Ella

Los movimientos de cintura de aquella mujer me trasladaban a la más remota historia de la humanidad en donde los seres humanos éramos seres salvajes.
Una mujer decididamente sexy. Su tez era de un tono rosado, su cabello negro, ondulado. El vestido color mora le quedaba al cuerpo, ajustado pero no vulgar. Sus piernas eran una maravilla de los dioses del Olimpo; las movía como la seda se ondula con el contacto del viento.
Aunque llevara tacos estilo fileto, su movimiento era exacto. Era un verdadero desafío seguirle el paso de baile.
Sus labios estaban teñidos por un rojo bordó.
Era proporcional. Sus pechos, firmes y turgentes, no eran excesivos para aquel cuerpo de 1,62 metros.
Sus ojos color miel transparentaban las intenciones que tenía para aquella noche.

Me acerqué y le indiqué que nos marcháramos a un lugar más tranquilo. Con qué criterio, preguntó. Para divertirnos, le dije. Fuimos a mi departamento. Le invité con una copa de vino tinto Malbec, uno de mis preferidos. Me preguntó si no tenía algo mas fuerte. Tenía un whisky de 12 años. Me dijo que una bebida de esas la ponía mas interesante.
Sentados en mi sillón de dos cuerpos junto a un hogar a leña, compartíamos un trago y casi no hablabamos. Las miradas eran complices. No había que decirnos nada para saber lo que pensabamos.
Terminé mi copa. La dejé sobre la mesa ratona. Ella imitó mi acto. Sus manos tocaron mi cara. Yo acaricié su cabello enrulado y acerqué mi boca a la de ella. Mis labios se posaron sobre los suyos.

Ella se puso de pié frente a mí y, poniendo sus manos sobre sus hombros, se levantó las tiras de su vestido y lo retiró. Así dejaba caer su vestido hasta los tobillos. Abrió sus piernas, la tomé de su cadera y la hice sentar sobre mí. Yo llevaba la ropa puesta, pero seguimos besandonos, mientras yo le acariciaba su fuerte trasero.
La levanté y me desvestí. Primero la camisa y luego los pantalones.
Lentamente, se agachó y me corrió los boxers. Levantó mi miembro con su mano derecha, lo agarró fuerte, mientras me miraba. Subió y bajo su mano moviendo mi pene dos o tres veces y lo apoyó en sus labios. Mientras el glande estaba apoyado en sus labios, me acariciaba la zona mas erógena con su lengua. Repitió la acción en varias ocasiones. El placer se disparaba en mi cabeza.
Hice que se parara, la tomé de la mano y la llevé a la habitación.

Se acostó en la cama a lo largo, boca arriba. Yo me paré en uno de los laterales; en el que daba su cabeza. Me agarró el pene fuertemente y me lo soltaba como acto de despreció. Era un juego que le gustaba jugar. Parado allí, le agarré los pechos con fuerza, mientras me practicaba un blowjob. Me fui acercando a su cuerpo hasta que llegué a su vagina frente a mi boca. Primero separé sus labios con el dedo índice. Introduje mi lengua y le lamí el clítoris. Ella gritaba con mi pene en su boca.
Estuvimos un buen rato practicando la posición del 69. Gozabamos de nuestras masturbaciones. Nos sentíamos cómodos. Recorríamos lo más profundo de nuestro cuerpo.

Hice un giro en la cama y quedamos acostados, exhaustos luego de aquel juego, de tal manera que su cadera daba a mi cabeza. Me incorporé, nuevamente, en el lateral que daba su cabeza, la tomé de las manos y la hice parar en la cama. La puse frente a mi y comencé a acariciarle los pechos. Tomé un pezón, se lo lamía, lo secaba, lo mordía. Disfrutaba mucho cuando se lo mordía y se lo estiraba. Gemía del placer. Me decía a cada rato que si continuaba mordiendole los pezones, acabaría. Mi pene estaba a punto de estallar.
La tome de la cintura e hice que se dé vuelta y se ponga en posición de perrito.

Tenía su trasero apuntando a mi pene. Su vagina mojada daba indicio que no haría falta ningún lubricante; solo bastaba penetrarla. Así fue. La penetré con mi pene una y otra vez. La tomaba de las caderas, continuaba penetrandola. La tomé de los pechos, mientras continuaba el acto. Gritaba que le tomara de los rulos y se los tirara, o que le dé nalgadas. Estaba muy excitada.
Saqué mi pene y lo dejé en mis manos, mientras la miraba. Ella sin mirarme me pedía que se lo introdujera en el ano.
Acerqué mi boca en el ano y escupí para lubricarlo. Metí un dedo y la hacía gozar, mientras esperaba por mi erección.
Saqué el dedo, tomé mi pene, con otra mano me apoyé en su trasero, y la fui penetrando de a poco. Gritaba que le dolía, pero que siguiera. Segundos mas tarde, me gritaba que lo haga mas fuerte.
Continué el acto varias veces hasta que ella acabo, casi al mismo tiempo saqué mi pene y se lo apoyé en el ano para acabarle en él.

Ella va a una fiesta elegante, bien vestida, perfumada, deseable. Habla con muchos hombres. Coquetea con alguno de ellos. Besa y es besada. Intercambia celulares. El suyo nunca es el mismo. Su mesa de luz está llena de teléfonos celulares de hombres de negocios, políticos y famosos.
Yo asisto a las mismas fiestas que ella. Bien vestido, perfumado. Hablo con muchas mujeres. Me beso con algunas de ellas, otras me invitan a su casa. Nunca he llegado a mas de una mamada en una fiesta, pero es que tampoco estoy interesado.
Siempre la miro a ella. Tan sensual, tan provocativa. Tengo ganas de hacerle el amor en la pista de baile central frente a todos.
Los tríos me gustan, pero no con ella. Me gusta sentirla en soledad. Ella vale por 2, 3 o mil mujeres juntas. Su sexualidad está en su piel. Pasan los años y cada vez está mas sexual, mas atrevida.
Hace 20 años que la conozco. Hace 16 años que nos casamos. Hace 16 años tuvimos a nuestra única hija. Todos los fines de semana, hace 10 años, este es el juego. Ella está cada vez mejor.

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