. Era pelirroja natural. Usaba el pelo muy corto y cuando le pregunté por qué, entre risas, me dijo que era tan gata que había decidido usarlo como Gatúbela.
Puso la cámara en una posición que permitiera filmar lo que iba a ocurrir hasta en sus más mínimos detalles y se dirigió al armario. De él sacó un strap-on y se lo colocó. Palidecí más sorprendida que atemorizada. Luego la curiosidad y la excitación se fueron apoderando de mí. Yo no podía creer que tuviera algo semejante y menos aún que nunca me lo hubiera comentado. Salió de la pieza por un momento y volvió con una botella de sidra ya destapada. Me pidió que me saliera de la cama, para no mojarla, y empezó a, de a poco, verter sidra en todo mi cuerpo. Al terminar esto, me besó en la boca. Luego me hizo girar casi con violencia y, mientras acariciaba mis pechos, me pasó la lengua por el cuello y las orejas. Su mano derecha dejó una de mis tetas y empezó a estimularme el clítoris con uno de sus dedos. Me empecé a mojar y, a los pocos segundos, a jadear.
En un momento, dejó de lamerme detrás de la oreja y me dijo que le encantaba cómo gemía.
—Sos refemenina para gritar, me encanta —susurro.
—¿Si? ¿Te gusta?
—Me vuelve loca. Ahora quiero que te agachés y chupés bien el strap-on.
Hice lo que me pedía.
—¿Así está bien? —pregunté con timidez calculada.
—Perfecto. Ahora andá a la cama. Ponete en cuatro patas y abrí las piernas.
—¿Me… me vas a coger con eso? Es regrande. Me vas a partir.
—Todavía no. Primero hace lo que te digo.
Le hice caso. Se puso detrás de mí y empezó a besarme las nalgas.
—Qué hermoso culo que tenés. Los tipos sólo deben pensar en hacértelo por ahí… —murmuró—. Él te la metió por atrás, ¿no? Con la fama que tiene, seguro que te dolió, pero, después, te debe haber gustado. Perra, decime la verdad —agregó, con la respiración entrecortada.
—Sí, eso fue lo que le pasó. Me trató como a una atorranta y me gustó —contesté sofocada por la vergüenza y la calentura.
Comenzó a recorrerme la raya del culo con la lengua y luego la metió en mi ano.
—Eso me vuelve loca… —musité.
Después de un buen rato de hacer eso y antes mis pedidos, casi mis ruegos, cada vez más urgentes de que me cogiera, introdujo el strap-on en mi sexo.
Empezó a penetrarme.
—¿Así está bien? —preguntó— ¿O es muy fuerte?
—No, seguí así —contesté.
Me dio un chirlo en la nalga derecha. Di un pequeño respingo sorprendida por la dureza del golpe y, como si hubiera sido una orden al respecto, empecé a moverme. Después de besarme la espalda, con besos que rápidamente se fueron transformando en leves mordiscos, Sofía aumentó el ritmo de sus embestidas. Sus manos se dirigieron hacia mis pechos. Primero, los acarició; a continuación, los apretó cada vez más fuerte. Mis gemidos ya eran gritos. Me puse boca abajo. Comenzó a tirarme del pelo mientras me susurraba al oído lo ardiente que era, para terminar afirmando que las tortilleras sumisas la alucinaban. En un momento, clavó sus uñas sobre mis hombros y me mordió el cuello. Cada vez me penetraba más fuerte. Luego de que yo acabara, me pidió que le hiciera un cunninlingus. Le hice caso. Posteriormente, durante un buen rato, la penetré con dos dedos y conseguí que llegara al clímax.
Me quedé toda la tarde en lo de mi amiga. Finalmente, terminamos con el famoso video. Nos tiramos a dormir un rato. Ella dormía plácidamente; yo, en cambio, no pude descansar ni un minuto. Sabía que, para bien o para mal, esto recién empezaba.



