Siete por siete (39): Síndrome de abstinencia




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Compendio I


El profesor Moriarty, el verdadero “Napoleón del crimen” de las novelas de Holmes, fue un personaje creado por Conan Doyle, exclusivamente para matar a su creación más emblemática.
Sin embargo, tras las incontables peticiones de los fanáticos de antaño de ese legendario detective, Holmes regresó tras 2 años de ausencia en sus casos, sin una explicación clara de cómo sobrevivió a la muerte.
No obstante, si uno lee las historias posteriores a “El problema final”, el detective siempre recuerda a ese personaje con algo de cariño, porque fue uno de sus pocos némesis intelectuales.
Ahora bien, al igual que el villano hacía con el detective, Marisol me puede exponer su plan, pero nunca en su totalidad.
No estoy diciendo que me mienta. Ella “omite detalles” y yo, que ya la conozco, me he familiarizado más con sus mañas.
Por eso, me relajé cuando ella me dijo que ese jueves saldría con su familia a los museos. Sin embargo, me percaté de su sonrisa traviesa, al igual que la mirada de complicidad de Verónica, cuando se despedían de mí, esa mañana.
Yo iba a ponerme en campaña para jugar “LoL”, un juego en línea que a Marisol le causa celos. El avatar que escogí es una chica pelirroja que usa 2 espadas, bastante sensual y como son estos tipos de juegos, que puedes pasar 6 horas pegado, sin darte cuenta, con otros jugadores del mundo, le molesta que vaya a conocer a alguien en el mundo virtual.
Pero apenas cargó el juego, suena el teléfono…
“¡Marco! ¿Estás solo?” preguntó Fio.
“Si…” respondí, con un poco de molestia, empezando a comprender los verdaderos motivos de esa visita a los museos…
“¡Excelente!... ¿Te molestaría venir a visitarme?... ¡Me gustaría… pedirte un favor!...”
“¡Voy en seguida!” respondí, apagando el ordenador de mala gana…
Sé que entre el sexo con una mujer embarazada como Fio y un juego en línea, gana lejos, con una amplia ventaja Fio. Pero cuando pensaba que el plan de “Napoleón del crimen” ya había terminado… empezaba la segunda etapa.
Toqué el timbre y literalmente, me secuestró: me abrazó por la cintura, me metió a su casa y me besó, de una manera descontrolada.
“¡Lo extrañaba!... ¡Lo necesitaba!...” dijo y me volvió a besar.
Ella misma guiaba mis manos, sin soltar mis labios, para que agarrara sus bamboleantes y esplendorosos pechos.
“¡Eso!... ¡Eso!... ¡Asiii!... ¡Hola, amiguito!... ¡No sabes cuánto te he extrañado!...” dijo, descubriendo a pajarote y empezar a besarlo con pasión.
Yo me la trataba de sacar de encima, pero sorpresivamente, tiene mucha fuerza en su cabeza…
“¡Extrañaba su sabor!... ¡Su aroma!... ¡Eres malo, Marco!... ¡Te has olvidado de mí!...” me dijo, lamiendo insidiosamente. “¿Cómo me quitas algo tan rico?... ¡Estas 2 semanas, lo único que he pensado es en este manjar!... ¡Delicioso!...”
Le pasaba la lengua, como si fuera un helado…
“Bueno… has visto que tenemos visitas…” le expliqué.
“Pero te conozco… y apuesto que debes estar muy contento… con esa señora y la pequeña “vaquita lechera” de tu cuñada…” decía, engullendo la puntita y todos sus juguitos.
Tuve que sentarme, porque ella no tenía intenciones de dejarme libre por un buen rato…
“¡Mira mis pechos, Marco! ¡Mira mis pechos!” dijo ella, envolviéndolos sobre mi verga. “¡Tengo un montón de leche acumulada… y nadie me la chupa! ¿Qué me dices al respecto?”
Los estrujaba sobre mi verga, dándome una sensación celestial. No mentía, porque salían unas gotas al presionarlos… y su boca no me perdonaba haberle descuidado tanto tiempo.
