Mi secretaria, ese infierno de placer…

Desde el momento en que entró Jorgelina a trabajar en la empresa, comencé a alborotarme… me doy cuenta que me “producía” más, le prestaba más importancia a mi aspecto, nunca me olvidaba del perfume… sé que quería gustarle, pero ella, justo es decirlo, no me registraba.
Una tarde llegó con medias de seda con rayas, un riguroso traje con polleritas largo chanel...la camisa blanca, de seda abierta hasta el nacimiento de los senos, esos pechos preciosos, con los que me había masturbado más de una vez. No sé por qué, pensé que se había vestido así para mí, que aún podía ser posible llevarla a la cama.
En un momento dado entró, me pidió que le firme un par de cheques, y al hacerlo prácticamente rozó mi hombro con esas maravillosas tetas. Cuando se fue, me noté semi excitado; esas dos gomas habían quedado impresas en mi mente y por mucho que intenté borrar su recuerdo no pude. Sobre todo porque solo tenía que levantar mi mirada para verlas tras el cristal. Actuando como un voyeur, no pude dejar de contemplar la rotundidad de sus formas mientras su dueña tecleaba frente a la PC. Si no llega a ser porque la conocía desde hacía tanto tiempo, hubiera supuesto que me estaban tratando de tomar el pelo y hubiese creído que esa mujer era una actriz porno haciendo una broma.
Un día, cuando se acercó para entregarme una planilla, entre sus tetas y su perfume, mi pene se levantó repentinamente dejando claro la atracción que sentía por esa hermosa secretaria. Ella debió de percatarse porque totalmente colorada intentó apartarse pero la rapidez con la que lo hizo lo que provocó en realidad fue darme con ellas en toda la cara. El golpe que recibí con semejantes armas lejos de enojarme, me hizo reír y sin poderme aguantar solté una carcajada. Mi risotada la avergonzó más y sin saber dónde meterse, me pidió perdón.
-No te preocupes- dije tratando de quitar hierro al accidente: -Jamás me habían atacado con algo tan bello.
La mujer se sintió reconfortada con la broma y regalándome una sonrisa, desapareció sin despedirse. Ya solo, me recriminé el error y decidí que nunca se volvería a repetir:
¡Ella era mi secretaria y yo su jefe!
Nada más llegar a casa y recordar la sensación de esa inesperada caricia en mi mejilla, no me pude aguantar y cerrando los ojos, me puse a imaginar lo que se sentiría al hundir mi cara entre esas dos masas ingentes de carne. Completamente excitado me empecé a masturbar mientras mi mente volaba fantaseando con que esa mujer ponía en mi boca sus rosadas areolas. Esa imagen tan sexual me hizo estallar mientras me recreaba soñando que agarraba con mis dientes esos enormes cántaros.
A la mañana siguiente cuando llegué a mi despacho, ni siquiera me había acomodado en mi silla cuando esa diosa comenzó su acoso. En cuanto la vi entrar, supe que la jornada iba a ser dura porque venía embutida en una camiseta que maximizaba si cabe el volumen de sus senos. Totalmente pegada la tela de su blusa parecía que iba a explotar mientras la muchacha me servía el café de la mañana. “¡Madre mía!” mascullé entre dientes al perderme en el profundo canal que formaban esas dos tetazas.
Al cerrar la puerta tras de sí, me dejó solo con mi excitación y con mi mente tratando de asimilar la razón por la que esa tímida y seria secretaría se había transformado en menos de veinticuatro horas en una bestia hambrienta deseosa de sumar otra pieza a su lista. Y lo peor fue que no me cupo duda de que la víctima en la que estaba pensando era yo.
Lo siguiente que hice fue algo de lo que no me siento muy orgulloso, sin pensar en las consecuencias, me levanté y cerrando el pestillo, decidí que tenía que liberar tensión que hacía que en esos momentos me dolieran los huevos. De vuelta a mi silla y mientras miraba su figura a través del cristal, me masturbé pensando en ella.
Jorgelina, cada vez más segura de mi derrota, se mostraba alegre y despreocupada en m presencia. Lo que no sabía es que cada vez que esa mujer descubría mi erección, no podía evitar que su conchita se anegara de deseo. Sentirse deseada por mí hacía que su cuerpo entrara en ebullición y solo cuando disimulando se iba al baño y dejaba que sus manos se perdieran jugando en su entrepierna, solo entonces podía descansar al anticipar por medio de sus dedos el placer que algún día sentiría al ser poseída por mí.
Aunque no fuéramos cien por cien conscientes, ambos sabíamos que la atracción que sentíamos uno por el otro iba incrementando la presión y de algún modo había que dejarla salir o explotaría.
Eso fue lo que ocurrió, ¡Un buen día explotó!