III


—¿Me vas a decir la verdad sobre el pibe? —preguntó Sofía.
—¿Qué… qué verdad? —balbucee— Ya te conté todo…
El sopapo que me dio por poco me tira al piso. No lo parecía, pero mi amiga tenía la mano muy pesada.
—No me gusta que me boludeen. ¿Le cobraste o no? Hablá.
—¿Al pibe?
—Sí.
—Yo… yo no soy una puta, mi amor, cómo vas a pensar eso de mí. Yo… —Sofía levantó amenazante la mano—. Sí, está bien; le cobré. ¿Cómo te enteraste?
—Por Julio. El pibe le comentó que eras una trola muy caliente pero medio cara.
—¡Ah! Si la cosa se difunde me voy a tener que mudar de barrio.
—No te preocupés, no va a pasar a mayores. Ellos viven por el oeste y, aparte, le dije a Julio que si se ponía a chismorrear sobre el asunto se olvidara de mí. ¿Cuánto le cobraste? Por curiosidad, no te voy a pedir comisión.
—Cinco mil.
—Bien. Pero jugado. ¿Y si le parecía mucho y te decía que no?
—Ésa era mi idea, yo no quería prostituirme. Le dije semejante cantidad para disuadirlo y no funcionó.
—Entiendo.
—¿Vos salís con Julio? —le pregunté.
—A veces, cuando estoy muy en el horno. Dentro de sus posibilidades, paga bien.
—¿Qué voy a hacer ahora, Sofi? —dije, para cambiar de tema—. Esto se está descontrolando, pero mal.
—No te pongas loca. A partir de ahora, yo te voy a cuidar. Todo va a salir bien. Tratá de sacarle la mayor cantidad de plata posible y luego, a otra cosa mariposa. Vos no estás para pendejos pervertidos. Sos buena chica. ¿Lo del video fue idea de él, no?
—Sí.
—Típico.

—Esto es lo que quiero que te pongas.
Me dio una bolsita con un baby-doll rojo acompañado por medias red y zapatos de taco alto del mismo color.
—¿Corpiño y bombachita no? —pregunté.
—No, sólo eso.
Cuando volví, me senté a su lado. Prendió el equipo e introdujo el DVD.
A los pocos minutos, se soltó el cinturón, desabotonó el pantalón y luego de bajarse el bóxer, me pidió que me agachara delante él.
—¿Empiezo? —dije, pensando que otras indicaciones de su parte o más preguntas de la mía eran innecesarias.
—No, primero con la mano. Un poco. Después con la boca.
Comencé a masturbarlo y su pene se fue endureciendo y engrosando en mi mano derecha. «Dios mío, que calentona que soy. Ya quiero chupársela». Después de humedecerlo con la lengua, me lo metí con la boca. A los pocos minutos me pidió que me sacara el baby-doll y colocara su miembro entre mis pechos. Empezó a jadear cada vez más sonoramente hasta que, con una suerte de ronquido, acabó en mi cara.
—Limpiámelo con la lengua.
Después me pidió que me duchara. Cuando volví, envuelta en una toalla, él seguía en la misma posición. El video ya había terminado hace rato y había apagado el DVD y la televisión.
—Vení acá —dijo señalando su pija.
Me senté y sobre él y la introduje en mi vagina. Puse las manos sobre sus hombros y empecé a moverme. Acabó sobre mi vientre. Al rato me pidió que fuera al sofá y me pusiera en cuatro patas.
—Pará la cola.
Me lubricó el ano y me clavó por atrás, no se puede llamar de otro modo a lo que me hizo, sin miramientos, sin prestar la más mínima atención a mis gritos de dolor. Apenas podía respirar, mis ojos parecían a punto de salirse de sus órbitas. Abrí la boca todo lo que pude y mi lengua reptó en el aire, como una serpiente, tratando de lamer con voracidad el aire que me faltaba en los pulmones. Empezó a tirarme del pelo, mientras me insultaba de todas las formas posibles e imaginables. Para peor, yo, llevada por la excitación, no dejaba de hablar.
—Me estás rompiendo el orto —dije con la voz teñida de lubricidad—… Pero me gusta, sí, me gusta que me hagas mierda porque sos mi papito y yo tu puta y me encanta serlo. Desearía que me atés a la cama y me violen cinco pibes como vos, uno detrás de otro o dos a la vez, por delante y por detrás. Voy a ir a una autopista con ese baby-doll para que los camioneros me sodomicen casi hasta dejarme muerta al costado de la ruta…
Cuanto más obscenas y desvergonzadas eran las frases que yo decía, más fuerte me penetraba. No sé qué más dije y prefiero no acordarme.
—Tené cuidado —me susurró al oído, después de terminar, con tono de amenaza—. A ver si tus fantasías se cumplen.