“Pero tienes… a Kevin…” respondí, demoliéndome con sus deliciosos movimientos.
“¡Pero a Kevin le da asco chupar mi leche!” dijo, sacudiéndose con más fuerza.
Yo flotaba en una nube…
“Y eso no es todo… con él, tengo que elegir si le doy una mamada, le hago el amor o si me hace la cola… no puedo escoger las 3, porque se cansa…” protestó, sofocando mi verga en sus esponjosas tetas. “O bien, me dice que le hace mal al bebe… además, me veo gorda… y me siento fea…”
Empezó a llorar, chupeteando más la cabeza. Quería consolarla, pero de la cintura para arriba, no podía moverme de placer.
Aunque tiene más barriga, es como si tuviera un melón en el estómago. En el fondo, no se ve mal, porque tiene ese resplandor de mujer embarazada, rica en vida, aparte de una mirada viciosa y el coctel hormonal que tiene en el sistema sanguíneo la tiene embriagada por lujuria.
Logré acariciar la base de la cola de caballo (se nota que me extrañaba. No había olvidado mis gustos…) y ella subió para besarme.
Quería que se la metiera ahí mismo, en medio del living, de pie y sin mucho preámbulo. La acariciaba frenéticamente, impidiendo que bajara, pero con un gran esfuerzo, le pedí que se detuviera, porque de lo contrario, nos iban a descubrir.
La llevé a la cocina, para tomarla de la misma manera que lo hicimos la otra vez, pero estaba tan gordita, que no podía levantarse para sentarse en el mueble de cocina.
Fue entonces que me sonrió con algo de ternura, me tomó de la mano y me llevó a su dormitorio.
La verdad es que por primera vez, me sentía consciente de lo que hacía. Aunque el mobiliario era de lo más normal, con una cama, un par de veladores con sus respectivas lámparas y un ropero, lo que lo hacía distinto era la gran cantidad de fotos que tenían como pareja.
Había unas donde ella y Kevin no debían tener más de 16 años. Otras, de su casamiento, donde aparecían sonriendo como pareja y para rematar, la foto que Fio mantenía en su velador, donde aparecían sus cabezas apegadas por la mejilla…
Obviamente que a ella no le importaba, concentrada más en chupetear mi entrepierna.
“¡Por favor, métela!” me suplicó, apoyándose en sus brazos, para que lo hiciéramos a lo perrito.
Fue una experiencia excitante, porque claramente lo estaba haciendo en el territorio de otro hombre. Uno que, curiosamente, sospechaba que lo hacía con su esposa… y aunque tenía sus sospechas, no parecía molestarle.
“¡Ahhh… si, Marco!... ¡Sii, Marco!... ¡La tuya… la amo!...” me decía, mientras yo me dejaba absorber por ese agujero negro de placer.
Me aferraba a su cintura y la embestía con más fuerza, pensando que lo más seguro era que ese bebe fuera mío.
Pensaba en esos días que Fio era religiosa devota, que creía en el sexo con fines reproductivos y que le molestaba cuando su marido experimentaba con su trasero, en comparación de ahora, que estando embarazada, casada y sabiendo que su marido estaba en el trabajo, llamaba al vecino para que la viniese a follar…
“¡Ahhh!...¡Ahhh!...” exclamaba más fuerte, aferrándose a las sabanas, como si desease resistirse a mis embistes.
Yo le estrujaba las deliciosas tetas, rítmicamente, comprimiendo y estirando, mientras apretaba con mis dedos el pezón…
“¡Noooo!... ¡Ahhhh!... ¡No lo hagas así!...” protestaba, con gemidos deliciosos.
Pero no me importaba. Mi “vaquita europea” ya botaba algunas gotitas de leche, humedeciendo mis dedos y ella se excitaba más, a medida que la embarraba en sus pechos.
“¡Ahh, Marco!... ¡Ahh, Marco!... ¡La amo!... ¡La amo!...” decía, moviendo sus caderas con violencia, para que la metiese más adentro.
Su culo lucía delicioso y cautivado morbosamente por las fotos de mis vecinos, junte mis dedos de la mano derecha, como si fuera una pistola imaginaria y la enterré en su tentador ano.