Todo pasó sin que nos diéramos cuenta ni ninguno lo preparara. Un día en el que el volumen de trabajo provocó que nos quedáramos solos en la oficina, fue cuando ocurrió. Nada nos podía haber hecho pensar que esa tarde, nos dejáramos llevar por la pasión y termináramos cogiendo en mitad de mi despacho. Fue algo espontaneo… llevábamos más de dos horas encerrados en mi oficina trabajando cuando al necesitar un archivador de una estantería, Jorgelina me pidió que la sujetara para no caerse. Apenas apoyé mis manos en su cintura, supe que no había marcha atrás porque como si fuera un calambrazo, mi sexo saltó al sentir la tibieza de su piel. Sé que ella sintió lo mismo porque cuando sin poder esperar la di la vuelta, me encontré que tenía los pezones erectos bajó la camiseta.
Sin pedirle permiso, la atraje hacia mí y con una necesidad absoluta, la besé. Ella me respondió con pasión y pegando su cuerpo al mío, permitió que mis manos se apoderaran de su culo sin quejarse. Recorrí con mis labios su cuello mientras ella no paraba de gemir. Buscando como desesperado esos pechos, desabroché su camisa para descubrir que tal y como había previsto, esa mujer tenía los pezones negros como el azabache. Esto al sentir la proximidad de mi lengua se encogieron como avergonzados y por eso cuando me introduje el primero en la boca ya estaba totalmente tieso.
-¡Qué maravilla!- exclamé al sentir su dureza entre mis dientes.
Jorgelina, al sentir que me ponía a mamar de su pecho, colaborando conmigo se sacó el otro mientras me decía lo mucho que había deseado que llegara ese momento. La belleza de ese par de tetas era mayor a lo que me había imaginado y por eso en cuanto las vi desnudas ante mí, supe que debían de ser mías pero también que de tomar a esa mujer, nunca podría dejarla. No sé si ella adivinó mis dudas o por el contrario fue producto de su propia calentura pero en ese momento, llevó sus manos a mi entrepierna y en plan goloso mientras me acariciaba por encima del pantalón, me dijo:
-Necesito vértela.
No pude negarme y bajándome la bragueta, saqué mi pija de su encierro. Mi secretaria se mordió los labios al verla por primera vez y sin darme tiempo a reaccionar, se arrodilló frente a mí mientras me decía:
-Quiero que me atragantes con tu pija dura.
Por supuesto que lo hice, agarré mi sexo con una mano y meneándolo hacia arriba y hacia abajo, lo puse a escasos centímetros de su cara. Satisfecho, observé que se relamía los labios y antes de metérsela en la boca, susurró con satisfacción:
-Te voy a chupar tanto pero tanto que sacaré hasta tu última gota.
De rodillas y sin parar de gemir, se fue introduciendo mi verga mientras sus dedos acariciaban mis huevos. De pie sobre la alfombra, vi como mi asistente abría sus labios y con rapidez, engullía la mitad de mi pija. Obsesivamente, sacó su lengua y recorriendo con ella la cabeza de mi glande, lo volvió a enterrar en su garganta. No pude reprimir un gruñido de satisfacción al sentir dicha caricia y presionando su cabeza, le ordené que se la tragara por completo. Mi dulce y puta secretaria apretó sus labios, ralentizando mi penetración hasta que sintió que la punta de mi pene en el fondo de su garganta. Fue entonces cuando inició un jugueteo incesante que hizo brotar de mi boca un gemido.
-Me encanta- le dije completamente absorto
Dejándose llevar por la calentura que la domina, mi secretaria se levantó la falda y metiendo una mano dentro de su tanga, se empezó a masturbar mientras me confesaba:
-¡Necesitaba tanto esto!- exclamó y antes de proseguir con la mamada, me suplicó que la penetrara. Su entrega y mi calentura hicieron imposible que permaneciera ahí de pie y por eso levantándola del suelo, le quité la tanga y apoyándola contra mi despacho, la penetré de un solo empujón. Ella aulló al sentir su concha invadida pero no se apartó sino que imprimiendo a sus caderas una sensual agitación, me rogó que la siguiera tomando.
Cogiendo sus enormes pechos y usándolos como agarré, clavé mi estoque sin pausa. Noté que mi morena estaba sobre-excitada por la facilidad con la que mi verga entraba y salía de su sexo. Forzando su excitación, aceleré mis movimientos. La velocidad con la que mi pene la embistió fue tan brutal que, por la inercia, mis huevos revotaron contra su clítoris una y otra vez, por eso, no fue raro oír sus chillidos y que retorciéndose sobre mis piernas, esa mujer acabara. Dejándome llevar, eyaculé en su interior mientras mi mente comprendía que de no andar con cuidado, me convertiría en esclavo de esa preciosidad.