IV


De ahí fui directamente a lo de Sofi. Le mandé un mensaje de texto avisándole que iba para allá. Le aclaré en el mismo que me sentía muy mal y que, si no le molestaba, me iba a dar una ducha y acostarme un rato. Sabía que ella no estaba en su casa, pero, como me había hecho una copia de la llave, podía entrar igual. Estaba toda dolorida, no soportaba ni la ropa interior. Sofía, un par de horas después, entró con mucho sigilo, por miedo a despertarme, pero yo fui siempre de sueño muy liviano. Se desnudó y se metió en la cama conmigo. Me dio un beso en el cuello y me abrazó por la cintura.
—Hola.
—Sofi… me siento remal —aclaré al sentir que sus manos subían por mi torso rumbo a mis pechos.
—¿Qué pasó? ¿Te pegó? Lo voy a matar…
—Nada que ver, pero tuvimos sexo reduro y se nos fue de las manos. Es culpa mía por no haberlo frenado. Me duele todo, pero no es nada grave, ya va a pasar.
—Te hizo mierda, bah.
—Sí.
—¿Te gustó?
—Y….

***

—Una amiga mía hace un asado, ¿querés venir? Está un poco lejos, pero nos llevan en coche desde acá. Aparte, tiene pileta y la gente se va a quedar hasta el domingo inclusive
—¿Pileta? ¿Con este clima? Está medio fresco.
—Sí, pero el fin de semana va a mejorar el tiempo, según el pronóstico.
—No tengo ninguna malla decente.
—Sí, pero te debía el regalo de cumpleaños, así que te compre una.
—¿A ver? —dije con curiosidad.
—Bueno, yo pensaba dártela allá, pero… nunca te pude decir que no —respondió sonriendo mientras iba para la habitación.
Era una microbikini con cola-less.
—Estás loca, se me ve todo con eso.
—¿Y?
—Seguro que van a ir las parejas o lo que sean de tus amigas, van a pensar que soy una atorranta que viene a levantar tipos casados.
—No te preocupés por ellas. Van a estar muy ocupadas en otras cuestiones —agregó riendo—. Aparte, es una salida de chicas. No va a haber tipos ni por casualidad.
El viernes a la tarde, dos de sus amigas nos pasaron a buscar. Llegamos más rápido de lo imaginado. Era una quinta realmente preciosa, con una pileta de ensueño. Los invitados éramos doce, pero todas mujeres, Sofía tenía razón. «¿Un asado sin asador?», pensé sorprendida. «Espero que haya una pizzería cerca». No fue tan dramático: una de las minas se dio bastante maña. Estuvo todo delicioso aunque algo inquietante; mejor dicho, lo inquietante aumentaba minuto a minuto.
— Sofía, son cinco parejas y nosotras, ¿no?
—Sí, al fin te diste cuenta, che. Los años te están poniendo lenta.
—No soy tan caída del catre, desde ya que me di cuenta. La cosa cambia pero no tanto. Con esta microbikini puesta espero que nadie piense que soy una buscona que le quiere robar la marida a alguien.
—Para que eso ocurra no deberían portarse como adolescentes alzadas. Mírá a ésa, en una mano tiene el chori y la otra descansa en la pierna de su novia. Lo que desean es que el asado terminé, buscar una habitación y tener una buena siesta con sus respectivas novias sin quedar como maleducadas. Todo bien, relajate un poco que acá venimos a disfrutar tranquilas. ¡Por eso no hay hombres! —exclamó de excelente humor.