Se estremeció y tras correrse, se sacudió con más deseo…
“¡Siii, Marco!... ¡Si, Marco!... ¡Mete tus dedos… en mi culo!... ¡Solo tú metes dedos en mi culo!...” ella lloraba, producto del placer y de las hormonas. “¡Lo extrañaba tanto!...”
Nos movíamos con la intensidad de una locomotora a vapor. Mete, saca, mete, saca, mete, saca…
En lugar de “Toot, toot”, ella gritaba cuando se corría.
Sudaba con la intensidad de una caldera y su figura se veía más apetitosa.
“¡Ahh, Marco!... ¡Ah, Marco!... ¡No puedo más!... ¡Por favor, lléname!...” me pedía.
Y yo le daba a esa rajita con la misma intensidad de esos émbolos que usan para taladrar en faena. La enterraba a fondo, afirmándome de sus caderas y a ella le encantaba que fuera tan violento.
Finalmente, tras unos 45 minutos, me corrí…
“¡Ahhhhh!.... ¡Ahhhhh!.... ¡Ahhhhh!...” exclamó, más aliviada…
Colapsamos sobre la cama un rato, pero yo quería más guerra, al igual que ella.
La voltee, dejando sus tesoros expuestos y ella estaba deseosa de entregarlos. En sus ojos, no existía Kevin en esos momentos. Era su amo y señor.
Tomé sus piernas y las apoyé en mis hombros. Ella se quejó, pero le gustaba, a medida que entré dentro de ella.
“¡Ay, siii!... ¡Ay, siiii!...” exclamaba con gemidos sensuales, dignas de una actriz porno.
Nuevamente, se aferraba a las sabanas, mientras la penetraba. Sin embargo, su mano izquierda tomó algo que no era una sábana…
“¡Kevin!” exclamó, al reconocer el pijama de mi vecino.
Empezó a llorar…
“¡Kevin… lo siento!... ¡No puedo resistirme!... ¡Es deliciosa!... ¡Sé que me amas… pero el coge mejor!... ¡Discúlpame, amor!...” dijo, arrojándola por el borde de la cama, como si deseara no recordarlo.
Quería besarme, ya que me miraba con esos ojos tristes…
Sentí lastima por ella. Me recordaba esos tiempos donde cogía con Pamela y me sentía culpable por desearla, si era novio de Marisol.
Sabía bien la sensación de engancharse con algo que en el fondo sabes que no es tuyo, que no lo amas realmente y que no te corresponde tomarlo. Sin embargo, no puedes resistirte a hacerlo.
Ella gemía, deliciosamente, mientras lloraba. También conocía esos orgasmos…
No sé. Son momentos tan intensos y culpables, como cuando uno se propone a dejar de fumar y recae, o cuando alguien sucumbe al trago, tras aguantar los deseos un tiempo.
La única experiencia semejante a ese sentimiento fue ese semestre que me propuse dejar de jugar videojuegos por 100 días, para mejorar mis notas.
El síndrome de abstinencia me agarró a las 2 semanas (probablemente, de la misma manera que a Fio) y de no haber sido por tener disciplina y una fuerza de voluntad, tal vez no lo habría superado y cumplido mi meta.
Cuando pasaron los 100 días, jugué por horas y horas, hasta que mis ojos se volvieron colorados y me sentía muy parecido a Fio, decepcionado por ser tan débil y sacrificar lo poco que había ganado.
Pero con Fio, se trataba de sexo desenfrenado, sin límites y lamentablemente, se había vuelto tan esencial como la comida para ella.
Kevin la atendía y aunque lo amaba, simplemente, no le era suficiente…
Es tan flexible, que a pesar de tenerla presionada, en una posición nada cómoda, igual se las arreglaba para besarme.
Yo amasaba sus pechos, se los estrujaba y se los comía, mientras ella seguía llorando con sentimiento de culpa…
La conozco. Sé que en un mundo ideal, le gustaría que lo hiciera su esposo. Pero tenía que conformarse con el vecino y sentir el conflicto que conlleva recibir placer con alguien que no amas de verdad.