Agotado, me senté a su lado sobre la mesa. Momento que aprovechó para subirse encima de mí y mientras intentaba reavivar la pasión a base de besos, preguntarme con voz sensual:
-¿Mi querido jefe quiere repetir? Apenas lo dijo, comenzó a frotar su conchita contra mi alicaído miembro, que poco a poco fue adquiriendo nuevamente su dureza y ella al sentir la presión contra su sexo, me rogó que la volviera a tomar. Si durante nuestra primera vez Jorgelina había permitido que yo llevara la voz cantante, en cuanto tomé su pezón entre mis dientes, bajó su mano y empezó a masturbarlo.
Sacando fuerzas de mi flaqueza, la retiré a un lado y susurrándole al oído, le pedí que se estuviera quieta. La mujer refunfuñó al sentir que separaba sus manos pero al comprobar que iba besando cada centímetro de su piel, se dejó hacer. Totalmente entregada, experimentó por primera vez mis caricias, mientras me acercaba a su sexo. El olor a hembra en celo inundó mis papilas al besar su ombligo. Disfrutando de mi dominio pasé de largo y descendiendo por sus piernas, con gran lentitud me concentré en sus rodillas y tobillos hasta llegar a sus pies.
Sus suspiros me hicieron comprender que estaba en mis manos y antes de subir por sus tobillos hacia mi objetivo, alcé la mirada para comprobar que ella, incapaz de reprimirse, había separado con sus dedos los labios de su sexo y habiendo hecho preso a su clítoris, lo acariciaba buscando su liberación. Esa visión hubiera sido suficiente para que en otra ocasión hubiese dejado lo que estaba haciendo. Sabiendo que quizás con otra mujer, hubiera dejado esos prolegómenos y sin más la hubiese penetrado, decidí no hacerlo y en contra de lo que me pedía mi entrepierna, seguí incrementando su calentura.
Al llegar a las proximidades de su sexo, chupando y lamiendo, la excitación de la morena era máxima. Su vulva goteaba, sin parar, manchando la mesa del despacho mientras su dueña no dejaba de pellizcar sus pezones, pidiéndome que la coja. Sin hacer caso a sus ruegos, separé sus labios, descubriendo su clítoris completamente erizado. Nada más posar mi lengua en ese botón, la muchacha volvió a experimentar el placer que había venido buscando. -Por favor-, la escuché decir.
Sabiéndome al mando, obvié sus suplicas y concentrado en dominarla, la horadé con mi lengua. Saborear su néctar fue el detonante de mi perdición y tras conseguir sacarle un nuevo orgasmo, me alcé y cogiendo mi pene, lo introduje lentamente en su interior. Al contrario de la vez anterior, pude sentir como mi extensión recorría cada uno de sus pliegues y profundizando en mi penetración, choqué contra la pared de su vagina. Ella al sentirse llena, arañó mi espalda y me imploró que me moviera. Nuevamente pasé de sus ruegos, lentamente fui retirándome y cuando mi pija ya se vislumbraba desde fuera, volví a meterlo, como con pereza, hasta el fondo de su cueva. Ella, sintiéndose indefensa, no dejaba de buscar que acelerara mi paso, retorciéndose. Pero no fue hasta que volví a sentir, como de su sexo, un manantial de deseo fluía entre mis piernas cuando decidí incrementar mi ritmo.
Desplomándose entre gritos, la mujer asumió su derrota y capitulando, mordió con fuerza sus labios. Como su entrega debía de ser total y sin apiadarme de ella, la obligué a levantarse y a colocarse dándome la espalda. Separando sus nalgas, unté su esfínter con su propio fluido. Tras relajarlo, traspasé su última barrera y asiéndome de sus pechos, la cabalgué como a una potrilla.
Gritó al ser horadada su entrada trasera pero permitió que siguiera violentando su cuerpo, sin dejar de gemir y sollozar por el placer que le estaba administrando. No tardé en llegar al orgasmo y eyaculando, rellené con mi semen su interior. Ella, al notarlo, se dejó caer exhausta sobre la mesa. Cogiéndola en brazos, la llevé hasta el sofá que había en una esquina del despacho y abrazados nos quedamos en silencio. Media hora después me dijo que tenía que irse. Nos intercambiamos los skype para seguir en contacto. En nuestra primera llamada terminamos desnudos y acariciándonos en la cam pero eso es otra historia que contare más adelante.

12 comentarios - Mi secretaria, ese infierno de placer…

gulymor
muy bueno , podrias , sumar subiendo alguna foto
kramalo
muy caliente tu relato.... en serio, falta la foto de la secre en tarlipes......van puntos, obvio.
tamyali
Me calentó mucho tu relato!!! Muy bueno,besitos.
Bichi37
"Con pereza..." jajaja muy bueno, tantas ganas acumuladas, tenía que salir por algún lado.