La malla era incómoda, se me metía muy adentro, pero me acostumbré y decidí que lo mejor era nadar, descansar, tomar sol e ignorar las miradas de esas mujeres que me estaban volviendo paranoica; tal vez por eso sentía que una teta se me iba a salir en cualquier momento o que la cola-less se estrechaba cada vez más. Tratar de no ser provocativa estando semidesnuda es casi tan ridículo como intentar ser pudorosa, así que me resigné a no preocuparme por el tema.
A la noche pusieron música. Lena, la novia de una rubia de la que no me acuerdo el nombre, me invitó a bailar. Acepté. Bailábamos bastante sueltas casi por comodidad, dado que en una mano, en general, teníamos una copa con sidra o vino blanco o un jarro lleno de cerveza. Esto no era algo que habíamos adoptado, yo y mi circunstancial compañera de baile, de borrachas perdidas que éramos, sino que, más bien, se produjo por imitación. Todas hacían lo mismo. En un momento, Lena me sugirió que probara un poco del vino que ella estaba tomando.
—No me gusta mucho el vino blanco, me da acidez.
—Éste es redulce, te va a encantar.
Le hice caso y probé: tenía razón. Poco después, Lena pasó su brazo izquierdo por mi cintura y me estrechó fuertemente contra ella. Luego derramó un poco del vino que tenía en la copa sobre mis pechos. La miré sin comprender. Empezó a lamer mis tetas en los sitios en donde había caído el líquido.
—Estás chiflada. Tu mujer está ahí nomás.
—Hice esto porque ella me lo pidió, tontita. Le gusta verme con otras pibas. Y a Sofí también; la debes conocer poco, ¿no?
Me empecé a mojar. Después Lena me dio un beso de lengua. Mientras hacía eso comenzó a desatar el corpiño de la microbikini.
—Pará… —dije con la voz entrecortada, intentando apartarme de ella.
Lena empezó a besarme el cuello. En ese lapso debí perder, en cierto modo, la noción del tiempo, los acontecimientos se habían precipitado. La rubia, la pareja de Lena, le había quitado el corpiño a Sofí y, más que besar o lamer, devoraba sus pechos. Las otras mujeres también estaban desnudas. Tres de ellas se habían agachado frente a sus parejas y les hacían sexo oral.
—Vení —dijo Lena—vamos con nuestras amigas.
Al llegar ante ellas, Sofía observó que Leda tenía mi corpiño. Olió el vino que de mis pechos se había deslizado hasta mi vientre, se puso en cuclillas y me sacó la cola-less. Me tomó de la mano y me pidió que me sentara en el medio de una amplia silla playera; a mi derecha se ubicó la rubia y Sofi a la izquierda. La rubia me tomó de la barbilla, hizo girar mi rostro hacia la derecha y me dio un beso en la boca, mientras Sofí recorría mi oreja izquierda con su lengua. Después empezó a chuparme el pezón izquierdo mientras la rubia hacía lo mismo con el otro. Lena se puso en cuatro patas y empezó a lamer mi vagina con voracidad. Luego introdujo un dedo en mi ano. Cuando hizo eso, empecé a acariciar mis tetas, pero después las apreté como si quisiera arrancarlas. Abrí la boca como si estuviera a punto de ahogarme, ni siquiera podía gritar. Lentamente, la mezcla indiscernible de sumisión y placer se fue apoderando de mí hasta llevarme al borde de un desmayo. Cuando acabé, juro que no pude evitarlo, me oriné encima y un poco cayó en las mejillas de Lena. Debió ser por el vino ingerido.