Una vez más satisfecha y luego que acabara en ella, me preguntó con tristeza y mucha preocupación…
“No seré una buena esposa… ¿Cierto?”
Acaricie sus mejillas.
“¡Ya lo eres!” respondí.
Por el momento, pienso que es cierto. Lo que está pasando ahora se da porque efectivamente los niveles de estrógeno y testosterona se encuentran desequilibrados.
Se está acostando con el vecino y por un par de semanas, recibió el amor de muchos hombres y jóvenes, pero intenta luchar con ese sentimiento. Aun le preocupa Kevin…
Le hago la cola, mientras que ella mira la fotografía en su velador.
“¡Kevin!... ¡Kevin!...” gime constantemente, mientras la entierro en su estrecho agujero.
Entre nosotros, no hay amor. Es simple lujuria. Ni ella dejaría a Kevin por mí, ni yo dejaría a Marisol por ella.
Su culo es delicioso y me aferro a su cintura, acariciando el vientre repleto de vida. Sus gemidos cambian, nuevamente, dejándose llevar por mis movimientos.
Se apoya en sus manos, resistiendo mis embestidas, para que pueda penetrarla más profundo.
El aroma enrarecido a sexo y a nuestros cuerpos y la extensa mancha que se extiende en la sabana y que alcanza a mojar mi rodilla derecha me tienen extremadamente excitados.
Aparte, están todas esas imágenes. Todos esos momentos, memorables y atesorados por ellos y yo me encuentro en medio de ellos, rellenando a Fio como Kevin nunca lo ha podido hacer.
Me siento tan culpable como ella, porque estamos disfrutando de lo que no nos corresponde. Pellizco sus pechos, que bambolean desequilibrados y ella se queja, en otro orgasmo adicional.
El frenesí llega a su momento más prominente: lamo su espalda y recorro su cuerpo, esperando saciar esa sensación de lujuria que nos tiene prisioneros, al igual que ella, que busca mi pronta descarga.
Me corro en su interior, llenándola nuevamente. Me mira con tristeza, porque aunque le he dicho lo que realmente desea creer, se siente mal al reconocerse tan débil.
Nos duchamos juntos. Es inevitable. No puede resistirse y la lame nuevamente. La dejo, porque no estoy seguro de cuándo la volveré a coger.
La apoyo en la pared de la ducha y ella se deja. También soy débil. Me encanta su rajita.
No la amo, como la de mi ruiseñor, pero me encanta sentir su succión, como si buscara drenar mis fuerzas de vida.
A ella, en cambio, le encanta que la sometan. Esa sensación, de forzar sus mejillas y sus enormes pechos, en contra de la pared, la llenan de dicha.
Kevin es más tradicional y el sexo lo practica en el dormitorio. Es curioso que ella, tras oponerse tanto tiempo, conociera ese placer culpable con el vecino.
Luego de acabar en la ducha, me siento en el excusado y ella nuevamente lo lame. Veo la hora y Kevin regresara pronto.
Nos vestimos rápidamente, sin mirarnos demasiado. Sabemos que si nos miramos, volveremos a hacerlo.
Le ayudo a sacar las sabanas y voltear el colchón manchado. Ella abre la ventana y aplica desinfectante, para disimular el olor.
Nos despedimos con un beso soso en la mejilla. Queremos comernos los labios, pero debemos contenernos…
Regreso a casa y enciendo el computador, pensando que me hará olvidarla…
Apenas carga el avatar, se abre la puerta de la casa y aparece Marisol.
“¿Lo ves, Amelia? ¡Te dije que iba a estar jugando ese juego tonto, que no me gusta!” dijo, entrando el coche con las pequeñas.
“¡Tenías razón!” exclama mi cuñada. “¡Marco, apaga ese juego y ven a ayudarnos!”
Veo los ojos de mi esposa y me sonríe complacida. Ella se da cuenta que mis ojos no están rojos e intuye bien donde he estado en realidad…
A veces, “Napoleón del crimen” emplea métodos pocos convencionales para lograr sus objetivos…


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