V


A la semana siguiente, él me llamó de nuevo.
—Te voy a pagar lo mismo que la primera vez que nos vimos porque esta vez quiero algo especial.
—Vamos a ir al departamento de un amigo y ahí te voy a atar y vendar los ojos. ¿Aceptás?
—Sí.
Entramos al departamento, parecía de estreno por lo limpio y ordenado que se encontraba. Fuimos a la pieza y él sacó dos esposas.
—Desvestite.
Lo hice sin demoras, sin intentar seducirlo ni nada que se le parezca; no era necesario y su modo de tratarme no estimulaba ningún comportamiento que fuera en esa dirección.
—¿Ahora?
—Ponete en cuatro patas sobre la cama.
—¿Así?
Me puse en cuatro patas, abrí las piernas y lo miré de reojo. Pude notar que su pantalón, en la entrepierna, empezaba a abultarse.
—Está bien.
Me tomó de las muñecas y cerró las esposas sobre mis muñecas. Acto seguido, sacó un largo pañuelo de seda de un cajón de la mesita de luz y me vendó. Luego de que todo quedó a oscuras, intuí que se estaba desnudando, sobre todo por el ruido de la hebilla del cinturón contra el piso. No dijo ni una palabra y entró en mí con mayor delicadeza que en anteriores oportunidades; tal vez fue su modo de compensar la ausencia de juego previo. «Así que esto es ser una puta; ser un pedazo de carne que se abre de piernas y recibe lo que venga sin protestar ni pedir otra cosa que el pago correspondiente», pensé con amargura. A medida que el tiempo pasaba, aparecieron los chirlos en las nalgas, el tirarme del pelo, las obscenidades dichas casi a los gritos y mi excitación creciente. Empecé a gemir.
Mientras esto ocurría, creí escuchar, después supe que no eran sólo creencias, que alguien abría la puerta de la habitación y entraba con sigilo en ella. Pensé que, quizás, deseaba filmar la escena. Rápidamente eliminé ese pensamiento porque el ruido de los pasos no cesaba sino que se incrementaba. En ese momento recordé su amenaza de la vez anterior: «no sea que tus fantasías se cumplan». La incertidumbre, el terror, el anhelo que debía negar por sus consecuencias, se sumó a la acción de su pene en mi vagina y acabé por primera vez durante esa tarde.
Cuando él terminó supuse que, acaso, me había equivocado. Esta idea duró hasta que sentí un dedo lubricando la entrada de mi ano. Luego alguien, nunca conocí su rostro o su nombre, empezó a culearme con fiereza creciente, seguramente por indicaciones del pendejo. Me agarró de las piernas, tiró de ellas hacia atrás para que ya no estuviera en cuatro patas y me pusiera boca abajo. Las abrí todo lo que pude para evitar, en la medida de lo posible, que la enorme pija de ese hombre me lastimara, pero entré en pánico cuando sentí que dos manos intentaban ponerme de costado: otro cuerpo intentaba deslizarse abajo del mío.
—¡Paren! No voy a poder con los dos…
El segundo pronto logró su cometido y su miembro, tanto o más grande que el del otro, entró en mi concha. El que estaba arriba tuvo que modificar su posición, pero eso no le causó demasiados problemas. Me estaban cojiendo los dos a la vez y mis alaridos empezaron a resonar por toda la casa.
Muy despacio, sin darme cuenta, sin que pudiera evitarlo, mis gritos se fueron transformando en algo parecido a suspiros entrecortados. El padecimiento no desapareció pero fue aplastado por otras sensaciones.
Cerca de terminar, ambos salieron de mí y acabaron sobre mi espalda. Luego, sentí que, a la altura de la cabecera, el colchón se hundía un poco más, alguien más subía a la cama.
—Ponete de nuevo en cuatro patas y abrí la boca.
Le hice caso. Introdujo su pija en ella y me agarró del pelo, moviendo mi cabeza hacia adelante y hacia atrás hasta que acabó. Dejé mi posición y me tiré sobre el colchón boca abajo, con los brazos y las piernas abiertas, mi cuerpo formando una equis.
Durante unos minutos, no sé cuántos, no intenté moverme o no podía moverme. Me dolía todo el cuerpo; respiraba muy agitada, como si tuviera un ataque de asma, pero nunca había acabado tan fuerte en mi vida. Cuando recuperé el aliento, me saqué la venda de los ojos y vi que el pendejo estaba sentado a mi lado, aguardando a que me recupere.
—¿Qué te pasa, me querés matar? Sos un hijo de puta… —le dije al pendejo que, con suma calma, se encontraba a mi lado, fumando un cigarrillo.
—Puede ser. Pero te gustó. Al final te gustó, a mí no me engañás. ¿O me equivoco?
—Ése no es el punto. Me hubieras preguntado primero.
—Hubieras dicho que no. Las minas son cagonas, nunca aceptan sus deseos. Prefieren sus miedos a sus ganas. Y vos tenés el culo demasiado caliente.
—¿Quiénes eran esos tipos? ¿Me conocen?
—No, quedate tranquila por eso. Son dos chongos que contraté.
—Menos mal.

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